Compilado de Blues Romantic, el arte de Mariusz Lewandowski y una novela breve.. ET IMMATURA MORS. y sus fangosos pretextos celestiales
Novela
Gustavo
Marcelo Sala
Índice
-
Referencia: Tapa y carátula… 5
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Inducción… 7
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Señuelo… 61
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Artificio… 80
-
La Partida… 94
-
Despedida… 104
Tapa
y carátula Mariusz Lawandowski
Mariusz Lewandowski nació en 1960
en Działdowo, Polonia, dentro de la región conocida como Masuria. Desde joven
ya empezó con sus primeras pinturas, tratando de plasmar en ellas su pasión por
la música, los fenómenos paranormales y las teorías del inconsciente humano.
Actualmente vive y crea en Górowo Iławeckie, un pequeño pueblo del condado de
Bartoszycki. Sobra decir que su arte está claramente influenciado por Zdzislaw Beksiński,
ambos autores son una parte importante del surrealismo polaco. En cierta
medida, su arte puede considerarse una continuación del de Beksiński, sin
embargo, más que la visión postapocalíptica o la transformación que es
fundamental en este otro artista ya
fallecido, en las obras de Lewandowski permanece inalterada la figura del
hombre, empequeñecida ésta en virtud de los terroríficos símbolos y misterios
que la rodean.
Los cobardes agonizan ante la
muerte,
los valientes ni se enteran de ella
(Julio César)
Inducción
Arribé
a la cita acosado por varias maletas cargadas con errores y apenas una cartera
de mano con algunos brumosos aciertos. El coche de alquiler se situó frente al
predio, tal cual tenía ordenado en su hoja de ruta. El amable conductor bajó el
equipaje, sin perder tiempo ni modales, depositando el bagaje en el umbral que
limitaba con la puerta principal, último estadio de una breve escalera de
mármol. Una generosa propina, desautorizada
y
prohibida de aceptar por sus mandates, fue el arcano que nos quedó como reserva,
premio y pago por su respetuoso y altero silencio; muchas cosas que tienen
precio no tienen valor, corrijo, casi todas, y viceversa. La casona no poseía
rasgos distintivos a destacar. De hecho si un escritor deseaba comenzar un
relato por su fachada se hubiera encontrado, seguramente, con la fastidiosa
complejidad de la hoja en blanco, acaso el mayor y más repugnante desafío con
el cual un narrador puede tropezar de cara a un supuesto imaginario y sufrido
acto creativo. Cientos de ellas y sus senderos parquizados, saciados sus
linderos por hojas secas provenientes de múltiples y longevas especies, están
muy bien retratadas en otros tantos cientos de relatos brillantes que la literatura
universal atesora de forma generosa para nuestro júbilo lector, de manera que
no nos detendremos en absurdas redundancias epistolares. Estaba allí, en las
vísperas, como lo es gran parte de nuestra vida, a poco de iniciar la redacción
de mi testamento, epifanía mediante, percibiendo que el olvido de mí era el
máximo y único valor a legar. Nada más había de vergonzante para un trágico,
poeta que codiciando ser leído, se había traducido como vulgar y con ello
logrado como prima, atributos mayores a sus virtudes. No existe mayor rigor
lírico, más emocionante, triste y excitante que las vísperas de la finitud,
provocarle atención a la vejez. Hay que ahorrarle palabras a la verdad, a la
tragedia, al infinito y comenzar a actuar, ya lo vemos, marchamos hacia él, somos
muy similares a ese cadáver que nos tomó de la mano, que nos sonríe. Hace
tiempo que soy el módico insomnio de un texto que desaparece con jadeante sarcasmo
al despertar. En todos los aspectos de la vida la desesperanza nunca defrauda. Resulta
maravilloso aferrarse a ella, hasta permite bocetar relatos y poemas
aceptables. Por eso al irnos a descansar, luego de una de esas jornadas
olvidables, debemos procurarnos la compañía y el consuelo de la pesadilla, espectro
que jamás deberá ser interrumpido hasta su trágico desenlace, esto es, más allá
de estar inerme o alerta, si es que, bajo esas circunstancias, las diferencias
existen. A pesar del dispar balanceo de mí equipaje desaconsejo de manera
inflexible esa suerte de revisionismo cool
que ha logrado cimentar en el presente a la soledad. El culto a la soledad,
oscura fe de la postmodernidad, es el alegato burgués por el cual el
individualismo y el egocentrismo in
extremis explican por colectora el éxito de la soberbia. Y es esa jactancia
la que formatea conciencias hasta anularlas, exhortando a juzgar que el monólogo
está por encima del diálogo, y que el soliloquio es heredero putativo de un decil
superador. La soledad no es estar solo ante la disyuntiva de una tristeza o una
alegría. La soledad es caminar en solitario hacia ese destino. Acaso, y
pienso para mí, te ha tocado estar mal acompañado, eso para nada significa que
estar acompañado es una jerarquía trivial.
Me
quede perplejo observando la artística aldaba de hierro que moraba en el lateral
izquierdo de la puerta, pieza de gran porte que chocaba sobre un hexágono
metálico de generosas medidas cuyo bajorrelieve exhibía en distintos niveles la
imagen de un cuerpo y su sombra. Pieza trabajada de manera personalizada
seguramente, detalle de distinción que no se corresponde a las reglas de
mercado. En mi caso jamás hallé la forma de disfrutar mis sombras. Hace apenas
dos días me desperté en la oscuridad de la madrugada a poco que comenzara a
sonar el milagroso timbreo del placer. Estaba sobre mí, dándome la espalda,
protegiendo y a la vez controlando con sus espléndidas piernas mi sencilla
humanidad. Su cuerpo se hallaba inclinado un poco hacia adelante para lograr
tener una perspectiva cardinal del juego que había diseñado con la ayuda de un
espejo que en la cabecera le iba a mostrar con rudeza la marca de
cada gemido en su rostro. Los dos flancos de luz laterales que le daban aire a
la danza formalizaba la masculina rigidez del miembro, el cual era absorbido y
liberado por su libre albedrío y sensualidad. En ocasiones llegaba hasta sus
límites, los cuales acariciaba levemente, para de inmediato deslizarse hacia
arriba de manera recorrer en círculos y con suma delicadeza un glande tan firme
como rendido a su voluntad. De mi parte la perspectiva me exhibía cada uno de
los movimientos de un universo en plena rebeldía y su matrimonio con el
arte, sexo armónico, poético. Y avanzaba y se detenía, todo al ritmo del
temblor de mis piernas, dilema que ella tabulaba hasta el paroxismo. Incluso,
en cierto momento aquietó su vértigo, y tal como estaba se retiró en dirección
a mi boca colocando su sexo de manera simétrica, estableciendo con el mío la
perfecta armonía erótica. Nada debía secarse, la humedad de nuestros
humores y fluidos naturales era el lubricante imprescindible de un motor que
solamente funcionaba gracias al ardor de nuestros cuerpos entrelazados. Y otra
vez mis piernas temblorosas le indicaron que debía aplacar la expulsión,
pero las suyas, temblorosas, y ahora dominadas por la excitación, le
impidieron resolverlo con solvencia arbitraria, mi lengua le estaba robando
hasta el último olvido, hasta el último dolor, la última mentira de la que fue
víctima, la última tristeza… Y no pudo, y no dejé que retomara la perspectiva
llevando su desesperación a los límites de la sed, y tuvo sed y me bebió
íntegro e intenso, cálido y reparador… Me volví a dormir, menos
cansado, lagrimeando... Ella no estaba, como cada día desde hacía casi treinta años.
Luego
de la breve digresión emocional y evocativa accioné con firmeza la pieza de llamado
que tanto me había dispersado.
-Encantado,
lo estábamos esperando, por favor, adelante, todo está preparado, el señor lo
aguarda en el salón Paul Éluard, para aderezar la bienvenida con algunas delicatessen de media tarde. Nuestro
colaborador Charles lo guiará, su voluminoso equipaje de errores quedará a
nuestro cargo, creo que usted puede holgadamente con la tara de sus modestos
aciertos. Mi nombre es Verlaine.
-¿Verlaine?...No le voy a preguntar por el tiro que le dio a Rimbaud, agresión que le valió la cárcel.
-¿Verlaine?...No le voy a preguntar por el tiro que le dio a Rimbaud, agresión que le valió la cárcel.
-Mejor
así, aunque si gusta puede hacerlo usted mismo al propio Rimbaud dentro de la
casa, lo va a hallar en el vivero. Por favor, le pido que prosiga los pasos de
Charles.
-¿Charles?
Intuyo que Baudelaire.
-Es
cierto.
-Baudelaire,
Verlaine, Éluard, Rimbaud, genios todos, acaso malditos, ninguno llegó a la
vejez.
-El
señor lo aguarda.
La
casona sostenía la entereza de un pasado estético en donde el arte formaba
parte del mínimo detalle cotidiano. Aún el costo/beneficio no había concebido
ese surco, esa mella cultural en donde hasta el oxigenante espacio es sinónimo
de rentabilidad. Varios salones me vi obligado a cruzar hasta llegar al “señor”
siguiendo las huellas de Baudelaire. En el primero Mozart departía con
Schubert, con Bizet, con Mendelson y con Federico Chopin sobre la evolución de
la música clásica desde sus tiempos hasta nuestros días. En el salón contiguo
Lennon, Elvis, Pappo, Joplin, Morrison, Amy Winehouse, Robert Johnson, Otis
Redding, Mercury y Cerati escuchaban atentos y con rictus de admiración los
solos de guitarra que improvisaban Vaughan y Hendrix. Julio Sosa, Gardel y
Discepolín, prefirieron matizar recuerdos criollos bajo la parra contigua al
aljibe, texto frondoso ubicado en el patio interno.
En
el siguiente espacio y a media voz, para no molestar a los artistas Belgrano,
Moreno, Castelli, Monteagudo, Dorrego y Quiroga departían cínica y risueñamente
sobre el fin de las ideologías y de la historia. En las afueras y tras los
elegantes vitreaux se podía ver
pelotear en los espacios deportivos al Búfalo Funes y en la cancha de básquet a
Koby y a Drazen en un mágico duelo uno contra uno. Del otro lado del predio,
Ringo y el Mono hacían sombra bajo un frondoso sauce, mientras que en una
improvisada pista, Ayrton y Gilles probaban sus kartings de la adolescencia.
Bayron,
Poe, Keats, Percy B. Shelley, Ale Pizarnik, Austen y Kennedy Toole, discutían
acaloradamente sobre aquel axioma que le adjudica al cesto de basuras ser el
primer mobiliario que debe comprar un escritor a la hora de equipar su estudio.
En
una pequeña sala contigua Dantón, Alejandro, Luisa Michel, Luther King,
Guevara, Evita, Malcom X, las Mirabal y Walsh trataban de entender y deconstruir
un presente timorato, sin revoluciones ni asonadas contundentes, ante el
criminal proceso de deterioro social que se vivía a partir de la escandalosa
desigualdad existente. En cada salón un artista plástico dejaba testimonio de
la verbena, así pues entre escultores y pintores pude distinguir a Van Gogh, Rodin,
Caravaggio, Klimt, Vermeer, Warhol, Pollock, Rafael, Frida Khalo, Juan Gris, y
Samo. A pocos metros Marilyn y James Dean jugaban desde un improvisado balcón
con párrafos de Romeo y Julieta, mientras que desde una segunda instancia Bob Marley
y Luca Prodan cantaban en coordinado dueto No Woman no Cry.
Dos
cuestiones me llamaron la atención segundos antes de lo que se suponía era el
final del trayecto habida cuenta que el propio Charles, antes de retirarse, me
solicitó que aguardara en una suerte de antesala en donde solamente una puerta
de madera artísticamente labrada le daba sentido al lugar. Todos ellos sin
excepción no habían arribado a la vejez, algunos tan solo pudieron desarrollar
sus talentos y audacias artísticas durante menos de una década, otros no habían
superado los treinta y cinco años de edad, al mismo tiempo, y en ese mismo
sentido, el principal ícono histórico de la muerte prematura, Jesús, por el
momento, no tenía lugar en el recoleto frontispicio.
-Becerra,
es un gustazo conocerlo, me puso muy feliz que haya aceptado sin prejuicios lo
que sabemos es una extraña invitación, es un inmenso placer tenerlo en casa –
manifestó con acentuado júbilo quien instantes antes había abierto la puerta de
lo que parecía su despacho –
Un
hombre alto, esbelto, de rasgos moriscos, barba incipiente, geométrica y prolijamente
recortada, de impecable y moderna traza, interrumpió abruptamente mis
cavilaciones y fantasías. Llamaron mi atención su elegante sombrero de ala
corta y sus guantes de cuero negro, modas ajenas cuando de ámbitos domésticos
se trata. Lo leí como parte de su sibilina personalidad.
-El
placer es mío, y más, luego de la reciente experiencia al recorrer la casona.
Su exterior clásico y añejo, y su interior de colección. Lo que he visto vaya
si me ha sorprendido. He cumplido de cabo a rabo con el instructivo. Pero, cómo
lo debo llamar y a qué se debe el honor de su invitación – manifesté si temor a
posibles embustes –
-Antes
que nada – interrumpió el altruista anfitrión – le debo aclarar que sus maletas
cargadas con errores serán, de llegar a un acuerdo, debidamente incineradas,
aquí no interesan los posibles quiebres de las personas elegidas, es muy usual
la desproporción entre los aciertos y los errores, sucede que muy pocos se
hacen cargo, de hecho usted trajo un bagaje completo, pero escueto en
comparación con algunos de nuestros huéspedes, si supiera el trabajo que nos dieron
otros. Lo suyo Becerra ha sido bastante apocado. Aquí nos interesamos por la
buenas obras y sus autores, eventos hecho síntesis y sustantivo, diseños que el
tiempo no logrará erosionar, virtudes sean ellas artísticas, humanísticas,
científicas o políticas. Puede llamarme Isa.
-El
Cristo profeta del Islam – afirmé -
-Al
cual el tiempo no logró humillar a pesar de “la pasión”. Observo que no le
sorprende la revelación.
-Le
confieso que estaba en proceso de pesquisa. Los habitantes de la mansión son un
claro camino hacia usted. Los más brillantes seres que han pisado la tierra en
cada una de las actividades humanas, y todos ellos fallecidos tempranamente,
con la vejez negada, sin la posibilidad de cuantificar y calificar sus sarros y
hongos, preservados por esa misma muerte ante los ojos cándidos e ignorantes
del vulgar mortal.
-Los
genios cuentan con suficientes credenciales a la hora del riesgo, acaso podemos
afirmar que viven más rápidamente, no son conservadores, no abusan de las
previsiones, de los silencios cobardes y menos de los cuidados.
-¿Y
qué hago aquí entonces?
-Veremos,
por ahora es solo un borrador entre miles de escritores.
-No
lo comprendo.
-Está
siendo evaluado como tal para ingresar sin mayores mohos al territorio de la
eternidad.
-Pero
mis obras han sido un rotundo fracaso, nadie las compra, incluso aquellos a los
cuales se las he obsequiado no se han interesado por leerlas. De hecho y debido
a ese desinterés he editado mi obra completa por cuenta propia.
-Nada
que no le haya ocurrido a muchos de los artistas, científicos, pensadores que
usted descubrió cuando recorría la casa. De corriente las cohortes no tienen el
tiempo suficiente ni la capacidad para valorar su propia actualidad justamente
porque están allí, su protagonismo es más importante de lo que sucede alrededor,
sus vértigos producen ceguera, y más cuando se trata de vanguardistas. Un atrevido,
un artista osado, un aventurado a su tiempo guarda todos los requisitos para
ser un llamado de atención a la humanidad como especie hasta el fin de sus días.
Porque le aviso mi amigo, eso sucederá inexorablemente. Llegará el día en el
cual no existirán ni la negación ni la oscuridad, porque no habrá testigos que
puedan dar fe de ellas. De todos modos cabe la duda, si por la muerte temprana
fuera hasta hace dos centurias la redención de la humanidad estaba asegurada
debido a que la esperanza de vida no superaba las cuatro décadas, de manera que
no le voy a andar con tonteras.
-Usted
me está ofreciendo una muerte terrenal temprana para obtener el beneficio de
una vida artística ilimitada.
-Yo
no soy quien se lo ofrece, se lo está evaluando
-¿Quién,
entonces?
-Es
un cuerpo colegiado irreprochable en la materia, ajenos a las pautas de la
muerte temprana, usted los conoce más y mejor que yo: Aristófanes por caso,
experto en retórica, Demetrio, un amplio conocedor de los estilos, Plutarco y
su teoría sobre el rol educativo que subyace en la poesía, Plotino y el
concepto literario de lo bello, y los romanos Quintiliano en oratoria y Horacio
entendiendo e incluyendo al lector como parte fundamental de la literatura, todos
ellos de manera asociada con la colaboración del Dante, de Petrarca y de
Bocaccio. Le advierto que no se trata de un jurado, la literatura en este
ámbito no está sujeta a sufragios sobre gustos y cuestiones subjetivas, aquí se
evalúa una obra, un legado, un aporte a la humanidad, bajo ningún concepto pesa
el azar de un relato virtuoso. No es un reality
show mi estimado, en todo caso el premio mayor, esto es, la muerte temprana
para el logro de la inmortalidad artística, dista bastante de los paradigmas
vulgares que proponen dichos espectros contemporáneos. Estoy al tanto que
algunos de sus textos relatan sobre el dilema. Si la resultante de la
evaluación fuera negativa no habría opción y usted sería devuelto a su mundo
tangible asumiendo la instancia vivida tan solo un simple y vulgar sueño, ahora
bien, si el efecto fuese positivo por parte de nuestros expertos tendríamos dos
alternativas: La primera sería su rechazo personal, su negativa a morir de
manera prematura, para por caso seguir escribiendo o tratar de encontrar ese
amor perdido o inalcanzable, cuestión que se resolvería en idénticos términos a
los antedichos en caso de ser rechazado por nuestra colegiatura en letras; la
segunda, esto es, su aceptación, involucraría la eternidad en su sentido más
estricto, el prestigio, la eminencia, su nombre se transformaría en sujeto,
acaso en adjetivo con solo mencionarse, sería idioma, término, teniendo usted
mismo la discrecional oportunidad de escoger no solo la forma de su muerte, la
cual puede ser trágica, valerosa, lastimosa, incidental, sino además a una
persona para que lo acompañe en su cielo exclusivo, incluso puede ser alguien
que haya perdido, fatalidad mediante, hace muchos años. Por ejemplo, con la
dama inspiradora del erótico relato que bocetó hace algunas horas al quedar
perplejo delante de la aldaba.
-Los
músicos de Blues tradicional denominan a estos acertijos mefistofélicos como encrucijadas.
Esto aparece cuando ellos asumen la situación angustiante de no haber creado y
tocado aún sus mejores acordes, los más complejos, tal vez los preexistentes a
su yo creador, los que nacieron con ellos y esperan de manera paciente. Pues en
mi caso no considero aún haber escrito mi mejor obra, y aceptar la propuesta
implicaría abandonar el ardor artístico que supone esa búsqueda. Al mismo
tiempo obtener el reconocimiento universal, algo que no sucede en mi escenario
vital, cuestión que realmente me mortifica, y que sea en compañía de mi amada le
daría a mi vida ese sentido lúdico y existencial que aún no tuvo, aunque paradójicamente
se trate de un escenario luctuoso e inexistente, ausente de deseos, como lo es
el nirvana oriental. Aun así le confieso que necesito pensarlo con suma
modestia y cautela. No me gustaría pecar de soberbio para tan solo pertenecer a
una elite cuyo elemento significativo es la muerte temprana.
-Y
lo qué significó para la humanidad ese talento, más el altruismo y la propia
osadía a la hora de exponerlo – interrumpió Isa –
-Como
elemento secundario mi estimado. No los veo a los longevos Schopenhauer, a Sócrates,
a Cervantes, a Papini, a Chesterton, a Borges, a Picasso, a Dalí, a cientos de
talentosos que han dejado buena sombra, acaso más y mejor de la provista por
muchos de sus entenados.
-No
se equivoque Becerra, no es solo el talento, es como ellos leyeron su don y lo
transmitieron al mundo. No pongo en duda la genialidad de los que mencionó,
forman parte de mi biblioteca desde siempre, pero hay un valor agregado que a
nuestros eternos los hace distintos. Nunca midieron las consecuencias de sus emociones,
jamás se hicieron las preguntas que usted se está haciendo, por eso fueron
escogidos.
-Entonces
me doy por desechado debido a que no considero a la pasión formando parte de la
belleza, todo lo contrario, sucede que la banalización de la palabra le ha
marchitado su sentido existencial. Usted lo sabe mejor que nadie. La pasión no
es amor, la pasión es dolor extremo.
-No
soy yo quien lo decide. Además es muy frecuente escuchar esos mismos planteos,
le confieso que algunos de los que usted nombró lo hicieron de la misma forma
cuando fueron invitados, hasta que finalmente decidieron rechazar la oferta en
algún caso, o en otros directamente, no pasaron la prueba.
-¿No
pasar la prueba. Me va a decir que esos nombres no pudieron superar la prueba?
-Algunos
de ellos no lo lograron. Ya se lo mencioné, no es solo el talento. Hay
soberbias que irritan y desmejoran, orgullos que envilecen. Ser ícono es
aceptar la pesada carga de los tiempos, sobre todo de los malos momentos, y es
allí en donde encontramos el quiebre. No todos están dispuestos a sacrificarse
para dejar buena sombra, el egocentrismo y el individualismo no son novedades ni
pecados de la modernidad como algunos creen. Le puedo hablar horas sobre
Antistenes, Diógenes, y el resto de la muchachada cínica. Aun con sus egoístas
petulancias mancebas y estigmatizaciones generalizadas pudimos lograr que la
mártir y estigmatizada Hiparquía acepte nuestra invitación. También le puedo
contar de muchos mediocres con pretensiones, que ansiosos por trascender
sospechan que una muerte temprana los redime, que sin su presencia, tanto el mundo
como la contemporaneidad reciben un castigo aleccionador, son los que piensan
que sus vidas valen la pena un escrito, una novela en el peor de los casos. Por
eso le confío, mi amigo Becerra, que no es solamente un inciso el que se toma
en cuenta para pertenecer a tan destacado panteón humanista, de hecho un
elemento que no se descarta son las dificultades coyunturales con las cuales
cada candidato en proceso de valoración tuvo que convivir. No es lo mismo
desarrollar un arte en la miseria más absoluta, en donde el fervor por obrar es
el oxígeno que le da vida al talento, que aquel arropado por un mecenas el cual
le pone todas las comodidades y no necesita más que liberar sus fuerzas
creativas. Aquí Edison, más allá de su inteligencia, sabiduría y de sus
legítimas aspiraciones individuales, nunca hubiera podido ingresar debido que tras
sus centenares de patentes y supuestas invenciones estaba la billetera de J.P
Morgan, empresario que se las adquiría a precio vil a los verdaderos
inventores, pobres desde luego, para más tarde inscribirlas a nombre del bueno
de Thomas Alva para su posterior desarrollo científico y comercial.
-Durante
la recorrida he visto personas con notorios puntos oscuros en sus vidas,
quebrantos probados y hasta en algún caso con delitos y condenas.
-Sin
duda alguna. Por eso le mencioné que su equipaje de errores no era de lo más
gravoso que hemos visto. Bueno usted le
recordó a Verlaine su abyecta actitud en perjuicio de Rimbaud, cosa en la cual
me detuve porque a nuestro amigo poeta no le gustó para nada. Ahí lo tiene a
Koby, recién arribado, aceptó a regañadientes, uno de los cinco más grandes de
la historia del básquet, ícono y ejemplo en todas las latitudes, pero nadie
olvida su causa por abuso. Ni Bonavena ni Gatica eran dechados de virtudes, y
así podríamos repasar cada músico, cada pintor, cada científico, cada
estadista, cada deportista. Aquí se trata de entender que en contados casos las
mejores obras disimulan perfectamente sus bajezas a tal punto de licenciarlas
de tales incorrecciones, justamente son estas erratas cercanas las que nos
acercan a sus genialidades. No se trata de la justicia terrenal, largamente
puesta en duda desde los albores de la humanidad, se piensa una justicia
prodigiosa. Usted es argentino, varias veces intentamos traerlo a Maradona,
acaso no exista un corazón tan expuesto, tan débil y tan genial en lo suyo. Si
Borges nos hubiese prestado seria atención allá por la década del cincuenta
acaso no hubiera sufrido su ceguera y el resto de sus males, es cierto también
es probable que varios de sus textos no existirían, o acaso tan solo para su
goce personal.
-¿Me
permite recorrer el predio y entablar conversación con dos o tres de los
moradores?
-Si,
por supuesto. No se aleje mucho, aquí nadie alza la voz, inexistimos en un
estado de susurro permanente. Manténgase localizable, los celulares son
obsoletos y las fotos no salen, de manera que absténgase. Haga caso, todavía
los superiores de lugar reprochan mi laxitud con don Miguel de Unamuno. Hombre
bravo don Miguel, sólido en la formación y en la argumentación. Del Sentimiento
Trágico de la Vida ha sido una fuente de refutación de muy alto nivel, texto el
cual nos condujo a hacer muchas correcciones dentro de nuestro programa. Lamentamos
enormemente haber fracasado al no poder ofrecerle pruebas irrefutables sobre la
existencia de la fe y sus bondades.
-El
choque entre la ciencia y la fe y ambas sin darle certezas a la existencia. La
muerte dándole sentido y brillo a la vida, la finitud como estigma, tragedia,
desesperación y combustible creador.
-Un
viejo ateo y cabrón al cual por inteligente y brillante no se le pueden
perdonar las omisiones cuando el amanecer franquista, y su arrepentimiento
tardío. Algo similar sucede con Heidegger, no haber visto a Hitler en su
génesis, es no haber querido ver a Hitler, fue una elección personal bajo
paraguas académico. Pero vaya mi amigo Becerra, no se demore demasiado, espero
que un par de horas le alcancen.
-Si
ustedes nunca se hicieron responsables de las nefastas horas de las cruzadas y la inquisición menos
lo harán de cuánta genialidad de estas personas le hicieron perder a la
humanidad.
-No
se demore, por favor – sentenció Isa con gesto de disgusto por lo que acababa de
escuchar, poco antes de ingresar al alcázar -
La
espesura de la fronda, el alineamiento casi perfecto de los cercos siempre
verdes perfilaban las múltiples estéticas del parque, un collage digno de un
jardinero cuya vocación artística se lograba percibir en cada ornato, sombra y
cantero; cuando la mano del hombre auxilia a la naturaleza, la embellece y
corrige sus frecuentes erratas y desmadres. Pude fisgonear en la zona del
vivero que Kafka, García Lorca y Camus eran los responsables artísticos,
intelectuales y prácticos de esos exquisitos laberintos botánicos. De hecho, a
poco de ser descubierto llamé a sus atenciones y de inmediato me invitaron a
dialogar. Un breve e intimidante gesto del bohemio alcanzó para que mi interés
se trasforme al unísono en derecho y obligación. Era el genio de Praga quien me
invitaba compartir con ellos un té de descanso bajo el aroma seductor de los
jazmines primaverales en la glorieta victoriana en honor a las hermanas Bronté,
las escritoras Charlotte, Anne y Emily, sin obviar a las pequeñas malogradas María
y Elizabeth, todas fallecidas a muy temprana edad.
-Buenas
tardes – interrumpió Becerra –, los felicito, el más bello y acogedor de los
rincones que tiene el predio.
-Tratamos
de hacer lo mejor posible – se apresuró a responder Camus -, las damas Bronté
merecen esto y mucho más. Demasiado es lo que nos hemos perdido de ellas con
sus prematuras desapariciones físicas. Encantadoras, sensibles, bravías,
indomesticables, bellas por todo eso. Algunos de nuestros camaradas en
desgracia querían bautizar a este espacio inspirador Hermanas Mirabal, hubiera
sido muy merecido por cierto, pero ellas ya tienen su lugar, sospecho que las
habrá visto departiendo por allí, en los salones políticos, junto a Guevara,
Evita, Juana de Arco y el resto. Suelo pasarme algunas horas en esos foros de
controversia, de manera que doy fe que son tres almas maravillosas, de todos
modos, en el inciso de la polémica y el debate, nada me entusiasmó más en la
vida que hacerlo con Sartre. Cómo extraño aquellas batallas dialécticas con ese
monstruo del pensamiento existencial, y los años que me perdí de ellas por pactar
con esta falsa inmortalidad, a pesar de que en cierto momento lo odié con todo
el calor de mi inteligencia. Las hermanas Bronté, como Jean Paul, no accedieron
al pedido de Isa, acaso por eso fueron castigadas con el tifus y la
tuberculosis, de ahí nuestro atrevimiento y tributo, cosa que ni el propio Isa
se atrevió a objetar – finalizó el autor de La Peste –.
-Incluso,
mi estimado Becerra, hasta el modo de ingresar a este sospechoso y particular
nirvana tiene sus reservas – interrumpió Kafka-, por eso si escoge, hágalo
bien. Federico ostenta una muerte valerosa, épica, una muerte pía, tan grande
como su obra y como su vida, y para colmo en manos de los peores seres que
respiraron el siglo XX, cosa que le da mayor volumen a su ya enorme magnitud
como persona y poeta, al igual que nuestro admirado Saki, caído a manos de un
francotirador en la batalla de Beaumont durante la primera guerra. Un accidente
o una enfermedad causan pena, no admiración y menos devoción, una contingencia
azarosa que imana solo un poco de misericordia. Perdóneme Albert si lo
desilusiona o lo enfada mi manera de pensar, su accidente automovilístico o mis
males tienen esa misma entidad menor en comparación con las muertes ocasionadas
por la lucha a favor de causas nobles y humanas.
-No
me parece - arremetió Federico -, ni el modo ni la edad pontifican, acaso le
estemos ahorrando a nuestros ocasionales admiradores la observación de nuestras
arrugas, no más. Arrugas que a ellos molestan, no a nosotros. Usted Albert 57,
usted Franz 40, yo 38, todos nos equivocamos al creer que la muerte joven
exonera y preconiza cierta superioridad olímpica, la muerte joven solo nos
quita vida, nos roba la posibilidad de relacionarnos más y mejor con nuestras
devociones y afectos terrenales, aborta la posibilidad de crear poesías, nos
priva de amar y de ser amados, y algo peor aún, nos priva de sufrir por no ser
correspondidos, y de eso que se nos quita, Isa cobra intereses y punitorios. Es
cierto, uno en este ámbito tiene la fabulosa fortuna de interpelar y ser
interpelado por talentos inmejorables sin que la época sea factor limitante.
Aquí siempre es presente, aún el pasado, aún el futuro y de manera usual departir
un interminable coñac reserva de la mismísima región del Charente, con el Dante,
acaso el mejor de nosotros, y con Pushkin y con Espronceda y con Poliziano.
-El
joven Novalis, la hermosa e increíble niña Ana Frank, Appolinaire, Artaud, Crevel,
Desnos, Schiller, Leopardi, Wilde, London, Proust, qué desperdicio, no me jodan
con la muerte blanca, para colmo una metáfora con tintes racistas – sentenció
Camus –Complejo es ese momento en el cual uno se entera que murió hace rato y
allá lejos.
-¿Y
el suicidio, cómo juega dentro de la lógica de Isa? – Preguntó Becerra – Porque
es una muerte que escapa de los cánones de un padecimiento físico o enfermedad,
de un incidente o de un simple y vulgar accidente. Me he cruzado con varias
personas que sobrellevan tan pesada carga.
-Es
el inciso más delicado a la hora de estos debates, y más cuando de ellos
participan afectados directamente por tal desenlace. Kennedy Toole, Storni, Plath,
Rigaut, Ganivet, Pizarnik, Pavese, entre tantos – agregó Kafka –, y sus
distintas razones desde luego.
-Es
un debate estéril debido a que todos los que estamos aquí, de manera culpable o
culposa, somos suicidas. ¿Acaso no hemos elegido cada uno de nosotros, embelesados
y ante Isa la forma de llegar? – cuestionó Federico –.
-No
vale la pena mi amigo Becerra, la muerte no asciende el tenor de nadie, sea
tardía o temprana, es más, usted es que perderá años de vida, de arte, de amor,
la soberbia es mala novia – interrumpió Camus -. La inmortalidad no existe, es
un oxímoron, la vida está ligada a nuestros afectos, de manera que sin ellos no
puede existir la inmortalidad. No les crea a los mercaderes de supersticiones,
lo único que hacen es darle la posibilidad de que escoja el modo de no ser, y aceptando
no ser uno toma el camino más corto hacia el suicidio, operatoria que siempre
encontrará una explicación, un incentivo o una motivación que lo exonerará.
Pero olvídelo, aquí y entre nosotros no puede engañar a nadie. Hace poco,
conversando con Carlos Gardel me decía que hubiera regalados varias giras y casi
todos los contratos de sus larga duración por poder interpretar La Bicicleta
Blanca de Piazzolla, con el mismo Astor en el bandoneón, y que debido a su
propia estupidez y unos pocos años de diferencia la cosa no pudo ser.
-Pero
mi amor está aquí, me confirmó Isa – confesó Becerra –
-Qué
tramposo resultó el profeta – exclamó Kafka -. Eso no se le hace a un hombre
sitiado por el recuerdo. ¿Qué le ocurrió a su amada, Becerra?
-Falleció
al tercer año de casados por una infección interna cuando estaba en el quinto
mes de embarazo. Íbamos a ser padres de una nena – respondió Becerra –
-Usted
escribía por entonces – repreguntó Camus –
-Borradores
tan solo. Ella escribía muy bien – aclaró el invitado, para luego continuar -,
incluso algunos de sus relatos los compilé y los publiqué post mortem con su verdadero
nombre, siendo la beneficiaria absoluta de las regalías la Sala de Primeros
Auxilios y la Biblioteca Popular que están ubicadas en la villa Zavaleta,
asentamiento de la ciudad de Buenos Aires en el cual nació y creció.
-Les
apuesto mi botella de Jerez Amontillado Tío Pepe Cuatro Palmas – irrumpió
Federico –, que la niña debe andar dando vueltas por algunos de nuestros apartados
nirvanas, y que la fantasía de Isa es poseerlos a los dos, sin excepción.
-
Con qué propósito – cuestionó Becerra
-
-Isa
es el Cristo profeta del Islam, es el Jesús hombre, estimo – comenzó su
disertación Federico – que debe estar muy desilusionado y acongojado por lo
poco que sirvió su sacrificio, la pasión que le impuso su Padre. Siente que su
calvario y sus dolores fueron inútiles, de manera que intenta traer para sí y
su regocijo esas muestras notables de humanidad que justifiquen sus tormentos, sus
para qué a tanto dolor, y a la vez
salvarlos de la injusta y cruel posteridad. Me acuerdo de La Última Tentación,
gran película de Scorsese. Estoy seguro que la muchacha está entre nosotros,
búsquela, y reencuéntrese con usted y sus dudas, hable con ella, escúchela, y
si necesita apoyo somos varios los que con mucho gusto le daremos fraternal
ayuda. Para empezar cómo se llama su amada.
-Mercedes
– respondió Becerra -
-¿Mercedes
Alamilla? – irrumpió en vos alta Kafka sin dejar finalizar al invitado –
-Así
es – ratificó Becerra – su apellido significa pequeña alma. ¿La conoce?
-Todos
aquí la conocemos y la deseamos mi estimado – sentenció Camus – Inexpugnable
doncella, Isa la cuida como si fuera una gema poética de su pertenencia.
-No
todos la deseamos – aclaró Federico en tono de broma –, es cierto, es una gran
prosista.
-Suelo
distinguirla diariamente durante mis caminatas vespertinas, leyendo, sentada en
uno de los bancos que se observan en el camposanto, siempre en el mismo,
descanso rústico que está situado en el comienzo de la galería del jacarandá,
planta multicolor que bien trabajada por los artesanos de la jardinería diseña
una sombra no tan espesa y moderadamente reparadora, ideal para la luminosidad
que precisa la lectura – aseguró Kafka –.
-Camposanto
me suena a cementerio – comentó Becerra
-De
hecho ese es su significado literal, desusado por cierto – aclaró de inmediato
Federico -, pero no aquí. Sería una redundancia artística la existencia de un
cementerio. Le llamamos Camposanto a un extenso predio contiguo al camino real
que está a disposición de la necesaria soledad que nos urge en ciertas
ocasiones. Es una suerte de laberinto cuyos arbitrarios pasillos están perfilados
con distintas especies arbóreas, privilegiando en tanto mayor cantidad de
superficie a aquellas que están en peligro de extinción, calco y copia con el
género humano, continuidad lógica tal vez, de hecho casi todos sus senderos
están tapizados con hermosas flores de campanillas, pasadizos cuyos colores y
aromas, gracias a ellas, se modifican según la época del año... Reafirmo lo que
acaba de contarnos Franz, también la he visto en el Camposanto, leyendo.
-Acaso
entonces tenga la posibilidad de encontrarla allí en este mismo momento –
elucubró Becerra -. ¿Cómo hago para llegar hasta el Camposanto?
-Son
penas diez minutos de caminata – respondió Camus - yo lo acompañaré hasta el
ingreso al laberinto. De ahí en más usted deberá resolver el trayecto y llegar
hasta Mercedes. No soy creyente, de manera que no me interesan las ordinarias pulsiones
que proponen los deseos, la fe y sus fetiches. Solo le diré que mirando las
copas arboladas llegará en menos de lo que se imagina al banco en donde tal vez
se encuentre Mercedes reposando bajo el añejo y tupido jacarandá, como todas
las tardes desde que llegó, siendo muy joven.
-Entonces
debo entender que ingresar a ese laberinto encierra algún peligro – comentó
Becerra a poco de comenzar la marcha –
-Entiende
mal mi amigo –apuró Camus–. Aquí no existe el concepto “peligro” debido a que
los mismos ya han sido saldados por cada uno de nosotros, nada nos puede
suceder a lo que ya nos ocurrió, y eso es lo que sabemos cruelmente tangible,
ojalá tuviéramos la dicha de que nos importara no saber. No saber, tristemente,
no nos inquieta, y eso no es otra cosa que estar muerto. El laberinto que va a
transitar en breve no sostiene su complejidad de manera vulgar, es decir, se
puede ingresar y salir de él sin mayores destrezas en tanto su exploración y
posterior orientación, el lugar posee varias vías de escape, no esgrime su
soberbia en su aparente sombra inexpugnable, su petulancia radica en atesorar elementos
de mayúscula fascinación, cautivadores y atrayentes hechizos que disminuyen las
defensas del mortal a tal punto de no poder resistir a sus encantos los cuales
provocan en el peregrino la abdicación ante todo intento de fuga.
-¿Y
en qué se basan esas seductoras sugerencias que hace el laberinto, sobre qué
plataforma o propuesta humanística, o acaso intelectual boceta sus atractivos?
– preguntó con un dejo de ironía Becerra –
-La
irresistible demostración que exhibe sobre el encanto que encierra morir para
ingresar al mundo de la infinitud universal, existencia que está mucho más allá
del cosmos conocido o por conocer – exclamó con firmeza Camus -. Su voluntad y
su carácter serán puestos a prueba en el bucólico meandro boscoso y aromatizado
por elixires celestiales nunca antes disfrutados. Hay antecedentes, hubo
quienes lograron resistir y pagaron un alto precio en vida por su descortesía, Borges
por caso, pero prefiero no darle más detalles para no influenciarlo. Aquí es, lo
dejo, como verá la entrada no promueve curiosidad alguna, acaso se la podría
pasar por alto. No sé si deseo volver a verlo, Becerra, o prefiero seguir leyendo
sus historias en ausencia. Para los solitarios nos resulta una compleja
dualidad cuando las personas nos comienzan a caer bien.
Albert
emprendió el regreso con la firme decisión de reencontrarse con Federico y con
Franz, si bien el abandono consentido por el trío estaba plenamente justificado
no había razón para especular con la misión y extender por sobre lo necesario su
ausencia en la glorieta hermanas Bronté. Además, mientras las labores,
disfrutaba mucho de ambos talentos y sus inteligencias. Por el lado de Becerra,
fue la cautela ante las bifurcaciones, ramificaciones y vías muertas quien guió
sus primeros pasos dentro del laberinto manierista del jardín. Estaba en un
sitio en donde el pasado se había fosilizado como presente y futuro, y no
estaba muy seguro de querer ser una de sus esculturas aún bajo el seductor
encanto que significaba reencontrarse con Mercedes y adoptar su carácter
infinito. No creía en Dios, pero comenzó a sospechar que lo andaba necesitando.
Luego de la segunda divergencia que encontró en el camino real observó que en
la superficie de en uno de los dos senderos comenzaban a primarlas violáceas
flores del jacarandá, de modo no dudó que ese debía ser el rastro a seguir.
Cien
metros después ese tapizado eran tan tupido que ni una moqueta artificial persa
podía mejorar el aspecto. A poca distancia de su asombro, a solo veinte metros
sobre la vereda derecha, un rústico y extenso reposo de parque tallado sobre un
imponente tronco de viejo arrayan colorado, bajo una añosa y ligera planta íntima
se encontraba concentrada en su lectura la juvenil Mercedes, y con ella el
rostro que recuerda, y los labios que nunca dejó de besar, y los ojos que jamás
dejaron de cegarlo, y las manos que vencieron al olvido. A pocos pasos de la
joven estimó primordial no molestarla, circulando delante de ella bajo la mayor
discreción posible. Con el objetivo logrado, traspasó su línea y se sentó,
dibujando un paralelo corporal, del otro lado del añejo ornado, a unos ocho o
diez metros de distancia. Deseaba y a la vez necesitaba que ella lo descubriese
de manera natural luego de tres décadas de nostalgias. Estaba bellísima,
exhibía un rictus de plenitud virginal muy alejado de ese estado de petrificación
con el cual el propio Becerra prejuzgaba tanto al vergel como a sus residentes.
No
quiso importunar la concentración que Mercedes exponía en la ocasión. Becerra
era de esas personas que procuraban pasar inadvertidas en todos aquellos sitios
en donde se hallaba, algo de timidez y una exagerada devaluación personal componía
el menú de su nula autoestima. No poseía los corajes del poeta intenso,
prefería ostentar los cepajes lánguidos y timoratos del Cyrano de Edmond Rostand.
Tres décadas, y su piel argumentando probadamente esa estricta devoción
extendida en celibato por aquella niña amor que en ese mismo instante ignoraba
de manera celestial su hálito omnipresente. Dos veces cruzaron miradas, y en
sendas oportunidades Mercedes optó continuar con su texto, no lo reconocía,
acaso no podía o no deseaba hacerlo. Becerra no era un fisgón de la voluntad
ajena, para él, lo que no sucedía en el intervalo preciso jamás iba a ocurrir,
de manera que forzar situaciones era tarea de necios e insensatos. La vio
bella, joven y beata, sintiéndose más viejo aun, no había razón valiosa para
interrumpir con nostalgias magras, infelices y no ha lugar la artística que
presentaba aquel fresco. No estaba en posesión de su mejor versión, aquella que
había logrado enamorarla tres décadas atrás. Convencido de que la joven no lo había
rescatado de su pasado, Becerra se levantó del añoso arrayan, procuró mantener
la discreción y no agredirla con su transcripción presente, a tal punto que no
fue percibido por Mercedes, continuando su camino instintivo en busca de la
salida de tan siniestro y gallardo laberinto, la cual no le costó grandes
rastreos hallar, el diseño de tal inmaculado meandro no era tramposo, todo lo
contrario, tal como le había asegurado Camus, no buscaba el martirio del
forastero, acaso solo una modesta lección. De todos modos Becerra nunca sabrá
que Mercedes lo reconoció, no sin esfuerzo, cosa que la atormentó. Esos años de diferencia entre su muerte, la de su
hija, y la vida de su amado descansaban de manera vejatoria y mortificante en
su corazón desde el preciso momento en el cual fue seducida por Isa para
iniciar el camino hacia una anticipada y egoísta inmortalidad. Infinitud que
solo le trajo desdichas y albures espurios. La permanencia por siempre de todos
los horrores, de todos los fracasos, de todos los dolores, porque en el campo
de la infinitud, eso tampoco muere. No había razón para hacerle más daño del
que ya le había hecho. Becerra siguió siendo su fiel enamorado en ausencia,
reaparecer cuando ciertos ocasos amanecen no es la mejor ni la más poética de
las paradojas que pueden construir quienes alguna vez fueron amantes. Mercedes
estaba segura que no tenía derecho de corromper ese tesoro que maravillosamente
eternizaba Becerra en su corazón, escogió licenciarlo, dejarlo ir, para que
viva y muera sin eufemismos sibilinos. Tuvo la gracia de verlo por última vez,
acaso la peor de las gracias. Al igual que el beso, cuando es el último resulta
el más complicado. Estuvo a punto de implorarle “ni se te ocurra, no lo hagas.
No aceptes esta trampa. No existe nada que mejore o reemplace a la vida y su
sentido trágico de finitud”. Esta suerte de Arca universal bocetada por Isa posee
la tortura de la cosquilla y la caricia de la herida, no existe discriminación,
lo mismo da, y cuando lo mismo da, el estado de víspera y espera dejó de ser
esperanza para transformarse en rutina, muriendo, tanto como el arte lo hace en
este sitio. Nunca dejó de amar a ese hombre que hoy, en los umbrales de la
vejez, estaba recorriendo los metros finales de un laberinto diseñado por y
para ellos de manera exclusiva. Becerra se perdió de vista tras la fronda,
Mercedes, perturbada, con lágrimas en
sus ojos continuó la lectura de último libro publicado por su amado, un
compendio de relatos que narran sobre la metáfora borgeana de la vida, el
sendero de los extremos sucios, algunas bahorrinas terrenales, y luctuosas
historias sobre ausentes y otras ausencias. La joven estimo que más no podía
hacer para intentar desbaratar los planes de Isa y quedarse con la vida de
Becerra, aún sin cumplir con los requisitos juveniles que el propio Isa había
impuesto como mandamiento cuando aceptó la tarea: Tomar las más bellas almas
terrestres en tanto, talento, conocimiento y juventud.
Lo
asumía como una excepción, desde luego que no era el único con ese formato. Si
bien estaba finalizando su quinta década el hombre era merecedor de dichas y
halagos que hacía mucho tiempo no disfrutaba. Mercedes se responsabilizaba por
ello, de manera que sus esfuerzos fueron direccionados en ese sentido. Por un
lado, y con el inestimable auxilio de Federico, Franz y Albert, perforar sus
quiméricos anhelos y desilusionarlo son relación a sus visiones bucólicas y
celestiales del lugar para finalmente, y con las defensas bajas, encargarse
ella misma de instalar al olvido como invitado inesperado de una velada que
Becerra debería soportar con noble estoicismo para no quebrarse y evitar ser
recordado de manera ruin y miserable. El plan de Isa, el propósito de
apropiarse de la muerte de un alma sensible y altruista para toda la eternidad
estaba a punto de fracasar, solo el desaliento de Becerra podía impedir que ello
ocurriera.
Mercedes,
expectante, esperaba con cierta fatiga emocional las decisiones de su amado
sabiendo que con su silencio el hombre ya había descubierto que dentro de la inmortalidad
es imposible que existiese arte, porque el poeta o el escritor necesita siempre
de la tristeza, porque no se puede ser poeta o escritor si no se ha perdido
algo, una ilusión, la juventud, incluso el recuerdo de un encanto; y allí, en ese
sospechoso nirvana no existía la pena, o acaso algo peor, también era inmortal.
-No
nos queda mucho tiempo mi estimado, espero que la demora haya sido aprovechada
– le señaló Isa al invitado, caminando apurado y agitado, a poco de encontrarse
con él, luego de recibir el aviso que había arribado al casco principal del
predio –Vamos, sígame Becerra, nuestros letrados no son personas a irrespetar.
-Disculpe,
no lo sabía, no tuve noción del tiempo – se excusó Becerra –
Los
dos pisos de la marmolada escalera semicircular fueron transitados con
inusitada prisa por el dúo, de hecho el balaústre lateral servía de ayuda para
mejorar la performance y arribar a
destino lo más rápido posible. Becerra no estaba a la altura de esas exigencias
físicas por lo que la llegada a la meta lo encontró exigiéndole al oxígeno,
jadeo mediante, una presencia que por sus propios medios no encontraba.
-Nos
alegra y halaga su aturdida y sudada puntualidad, Becerra, y lo agradecemos
doblemente. Tenemos una agenda bastante estrecha, y son varios los candidatos a
analizar de las distintas actividades artísticas y científicas que hasta el
momento ha desarrollado la humanidad - prologó Aristófanes – y que aguardan con ansias los alegatos. Esta
reunión, con nuestro hermano Isa de testigo, será muy breve ya que por
unanimidad hemos decidido su ventura. Deseamos ser sinceros con usted. No nos
llevó fatiga ni tiempos desmedidos resolver su permanencia o no en nuestro
Parnaso.
-Si
me lo permite maestro Aristófanes – interrumpió Plotino dirigiéndose a Becerra–
habida cuenta de lo que aquí se ha resuelto le solicitamos que sus deseos
individuales, emociones o creencias, no se inmiscuyan en los campos de la razón
y la honestidad artística e intelectual, senderos que este parlamento transita de
manera objetiva a la hora de sus laudos.
-Por
favor Quintiliano, - apresuró Aristófanes – que su elevada oratoria alegue y le
informe al señor Becerra nuestro dictamen y sus fundamentos.
El
orador a cargo, el romano Quintiliano, al igual que los restantes componentes
del supremo no necesitaban poseer en sus manos, o sobre sus escaños, textos de
soporte, su lógica y sus conocimientos era adecuados para afrontar la misión.
El pequeño salón simulaba un escenario senatorial de la antigüedad en donde el
centro era el punto de atención del debate, allí estaba Becerra. Dispuestos de
manera aleatoria y sin ningún tipo de orden visible se distribuían, en un
estrado de varios peldaños construido en mármol y de forma semicircular, los
integrantes del concilio.
-Stevenson
afirmó con acierto mi estimado Becerra – comenzó con su alegato el orador –que el
encanto es una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor,
sin el encanto, lo demás es inútil. De modo que por fuera de la profesionalidad
técnica que la tarea requiere, ésta exige de cualidades que no siempre están
ligadas con las ansias y los deseos de expresarse mediante la palabra escrita.
Usted cumple de manera destacada con los formatos doctrinarios que tiene la
literatura; es responsable, cuidadoso con el lenguaje, respetuoso de su
riqueza, incluso hasta exagera su misión docente a la hora de incluir términos
bastardeados o directamente ignorados, ha retomado elementos barrocos de bella
y singular estructura, y ha desafiado a la posmodernidad del lenguaje llano
desarrollando prosa poética. Cada uno de los que estamos aquí valoramos su
gallardía. Plutarco justamente destacó el rol educativo de su prosa y su
poesía, Demetrio y Horacio pusieron énfasis en su estilo. Tristemente todos
coincidimos con Dante, Petrarca y Bocaccio y su ausencia de encanto. Sus
relatos quedan sepultados bajo el denso cielo que en ocasiones nos propone el
idioma cuando este ostenta brillo propio y no se coloca en función de la
historia. El encanto de la literatura pasea por esa delgada línea de doble mano
en donde el lenguaje, la historia, el autor y el lector circulan sin cargas ni
culpas, sin temores ni prevenciones. Por eso mi estimado Becerra, en esta
oportunidad, queda postergado su ingreso a los hemisferios de la inmortalidad,
acaso en poco tiempo podamos reconsiderar esta decisión si usted colabora
escuchando con fina sintonía, llevando a la praxis artística, lo que acabamos
de detallar. Ha sido un enorme placer tenerlo entre nosotros.
Inmediatamente,
luego de la breve exposición, el cuerpo colegiado de notables se retiró de la
sala de manera silenciosa. Casi todos palmearon la espalda de Becerra, quien no
lo hizo, fue debido a la distancia en la que se hallaba, sintetizando la
omisión con un cordial saludo lejano. Quedó solo en el foro, esperando que Isa
le indique los pasos a seguir.
-Parece
que les he fallado – se disculpó Becerra -, uno termina entendiendo entonces
que más allá de las lisonjas de ocasión el fracaso tiene explicaciones que tal
vez no se encuentran en los caminos de la contemporaneidad.
-De
alguna manera era lo que usted esperaba y me atrevo a decir lo que deseaba –
aseguró el dueño de casa -. Por tanto no lo lamento, su despedida no me resultará
culposa, no me entristeceré como en otros casos sucedió. Tal vez sienta dolor
por Mercedes y su monumental nobleza, pero no por usted y sus prejuicios, y sus
timoratas percepciones con relación a la eternidad. El consejo literario le alivió
un dilema que usted no estaba dispuesto a resolver, encrucijada que debía, pero
no quería solucionar. Presiento de todos modos que algo debían sospechar, su
falta de respuesta aguzó todos nuestros sentidos al respecto. Vaya, viva como
la vulgaridad terrenal suscribe y determina, sea mercancía, tenga precio y no
valor, creo que el Consejo fue demasiado piadoso con usted y su cobardía. Se
marchará de aquí como arribó, en la limusina, con el mismo chofer, son sus
restauradas maletas repletas de errores y horrores, corrijo, más pesada aún, y
su pequeña cartera de aciertos. Se llevará algo material de aquí, dos objetos,
ambos son obras artesanales únicas de las cuales jamás recordará las razones de
su disfrute, al igual que nunca recordará la experiencia celestial vivida. Desprenda
el cerrojo de la caja en el auto luego de haber ingresado a los paisajes
urbanos, no antes, y después, si lo desea descanse, nuestro chofer sabe qué es
lo que debe hacer, confío, mi estimado, que en breve nos estaremos volviendo a
ver.
Al
caos usual del despertar urbano de comienzo semanal una noticia estremecía al
mundo de la cultura porteña. El notable y popular escritor Santiago Becerra fue
hallado muerto el día sábado, en horas del crepúsculo, en uno de los bancos de
descanso ubicados en el paseo del Rosedal, lindero a los lagos de Palermo. Según
las fuentes oficiales el deceso se habría originado debido a un paro
cardiorrespiratorio no traumático, provocado por la ingesta de tetrodotoxina,
acaso por su velocidad, y en su justa medida, el más eficiente y menos doloroso
de los venenos.
De
acuerdo a las fuentes, tanto la documentación como las tarjetas personales y el
dinero se hallaban en su poder, por lo tanto se descarta el móvil de robo, incluso
toma fuerza la versión que no poseía un rictus cadavérico cuando fue hallado por
un deportista que hace del lugar su ámbito de entrenamiento. Esta persona, de
identidad reservada por la justicia, fue la que llamó al 911. Solo se halló
entre sus manos una aldaba tallada, pieza artística antiquísima y el libro de
cuentos inédito, de artesanal edición, titulado La Sugerencia cuya autora fue su
difunta esposa Mercedes Alamilla. Tanto en la aldaba como en las esquinas
superiores de las hojas del libro había cantidades abundantes de la toxina
mencionada, lugar estratégico para que el propio lector consuma dosis letales
de la toxina sin percibirlo a medida que avanza en la lectura de la obra, por
tanto la figura del homicidio se ha transformado con las horas en la pesquisa
cardinal de los investigadores.
********
Señuelo
Fingía
ser uno de esos individuos que seleccionaba atravesar senderos poco
transitados, acaso protegidos por la penumbra de la melancolía, ajenos al
vértigo y a los encandilamientos de los mercaderes de la modernidad. No deseaba
la soledad ni la veía como un ideal de vida, sin embrago el precio y el rigor
de sus elecciones lo habían investido de orfandad. Prefería los amaneceres en
los cuales la luna, so pretexto astral, se demoraba en retirarse, al igual que
aquellos crepúsculos en donde la luna, bajo la misma excusa, no se atrevía a
invadirlo. No era un hombre vulgar, y menos especial, tal vez ambas cuestiones
lo mortificaban.
Tocaba la guitarra y cantaba, escribía poesía. Si de poesía hablamos, pensaba, diremos que un poema nace de la mano del poeta y vive en el alma del lector. Solo un poema se recibe como tal cuando logra ingresar dentro de esa íntima e intangible soledad. Oficiar como un acompañante silencioso, memoria obligada, re-lectura quizás, necesaria necedad.
En ocasiones maridaba ambas actividades y componía, todo lo hacía bastante bien pero eso no le alcanzaba para ser considerado artista y menos docente, de manera que atender diariamente el área administrativa de la inmobiliaria de su lejano primo segundo Ramiro, ubicada en el barrio porteño de Boedo, constituía el ingreso necesario para conservar ese modesto y culposo rictus burgués siglo XXI de mediano bienestar, ciudadano inconcluso, boceto que no tenía pensado resignar. Natural lector de los clásicos universales de la lírica poseía una selecta biblioteca del género, es probable una de las más completas que he conocido. Su pequeño pero coqueto departamento situado en el barrio de Floresta presentaba dos cómodos ambientes, cocina comedor y dormitorio con baño en suite, las comodidades incluían una pequeña dependencia ubicada en una suerte de altillo que comunicaba a la terraza exclusiva; emplazado dentro de un complejo funcional de arquitectura colonial, muy original para la barriada, construcción típica de ciudad balnearia durante la década de los sesenta. Viviendas de planta asentadas alrededor de un amplio patio central sobre un lote de diecisiete metros frente por treinta y cinco de fondo cuyo ingreso común era cubierto por una maciza y alta reja de estilo. Una galería techada alrededor de la plazoleta se comportaba como vaso comunicante o pasillo de circulación. Bancos de recreo, esculturas, juegos infantiles, fuentes, cercos prolijamente recortados, espacios verdes, plantas de mediana traza que no conspiraban ni abusaban de su sombra eran los habitantes de ese afuera imprescindible y comunitario. Apenas trece unidades, componían el predio, cuatro por lado, tres en el contra-frente y dos en el frente. La idea del constructor se vio inspirada en el complejo Casas Colectivas del Barrio Parque Los Andes ubicado en Chacarita, proyecto diseñado por el arquitecto Bereterbide en 1928 y que aún cuenta con importante demanda inmobiliaria.
Tocaba la guitarra y cantaba, escribía poesía. Si de poesía hablamos, pensaba, diremos que un poema nace de la mano del poeta y vive en el alma del lector. Solo un poema se recibe como tal cuando logra ingresar dentro de esa íntima e intangible soledad. Oficiar como un acompañante silencioso, memoria obligada, re-lectura quizás, necesaria necedad.
En ocasiones maridaba ambas actividades y componía, todo lo hacía bastante bien pero eso no le alcanzaba para ser considerado artista y menos docente, de manera que atender diariamente el área administrativa de la inmobiliaria de su lejano primo segundo Ramiro, ubicada en el barrio porteño de Boedo, constituía el ingreso necesario para conservar ese modesto y culposo rictus burgués siglo XXI de mediano bienestar, ciudadano inconcluso, boceto que no tenía pensado resignar. Natural lector de los clásicos universales de la lírica poseía una selecta biblioteca del género, es probable una de las más completas que he conocido. Su pequeño pero coqueto departamento situado en el barrio de Floresta presentaba dos cómodos ambientes, cocina comedor y dormitorio con baño en suite, las comodidades incluían una pequeña dependencia ubicada en una suerte de altillo que comunicaba a la terraza exclusiva; emplazado dentro de un complejo funcional de arquitectura colonial, muy original para la barriada, construcción típica de ciudad balnearia durante la década de los sesenta. Viviendas de planta asentadas alrededor de un amplio patio central sobre un lote de diecisiete metros frente por treinta y cinco de fondo cuyo ingreso común era cubierto por una maciza y alta reja de estilo. Una galería techada alrededor de la plazoleta se comportaba como vaso comunicante o pasillo de circulación. Bancos de recreo, esculturas, juegos infantiles, fuentes, cercos prolijamente recortados, espacios verdes, plantas de mediana traza que no conspiraban ni abusaban de su sombra eran los habitantes de ese afuera imprescindible y comunitario. Apenas trece unidades, componían el predio, cuatro por lado, tres en el contra-frente y dos en el frente. La idea del constructor se vio inspirada en el complejo Casas Colectivas del Barrio Parque Los Andes ubicado en Chacarita, proyecto diseñado por el arquitecto Bereterbide en 1928 y que aún cuenta con importante demanda inmobiliaria.
Hace
tres meses que no lo he vuelto a ver, más precisamente, cinco semanas después
de haberse hallado en el Rosedal el cadáver del escritor Santiago Becerra.
Claudio tenía toda la obra completa del autor, era fanático de sus historias
pero sobre todo de su estilo barroco, de su prosa poética, de su pluma arcaica,
según propia definición. Si bien teníamos una relación de vecindad muy poco
profunda, motorizada solo por la casualidad en algún comercio barrial, lo
advertí muy comunicativo y entusiasmado cuando hace, más o menos, un año me
comentó que había logrado encontrarse con Becerra en uno de los viejos billares
que aún sobrevivían en los alrededores de San Juan y Boedo, típicos bares en
donde los taxistas eran los clientes dominantes, entablando allí, de manera
regular, todos los viernes por la noche, una suerte de relación amistosa cuyo
basamento fueron las carambolas, las bandas, Manzi y Discepolín. A pesar de la
diferencia etaria no me equivoco al afirmar que existía entre ellos una
simbiosis paternal, simétrica, nunca confesada, debido a que ambos sostenían
dicha carencia, uno en cada plano. Durante aquellos lúgubres días, el asesinato
de Becerra, nunca esclarecido, lo había colocado dentro de un ámbito de
oscurantismo y aislamiento muy intenso, un hondo abismo el cual me venció sin
demasiadas dificultades cuando intenté ensayar una suerte de rescate. Apliqué
mis modestos saberes de la vida sobre la materia, conocimientos ligados mucho más al instinto que a la
ciencia: Acompañar, escuchar, estar atento a cada palabra, a su intensidad, a
sus silencios. No interrumpir cuando se lograba cierto éxito comunicacional, evitar
ser vulgar a la hora de la distracción y la banalidad, presentarse discreto,
módico, incluso no insistir ante la negativa. Hace poco más de un mes tuve la
oportunidad de conocer a Déborah, novia de Claudio.
Un
sábado por la tarde coincidimos en la puerta del complejo colectivo de Floresta;
apenas observé que presionaba con insistencia el botón del portero eléctrico
que determinaba el número de la casa de Claudio, no hice más que presentarme
para tratar de lograr intercambio de información y de ese modo colaborar con la
búsqueda. Déborah era una jovencita que apenas había salido de la adolescencia,
por tanto traté de cuidar mis modos para no asustarla. La diferencia de edad,
aun siendo jóvenes, se siente bastante. A nosotros nos estaba abandonando una
segunda década que Déborah apenas comenzaba a transitar.
De
todas maneas no fue en lo absoluto fatigosa la conversación, debido a que la
joven exhibía una madurez ajena a su franja etaria y esto se observaba a la
hora de su construcción dialéctica, de su complejidad natural y al ser una
firme enemiga del sentido común, sus gustos e inclinaciones artísticas,
incluso, estaban muy alejados de lo corriente para la edad.
Era
escultora al mismo tiempo que estudiaba en Bellas Artes la Tecnicatura en
Gestión Cultural, además era militante de base dentro de la agrupación La
Cámpora dando talleres de su especialidad artística, dos veces por semana, a
chicos vulnerables. Era un alma muy sensible, creativa e ideologizada, en lo
absoluto temerosa, agnóstica, ejerciendo el pensamiento crítico en cada
asignatura, empezado por ella, su principal materia. Lo llamativo es que
Claudio nunca me había hablado de ella, y ella nunca había oído hablar de mí, un
tal Fermín. Razón por la cual el intercambio de números telefónicos se realizó con
total naturalidad, sin especulaciones ni previsiones. Eso sí, ambos
coincidimos, por boca del propio Claudio, sobre un tipo llamado Isa. De él desconocíamos
si se trataba de un apodo, un nombre o un apellido, lo cierto es que Claudio
nos había hablado a los dos, in extenso,
sobre el hombre y sus bondades espirituales. Durante las últimas semanas estuvo
muy compenetrado en lecturas referidas a la muerte como un quiebre y no como un
final, y que la posibilidad de trascenderla estaba dada en decisiones
individuales terrenales y que en nada se relacionaba con dogma alguno sino con
certidumbres probadas, y por él mismo corroboradas. Un pequeño y coqueto bar del
barrio de Flores, emplazado en la esquina de Avenida Rivadavia y Boyacá fue el
lugar de encuentro…
-Te
confieso que muy poco es lo que supe de Isa –aclaró como prólogo Déborah–y
siempre fue mediante el tamiz de Claudio. Según me reveló se trataba de un muchacho
algo mayor que él, poco más de treinta años, sin familiares ni prole, muy culto
sobre la artes universales, la historia, la filosofía, el mundo de los credos.
Dialécticamente embriagador y con un lenguaje casi poético, construido con sumo
equilibrio y destreza. Según su visión cualquier refutación quedaba destruida
antes de ser puesta a consideración. Elegante, señorial, celoso, suspicaz.
-Isa
es el Cristo profeta del Islam y mensajero de Dios en Israel – interrumpió
Fermín -. Es el Cristo no crucificado que ascendió a los cielos en vida, sin la
pasión y su calvario. Es el Cristo hombre a la espera de actuar en el juicio
final, el que se detuvo en Cachemira, según los ahmadíes, para vivir allí hasta
su muerte por vejez. ¿Ves alguna relación?
-Lo
sabía. Pero a fuerza de ser sincera la mayoría de nuestros nombres provienen de escritos
religiosos o ancestrales, de manera que no me pareció interesante indagar por
ese lado - refutó Déborah –. Además estamos cercados por una innumerable
cantidad de cultos y su marketing, verdaderas organizaciones delictivas cuyas
únicas diferencias radican en los nombres de los titulares de las cuentas a
donde va a descansar el diezmo de los incautos, de manera que pasé por alto ese
detalle. Aunque reconozco que no es usual ese nombre aún no sabemos si se trata
de un apodo o forma parte de una suerte de embuste. Se hace indefectible que
podamos ingresar a su casa, aunque sea por la fuerza pública mediante una
denuncia formal en la comisaría, para que ellos procedan. A pesar de que fuimos
bastante íntimos, yo no le daría el rango de novios, acaso cómplices de
nuestros deseos, nunca me dio las llaves de su casa, ni la de la entrada al
complejo de manera evitarse tener que molestarse para abrirme, Creo que era
bastante celoso de su intimidad. Nos veíamos regularmente, pero cuatro días,
sin interrupciones, cada mes. Disfrutábamos mucho de esos momentos, eran muy
intensos en todos los aspectos. Claudio diseñaba en su trabajo estrategias
laborales compensatorias para que podamos gozar de un fin de semana largo
mensual. Éramos fanáticos del turismo gourmet de modo que escogíamos lugares en
donde la cocina autóctona era el fundamento y razón de ser del paraje, más allá
de sus bellezas geográficas. Claudio consideraba a la comida como un arte que
comprometía a todos los sentidos. Así fuimos a pequeños puertos pesqueros del
río Paraná y de la costa atlántica, visitamos bellas estancias accesibles solo
por caminos de huella, a posadas perdidas entre lagos y sierras, a cabañas,
bodegas y fincas olivícolas, fue una época maravillosa. Con la aparición de Isa
esas excursiones se fueron espaciando tanto como nuestros encuentros, hasta que
me dejó de llamar y responder a mis llamados. Lo cierto es que me quedó
pendiente el más difícil de los besos, el último. No puedo decir que lo amé,
Fermín, tan solo te diré que con él era feliz, si eso es el amor, pues que sea,
aunque yo no creo que el amor sea solamente ser feliz – finalizó la joven -.
-Ahora
que lo mencionás – interrumpió Fermín – concuerdo contigo en el ostensible cambio
de comportamiento de Claudio al momento de comenzar a frecuentar a Isa. No solo
nuestras charlas en su casa se fueron espaciando sino que además las mismas
giraban en torno a la muerte prematura y la redención virtuosa que ella propone,
lo cierto es que en algún momento pensé que estaba siendo víctima de un lavado
de cabeza muy propio de las sectas o religiones pentecostales que mencionabas.
Aunque te soy sincero, nunca me alarmé, primero porque no eran buenos tiempos
para tener controversias producto de su dolor por el asesinato de Becerra y
segundo porque realmente confiaba en su capacidad analítica y en su formación
critica. Estoy de acuerdo, no podemos dejar pasar más tiempo, mañana mismo voy
a la seccional que corresponde al barrio para hacer la denuncia de su
desaparición, espero que me den entidad ya que soy apenas un amigo, acaso deba
llamar a su primo Ramiro.
-No
te molestés, Fermín – aseguró Déborah -, lo llamé apenas comencé a preocuparme
por su ausencia, hace mes y medio más o menos. Este hombre me respondió de muy
mal modo, de manera desinteresada, sin algún signo de lazo fraternal, con la
expresa aclaración le informara a Claudio, el día que lo encontrase, que estaba
despedido de la inmobiliaria, y que jamás se le ocurriera volver debido a que
le había dejado pendientes la confección de dos boletos de compraventa, cinco
actualizaciones de contratos de alquiler por renovación y tres tasaciones. Me
gustaría acompañarte, además como novia creo que sumo bastante de modo lograr tener la
entidad necesaria, y nos tomen seriamente.
-Bárbaro.
Lo que debemos hacer ahora es averiguar, por el domicilio, cuál es la seccional
que corresponde – advirtió Fermín –.
-Dame
cinco minutos que si hay buena señal la averiguo por internet desde el celular
– respondió rápidamente la joven –.
Durante
ese tiempo Fermín no tuvo más remedio que rendirse ante la exótica belleza de
la jovencita, toda resistencia por el recuerdo de su amigo fue inútil. Déborah
seducía con la sola sospecha de su cercanía, ante ella no había modo de no
gozar, de alguna manera lo convenció a Fermín, inconscientemente, que la vida
en ocasiones nos besa en la boca y toma con nosotros un café, como canta Serrat.
Su cadencia y léxico al conversar, la delicadeza del tono, su gestualidad en
tanto rictus y sonrisas como a la hora de expresarse por medio del lenguaje
corporal. El metro sesenta y cinco delineaba una figura virtuosa con incisos
imposibles de disimular y mucho más se potenciaba el fresco ante la
informalidad juvenil de su atuendo, detalle que se correspondía con un cabello
con rubios y velados reflejos, sujeto apenas con una banda elástica rosa, y un
par de mechones que le caían por los costados para darle mayor relevancia al
desprolijo flequillo de su frente. Se encandiló a primera vista, se enamoró por
convencimiento, fue conquistado sin oponer rebeldía.
-Ya
la tengo, Fermín – irrumpió Déborah sacando de concentración al joven que
hipnotizado no dejaba de admirar su belleza con marcada timidez -, es la
seccional 43, Chivilcoy al 400, está a la vuelta de plaza Vélez Sarsfield, la que está ubicada en Avellaneda
y Bahía Blanca, frente a la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, a
tres cuadras de la estación Floresta del ferrocarril Sarmiento. ¿Te ubicás?
-Conozco
la zona – respondió Fermín, sin dejar de detenerse en la puntillosa referencia
religiosa que con sumo detalle explicitó la joven a pesar de su confesado
agnosticismo -. Qué te parece si nos encontramos mañana en la plaza, a las diez
en la esquina de Chivilcoy y Avellaneda. De todas maneras ante cualquier
imposibilidad tenemos como avisarnos. No te olvides del documento porque
seguramente lo van a solicitar.
-Quedamos
así entonces. Te tengo que dejar, quiero aprovechar lo que queda de la tarde y
terminar algunos trabajos prácticos que me quedaron pendientes – explicó Déborah
–.
-Andá
tranquila, no pierdas tiempo, yo me encargo de la cuenta, me quedo un ratito
más – garantizó Fermín –.
-¿Alguien
a esperar? -ironizó la joven – .
-No.
Hace rato que no espero ni me esperan.
-Gracias
por el café y nos vemos mañana.
-Hasta
mañana…
Cuarenta
minutos de espera, tres cigarrillos, fue la paciencia que invirtió el joven
hasta que por fin se decidió en marcar el número telefónico de Déborah. Sin
suerte en el primer intento, igual resultado en el segundo, optó por darle y
darse tiempo, fumar otro cigarrillo, para luego volver a intentarlo. Terminado
el esperanzador trámite misma suerte, mismo resultado, un vacío contestador
aseguraba que nadie había del otro lado de la línea. Fermín escogió entonces
sentarse en el asiento de la plaza que más cerca estaba del punto de encuentro,
resignado, sin deseos de pasar un mal rato en la seccional, estimo que lo mejor
era dejar que las cosas sucedan por fuera de su voluntad. Al cumplirse la
hora estaba decidido y regresar a su
domicilio cuando un hombre de unos treinta años, de elegante traza, barba
prolija, tez trigueña y finos linajes oscuros se acomodó a su lado, dejando
apenas medio metro de distancia.
-Buenos
días, es usted Fermín – inquirió el desconocido.
-Efectivamente.
¿Con quién tengo el gusto? – respondió el muchacho –.
-Luego
hablaremos de mí. Por ahora le debo informar que Déborah no podrá asistir a su
cita. Disculpe mi impuntualidad, sucede que no conozco esta zona, me extravié –
explicó el hombre –.
-No
comprendo por qué no me llamó - manifestó exaltado Fermín -, por lo menos para
avisarme que usted vendría en su lugar a ofrecer las disculpas del caso.
-Es
que tal vez usted no posea la capacidad suficiente para considerar que no hay
nada que disculpar.
-No
comprendo.
-Déborah
no pudo asistir debido a que sucedió lo inevitable, una irrecusable propuesta
que le realicé, oferta que no pudo ni supo rechazar por lo tentadora, algo
similar a lo que le ofrecí a Claudio meses atrás – relató el anónimo -. Me
solicitó encarecidamente que la disculpe, que se quedara tranquilo y en paz con
su conciencia porque todo se había solucionado, de modo que no es necesario
hacer la denuncia. En la tarde-noche de ayer Claudio logró comunicarse con
ella, la invitó a su casa, y allí estaba yo como huésped, para darle luz a lo
que Déborah presagiaba muy oscuro.
-Su
nombre es Isa, infiero – interrumpió Fermín –.
-En
efecto, veo que Claudio le habló de mí.
-Lo
hizo sin dar demasiados detalles. De todas maneras debo asumir que es necesario
olvidarme tanto de Claudio como de Déborah.
-Si
usted no se hubiera enamorado de ella, acaso estaría aquí, en mi lugar. No
podía permitirlo. Claudio no merecía verlos amantes y dichosos. Era su novia y
usted su amigo.
-¿Y
dónde están? – preguntó Fermín –.
-No
es momento que lo sepa, no está preparado para tan compleja y majestuosa
información, tal vez con los años, no sé sabe. En la coyuntura la finitud no
está en su agenda de preocupaciones de manera que no le agregaré fatigosas
encomiendas a una vida que a partir de este instante tendrá que sostener con más
preguntas y acertijos que respuestas y disfrutes. Claudio me ordenó le dejara
las llaves de la propiedad de la cual le legó su usufructo, no su propiedad,
acaso aún confía en la aparición de deudos o prole, en el cajón derecho del
escritorio hallará una cartera de mano con ocho mil dólares estadounidenses
derivados de ahorros personales y la venta de su auto, me informó que confiara
en sus decisiones y que sabrá cuidar bien de sus esfuerzos terrenales.
-¿Los
volveré a ver?
-¿A
quién?
-A
ellos y a usted.
-Es
joven aún, de usted depende…
********
Artificio
-Eso fue hace
cuatro años aproximadamente, Doctor. Me mudé a la casa en la cual vivo cuando
mi amigo Claudio Lázaro decidió emigrar junto a su novia Déborah, o cuando
menos quiero entender que así fue. Pasado el tiempo nunca me quedó claro. Lo
cierto es que me dejó las llaves de sus pertenecías a través de un
intermediario y desde ese momento las estoy resguardando, digamos que usufructo
una suerte de comodato. Desde luego que los bienes monetarios legados ya se han
gastado en cuestiones impositivas y de mantenimiento. Vivo de mi salario sumado
al alquiler que recibo de mi propio departamento, ubicado a pocas cuadras del
lugar. Siento estar viviendo la experiencia de Trelkovsky, el personaje
protagónico de El Inquilino de Polansky, incluso algunos hábitos que me fueron
propios durante años han dejado paso a costumbres muy marcadas de Claudio.
-¿Podría
especificar? – interrumpió el psicólogo -
-Por
caso el cambio en ciertas marcas de comestibles, el gusto musical por el blues,
fumar un habano cubano por las noches para acompañar momentos de lectura, abocarme
por desentrañar la obra completa de Santiago Becerra y su esposa Mercedes, los
actuales intereses temáticos por cosas que años atrás no me hubieran motivado
curiosidad. En fin, una lista de placeres y riesgos que ignoraba por completo
o, en el mejor de los casos, desechaba con marcado prejuicio. No deseo invocar
a cuestiones metafísicas en su concepción especulativa pero me siento
gratamente invadido por las novedades. Por caso, el viernes pasado concurrí
como observador, ahora se le llama perfilador, al billar de Boedo en el cual
solían encontrarse Becerra y Claudio. Y lo hice como mero curioso, de hecho y a
pesar de seducirme mucho la disciplina y ser un respetable jugador no atiné a
solicitarle al mozo la apertura de ninguna de las tantas mesas que estaban
disponibles. Preferí en su lugar, cigarro mediante en la puerta, escrutarlo
sobre Claudio, con prevenciones, desconocía si aún se acordaba de él.
-Prosiga,
me interesa mucho cómo asumió y luego elaboró la información recibida – aseguró
el Dr. Vincent para luego preguntar - ¿pudo dar con alguien que lo conociera?
- Aún no, pero no pierdo las esperanzas. Apenas
fui una sola vez al billar. La próxima reservaré una mesa para comenzar a
socializar. Sé que mis destrezas a tres bandas colaborarán para lograr
atención.
En
efecto, Fermín era un eximio cultor de la especialidad a tres bandas, acaso la
más compleja de las variantes billaristas populares, y esto quedó plasmado de inmediato
al viernes siguiente ante la pronta admiración de los parroquianos que
compartían con el foráneo el salón de principiantes. Su primera línea de
veinticinco carambolas la completó en apenas cuatro tandas y veinte minutos, la
segunda en dos tandas de doce, y la tercera la hizo de comienzo a fin sin
yerros, y en ocho minutos. Tal conmoción provocó la aglomeración de una gran
cantidad de espectadores a la vera de la mesa que consumían bebidas al mismo
ritmo y entusiasmo con el cual cobraba el cajero del lugar, cuestión que
automáticamente liberó a Fermín de su adición individual, al fin de cuentas esa
noche el joven se había constituido como la atracción del salón. Lo que el
forastero desconocía es que tras bambalinas, en una oficina contigua a la barra,
el nuevo propietario del lugar lo estaba observando con atención. Antes de retirarse
y luego de las palmadas y cortesías del auditorio, el mozo le solicitó de
manera muy respetuosa que acepte de buen agrado, a propuesta del dueño, la
propiedad del casillero número 47 sin costo alguno, módulo que fuera utilizado,
hasta su desaparición por Claudio Lázaro, otro eximió artista del billar que
engalanó los salones del lugar. Dentro de él se hallaban sus tacos italianos
llamados de cinco quillas, fabricados en grafito, cónicos, con un largo de
virola de media pulgada, ideal para carambola, personalizados con sus iniciales
grabadas en la zona de la culata, obviamente de caucho, una caja de tizas
españolas y dos juegos de bolas inglesas a estrenar.
-A
qué se debe tamaña distinción – preguntó Fermín, azorado por el halago, ocultando la amistad
que tuvo con Claudio -
-Por
fuera de lo que yo piense o admire solo cumplo órdenes de mi patrón – respondió
el mozo -. Él tuvo la posibilidad de verlo actuar desde sus oficinas a través
de sus cámaras de seguridad y creo que quedó gratamente conmovido con su
performance. Por lo menos eso es lo que me manifestó por línea privada.
-Y
cómo se llama su patrón – inquirió Fermín – .
-Me
llamo Isa, Fermín, - la gruesa y joven voz se corporizó pausadamente tras los
cortinados azules que separaba el salón de maestros de los baños -, nos
conocimos hace algunos años en la esquina de la plaza Vélez Sarsfield de
Floresta, espero me recuerdes, nuestro encuentro fue con motivo de averiguar
sobre la desaparición justamente de Claudio y su novia Déborah.
-Cómo
no recordarlo si es motivo de mi terapia – respondió Fermín –
-Como
escribió Píndaro, no aspires a una vida inmortal, pero agota el campo de lo
posible. Y aquí estoy delante tuyo, como herramienta de eso posible – sentenció
Isa, el cual vestía un muy elegante ambo azul insondable, levemente brillante,
dándole relevancia a una camisa blanco tiza, abierta hasta la mitad de su
pecho, cuyo breve cuello intermediaba entre la tradición y aquel simulacro
bautizado en los ochenta como Mao. Sus zapatos de estilo italiano, también en
azul nocturno, le daban esbeltez a la caída de un pantalón que exhibía la
perfección de un corte personalizado - .
-No
comprendo – se mostró sorprendido Fermín –.
-Tanto
Claudio como Déborah están en donde ellos decidieron estar, solo fui el puente
que les ayudó en su iniciativa – comenzó con su relato Isa -. Tu dilema
psicológico es terrenal y tiene que ver con tus egoísmos, ansiedades,
interrogantes, no con la suerte de la que ambos jóvenes hoy disfrutan teniendo incluso
vecindad, no solamente onírica, con Santiago y su esposa Mercedes. Hablo de la
inmortalidad mí estimado Fermín, y el brillo que le otorga a la juventud, y
viceversa, cuestión que no es gratuita y que es necesario ganarse, no pagando
en metálico, por el contrario, sino portando valores muy alejados del precio,
tal vez inadvertidos por él mismo candidato. Incluso tengo especial inclinación
por aquellos jóvenes totalmente ignorados, y en algún caso, destratados por su
contemporaneidad. Por caso, sin Claudio no podía haber llegado a Déborah, por
ventura Santiago me abrió la puerta. Desde luego que me refiero a lograr de
manera rápida ganarme sus confianzas, es decir, evitar tener que sobrellevar la
fatigosa roca de la incertidumbre y el recelo. Digamos, trato de recorrer los
caminos más amigables.
-Entiendo
lo de Santiago y su esposa, hablamos de dos talentos literarios, entiendo lo de
Claudio como nexo, aunque lo observo especulativo, si me lo permite ruin, pero
no me cierra su interés por Déborah y por mí – refutó Fermín –.
-Cuando
nos despedimos de aquella plaza usted me preguntó si los volvería a ver,
incluso extendió su curiosidad hacia mi persona – interrumpió Isa –
-Lo
recuerdo. Es más, usted me respondió que aún era joven, que dependía de mí.
-Pues
bien, su búsqueda tuvo premio. Le aclaro que Déborah, en el presente, es considerada
como un mojón inextinguible de las artes plásticas, específicamente dentro las
academias de escultura. Sus escasas cinco obras, producto de su pronta
desaparición, son motivo de revisión y análisis, en algunos claustros son
asignaturas en sí mismas. El Museo de Bellas Artes las tiene en exposición,
resguardadas en un pequeño y muy luminoso apartado exclusivo, el cual lleva su
nombre, bajo las más estrictas normas de seguridad. Lo invito a que uno de
estos días se regale un paseo por tan recoleto lugar de Buenos Aires, acaso
cuando visite ese salón sentirá un íntimo orgullo por haberla conocido
personalmente. Además, y a pesar que su fallecimiento fue relativamente
reciente, varios centros culturales de las barriadas de la ciudad llevan su
nombre, más allá de una notable artista su figura emerge como un ícono de
místico tenor en vastos sectores populares, una suerte de mártir, una heroína.
-Le
puedo preguntar cómo resolvió cada caso- inquirió Fermín –
-Usualmente
tratamos que el elegido opte por los modos y el momento, en algunas ocasiones
el devenir juega sus cartas, en otras circunstancias nos vemos obligados a
determinar. De todos modos no olvide que Somnis
imago mortis, esto es, el sueño
es la imagen de la muerte. Cualquier cosa que hagas contempla la muerte, detalló
acertadamente Séneca, para luego agregar, es más cruel tenerle miedo a la
muerte que morir, planteados los términos lamento disentir con Umberto Eco
cuando en el Nombre de la Rosa metaforiza “La muerte es el descanso del
viajero, el fin de todos los trabajos”. Ciertamente, en nuestro caso, y por el
carácter prematuro del suceso no existe cansancio de vida ni fatiga laboral
alguna, incluso, y a favor de su consulta, existen un par de manuales sobre el
arte del buen morir titulados Ars Moriendi,
escritos en la primera mitad del siglo XV, en ellos se detallan protocolos
y concejos para llegar de buen modo a ese recodo de la vida. Lo sufrido por
Mercedes fue una fatalidad, lo cierto es que debieron haber pasado algunos años
para el desenlace terrenal, incluso habíamos contemplado el crecimiento del
bebé, nada pudimos hacer cuando la enfermedad hizo estragos, tratamos de mitigar
su dolor lo máximo posible, justamente a través del trance, del sueño,
aproximarla al episodio de modo fantasioso, cual si fuera una ficción. Si tuvimos
muchas dificultades con Santiago. No por él, sino por las circunstancias. Bueno
es admitir que somos falibles. Becerra aún no había cumplido con las
prerrogativas mínimas para acceder a la inmortalidad, de hecho el cónclave de
eruditos en su asignatura lo había objetado, por lo cual me tomé algunas
atribuciones que me son propias dejándole a nuestro gestor órdenes precisas de
cómo actuar. En ambos casos no pudieron elegir sus decesos, en su lugar fui yo,
Isa, el Cristo profeta del Islam, quien tomó la decisión. Claudio fue acaso el
menos traumático ya que solo ofició como pretexto, fue una personalidad muy
poco interesante, banal, un burgués, un mercader siglo XXI que difícilmente hubiera
entendido la profundidad del dilema, vivió para su ego, y su ego nos fue
cardinal a la hora de acercarnos a Déborah. Una vulgar sobredosis de
anfetaminas voluntaria mezclada con Ron alcanzó como puente para finalizar con
su empobrecida y decadente existencia. No tenía familia que reclamara sus
ruinas, ni materiales ni espirituales. Solo se mantuvieron interesados en él
Déborah y vos. De la niña hablamos hace unos minutos, solo me resta decirte que
ella misma eligió el modo de emigrar hacia el Parnaso. Y lo hizo en silencio,
en su pequeño apartamento, adormecida; un casual escape de gas natural provisto
por el horno de su cocina le proporcionó, primero el necesario letargo y luego
la ausencia de oxígeno. Para cuando la vecindad se percató del viciado y
alarmante hedor y la dotación de bomberos pudo ingresar a la vivienda nuestra
encantadora artista yacía sin vida terrenal, en su cama, desnuda, poética. Se
habló de un suicidio inducido por causas emotivas extremas ante la pérdida de
Claudio, se habló de un descuido hogareño, hasta se soslayó la idea de
violencia de género producto de algún amante no correspondido.
-Pero
mi estimado, usted y yo sabemos que en lo personal no poseo talentos ni
cualidades que merezcan tal distinción universal. Soy mucho más parecido a
Claudio en ese sentido, acaso única y secretamente me esté considerando un
puente necesario hacia otros intereses, hacia otras personas, cosa de la cual
dudo debido a que no conozco notables y casi todas mis relaciones ni rozan la
media de la vara dejada por Claudio, a pesar de la mención que hizo de sus
banalidades posmodernas, análisis que comparto, sin hablar de Déborah, desde luego.
– irrumpió Fermín -.
-Acaso
su talento radique en saberse decoroso, modesto, para nada soberbio, cualidades
extrañas para el individuo moderno, propietario de un trato que hace a la
comodidad del otro. Yo siento placer con su compañía, de hecho le iba a
proponer que compartamos un rato del juego, en el salón privado, apenas una
línea a tres bandas, al observarlo me sedujeron sus talentos por cierto, para
que la conversación tenga matices en donde el elemento lúdico, valga la
redundancia, juegue sus azares.
-Por
supuesto, será un placer – aceptó con marcado entusiasmo Fermín – es la única
actividad que me propone holgazana creatividad. Tal vez abuse de la situación y
en el transcurso de la partida lo aproveche como confesor, pero no en el rol de
mercedario o sacerdote, menos como delator, acaso me valga de mis talentos para
lograr interesarlo sobre ciertos naufragios, infortunios que tristemente no se
esfuerzan por liberarme, y en algún caso no permito licenciar.
-Desde
luego, sospecho que el billar se conversa más allá que posea interludios de
estudio y análisis – inquirió con prudencia Isa
-.
-No
se equivoca en tanto momento lúdico, cuando la cuestión pasa por la disputa el
silencio solo se compara al que concurre en una partida de ajedrez, ni le
cuento cuando de competencia oficial se trata.
-Lo
invito entonces que pase al privado, mi estimado Fermín. No dudo que el
ambiente será de su agrado y comodidad.
********
La Partida
Una
vez ingresado al salón, escoltado por Isa, Fermín no tuvo más opción que
detenerse ante el armónico encanto del recinto. Cada detalle ornamental, cada
instancia de funcionalidad y el orden de sus luminarias atendían a una lógica
que combinaba de manera precisa la libertad para disfrutar del juego y el abrigo
quijote que obsequiaba el ambiente. De amplia mensura ubicaba a la mesa de
billar francés como centralidad, mobiliario de fina estirpe cuyo centro de
gravedad se hallaba de acuerdo a las estrictas normas internacionales. Por
encima del paño, a una altura segura y prudencial, dos elegantes candeleros
compuestos por una docena de bombillas leds
cada uno, completaban, con suma exquisitez, las exigencias visuales que
requería la disciplina. La pintura de las paredes guardaba sincronía. La gama
del beige era la que predominaba solo interrumpida por un tono albo tanto en
gargantas, óvolos grecorromanos y molduras. Se trataba de un espacio ajeno al
exterior, extranjero dentro de su propio ámbito, incluso la insonoridad y hasta
la acústica le daban un aspecto de estudio de grabación. En uno de los
laterales, dentro de una vidriera diseñada para tales efectos, se hallaban alineados
los tacos que utilizaron los más importantes billaristas de la especialidad
carambola a tres bandas de todos los tiempos. Desde el belga Raymond Ceulemans,
el estadounidense Hoppe, el sueco Blomdahl, el turco Sayginer, el italiano
Zanetti, pasando por el español Dany Sánchez, el cubano Alfredo de Oro, y hasta
nuestros notables, el tres arróyense, campeón mundial, Leopoldo Cabrera y por
supuesto Oswaldo Berardi y Enrique Navarra. Eran sin lugar a dudas piezas de
colección. En un aparador antiguo, de impecable traza, decimonónico, con
puertas vitraux incoloras y herrajes de
bronce en sus cuatro laterales, descansaban varios juegos de bolas nomencladas y
un detalle preciso que daban cuenta de sus históricas partidas, así también, como
resabios, moraban restos de tizas que había quedado como recuerdo de esas
interminables jornadas de inspiración y ciencia a tres bandas.
-Que
música de fondo te gustaría para acompañar la partida – preguntó Isa -, tenemos
la posibilidad que elijas a placer. Un ordenador personal, banda ancha y un par
de amplificadores nos ofrecerán vital hospitalidad. Vos determinás el género.
Confío en tu refinada excelencia.
-Blues
– respondió sin titubeos Fermín –.
-Excelente.
Algún maestro en especial del género o puede ser un compilado de páginas
memorables.
-Prefiero
esto último – aseguró el invitado - sobre todo dentro de los sitios Romantic y Relaxing Blues; existen en la
red compilados formidables de hasta cinco horas de grabación con los artistas
más destacados del género. Incluso hay un espacio titulado Whisky-Blues que
presenta alrededor de doce trabajos de hora y media cada uno.
-A
propósito ¿Un trago? Lo que gustes, bajo la barra está ubicado el frigobar, –
invitó Isa –atrás las copas.
-Una
cerveza, quizás.
A
continuación del salón y tras un cortinado rústico se hallaba el baño toilette,
de amplias medidas, con botiquín, toallero descartable, grillas para
desodorizar en varias fragancias y ventilación exterior. El conjunto le
obsequiaba al visitante suma pulcritud y distinción. Sobre la barra del salón
tabacos varios estaban a disposición del huésped fumador, cigarrillos
nacionales e importados, rubios y negros, los afamados habanos cubanos, Montecristo,
Partagás y Cohiba en sus cajas originales de presentación, a continuación elegantemente
dispuesto se encontraba acopiado tabaco para pipa, el danés Mc Baren, el sueco
Borkun Riff, el británico Dunhill, el irlandés Peterson lucían sus europeo
prestigios en la materia. Entre medio y como separadores oficiaban ceniceros de
hierro fundido de variados formatos y varios encendedores carusitas dispersos. Los
primeros acordes de Midnight Blues en la guitarra de Sonny White determinaron
el comienzo de la contienda. Previamente escogieron los tacos. Isa invitó a
Fermín para que lo hiciera en primer lugar. El anfitrión deslizó hacia la
izquierda la vitrina que protegía el aparador, conminando al visitante que con
plena libertad escoja su taco fetiche. Fermín no dudó, fue directo hacia el
apartado en donde se encontraba la pieza del oriundo de Manzanillo, actual
Granma, Cuba, el maestro Alfredo de Oro, considerado uno de los cuatro mejores
billaristas de todos los tiempos. Por su lado Isa, escogió el taco de William
Hoppe, ganador de medio centenar de torneos mundiales entre 1906 y 1952. Ambos
jugadores optaron por el formato a distancia dejando de lado la fórmula
internacional de los cinco sets a quince carambolas, de manera que la partida
sería al mejor de cincuenta aciertos, o, de acuerdo al antiquísimo ábaco
tanteador que colgaba de la pared, a dos líneas de veinticinco. El derecho de
apertura lo tendría aquel que acercase con la mayor precisión posible su bola
jugadora a la banda opuesta tomando como trayectoria el largo de la mesa, dicho
intento cabía hacerlo tanto en línea recta como con inclinación, incluso era
posible la utilización de las bandas laterales. Dilucidado el pleito sería Isa quien
comenzaría con su serie debido a que su bola jugadora quedó sellada a la banda.
-Te
incomoda que tengamos un espectador del juego – le consultó Isa al invitado -.
-En
lo absoluto – aseguró Fermín –.
-Dale,
venite, que aún no comenzamos el juego, te esperamos – manifestó Isa
telefónicamente apenas recibiera el visto bueno de Fermín –. En solo un par de
minutos y luego de los saludos arrancamos.
-Me
parece bien.
El
estupor se hizo feudo del joven al momento que la invitada sellara con energía el
picaporte de una disimulada puerta lateral. Déborah, sonriente, caminaba hacia
él con la firme decisión de estrecharlo en un abrazo tan fraternal como
sentido. Isa había realizado su movida magistral, la mejor, la más lúcida y lucida
carambola antes de comenzar el juego, mientras, a modo de entrenamiento,
perfilaba sus efectos apuntando hacia los diamantes que toda mesa de billar
profesional tiene en sus tangentes como referencia espacial.
En
el momento Fermín transitó la instancia impostando cierta naturalidad, siempre
en términos relativos desde luego. Sabía que mostrarse frágil ante Isa era tan
perjudicial como exhibirse indiferente. Ambas conductas iban a despertar
señales que sin dudas su oponente circunstancial en el juego aprovecharía,
deteniéndose seguramente en párrafos existenciales mucho más relevantes de lo que
son algunas simples precisiones billaristas. Se mostró muy feliz desde luego,
pero sin indagar, escogió el silencio, la abrazó con cariño y le acarició el
cabello, hasta algunas lágrimas mimaron sus mejillas al notar que la emoción
era recíproca.
-Qué
te parece Fermín si comenzamos– propuso Isa –.
-Cuando
gustes.
Poco
menos de una hora duró el encuentro. Con una tanda de doce y otra de dieciocho
carambolas, Isa dejó sin asunto a Fermín, el cual pudo interponerse y dar
batalla hidalgamente con una brillante serie de veinte en tanto su calidad
artística, circunstancia que por un momento lo puso al frente en la contienda, brillante
seguidilla que para su infortunio no alcanzó.
Mientras
tanto los talentos de Trout, Earl, Bonamassa, Taylor, Meniketti, Tucker,
Petrucci, Satriani, Vai, Lee, continuaban amplificando y purificando su
reparadora faena ambiental con acordes celestiales. El Montecristo número 4,
habano de selección, resultaba un bálsamo halagador, al igual que lagenerosa
medida del coñac francés Hennessy X.O, acaso entre los tres mejores destilados
del planeta.
-Lo
felicito, excelente partida, sinceramente me sorprendieron sus destrezas –
reconoció Fermín -, hace años que no veo tan virtuoso artista de la tres
bandas.
-Imposible
no serlo con semejante maestro – respondió Isa -. Durante tu concurrencia
semanal a nuestro centro no he apartado la vista cuando decidías cumplir con el
pedido del auditorio para que los maravilles con algunas de tus fantasías.
-De
todos modos quiero aclararle que mi grado de concentración no ha sido el
adecuado. No deseo menoscabar su legítimo y sobresaliente triunfo pero hay que
considerar las circunstancias atenuantes – aclaró Fermín –.
-No
sería honesto si no lo hiciera. Reconozco que la presencia de Déborah te corrió
el eje. Te pido disculpas, fue adrede, es parte de un buen competidor saber
sobreponerse ante la adversidad de sus debilidades y laberintos internos. Allí
se jugaba la partida existencial, mi estimado Fermín, ni en la excelencia de la
mesa, ni en las calidades de los tacos, ni en la armonía de la música, ni en el
bouquet del tabaco, ni en el glamour de los destilados – confesó Isa
–. Me voy a retirar por un rato, debo cerrar los distintos salones de la
confitería, y licenciar a mis colaboradores, he abusado demasiado de sus
fidelidades; los mozos, el maestro pizzero, la encargada de la caja, la
muchachada de la limpieza, en fin, además deseo que conversen, me parece que
tienen pendientes que aclarar y nada mejor que la privacidad para llegar a las
más profundas sinceridades.
********
Despedida
-En ocasiones
sospecho que existen personas que al proyectar su vida terrenal no logran
descifrar e incluir la esencia genial de su existencia. Se van del mundo sin
enterarse de sus absolutos talentos. Acaso el propio vértigo de la modernidad
no permite tal lectura, y así fabulosos intelectos y bonhomías van quedando en
el camino tapados por sus debilidades y por las banalidades de la época. Desde luego
que esto no es privativo de la contemporaneidad, pero creo que se intensifica aún
debido a que justamente la oferta de banalidades se ha potenciado tanto como el
individualismo – sentenció Déborah –.
-Estoy
muy perturbado – interrumpió Fermín -. Verte luego de tanto tiempo y comprobar
que tu aroma sigue estando vivo es algo que no puedo asimilar con naturalidad. Estaba
presente tu recuerdo y esas pocas horas compartidas cuando Claudio era un
pretexto, cuando vos eras mi texto y yo tan solo un aforismo.
-Entonces
no me equivoco –acometió Déborah -. Ha pasado el tiempo y lo seguís dejando
pasar sin detectar que ese tiempo terrenal es una posibilidad cierta de
creativa genialidad, no solo desde la originalidad sino también para mejorar lo
preexistente.
-Debo
inferir que tras tus palabras existe cierto interés para que de manera
particular piense en ellas a modo de decisión. No hay manera de entenderlas en
otro contexto. Sospecho que me estás mostrando un camino y que en él habitan
una multiplicidad de indicaciones, correcciones, advertencias y sugerencias –
refutó Fermín -.
-En
este ámbito lúdico, generoso a los sentidos, pero que en su síntesis real se
advierte como un recinto de expiación, un perímetro de tránsito eventual, acaso
un purgatorio informal, es el lugar en donde debés asumir y hacerte responsable
de las razones por las cuales has obtenido el beneficio de la vida, gracia que
no vislumbro sepas por el momento leer, y menos tener la capacidad de ponderar
y pensar –dedujo con severidad Déborah -.
-Comprendo
entonces que estoy en instancias de tránsito, en una suerte de limbo y que vos,
cual pródiga, actúas como mi específica conductora hacia el laberinto del guión et emmatura mors, la muerte temprana,
la vida que no ha llegado a corromperse ni a pervertirse, tragedia en donde Isa
es el amo y señor de todas las voluntades. Te confieso que no me gusta en lo
que te han convertido. Atando cabos he investigado y leído algo sobre el tema
debido a ciertas similitudes que hallé en algunas desapariciones cercanas.
Comunes denominadores que hacen a una lógica que realmente me asquea por lo
egoísta y por lo siniestra. Me tiene muy sin cuidado que sean fuerzas
superiores las que administren esta intriga, creo que explotar las debilidades
humanas para imponerles condiciones de manera subrepticia y apoderarse de lo
único que tienen tangible, real, doloroso y disfrutable, me parece de una
perversión absoluta. Uno estaba convencido, o cuando menos creía, que tales
cuestiones solo se daban dentro de las obras de la antigüedad griega, licencias
monstruosas que hasta eran condonadas por lo creativas. Nuestro Isa no escapa
demasiado a esas definiciones y vos estás jugando como inciso de la tragedia,
para eso, con pretextos universales e infinitos, te quitaron tu ser vital, tu
ser cognoscible, tu ser sexual, tu ser curioso, tu ser creativo, tu ser
equivocado, falible, improcedente, polémico. Nada de lo que te diga perforará
el prisma de superioridad moral que te acordona, la emoción te ha sido
extirpada. Isa se llevó a Mercedes con una hija en su vientre a la cual se le
impidió la oportunidad de llorar, a Santiago luego de haber vivido un calvario
de treinta años en medio de la soledad y el dolor, a Claudio sin saber el porqué
de la cosa, a vos como instrumento de codicia, y ahora me quiere a mí, vaya a
saber el motivo de su capricho. Hace pocos minutos afirmaste que existen
personas que al proyectar su vida terrenal no logran descifrar e incluir la
esencia genial de su existencia, pues menos lo podrán hacer si el plan es
arrancar esa posibilidad de manera temprana. Alguien malicioso en extremo nos
privó de vos cuando recién habías cumplido los veinte años, pero lo más
importante es que a vos se te privó de ser vos, incluso de dejar de ser eso que
fuiste hasta los veinte años. ¿Vale tanto la inmortalidad a tal punto de morir
por ella, de dejar de ser por ella? ¿Importa una inmortalidad no construida por
uno mismo, sino por el capricho de una conjetura? Profecía que nos impidió leer
nuevos textos de Santiago y de Mercedes, presagio que nos privó de decenas de
tus esculturas, oráculo que nos robó la mágica compañía de Claudio a la hora de
relatar historias, arte que solo él desarrollaba en las reuniones ocasionales
con enorme entusiasmo y refinado histrionismo. Una cosa es el deceso
inevitable, un accidente, una enfermedad, un incidente, otra muy distinta
acordar ser decomisado para perdurar eternamente, hasta si me lo permitís
existe algo de soberbia en la actitud, creer que somos merecedores, por
apología divina de un ser tan atrayente como sospechoso, que la humanidad nos
recuerde hasta el fin de los tiempos. No quiero ser injusto y trazar una
analogía desmedida pero tal actitud intensa me recuerda al fanatismo de los
pastores pentecostales a la hora de reclutar fieles, en donde decirle a cada
uno lo que ese candidato débil y sin reservas anímicas espera escuchar es la
base del fraude intelectual. Te pido que disculpes mi sinceridad, tal vez me
consideres inflexible y hasta hereje. Mi amor por vos se transformó en dolorosa
pasión pues se ha incrementado con tu ausencia y no tenerte a mi lado hace que
no pueda exonerar al sino que lo hizo posible. Deseaba tener una vida contigo,
no un dogma, no me interesaba en lo absoluto ver pasar la historia cual serie
televisiva. No tiene sentido ser testigo bajo las condiciones de una ausencia
sin espera.
-Reconozco
que la subliminal oferta que propone no
temerle a muerte es muy tentadora – interrumpió con tristeza Déborah -. Quitar
al dolor de la escena es una carta muy fuerte con la cual juega Isa. Las
mayorías le tememos a la muerte por el sufrimiento y por esa supuesta nada
existencial. En su invitación elimina los dos dilemas.
-Pero
te robó lo único e indivisible que tenías, la vida. Ya lo escribió el propio
Becerra en su libro de cuentos, la muerte es uno de los extremos sucios del
sendero, y así debe ser para que ese sendero valga la pena ser recorrido. Si la
muerte duele es porque disfrutaste del sendero, si no daña es porque ese camino
nunca debió haberse recorrido. La muerte le da sentido a la vida, no es un
trámite, es una síntesis, una ponencia sobre vos.
-Por
un momento ambos estamos compartiendo un espacio en donde los límites entre la
finitud y la inmortalidad son difusos, no me equivoco si afirmo que no existen,
por eso Fermín, nos podemos comunicar, tocar y abrazar, y si lo deseáramos
hasta tendríamos la amnistía para hacer el amor, épica a la cual Isa no se
opondría, en estas intersecciones celestiales, dentro de los diagramas de Venn universales,
se habilitan cortesías de todo tenor. Es un estado de espera dosificado dentro
de una habitación en donde existen dos puertas, una de ellas te lleva a la
necedad terrenal, lugar que sé perfectamente te incomoda y te rebela, pero que
a la vez te estimula, y que más allá de tu esfuerzo nunca podrás cambiar,
cuestión de la que estás persuadido, mejor dicho, los años vividos y los
fracasos te han persuadido. Es cierto, es la vida por definición propia, es la
existencia sin eufemismos, es la búsqueda de la felicidad y del conocimiento,
es la curiosidad, la duda, el placer, la imaginación, la dicha y el dolor,
muchas contradicciones excitantes y emotivas como para dejarlas abandonadas en
la borra del café. Te comprendo tal cual lo harían Claudio, Santiago y
Mercedes, o Kafka, o Camus, o Federico García Lorca, debido a que cada uno de
nosotros pasó por la misma situación. Fuiste tema de debate antes de que yo
ingresara al recinto, y te adelanto, no hubo unanimidad de criterios, hay
algunos de ellos que están absolutamente arrepentidos del dictamen que tomaron
ante Isa, por caso Camus considera que se traicionó habiendo minimizando el
valor y la fuerza interior de los afectos, cuestión que durante algún tiempo lo
tuvo mortificado, placer terrenal emotivo que por no tenerlo añora con marcada nostalgia.
Y luego está la puerta por la cual ingresé, entrada intrusa por cierto, cruce
que te conduce a un laberinto de insospechadas e interminables lecturas
humanistas, acaso el lugar en donde descansan todas las respuestas, sean estas
direccionadas hacía preguntas tanto válidas como aquellas mal realizadas,
incluso destinadas a preguntas que no eran tales, innecesarias y caprichosas,
producto de un imaginario legado desde los tiempos de la creación. Tópicos como
la justicia, la decencia, el deber, la política, la violencia, el miedo, el
amor, la belleza, la inspiración, el placer, las artes, la muerte, son
deconstruidos y reconstruidos para volverlos a descontruir a medida que el
comportamiento humano va corriendo sus límites de acuerdo a sus comodidades,
tratando de justificarlas a partir de disfraces tan banales como módicos. Por
ejemplo, al término cambio se le ha otorgado entidad de sustantivo y hasta de
adjetivo, se le ha mimetizado su estatus de verbo, de acción, el cual tiene
incidencia solamente en tanto su intención final, su por qué, su razón. La
humanidad no cambia, reformula sus simulacros para justificarse y perdonar sus
propias ignominias, sus crímenes y sus vilezas. El género humano se acerca más
a ese psicópata que siempre soñó ser, ha salido del closet, ha perdido la
vergüenza de creerse Dios.
-El
apocalipsis – interrumpió Fermín -. Dejar de temerle a Dios aun en la devoción
y en la virtud, pero intentando ocupar su lugar, haciéndole decir cosas que
nunca dijo, simplemente porque está en silencio. Como aseguró Freud, triunfará
el instinto de la muerte y la humanidad será aniquilada. Algunos piensan que
esta profecía es solo una metáfora. El ser es el abismo aseguró Heidegger en su
versión apocalíptica.
-Isa
vino a salvarnos – advirtió Déborah –.
-Temo
que Isa, el Jesús Profeta del Islam, le está demostrando a Dios lo inútil e
infame que fue su pasión, su calvario, y se lo está señalando con cada uno que
huye de la vida persuadido camino a la eternidad. Deshabita al mundo de los
mejores y la humanidad, al igual que entonces, sigue sin atender el mensaje. Es
un drenaje por goteo, eficaz por lo imperceptible, nadie hoy es capaz de
discutirle el halo de justicia que tendría un epílogo apocalíptico.
-Me
debo retirar, Fermín – interrumpió Déborah -. Tengo precisas instrucciones.
Hacer lo que esté a mi alcance para que comprendas y estimes el rol que te
reserva la eternidad. Me quedaría horas conversando contigo, pero hace años que
este no es mi lugar, a pesar de las intersecciones espaciales y licencias
temporales. Fue hermoso volver a verte, te esperamos, y hablo en plural, porque
antes de venir nos diputamos con Claudio el anhelo de abrazarte.
Déborah
abandonó el salón disfrutando del mismo sigilo con el cual había ingresado, y
lo hizo por esa indefinida puerta que orillaba en uno de los laterales más
oscuros, acaso atravesando la pared, tal vez desapareciendo de modo fantasmal,
cual mal sueño. En ese momento Fermín se percató que los compases del blues nunca
lo dejaron de acompañar, siempre habían estado allí a la espera de su regreso y
atención, la seductora armónica de la bella Indiara Sfair le advertía, en ese
instante, que estar vivo seguía siendo una hermosa e indescifrable aventura y
que esa cuestión del vencimiento estaba por verse. Antes de irse tomó de la
barra dos Montecristo número cuatro y un Cohiba Espléndido, auténtico desde
luego, los dos primeros se los guardó en el bolsillo de la camisa para una
mejor oportunidad dándole lumbre al habano preferido de Fidel con uno de los
encendedores carusita disponibles en el mostrador, tras lo cual se sirvió una
generosa medida del vino La Mascota, cepa Cabernet Sauvignon que fuera elegido
el mejor vino del mundo hacía un par de años en el Vinalies Internationales de París. Minutos después tomó uno de los
tacos que había en el escaparte, en esta ocasión sin detenerse en la identidad
de su propietario con la intención de jugar algunas fantasías hasta el primer
desliz. En soledad y luego de una hora estaba jugando la mejor partida de su
vida, llevaba más de cinco decenas de aciertos fantasiosos, cada uno de ellos
superaba al anterior en cuanto al grado de dificultad y elegancia. Del habano
solo quedaba el aroma sobre el paño y del vino apenas la borra como testigo en
el fondo de la botella. Se dio cuenta que era momento de marcharse muy a pesar
de la euforia personal por su éxito lúdico, su estancia allí se estaba haciendo
interminable y autoritaria, como si una
fuerza superior le impidiese partir. En efecto, al poner atención en la culata
del taco observó que Isa era el nombre grabado en un fino dorado cursivo apenas
legible. Nuevamente había caído en la trampa. No era su habilidad como
billarista la que estaba determinando su prolongada estancia, era el sortilegio
de una deidad, su capricho. Dos aciertos más preanunciaron su inmediata
partida, la siguiente jugada la haría cambiado de taco, escogió el de su amigo
Claudio Lázaro, y de paso se guardó en
comodato uno de los encendedores para disfrutar de los habanos durante el largo
trayecto hasta su casa. Tiró la última fantasía, se dio media vuelta camino
hacia la puerta principal dejando a sus espaldas las bolas rodando caóticas sobre
el paño. Nunca se enterará de manera fehaciente del yerro, aunque no necesitaba
la confirmación.
El
salón de profesionales ya estaba totalmente a oscuras, al igual que el recinto
amateur, solo la lejana luz de la calle brindaba algo de visibilidad para poder
caminar sin tropezar, a esa hora de la madrugada nadie moraba en los salones de
billar ni en el sector confitería. El blues continuaba sonando de fondo a modo
de despedida, esta vez era la descarnada voz de Eunice Waymon, más conocida
como Nina Simone. Ya en la vereda, de cara a una Avenida Boedo vacía, cerró la
puerta del local quedando clausurada de manera hermética, no se necesitaban
mayores seguridades, prendió uno de los Montecristo, dejando el encendedor
dentro del buzón correspondiente. Tomó la decisión de caminar unos metros hasta
la Avenida Independencia y orientarse hacia el oeste, sospechaba que era la
manera menos compleja y más segura de llegar hasta los dominios de Floresta, y
de paso ver la posibilidad de que un anómalo taxi nocturno lo condujera hasta
su casa. Eran las tres y media de la madrugada de un sábado, las líneas de colectivos
hacía años que no prestaban servicios a esas horas y sabía perfectamente que
los taxis ya no “giraban” como cantaba el tango, todo se manejaba vía radio
llamada, y Fermín lejos estaba de esos asuntos, su celular moraba en su casa
sin carga ni crédito. De hecho los dos que pasaron lo ignoraron como si no
existiera.
Ya
sobre Independencia y habiendo caminado varias cuadras, casi en su cruce con
Avenida de La Plata es sorprendido por las luces de una ambulancia que se
hallaba flanqueada por tres patrulleros. El encandilar de los destellos azules
y rojos de unos y otros hacía imposible, una vez llegado al lugar, no curiosear
sobre el suceso. La ausencia de civiles facilitó la indiscreción, además notó
que su presencia no llamaba la atención ni era tenida en cuenta por lo que se
inmiscuyó entre los peritos sin complicación alguna. Un cuerpo masculino tendido
boca abajo yacía si dar señales de vida, los galenos habían dado por terminada
su tarea y estaban junto a los oficiales esperando por el cuerpo forense de la
Policía Federal para que realice las encomiendas periciales necesarias a cuenta
de la futura causa judicial. Según lo que Fermín pudo escuchar del oficial al
que llamaban Garmendia, una camioneta que venía por la Avenida Independencia dobló
inesperadamente, a gran velocidad y sin guiño de giro hacia Avenida de La Plata
en dirección Rivadavia golpeando fuertemente con el espejo lateral el
rostro de la víctima al momento que éste estaba cruzando por la línea peatonal
en dirección oeste. Estiman que el traumatismo provocó la espontánea pérdida de
conocimiento originando una pesada caída sobre el pavimento y el consecuente
golpe de su cabeza originando el fallecimiento instantáneo del joven. De
acuerdo a lo que Fermín pudo escuchar vía los intercomunicadores de la policía,
la camioneta de gran porte logró ser identificada más allá del intento de fuga,
habiendo sido hallada a diez cuadras del lugar, más precisamente en la esquina
de Lezica y Pringles, abierta, con las llaves colocadas y la luces encendidas.
Nada se sabía de su conductor o supuestos acompañantes. A Fermín le seguía
llamando la atención esa libertad de movimiento que tenía dentro del perímetro
prefijado, no contaba a la vista de los idóneos y auxiliares, de todos modos
trataba de posicionarse en sitios en donde no entorpeciera el trabajo. Se
lamentó de no haber conservado el encendedor carusita, el último habano
Montecristo era una necesaria compañía. La identidad de la víctima aún la ignorada
debido a que el cadáver fue preservado con vallas, lonas y protecciones hasta
la llegada del cuerpo médico forense. Pasados unos minutos la ambulancia del
departamento judicial arribó al lugar estacionando de culata al siniestro. En
ese instante Fermín aprovechó para acercarse un pocos más de modo lograr mayor
información. Luego de los saludos y las presentaciones correspondientes los
peritos comenzaron a dialogar entre sí.
-La
identidad del occiso está confirmada – comenzó su informe el oficial Garmendia
-. Se trata de Fermín Marchetti, treinta y seis años, argentino, soltero,
proveedor de servicios free lance. Muy poco tenemos sobre él más allá de que
está domiciliado en el barrio de Floresta.
Los
peritos judiciales abrieron las protecciones y allí Fermín pudo constatar para
su sorpresa que se trataba de su cuerpo el que estaba descansado sobre el
pavimento de Avenida de La Plata, sangrando de su boca y con el cuello roto, incluso
podía observar con detalle el relieve que exhibía en el bolsillo de su camisa
el grosor del habano cubano.
No
había dudas de su mortuorio estatus, podría dar fe a través de una suerte de
auto-reconocimiento, acaso por eso no llamaba la atención de nadie teniendo
absoluta libertad de tránsito, tal vez esas eran las razones por las cuales los
taxis no se detenían ante su voceado, era probable entonces que su real muerte
se haya dado dentro de aquel salón de San Juan y Boedo, cuando estaba jugando
contra sí mismo su mejor partida, disfrutando de la música, del mejor tabaco, y
de los máximos elixires. Se quedó unos minutos aguardando para ver partir sus
despojos, tal vez a modo de íntimo responso, sin tener en claro qué sería del
devenir. Vio que su exánime materia era elevada a la parte trasera de la
ambulancia por dos colaboradores, uno de ellos era Santiago, el otro Claudio,
los cuales mediaban como camilleros bajo la atenta supervisión de Déborah, la
enfermera a cargo. Isa, el Cristo hombre, Profeta del Islam, era el conductor
del vehículo oficial, quien gentilmente, antes de arrancar, se bajó de la
cabina dirigiéndose en dirección a Fermín depositando dentro del bolsillo de la
camisa un encendedor carusita para que prendiera el último tabaco terrenal, acaso
el más complejo de disfrutar, a cuenta de su pronta devolución…
Fin
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El Perdido
- Partido de Coronel Dorrego –
Buenos Aires
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