El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 21 de noviembre de 2014

CUANDO EL ARTE EXPLICA ... ”UN MARAVILLOSO EJEMPLAR”


de Javier Paco Miró






Ser viajante de comercio o representante de ventas  en el interior no es uno de los trabajos más excitantes. Desafortunadamente muchos profesionales como yo, con estudios universitarios, terminamos desempeñándonos en esta veta.
Con Gustavo hacia un año que nos habíamos recibido de Ingenieros Agrónomos y oficiábamos como promotores, asesores y  vendedores de Plastifert, un pequeño laboratorio ubicado en Sarandí entre los monoblocks y la pequeña laguna, cuyo fuerte eran las resinas polyester. También contaba con una serie de fertilizantes polyester amín fosforado descubierto por casualidad por el dueño de la fábrica Don Jeiko Dresik.

Don Jeiko era un Ingeniero Químico serbio que emigró en los cincuenta con formulas secretas robadas de los laboratorios de la Takrica, una agencia de espionaje de la entonces Yugoslavia.

El fortuito hallazgo se precipitó debido al acoso del grupo ecologista vecinal “Sendero Verde” rama combativa del Partido Ecologista conocidos en el barrio como “La venganza del bosque” o “La voz de la Pacha Mama” o más comúnmente denominados “esos hippies roñosos de acá la vuelta”. Este último apodo era muy a menudo citado por Don Jeiko debido a que les tenía especial antipatía.

Sin embargo no había que desestimar la influencia de esta corriente en la comunidad, casi metieron un consejero vecinal en la municipalidad y tuvieron gran repercusión con la Campaña “salven a las toninas sarandinenses de una pronta extinción”, cuestión que duró hasta que se descubrió que las negras siluetas de la laguna eran unas gomas de camión abandonadas.

Esta vez estaban decididos a llegar hasta las últimas consecuencias debido a que unos pestilentes humos rosados y amarillos se escaparon de la planta de Plastifert y se estancaron como una nube justo en la manzana del local del partido Ecologista. De inmediato presentaron una denuncia en el departamento de salubridad a la par que se dirigieron hacia la calle de la fábrica seguidos por la furgoneta multicolor de los Senderistas bautizada como “El guerrero del arco iris” en honor al barco hundido de Greenpeace. El atascamiento de los vehículos  en el barro anegado de la calle no amedrentó el paso de las autoridades y manifestantes que continuaron caminando, pero le dio tiempo a Don Jeiko a tomar ciertos recaudos. Él  los avistó desde su oficina, escondida en la torreta oxidada del tanque de agua, bajó de inmediato, exaltado, gritando “¡ahí vienen los comunistas a cerrar la fábrica y matar el progreso!”.

Con ayuda del plantel técnico de la firma, José “Colo’ Reyes y el negro Rosas, ambos egresados del curso “Resinas y plastificados” del instituto Pathway por correspondencia, volcaron los tambores de residuos sospechosos en el terreno de atrás, lugar en donde solían plantar verduras para consumo propio, quedando la denuncia en la nada ante la falta de evidencia. Semanas más tarde los cultivos habían crecido tan desproporcionadamente que marcaban rendimientos record en la zona. A consecuencia de este episodio Don Jeiko abrió el departamento de agroquímicos que comprendía el fertilizante en conveniente bidones de 20 litros y una línea de jardín en frasquitos de 100 ml.

Con Gustavo éramos un Team imbatible. Yo me iba con el productor a visitar los cultivos y él se quedaba alrededor de la chacra tratando de ubicar algunos frasquitos usando su appeal con las patronas, para la quinta o para las plantas del frente. Al final de la recorrida con el paisano, a la hora de anotar el pedido, las señoras estaban de nuestro lado extendiendo un poco más las ventas (“cómprenles a los muchachos que son buena gente” solían decir mirando con buenos ojos a Gustavo).

Sin duda la peor parte del trabajo consistía en viajar continuamente, el no pertenecer a ningún lado, el estar lejos de la familia y los amigos. Durante la semana utilizábamos los autos para visitar los campos vecinos, sábados y domingos viajábamos a Buenos Aires sin los coches, otras veces cada uno de nosotros dejaba el auto en un pueblo distinto y viajábamos entre pueblos en ómnibus, principalmente para disminuir el cansancio de manejar. No importaba qué tipo de estrategia era la utilizada, las horas de viaje eran mortales, aburridas, desesperantes. Gustavo y yo enfrentábamos esta monotonía de manera completamente diferente. Para mí la respuesta era simple, primitiva de negación diría un psicólogo, directamente me acomodaba como podía y cerraba los ojos para dormirme antes de que el chofer ponga segunda. Para Gustavo eso era impensable, era como una pérdida de tiempo. A su entender el viaje era una oportunidad para ampliar su red social, conocer gente, encontrar posibles clientes, pero sobre todo o quizás el principal propósito o motivación era levantarse minas. Tarea nada fácil cuando uno viaja un Miércoles a la noche desde Rio III a Despenaderos, desde Ayacucho a Tamangueyú, o desde El Perdido a Cristiano Muerto, como podría explicarse, el ambiente no es exactamente Studio 54 o la presentación de Victoria Secret en Milán. Muy por el contrario,  entre los pasajeros viajaban peones, familias con gallinas, señoras que vendían hortalizas, y viajantes, vendedores, agrónomos representantes de laboratorios (quizás estos últimos los más aburridos del pintoresco grupo). Por supuesto muchos de estos personajes repetían sus trayectos de manera que era inevitable entablar una amigable relación. También era cierto y en eso finalicé coincidiendo con Gustavo (al punto de tratar de cambiar mi actitud permaneciendo despierto un poco mas) que tal situación era una suerte de breve informativo a nivel bien local, en dónde te enteras cuánto y en qué lugar llovió, quien va a sembrar y qué cereal escogió, quién vendió bien la cosecha y también quién tiene el suficiente capital para comprarnos Fertiplast. Con todo el esfuerzo mi interés no superaba la media hora, pero sospecho que no era yo solo que vivía tal situación, debemos  acordar que la mayoría encontraba  los viajes penosamente aburridos, por eso la gente organizaba diversas actividades. No era extraño encontrarse con partidas de truco, payadas, ronda de chistes, mateadas,  muchas veces viajaban artistas en tour, no grandes figuras, sino mas bien artistas locales, malabaristas, payasos, magos, incluso algunos rockeros de segunda que se prendían a entretener al pasaje.  Algunas performances fueron extraordinarias. Recuerdo a la actuación del ballet folclórico de Las Flores en el mismo techo del ómnibus El Camello que viajaba de Tres Arroyos a Necochea, número que vio la luz debido a una pinchadura de goma; o la noche en la cual tres tenores pampeanos subieron al micro Las Pirquitas en el sinuoso camino de San Javier a Salta; el chofer emocionado removió el techo de lona del vehículo y cantaron bajo las estrellas, la gente lloraba, hasta me dedicaron un segmento de “Sensa Dorma” conociendo mi debilidad por el sueno.

Gustavo tenía una estrategia bien definida para cada viaje. Primero encaraba toda mina atractiva, visiblemente sola, tratando de sentarse su lado si podía o en su defecto chamuyando en los pasillos de parado, o si no, directamente, la invitaba a nuestros asientos despachándome hacia destinos inciertos, estos podían ser el vulgar intercambio del asiento con la señorita o el estribo de colectivo. Esto ocurría estando yo medio dormido y con una flor de puteada por supuesto. En segunda instancia (esto era en el 99 % de los casos) encaraba cualquier miembro del sexo femenino, atractivo o no, joven o no tan joven, de cualquier tamaño grupo o factor. En estos casos yo lo miraba con gesto de “sos un hijo de puta, no tenés vergüenza”. Sin embargo su razonamiento se basaba en la siguiente tesis:


-         ¿Por qué me reprochás mi falta de vergüenza? “Nunca se sabe, por ahí tiene una hermanita, una prima, una amiga en buenas condiciones”.



La última opción era charlar con algún parroquiano por el mero hecho social de conocer gente o descubrir potenciales clientes, pero al mismo tiempo con la subrepticia intención de relacionarse directamente con esta persona de modo le facilite su inserción dentro de su mundo femenino. 

Esta era una de esas noches comunes, sin nada en especial, gente cansada y aburrida en un largo y atascado camino de viernes a la noche por la ruta 9 de regreso hacia la Capital Federal. Gustavo se sentó al lado de un tipo con pinta distinguida, buena pilcha, saco sport, zapatos italianos brillantes, 45 a 50 años, no era del ambiente rural, se mostraba muy educado y amable con todos. Charlaron por largo tiempo mientras yo, como de costumbre, dormía a pata suelta abriendo un ojo de tanto en tanto para verificar por dónde andábamos y cuanto más podía dormir. A las 6 de la mañana arribamos a Retiro, nos bajamos del podrido ómnibus; en ese momento me di cuenta que había perdido el rastro de personaje sin poder precisar en qué pueblo se bajó. Gustavo parecía contento, con gesto de haberla pasado bien, como que disfrutó la conversación. Antes de despedirse me dice

-         Tipo macanudo este Ernesto, es escritor… Todo un intelectual, da charlas y conferencias en Universidades, talleres literarios. En este momento está presentando su propio libro.”

Quizás era la primera vez, después de esta clase de encuentros, que no me dijo - “parece que tiene una sobrina en Chajari de 25 que la rompe, o es el mayor en una familia a la cual le siguen 9 hermanas solteras, en Saladillo. ¿Qué te parece si organizamos la semana que viene una gira por allí”?


Me alegró que haya entablado una relación de este tipo, acaso más madura.

-         Hasta me regalo su libro - agrego Gustavo entusiasmado- el cual prometí leerlo así la próxima vez que nos encontramos le doy mi opinión. Ernesto  dijo está muy interesado en escucharla” -

El fin de semana pasó volando, estuve la mayoría del tiempo con Marina mi novia y la pasamos muy bien con la excepción de un aburrido almuerzo en lo de mis futuros suegros. Cuando me quise acordar me encontraba en la terminal de ómnibus de Retiro viendo la silueta de Gustavo acercarse corriendo.

- “Que tal el fin de semana” ? - le pregunto  - Mientras vamos a sacar los boletos le sigue su reiterado monólogo de desencuentros amorosos.


-         Un kilombo - Gustavo suspira y toma aire profundamente antes de comenzar el relato

-         “Le dije a Liza que no llegaba hasta el Sábado por la tarde, de esta manera podía pasar medio día con Carla. Con Carla todo bien;   desayunamos y nos fuimos a mi departamento y vos sabes cómo es Carla, sexo sin parar hasta el almuerzo. Luego fuimos a comer a un restaurant y de repente aparece el primo de Liza, por suerte me vio cuando iba camino al baño así que estaba solo, pero el pelotudo le conto; así que la gorda se enojo porque no la llame hasta la tarde y me reprochó que si estaba en Buenos Aires podríamos haber almorzado juntos. Carla quería seguirla en un telo a la hora de la siesta pero yo ya no daba más. A la tarde me encontré con Liza, que por supuesto estaba chinchuda. Para aplacar los ánimos  la lleve a cenar a la Recoleta y se ablandó, pasamos una noche apasionada juntos. De todas maneras y lamentablemente no me quedó tiempo para encontrarme con Susana,  me comuniqué y le dije que la vería la semana entrante, me corto de golpe creo que estaba llorando -.

No bien hizo una pausa me retire de la cola con el boleto no sin antes advertirle

-          ¿No es mejor tener una sola mina y estar tranquilo?.


Obviamente mis consejos no estaban siendo escuchados, sabía que hablaba solo pues el cretino se quedó en la ventanilla pidiéndole el teléfono a la chica que vendía boletos.Una vez sentados en el micro le pregunto

-         ¿Qué tal el libro?

-         ¿Qué libro? – me preguntó Gustavo con cara de idiota -

-         El libro, boludo, el que le prometiste leer a tu amigo Ernesto -. De inmediato su cara se tornó con un dejo de preocupación para responder.

-         Que cagada ni lo mire


Ahí nomas me puse serio dándole un breve sermón…

-         Sos un boludo, un irresponsable, que le vas a decir si sube por el camino, parece un buen tipo, vos mismo lo dijiste.

El comentario pareció entrarle por algún lado pues me aseguró que en ese mismo instante le pegaría un vistazo al texto, aunque sea para saber de qué se trataba.

Hizo una pausa de unos segundos y empezó a murmurar


     -  ¿No habrá una versión resumida, tipo Leru. Por qué te fijás en internet con tu Laptop ?


-         Gustavo, dejate de joder y pegale una leída - le respondí bastante enojado

Dos minutos y treinta segundos más tarde me quede dormido (como de costumbre) para despertarme 4 horas después, a mitad de camino, justo en el momento en que estábamos por parar me desmayo por un rico café y la posibilidad de estirar las piernas. Gustavo contrariamente a lo esperado no estaba chamuyándose alguna mina, ni jugando al truco, ni tomando mate con el chofer. Estaba roncando como una morsa boca abierta, baba chorreando por sus comisuras y el libro abierto tapándole parte de la cara. Lo despierto, se despierta y una vez abajo le pregunto…

-         ¿Qué tal?...

-         ¿Qué tal, qué? - dice el nabo secándose la baba con una servilleta, mirándome con los ojos perniabiertos.

-         Que tal el libro boludo. ¿No estuviste leyendo?

-         No…viste, me quede dormido. Habré leído dos o tres hojas. Pobre Ernesto que me perdone pero como escritor es un plomazo.

-         ¿Por qué?  - le pregunto intrigado -

Gustavo estaba perdiendo concentración al ver que la chica que servía el café tenía un amplio escote, así que tuve que insistirle.

-         “Como te podría explicar - dice mientras le hace una seña a la chica -, no pasa nada, ni hay asesinato, ni robo, ni piratas, ni tesoros. No hay un carajo, no pasa nada. Se va en descripciones, viste esos escritores que llenan el relato de detalles. Empieza en una conferencia de la ONU en San José de Costa Rica y ahí se encuentra con el delegado de Senegal.



Gustavo cortó su relato abruptamente comenzando a tomar el jugo que había traído la hermosa camarera segundos antes, él absorto, la seguía con la mirada. Lo agarro antes de que se levante con la intención de encararla y le espeto con vos firme…

-         ”Y???”… ¿Qué paso después?

Gustavo vuelve a la tierra, se sienta, se relaja recuesta su cuerpo sobre la mesa, me mira con cara de experto literario y susurra…

-         ”Y ahí se caga el relato, empieza con los detalles, con la descripción del personaje, que su grave y profunda voz, que sus pronunciadas cejas, para luego ahondar en detalles de su distinguido vestuario, sus zapatos italianos, blablablá; me quede dormido…

Fue el final del tema y comenzó el tiempo de reanudar el viaje. Aguanté sin dormirme hasta la próxima parada, Venado Tuerto, más o menos una hora más tarde. Al acercarse a la parada, no bien el micro disminuyó la velocidad, reconocí la silueta de Ernesto, fácil de distinguir entre los pasajeros con su impecable sobretodo y su maletín, listo para subir a nuestro micro.  Inmediatamente me hice el dormido, para quedarme realmente frito 2 minutos más tarde después de observar que el tal Ernesto reconoció a Gustavo y le hizo señas como para sentarse juntos. Me dormí recordando la expresión de pánico de Gustavo ante la total ignorancia del contenido de aquel libro.

Viajero experimentado, abro los ojos 2 minutos antes de llegar a Oncativo donde pasaríamos la noche en el hotel Residencial, un hospedaje modesto pero con un restaurant famoso por su parrillada y su renombrado asador. Con los primeros humos provenientes de la cocina y el irresistible aroma termine de despertarme. El tema era inevitable, la conversación no se podía esquivar aunque Gustavo seguía consumiendo chinchulines y mollejas tratando de mantener la conversación en el plano meramente gastronómico.

-         Que buenos están estos chinchulines, probá, probá esto. Mirá, acá hay riñoncitos. - Gustavo hablaba y masticaba, masticaba y hablaba.


Lo corte de repente mientras sucumbía a los riñoncitos…

      - “Che boludo, le dijiste al susodicho que su libro es un plomazo y que no aguantas más de dos líneas sin empezar a roncar profundamente -



-         “Tas loco - Gustavo subió la voz en tono de ofendido -, como voy a ser así de grosero, por lo contrario le dije que encontraba la obra interesantísima, profunda, con un especial toque sentimental y un delicioso popurrí de bien descriptos personajes. Es un relato donde la erudición y el lenguaje irónico resaltaban lo pintoresco de las situaciones”.

-         “Vos… caradura, irresponsable, ¿Tuviste la desfachatez de inventar todo eso? - le pregunto mientras cortaba una mitad de una morcilla.

-         “No…  Lo saqué de la contratapa de una novelita de amor olvidada en el bolsillo del asiento de al lado, revista que manotié rápidamente al ver la silueta de Ernesto acercarse para subir a nuestro micro - agrega Gustavo mientras levanta la copa de vino y continua inmutable con voz de crítico de cine. -Resulta imposible no sentirse tocado por semejante visión romántica y sensual de las relaciones modernas”


Debí mandarme un buen trago de vino para calmar mi asombro, para de inmediato cuestionarle

     - ¿Y eso de donde lo sacaste?

-         Como te dije, en el mismo bolsillo había una revista “Susy secretos del Corazón”, eso fue todo lo que pude leer cuando el tipo se distrajo para alcanzar su maletín del compartimiento de arriba del asiento antes de despedirse. Gracias a Dios sólo viajo media hora. Se bajó en el pueblo siguiente. Se emociono mucho de que yo compartiera sus ideas - prosiguió Gustavo como intentando convencerse  a sí mismo -. Es más el Sábado estamos invitados a una gran cena presentación que incluye disertación en el Savoy. Te das cuenta, en el Savoy de la ciudad de Córdoba; todo pago: canapés, sanguchitos, cocteles y como te imaginarás, muchas minas - finaliza excitado su monologo- .

Tras una semana agotadora me pareció bien quedarnos el fin de semana en la capital de La Docta para un merecido descanso, cosa que no le agradó para nada a Marisa en Buenos Aires, pero de vez en cuando viene bien quedarse y evitar los largos viajes, aparte le conté del evento del sábado y la posibilidad de hacer nuevos clientes.

Aquel sábado a la tardecita y una vez alojados en el lujoso hotel decido tomar una larga ducha y disfrutar de un refrescante jugo de naranja para hidratarme bien, cosa de desintoxicarme e ir bien preparado para el chupi nocturno.

-         Mirá que va a subir dentro de un rato – comenta Gustavo en el preciso instante en que yo estaba a punto de meter un pie en la bañadera –

   

-         ¿Quién va a subir ? -le pregunto-

-         Ernesto- me contesta –, dejó un mensaje diciendo que va a traer un champan; qué se yo.

-         ¿Terminaste de leer el libro?. ¿Por qué no tratas de leer un poco más? – le recomendé temiendo que haga un papelón con sus comentarios extraídos de la revista “Susy”.

-         Bueno - dice Gustavo –pero si me quedo dormido despertarme para la fiesta, no te vas a ir solo


Decidí cambiar la ducha por un bien merecido baño de inmersión, seguramente sería más efectivo para desintoxicarme y relajarme. Tan efectivo fue que me quede semidormido volviendo a la realidad pocos minutos después bajo el imperio  de bruscos ruidos, pasos agitados y movimientos de llaves. Gustavo se asoma por la puerta con un extraño rictus, tez pálida y cara sin la mayor expresividad.

-         Vuelvo en cinco minutos – me dice apurado saliendo en veloz corrida -


La cosa me olió muy mal. Este no era el comportamiento de Gustavo antes de una festichola, estaría más bien pavoneando acerca de las minas que se iba a levantar, eligiendo qué camisa se iba a poner, escuchando música a todo lo que da, pero salir corriendo, no.

Salí de la bañera preocupado portando solamente la toalla en la cintura. De inmediato descubro tirado en el medio de la pieza el famoso libro. Empiezo a leer de a salteado sospechando que tenía algo que ver con la actitud de mi amigo y decía: “Luego de la convención de Costa Rica volví a encontrarme con Abutu, sin duda un maravilloso ejemplar, extremadamente buen mozo con su pelo largo y grueso, sus profundos ojos marrones con pestanas perfectamente formadas y gruesas y redondas cejas.

Salteo algunas hojas y continúo leyendo…

“fue en el hotel de la playa cangrejales. Ahí no hubo tiempo para la diplomacia. Me besó en la boca y sin hablar se quitó la ropa y le apreté sus firmes muslos dorados”

Salteo, me pongo muy nervioso, se me seca la boca y me acuerdo que este Viejo puto está en camino a la habitación.

Continúo leyendo un poco más…

Gracias a Luis pude olvidar a Abutu, el estaba tomado sol con un speedo minúsculo color violeta, podía observar sus manos delicadas, sus fuertes brazos, sus amplios hombros, su cuello elegante, sin duda un maravilloso ejemplar”

Salteo 10 hojas y me acuerdo que puede llegar en cualquier momento y que Gustavo se piro’ y me hierve la sangre pero leo un poco más…

“Él se sacó su ropa, desnudo resplandecía de poder y confianza porque Carlos había sido un atleta, un maravilloso ejemplar. Entonces borrachos y desnudos empezamos a luchar como gladiadores, me puso con mis piernas alrededor de su cuello, para luego ponerme de espaldas contra el suelo y comenzar a sodomizarme.”

Deje de leer consternado, pase varios segundos semiconsciente, casi en coma, cuando como un trueno unos golpes en la puerta retumbaron en mi cabeza. Del otro lado, con vos finita pero insistente se escucha alguien que dice “Soy yo Ernesto. Totalmente mareado miro por la mirilla y veo al viejo con una bata roja, botella de champan en una de sus manos y una rosa roja en la otra.
Eso fue lo último que vi antes de desvanecerme gritando internamente desde mi subconsciente “Gustavo sos un hijo de puta”.

 * Primer Premio Concurso Cuento Corto - Australia

Traducido por Javier Martín Miró. "Argentinizado" por Gustavo Marcelo Sala con anuencia del autor.


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miércoles, 19 de noviembre de 2014

CUANDO EL ARTE EXPLICA: CONCEPTO DE PECADO (Anónimo)





Un hombre devoto fue a vivir a una casa en donde tenía como vecina a una prostituta. Ya al día siguiente se dio cuenta del incesante ir y venir de hombres que acudían a solicitar los servicios sexuales de la mujer. Escandalizado por la situación, se dirigió a la prostituta en estos términos:

-Mujer malvada y pecadora que corrompes a los hombres, ¡arrepiéntete de tu conducta! Para que cada día tengas conciencia de tus terribles actos, yo colocaré una piedrecita en la puerta de la casa por cada pecado que cometas. 

Y así, cada día, el devoto fue sumando piedras por cada hombre que visitaba a la ramera, formando un montón con cientos de ellas. La mujer veía crecer el cúmulo de piedras y su corazón sufría, ya que la vida y sus avatares la habían empujado a aquella situación que era la primera en lamentar.

Una noche, un terremoto destruyó aquel pueblo, muriendo en la catástrofe el devoto y la prostituta. Ambas almas fueron rápidamente conducidas ante los jueces celestes que dictaron:

-El alma de la prostituta que sea llevada al paraíso, y el alma del hombre que sea conducida a los infiernos.

-Un momento -intervino el devoto-, aquí debe de haber un error. Es ella la que ha estado pecando incesantemente todos los días en varias ocasiones, yo en cambio he respetado los dictados de la moral.

Los jueces se miraron entre sí sin dar crédito a lo que oían.

-No hay ningún error. Esta mujer tiene el alma blanca. Es posible que su cuerpo pecase, pero la vida la condujo a un destino que no pudo eludir. Pero su mente y su corazón rogaban a cada instante el poder terminar con aquel tipo de vida que tanto la hacía padecer. Tú, en cambio, tienes el corazón negro de albergar resentimiento, culpa y juicio contra ella, eso sin contar con que con cada piedra contribuías a aumentar su humillación y vergüenza. No hay perdón para ti, ¡que se cumpla la sentencia!

Inmediatamente la mujer fue llevada a gozar de los placeres y beatitud del paraíso, y dicen que aquel hombre que se creía honorable, continúa asándose en el infierno.

Lección / Moraleja: No hay peor persona que la que proclamando conceptos benignos, obra con métodos malvados.

sábado, 8 de noviembre de 2014

EL LIBERALISMO CLÁSICO DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE






LA GRAVEDAD DE LA DEMOCRACIA


Los hombres que viven en los países democráticos, no se entregan, por lo regular, a esa especie de diversiones sencillas, groseras y turbulentas, a que el pueblo se abandona en las aristocracias, porque las encuentran pueriles o insípidas. Tampoco muestran interés por las intelectuales y refinadas de las clases aristocráticas, porque necesitan alguna cosa productiva y substancial en sus placeres y quieren mezclar con goces su alegría.
En las sociedades aristocráticas, el pueblo se entrega con placer a los transportes de alegría tumultuosa y agradable, que lo arrancan repentinamente de la contemplación de sus miserias; pero los habitantes de las democracias no quieren esas agitaciones violentas que los ponen fuera de sí mismos, y rara vez se entregan a ellas; prefieren a esos transportes frívolos, entretenimientos graves y silenciosos, que se parecen a los negocios mismos y que no se los dejan olvidar enteramente.
Hay norteamericanos que, en lugar de ir en los momentos de descanso a bailar alegremente en las reuniones públicas, como lo hace la mayor parte de la gente de su profesión en Europa, se encierra solo a beber en lo más retirado de su morada. Goza a la vez de dos placeres: piensa en sus negocios y se embriaga decentemente en medio de su familia.
Yo creía que los ingleses constituían la nación más seria de la Tierra, pero cuando he visto a los norteamericanos, he cambiado de opinión.
No diré que el temperamento no influya mucho en el carácter de los habitantes de los Estados Unidos, pero, con todo, creo que las instituciones políticas contribuyen todavía más.
Pienso que la gravedad de los norteamericanos nace en partir de su orgullo. En los países democráticos, el pobre mismo tiene una alta idea de su valer personal; se contempla con placer y cree que los demás le observan. Con semejante disposición, tiene que vigilar siempre con cuidado sus palabras y sus hechos y se contiene en todo momento por temor a descubrir lo que le falta, figurándose que, para parecer digno, es preciso mantenerse grave.
Pero yo descubro otra causa más íntima y poderosa, que produce como por instinto en los norteamericanos esa gravedad que tanto admiro.
Bajo el despotismo, los pueblos se abandonan de tiempo en tiempo a los excesos de una loca alegría; pero, en general, son tristes y melancólicos, porque tienen miedo.
En las monarquías absolutas, que atemperan los usos y las costumbres, dejan ver, por lo regular, un carácter festivo e igual, porque gozando de alguna libertad y de una seguridad suficiente, están exentos de los cuidados más importantes de la vida; pero todos los pueblos libres son graves, porque su espíritu se halla habitualmente ocupado en algún proyecto difícil o peligroso.
Esto sucede particularmente en los pueblos libres que están constituidos en democracia. Se encuentra entonces en todas las clases un número infinito de gente que se preocupa sin cesar de los negocios delicados del gobierno, y los que no piensan en dirigir el bien público, se entregan completamente al cuidado de aumentar su fortuna privada. En un pueblo semejante, la gravedad no es peculiar a ciertos hombres, sino que se hace un hábito nacional.
Se habla mucho de pequeñas democracias de la Antigüedad en las que los ciudadanos iban a las plazas públicas con coronas de rosas y pasaban casi todo su tiempo en danzas y espectáculos. No creo en semejantes Repúblicas más que en la de Platón, o si las cosas sucedían en ellas como se cuenta, no temo afirmar que esas pretendidas democracias se componían de elementos muy distintos que en las nuestras y que sólo se parecían a éstas en el nombre.
Por lo demás, no debe creerse que la gente que vive en las democracias se considere digna de lástima en medio de sus labores: se observa precisamente lo contrario. No hay hombres que estimen más su condición, en tales términos que encontrarían la vida desagradable si se les liberase de los cuidados que los atormentan, pues se muestran más aficionados a sus fatigas que los pueblos aristocráticos a sus placeres.
Yo me pregunto por qué los mismos pueblos democráticos, que son tan graves, se conducen algunas veces de un modo tan inconsiderado.
Los norteamericanos, que por lo regular tienen un exterior frío y un aire sosegado, se dejan, sin embargo, arrastrar con frecuencia fuera de sí por una pasión súbita o por una opinión irreflexiva, y suelen hacer con la mayor seriedad tonterías muy singulares. Este contraste no debe sorprender.
Hay una especie de ignorancia que nace de la exagerada publicidad. En los Estados despóticos, los hombres no saben cómo obrar, porque nada se les dice; en las naciones democráticas, obran muchas veces por casualidad; porque se les ha querido decir todo, de manera que los unos ignoran y los otros olvidan. Los rasgos principales de cada cuadro desaparecen para ellos entre la multitud de detalles.
Se admira uno de tantas palabras imprudentes como algunas veces profiere un hombre público en los Estados libres y sobre todo en los Estados democráticos, sin comprometerse; mientras que en las monarquías absolutas, una palabra que se escape por casualidad basta para descubrirlo para siempre y perderlo sin remedio.
Esto se explica por lo que precede. Cuando un hombre habla ante una muchedumbre, muchas palabras no son oídas o se borran bien pronto de la memoria de los que las escuchan; pero en el silencio de un auditorio mudo e inmóvil, los más débiles sonidos penetran en el oído.
En las democracias, los hombres no están nunca fijos: mil azares los hacen cambiar de lugar a cada instante, y casi siempre reina un no sé qué de imprevisto, o por mejor decir, de extemporáneo en la vida. Por esta razón, se ven frecuentemente obligados a hacer lo que no saben o han aprendido mal, a hablar de lo que no entienden, y a dedicarse a trabajos para los cuales no estaban preparados por un largo aprendizaje.
En las aristocracias, cada hombre no tiene más que un solo objeto que alcanzar, y éste lo persigue sin cesar; pero en los pueblos democráticos, la existencia del hombre es muy complicada y es raro que el mismo espíritu no abrace a la vez muchos objetos, extraños con frecuencia los unos a los otros, y como no puede conocerlos todos bien, se satisface con nociones imperfectas.
Cuando el habitante de las democracias no se halla acosado por sus necesidades, lo está al menos por sus deseos; pues entre todos los bienes que lo rodean no ve ninguno que esté completamente fuera de su alcance. Hace todas las cosas con precipitación, se contenta siempre con poco y no se detiene nunca más que un instante para considerar cada uno de sus actos.
Su curiosidad es a la vez insaciable y satisfecha con facilidad, pues prefiere saber mucho con prontitud, a saber bien con madurez, y como tampoco tiene el tiempo suficiente, pierde pronto el gusto de profundizar.
Así, los pueblos democráticos son graves, porque su estado social y político los conduce sin cesar a ocuparse de cosas serias y obran inconsideradamente, porque no dedican sino muy poco tiempo y atención a cada una de estas cosas.
El hábito del descuido debe considerarse como el mayor vicio del espíritu democrático.