El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

viernes, 28 de diciembre de 2018

Maestros del Blues… CREAM y en el ocaso de este nefasto 2018 "Crepúsculo de mi blues"...







Clapton en guitarra y voz, Bruce en bajo y voz, Backer en batería… Una genial selección, basado en el formato de Trío Power, acaso los tres mayores expositores de aquel momento en cada uno de los instrumentos, el primer “supergrupo” tal vez. Estamos hablando de Londres a mediados de los sesenta. Su sonido muy particular lo ubica para los críticos como una suerte de híbrido entre el Blues, el Rock Psicodélico y el Pop, aunque para mi entender musical ese término híbrido no hace otra cosa que calificar a quien lo esgrime ya que en ocasiones lo complejo es resumido con los más económicos y banales adjetivos producto de las limitaciones filológicas. 


Solo dos años le alcanzó a Cream (1966-1968) para sembrar legado y deseos de seguir su ruta. Un tal Hendrix tomó nota del trío y hasta su muerte honró con su fabuloso talento aquellos sonidos revolucionarios. Como mencionamos en 1968 se separaron, y fue debido a que Bruce y Backer no se llevaban para nada en aquellos tiempos. 

Recién veinticinco años después la banda se reencontró para un evento homenaje recibiendo distinciones varias por parte de la industria, por caso su ingreso al salón de la fama de rock. En mayo del 2005 realizaron una serie de conciertos en el Royal Albert Hall de Londres cuestión que repitieron en el Madison Square Garden de Nueva York en octubre de ese mismo año. En el 2006 recibieron un Grammy  honorífico por su carrera.
Fresh Cream de 1966, Disraeli Gears de 1967, Wheels of Fire de 1968 y Goodbye lanzando en 1969, luego de su separación, constituyen su obra. 


La influencia cultural de Cream, como banda, fue determinante en la música popular de fines de siglo, incluso más allá del género. Conjuntamente a Hendrix Experience podemos mencionar entre los seguidores de sus pasos a grupos de la talla de Pink Floyd, ZZ Top, Black Sabbath, AC/DC, The Police, Led Zeppelin.
Lo mismo ocurrió con cada uno de sus músicos individualmente, los cuales se erigieron como modelos de artista a imitar. Así es que la batería de Baker fue replicada por talentos como Bonham, Ward, Cobham, Paice, Mason, Lombardo, el bajo de Bruce fue respetado y “clonado” por artistas de la envergadura de Sting, Simmons, Lee, Sheehan, y la guitarra de Clapton resultó un verdadero manual de estudio para músicos como Jimi Hendrix, Van Halen, Jimmy Page, Duane Allman, Tommy Bolin, por solo nombrar algunos.


El octubre del 2014 muere Bruce debido a una complicación hepática, casi una década atrás había sido trasplantado producto de un cáncer en el hígado. En la actualidad Clapton y Backer, cada uno por su lado, continúan exhibiendo sus inigualables talentos rememorando viejas páginas y lo que es mejor aún, creando nuevas…




Crepúsculo de mi blues


Crepúsculo de mi blues, íntimo hemisferio nodal,
cadáver que mora disperso embustero y criminal.
Doce son los compases del solista de aguardiente
pena y extrema codicia, de ramera y de cliente.


En un cruce de senderos demoré por anhelar
que apareciera un acorde irradiando mi vagar.
Cansado de nulidad, extasiado en el rumor
una Gibson de entre bardas se hizo armonía y dolor.


Acentos laxos, exquisitos, lujuriosos
hienden con pulsión del averno hacia el reniego
desnutridos esbozos que desnudan nazarenos
al céfiro de los muertos y un rubor color sosiego


Oscuro recorrido de cadencia y melancolía
los obscenos penitentes rasgan sus armonías
melismas en el vacío, gangrenas de rebeldía,
gemido y sincopatía, esclavos por letanía.


Tras los votos y rosarios, los espurios confidentes,
suplican por acordes que revelen su infortunio 
artistas que previenen quimeras negligentes
inquina de la prosa, tono y oda sin preludio.






.... y terminamos el año nada menos que con CREAM amigazo Javier Miro... Si uno se toma el trabajo y recorre nuestras publicaciones ojalá perciba el cuidado, el respeto y la dedicación que no solo tenemos por los artistas convocados sino del mismo modo y con la misma intensidad por el lector. Creo que ambos estamos muy orgullosos de lo logrado a favor de difundir senderos culturales clásicos, los cuales resultan para muchos una grácil novedad justamente por su nula presencia en los medios masivos. Como en toda revista de modesto alcance hay artículos cuyo interés ha sobrepasado largamente nuestras expectativas, aún hoy y luego de varios años siguen recibiendo numerosas visitas mensuales, mientras que otras, acaso mas elaboradas y fatigosas en su armado no han tenido la misma suerte. Esto es, muchas ya caminan solas, con las otras hay que continuar, hay que insistir buenamente... Nos espera un 2019 vertiginoso, vamos por él, y por el arte, y por la sensibilidad... Abrazo y Felicidades

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Fuego.. blues musical y literario... por Claudia Serra





El lunes por la mañana, Jorgito llegó a la oficina con unas ojeras dignas de una película de zombies. No se trataba solamente de agotamiento por la trasnochada. Su encuentro con aquella mujer en el pub lo había llevado a la comprensión de que algunos sucesos en el mundo acontecían por causas algo más subterráneas y su aproximación a un secreto cósmico que él intuyó como tal desde un principio, terminó de transformarlo. Solía tener percepciones inusuales acerca de la gente, tan certeras como inconvenientes, porque ser más lúcido que otros puede derivar, a veces, en muy mal negocio. Sin embargo en la noche del domingo la situación se había disparado hacia zonas no cartografiadas por su natural habilidad, mares más allá de la misma turbulencia que se lo llevaron puesto. Porque se había acercado como una polilla ignorante del peligro a incandescencias para las cuales no estaba preparado. ¡Ah, la curiosidad!… siempre matando gatos sin que se le sustancie condena.
Haciendo memoria, el chico recordaba haberla visto por primera vez en la peatonal mientras hacía música “a la gorra” con su Les Paul: ella se había detenido a escucharlo. Pero ése no había sido el primero de sus encuentros, rememoró. Esta mujer se había hecho presente en varios de sus sueños, espaciadamente, como una recurrente película muda en la que se escondían pistas esquivas. Y fue ese domingo cuando unió las piezas.



No se trataba de una hembra de belleza descomunal pero, claramente, exudaba atracción hipnótica, un misterio de tipo adictivo. Su apariencia anclaba definitivamente en estéticas pretéritas, horizontes que campeaban por patrias borrosas, existentes vaya a saberse dónde y en qué tiempos. 
Cuando la encontró por segunda vez en el local donde le dejaban zapar, supo que no se trataba de casualidad. En una mesa lejana, en la semi-penumbra, ella se singularizaba con sus pelos irregulares y azules cubriéndole gran parte del rostro, los anteojos redondos a lo Lennon, su vestimenta de heroína metalera de Final Fantasy, en síntesis, un look de imposibilidad de historieta hecho cuerpo presente en el salón. Por eso creyó entrever que ella lo estaba buscando y sintió un dejo de aprensión y regocijo contradictorios. Aunque no dejaba de resultar gratificante que al menos alguien se interesaba por él en esa noche de desconsuelo en la que trataba de olvidar cómo lo había pateado ignominiosamente su novia. Le habían roto el corazón hacía poco y no podía juntar los pedazos estallados por la ciudad. Cualquier compañía, cualquiera, sería un bálsamo para esa sensación de manoseo de la que no podía desprenderse.
Pero apenas tomó esa noche el instrumento sintió un calor inusual en el pecho, una brasa hundiéndosele candente en el corazón e instintivamente apretujó con una mano ese trocito de remera hirviente, como si eso calmara el escozor. Y tras ello, miró a la extraña como pidiendo excusas por esta desprolijidad de comienzo de show. Ella, no movió ni una pestaña, permaneciendo en actitud de público exigente, atenta, sin revelar ninguna clase de empatía. Y esta indiferencia lo acicateó, decidiéndolo a impresionarla y a sobrepasar ese breve malestar que luego finalmente se desvaneció.
Como era la única respetuosa - el resto de los parroquianos hacían cualquier cosa menos prestarle atención -, tocaría exclusivamente para ella, se prometió. Pese a la clara diferencia de edad le estimulaba que una mujer de tal peculiaridad viniese a su encuentro en esa noche desencantada. Esa madrugada necesitaba una amante, una amiga o una confidente. Y se propuso trabajar en eso.
Al segundo tema que emprendió, escuchó flotando en el aire una segunda guitarra acompañándolo por unos breves minutos. Su guitarra… había hablado con otra y, sin embargo, no era posible porque no divisaba ningún otro instrumento en la sala. Pero sí, sucedía. Entonces lanzó un riff distorsionado de su propia cosecha para constatar si quien estaba tocando tenía la posibilidad de seguirlo. La otra viola respondió solvente, incluso superándolo.
Miró a su alrededor y nadie parecía percatarse de nada. Miró a la mujer y descubrió una luz rojiza pulsando en el medio de su tórax y un halo evanescente y multicolor evaporándose de ella, coincidente con cada acorde de esa otra guitarra misteriosa. La música salía de ese corazón extraordinario y vocalizante y nadie parecía percibir este hecho anormal salvo él, quizás por ser desde la infancia, cuasi autista y sinestésico, condición que le permitía ver color en un sonido y viceversa. A decir verdad, tardó años en sobrellevar esa avalancha sensorial porque era como si desde niño alguien lo hubiese abandonado en un local de jueguitos electrónicos lleno de plugs, bocinas, pitidos y sirenas, en medio de luces de neón constantes y diversas, un caos que le llevó mucho tiempo aprender a soportar.
Consciente entonces de que nadie constataría este juego a dúo se liberó de toda convención y comenzó a tirar rasguños, bucles, vuelcos, haciendo llorar a su Gibson por todas las miserias del mundo, preso de una competencia con ese otro instrumento anormal que estaba ahí nomás, a metros, provocándolo. Imaginó, entonces,  los sonidos de comarcas imposibles inmersas en guerras de fin de mundo. Compuso temas para sus ejércitos de fronteras y con su Les Paul ganó todas las batallas de un planeta sediento de belleza tras el infierno que él mismo había desatado. Concibió leyendas y las llevó a sus manos y ellas, obedientes, a su guitarra, poseído por la ternura y la furia en dosis parejas. Tocó una hora (jamás lo hacía por tanto tiempo, máxime que la recaudación, también “a la gorra”, solía ser misérrima). Y cuando terminó y bajó de su trance, se dio cuenta de que la gente del pub había quedado extática, arrojada involuntariamente a otra dimensión. Y que el dueño del local estrenaba cara de pocos amigos: el pibe le había arruinado, con tanta densidad, una noche de superficialidades más redituables. Como un nene pillado en falta, largó la viola disimuladamente y se fue derecho a la mesa de su musa, destruido por el esfuerzo pero muy satisfecho de sí.

-        Quién sos - preguntó, mientras se sentaba sin invitación.

No era una interrogación propiamente dicha sino un cierto tipo de afirmación, una sospecha y fue enunciada en clave de arrogancia, como lo haría un jugador increpando a su contendiente. Conocía de sobra que algunas cosas inexplicables así deben quedar pero decidió que ésta no era una de ellas.
La mujer deslizó un poco sus lentes para verlo y, sonriendo, sacó de su largo saco de cuero hasta los pies, un anotador y una finísima lapicera que brillaba con destellos de joya carísima. Entonces escribió algo y dio vuelta el block hasta ponerlo contra el pecho del chico que leyó una única frase en el papel:

“¿Realmente estás dispuesto a saber quién soy?”

Por breves segundos el muchacho le estudió el rostro, intrigado. Facciones de estampa, simetrías perfectas escondidas tras un revoltijo de pelo estudiadamente desordenado. Y una cierta ferocidad encubierta tras esa expresión de suficiencia. Alarmado, comprendió que no lograba reprimir una vocación de proximidad autómata hacia esa boca silente y sensual, probable encarnación de una trampa mortal. Y por sentirse sorpresivamente incómodo ante su propia vulnerabilidad,  se repuso y atacó el nudo de su preocupación.




-        ¿Solo yo puedo percibirte?

La mujer hizo un paneo rápido por todos los presentes y volvió a mirarlo, divertida. Unos pequeños y apenas visibles pliegues que denotaban sabiduría enmarcaron aquellos ojos que él no olvidaría jamás. Su mirada era profunda, atemporal, una mirada que remitía a mucho y a nada a la vez. Sin saber cómo ni por qué, se le cruzaron imágenes de tiempos de combates y cruzados. Y la verdad es que esos ojos habrían podido expresarse por sí solos prescindiendo de toda materialidad intermediaria, tan intensos eran.  Pero ella apelaba una y otra vez a lo escrito, plasmando lo que él ya adivinaba.

“Sólo puede oírme quien yo elija”, leyó el chico.

De paria social a elegido. No era mala transición, pensó.  Así que continuó con su indagación algo más sosegado, entregado sin reservas a un territorio inverosímil que le era conocido desde la niñez.

-        ¿Y por qué elegiste tocar conmigo? – preguntó, sospechando de su propia cordura por estar naturalizando algo tan irregular.

“No, no enloqueciste, tranquilizáte. Simplemente sos infinitamente más sensible que los demás. Yo apunto a ese tipo de gente”, escribió la mujer en ese block frenético que iba en un sentido y otro de la mesa, sin respiro, ya que ella garabateaba con una rapidez que denotaba mucha práctica en esa forma de comunicar.

El pibe se levantó de un salto. ¿Ella leía sus pensamientos? Pero luego volvió a sentarse, estaba demasiado interesado en llegar al final del asunto.

-        También leés mi mente – le dijo.

“Para nada, como vos, soy intuitiva. Sencillamente encuentro tus ideas a mitad de camino y las recojo, no hay magia en eso”, escribió.

-        No podés hablar, evidentemente, pero tu cuerpo exhala música, tu cuerpo puede imitar los sonidos de una guitarra. 

Ella hizo un leve gesto de desagrado y transcribió una contundente respuesta:

“Yo jamás imito”.



E inmediatamente su corazón soltó una serie de acordes experimentales que deslumbraron al chico. Porque eran la fase siguiente – aún no transcripta en pentagrama siquiera – de un tema que él mismo apenas comenzaba a esbozar en su cerebro. El chico recordó cuántas veces la había soñado y dudó, avergonzado, de su últimas inspiraciones musicales ¿Quién diablos era esta mujer?

-        ¿No vas a decirme tu nombre? – insistió nuevamente, inquieto.

“Me llamo como vos quieras nombrarme, así ha sido siempre”, se leyó en el papel.

-        Mirá, como te llames o te llamen – le dijo ya impaciente -  la verdad es que fue interesante seguirte el tren pero no dispongo de tiempo ni de ganas para perderme en ambigüedades y ahora realmente tengo que irme porque me están esperando – terminó, con cierto fastidio, porque la noche avanzaba y su deseo de compañía chocaba con esta mecánica de acertijos en papel.

“Nadie te espera y ambos lo sabemos”, le descerrajó la veloz escriba.

Cartón lleno.  El muchacho se levantó, tomó sus cosas y ya estaba a mitad de la calle cuando escuchó tras de sí un tema de Hendrix tan bien ejecutado que erizaba los pelos.



Se dio vuelta y en el medio del empedrado estaba ella, envuelta en haces que se tensaban y explotaban, como una potencia de la misma Tierra, lanzando la melodía del infortunado negro hacia todas las estrellas. Su energía, doblemente electrificada, arrasaba cualquier forma, cualquier piel y demandaba la compañía urgente de otro poeta de las cuerdas.
Cuando llegó al último tramo del larguísimo …… (tema de Hendrix), su cuerpo se contrajo en un espasmo y cayó abruptamente sobre los adoquines. Su figura ahora inmóvil semejaba un claroscuro cuidadosamente pintado en los suelos.  Su abrigo negrísimo en abanico, enmarcándola. Las tachas de su pechera relucientes en esta madrugada irreal. La luna que centelleaba por todos los azules de sus cabellos. Sombras y luces, como púlsares, titilando en el barrio de los insomnes. En su mente, la mujer se le apareció como un extraordinario pájaro protegiéndose con sus alas de noche negra. Y cuando ella por fin despertó del desmayo, el chico se agachó y le dijo tan sólo:

-        Me rindo. Que se haga tu voluntad.

Juntos caminaron hasta un pequeño pasaje de San Telmo donde evidentemente ella vivía. Una casona que bien podría haber pasado por una propiedad ocupada ilegalmente, dado el grado de descuido en el que estaba sumergida. Cuando llegaron, su primera impresión fue chocante: todas las paredes estaban completamente escritas. Los grafitis se agolpaban unos sobre otros. Los había de todo tipo. Mayormente, trágicos. La soledad se materializaba crispada en esa casa. Esta mujer no tenía un don, concluyó el muchacho, sino que era presa de una evidente maldición.

-        ¿Vos hacías música, verdad? – le dijo el pibe, sin dejar de mirar el pandemónium de escritos.

“Sí”, garrapateó ella sobre una pared vejada por anteriores letras.

-        ¿Eras buena?

“La mejor en cada uno de mis tiempos”, escribió la mano experta.

-        Flaca, perdonáme, pero no hubo una violera verdaderamente legendaria jamás.

“Aún no comprendés. Fui una con los mejores.”

-        Y si compartiste con ellos la gloria, como decís… ¿por qué no escuché de vos?  Digo, es raro, debería haberse colado alguna leyenda sobre alguien así - razonó el pibe.

Lo miró enternecida. Le costaría algo de trabajo hacerle entender de qué se trataba esto. Siempre pasaba así. Solo que sus tiempos y paciencias ya no eran los de antes y su proverbial encanto físico también había mermado impidiéndole apurar epidermis rebeldes porque hacía mucho que vivía en ese cuerpo. Por eso se apaciguó y emprendió una explicación para ese muchacho hermoso y pobre que ahora la tentaba. Desde su detección, se había fascinado por ese mocoso dramático e infeliz, dueño de un destino que solo ella podía reconocer. Ansiaba ser la contención y a la vez la pasión de esa criatura de ojos pardos; un ser que a su cuidado podría llevarse puestas multitudes. Entonces, haciendo un esfuerzo porque estaba realmente debilitada, escribió:

“Yo no aprendí de otros, yo fui quien les enseñó todo lo que supieron de sí mismos. Y fue la entrega total de su amor la que logró que consiguiera un trato justo para ellos. Yo garanticé la intensidad y extrañeza de sus sonidos mientras duraron sus cortas vidas. Porque el arte sublime es fulminante. Te quema ¿sabés? Fui yo quien los llevó a la fama, pegada a sus cuerpos como una siamesa. Fui yo quien traduje las preguntas surgidas de su interior, en música. Porque lo que tenían dentro era inmenso, gigantesco. Debía ayudarlos a aprender a manejar su propio fuego, a no incinerarse por dentro. Y ellos, con su último suspiro, me prestaron  por un tiempo esta humanidad con la que migro de tiempo en tiempo y con la hoy me presento a vos. Un acuerdo justo, repito. Entre ellos y un viejo amigo mío. Te lo dije, yo no imito, yo soy, si me lo propongo, el instrumento más preciado de la Tierra”.

El chico se alejó un poco como para poner distancia y ordenar ideas.                                                                                         

-        ¿Me estás diciendo que fuiste la guitarra de Hendrix? – y empezó a reírse, tiritando. A esta altura volvía a temer por su cordura.




“Tu razonamiento es correcto. Fui muchas cosas, entre ellas, ésta que venís de descubrir” – escribió con las últimas energías.

-        ¿Y la Lucille de BBKing… también es otra…?

“No, ese viejo pillo no transó jamás; la suya fue solo un artefacto hecho por hombres”.

-        Muy bien – replicó el pibe – digamos que hacés un pacto conmigo y te convertís en mi inseparable instrumento. ¿qué obtengo concretamente? ¿la destreza de Vaughan o de algún otro guitarrista extinto?

“No, rotundamente no –  ah! este chiquito era duro como el ébano -. Vos serías el grado más superlativo de tu propio genio. Y juntos elevaríamos nuevamente la música un paso más allá”.

Sentía una fatiga de centurias. Y la mención a Vaughan la había inundado de nostalgia y pesar. Pero antes no le costaba tanto trabajo llegar a un trato. Con los años había empezado a comprender los límites de la psicología humana y empezaba a notar que el envejecimiento de este cuerpo prestado, el último, la limitaba. En el pasado, su extraordinaria presencia había embaucado a los más primitivos de sus amores, aquéllos que deseaban inicialmente de ella nada más que sexo de otra galaxia. Humanos que, tras el deseo cumplido, habían caído cautivos de su magnetismo llegando a la locura misma de firmar su común destino de esposos hasta el fin.




El pibe estuvo media hora mirándola sin decir una palabra, analizando dónde se encontraba y con quién. Y ella respetó su silencio. Un acuerdo es algo serio, no debe apurarse. El muchacho era un premio seguro, ya había constatado su talento maridando ambos fuegos.
Cuando el chico se sintió más sereno,  se levantó diciendo:

-    Te agradezco, flaca, pero… paso.

Su cerebro había trabajado urgente cada una de las posibilidades y tangentes, enumerándolas.
Como si hiciera una travesía relámpago por sus rutinas, se vio haciendo, guitarra al hombro, una paciente fila en la feria barrial para llevarse algo de queso y pan en oferta, la única dieta que podía costear su presupuesto. Sobrevoló la incomodidad de vivir de prestado, molestando, en el  fondo de la casa de tía Olga, su única pariente en la ciudad; el laburo apenas temporario en la empresa de un amigo de otro tío; la imposibilidad de salirse del circuito mendicante de la peatonal o el pub mugriento;  la tristeza de sus ropas gastadas sin fantasía de reposición. E imaginó cómo serían los próximos diez años, de continuar estas carencias. En contraposición, esta mujer le proponía un ascenso vertiginoso. El dinero que nunca más le faltaría. La implosión de su arte lavando todas las privaciones anteriores. El mundo entero a sus pies, viajes, viajes y más viajes.
Y lo más importante, su esencia de creador saliendo a luz ante miles de personas. Nunca más la inseguridad. De ahora en más, sólo osadía y aplausos. Sería un príncipe y le seguirían séquitos. La desventaja de esta propuesta, una sola: una exclusiva y controversial acompañante en su breve y apoteósica grandeza. Ser reducido a pertenencia de su propio objeto, a la postre, su captor. Porque estaba ante una prodigiosa cosa o entidad – no podía precisar qué -  con la espeluznante potestad de amarlo y matarlo con fecha de vencimiento. Por eso repitió:

 -  Flaca, en serio, gracias, pero me voy.



A través de la ventana ella lo vio tomar la calle Balcarce y evaporarse en su anonimato. El joven que entrara a su casa ahora era un hombre. Y se derrumbó, vencida, en un rincón. Había perdido su última oportunidad ya que intuía que nunca más se enamoraría ni construiría epopeyas. Lo que le estaba sucediendo no haría sino repetirse una y otra vez, de seguir insistiendo. Estaba agotada. Ser intermitentemente mortal la había traspasado de muchas formas. Algunas de ellas indeseadas, como el dolor y la melancolía, sentimientos con los que no podía lidiar.
Cuando la puerta se cerró tras su imposible consorte, supo que le esperaría un destino de ostracismo en ese caserón, un limbo inadmisible hasta para ella, pura dualidad e hibridez maldita.
Comprendió que había llegado la hora de tomar partido y de recuperar su autonomía. Realmente había experimentado el amor humano y quería perpetuar ese recuerdo sagrado, antes de desintegrarse. Por eso se encaminó, resuelta, hacia una de las habitaciones en busca de ese otro objeto   celosamente guardado bajo llave. Un viejo y punzante hierro, la prenda superviviente de una traición. Una daga para matar dragones. Y la hundió en su corazón mientras éste era aún mortal, con rapidez, para evitar la intervención de su Jefe que no gustaba de esta clase de finales. Porque estaba rompiendo su propio pacto con quien le extrajera del viejo y herido órgano animal, la afrenta de un guerrero.
Todos estos años había sido su propio corazón ardiente,  rescatado del primero y más fantástico  de sus cuerpos, el migrante entre las distintas formas de ser. Por eso cortó el ciclo de engaños liberando su fuego original y su memoria en el viento, el que se desató colosal por todo el barrio de San Telmo.
Y mientras se desmaterializaba liberando esa torturada alma, bramó con su antigua y primigenia voz, ahora recuperada. Por un segundo recordó sus fantásticas alas, sus gloriosas zarpas, su mirada cenital escudriñando desde altura las planicies, todas y cada una de sus batallas como guardiana de los cielos de la antigüedad.
Esa madrugada, Jorge Santos caminó hasta agotarse y durmió apenas dos horas. En la empresa, a la mañana siguiente, lo miraron con recelo ni bien entró. Pero ya no le preocupaban los prejuicios de esa gente. Se sentía piadoso. Y heroico.  Y porque se sentía más vivo que nunca olvidó, incluso, sus penurias. Nada de su vida anterior tenía ya trascendencia. Importaba el hoy. El sol acariciaba benéfico los vidrios de la oficina y le hacía entrecerrar los ojos enrojecidos. Pero era hermoso contemplarlo, quemarse lenta y gradualmente bajo ese otro calor. Tenía toda una larga vida para hacerlo. Y dio gracias por ser él mismo, por poco o mucho que esto significase.

Autora: Claudia Serra


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Maestros del Blues. Don Sugarcane Harris y un tal Borges poetizando sobre violines… entre pizcattos, trémolos, vibratos y glissandos, sirve acordes Javier “Paco” Miró





Harris nació el 18 de junio de 1938 en Pasadena, California, lugar en donde también desarrolló sus primeros talentos musicales. Todo comenzó a mediados de la década del 50 con el dúo Don y Dewey acompañando a su amigo de la infancia Dewey Terry. 

Aunque se registraron con un importante sello grabador y contaron con  los servicios del legendario baterista Earl Palmer, Don y Dewey no tuvieron mayor suceso. Sin embargo, para el caso, Harris y Terry llegaron a escribir  rock and roll clásico del bueno para esa época, a saber con las páginas: "Farmer John", "Justine"  y "Big Boy Pete," obras se convirtieron en éxitos en manos de otros artistas.



Harris recibió el apodo de "Sugarcane" a instancias del Director de orquesta Johnny Otis, mote que permaneció con él durante toda su vida. Después de separarse de  Terry, en 1960, Harris se especializo en la ejecución del violín eléctrico.
Colaboró y toco en vivo con dos grandes bandas: John Mayall & the Bluesbreakers y  la banda de Frank Zappa, bautaizada con el nombre de Mothers of Invention, y fue en los albums Burnt Weeny Sandwich . Su aporte vocal y su solo de violín en el cover de Little Richard's titualdo "Directly From My Heart to You” en Weasels, y su largo solo en  la canción "Little House I Used To Live In" en Weeny se consideran  los pasajes más destacados de esos álbumes.
Cuenta la leyenda que fue rescatado de una prisión. Según relatan los coleros Frank Zappa admiraba su forma de tocar y lo rescató de la cárcel  con el fin de resucitar su carrera marcando el comienzo de un largo período de creatividad para el virtuoso del violín olvidado. Tocó un par de conciertos en vivo con la banda de Zappa en 1970. Durante esa década Sugarcane estuvo al frente de la banda Pure Food and Drug Act, que incluía al baterista Paul Lagos, a las guitarras de Harvey Mandel y Randy Resnick , y al bajo de Victor ConteSu primer álbum solista (con arte de tapa a cargo de Rick Griffin) es una obra maestra olvidada del blues, jazz, clásica y funk, de año 1973, Got The Blues , grabado en el Festival de Jazz de Berlín en vivo, exhibiendo allí a un músico consumado en lo más alto de su carrera. En la década de 1980, Sugarcane fue miembro de la banda de rock experimental en Los Ángeles “Tupelo Chain Sex”.
Harris murió el 27 de noviembre de 1999 en Los Ángeles, California.






Expedición entre violines


JORGE LUIS BORGES


A Johannes Brahms


Yo que soy un intruso en los jardines
que has prodigado
a la plural memoria del porvenir,
quise cantar la gloria
que hacia el azul erigen tus violines.
He desistido ahora.
Para honrarte no basta esa miseria
que la gente suele apodar con vacuidad el arte.
Quien te honrare ha de ser claro y valiente.
Soy un cobarde. Soy un triste.
Nada podrá justificar esta osadía
de cantar la magnífica alegría
-fuego y cristal- de tu alma enamorada.
Mi servidumbre es la palabra impura,
vástago de un concepto y de un sonido;
ni símbolo, ni espejo, ni gemido,
tuyo es el río que huye y que perdura.