El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

miércoles, 23 de mayo de 2018

Maestros del Blues.. Walter “Wolfman” Washington. Nos conduce por entre los fantasmas neorlandeses del Katrina, Javier “Paco” Miró.. y la historia del escritor local John Kennedy Toole, autor de la monumental obra La Conjura de los Necios....



Por Javier "Paco" Miró







                                                     Walter "Wolfman" Washington nació el 21 de Diciembre 1943, cantante y guitarrista americano oriundo de New Orleans, Louisiana, Estados Unidos. Posee un sonido que mezcla las raíces del blues con elementos del funk y el R&B.
Como la mayoría de músicos afro-americanos del sur, Walter, empezó cantando en la escuela y un coro de la iglesia. Su primer grupo lo fundó en el barrio “the True Love and Gospel Singers”, grupo de música spiritual a capella.

A mediados de 1960, Washington formó la banda “All Fools Band”, con ella tocó en diversos clubes de New Orleans. Ya en la década de 1970 se unió a la banda Johnny Adams. Tocó  y grabó con Adams por 20 años. Tmbién durante esa década formó su propia banda, “Los Roadmasters” realizando un exitosa gira por toda Europa. En 1981 lanzó su primer álbum como solista titulado Rainin In My Life.


En el nuevo siglo Washington comenzó a tocar regularmente con dos músicos de Nueva Orleans, el organista Joe Krown y el baterista Russell Batiste Jr., trabajando como un trío en el “Bar de la Hoja de Arce”. En 2008, lanzó Doin Funky, su primer disco en muchos años junto con una grabación en vivo. En la actual gira por Europa este ícono del Blues de 74 años, viene presentando su nuevo disco, trabajo que vio la luz en abril de este mismo año 2018 “My future is my past”, producido por Ben Ellman, es un disco diferente a los “viejos” discos con Lee Dorsey o incluso con the Roadmanster, planteado desde el principio como un proyecto creativo solo de Walter, sin una banda que le ayudase a componer desde el principio... Acompañan a Walter Wolfman Washington,  los músicos Terry Scott Jr – percusión, Jack Cruz – bajo y voz, Tom Fitzpatrick – saxo y voz y Steve Detroy – teclados


Por qué la muerte inesperada de John Kennedy Toole fue una gran pérdida para el mundo



Esta es la historia de un hombre que, después de muerto, alcanzó la fama internacional y hoy su obra sigue procurando un gran disfrute a montones personas de todo el mundo. Un hombre aparcó su vehículo en un lugar solitario, a las afueras de la localidad de Biloxi, en Misisipi, no muy lejos de las costas del Golfo de México. Dejó una nota a la vista “para sus padres” y el motor al ralentí, se apeó, introdujo el extremo de una manguera por la ventanilla de atrás después de haberla conectado al tubo de escape, volvió dentro del vehículo y esperó a que el monóxido de carbono le adormeciera y acabara con su vida. Era marzo de 1969; el hombre sólo tenía treinta y un años y se llamaba John Kennedy Toole, alguien que jamás pudo saber que luego haría pasar uno de los mejores ratos de su vida a multitud de personas en el mundo entero, y seguro que ya para siempre, una y otra vez, conforme las generaciones se sucedan.

La lucha justa de una madre destrozada


Thelma Toole, una madre dominante y sobreprotectora que no le permitía jugar con otros niños, definía a John como “un tesoro”, y realmente lo era. Había nacido en Nueva Orleans en 1937, cuando ella iba camino de los cuarenta años, después de que los médicos hubieran insistido en que de ningún modo sería capaz de concebir hijo alguno. Él poseía una gran inteligencia, destacaba en creatividad y se mostró como un alumno aventajado: cursó dos años de una vez en la escuela elemental, y más tarde obtuvo una beca para la Universidad Tulane, donde se graduó con honores en 1958, y se inscribió en la neoyorkina Universidad de Columbia para estudiar Literatura Inglesa.
Pero volvió a su estado natal en 1959 para trabajar de profesor asistente de Inglés en la Universidad del Suroeste de Luisiana, ubicada en Lafayette, y en 1960 fue el profesor más joven de la historia del Hunter College de Nueva York, con veintidós años, mientras trataba de cursar un doctorado en la Columbia. Sin embargo, fue llamado a las filas del Ejército en 1961, y se pasó un par de años formando en Inglés a los soldados hispanohablantes de Fort Buchanan, en Puerto Rico. Tras esto, rechazó regresar al Hunter, volvió a su ciudad, enseñó en el Dominican College y se inscribió en un doctorado la Tulane. En 1963, las cosas empezaron a torcerse, y seis años más tarde, John se suicidó. Según cuenta Kenneth Holditch, profesor emérito de Literatura en la Universidad de Nueva Orleans que trabó amistad con Thelma a partir de 1980, la mujer se encontraba hundida tras la muerte de su hijo y la convivencia con su pobre marido, “aislado en la sordera”, hasta que halló entre las pertenencias de John el manuscrito de una novela que había comenzado a escribir en Fort Buchanan, que había concluido tras su regreso a Nueva Orleans y que había tratado de publicar infructuosamente. Así queThelma, a sus sesenta y siete otoños, se lio la manta a la cabeza y se propuso que fuera publicada durante los cinco años siguientes. Hasta ocho editores obtusos la rechazaron a lo largo de ese tiempo. “Cada vez que me la devolvían”, comentaba Thelma, “era como si me muriese un poco”. Su marido falleció entonces y su propia salud se fue quebrando. Pero, en 1976, supo que el escritor Walker Percy daba clase en la Universidad de Loyola, y tal como explica él mismo, un día empezó a recibir llamadas de Thelma en las que le insistía para que leyese el manuscrito de John, cosa que hizo a regañadientes, pero algo ocurrió: “… seguí leyendo”, recuerda Percy. “Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarla; luego, con un prurito de interés; después, con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena”. Y sí lo era, y sus carcajadas a veces le hacían objeto de miradas desconcertadas de aquellos presentes mientras la leía. Así que no le quedó más remedio que convencer a la Universidad Estatal de Luisiana de que debía publicarla, cosa que sucedió en 1980. Al año siguiente, la novela se agenció en Premio Pulitzer y, en Francia, el de la mejor novela en lengua extranjera. No se merecía menos una maravilla como La conjura de los necios.


De ‘La conjura de los necios’ a ‘La Biblia de neón’



Holditch relata que, gracias al éxito de la novela y pese a su precaria salud, Thelma se volvió más expansiva y, “en sus apariciones públicas escenificaba escenas de la novela, hablaba de su hijo, tocaba el piano y cantaba viejas canciones”, y aseguraba que ella “seguía en el mundo por su hijo”, el desdichado John, que había enviado la novela a la editorial Simon and Schuster en 1963, y su editor literario, Robert Gotlieb, se dedicó a animarle para que la revisara y la modificara en repetidas ocasiones hasta que John, harto de cambiarla, perdió la esperanza de verla en las librerías, y se desmoronó
Debe de resultar de lo más exasperante saber que uno tiene entre manos una absoluta obra maestra como La conjura de los necios y que, parafraseando el fragmento de Jonathan Swift del que salió su extraordinario título, todos los necios editoriales se conjuren contra su genialidad. Porque esta novela es una inconmensurable y enloquecida sátira moderna, pero siempre lúcida, en la que casi todos los personajes se revelan como un hallazgo asombroso —en especial, por supuesto, el colosal Ignatius J. Reilly—, en ningún momento se intuye uno solo de los disparates que van a ocurrir y os juro que, como bien sabía Percy, se llega a llorar de la risa durante su lectura. John ya había pasado una buena temporada bebiendo demasiado alcohol en Fort Buchanan, pues allí era costumbre entre la soldadesca de lo asequible y abundante que era, y tras el batacazo editorial con La conjura de los necios, en la que estaba “algo de su alma”, John volvió a emborracharse, empezó a sufrir intensas jaquecas que no pudo remediar y a alumbrar pensamientos paranoicos y una creciente manía persecutoria, concretados una vez en que George Deaux, otro escritor, le quería robar su novela para publicarla con su propio nombre. Su aspecto se deterioró rápidamente, se tornó errático en sus explicaciones en la universidad, de la cual tomó una excedencia, y llegó a buscar en la casa familiar aparatos escondidos para leer la mente. En enero de 1969, desapareció, y Thelma no volvió a saber de él hasta que la policía acudió a contarle en marzo que se había quitado la vida a las afueras de Biloxi. Ella destruyó la nota de suicidio después de leerla, y sólo dio explicaciones vagas sobre su contenido: “Desvaríos de un loco”, dijo que contenía una vez. Y John fue enterrado en el cementerio de Greenwood, en Nueva Orleans. Por lo que cuenta Joel L. Fletcher, un amigo de John, de Thelma Toole, parece que había educado machaconamente a su hijo con un alto grado de autoestima, exigencia y esperanzas en que le aguardaba un futuro muy importante, una ironía de lo más trágica por la que quizá la tolerancia de John a la prolongada frustración de que Gotlieb no aceptara su novela era lo suficientemente exigua como para hacerle perder la serenidad y hasta la salud mental. Pero no cabe duda de que, pese a los errores que Thelma pudiera cometer en su relación con su hijo, se redimió tras su lucha para que el mundo gozara su obra maestra. No obstante, su empeño no acabó ahí porque, tras el triunfo de La conjura de los necios, dio con otra novela de John escrita a máquina e hizo todo lo posible por que su familia política no sacara tajada de su publicación, impidiéndola primero y nombrando a Holditch guardián de la misma después en su testamento, cometido que tuvo que desempeñar en vano cuando Thelma murió en 1984.
Así que, tras varios años de litigios, La Biblia de neón vio la luz en 1989, y los lectores de todo el planeta pudieron confirmar que John Kennedy Toole era de verdad un genio que había redactado con sólo dieciséis años algo tan maduro como esta novela sobre la infancia y primera juventud en un intolerante pueblo sureño y, unos diez años después, había concluido La conjura de los necios, que podría ser la mejor novela estadounidense o al menos una de ellas sin duda, y que pensar en qué prodigios podría haber escrito de no haberse suicidado constata la gran pérdida que esto fue para el mundo.


La Conjura de los Necios – Sinopsis



Su autor ha sido comparado a Cervantes, Fielding, Swift, Rabelais, Dickens... Resulta imposible resumir la trama picaresca y siempre sorprendente de esta obra, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos. Su figura central es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius Reilly –una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Tomás de Aquino perverso, reunidos en una persona–, que vive a los 30 años con su estrafalaria madre, ocupado en escribir una extensa y demoledora denuncia contra nuestro siglo, tan carente de «teología y geometría» como de «decencia y buen gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Por una inesperada necesidad de dinero, se ve «catapultado en la fiebre de la existencia contemporánea» embarcándose en empleos y empresas de lo más disparatado. Los personajes secundarios son tan exóticos (y neuróticos) como los de una película de los Marx Brothers: Darlene la stripteaseuse de la cacatúa; Burma Jones, el quisquilloso portero negro del cabaret Noche de Alegría, regentado por la rapaz Lana Lee, quien completa sus ingresos como modelo de fotos porno; el patrullero Mancuso, el policía más incompetente de la ciudad; Myrna Minkoff, la estudiante contestataria, amiga de Ignatius; Dorian Greene, un líder de la comunidad gay; la desternillante octogenaria Miss Trixie, siempre enfurecida porque no le dan la jubilación... y tantos otros personajes inolvidables.

Fuentes:


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