Nacido el 19 de mayo de 1953
en Pittsburgh, Pensilvania, este cantante y compositor de Blues transcurrió su
primera década y media de carrera dentro de la banda The Nighthawks para luego
en 1986 enfocar su labor desarrollando giras y shows como solista. A fines de
ese mismo año incorpora a sus espectáculos una banda llamada The Assessins con
la cual recorre de costa a costa los EE. UU. Algunas grabaciones aisladas y un
CD en 1989, titulado, Cut Me Loose fueros los trabajos en estudios que legó el
grupo, para separarse definitivamente en 1991.
A partir de allí formó el trío
denominado Jimmy Thackery and the Drivers con el cual alterna presentaciones y
grabaciones dentro del esquema grupal o en soledad. Desde su primer trabajo en
1985 titulado Sideways in Paradise ya lleva más de una veintena de álbumes
siendo considerado por la crítica y sus pares uno de los guitarrista de blues
eléctrico más prolijos, prolíficos y virtuosos del presente.
Prólogo
del Libro de cuentos y relatos breves titulado El Sendero de los Extremos
Sucios
de Gustavo Marcelo Sala
El tiempo es nuestra máxima catástrofe
Con todas las
prevenciones y temores que la empresa demanda y tolera ha llegado el momento de
salir en la búsqueda del hombre que no fui. Y si me esfuerzo, acaso a través de
una percepción rápida, completa en sentido común y falsos conformismos, dudo
seriamente en desear encontrarlo. A mi edad, aborrecería sus reproches, que sus
éxitos le reclamen a mis fracasos banales hidalguías, esas que solo pueden
exhibirse post mortem y en boca de correveidiles que ingresaron a la verbena
poco después de haber prestado atención a la existencia de un cierto haz de luz
espiritual, un número indefinido de tazas colmadas con humeante café y
aletargados sones de armonías sacras. Estimo que ser el muleto de lo que pudo
haber sido y no fue resulta una pesada carga en horas en donde la contabilidad
nos habla de absurdos balances y ficticias posteridades. No sería capaz de
sostener sin rebeldía la irónica y cínica perplejidad de su mirada al detenerse
en mi estado de proscripción, inseguridades que yo mismo comencé a diseñar al
momento que cuando joven opté por darle licencia a sus servicios. Detesto la
superioridad moral del que nunca rompió una fuente de loza porque nunca la
lavó, del que no tuvo la valentía de perderse debido a que siempre se quedó
esperando, del que jamás lloró porque evitó transitar por el sendero del
sentimiento. El tiempo individual es nuestra máxima catástrofe; como nos conoce
y es nuestra sombra y memoria nos delata, y es el que no nos permite, cual
cancerbero, liberarnos, para intentar con modestia usurparle algunos minutos de
descuento a la inexorable finitud.
Allí, cual excelso anfitrión, echado
holgazanamente en el sillón más cómodo del abismo, a la vera del hogar y su
crepitar, me aguardaba paciente, escuchando, tal vez para edulcorar mi sosiego,
los acordes de Close to the truth de Tony Joe White, cruzado de piernas, fumando un Montecristo número
tres, el tabaco preferido del Che, con dos copas del mejor Merlot patagónico,
todas elegancias y símbolos a compartir. Imposible negarme. Al ser su muleto,
su mejor fracaso, conoce de mis debilidades y siniestros gustos terrenales. A
la izquierda del hombre que no fui, sobre una mesa de hierro fundido, lindera
al sillón, descansan mis seis novelas, cada una de ellas prolijamente anilladas
cual manuscritos de certamen, de igual modo mis tres antologías de cuentos y
los dos compendios de poesía. No alcancé a entender el tenor de su desafío
hasta que comenzó, a espacios temporales constantes, a lanzar cada pieza
literaria hacia el centro del bracero para que las llamas hagan de los textos
su extinción, excepción hecha de la miscelánea de cuentos titulada “El sendero
de los extremos sucios”, borrador que inquisidoramente y para mi confusión
atesoró, ignorando las razones que alimentó para tal afán. De inmediato
comprendí que el hombre que no fui no venía solamente por mi tiempo y mi
memoria, sino también por aquello que pudiera quedar de mí: una fuente de loza
astillada pero limpia, un valeroso y épico extravío, y el cause de una lágrima
que aún se niega a dejar de amar. Y al hombre que no fui le tuve compasión, y
lo miré a los ojos, y cuando ya sonaban los últimos acordes del blues, y cuando
el habano cubano exhalaba sus últimos círculos de humo, y cuando las copas
quedaron vacías del tinto elixir, me puse de píe para iniciar el camino,
tranquilo y satisfecho, en dirección a
la pira, no sin antes agradecerle, al hombre que no fui, por los servicios
prestados cuando de muchacho y ante la propuesta tuve que escoger.
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