Tapa: Gradiva descubre las ruinas antropomorfas
- Fantasía retrospectiva – Salvadoir Dalí - 1932
Índice
1- 1974, una historia de amor
2- Barrio cerrado
3- Breve reinado
4- El sentimiento trágico de Patricio López
5- Por un pasado de gloria
6- Recursos humanos
7- Tras las huellas, las sombras
8- Un futuro promisorio
9- Piedad y Letras
10- Cuando el
Colegio Calasanz era una Fiesta
11- ¿Usted que es de
Guisasola lo conoció a Juancito Amestoy?
12- Don Ángel
1974
Una Historia de Amor
-
Y desde cuándo te comenzó a fascinar Rubén.
-
No hubo ni un momento ni una circunstancia
determinada. La cosa se fue dando. Pasé del más absoluto desinterés a una
observación paulatina de sus modos y formas, comencé a sospechar que un tipo
que se sometía a semejante ejercicio intelectual debía cuando menos tener alguna
razón o excusa para tal conducta, cuestión que la mayoría de nosotros nunca
había logrado interpretar – respondió Marcos -
-
A mí siempre me pareció un renegado, un mal
llevado – sentenció David -
-
¿Te hizo algo?
-
Nunca.
-
¿Entonces?
-
Si ya sé... peco de prejuicioso.
-
Como mínimo.
-
No me cierra. Juega al fútbol como los
dioses, jamás vi algo similar, y nunca le interesó probarse en algún club,
tiene una pinta envidiable y nunca lo vimos acompañado, ni siquiera viene a
bailar con nosotros, labia le sobra, sin embargo habla menos que poco, tiene un
buen pasar económico no obstante nunca se sintió atraído por la novedades que
el mercado nos ofrece.
-
¿Cuánto hace que lo conocemos?
-
Estábamos en cuarto - aseguró David -, hace
unos siete años entonces. Lo recuerdo apocado y timorato. Después se fue
soltando un poco, pero no mucho.
-
¿Ves?
-
¿Qué tengo que ver?
-
¿No te da curiosidad?.. Qué se yo, conocer
su historia, su familia – disparó Marcos -
-
El tema es entrarle, digo para que no se
sienta invadido.
-
En eso estoy. Por el momento trato de ser
tangencial, dejo que él decida, me abstengo de interrogar.
-
¿Fuiste a la casa?
-
Aún no.
-
Te habló de su gente.
-
No. Por ahora la literatura es nuestro tema.
-
¿Vos leyendo?
-
Veo que nunca le prestaste demasiada
atención a la biblioteca que tengo en casa.
-
¿Y qué tipo de literatura?
-
De todo un poco. No se cierra a ningún
género – afirmó Marcos -. Le gusta mucho la novela romántica clásica, detesta
lo comercial. Te hablo del Werther de Goethe, de la poesía Shelley, de las
Flores del Mal de Baudelaire.
-
¿Coinciden?
-
Estoy leyendo para no quedar descolgado. En
lo personal siempre me dediqué a la literatura nacional. Borges, Cortázar,
Bioy, Filloy. Mirá que cosa interesante; gracias a esta relación estoy
ampliando mis horizontes culturales.
-
Demasiado esfuerzo en lo que a mí respecta.
-
No es un esfuerzo cuando el asunto incluye
placer.
-
Supongo... ¿Hablan de minas?
-
Por el momento no son tema fuera de lo
eminentemente literario.
-
¿No te da qué pensar?
-
No tengo nada qué pensar. ¿Qué te pasa
David? Ahora también sos homofóbico. ¿Y si fuera homosexual qué? De todos modos
para tu tranquilidad te cuento que no me parece. Rubén maneja códigos inusuales
para nuestra edad, es más, a veces siento que estoy hablando con mi viejo.
-
Tu viejo murió cuando estábamos en tercero.
-
Tengo recuerdos. Señales que el mismo Rubén
refresca cada vez que nos encontramos. ¿Te acordás cuándo ganamos la final del
torneo que organizó Parque?
-
Cómo me voy a olvidar. Los flacos de Villa
Luro se vinieron esa noche con dos pibes de las inferiores de Vélez. Rubén la
rompió. Me acuerdo que la gente de Parque, luego de finalizada la entrega de
premios, le ofreció ficharse mientras nos estábamos cambiando. Todos nos fuimos
a festejar menos ustedes dos – evocó David –
-
Bueno. A partir de esa noche comenzamos a
desandar nuestra relación. Recuerdo que llegamos caminando hasta el Balón,
cenamos una pizza acompañada con un par de cervezas. Desde que llegamos hasta
que nos fuimos en ningún momento hablamos del partido. Cine, música,
literatura, todo matizando con la política. A Rubén le interesa mucho
relacionar la filosofía con la historia y ésta con la política. Por él me
enteré de qué se trata militar socialmente desde las bases y todos esos asuntos
que tanto movilizan en la actualidad a los sectores universitarios. Labura con
un cura villero en Ciudad Oculta. Va los sábados a la mañana; mientras sus
compañeros de grupo preparan las meriendas y los almuerzos, él entrena a los
pibes que luego compiten en los torneos Evita – concluyó Marcos -
-
¿Montonero?
-
Primero puto, ahora Monto, estás repleto de
prejuicios David.
-
Estamos en 1974 Marcos,
-
Nada que ver. Aunque todavía no hablamos
sobre el tema de la lucha armada me parece que sobre la base de sus
concepciones humanistas la violencia no encaja en su estructura intelectual
como método para la resolución de conflictos de clase; de hecho no está
afiliado a ningún partido político, ni siquiera se autodefine como un tipo de
izquierdas. Detesta los dogmatismos; suele afirmar que los extremos se
concentran más en procura de correr los ejes de las discusiones de modo
justificar sus fundamentalismos que instalarse de plano en la solución de los
problemas reales que atañen de sus compatriotas. Afirma que esos tipos tienen
más ganas de tener razón que de ser felices.
-
Debe estar preocupado.
-
Si lo está, por lo menos no lo exterioriza
– afirmó Marcos -
-
Desde que murió Perón la cosa está jodida
para la gente de nuestra edad. Somos todos sospechosos; me imagino que en su
caso se potencia al laburar en la villa. Digo, por lo de Mugica.
-
Me cuenta poco sobre eso. En ocasiones
corta la conversación abruptamente. Me da la sensación que no quiere
involucrarme.
-
¿Tu viejo falleció en un accidente verdad?
– preguntó David –
-
Lo atropelló un auto a dos cuadras del
sindicato. Era delegado gremial en la planta de Philips ubicada en Panamericana
y General Paz. Algunos intentaron darle cierta connotación política, lo cierto
es que el tipo que lo atropelló se detuvo y trató de asistirlo, incluso se
quedó en el lugar hasta que llegó un patrullero con la ambulancia. La cosa daba
para pensar. Eran tiempos en donde el sindicalismo dirimía sus internas a los
tiros. Momentos de dictadura y extraños alineamientos. Dos CGT, peronismo sin
Perón y cosas así. Fue un par de años antes de El Cordobazo. Mi viejo era muy
amigo de Raimundo Ongaro, secretario general del sindicato de los gráficos.
Hombre que supo venir a casa en más de una ocasión.
-
¿Hubo juicio?
-
Homicidio culposo. Aparentemente y según
testigos mi viejo cruzó entre dos autos estacionados sin observar el transito.
El hombre estuvo algunos días detenido hasta que se resolvió la carátula de la
causa. Los seguros, tanto del conductor como los del sindicato, se encargaron
del resto. Buena parte del confort que tenemos en el presente con mi vieja se lo
debemos a la muerte de mi Papá, toda una paradoja; el negocio, la casa, el
auto... en fin; encima por ese asunto, durante la colimba, sólo tuve que
afrontar el período de instrucción, a los cuarenta días me dieron de baja.
-
Es cierto, no me acordaba. Mientras todos
estábamos entre milicos vos te paseabas con Graciela por el barrio. ¿Volviste a
ver al tipo?
-
¿Con qué objeto? A nosotros nos quedó todo
muy claro. Nada nos hace pensar que no fue accidente
-
¿Invitaste alguna vez a Rubén a tu casa?
-
Si, pero hasta ahora no se dio la
oportunidad. Traté de estimularlo con los títulos que tengo en mi biblioteca.
La mayoría textos heredados de mi abuelo el anarquista; el diseño de las
estanterías y su correspondiente ordenamiento temático me pertenece con
exclusividad.
-
¿Cuántos volúmenes tenés? – preguntó David
-
-
Debo andar por los mil doscientos. Estamos
hablando de una habitación de seis por cuatro con muebles laterales y centrales
ordenados en galería. Una vez por semana, a modo de paseo, me voy al centro y
recorro las librerías de Corrientes, me compro todo lo que me interesa. En más
de una ocasión me acompañó Rubén. Priorizo textos clásicos de la literatura
universal, mayormente usados; los adquirís a muy bajo precio aprovechando las
ofertas. Por ejemplo, la semana pasada conseguí a precio de regalo el
Cancionero de Petrarca, texto que hace décadas se dejó de editar. Últimamente y
por su influencia he dejado un poco de lado a la literatura nacional y
latinoamericana aunque siempre compro algún ejemplar del cual haya recibido
buenas referencias.
-
¿Cuánto gastas por semana?
-
No es gasto, es inversión, de todos modos
te aclaro que es mucho menos de lo que vos gastas en el boliche cuando vas a
bailar. Entre la entrada y el trago tenés no menos de cuatro títulos.
-
¿Lees todo lo qué comprás?
-
No.
-
¿Entonces?
-
Están allí, a la espera del curioso. Puedo
ser yo, mi vieja, algún visitante, un amigo, mi prole cuando la tenga. Un libro
comienza a tener vida cuando el lector decide incluirse dentro de sus infiernos.
-
¿Qué manera de juntar polvo?
-
Qué boludo sos.
-
¿Volviste a ver a Graciela? – preguntó
descolgado David cambiando abruptamente de tema –
-
Desde que ingresó a la universidad nunca
más la vi, y eso que vive a cuatro cuadras de casa. Mi vieja me contó que se la
cruzó por el barrio un par de veces y que en ambas ocasiones le preguntó por
mí, de todas formas cuando la llamé no me respondió, me decían que no estaba,
nunca me devolvió la llamada. Ante esas circunstancias lo mejor es no joder,
persistir es de necios.
-
Estuvieron de novios mucho tiempo, ¿no te
parece raro?
-
Cuatro años. No me parece extraño, cuando
el amor se va no hay nada por hacer. Forzar encuentros, situaciones,
casualidades, nada sirve; es más, lo considero contraproducente, lastimoso y
tedioso al mismo tiempo – sentenció Marcos –
-
¿Qué estudia?
-
Después de tantas vueltas se decidió por
Antropología. Cursa en Filosofía y Letras de la UBA.
-
Ponele la firma que se metió en alguna
agrupación. Filo junto con Abogacía son las facultades de la UBA más
politizadas. Quién no milita es sapo de otro pozo, le hacen el vacío.
-
No te lo puedo afirmar ni negar,
simplemente lo desconozco.
-
¿Le hablaste a Rubén sobre Graciela?
-
Te dije que de mujeres no hablamos. A
propósito, el próximo sábado voy con Rubén a Ciudad Oculta. Me invitó y acepté.
Creo que puede ser de mucha utilidad percibir otras realidades, de paso le doy
una manito con los pibes.
-
Estás en pedo. Para conocer que existe el
cianuro no es necesario tomarlo.
-
No estamos hablando de veneno, se trata de
personas. Comunidades que desean y tienen esperanzas, igual que nosotros, y que
por cierto determinismo histórico deben sufrir los avatares de las injusticias
de la época.
-
No contés conmigo Marquitos.
-
Nadie te lo pide. De todas formas creo que
se trata de una experiencia que te puede enriquecer, sobre todo desde lo humano.
-
Olvídalo, el sábado por la mañana tengo que
dormir la resaca de los viernes.
-
Espero te des cuenta la razones por las
cuales Rubén nunca estuvo cerca de la barra.
Rubén y
Marcos se encontraron a las ocho y media de la mañana en la esquina de la
Avenida Rivadavia en su cruce con Segurola, lugar exacto en donde tiene la
parada el colectivo 92, medio de transporte indispensable para llegar a
destino. Marcos estaba relativamente cerca del punto de reunión, apenas quince cuadras
separan su domicilio del aquel lugar, de modo que la caminata era cuestión
obligatoria ante la ausencia de un medio público que lo acerque. Floresta
norte, por la mañana y en primavera, tiene señales particulares que la hacen
bastante distintiva con relación al resto de las barriadas porteñas. Veredas
muy anchas, arboledas de mediana traza prolijamente contorneadas y casas de
única planta lo exhibían como un barrio más cercano al estilo suburbano que
metropolitano. Ausente del vértigo céntrico se podía caminar con la misma
seguridad tanto por las aceras como por las calles, algunas bicicletas y carros
tracción a sangre se podían observar aún como usual medio de transporte vecinal
cosa imposible de advertir en los barrios del este porteño. Recién en Floresta,
Villa Luro o Villa Devoto era admisible tal paisaje. Mimbreros, lecheros y
diarieros le hacían frente a la modernidad corriendo sus fronteras laborales
hacia el oeste. Rubén venía de su bajo Flores natal. Barrio que marca como
ningún otro las diferencias y contradicciones del sistema dominante. Calles de
tierra, algunas pocas asfaltadas pero sin las necesarias cloacas, cuestión que
propiciaba, ante cada lluvia importante, ríos que no siempre eran de agua.
Escasa iluminación, una nocturnidad ciertamente peligrosa y poquísimos medios
de transportes acrecentaban exponencialmente su modesto valor inmobiliario.
Desde el punto de vista comercial se la calificaba como una barriada expulsiva,
pero debido a su baja cotización la cuestión se volvía muy cuesta arriba para
aquellos vecinos que pretendían proyectar una mudanza. Los ofertantes no
abundaban y aquellos pocos compradores que se interesaban en la zona
generalmente provenían del suburbano y lo hacían mediante créditos bancarios
que difícilmente completaban las exigencias hipotecarias.
Al mismo
tiempo que Rubén descendía del colectivo 77 Marcos estaba intentando prender su
primer Particulares 30 de espera.
-
Cómo te va – el firme apretón de manos
entre ambos asentó amablemente la satisfacción por el encuentro -
-
Aquí me ves – contestó Marcos - a punto de
prenderme un tabaco, como diría El Pampa
-
Mirá lo que te traje; es para tu biblioteca
– Rubén extrajo de su bolso un libro cuya
traza era bastante deslucida-, sospecho que no lo debés tener, la última
edición data de 1953
-
El Libro Negro, Giovanni Papini – leyó en
voz alta Marcos -. Genial, te agradezco mucho. Justamente de Papini conseguí
hace un mes La Novela de Gog. Me lo recomendó el librero. El volumen estaba
tirado en uno de los anaqueles de ofertas, inclusive estaba sin tapa,
literalmente me lo comí en dos tardes
-
Me alegro haberle pegado – exclamó Rubén
con satisfacción -, es muy complicado regalar tanto textos como discos, es algo
muy privativo, generalmente las personas los obsequian teniendo en cuenta sus
propios gustos suponiendo que dichos criterios resultan inobjetables. Soberbia
le dicen, aunque en lo personal no sería tan duro, cierta distracción
egocéntrica si me permitís el sofisma
-
¿Son de madrugar los pibes de la Villa?
-
El hambre apreta desde el amanecer. Por
fuera de la gente que labura directamente con el Cura Manuel de Lunes a Viernes
la organización de la Villa nos tienen divididos en dos grupos. El primero
llega aproximadamente a las siete de la mañana, son cuatro chicos y lo hacen
con una camioneta de uno de los compañeros cargando todos los comestibles que
teóricamente deben alcanzar para la semana. Las donaciones las retiran de las
unidades básicas de la zona. Esto forma parte de un acuerdo que el Cura tiene
cerrado con varias agrupaciones peronistas de base. Leche en polvo, fideos,
arroz, harina, azúcar, yerba, y demás productos no perecederos. Ellos se
encargan de ordenar el pañol mientras que los propios colaboradores y vecinos
preparan el desayuno. El segundo grupo, es decir nosotros, debemos arribar tipo
nueve para comenzar con las actividades recreativas y culturales: deportes,
teatro, música. Somos seis. Hay de todo, universitarios, obreros y algún que
otro militante de la JP. Dentro de los diez pibes que laburamos con el Cura hay
cuatro chicas. Desarrollamos las actividades durante todo el día, se almuerza,
se toma la merienda y a eso de las siete y media nos vamos. Los días de eventos
y competencias la camioneta es la que nos permite que ningún pibe se quede sin
participar. Ahí viene el bondi, vos subí, yo saco...
El desvencijado Bedford circulaba por
Avenida del Trabajo como podía. Era imposible continuar la conversación debido
a la cantidad de sonidos que manaban desde el propio interior del colectivo,
más aún, el magazine del chofer enfatizaba el dilema a propósito de su elevado
volumen y un gusto musical ciertamente deplorable. El vehículo era uno de los
escasos sobrevivientes que aún quedaba de principios de los sesenta, ejemplares
que supieron poblar la ciudad de Buenos Aires ante la desmesurada explosión
urbana y con ella el desarrollo del sistema de transporte privado de pasajeros.
Dos hileras de asientos dobles con un pasillo central presentaban notorias
incomodidades, molestias que se potenciaban debido a que la unidad adolecía de
puerta trasera, por lo que observar el circular de pasajeros en direcciones
encontradas era paisaje recurrente. Si bien a esa hora, y siendo sábado, el
coche no estaba completo uno podía imaginar con alto grado de certeza el
calvario usual que debían soportar sus peregrinos en las horas pico. Gran parte
del parque automotor estaba prácticamente renovado. Las modernas carrocerías de
los Mercedes once doce y once catorce circulaban por la ciudad en la mayoría de
las líneas. Sólo unas pocas empresas intentaban especular tratando de sacarle
jugo a los últimos frutos, remanentes de una olvidada opulencia, móviles cuyas
cortezas sólo podían ser aprovechadas como precarios aguantaderos. La 92 era
una de ellas, otra era la 105; mientras el 144, el 99 y el 77 no se quedaban
atrás; con el tiempo algunas dejaron de funcionar debido a que no eran
utilizadas por los usuarios justamente por la ausencia de eficiencia y rapidez
en el servicio, otras debieron invertir
forzosamente para no recorrer el mismo camino.
Marcos y Rubén descendieron del
colectivo en la esquina de Tellier y Avenida del Trabajo; para ambos abandonar
el vehículo podía entenderse como un ejercicio liberador, sobre todo a los
efectos de no tener que soportar más las cumbias y los cuartetazos del chofer.
En ese sentido ambos coincidían con los gustos musicales: Pink Floyd, Yes y
Creedence, fronteras afuera; Sui Generis, Pescado Rabioso, Alma y Vida, Aquelarre,
en el ámbito nacional. En cuanto a solistas, odiaban todo lo latino que viniese
con sello de la gusanería, dedicándose exclusivamente a escuchar trovadores de
la talla de Heredia, Zitarrosa, Viglietti, Larralde, Mercedes Sosa y Atahualpa.
De vez en cuando matizaban con música clásica, sobre todo a ritmo de los
adagios.
A las
nueve en punto ingresaron por la calle principal del barrio rumbo a la capilla.
La muchachada saludaba a Rubén como un vecino más, debiendo soportar a su paso
y de modo estoico alguna cargada futbolera producto de su fanatismo por el
famélico Deportivo Español, club que por entonces se debatía en las divisiones
de ascenso de AFA.
Si bien
una buena parte de los muchachitos no podían esgrimir ostentos ni pergaminos,
debido a que en su mayoría adherían por River y por Boca, clubes que por
entonces tenían escasos laureles para exhibir, el primero con diecisiete años
de sequía y el segundo con idas y vueltas marcadamente frustrantes, el disfrute
por la desventura ajena es muy característica cuando de fútbol se trata. A
principios de los setenta Estudiantes de la Plata e Independiente a escala
internacional y San Lorenzo, Huracán, Newell´s y Rosario Central, en el ámbito
local, eran los que dominaban la escena futbolera; equipos que no concitaban un
masivo interés en la barriada. Sólo los cuervos de Boedo poseían algunos
destacados hinchas en la Villa, uno de ellos el Cura Manuel, que bien
acostumbrados estaban a los triunfos desde las épocas de los “carasucias” y los
recordados “matadores” del 68. El mundial de ese año había pasado sin pena ni
gloria al igual que el juego exhibido, sólo Holanda había ensayado algo de
belleza futbolera. La tristeza por la muerte del General había superado
cualquier desilusión de carácter terrenal. Se había muerto el único tipo que
nos tiraba un hueso para el puchero – afirmaba Rubén -, la barriada se sentía
menos protegida, acaso abandonada, más “Oculta”, menos “Ciudad” quizá.
-
Cómo le va Padre, le presento a Marcos,
vino para colaborar en el barrio.
-
Un gusto, espero que no sea por única vez.
Un par de brazos bien dispuestos se necesitan tanto como la misma comida.
-
El gusto es mío, Rubén me habló mucho de su
obra.
-
¿El resto de la gente? – preguntó Rubén –
-
Parte de los chicos están en el pañol
acomodando la mercadería – contestó el Cura -, el resto colaborando en el
comedor.
-
¿Qué hacen esos dos Torinos con cuatro
tipos dentro flanqueando la entrada? – inquirió Rubén -, el sábado pasado no
estaban.
-
Los mandaron de Bienestar Social, están
desde el miércoles, dicen que es para nuestra seguridad – contestó el Cura –.
Hacen horario de oficina, a la noche se van. Según me informaron lo de Mugica
los sensibilizó de tal forma que han decidido proteger las actividades
barriales de los Curas villeros. Parece que hubo un acuerdo entre el Gobierno y
la Curia.
-
¿Les cree? – se atrevió a preguntar Marcos
–
-
En absoluto.
-
¿Entonces?
-
No los puedo echar, además todo lo que aquí
ocurre es demasiado claro y transparente como para intentar cualquier desatino.
Un
abigarrado grupo de pibes venía caminando desde lo profundo del barrio en
dirección a la capilla, lugar físico en donde se apostaba el comedor. Media
docena de muchachos y chicas se entremezclaban entre ellos; algunos cargando en
sus hombros a los más pequeños mientras que los otros orientaban una suerte de
espontánea murga que avanzaba a ritmo de un creativo popurrí siguiendo el
singular estilo de los candombes orientales. Graciela era una de las más
entusiastas preceptoras. Marcos, durante varios minutos, se mantuvo absorto
ante el testimonio visual del cual era involuntario espectador.
-
¿Conocés a esa chica? – preguntó Marcos –
-
¿Cuál de ellas? – replicó Rubén -
-
La de overol y camisa cuadros
-
Graciela Molina, estudiante de
Antropología. Llegó al barrio hace un mes de la mano del Corcho, aquel pibe de
barba y de buzo verde, otro estudiante de Filo. Militan dentro del Peronismo de
Base en el ámbito universitario. La piba parece buena gente, solidaria, muy
laburadora.
-
Es muy bonita – ironizó Marcos -
-
Bellísima. Anda sola. Parece que hace poco
salió de una relación muy fuerte, prefiere no hablar del asunto. Según dicen
sigue enamorada aunque en lo personal jamás le doy entidad a los rumores. De
acuerdo con lo que me contó el Corcho el ex no es del palo, un burgués que
jamás comprendería su elección de vida. Es más, le hizo un tirito y rebotó del
peor modo. ¿Te resulta familiar?
-
Soy el burgués que jamás comprendería,
Rubén.
-
¡No te puedo creer!... Me quiero morir.
Mierda con los prejuicios y las casualidades.
-
Vive a pocas cuadras de casa; estuvimos
cuatro años de novios.
-
Nunca mencionaste el tema.
-
Jamás hablamos de mujeres.
-
Siempre me pareció que el amor es una
cuestión privada, y que si el tema salía bienvenido sea, no voy a ser yo quién
fuerce determinados asuntos.
-
Así lo supuse.
-
¿Incómodo?
-
Tremendamente. Estoy pensando seriamente en
rajarme.
-
¿Veo qué te sigue interesando? – preguntó
Rubén –
-
No puedo negarlo.
-
Naturalizá el encuentro. Disculpá que me
meta en distritos privados, pero me parece que es una buena manera de relajar
el momento. Además es probable que deba revisar los motivos de la ruptura, si
es que dicha ruptura efectivamente se elaboró a partir de un cambio muy
profundo en sus intereses y cierto perjuicio que esas modificaciones generan
con respecto a los demás.
-
Aclarame ese último punto.
-
Es una cuestión de paciencia. La mayoría
pretende que sus propias modificaciones sean comprendidas, aceptadas y hasta
imitadas dentro de la misma sintonía temporal. Tal vez Graciela te haya enviado
señales que por prejuicios propios no alcanzó a desarrollar en su verdadera
dimensión. Sumale a eso que ambos estaban muy lejos de estas cuestiones. De
modo que en lugar de poner las cartas sobre la mesa tal vez optó por exponer su
nuevo ser individual a partir de un mensaje subliminal, aristas
generalmente confusas y extemporáneas,
complejas de percibir.
-
Tu mensaje fue más efectivo que el de ella.
-
Yo no forcé ninguna situación. Vos elegiste
estar hoy conmigo y acá. No tuve ninguna necesidad de convencerte. Solo, sin
presiones ni pedidos, te interesaste por mi mundo. Te tuve paciencia.
-
Eso quiere decir que me buscaste.
-
Que no te quepa ninguna duda. El resto de
la barra no es como vos. Tomemos a David como ejemplo. Lo nombro porque sé que
es muy amigo tuyo. El tipo siempre trató de exportar gustos y deseos propios,
nunca se esmeró, en lo que a mí respecta, por intercambiar experiencias. Yo no
soy un boludo por mis elecciones. No juego profesionalmente al fútbol
sencillamente porque no me interesa, no me agrada dentro del campo de mí
individualidad profesionalizar algo que prefiero mantener dentro del terreno
lúdico. Tampoco debería ridiculizar mi desinterés por el boliche y las juergas
nocturnas. Opto por otros ámbitos, otros universos, ni mejores ni peores,
distintos. Mal haría en descalificar gustos ajenos para valorar los propios,
aún teniendo mérito para ello. ¿Graciela conoce a David?
-
Tuvo la oportunidad de dar con él en esas
típicas y aburridas reuniones de parejas. ¿Vos creer qué me juzgó tras ese
prisma?
-
Es probable. En lo personal – continuó
Rubén –, y después de tantos años no me había dado cuenta la calidad de tu
madera hasta aquella noche de la final contra Villa Luro. Observé con agrado
que ni siquiera planificamos nuestro íntimo festejo por ese campeonato. Es más,
no hablamos del asunto en el Balón. Para qué arruinar con palabras un momento
que disfrutamos con extrema intensidad.
-
Viene para acá.
-
Así debe ser, es hora de planificar la
actividad del día. La Capilla es el centro de reunión. Hoy tenemos fecha libre
en el marco del torneo, de modo que vamos a compartir las actividades con el
resto del grupo, excepto durante los noventa minutos que dura el entrenamiento.
¿Me vas a dar un manito con los arqueros?
-
¿Te parece? yo solamente atajo, calificarme
como arquero es demasiado grande.
-
El sábado pasado les adelanté a los pibes
que les traería al mejor.
-
Contá conmigo.
-
En ésta te dejo solo Marcos.. en quince
minutos te espero en la canchita. Hacé una cuadra y doblá a la izquierda, el
pasillo te lleva.
Ese tal
Corcho establecía con Graciela una suerte de “Catenaccio”, digno cancerbero muy
propio de los esquemas defensivos del exitoso técnico del Inter Helenio
Herrera. No la dejaba nunca en soledad; lo cierto es que parecía más preocupado
en permanecer cerca de ella que concentrado en su específica tarea con los
pibes. Hasta el mismo reencuentro lo tuvo como testigo del escueto diálogo.
-
¿Vos acá? – se manifestó sorprendida
Graciela –
-
Lo mismo pensé cuando te vi venir – retrucó
Marcos -, de hecho conversaba con Rubén del tema.
-
¿De dónde lo conoces?
-
Terminó la secundaria conmigo y
esporádicamente viene a jugar al fútbol con la barra. Hace un par de meses
comenzamos a frecuentar.
-
Es bueno cambiar de aire.
-
Tal vez el aire siempre haya sido el mismo,
el asunto radica en no prejuzgar.
-
Ya lo creo. Te presento a Luis Maffeo, aquí
lo conocen como el Corcho. No sólo es mi compañero en las tareas del barrio
además cursamos juntos en la facultad.
-
Un gusto, Marcos Longhi.
-
Encantado viejo. ¿Amigo de Rubén?
-
Viejo conocido, amigo reciente.
-
Bienvenido entonces, siempre es bueno
agrandar la nómina de voluntarios.
-
No sé si esto se va a extender en el tiempo.
Hoy resulto solamente un invitado que viene a darle una manito a Rubén con los
arqueros.
-
Me alegró verte Marcos, sobre todo aquí –
interrumpió Graciela -. Vamos Luis, ya estamos atrasados, los chicos esperan.
-
En el almuerzo nos vemos – se despidió el
Corcho mientras ambos se alejaban en dirección a la Capilla –
Marcos
notó en Graciela una llamativa frialdad, displicencia lindante son el
desinterés. Una sorpresa inicial, muy poco efusiva, dejó paso para que su
meloso guardaespaldas encamine un exánime coloquio.
-
¿Cómo te fue? – preguntó Rubén apenas
Marcos se colocó a su lado para las correspondientes presentaciones ante el
grupo de chiquilines –
-
Después hablamos, tengo ganas de entrenar a
los arqueritos.
-
Bueno, ya me has dado una buena parte de la
respuesta.
-
Qué sabio resulta no hablar de mujeres.
-
No siempre – replicó Rubén –
Luego de
una breve ceremonia en donde Rubén asombró a los chicos contando algunas de las
proezas de su amigo Marcos como arquero del equipo del barrio, dispuso dos
grupos para comenzar los ejercicios. Debido a la concepción que tenía por el
juego todo el ensayo se realizaba con pelota, prácticamente no había
entrenamiento físico, apenas diez minutos de calentamiento de forma tal evitar
lesiones musculares: trote alrededor de la cancha matizado con algunas carreras
cortas y saltos alternados alcanzaban como menú para evitar toda contingencia.
El grupo a cargo de Marcos estaba compuesto por los arqueros y los delanteros,
de ese modo, además de ensayar con los porteros, cierres, achiques y cortes, se
trataba de practicar definición. La relación entre ambas jerarquías dentro del
juego resulta de “perogrullo” en consecuencia el joven ayudante no puso la
mínima objeción con relación a lo determinado por Rubén. Éste tendría a su cargo
el diseño de juegos y estrategias con la defensa y el mediocampo; cuestiones de
manejo, circulación de pelota, marca zonal y demás cuestiones que hacen a
eficientizar la posesión del balón. Gracias a la generosidad de varios clubes
de la zona, Nueva Chicago, Vélez, All Boys y Deportivo Español, contaban con la
suficiente cantidad de pelotas para realizar un ejercicio futbolero dinámico y
sumamente entretenido. Tal cosa se dio casi espontáneamente obligando a
extender el entrenamiento hasta minutos antes del almuerzo debido al necesario
picado que el piberío reclamaba a modo de tributo. En esta oportunidad Marcos y
Rubén tuvieron que afrontar el compromiso exigido por los chicos jugando uno
para cada lado; el Cura Manuel no tuvo inconvenientes para oficiar como juez
del encuentro. El duelo entre el número nueve y el arquero maravilló a la
concurrencia que casualmente se hizo presente en el predio; la descollante
actuación de Marcos en la ronda final de penales lo comprometió con los
chiquilines de cara al futuro. Con diez minutos de demora arribaron al comedor
vitoreando a su nuevo héroe ante la perpleja mirada de Graciela, el Corcho
Maffeo y el resto de los jóvenes ayudantes.
-
No me gusta para nada el Corcho, lo vengo
observando desde hace un par de meses y no me logra convencer – manifestó Rubén
a instancias de Marcos. Ambos habían decidido almorzar apartados del resto del
equipo para poder conversar en privado -. Me huele a buche.
-
Disculpame, pero no logro comprender –
respondió Marcos mientras disfrutaba de la ración que le tocó del estupendo
guiso que cocinaron la madres de la Villa –
-
Tu presencia me sirve de mucho. Observarlo
cómo te observa me resulta muy enriquecedor, evidentemente Graciela ya le habló
de vos. El tipo no me cierra. Marita Vallejos, la dueña de la casilla que está
en la calle más apartada del barrio, me comentó haberlo visto conversando muy
amigablemente con los de Torino. Dice que estuvo con ellos no menos de diez
minutos, fue a la mañana bien temprano, antes que llegara la camioneta con la
carga semanal. A esas horas del sábado es muy escasa la cantidad de transeúntes
que circulan por el barrio. Según sus
dichos, cuando lo cruzó, so pretexto de haber ido ir a comprar cigarrillos me
contó que le mencionó bromeando “ni el
encendedor del auto les funciona a estos crotos”. Marita Vallejos son
mis ojos dentro de la Villa. Me cuenta todo lo que sucede, quién entra, quién
sale, el transitar de caras extrañas.
-
Deberías hablar con Graciela, ella lo
conoce más.
-
Para eso está vos. Me parece que es un
distrito que te abarca. Vos tenés o tuviste una relación que nos permite
sopesar el afecto que ella siente por el Corcho. No tengo dudas que tu palabra
tendría más peso que la mía con respecto a este sujeto.
-
De todos modos no entiendo las razones de
tu temores.
-
Desde poco tiempo antes de la muerte del
General se ha posicionado muy fuertemente la derecha fascista dentro del
Gobierno. Toda actividad política que implique algún sesgo socialista o posea
un tufillo de izquierda, sea dentro de la militancia concreta o en las
organizaciones sociales es observada con mucha atención y cuidado por parte de
la gente de López Rega. Incluso se corre la bola que armó una suerte de grupo
paramilitar que supuestamente no sólo se cargó al Padre Mugica, sino además a
varios de los militantes más notorios; también están intimando mediante amenaza
de muerte a algunos compañeros comprometidos políticamente para abandonar el
país. En otro plano la cacería contra las organizaciones armadas populares ya
es un hecho; los tipos ven en cada colectivo solidario el caldo de cultivo para
cuadros revolucionarios, en consecuencia la escalada de violencia estatal en
cualquier momento se efectuará sin eufemismos, a cara descubierta y dentro del
marco pseudolegal que les da este formato democrático ciertamente particular.
Con los medios a favor manejar a la opinión pública no les costará demasiado,
de modo que cualquier fusilamiento, cualquier emboscada, puede pasar como
enfrentamiento sin solución de continuidad. La figura del infiltrado se ha
generalizado. Hoy un tipo joven, barbado y con morral puede ser tanto un
militante social como un suboficial de la bonaerense o de la Federal
encubierto. Lo mismo pasa con la pibas; detrás de una hippona drogona,
supuestamente amante de la música de Janis Joplin y Jimi Hendrix, puede
ocultarse una siniestra delatora.
-
¿Y los milicos? – preguntó Marcos –
-
Por ahora oficialmente no hacen ni dicen
nada. Creo que están esperando el natural desgaste. La banda del Brujo está
desmadrada y las organizaciones armadas volvieron a la clandestinidad luego de
la agachada de Perón a favor de la derecha en aquel discurso de la plaza.
-
Es un clima muy jodido el que me planteas.
No alcanzo a entender quién fogonea esta escalda de violencia.
-
Forma parte de la guerra fría. Por un lado
impedir que el socialismo y el populismo se asienten en Latinoamérica, lo que
ocurrió en Chile con Salvador Allende es un dato elocuente. Un Presidente
democrático que intentó un esquema nacional y popular fue derrocado sin
miramientos por los sectores más acomodados de la sociedad local, además dicho
golpe contó con la anuencia de los Estados Unidos, motorizado por sus propios
intereses económicos en alianza con las fuerzas armadas. Ahí tenés la
respuesta. Por otro lado la propia desorganización de los sectores populares.
En la actualidad salvo contadas excepciones la mayoría de los sindicatos, los
partidos políticos y las organizaciones intermedias, como el Clero, acuerdan
con dicho alineamiento. La demonización que se hace sobre la Revolución Cubana
es elocuente al respecto. Socializar la riqueza, horizontalizar la propiedad de
los medios de producción, instalar definitivamente que tras cada necesidad
existe un derecho como decía Evita, profundizar una reforma agraria son tópicos
que incluyen recortar privilegios, cuestión que los poderosos no están
dispuestos a negociar alegremente.
-
¿Pero acaso no son todos peronistas estos
tipos?
-
En lo personal siempre me costó entender al
peronismo. Esto no significa que no tenga explicación, es probable que a mí me
falte capacidad analítica y formación política para elaborar semejante
complejidad. Eso de aceptar que existe tanto un ala derecha como un ala
izquierda tan marcadas me resulta, por el momento, una ecuación sin resolución.
Puedo aceptar matices ideológicos dentro de rangos razonables. Me preguntarás
¿qué es razonable? A esta altura del partido ni yo mismo lo sé. Observemos al
Radicalismo. Está la Línea Nacional con Balbín a la cabeza, un tipo de
centroderecha bastante moderado. La presidencia de Illía, por ejemplo, tuvo
rasgos muy interesantes en cuanto a tratar de horizontalizar los derechos, sin
ir más lejos recuerdo la ley de medicamentos. Enfrentando a ésta se encuentra
el incipiente intento de Raúl Alfonsin por armar un ala de centroizquierda, por
ahora minoritaria, pero siempre presente dentro del debate. Es decir, ambos se
manejan dentro de matices, siempre sujetos a los lineamientos ideológicos
fundacionales. Nadie podrá asumir la existencia de un Radicalismo
revolucionario, menos aún de uno fascista. Menú que sí te presenta el
Peronismo. En las últimas elecciones yo me incliné por la Alianza Popular
Revolucionaria: Alende – Sueldo era la fórmula. Emergentes de un radicalismo
desarrollista en alianza con algunos sectores dispersos del socialismo. El
Doctor Oscar Alende supo gobernar la Provincia de Buenos Aires desde el 58
hasta el 62 muy eficientemente y con un alto contenido social. El cáncer de la
proscripción se lo llevó puesto; el pueblo, asumiendo el principio de acción y
reacción nunca se detuvo en la valoración de su enorme tarea ejecutiva. La
antidemocrática exclusión política hizo que hasta el mismo Bisonte cayera en la
volteada de la indignación. Temo que el poder, dentro del peronismo, es lo
único que cuenta; acceden a él y luego dirimen sus asuntos internamente, de
modo democrático o a los tiros. Debemos admitir también que sin poder es
imposible gobernar y menos aún llevar a cabo los cambios sociales que nuestra
Patria reclama – finalizó Rubén –
-
Yo voté Perón – Perón, sospecho que convencido
por cierta historicidad familiar, sobre todo de parte de mi viejo, te dije que
fue dirigente sindical en la UOM. Hasta que te conocí siempre estuve muy
alejado de estas cuestiones. Mi vieja odia la política, pero mucho más a los
milicos. Mi abuelo materno fue un anarquista que buena parte de la década del
treinta se la pasó preso. El peronismo lo convenció, estuvo en la plaza el 17
de octubre, adhirió al movimiento hasta que lo recagaron a palazos durante
huelga de los ferroviarios. Nunca más militó, se dedicó a leer y a escribir.
Murió en el 59, precisamente el uno de enero, día en que los barbudos entraban
triunfantes en La Habana. ¿Crees qué Graciela puede estar en peligro?
-
Es una probabilidad, igual que el resto. Si
este tipo es lo que sospechamos estamos todos marcados. Te aclaro que el
primero en la lista es el Cura.
-
¿Me estás asustando o probando?- inquirió
Marcos algo disgustado –
-
Ni una cosa ni la otra. Te considero uno de
mis más cercanos afectos, ni siquiera aquí tengo relaciones tan firmes, mal
puedo invitarte para que compartas mi mundo sin mencionarte los riesgos que
tiene. Y te aclaro que son riesgos con los que hace mucho tiempo he decidido
convivir. Tengo miedo, y a esta altura me parece que resulta sano asumirlo, de
algún modo te previene, te ayuda a sentirte falible, te aleja de ese sujeto
ostentoso y soberbio que supone estar exento de dilemas. Para estar aquí es
necesario tener un firme compromiso con las convicciones y saber que si el
momento impone tener que tomar las armas no se puede dudar, ya que serán ellos
o nosotros. Varias veces hablé con el Cura sobre el tema. Todas las noches reza
para que alguien le ponga paños fríos al presente.
-
Pero si acá no estás haciendo nada malo o
punible.
-
Por eso mismo. Los fachos nos ven impredecibles,
no domesticables, ya que a la par de no tener precio nos observan como tipos
que le entramos a la gente por el lugar en donde pasan sus verdaderas penurias
cotidianas. Tienen una percepción lineal de la disyuntiva. Cualquier acción
colectiva solidaria que perdura en el tiempo y llegan a grandes bolsones de la
población te la pintan de rojo y se acabó el asunto: “Están tratando, mediante manejos demagógicos populistas de importar
ideologías extrañas a nuestras costumbres occidentales y cristianas, dicen
muy convencidos con sus mentiras.
-
El panorama que me das no es para nada
alentador – interrumpió Marcos sonriendo con marcado desdén -. Hasta hace cinco
minutos me preocupaba Graciela, ahora me preocupa todo: vos, el Cura, el
barrio, el resto de los muchachos. Gente que tan alegremente hace cosas por los
demás en medio de un paisaje que no brinda comodidades ni esperanzas.
-
Yo no sé si vas a repetir esta experiencia
sabatina de cara al futuro, lo único que te pido es que converses con Graciela
sobre el “Corcho” Maffeo y me tengas al tanto. Te imaginarás que en la
coyuntura es un tipo sin relevancia dentro de los resortes que maneja el
Estado, pero sería muy bueno para el grupo darle salida cuanto antes, siempre
que confirmemos nuestras presunciones.
-
Dalo por hecho, el único interrogante por
saber es si Graciela me dará cabida.
-
No tengo dudas que vas a tener mucho éxito
en la empresa. Vamos para el campito, los pibes no me perdonarían que los prive
de su nuevo ídolo
Esa
noche de sábado Marcos llegó tan cansado como confundido a su casa. Supuso que
ambas cosas estaban absolutamente justificadas y tenían íntima relación con el
estado de tensión interno que supo cimentar luego del almuerzo. Durante la
tarde había logrado cruzar un par de palabras con Graciela aprovechando cierta
distracción por parte del Corcho. Sin insistir demasiado, de modo evitar
molestias de las cuales no se puede retornar, logró que acepte tomar un café el
Domingo por la tarde en la San José, confitería ubicada en la ochava que dibuja
Rivera Indarte con la Avenida Rivadavia, aprovechando que la joven iba a estar
de visita en la casa de su parentela de Flores. Se pegó una ducha, puso la ropa
a lavar y cenó en la soledad de su cuarto. Desoyó los cuatro llamados que
David, con su acostumbrada insistencia, le hiciera para ir a bailar con la
barra a Pinar de Rocha. Con la ayuda de su madre y la excusa de un estado
gripal avanzado logró que el muchacho resigne su porfía. Marcos prefirió
concentrarse en la lectura del libro que le había regalado Rubén, cosa que pudo
lograr a medias debido a que permanentemente se le cruzaba la imagen de
Graciela y el encuentro que en pocas horas tendrían, no ya con la intención de
recuperarla, sino para tratar temas en donde la vida y la muerte estaban a la
vuelta de la esquina. Al llegar a la página cincuenta entendió que Papini no
merecía el desplante, de forma tal, se inclinó por prender la radio; Del Plata
incluye excelente música los sábados por la noche pensó. Apagó la luz y trató
de encarar una diligencia que hasta el momento parecía imposible, dormir. El
póster de Claudia Cardinale, fijo en la pared, aparecía y se ocultaba a
instancias de la cortina americana en la misma medida que los focos de los
automóviles anunciaban su circulación callejera; apenas una escueta lencería
inferior de tono oscuro, la camisa totalmente desprendida dejando intuir su
extrema opulencia, el cabello mojado, la cara lavada y su cuerpo tirado en la
arena era toda una invitación para un joven sortilegio. Tampoco tuvo voluntad
para gozar físicamente del maravilloso espectro tunecino que tenía delante.
Cerró los ojos; diseñó decenas de argumentos, relatos, preguntas, discursos,
hasta que por fin la luz de la mañana le comunicó que dormir no le había
resultado una quimera, cuestión con la cual había especulado con exagerado
denuedo.
La
formalidad horaria de los jóvenes era cuestión histórica. Ambos coincidían que
el respeto y el afecto por el otro comienzan a ser reconocidos a partir de la
cortesía y la consideración que se tiene por la puntualidad. Un beso distante,
casi amigable, acaso náufrago, precedió al ingreso por la puerta principal de
la confitería. Una de las mesas linderas a los ventanales que orientaban hacia
Rivera Indarte fue ocupada sin que medie debate ni cambio de opinión.
-
¿Cómo te va tanto tiempo? – preguntó Marcos
–
-
Nos vimos ayer – mencionó de modo tajante
Graciela –
-
Me refiero al tiempo recorrido desde que
dejamos de vernos.
-
No tengo mucho para contarte. Curso
Antropología durante la mañana y pude conseguir por medio del “Corcho” un cargo
de preceptora en el colegio Misericordia de Flores. Los sábados hago trabajo
social en el barrio y el resto del tiempo ayudo en casa. Acaso algo de cine y
de teatro los domingos, nada especial.
-
¿No hacés más tenis en Ferro?
-
Dejé definitivamente. En un momento hice un
corte definitivo con todo aquello que me incomodaba, obligaciones mucho más
ligadas a deseos ajenos que a la satisfacción propia. En algún sentido estaba
viviendo bajo el prisma de terceros. Mis viejos, vos, mis amigas del club, mis
hábitos; todo ese equipaje lo sentía como extranjero de mí. Me harté de la
niñita supuestamente perfecta, aplicada, formal, obediente. De hecho tengo pensando
independizarme; esto se somete a que consiga otro cargo más como preceptora
aunque signifique aletargar un poco la carrera o en su defecto tener que cursar
de noche.
-
¿No te parece qué a la distancia y de
acuerdo con nuestra historia hubiese sido importante y enriquecedor conversar
conmigo sobre tus dilemas de entonces?
-
Seguramente. Es probable que haya sido
injusta, sobre todo con vos. Te quise y te quiero mucho, lo cierto es que no
volví a tener relación con nadie. Detestaba mi vida Marcos y eso te incluía,
aunque lo tuyo haya sido culposo estabas allí en el momento y en lugar inadecuado.
Nunca te observé como posibilidad de auxilio ya que pertenecías a un círculo
que odiaba. Ahora que tengo la oportunidad te debo agradecer la actitud que
tuviste ante mi autónoma decisión. Evitaste todo tipo de conflicto y desmesura,
fuiste caballero y dejaste que el tiempo hiciera lo suyo. Tal vez no todo está
roto, acaso lo nuestro requiere de sabias correcciones.
-
Está en vos. En lo que a mí respecta no
tengo nada que reprocharte. Lo único que les pido a las personas que deciden
estar a mi lado es que lo hagan a satisfacción y en libertad. Nada de cerrojos
ni cancelas.
-
Genial. Me sorprendió verte por el barrio
con Rubén, no sabía que formaba parte de tus relaciones más cercanas.
-
Se dio naturalmente y justamente coincidió
al poco tiempo de dejar de vernos. Ya te comenté juega conmigo en el equipo que
tenemos con David y el resto de la barra.
-
¿Todavía te ves con ese pavo?
-
Casi nada, diría que nada.
-
Eso te mejora.
La
llegada de los dos cortados solicitados permitió alterar el sentido de la
conversación hacia temáticas ciertamente más delicadas.
-
¿Qué te une al Corcho Maffeo?. No te
ofendas. Te lo pregunto sin el menor intento de indagatoria, tengo mis razones
para detenerme en el personaje.
-
Ya lo sé, hace muchos años que te conozco.
Es un simple compañero de facultad con el cual coincidimos en la militancia
dentro del peronismo de base. Ya te dije, gracias a sus contactos estoy
trabajando en el colegio como preceptora; el voluntariado solidario que hago en
la Villa lo asumí como parte de un compromiso militante. Para nada estoy
convencida de que la situación de indigencia de esas personas se modifique
desde la caridad y la limosna. Volviendo a Luis no te voy a negar que al tipo
le intereso de otro modo, lo cierto es que en oportunidades me pone bastante
incómoda, creo que hasta ahora lo pude manejar. Sospecho que cuando no pueda la
cosa explotará y veremos qué pasa. Con vos allí todo cambia, me siento más
protegida.
-
¿Y Rubén?
-
Es una suerte de líder. El menos
histriónico quizás, bastante apocado, pero sin dudas el más observador. Todos
sabemos que su ascendencia que los chicos es superior a la del resto de
nosotros, no sólo por su don de gente y compañerismo sino porque además
interviene activamente en lo que más seduce a los pibes: El fútbol. Con lo de
ayer vos te ganaste buena parte del afecto de los chiquilines.
-
En qué compromiso me has metido Gra. Por un
lado mi presencia te hace sentir más protegida, por el otro me hablás que los
pibes se han entusiasmado conmigo. Y yo que ando con dudas. No creo tener la suficiente
convicción como para aceptar los riesgos, sin embargo todo lo que vi ayer me
pareció formidable desde muchos aspectos. Coincido con vos, el voluntarismo no
va a cambiar a la sociedad, esto es estructural, en consecuencia la micro y la
macroeconomía juegan su partido, y ese encuentro sólo es posible jugarlo en la
cancha de la política. Los conflictos y los intereses están dentro de ese
campo, imposible establecer una mejor distribución de la riqueza sólo a partir
de un deseo individual.
-
Lamentablemente tenés razón aunque tu
discurso suene a burócrata. En la agrupación te enviarían al ostracismo. En eso
coincidís con el Cura Manuel. El tipo se considera solamente un paliativo, un
mero placebo que se ofrece ante una enfermedad terminal.
-
¿Y los muchachos de la agrupación?
-
Están recontra cebados. Pretenden cambiar
ciento sesenta y cuatro años de historia con dos balines y una gomera. Además
esas cuestiones no pueden ser llevadas a cabo por un grupo de iluminados que
dicen responder a las masas cuando esas mismas masas ni siquiera saben de qué
se trata la cosa. La conciencia social en primer lugar, la lucha armada y
popular como consecuencia ineludible ante la ignominia. Alguna vez le pregunté
al Corcho qué pasaría si en vez de estar nosotros en la Villa hubiera un
grupete de fachos repartiendo comida simplemente para no crearse un conflicto
social, cosa que a la vez les permitiese seguir manteniendo el orden
establecido, tal cual hicieron los
caudillos conservadores del interior durante la década del treinta. No me supo
responder.
-
Hace poco leí que a la Iglesia no le
molestaba la existencia de la pobreza, lo que quiere en realidad es que los
pobres sean buenos. Temo que para algunas ideologías extremas la cosa funciona
igual. En este caso tampoco los incomoda el pobre, lo que intentan es
domesticarlo. Debe ser por todo esto que considero, dentro de la coyuntura, que
cualquier acción armada resultaría muy funcional a los fines de los que siempre
ganaron. Creo que la lucha la debemos dar desde la política formal sin
apartarnos un ápice de los preceptos democráticos. Es la mejor manera para
asentar un proceso social con características evolutivas que tiendan a un
progreso equitativo. Desarrollo económico sin equidad es la nada misma, peor
aún, las diferencias acrecentarían los conflictos.
-
Entonces nada tenés que hacer allí.
¿Hablaste de esto con Rubén? – cuestionó la joven.
-
No todavía. Pero me permito corregirte. Yo
puedo estar allí aún en disidencia con respecto a las formas y los modos de
cómo se solucionan la penurias del pueblo. Puedo adherir al voluntariado social
sin tener la necesidad de aceptar que un arma resulta un método válido para
terminar con las urgencias. Rubén sospecha que el Corcho es un buche del
Gobierno.
-
Vaya coincidencia. Hay un par de compañeros
militantes de la Facu que lo tienen calado. El tipo se maneja con una libertad
de acción que causa curiosidad. Habla delante de cualquiera sin importar el
lugar y el tema. Habrás visto que ninguno de los chicos del grupo que trabaja
en la Villa se mostró confianzudo y abierto. Tal conducta resulta una suerte de
anticuerpo. Así de comportan todos, excepto el Corcho. Él se mostró muy
conversador y afable con una persona, en este caso vos, de la que nada sabía.
-
Rubén me comentó que el sábado muy temprano,
antes de que llegara el resto del grupo, lo vieron conversar muy amigablemente
con los tipos de seguridad del Ministerio que están apostados en el barrio.
Según comentan, cuando fue descubierto argumentó que les estaba pidiendo fuego.
Fuentes confiables aseguran que la charla duró algo más de diez minutos.
-
Complicado el asunto – sentenció Graciela
ciertamente preocupada -. Si lo echamos a la mierda pueden venir represalias;
si lo dejamos dentro corremos peligro, sobre todo el Cura; si no naturalizamos
su presencia se dará cuenta de inmediato que sabemos para quién trabaja de modo
que su peligrosidad de potencia exponencialmente. De todas formas esta serie de
razonamientos descansan sobre la base de una duda. Duda que es urgente despejar.
-
Y no podemos bajo ningún concepto dar por
ciertas cuestiones no probadas.
-
Pensemos en voz alta – interrumpió Graciela
-. Más allá de nuestras presunciones sobre la peligrosidad de Maffeo sabemos
positivamente que es un tipo bastante limitado y algo soberbio en su modo de actuar.
Quizás relacionándome con él un poco más cercanamente nos brinde la posibilidad
de cotejar sus conductas.
-
¿Llegando hasta dónde?
-
No es para tanto. Sé como manejar a los
hombres. Él sabe que fuiste muy importante en mi vida en consecuencia diseñarle
una estrategia temporal a sus aspiraciones no me costará demasiado. Ese tiempo
me permitirá ingresar a su mundo interior y descubrir sus distritos más
complejos. Me gustaría poner al tanto a Rubén sobre la idea para ver que
piensa. De todas formas se impondría que vos no aparezcas más por la Villa. De
alguna manera y ante su eventual consulta yo le explicaría que tu renuncia al
voluntariado en el barrio se debe a simples motivos de incomodidad personal.
Tal cuestión reforzaría sus apetencias individuales – finalizó Graciela –
-
A priori no puedo aceptarlo.
-
¿Tenés el teléfono de Rubén?
-
Si.
-
Ahí está el público, yo tengo monedas
llámalo, y si puede, decile que venga. Con suerte es probable que el asunto lo
resolvamos hoy.
-
¿Estás segura?
-
No. Pero no nos quedan muchas alternativas,
sospecho que con el grado de calentura que tiene este pibe conmigo no corro
riesgos. En el fondo sigue siendo un pendejo que buena parte de sus
razonamientos pasan por la cama.
-
Veo que está en tu cabeza el límite.
-
Nunca me acosté con alguien por fuera de la
comunión que sostienen el amor y el placer, por eso hasta ahora fuiste mi único
amante. Y no sigas porque no respondo por mis recuerdos.
-
Entonces voy a seguir.
-
Llamá a Rubén, después vemos.
Un
cartelito que indicaba “No Funciona” obligó a Marcos a cruzar Rivadavia e
intentar hablar desde alguno de los aparatos instalados en la Plaza Flores. Con
el más distante, aquel apostado en Yerbal y Artigas, tuvo el resultado
esperado. Aproximadamente, y según sus propias palabras, en treinta minutos
Rubén llegaría a la confitería San José.
Marcos
pasó por el kiosco, compró un atado de Particulares 30 y un par de bocaditos
del gusto de Graciela. De regreso lo estaba esperando una bella sonrisa
femenina, gesto que ciertamente hacía varios meses necesitaba disfrutar. Hasta
la llegada de Rubén la pareja conversó banalidades; Marcos insistía con
erotizar la charla de modo incentivar el libido de Graciela tratando cuestiones
que indudablemente ambos añoraban; ella al contrario de lo que fuera su contenida
y apocada historia respondía con novedosa libertad sobre lecciones físicas que
deseba experimentar. En cierto momento las manos se entrelazaron, ambos
comprobaron que el tiempo no había logrado marchitar sus individuales sudores
cuando de sexo se trataba. El arribo de Rubén fue recibido con notorias muescas
de contradicción.
La
propuesta del recién llegado para cambiar de mesa en procura de mayor comodidad
no mostró objeciones al igual que la invitación para una ronda de submarinos
con medialunas que él mismo se comprometía afrontar de modo cordial. De
inmediato comenzaron a desandar las
ideas fuerza que habían bocetado hasta hace instantes encontrando en Rubén
cuestionamientos anexos que enriquecieron notablemente la idea madre. Si bien
no estaba convencido, debido a que un buchón más o menos no movía el
amperímetro del riesgo, no consideraba un despropósito saber si tenían un
infiltrado dentro del grupo, además estimó coherente ante el panorama que
Marcos no regrese al barrio. Propuso poner en autos al Cura Manuel sobre la
situación para que como responsable del programa se maneje con prudencia.
Expuso como trascendente mantener la distancia dentro del ámbito de la Villa
entre él y Graciela y que el nexo de la información circule por fuera de ella a
través de Marcos. El trío acordó que la casa de éste sería el mejor lugar de
reunión. Lugar que esa misma noche daría fehaciente testimonio del reencuentro
erótico de la pareja, sin las opacidades y los temores pasados, y ante la
atenta y sugerente vigilia de Claudia Cardinale.
Durante
las dos semanas siguientes Marcos no tuvo novedades de sus compañeros de modo
personal. Muy poco adiestrado en la materia supuso que la jerarquía militante
de Graciela y sobre todo la de Rubén determinaban que así debía ser. El viernes
de la primera semana, luego de la reunión en la confitería San José de Flores,
fue el último contacto telefónico que había tenido con la muchacha. En esa
llamada la joven le había manifestado que estaba muy cerca de confirmar las
presunciones y que la jornada solidaria del día siguiente en la “Ciudad” sería
definitiva para desenmascarar al Corcho Maffeo. Un beso fue lo último que
escuchó desde el otro lado de línea. En cuanto a Rubén varios llamados
realizados no obtuvieron respuesta. Desde hacía un par de años el muchacho se
había independizado habiendo alquilado un pequeño departamento tipo casa
ubicado en la calle Esteban Bonorino casi esquina Balbastro en pleno bajo
Flores. Al no tener el número telefónico de sus padres nada pudo avanzar para localizar
su paradero. La severidad de la angustia estaba mostrando sus primeros rasgos.
A estas alturas El Libro Negro de Giovanni Papini formaba parte de un gratísimo
recuerdo. En varias oportunidades pasó por el frente de la casa de Graciela
encontrando siempre el mismo panorama, todo cerrado; hasta se atrevió en una
ocasión a tocar el timbre sin obtener resultado positivo por lo que decidió
concurrir al día siguiente a la Villa. Esa misma noche de viernes David pasó
por su casa para armar la nocturnidad del sábado y refrescarle a la vez que el domingo
por la mañana tenían confirmado el desafío contra los egresados del Marianista.
Ciertamente disperso Marcos aceptó ambas propuestas con el objeto que David se
fuera prontamente; antes de irse, éste le mencionó que no se olvidara de llamar
a Rubén.
A media
mañana del día siguiente ingresó por la calle principal de Ciudad Oculta.
Prefirió llegar en ese horario entendiendo que con las actividades del
voluntariado en pleno proceso nadie iba a repara en él. Efectivamente no se
equivocó. Ambos móviles de seguridad estaban en las cercanías del campito por
lo que su entrada no tuvo testigos que eludir. Ingresó a la capilla y de
inmediato reparó que el Cura Manuel no era quién estaba confesando; un
Sacerdote más viejo y de gesto adusto se mantenía firme en su casilla a la
espera que los fieles finalicen su desfile penitente. A pesar de alguna cara
familiar escogió no incomodar continuando con su recorrido hasta llegar al
predio en donde acostumbraba ensayar la murga y el teatro. La esperanza de dar
con Graciela se potenció al escuchar que la música sonaba tan fuerte como en su
anterior visita. Su expectativa se desmoronó de inmediato al constatar que otro
grupo de jóvenes estaba al frente de la actividad, un paisaje similar encontró
cuando arribó al campito futbolero. Algunos pibes lo saludaron con afecto y le
preguntaron en voz alta por Rubén; desde uno de los laterales sonreía
amigablemente sin saber que decir mientras trataba de hacer tiempo en procura
de algún gesto que lo invitase a conversar sobre las ausencias. La misma
alegría, el mismo entretenimiento, el mismo escenario, simplemente los actores
que él había visto en la primera presentación de la obra habían sido
licenciados. Algunos minutos pasaron hasta que recordó a Marita Vallejos,
señora de suma confianza que Rubén tenía dentro de la Villa. Inmediatamente
partió hacia la zona del barrio en donde estaba su casilla. Cuando más o menos
logró orientarse correctamente por entre el laberinto de los pasillos le preguntó
a uno de los parroquianos la ubicación exacta de la casa. El hombre, luego de
informarle con precisión el sitio buscado, le aclaró que no estaba en su
domicilio debido a que tuvo que viajar con urgencia a Salta producto de una
severa descompensación que había sufrido una de sus hermanas.
Marcos
se sintió desprovisto, perdido, sin tener la menor idea de cual sería su
próximo paso. Continuó recorriendo el barrio sin destino cierto, observando que
la vida continuaba y que nadie se detenía a contabilizar las ausencias. A
metros de salir del predio dos hombres bien portados, de civil, se le acercaron
invitándolo a detenerse. Uno de ellos era el Corcho Luis Maffeo.
-
¿Qué estás haciendo por aquí? – preguntó el
Corcho -
-
Pasé a saludar, vine a ver como estaban –
mintió Marcos, y continuó - Como no tuve oportunidad de volver y tenía el día
libre se me ocurrió pasar la mañana con el piberío. ¿Y el Cura, y los chicos
del grupo?
-
La cosa cambió. El proyecto solidario de
voluntariado dejó paso a un modelo institucional a cargo de gente contratada
directamente por el Ministerio de Bienestar Social. Son todos recursos rentados.
-
¿Y vos?
-
Soy uno de ellos, más precisamente el
supervisor.
-
¿Qué pasó con el Cura?
-
Su congregación lo mandó de clausura a
Córdoba.
-
¿Siguen participando en los torneos Evita?
-
Si. El técnico es un muchacho que hasta
hace poco jugó en la primera de Racing
-
¿Rubén, Graciela?
-
No los vi más. Supongo que los habrán
destinado a otro proyecto.
-
¿Pero vos no militabas con ella en la
facultad?
-
No curso más. Abandoné hace diez días.
-
Qué pena, se los veía muy unidos.
-
¿Vos fuiste novio de ella, no?
-
Hasta hace seis meses.
-
Parece que las chicas cambian y uno se da
cuenta tarde.
-
Parece.
-
No me dijiste nada de Rubén.
-
¿Tenés algo de tiempo?
-
Si, de hecho como te dije venía con la
intención de pasar toda la mañana – Marcos no se iba a retirar del lugar sin
saber el destino de su gente -
-
Acompañame a la oficina, es una casilla que
diseñamos para recibir solicitudes y
propuestas de los vecinos.
Marcos
ingresó a la oficina ignorando si saldría vivo de ella. Cada vez estaba más
seguro que ese hijo de puta era el responsable del presente de Graciela y de
Rubén.
-
Oficialmente ambos se encuentran detenidos
– confesó Maffeo –
-
¿Detenidos? ¿Qué hicieron?
-
Aparentemente se los acusa de pertenecer a
sendas células revolucionarias que hace poco tiempo comunicaron su entrada a la
clandestinidad. Graciela lo hizo dentro del grupo denominado Montoneros, Rubén
a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR.
-
¿Están en pedo? Los conozco muy bien, es
imposible. ¿Dónde los tienen?
-
Lo ignoro. De todas formas, que vos lo
ignores no significa nada.
-
No me jodas, vos la conoces a Graciela
tanto como yo. Un arma en manos de ella resulta una entelequia.
-
Mirá Marcos. Te recomiendo que vuelvas
sobre tus pasos y no regreses. La cosa está jodida y se pondrá peor. No
intentes nada que pueda ponerte en peligro ya que no sólo vos correrías riesgos
innecesarios sino también tu vieja. Fijate que los padres de Graciela tuvieron
que emigrar, les dieron dos días para abandonar el país. Yo mismo me tuve que
hacer cargo de que se cumpla la orden. El matrimonio estuvo un día bajo el
amparo de la diplomacia mejicana en dependencias de la Embajada a la espera de
abordar el avión.
-
Debo entender que vos también elegiste un espacio
de lucha – inquirió Marcos -
-
Yo siempre estuve del mismo lado – replicó
el Corcho –
-
Rubén tenía razón entonces.
-
Temo que ese fue su error. Haceme caso, no
te metas en quilombos, vos no sos un tipo que está comprometido en estas
cuestiones. Armate de una vida y mirá para el costado. Es mejor que las
disputas queden entre nosotros, los peronistas, a que intervengan los milicos
como fue toda la vida. No te pienso decir nada más, andate y no vuelvas, Te
aseguro que nuestro próximo encuentro no será tan amable.
Marcos
llegó a su casa de Floresta luego de un viaje en colectivo ciertamente
perturbador; apenas ingresó, su madre le comentó que le había dejado en su
cuarto, sobre la cama, una carta dirigida a su persona sin remitente ni sello
fiscal, misiva que había encontrado bajo el felpudo exterior media hora después
que él se fuera para el barrio. Sin pérdida de tiempo se encerró en la pieza
concentrándose en su lectura...
31 de Octubre de 1974
Marcos
Ni se te ocurra aparecer por el Barrio. La gente del Brujo nos ha
borrado de un plumazo. Puso a su tropa. El laburo ya no es voluntario, estos
tipos cobran y muy buena guita. En su mayoría son cuadros politizados de las
distintas fuerzas de seguridad más algunos hijos de funcionarios y gente
cercana a Puerta de Hierro. El hijoderremilputas de El Corcho es quién maneja
la Villa. Marita ya voló, la llevaron hasta Retiro, la pusieron arriba del tren
y la mandaron a su provincia; al Cura Manuel le inventaron una causa por abuso
deshonesto, en dos días la Curia lo envió como penitente a Córdoba; el resto
del grupo se disgregó, sospecho que cada uno habrá resuelto como pudo. Yo estoy
en Uruguay, llegué hace una semana, paro en la casa de un compañero Tupamaro.
Mis viejos ya están avisados y saben perfectamente lo que hacer. Dudo que me
quede mucho tiempo en tierras orientales, la cosa por aquí viene tan pesada
como en Argentina, supongo que en la primera de cambio intentaré vía Venezuela
llegar a Méjico, según me comentaron ya se han agrupado varios clanes de
exiliados rioplatenses por aquella tierras. Tratá de mantenerte al margen, estos
tipos no tienen límites. Es una banda de desquiciados autodenominada Alianza
Anticomunista Argentina. Sus comunicados aparecen con la sigla AAA. Hay en juego guita, poder, algo de racismo, y
por sobre todas las cosas intereses económicos puntuales, tanto internos como
externos. Los luchadores sociales están siendo marginados e invitados
“amablemente” a exiliase, por ahora, con aviso mediante; esto se manifiesta en
sindicatos, estructuras solidarias laicas y religiosas, cultura, medios de
comunicación y partidos políticos. No sé hasta dónde puede llegar esta locura y
más tendiendo en cuenta que las organizaciones armadas en la clandestinidad ya
han declarado la continuidad de la lucha contra el régimen fascista.
Vamos a lo importante: Graciela. Dicen que el Corcho Maffeo, con ayuda de cuadros infiltrados en la Facultad, descubrió que la piba lo estaba forreando con el objeto de desenmascararlo. Pisó el palito, habló con la gente equivocada. Y mirá que se lo advertí. Sé que no está detenida en ningún centro penitenciario oficial por lo que no sería descabellado pensar que Maffeo la tiene en su poder. El tipo vive en un departamento ubicado en Senillosa al 1500, a una cuadra del gasómetro de Avenida La Plata. Cuando San Lorenzo juega de local siempre va a la cancha, y más por estas épocas que andan dulces, el gentío circulante puede servirte de pantalla. Además tené en cuenta que durante casi todo el sábado está en la “Ciudad”. Si vas a hacer algo podés contar con el Manco Feliccetti, con Francis Pernau, con el Yuga López y con el Mudo Troncoso. Al tiempo que estés leyendo esta carta ellos ya estarán al tanto de todo, le tienen unas ganas al Corcho que se salen de la vaina. Sólo esperan que vos te pongas en contacto. Paran todos los sábados por la noche en el bar Tío Fritz, fonda ubicada en la esquina queda de Bacacay y Artigas. Vos andá, ellos saben quién sos. Hace rato me hice cargo que te visualicen. La información es fehaciente, nosotros también tenemos gente infiltrada entre los fachos. El Manco está en coordinación federal, gracias a él salvé el pellejo, mientras que el Yuga es maestranza dentro de Bienestar Social. Aunque no lo puedas creer también tenemos algún milico de mediano rango de nuestro lado. Que tengas mucha suerte compañero, sólo espero que algún día nos volvamos a ver. Cuidate y no te expongas sin necesidad, evalúa los riesgos. Un abrazo.
Rubén
Caridi
Esa misma noche de sábado, una vez
llegado al bar Tío Fritz, recordó su compromiso con David por lo cual se vio
obligado a utilizar el teléfono público que estaba ubicado en la parte
posterior del establecimiento, más precisamente en el salón familiar. La
insistencia de su interlocutor en función de convencerlo para que asista tanto
al boliche como al partido del día siguiente encontró un corte abrupto de la
comunicación, cosa que trataría de enmendar durante la semana so pretexto de
haberse quedado sin tiempo de llamada.
Mientras de disponía a ubicarse en
una de las mesas del salón destinado para los parroquianos corrientes, una voz
proveniente desde el interior del salón familiar requirió su atención
utilizando llamativa familiaridad – Marcos
Longhi, te estábamos esperando, por aquí, tomá asiento -. La mano de
Francis Pernau se extendió amablemente ante la vigilante mirada de sus otros
tres compañeros de mesa. La presentaciones de marras se efectuaban mientras
Correa, el histórico mozo del lugar, acercaba una mesa adicional de modo
brindar mayor comodidad. La picada completa, minuta de enorme prestigio en el
barrio por lo abundante y variada, invadía con sus tablas cada centímetro
cuadrado de las mesas siendo escoltada por dos botellas de cerveza negra de
litro. Seguros de tener absoluta reserva comenzaron a debatir el futuro tomando
como base la información que cada uno de ellos había recibido por parte de Rubén.
-
Tenemos a favor algo que es determinante – aseguró el Manco
Feliccetti -, este Maffeo es absolutamente despreciado por propios y extraños.
No resultaría descabellado encontrarnos que no tiene cobertura. Accionar contra
él es algo que muchos de los suyos esperan. De hecho toda la información que
tenemos sobre el tipo la obtuve desde dentro de las estructuras oficiales, lo
curioso es que nadie me preguntó las razones de mis curiosidades.
-
Con gente de Villa Soldati – interrumpió el Mudo Troncoso –
le hicimos un seguimiento metidos dentro de la barra de San Lorenzo. Hasta
pudimos acceder a la cuenta que tiene en el almacén donde suele proveerse de
alimentos. Es un bolichito bastante modesto que está en Avelino Díaz casi
esquina Doblas, lo atiende un viejo socialista que en su tiempo llegó a ser el
principal caudillo político del barrio de la mano de Alfredo Palacios. Pudimos
corroborar que desde hace unas semanas ha incrementado exponencialmente sus
compras, razón por la cual nos es dable inferir que no está solo en su
domicilio. Inclusive el hombre ya le ha mostrado su preocupación por el
crecimiento de la deuda.
-
En mis informes lo tengo como soltero – agregó el Manco –. El
departamento que alquila está bajo la titularidad de Ministerio de Bienestar
Social, operatoria habitual, práctica normal con todo aquel cuadro que adolece
de inmueble propio. Hasta ahora en ningún momento dio aviso de haber contraído
matrimonio o formado pareja.
-
Parece todo demasiado sencillo – sostuvo el Yuga -. Una parte
de nuestro grupo lo retiene algunas horas mientras que otra partida ingresa a
su casa y corrobora la hipótesis. Si la piba está allí la liberamos. A Maffeo
lo estaríamos soltando bien lejos, en el conurbano y sin un mango, cosa que
haremos cuando nos hallemos absolutamente seguros de que Marcos y Graciela
están fuera de peligro. Un trámite.
-
Dónde y cómo lo levantamos – preguntó Marcos –
-
Lo ideal es cuando regresa de la Villa – propuso Francis –.
Un auto, con dos tipos, lo tiran en la esquina de Avenida Cobo y Senillosa,
tiene que hacer esas tres cuadras caminando, ni siquiera lo dejan en la puerta
de su casa. A esa hora el vecindario está muerto, levantarlo será cosa
sencilla. Además se sabe que el Corcho Maffeo es un cagón, si bien anda calzado
nunca usa el caño sino es para ostentar, cosa que suele molestar mucho a sus
pares. Sus camaradas lo odian. Parece que el tipo llegó a jefe de barrio
pisando algunas cabezas y ensuciando maliciosamente a varios de sus compañeros.
Hay una buena cantidad de cuadros que se la tienen jurada. ¿Ustedes saben
cuánto cobra por su laburo?
-
Calculo que arriba de dos lucas verdes – tiró el Yuga –
-
Te quedaste corto – aseguró Francis -, seis luquitas libre de
polvo y paja. A eso súmenle el departamento. Todavía no se nota porque hace
poco que conchabó; este tipo en un año en un verdadero bacán. Otra razón más
para aderezar el encono de sus “compañeritos de clase”.
-
¿Estamos de acuerdo con el día y la hora? – preguntó el Manco
Feliccetti -
-
Si – se oyó al unísono –
-
Bárbaro – continuó Feliccetti -. Ahora bien, necesitamos una
ambulancia, un auto de apoyo, bastante falopa para dormirlo y tres cumpas más,
debemos ser en total ocho, uno de ellos con conocimientos de enfermería para
que no se nos pase. Seis recursos llevarán a cabo el operativo dentro de la
ambulancia, los otros dos se mantendrán en el móvil de apoyo. Éstos, con las
llaves del propio Maffeo, se encargarán de ingresar al departamento. Francis se
hace cargo de la logística, el Yuga, de la gente. A las ocho menos cuarto
tenemos que estar apostados. El auto de apoyo debe estar estacionado en la
esquina de Senillosa y Cobo, bien visible, de modo que cuando Maffeo pase
caminando en dirección a su domicilio avise por medio de un breve juego de las
luces traseras. El resto, dentro de la ambulancia, estaremos con los rostros
cubiertos, lo interceptaremos metros antes de que entre al edificio. Es
probable que tenga las manos ocupadas en busca de las llaves. Lo dormimos con
una buena cantidad de éter y lo metemos adentro. Luego pegamos un par de vueltitas
para constatar que todo sigue tranquilo. Inmediatamente de enviar la señal, el
auto de apoyo, con Marcos en su interior, se dirigirá velozmente hasta la
puerta del edificio para que reciba las llaves. Una vez que ingresen al
inmueble no tiene más que liberar a la piba, salir lo más rápido posible y
dirigirse con el vehículo hacia donde Longhi disponga. ¿Alguna pregunta?
-
¿Adónde la llevo? – inquirió Marcos –
-
Le calculo que el tipo recién se enterará de lo sucedido no
menos de doce horas después, en consecuencia, tenés bastante tiempo para armar tu
escapatoria – sentenció Francis –. De todos modos, te aconsejo llegar hasta
Colón, Entre Ríos y cruzar a Paysandú. Por poca guita los balseros te cruzan
sin preguntar nada. Una vez a salvo en
Paysandú preguntá por el boliche del Nene Molina, cuando lleguen al bar
informen al dueño que van de mí parte. Ojo, sólo a Molina, no hablen con nadie
más. Va a entender todo ¿Sabés manejar, tenés registro?
-
Si – contestó Marcos –
-
Entonces te vas en el auto de apoyo. Quedate tranquilo
siempre usamos coches limpios y en regla – aseguró el Mudo -. Dejalo tirado en
alguna calle de Colón, al otro día su propietario hará la denuncia de robo, eso
sí, limpialo de huellas o en su defecto utilizá guantes. Durante la semana veremos
qué coche utilizamos.
-
Perfecto – asintió Marcos –
-
Lo que debemos procurar es que Maffeo no te asocie con el
evento – aclaró Francis dirigiéndose a Marcos -. El tipo tiene que estar
convencido que fue víctima de una vendetta interna de modo que armar una puesta
en escena a favor de su confusión no estaría de más; por eso me parece muy
interesante dejarle en su departamento señales y muescas para direccionar su
pesquisa en dirección a esos Pagos. Qué sé yo, dejarle tirado un papel
amenazante con membrete, o en todo caso un arma oficial descargada como
testimonio de lo sucedido, cosa que ni siquiera se atreva a denunciar el
operativo
-
Clarísimo – juzgó el Mudo Troncoso – El sábado que viene a
las siete de la tarde nos encontramos aquí mismo; demás está decir, todos
calzados, excepto vos Marcos.
La reunión finalizó abruptamente.
Cada uno se retiró de forma alternada luego de abonarle al viejo Correa la
adición. Durante esa semana Marcos tendría varios pendientes que atender. Su
madre, su trabajo, sus relaciones, constatar la versión de Maffeo sobre el
exilio de los padres de Graciela y de no ser así procurarse de los documentos
de la joven y algo de dinero. Esos siete días transcurrirían con extrema
tensión. Pensó que redimirse con David y jugar el desafío contra los egresados
del Marianista le otorgaría cierta cuota de necesaria distensión, de modo que
antes del irse de Tío Fritz se dirigió hasta el teléfono público para avisarle
a su amigo que al otro día cuente con él para una cita futbolera que tanto ansiaban
disputar.
Fue hasta Rivadavia, se tomó el 85.
Eligió ese colectivo debido a que la parada en la cual se tenía que bajar
estaba a pocos metros de la casa de Graciela. Lo hizo sin esperanzas, como
asumiendo lo suyo a modo de manotazo de ahogado, poseía demasiados mensajes
negativos, tener alguna esperanza de encontrar signos vitales dentro de la
vivienda resultaba parte de un optimismo para nada aceptable en esas
circunstancias. Bajó del colectivo en el marco de un Floresta oscuro y
recurrente. En apariencia el frente no mostraba un paisaje distinto al de los
últimos días. Sin embargo notó que bajo los portones del garaje cierta luz
mostraba el circular de pasos apresurados. No lo dudó, saltó la pirca y golpeó
con firmeza el portón. Angélica, la madre de Graciela, entreabrió uno de los
postigos de modo constatar la identidad de la visita; una vez corroborada la
afinidad del visitante rápidamente apartó una de las láminas para permitir que
Marcos ingrese a su domicilio.
-
Pasá chiquito, pasá rápido, estamos aterrados.
-
¿Julio?
-
En el dormitorio, armando el paquete del rescate.
-
¿Qué rescate?
-
Nos pidieron cien mil dólares para liberar a Graciela. La
última llamada nos ordena dejar la bolsa con el dinero este lunes, a las ocho
de la noche, en un volquete de materiales estacionado frente a la obra en
construcción ubicada en Senillosa casi esquina Avelino Díaz. Gracias a la
familia y a varios amigos pudimos juntar el monto exigido – explicó Angélica –
-
¿Qué seguridad tiene que luego la soltarán?
-
Ninguna, Marcos,
-
¿Usted y su marido en algún momento fueron intimados a
abandonar el país o algo por el estilo?
-
Para nada – contestó asombrada Angélica - ¿De dónde sacaste
eso?
-
Temo que sé quién la tiene. ¿Graciela le habló de un tal Luis
Maffeo?
-
Su compañero de facultad – interrumpió Julio a poco ingresar
al recinto – ¿Cómo te va Marcos, gracias por preocuparte?
-
Los muchachos que trabajaban junto con Graciela en Ciudad
Oculta y algunos compañeros de estudios sospechan que la tiene este tipo en su
departamento. Los datos coinciden debido a que el bolsón de plata lo tienen que
depositar a sólo una cuadra de su domicilio. Hay una mezcla de situaciones: Por
un lado cuestiones de índole política, este Maffeo ha quedado como Jefe del barrio
expulsando a todos los militantes voluntarios que allí trabajaban, en segundo
término cuestiones pasionales, está absolutamente enamorado de Graciela y como
tercer punto una mera especulación económica, obtener un rédito pecuniario.
Como verán es una basura. Dudo que la libere después de hacerse del efectivo,
es más creo que se duplica el riesgo – finalizó Marcos -
-
Si es como vos decís no la va a soltar ya que ella lo puede
identificar – afirmó Julio –
-
Justamente – sentenció Marcos -. Con la muchachada hemos
diseñado un plan para liberarla en la que no correrá ningún riesgo. Abonen el
recate, nosotros haremos lo imposible para recuperar tanto a Graciela como al
dinero.
-
¿Qué está pasando Marcos, en dónde se metió la nena, no
entendemos nada? – preguntó Julio -, desde que se separó de vos su vida ha
cambiado mucho.
-
Ella no hizo nada de malo, todo lo contrario. Es una chica
que vive el tiempo que le tocó en suerte, solidaria, comprometida y es muy
conciente de lo que sucede en la sociedad que habita. El problema es que se
topó con un desquiciado con cierta cuota de poder. Cosa que le pudo haber
pasado en un Banco, en una fábrica, y hasta en el club – garantizó Marcos – De
todos modos hay que cuidarse mucho porque esta gente ha provocado exilios y
cosas por el estilo. Manejan la política y la ideología con el fin de obtener
prebendas y privilegios. Se consideran impunes, en consecuencia yerran por
soberbios, pecado capital que podemos aprovechar. Nunca se olviden que nunca
dejé de amarla. Si todo sale tal cual lo planificado, dentro de siete días, a esta
misma hora, Graciela estará con ustedes.
-
Gracias Marcos, cumpliremos con nuestra parte, confiamos en
vos – reiteró el padre de la joven –
Marcos se retiró del domicilio
lamentando que nada podía hacer para acelerar la operación. Ese preciso momento
de la búsqueda del rescate por parte del Corcho hubiese sido una excelente
oportunidad para levantarlo y al mismo tiempo liberar a Graciela. Dejarle a
Maffeo manejar su libre albedrío desde el lunes a la noche hasta el sábado no
dejaba de ser peligroso. Estaba seguro que la joven no sufriría daño físico
pero temía por un abrupto cambio de domicilio que diera por tierra con el plan.
De modo casi casual la semana transcurrió por senderos no hilvanados. La
percepción de un exilio apresurado había quedado como disyuntiva lejana y
determinadas cuestiones debían resolverse de modo forzado minutos antes del
operativo. En esencia nada cambiaba, el dinero del rescate estaba poniendo las
cosas en otro lugar. No le fue necesario arreglar puntuales encomiendas, ni
siquiera se vio obligado a enterar a su madre sobre la coyuntura. Arrancó la
semana jugando su partido de domingo conforme la promesa que le hiciera a
David, ninguno de sus compañeros del equipo podía sospechar las verdaderas
razones de su baja performance. Los egresados del Marianista lograron una
cómoda victoria de la cual Marcos no prestó la mínima atención. Durante el
crepúsculo del lunes pudo corroborar que Maffeo fue quién retiró el bolsón que
contenía el dinero de acuerdo a lo pactado con los padres de Graciela. El hall
de un edificio cercano le sirvió para observar con detenimiento los movimientos
del desquiciado. A prudente distancia lo siguió hasta perderlo definitivamente
en el preciso instante que el Corcho ingresó a su domicilio. No había nada más
por hacer. Sólo restaba esperar hasta el sábado procurando que el antagonista
no modifique su estatus de impunidad.
Desde el martes hasta el sábado por
la mañana tuvo la posibilidad de hablar varias veces con los padres de
Graciela. No tenían novedad de la joven. En sintonía con lo previsto quedaba
claro que Maffeo no la liberaría y que solamente planificó un ingreso
extraordinario montado en su propia locura. Una única llamada por parte del
secuestrador les advertía que no hiciesen la denuncia ya que dicha actitud
conspiraría contra de la vida de la muchacha.
De modo puntual, como era su
costumbre, Marcos arribó a las siete de la tarde del sábado a la esquina de Bacacay y Artigas. Apenas
intentaba prender su Particulares 30 cuando se acercó hasta el borde de la
acera, apenas a dos veredas de donde estaba emplazado en estado espera, un Fiat
1600 color verde desde el cual el Yuga López le hacía gestos ampulosos
instándolo para que rápidamente subiera al vehículo. Dentro de éste, en la
butaca del acompañante, el Manco Feliccetti era el único habitante por fuera
del conductor. Apenas ascendió al automóvil Marcos informó a sus compañeros
sobre las novedades del caso: Las mentiras de Maffeo sobre la suerte que habían
corrido los padres de Graciela, el asunto del rescate, la corroboración de que
el mismo Corcho fue quién retiró el bolsón con los cien mil dólares eran tema
de conversación y debate. De todos modos el operativo no cambiaba en lo
substancial.
-
La cosa es así – interrumpió Feliccetti -. Ahora nos vamos para
la zona del Parque Chacabuco de modo encontrarnos con nuestros compañeros de la
ambulancia. Allí me quedo con ellos y ustedes siguen en el auto para
estacionarlo en el punto establecido. Como titular del vehículo el Yuga debe
ser a la fuerza el conductor. No estamos exentos de que algún policía los
detenga, de modo que estar en regla configura un reaseguro de libre
circulación. Repasemos; vos Marcos serás uno de los que ingrese al departamento
para que Graciela vea una cara conocida, no sienta temor y por ende no se vea
envuelta en una crisis nerviosa, de acuerdo como pinte la cosa veremos quién te
acompañara.
-
Nunca pensamos qué hacer si nos encontrarnos con algún
compañero de Maffeo dentro del departamento – cuestionó Marcos –
-
Quedate tranquilo, para eso son los caños – aclaró el Yuga -,
de todas formas y para prevenir podemos agregar que un compañero más suba con
nosotros; cómo pueden observar me estoy ofreciendo, ¿les parece?
-
De acuerdo –
respondieron los muchachos casi al unísono –
Dejaron al Manco en Asamblea y Emilio
Mitre, a pocos metros de allí podía observarse detenida a la ambulancia. De
inmediato el automóvil continuó viaje hacia su destino final asegurándose
previamente que la furgoneta los seguía a cautelosa distancia. Quince minutos
antes de las ocho estaban instalados a la espera de Maffeo. Siendo noche
cerrada varios cigarrillos negros fueron consumidos con ansiedad y nerviosismo
por ambos camaradas. Si bien el Yuga tenía experiencia de “combate” no podía
evitar un exceso de adrenalina ciertamente incómodo, mientras que para Marcos
todo lo que estaba viviendo no lo podía asimilar como real. La escasez de autos
estacionados posibilitaba observar con claridad la ubicación de la furgoneta.
Los ciento cincuenta metros de distancia entre ambos vehículos era el espacio
ideal para que las señales lumínicas puedan percibirse con claridad.
-
Ahí está ese hijo de puta, cruzando Cobo, va por enfrente –
observó Marcos –
-
Después que pase a nuestra altura toco los frenos para que
los de la ambulancia le corten el paso; mientras el grupo lo atiende, nosotros
pegamos la vuelta.
El operativo no tuvo mayores
sobresaltos. Tres fornidos encapuchados tomaron a Maffeo sin que éste prestara
notables resistencias, en menos de tres minutos el efecto del éter había
realizado su trabajo. Prácticamente desfallecido y balbuceado insultos en voz
baja lo introdujeron dentro de la furgoneta en donde se le aplicó otra dosis
aletargante, esta vez mediante una ampolla, tratamiento que lo dejó en estado
de inconsciencia definitiva. Sin demoras, el Mudo Troncoso abrió el bolso y
extrajo el llavero del que apenas colgaban dos llaves por lo que no habría
molestos engorros para ingresar rápidamente al inmueble. Marcos, Francis y el
Yuga accedieron al edificio luego que la ambulancia partiera con rumbo
desconocido. Subieron las escaleras deteniéndose en el departamento del primer
piso al contrafrente. Marcos les pidió a sus compañeros, encarecidamente, que
le permitieran irrumpir en primer lugar, y que en caso de necesitarlos, les haría
una señal. Luego de una breve discusión el Yuga y Francis dieron su diestra a
lo solicitado por Marcos quedándose ambos en el pasillo a la espera de
novedades. Longhi colocó la llave con suma delicadeza de modo no espantar a la
cautiva. Lamentablemente no pudo evitar que un móvil metálico instalado de
ex profeso en la parte superior de la puerta sonara al momento de abrirla.
-
Llegaste más temprano mi amor, me
estoy duchando, ya salgo. Ni se te ocurra abrir la heladera, quiero que la cena
resulte una auténtica sorpresa – La voz de Graciela era inconfundible -
-
Como vos digas – contestó Marcos,
marcadamente desconsolado y a medio tono para evitar sacar a la joven de su
ignorante presencia -
Antes de irse se detuvo en la
observancia del pequeño apartamento. Un escenario muy propio de recién casados.
Manteles con puntillas, centros de mesa, decoración juvenil y novedosa, adornos
de toda clase y especie vestían las cómodas y los módulos de pino, un aroma a
jazmín invadía con suma delicadeza la geografía del lugar. Pululaban las
fotografías de la pareja enmarcadas en portarretratos de variada calidad.
Sonrió de forma irónica, casi melancólica. No había necesidad de enfrentarla,
menos aún de cuestionarla. Decidió que lo mejor era retirarse como había ingresado;
en silencio, admitiendo que la derrota no siempre significa haber perdido algo
digno de atesorar. Sintió pena por el riesgo y el compromiso que habían asumido
sus compañeros militantes. Cómo explicarles lo sucedido, cómo calmar sus
juicios. Sabía que nada podía hacer con respecto al futuro de Maffeo; el exilio
obligado de Rubén no resultaba en absoluto amortizable para sus camaradas. Le
esperaba una dura tarea. Esa mujer que tanto amaba no tuvo reparos en
victimizar embustes con el objeto de saciar sus egoísmos y apetencias
ilegítimas, ni siquiera tuvo objeciones para embaucar a sus propios padres. De
todos modos aceptó que esa misma noche debía avisarles que Graciela estaba sana
y salva, y que no se preocuparan por sus decisiones. Intentaría convencerlos de
que el tiempo les otorgaría las respuestas que ellos urgentemente necesitaban y
merecían, inclusive sobre el tema del rescate. Eso sí, les pediría expresamente
que llegado el momento nunca hagan mención de su nombre. Entreabrió mínimamente
la puerta del baño para verla desnuda por última vez; no pudo dar testimonio,
mientras la joven se secaba el cabello, un toallón a modo de precaria bata
disfrazaba de forma íntegra su cuerpo. Pensó que el más complicado de los besos
no es el primero, sino el último. Recordó a Borges en un reportaje televisivo y
aquella cita sobre el Dante en la Divina Comedia en donde afirmó que el autor
quiso hacernos sentir la velocidad de la flecha que deja el arco y da en el
blanco. Nos dice que se clava en el blanco y que sale del arco y que deja la
cuerda; invierte el principio y el fin para mostrar cuan rápidamente ocurren
las cosas...
Y cual quién ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado,
así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado.
Canto II de La Divina Comedia
Barrio Cerrado
Existe una mitad de mí que no me espera todavía
Eduardo Galeano
Recién
llegado del entierro de su madre y en horas del crepúsculo invernal Diego
decidió profanar sus domésticas nostalgias. En su adolescencia se había
comprometido a no indagar recuerdos por respeto a ella, estimando ahora que su
ausencia definitiva le consignaba natural vencimiento al convenio acordado. No
había tenido oportunidad de conocer a su padre. Por comodidad se consideraba
hijo de madre soltera, aún sabiendo que dicho abandono lejos estaba de haber
sido voluntario; la década del setenta le propuso su orfandad sin juicio
previo. Poco sabía de él. Era probable que algún rasgo genético los acercara
además de una sensible vocación solidaria a favor del comedor comunitario del
barrio. En alianza con su madre las asistentes sociales de la entidad trataron
siempre, ante la consulta, de disimular cualquier dato que sea de utilidad para
el joven evitándole de ese modo el armado de su rompecabezas personal. Diego
Fonseca estaba encerrado dentro de un laberinto diseñado por propios y
extraños. Tal vez por eso no lloró la muerte de su madre durante aquella tarde.
De alguna manera sentía que el irreversible final de su dolorosa enfermedad le
estaba dando la posibilidad de atender a sus suburbios, historias y cuestiones;
plantearse un revisionismo interno intentando el punzante trabajo de deconstruirse
y reconstruirse. Corría el mes de Agosto del año 2004. Lejos de la suerte que
otros tienen en estos casos no había baúles por explorar, ni cartas, ni fotos.
No existían testimonios ni candados completos en incertidumbres, no había
pesquisas ciertas ni tan siquiera inciertas. El comienzo podía coincidir con el
final o viceversa, y durante el recorrido ninguna conclusión lógica podía
llegar a detentar el aval de la verdad por más que la credibilidad teórica
encontrase senderos de franca comodidad. El único dato tangible era su nombre:
Edgardo Néstor Marín. No más...
A poco
de ensayar los primeros pasos percibió las siniestras tinieblas del camino.
Verificó que no existían registros identificatorios; las asociaciones de
Madres, Abuelas e HIJOS no lo tenían incorporado en sus listas de víctimas
razón por la cual concluyó que su difunta madre jamás había efectuado la
denuncia sobre la desaparición física de su compañero. En los archivos
históricos del registro civil y en el padrón electoral no figuraba ninguna persona
con ese nombre en consonancia con su cohorte. Los homónimos, según datos
fehacientes, eran sujetos perfectamente identificados; tanto los fallecidos
como los que estaban con vida se apartaban probadamente de su historia
personal. Su hipótesis inicial lo acercaba a la idea que ese tal Edgardo Néstor
Marín nunca había existido como tal, cosa que lo perturbó pero que de ningún
modo lo sorprendió. En cada documento personal de su madre la metáfora viuda
constaba en el apartado del estado civil, pero no existía evidencia del
supuesto enlace que avalara esa condición. En su propia partida de nacimiento
figuraba el nombre de su padre pero destacando “fallecido” entre paréntesis.
Especuló en una identidad inventada, creada a partir de la necesidad. Era muy poco
lo hallado luego de una semana de haber estado investigando.
Lara
Reyes, su novia y compañera en el comedor, colaboraba con Diego en lo posible y
permitido, tratando de no invadir aquellos distritos visiblemente
infranqueables. Sabía que estaba para cuando el dolor se torne insostenible,
para alivianar la carga, para custodiar en silencio un camino rocoso y plagado
de falsas señales. El drama era inverso. Un hijo, en soledad y sin secretos
develados tratando de tropezar con alguna casualidad, con la identidad de su
padre desaparecido. Hasta el momento todos los esfuerzos institucionales y
logísticos habían apuntado hacia la identificación de los niños. Diego y Lara
entendían que debían invertir la carga de la prueba desandando la operatoria de
Abuelas, aprendiendo de su experiencia, comportándose científica y humanamente
responsables.
-
Es necesario ubicar alguna persona que por
aquellos tiempos haya tenido que ver con el comedor – sugirió Lara -, algún
colaborador directo o indirecto; proveedores, viejos comerciantes de la zona...
-
Difícil – afirmó Diego -, el galpón fue
barrido a principios del setenta y siete, y las tres cabezas visibles que
manejaban el asunto desaparecieron. Como dato adicional, de los viejos
proveedores, nada más se supo. La represión y la modernidad hicieron una
eficiente tarea para que muy poco de ese orden quedara en pie. Aquella
embrionaria organización social era muy distinta a la actual. Las mismas
familias beneficiarias del servicio eran las que trabajaban en el predio, no
existiendo nóminas por cotejar.
-
Supuestamente uno de los responsables era
tu viejo – sentenció Lara –
-
Es una de las hipótesis – asintió Diego –
-
Empecemos por ahí entonces. Sería demasiado
casual que las dos personas restantes hayan mantenido el mismo perfil que
Marín. Quiero decir: es probable logremos identificar a los otros integrantes
más fácilmente que a tu padre y de ahí comenzar el recorrido. ¿Tu madre... que
rol jugaba por entonces?
-
Nunca hablamos del tema. Considero que por
su forma de pensar y por sus opiniones estaba muy alejada de los paradigmas del
viejo. Detestaba la política y solía menospreciar todo proyecto que propiciara
la equidad y la justicia social. Es más. Odiaba que yo laburara en el comedor;
hablaba de pérdida de tiempo.
-
¿Nunca te preguntaste cómo logró mantener,
siendo madre soltera, un perfil económico nada despreciable?. Acaso no me
comentaste que tanto la primaria como la secundaria las cursaste en un colegio
privado religioso.
-
En el Sagrada familia de Villa Urquiza.
-
Para eso mi amor había que poseer un
marcado sesgo burgués y un ingreso económico acorde a la logística exigida.
Además tu vivienda y modo de vida está muy alejada de tener características
proletarias.
-
Siempre me habló de legados familiares.
Campos ubicados en el sur de Santa Fe oportunamente vendidos luego de múltiples
sucesiones conformaron un capital que le permitieron inversiones seguras.
Además de la casa donde vivo quedamos como propietarios de dos departamentos
ubicados en Colegiales por los cuales sigo recibiendo una más que respetable
renta, con el adicional de una vivienda veraniega en San Bernardo. Los números
siempre fueron manejados por el buffet del Doctor Comas. Tengo entendido que
esta gente fue quien administró históricamente los intereses de la familia de mi
vieja. Puntualmente recibimos el primer viernes de cada mes una rendición
completa y el cheque correspondiente. Lo cierto es que mamá se dedicó de modo
exclusivo a mi crianza, añadiendo algunas actividades recreativas de forma
esporádica. Yo siempre me mantuve al margen. Me recibí de arquitecto, tengo
estudio propio, el comedor, mis amigos, vos, en fin, el resto está más claro.
-
Pensemos juntos Diego. ¿Cuántas razones
existen para que una chica acomodada, hermosa, de familia patricia y alto nivel
sociocultural entablara relación con un cuadro obrero, solidario, marginal y
políticamente radicalizado?¿Dónde se estableció el nexo?
-
Supongo que el amor suele ser causa y
efecto de muchas cuestiones.
-
Coincido. Pero no percibo amor en el
asunto. La ausencia del recuerdo forma parte de esa percepción personal que
tengo. Me resisto a creer en el olvido cuando hay un hijo de por medio. ¿Te
puedo sugerir algo delicado sin que te pongas mal?
-
Nada de lo que digas logrará enojarme, a lo
sumo me puede desacomodar.
-
Un examen de ADN comparativo.
-
¿Comparando muestras de quién?
-
Vos y tu madre.
-
Perdón. ¿Con qué objeto?
-
Cimentar la investigación, no dejar cabos
sueltos. La operatoria es sencilla y nada traumática. Todavía debe haber
cabellos de tu madre en sus cepillos y peines personales. Esa muestra más una
gota de tu sangre hará el resto. Si vamos a Abuelas nos van a guiar al respecto.
-
No lo dudo... ¿Te quedás a dormir?
-
Me quedo...
Pasaron
dos meses hasta que la comparativa ofreciera resultado concreto; la
incompatibilidad genética colocó a Diego en un estado de confusión y letargo
durante varios días. Entretanto Lara, como soporte y envión, oficiaba de
necesario cobijo contra la duda y la opresión.
-
¿Alguna decisión? - preguntó Lara –
-
Luego de salir del estado de conmoción inicial
llegué a la conclusión que debo continuar – respondió Diego -. Por un lado
desconozco quién tiene guardadas las hojas que le faltan a mi libro. Por el
otro, no sólo debo atender a mi egoísmo, también debo abrir y pensar que tal
vez, cierto anónimo, me está buscando como yo lo hago.
-
¿Te ofrecieron en Abuelas cotejar tus
muestras con el Banco genético?
-
Fue lo primero que me recomendaron; el
asunto está en marcha, debemos esperar. No te avisé porque preferí afrontarlo
solo, cuestiones de probanzas propias, madurez sospecho.
-
Está bien – manifestó comprensiva Lara -,
no hay nada que reprochar. Tenerme en cuenta no es un asunto obligatorio, es
simplemente una opción que debe estar solamente motivada por tu grado de
necesidad. Creo que las relaciones entre las personas se basan en eso: la
libertad.
-
Eso si Lara... te voy a pedir que me
acompañes a la sede de Abuelas cuando tengan el informe definitivo.
-
Dalo por hecho...
Informe Comparativo
Las muestras presentadas por el señor Diego Fonseca
fueron cotejadas con la totalidad de los tipos existentes en nuestros archivos
hallándose compatibilidad, con un rango de 98,97%, en consonancia con los
patrones genéticos de la familia Almeida-Ruiz. Hacemos constar que de acuerdo a
nuestros registros Clara Beatriz Almeida y Juan José Ruiz fueron detenidos en
la Ciudad de Buenos Aires en febrero de 1977 permaneciendo aún desaparecidos.
Debemos destacar que tanto la familia materna como la paterna están a la espera
de novedades con respecto al caso debido a que no desconocían el estado de
Clara Beatriz al momento de ser detenida.
-
Ya no cabe duda por dónde podemos comenzar – aseveró Lara -.
De todas formas te sugiero desestimes toda presunción hasta no dar con datos
certeros. Veo como un acto de nobleza no emitir juicios caprichosos.
-
De todos modos debo coordinar con Abuelas
porque ellas tienen un compromiso informativo, algo así como un protocolo expreso
para con las familias. En primera instancia me dieron un par de semanas para
determinar los modos y las formas, vencido ese plazo la organización contactará
a los Almeida y a los Ruiz independientemente de mi voluntad de reencuentro.
-
Suena lógico.
-
Mi nacimiento en estado de cautiverio no es
discutible, al igual que el silencio de mí... tutora... digamos. Ambos son
datos que no puedo soslayar.
-
No seas cruel... Toda acción humana está
rodeada de circunstancias y subjetividades. En oportunidades establecemos
condenas sin atender la existencia de una totalidad de secuencias que no son
recomendable omitir. ¿Qué podemos ganar emitiendo dictámenes apresurados y
marcadamente condenatorios?
-
Hacer y hacernos daño creo. Además quiero
encarar el asunto por fuera de las organizaciones de derechos humanos.
-
Veo que rechazaste la oferta de Abuelas de
oficiar como nexo.
-
El tema de la identidad está resuelto, de
ahora en más quedan en el aire cuestiones familiares que debemos resolver
internamente. La organización no puede distraer esfuerzos en nosotros, tiene
demasiado trabajo todavía en pos de encontrar los cuatrocientos pibes que
faltan. Uno de los abogados de Abuelas estuvo de acuerdo conmigo.
-
¿Y qué vas a hacer entonces?
-
Mañana mismo parto para Vela, pueblo
cercano a Tandil. Los Almeida son de allá.
-
Me suena ese nombre.
-
En No habrá más penas ni olvidos Osvaldo
Soriano ubica la trama en ese pueblo al que denomina Colonia Vela.. ¿Me
acompañás?
-
Por supuesto. Dejame que arregle algunas
cosas en el trabajo, además me deben varias semanas de vacaciones, sospecho que
ante la situación no encontraré conflicto. ¿A qué hora saldríamos?
-
A las ocho de la mañana; son trescientos
cincuenta kilómetros hasta Tandil y de ahí son cuarenta más.
-
Me quedo a dormir en tu casa mejor.
-
Dale
-
Arreglo un par de cosas y vuelvo para cenar.
A las
cinco de la tarde Diego estacionó su vehículo delante de la pequeña vivienda situada
en el bulevar principal, justo delante de la plaza céntrica. Prefirieron
arribar a Vela luego de la siesta para no interrumpir las modestas costumbres
pueblerinas que todavía se conservaban a modo de resistencia contra los tiempos
modernos. Para ello decidieron pasar primero por Tandil y almorzar en uno de
los tantos restaurantes de comida regional asentados a la vera del dique.
Quesos y embutidos a discreción acompañados con cerveza artesanal fue el
necesario recreo acordado. Una indócil y oxidada reja los separaba de la puerta
principal; el indecoroso sonido de su apertura motivó que una señora
septuagenaria irrumpiera prontamente desde el interior de la morada.
-
Señor, buenas tardes... ¿En qué lo puedo
ayudar?
-
Mi nombre es Diego Fonseca (Lara aguardaba
dentro del vehículo a la espera de instrucciones). ¿Es usted la señora de
Almeida?
-
Si. Martha Sabatino, viuda de Almeida. Mi
marido falleció hace cinco meses.
-
Lo siento mucho... necesito que lea este
informe.
-
Estoy sin anteojos, tendría usted la amabilidad
de hacerlo por mí.
-
Cómo no... Informe comparativo....
Al
desvanecimiento inicial lo continuó la consecuente asistencia por parte de la
pareja de jóvenes. Entre los dos y de modo presuroso acercaron a la anciana
hasta el primer sillón disponible esperando su recuperación. Los conocimientos
de Lara sobre primeros auxilios fueron de importancia trascendental para no
agravar el cuadro. Treinta minutos después la emoción y la congoja se exhibían
impúdicamente en el interior de la finca.
-
Es necesario que nos comuniquemos
urgentemente con los Rivas – sentenció la Abuela -, no puedo esperar en darles
la buena nueva. Ellos están en Benito Juárez, muy cerca de aquí.
-
Les propongo que vayamos hasta allá –
sugirió Lara -. No son noticias para dar por teléfono. Yo manejo. Será una
hermosa sorpresa.
-
Ya mismo los llamo para avisarles sobre la
visita como si tal cosa fuera cuestión corriente – afirmó Martha –
-
Me parece bárbaro Abuela – sentenció
notoriamente quebrado Diego –
Martha
no paraba de llorar. El recuerdo de su hija, la ausencia de su esposo, el
reencuentro con su nieto, los años caminados... los cientos de ramos de flores
delante de la foto de la pequeña Clara cuando sus tiempos de estudiante antes
de marcharse a Buenos Aires... demasiado para una vieja en camino a una
decorosa despedida. Al igual que ella los Ruiz expresaron su emotividad como
pudieron, acudiendo a miles de caricias incompletas, buscando parecidos
inexistentes en detalles tan imperceptibles como inventados. La mirada, la
forma de colocar las manos, el corte de las cejas, y demás trampas que el deseo
suele proponer a modo de tácito contrato. Aquí la vida todavía mostraba algo de
indulgencia. Los padres de Juan José, más jóvenes que Martha, conservaban un
pleno estado físico e intelectual. Entrada la noche Diego no podía seguir
aguardando. Necesitaba entender su historia para comenzar a identificarse
consigo mismo.
-
Les suena en nombre Edgardo Néstor Marín –
preguntó Diego sin destinatario preciso –
-
Era el seudónimo de tu padre – aseveró
Roberto Ruiz -. Juan José militaba en el centro de estudiantes de Filosofía y
Letras y trabajaba socialmente en un comedor de la zona del bajo Belgrano.
Cuando notó que la cosa se ponía difícil comenzó a enviarnos correspondencia
utilizando esa consigna.
-
En toda mi documentación personal figura
ese dato de filiación paterna. De todas formas Fonseca es el apellido de mi
tutora; no logro entender - interrumpió
Diego –
-
Eso quiere decir que tu madre de crianza
pudo haber dejado de exprofeso alguna señal para que reconstruyas tu historia –
sostuvo Aída Ruiz -. No sería descabellado pensar que no se apropió de vos como
hicieron tantos otros. Lo común en estos casos es pretender borrar toda la
información y que nada quede sujeto a la duda. Me afilio a la idea que conocía
a los chicos y aceptó el encargue.
-
Si tomamos esto como válido y aceptamos que
actuó de buena fe ¿por qué no se comunicó con ustedes? – conjeturó Diego –
-
Tiempos difíciles mi querido – afirmó
Roberto –; pudo haber entablado relación con Clara estimando prudente adoptarte
por fuera de las estructuras de entonces. Lo cierto es que sus actas de
matrimonio son apócrifas ya que consta un consorte inexistente.
-
En estos términos creo que podemos seguir
elaborando hipótesis hasta la madrugada – ratificó María -. En estos casos la
imaginación vuela más de lo debido. A propósito Roberto, acérquele a Diego las
cartas de Juan José, tal vez allí logre encontrar alguna coincidencia que
nosotros estamos obviando por simple desconocimiento.
-
Son como treinta; inclusive el tiempo las
ha puesto complicadas de leer – aseguró el abuelo -, ya mismo las traigo. Van a
tener que pensar en quedarse por estos Pagos una buena cantidad de días. Aquí
tienen lugar de sobra y no acepto un no como respuesta.
-
No se enoje don Roberto – retrucó Lara -.
Si no se opone preferimos hacerle compañía a Martha. El ida y vuelta desde Vela
será permanente en estos días.
-
No lo había pensado Martha le pido me
disculpe – aclaró avergonzado Roberto -. También nos podemos acercar
nosotros...
Arribaron
a Vela pasadas las tres de la madrugada. Martha estaba tan agotada como
dichosa. Hacía treinta años que la vida no le regalaba un instante, una mínima
secuencia que la aleje del dolor.
-
¿Les molestaría dormir juntos?
-
Por ahora es algo que no nos desagrada -
contestó irónicamente Diego mientras Lara sonreía tímidamente –
El
desayuno vio plagada la mesa de correspondencias, escritos sepias y análisis de
contexto. Mientras Diego leía en voz alta cada párrafo pausadamente, Lara
tomaba apuntes destacados en su ordenador personal. En varias oportunidades el
nombre Inés Fonseca aparecía como entrañable compañera de aventuras y estudios
de Juan José. Las menciones no dejaban entrever la posibilidad de que Inés y
Clara hayan tenido relación, o por lo menos un mínimo conocimiento. A priori
Juan José detentaba una suerte de conexión con Inés fuera de los ámbitos que
compartía con Clara. La sospecha de un triángulo amoroso comenzaba a tener
identidad superior a medida que pasaban los renglones. Cuando Diego y Lara detectaban
ciertos indicios comprometidos en la lectura modificaban ciertos códigos de
conversación tratando de utilizar un lenguaje subrepticio de modo tal Martha
permaneciera al margen de tal situación. Si bien hasta ese momento no había
datos fehacientes sobre la relación paralela, la cantidad de menciones
mostraban abiertamente que Inés y Juan José sostenían, cuando menos, un fuerte
compromiso personal.
-
Hasta ahora queda de manifiesto que Juan
José compartía el ámbito universitario con Inés mientras que el ámbito del
comedor comunitario lo hacía con Clara – sentenció Diego -. Ello no implica, cuando menos, según lo que se desprende de lo leído, que se tratara de una situación
que escondiera algún tipo de fraude afectivo.
-
Te digo que tal situación me tiene sin cuidado
– afirmó Lara -, convengamos que a esta altura es totalmente irrelevante. El
tema principal aquí es que vos sos el nexo entre ambas; eso es lo que me quita
el sueño.
-
Para, para... – interrumpió Diego –
escuchá: “ ... no les extrañe que en
breve les llegue por correspondencia una participación para asistir a un
casamiento. Si viejos... tenemos pensado con Clara cambiar de estado civil. Si
los análisis confirman el embarazo no nos gustaría que nuestro bebé nazca sin
una historia familiar detrás. Somos antiguos al respecto”... – y más
adelante agrega, ¡ escuchá bien Lara! Esto que dice aclara los tantos -... “Inés, mi compañera de la Facu, será nuestro
testigo, también se ofreció para oficiar como madrina de la criatura, ahora
solamente nos falta la parte masculina para afrontar la ceremonia. Calculo que
vamos a zafar con Julio Barragán, su novio. Tipo raro Barragán. Habla con
demasiada soltura y libertad de temas que en la actualidad es preferible
disimular un poco.
-
La punta del iceberg mi amor. Me juego que
ese tipo es la muesca del asunto.
-
Pero.. ¿Qué papel le tocó jugar a Inés en
ese escenario? – cuestionó Diego –
-
Mirá... hasta ahora pudo haber sido
cómplice, funcional o inocentemente utilizada. De todas formas tenemos que
consultar en las organizaciones de derechos humanos sobre la identidad del tipo
– afirmó Lara -. Ellos tienen las afinidades reales y los nombres de guerra de
cada represor.
-
Llamemos a Abuelas – sugirió
apresuradamente Diego –
-
No Diego, recordá la recomendación que
siempre hacen las Abuelas. Hacer las averiguaciones y las consultas
personalmente cosa de eludir las usuales pinchaduras e interferencias.
-
¿Por e-mail?
-
Menos.
-
Completemos entonces la lectura de lo que
resta – enfatizó Diego – y regresemos a Buenos Aires. Los abuelos sabrán
comprender. Será conveniente que generalicemos un tanto las explicaciones hasta
tener datos fehacientes
Tanto la ruta treinta hasta Las Flores
como la tres desde la rotonda hasta Buenos Aires estaban sin la congestión
habitual. Quizás la época del año y cierta coyuntura crítica hacían que sólo
algunos trayectos urbanos tuvieran una modesta dosis de saturación. Apenas tres
horas y media demoraron en completar los cuatrocientos kilómetros que separaban
Vela de la sede de Abuelas. La ansiedad los movilizó para dejar de lado todo
tipo de relax intermedio.
-
Necesitamos información acerca de un nombre o un alias, no lo
sabemos con exactitud, que tuvimos la oportunidad de resaltar en una de las
cartas que mi padre, Juan José Ruiz, le enviara a mis abuelos pocos meses antes
de su desaparición – detalló Diego -. De acuerdo a lo que se desprende de la
nota podría tratarse de un cuadro universitario que militaba dentro del centro
de estudiantes de Filosofía y Letras. Barragán se llama, Julio Barragán.
-
Veamos – indicó la asesora legal de Abuelas mientras peinaba
puntualmente cada uno de los archivos informáticos -. En nuestras carpetas de
denunciantes no figura, por lo tanto no está registrado como víctima de la
dictadura.
-
Sospechamos que pudo haber sido un servicio infiltrado dentro
de la universidad – agregó Lara –
-
Les confieso que ese nombre me resulta conocido - afirmó la auxiliar -. Observemos el historial
de los represores... (pasados unos minutos); aquí está: Marcos Ayala, alias
Julio Barragán, por entonces Sargento Primero de la Policía Federal, exonerado
de la fuerza en 1985 por apremios ilegales y torturas. Estuvo detenido en el
Penal de Caseros hasta 1988, salió en libertad beneficiado por la ley de
obediencia debida. Actualmente y de acuerdo a nuestros padrones oficiales
reviste como socio gerente en una empresa de seguridad privada. Se domicilia en
el Barrio Privado “Torres del Sur” ubicado en la zona de Canning, Partido de
Ezeiza, Provincia de Buenos Aires. De acuerdo a su historial, desde Octubre de
1975 hasta Julio de 1978, actuó en tareas de inteligencia infiltrándose tanto
en centros de estudiantes como en comunidades de trabajo solidario. Se le
adjudican decenas de delaciones de cuadros políticos estudiantiles habiéndose
comprobado que colaboró en la logística del grupo de tareas que secuestró a una
de nuestras militantes fundadoras. Justamente varios testimonios sobre este
evento ayudaron a procesarlo y luego encarcelarlo. Además y durante el mismo
proceso se descubrió que intervino también como partícipe necesario de un robo
efectuado en una dependencia policial de Valentín Alsina. Esta carga jugó a
favor de su condena.
-
Toda una paradoja jurídica – ironizó Diego –
-
Seguramente – afirmó Lara -. Sospecho que en aquel entonces
cualquier cosa servía para que estos tipos no estuvieran sueltos.
-
No es tan así señorita – corrigió la legista -, se hacía lo
que se podía con los medios que se tenían. El trabajo era voluntario, con
escasa ayuda económica y muy poco apoyo político. Los sistemas informáticos
actuales eran impensados, los cruces de datos no formaban parte de líneas
investigativas y todavía debíamos soportar el mote de “Locas”. Hay mucho dolor
y compromiso entre estas paredes señorita, pero también hay responsabilidad. No
se equivoque, nunca hicimos cualquier cosa.
-
Me interpretó mal – respondió la joven – pero igual le pido
disculpas. No fue mi intención dudar de la legitimidad y la ética con la que
siempre se manejó la Institución.
-
No se preocupe. Pero siempre ronda la falsa idea que con esta
gente es dable la utilización de mecanismos alternativos producto de su
terrible accionar. Justamente es todo lo contrario. La extrema legalidad de nuestros
actos nos garantizan que las penas no puedan ser apeladas ligeramente y menos
aún vedadas por vicios administrativos – afirmó la abogada –
-
Agrega algo más el informe doctora – preguntó Diego –
-
Por lo que dice su ficha cuenta con cincuenta y seis años de
edad, es casado, dos hijos y acusa en su declaración jurada un capital cercano
al millón de dólares entre propiedades, cuentas bancarias y bienes muebles.
-
¿Algo sobre sus socios? – inquirió Lara –
-
Un segundo... Se ve que el hombre cuenta con apoyatura
política. La empresa de seguridad South American Security es una sociedad
anónima cuya conformación legal presenta tres socios. Al nombrado Ayala se le
suman el Doctor Rodolfo Martínez Bou, abogado penalista y propietario de uno de
los buffet que lleva adelante la defensa del Jefe de Gobierno Metropolitano por
la causa de las escuchas ilegales, y el ex jefe de la Policía Metropolitana
Comisario Mayor R.E. Adalberto José Zanotti.
-
Está complicado el asunto – sentenció Diego –
-
No estoy de acuerdo – retrucó la asesora –
-
Me sorprende su seguridad – interrumpió Lara –
-
Es sencillo. Este personaje – continuó la abogada – no es de
los más pesados que hemos colocado en los estrados. Con el andamiaje de una
buena carga probatoria, considero que la causa de sus padres caminará sin
inconvenientes. No se olvide que existe un clima de época propicio. Si usted lo
desea nuestro cuerpo de abogados se encargarían de solicitar las primeras
encomiendas judiciales. De su decisión depende...
-
Le agradecemos mucho, en breve nos estaremos comunicando con
usted – aseguró Diego –
Hasta la hora de la cena no hablaron
del tema. El cansancio de la jornada había marcado rasgos notorios en ambos
semblantes. Ni siquiera tuvieron la apetencia de abrir una de las botellas de
vino que solían compartir con marcado entusiasmo. Apenas una pizza y una
cerveza oscura fueron cómplices de la noche...
-
Te quedaste colgado desde que salimos de la sede de Abuelas –
disparó Lara –
-
No es para menos. ¿A qué edad realmente se nace? – reflexionó
Diego –
-
Supongo que desde la racionalidad uno “es” a partir del
momento en que comienza a darse cuenta quién es. Twain sentenció que los dos momentos cruciales en la vida, los más importantes son cuando se nace y cuando se descubre para qué. Y ese quién es tiene que ver
con percepciones internas y externas: La historia personal, los supuestos
adquiridos, la formación, la educación, el medio social... Creo que somos
muchas cosas a la vez y ninguna en particular, por eso se nos hace tan complejo
encontrar definiciones certeras. La decisión de acometer contra preguntas
molestas es un buen comienzo, prosperar en un ensayo individual de carácter
popperiano siendo uno mismo probeta y conejillo al servicio de la duda y la
falsación – aseguró Lara –
-
Hasta asegurarte que zafaste del suicidio – ironizó Diego –
-
La exageración, la subvaluación y la sobrevaloración son
senderos que los humanos solemos recorrer. Considero que deberíamos ser un poco
más modestos y entender que no somos víctimas de todos los males existentes y
menos aún que alguien nos preparó una receta endemoniada para perjudicarnos. En
verdad es un acto de soberbia creer que los dioses se han fijado en nosotros.
Es como el tímido.
-
No te entiendo, Lara... digo eso de la timidez – cuestionó
Diego -
-
En el fondo el tímido es un soberbio – continuó la joven - .
A priori considera que alguien va a reparar en él y eso de por sí lo instala con
un sesgo de egocentrismo notable. Dalmiro Sáenz hablaba de esto con suma
ironía. Bien decía que el tímido, en su construcción personal, cree, a partir de su soberbia, que alguien en la fiesta va a reparar en él. De todos modos algo está pasando por tu cabeza desde algunas horas.
-
Estoy pensando la posibilidad de hacer algún negocio
inmobiliario en el Barrio Torres del Sur. ¿Cómo lo vez?
-
Lo veo mal.
-
Hace menos de cinco minutos me estabas hablando de acometer
contra las preguntas molestas. Supongo que esas cuestiones ostentan riesgos que
uno debe estar dispuesto a enfrentar con cierta dosis de hidalguía. La verdad
está más allá de la credibilidad, es algo superior, para llegar a ella es
necesario coraje y decisión – sentenció Diego –
-
De acuerdo... pero es necesario pensar bien la operatoria.
Por ejemplo – continuó Lara – de ninguna manera Diego Fonseca puede estar al
frente de la operación. La empresa de seguridad, cumpliendo con sus
obligaciones averiguará todo lo atinente a tu persona por lo que quedarías
expuesto al instante de firmar el dominio.
-
Pensé encuadrarlo dentro del ámbito incidental – aclaró el
joven -. Esto es provocar en Ayala alguna preocupación debido a una indeseable
casualidad. Que el tipo se acerque sensibilizado por su propia curiosidad,
agobiado por dudas que podría llegar a generar alguien que de modo fantasmal
retorna de su pasado.
-
¿Vos crees qué un sujeto de semejante talla se atormentaría
con tribulaciones existenciales? ¿Realmente suponés qué este hombre tendría
dudas al respecto? Tu ingenuidad me alarma.
-
Utilizar una identidad falsa sería contraproducente,
encararlo de plano y a cara descubierta haría que se borre, no hay demasiadas
variables – afirmó Diego –
-
¿Y mi nombre? – enfatizó Lara – Soy una persona física real,
mayor de edad, que puede adquirir un bien cualquiera en el marco de una genuina
inversión. En lo personal podemos salvar el trámite con un contradocumento de
forma tal dicho bien nunca deje de pertenecerte.
-
Eso es lo menos relevante Lara. En este caso veo la inversión
como un gasto necesario para acceder a un objetivo superior.
-
Estamos hablando de casi treinta mil dólares – aclaró Lara –
-
No me parece oneroso teniendo en cuenta que el costo tiene en
lo personal un doble objetivo. En primer lugar conocer lo que ocurrió con mis
viejos y donde están sus restos y en segundo lugar el rol que jugó mi tutora.
Tal vez esto último resulte lo más sensible. De alguna manera soy lo que soy
por ella, y por ella tengo el futuro asegurado, además gracias a esa holgada condición
económica puedo pensar en revisar mi historia. No te lo puedo discutir, le tengo
miedo a la verdad, sospecho que ese temor, medianamente irracional, hace que
todavía no me haya vuelto ni loco ni resentido – finalizó Diego –
-
¿Entonces? –insistió la joven -
-
De acuerdo; el sábado vamos a Canning. Generalmente en estos
Barrios hay oficinas de informes y profesionales dedicados al rubro. Deberemos
comportarnos como gente interesada sin omitir las preguntas corrientes que
suelen efectuarse en este tipo de operaciones. ¿Sale algo en Internet sobre el
Barrio?
-
Sólo generalidades. La página publicita la existencia de
solares disponibles de mil metros cuadrados desde veinte mil dólares y demás
ganchos comerciales. Hay imágenes paradisíacas, hablan de planes de
financiación, sistemas de seguridad de avanzada y un mapa testigo para poder
ubicarlo... nada más...
Hacía mucho tiempo que Diego no
transitaba la zona. En su época de estudiante secundario solía visitarla tres o
cuatro veces al año debido a que allí estaba situado el campo deportivo del
Instituto San José de Calasanz, rival histórico del Sagrada Familia en el marco
de las competencias futboleras intecolegiales metropolitanas. Por entonces
ambas entidades eran entusiastas animadoras de los certámenes organizados por
la Federación de Colegios Privados. Era una de las ligas juveniles más
exigentes de Buenos Aires debido a la gran cantidad de equipos y el buen número
de jugadores que además formaban parte de las divisiones inferiores de varios
clubes federados en AFA. Era muy común enfrentarse con valores cuyos fichajes
pertenecían a Boca, River, Argentinos, All Boys, Vélez, Huracán, Ferro, San
Lorenzo...
Hizo un
paso ocasional por aquel hermoso predio viendo que el tiempo y la modernidad le
habían dado un cachetazo al recuerdo. Encerrado entre Barrios Privados y
centros comerciales se mostraba oculto y deslucido, sin el brillo de entonces.
Todavía, tras la tranquera de ingreso, se alcanzaba a percibir el murmullo
adolescente de aquella final de menores del noventa y tres en la que fueron
derrotados por penales a manos del local en el marco de un encuentro que
supieron remontar luego de ir 4 a 1 abajo, al término del primer tiempo. Nunca
olvidará la arrogante alegría del portero rival. Todavía se reprochaba su
decisión en aquel último penal luego de haber convertido durante el tiempo
regular en tres ocasiones. La foto de esa triste mañana colgaba aún en una de las
columnas del dormitorio; en cuclillas, portando su impecable camiseta blanca
con vivos azules y rojos, el pequeño nueve a la altura del corazón y una pelota
bajo los dedos de la mano izquierda. Esa mañana había jugado el mejor partido
de aquel año... luego vinieron otros años y varios campeonatos... pero esa
final era la única que recordaba con desmesurado detalle...
El
barrio cerrado “Torres del Sur” presentaba un estado de víspera, una traza
incompleta. Apenas dos elegantes construcciones finalizadas y habitadas
flanqueaban el centro de usos múltiples, espacio bastante vulgar en este tipo
de emplazamientos; el resto exponía un raleado perfil embrionario, obras con un
grado de avance irregular y un escaso movimiento laboral eran el paisaje
dominante. Desde la garita de ingreso se podía observar en sus calles un
prolijo y coqueto empedrado de dudosa integridad moral y aroma a barrio Porteño
-
Buenos días caballero. Estamos interesados
en recorrer el barrio con el objeto de estudiar una futura inversión
inmobiliaria – de ese modo Lara, al volante del vehículo, se dirigía al
conserje que cumplía con su guardia -
-
Aguárdeme un segundo señora, ya mismo la
anuncio.
Las
comunicaciones internas vía celular hicieron el resto. En menos de tres minutos
y luego de asentar los datos personales de la interesada y su vehículo, un
móvil de la empresa de seguridad estaba escoltando a la pareja hasta las
inmediaciones del salón de usos múltiples, lugar en donde se hallaba emplazado
el despacho del gestor encargado de los negocios inmobiliarios. Apenas una
tarjeta, a modo de libre pase abrochado a la solapa del saco, fue visa
suficiente para Diego en su rol de acompañante. Culminaron la mañana entre
planos, distintas posibilidades de financiación y un informe muy detallado
sobre las seguridades del lugar. Datos de la empresa encargada, currículum de
sus propietarios y antecedentes profesionales. Demás está aclarar que la
lectura no mostraba datos sobre delaciones, emboscadas, torturas, apremios y
demás atributos de, por lo menos, uno de sus titulares. Tal vez lo más
trascendente fue una información que el gestor mencionó muy por arriba, con el
solo objeto de jactarse de las bondades del predio: Una de las viviendas
habitadas, linderas al SUM, era propiedad del señor Marcos Javier Ayala, jefe
de seguridad y socio del feudo.
-
Poné atención Diego. De comprar un lote me
inclinaría por uno de los solares vecinos a la propiedad de Ayala. No hay
diferencia con el resto, ni en el precio ni en los metros cuadrados.
-
Bárbaro. Posicionate entonces como firme
compradora del terreno que esta justo frente a la propiedad del hombre –
decidió Diego – ¿Su valor?
-
Veintiocho mil quinientos dólares.
-
Qué manera de robar la plata. Hace veinte
años esto era un bañado. Estos tipos compraron a dos mangos. Me hace acordar a
los diques de Puerto Madero.
-
No estaba la autopista, ni el centro
comercial. Hoy tenés un hiper a metros del cruce y hasta un shopping. Este
movimiento burgués hace que la cotización del lugar aumente.
-
Ofrecé veinticinco mil como contraoferta
con una seña de dos mil. Lo dicho, qué manera de robar la plata...
Al
sábado siguiente la pareja ingresó nuevamente al predio con el objeto de
realizar una oferta firme y corroborar las bondades que el gestor había
manifestado de manera convincente, al mismo tiempo, no hallaron mejor excusa como
para interrumpir la paz de su ocasional vecino.
-
Buenos día, perdone la molestia señora – se
presentó Lara –. Me apellido Reyes y acabo de reservar el solar que está aquí
enfrente.
-
Encantada y muy bienvenida a “Torres”. Me
llamo Diana y además de ser la dueña de casa soy la esposa de uno de los socios
y a la vez encargado de seguridad.
-
Estupendo entonces. Nadie mejor que usted
para disipar mis dudas. Me gustaría tener una percepción integral del barrio;
le cuento que he comprado parcelas en distintos emprendimientos de la zona y
todavía no decidí en cual afincarme. ¿En qué momento podría molestarla para
tener una charla más extensa?
-
Ya mismo si usted quiere. Estoy sola, mi
marido no viene hasta la tardecita y los chicos pasan el día en el club. Juegan
en las inferiores de Tristán Suárez.
-
¿Objetaría que mi novio nos acompañe? Su
opinión me es indispensable.
-
Por favor, que pase... será un placer.
La
pareja supo mostrase interesada por todos aquellos temas que plasmaran
taxativamente la sensación de una próxima vecindad: Empresas constructoras de
la zona, el grado de complejidad del suelo, costos de permisos y
habilitaciones, reglamentación interna y protocolos municipales que atender, estatuto del barrio, deberes y obligaciones
de los propietarios, regímenes de inquilinatos, índices sobre gastos comunes y
expensas, utilización de las instalaciones recreativas y demás asuntos que
hacen al interés general. El segmento seguridad tuvo su atractivo muy
particular.
-
Como te mencioné – Diana ya se había
relajado lo suficiente no sólo como para tutear a Lara, sino también para
confesar algunas intimidades familiares - . Mi marido es uno de los socios de
la empresa encargada de la seguridad y a la vez es el jefe del operativo zonal.
Mucho no entiendo del tema, lo ideal es que conversen con él, pero voy a tratar
de ser lo más didáctica posible. Entiendo de South American Security está
encargada de la protección de una buena parte de los barrios de la zona
conformando una suerte de red conectada con la departamental regional. En caso
de algún evento irregular existe un protocolo activo que incluye un operativo
cerrojo que involucra de manera inmediata a todas las organizaciones privadas y
públicas del partido. Mi marido es un ex
integrante de la Policía Federal, con altos contactos y fluida llegada a los
más notorios cargos castrenses.
La
conversación derivó imperceptiblemente hacia lo personal sin descubrir en Diana
pruritos o reparos en su exposición
-
A pesar de haber sido injustamente
exonerado – continuaba Diana con su alegato – Marcos es uno de los más
eficientes representantes del orden que puedan encontrar. Me interesa aclarar
esto porque sé de las desconfianzas existentes sobre este tipo de empresas, y
también sé que en muchos casos dichas sospechas son perfectamente justificadas;
doy fe que este no es el caso. Les confieso, y me atrevo abusar de vuestra
confianza, que mi marido supo aprender de sus errores pasados; errores que
puntualmente no vienen al caso detallar. Su estancia en la penitenciaría y su
acercamiento en ella al evangelio lo aproximaron a un sentido de la vida
superador, reparación histórica e individual que le costó mucho esfuerzo
enfrentar.
-
¿Errores del pasado? – consultó Lara – No
me asuste Diana.
-
Marcos tuvo que cumplir lamentables órdenes
durante el proceso militar. Era muy joven y demasiado influenciable. De hecho y
aunque parezca extraño yo tengo un hermano desaparecido, militaba en una villa
de Solano; mi marido movió cielo y tierra para saber el destino de sus restos.
Hoy, cuando menos, tengo un sitio en donde colocar una flor. También sé que
hasta hace muy pocos meses atrás mantenía contactos con una señora,
recientemente fallecida, con la cual había mantenido una relación juvenil, que
se había hecho cargo de la crianza de un niño cuyos padres fueron secuestrados
durante un procedimiento en el cual intervino de modo indirecto. Nunca pudo
hallar los restos de ellos. Siempre sospechó que fueron víctimas de los vuelos
de la muerte. Fonseca se llamaba, Inés Fonseca. La pobre transitó una vida tortuosa
entre el silencio, una enfermedad terminal, el terror y la soledad. Inclusive
Marcos, a mediados de los ochenta, intentó hacerse cargo desde lo económico a
través de una dieta regular que ella, por cierto, desestimó taxativamente. Ese
chico hoy debe ser un hombre más o menos de la edad de ustedes y continúa
siendo motivo de sus más sentidas oraciones. A pesar de observarlo y en
ocasiones seguirlo, nunca se atrevió a enfrentarlo prefiriendo en su lugar
conservar la pesada carga individual como inapelable y justo castigo.
No hubo
comentarios adicionales luego de tamaña muestra de confianza; la cordial
despedida quedó reducida dentro del marco de un imposible devenir. De todos
modos la pareja entendía que ya no había necesidad de efectuar la inversión y
volver a recorrer esos detestables espacios cerrados. La pérdida de dos mil
dólares del depósito no significaba algo por lo cual detenerse.
-
¿Vas a liberar al hombre de su carga? –
preguntó Lara mientras conducía –
-
No – contestó Diego con suma decisión -. Es
algo que no me interesa, ni siquiera me compete. Que viva como pueda si es que
puede. Mientras él se victimiza, otros nunca tendrán la ocasión ni tan siquiera
de intentarlo...
-
Es lo que llaman justicia divina – soslayó
la joven –
-
No existe la justicia divina mi amor. Juan
José, Clara e Inés pueden dar fe...
-
¿Para dónde vamos? – consultó Lara –
-
Primero al cementerio, quiero dejarle una
rosa a Inés, después a Vela y luego a Juárez, los abuelos nos esperan...
BREVE
REINADO
De modo firme y eficiente invadió
con sus manos el cuello de la víctima evitando dejar dudas al respecto.
Previamente una exagerada dosis de fármacos mixturados con alcohol habían colaborado para favorecer la
fragilidad del cuerpo. Una bella metáfora adolescente y semidesnuda reposaba
inerme, sin pecados aparentes, culpable de curvas indiscretas y deseos
inalcanzables. Sus hermosos dieciocho años insultaban buenamente a tanto
esperpento oculto tras claraboyas clandestinas, fogones de mazmorra y aliento
kerosene.
La plaza 5 de Septiembre de
Colonia Maciel se extiende sobre un predio circular ubicado en medio de ejido
urbano. Presenta el característico atractivo y esmero pueblerino. Césped
prolijamente cortado, iconografía clara y precisa, árboles pintados con cal que
incluye la incorporación de algún aditivo para la prevención de plagas,
bancos de madera distribuidos aisladamente bajo añosas plantas y la estoica
vigilia del mástil central, testigo encubierto de los empalagosos y mendigos
actos burocráticos, repletos de magra literatura, atiborrados de presencias y
ausencias ordinarias. En el recorrido de su circunvalación enfrenta a la centenaria
Escuela número 4, al antiguo y sobrio edificio de la Delegación Municipal, al
destacamento policial y a las maltrechas oficinas del correo. El asfalto del
bulevar Carmona llega hasta sus orillas como presagiando que no existe otro
atractivo digno de considerar en el terruño. El Club Atlético Leandro N. Além
pide perdón mostrando sus herrumbres por los años transcurridos, una antena que
nada comunica y algunos negocios con precarias marquesinas prestan custodia a
los senderos que rodean el acceso a la explanada. Los que nunca pisaron sus
calles imaginan el paisaje tal cual es; los usuales transeúntes de su acuarela
preferirían alternar la rutinaria quietud por alguna quimera obligadamente
postergada.
El cadáver no mostraba signos de
extrema violencia. No había laceraciones, moretones ni heridas cortantes. Sus
amigos y pretendientes poseían certezas individuales, testigos resolutos y
comprobables coartadas; no se le conocían lazos familiares cercanos. La casa,
obturada tanto por su interior como desde el exterior ofrecía un curioso
enigma. El anexo en donde funcionaba el taller de corte y confección se
encontraba intacto, las ventanas estaban herméticamente cerradas; tanto la
puerta delantera como la trasera se hallaban bajo doble cerrojo y los pasadores
aseguraban los portones con candados de cincuenta milímetros de espesor. Un
pequeño cofre repleto de joyas que había heredado de su madre no mostraba
signos de haber sido vulnerado, de modo que se descartaba de plano al robo como
móvil del homicidio. La investigación naufragaba en un mar de desconcierto y
misterio.
El pueblo estaba históricamente
fragmentado según marcaban las normas de rural urbanidad por una vía divisoria
de clases, grados y voluntades. Lo que antiguamente fuera el centro y apogeo de
vecinos ilustres se hallaba por entonces sumido en la más cruel desolación. La
estación del ferrocarril abandonada y terrenos a disposición de quién los ocupe
describía a un Norte devaluado y a la espera de lo que nunca será. El suburbio
sureño, “el otro lado” había recibido los beneficios de la modernidad a fuerza
de la esmerada construcción de barrios políticamente correctos cuyas casas,
nunca escrituradas, eran adjudicadas según el sustento ocasional que podía
llegar a promover algún funcionario jerarquizado. El alumbrado público, el agua
corriente, el ornamento botánico y un entoscado cuidadoso elegían al Sur para
detentar su patrocinio. El Norte se reservaba con exclusividad el derecho a la
destrucción y a la ruina, al olvido y a la nostalgia. Todavía conservaba los
esqueletos oxidados del viejo Almacén de ramos generales Litman y los de las
tiendas La Noria y Aguero, en donde los pudientes de antaño renovaban sus
vestuarios ante cada cambio de temporada. Por entonces los tiempos diarios del
pueblo los timbraba la llegada del tren. Norte y sur se pasaban constantes y
legendarias facturas por omisiones y desprecios ancestrales. Cada lado esgrimía
como antagonista a su otro lado a despecho de una realidad que los unía, una
verdad no siempre percibida.
El reflejo de las tenues luces
que ingresaban desde la pequeña ventila que daba al exterior relegaba
momentáneamente al natural velo del recinto; la mañana ofrecía su soberano aviso
de llegada. Hacía siete horas que el cuerpo moraba en la sala de la morgue
judicial en donde se efectuarían las primeras fases de la autopsia. Todavía
mantenía intacta la belleza que pocas horas antes le había resultado de
provecho para instalarse, por votación unánime, como Reina de la Clase en la
fiesta anual que organiza el Club Atlético Leandro N. Além para aquellos que
cumplen dieciocho primaveras durante el transcurso de ese mismo año. La breve y
estrecha falda de oscuro tono estilizaba un figura que presentaba notoria
exoticidad; la blusa de seda blanca con apenas dos botones de sujeción era
permanente motivo de curiosidad por parte de un auditorio desacostumbrado a la
prepotencias eróticas; sus hermosas piernas no necesitaban medias que las mejoren;
el rostro, tímidamente maquillado y un peinado propio de su edad ofrecían la
visión contradictoria de una apariencia plasmada de modo equivocado. La
decisión del jurado no podía ser otra. La muchachada lo percibió desde el mismo
instante en que Mariangeles ingresó por la puerta principal del salón. Fue un
estallido de necesaria concurrencia, su sola presencia mejoraba notablemente
las instalaciones del modesto ámbito. Lo único que quedaba era ser el elegido,
rendirse y disfrutar de su compañía. Marcelo Ballesteros, hijo del Delegado,
vivió su noche más amarga no pudiendo disimular el desplante de la niña al
escoger como compañero de velada a Vicente Liberato, retoño de un sencillo
jornalero que desempeñaba tareas por entonces en el campo de los Mendelson,
propiedad distante tres leguas del ejido urbano.
Sobre la camilla de la morgue las
sombras cosméticas de su rostro mantenían la firmeza y el detalle, como
consecuencia de esto los investigadores no ponían en duda que el deceso de la
muchacha se había dado minutos después de finalizar la consagratoria velada.
El pueblo padecía la peor sequía
de su historia. El viento colaboraba de manera eficiente para hacer más
intolerable el castigo. Plagas y polvo en suspensión coronaban y perfeccionaban
una hostil y malparida geografía.
Los productores más afortunados
poseían su ganado flaco y enfermo, los más desafortunados perdían cuatro o
cinco cabezas semanales por falta de verdeos frescos; los rollos de pastura,
dicho sea de paso, se habían cotizado de modo desmesurado debido a la
coyuntura. Los agricultores, sin perder de vista al firmamento, resignaban su
futuro a favor de los capitalistas que suelen disfrutar con suma astucia de
estos rigores. La acopiadora de granos había logrado apropiarse de la mayoría
de las escrituras de los campos periféricos por obra y gracia de la morosidad,
propiedades de chacareros optimistas que invirtieron su fe, su historia y su
esfuerzo, que nunca intuyeron la desmedida venganza climática que la ventura
les había reservado. Eran tiempos de irracionales fetichismos y de monumentales
actos de fe. El regador hacía lo posible para acotar lo insoportable. La
burocracia municipal, provincial y nacional, mantenían su impertérrita ausencia
intimando el pago de los impuestos en tiempo y forma bajo pena de punitorios e
intereses abusivos. El comercio apenas lograba mantener las ventas
descapitalizando estanterías, las habituales cuentas corrientes no había modo
de cobrarlas. Las libretas acreedoras engordaban tan velozmente como la
morosidad; la aldea comenzó a desconfiar de sí misma y de sus habitantes siendo
la victimización individual el centro de las conversaciones.
A todo esto y como tema
secundario Mariangeles Miranda, asesinada, confiaba fría y en orfandad por un
alma misericordiosa que exhibiera algún síntoma de amargura.
Los primeros análisis forenses
arrojaron que el torrente sanguíneo de la muchacha estaba saturado de
estupefacientes aletargantes que provocaron su inmediata pérdida de
conocimiento. Que dicha ingestión había estado acompañada por generosas medidas
de una bebida alcohólica de alta graduación. Por eso se concluye, a primera
instancia, que la posterior sofocación por asfixia no detentó signos de
resistencia por parte de la víctima. Los profesionales confirmaron que no existieron
indicios de abuso sexual o directa violación, no se constató que la occisa haya
mantenido relaciones íntimas en las últimas noventa y seis horas antes del
suceso. Por la intensidad de la presión y el tamaño de las marcas en el cuello
fue imposible determinar el género del homicida.
La taberna de la aldea estaba en
el sector antiguo, a dos cuadras de los andenes de la vieja estación. Allí se
reunían los desplazados, los marginales y todo aquel habitante que preservaba
alguna cuenta pendiente en su hogar. Luego de la tercera medida de Ginebra o de
Caña, cada cliente notaba que la bebida comenzaba a debilitarse notablemente.
Dos razones bien justificaban la conducta del pulpero: En primer lugar acotar
lo efectos de una excesiva ingestión alcohólica por parte de los parroquianos,
esto evitaría compulsas y absurdas discusiones con finales inciertos; y en
segunda instancia y como consecuencia no deseada aprovechar la obtención de una
mayor rentabilidad por botella y de ese modo compensar las pérdidas que ocasionaban
los suplicantes deudores incobrables. Era mucho mejor esa estrategia comercial
que concentrar la atención en estériles discusiones. Lo bueno y lo malo se reiteraban enormes concesiones para poder sobrevivir. Nadie era capaz de
reprocharle al cantinero su política mercantil, además no había razón, ni medio
ni modo. Era un lugar de encuentro popular con reglas propias y riesgos
asumidos. La hermosa y exuberante esposa del propietario era motivo adicional
para la concurrencia. En más de una ocasión algún entusiasta adulador tuvo que
rendir cuentas por sus desproporcionados elogios ante un consorte que en esos
asuntos no se andaba con ironías. No hay testimonio acreditado que sus paredes
hayan cobijado alguna idea interesante; sus mesas no avalaban la creación de
algún cuento o poema que mereciera ser leído, cosa que en la intimidad el
propietario solía lamentar; tampoco se recuerda debate alguno que haya
promovido a una mejor convivencia urbana; quizás su función no era esa. Lo
cierto es que su cometido era permanecer a pesar de sí mismo, la extrema
necesidad de un sitio inactivo y haragán, irresponsable y retirado, en donde lo
único digno a evocar era la mansedumbre del olvido. Realismo mágico en su más
fina esencia; únicamente la formidable pluma de Juan Rulfo hubiera dado
reparador testimonio a la escena. El “Loco” Moretti haciendo mención
sobre el devenir meteorológico confirmando la continuidad de la sequía,
añadiendo la probabilidad de alguna helada tardía. Datos lanzados con la firme
intencionalidad de completar oscuros silencios más que aportar a la probanza de contar
con certezas científicas. – Qué bárbaro lo de la piba Miranda, no – No había
razón para levantar la vista. Se seguía murmurando sobre el clima y de una
nueva y recurrente derrota de Além en el marco del campeonato de fútbol local.
El incómodo comentario quedó sumergido entre vasos de grapa y ginebra,
baraja española y porotos tanteador. Todo seguía como entonces; el boliche
hacía honor a su desolada huella de todos los días. Para eso estaba. Era justo
y necesario.
Las investigaciones posteriores a
la autopsia se instalaron en la residencia de la familia Miranda. La casa se
levantaba en lo que popularmente se conocía como el Barrio de los
Gringos; triángulo lindero al casco principal del pueblo diseñado sobre
cuadrículas irregulares y un par de diagonales dictatorialmente inducidas por
las vías de ferrocarril. Recibía esa denominación debido a que desde los
tiempos de la fundación del pueblo fue el sitio escogido por la colectividad
italiana como asentamiento inicial de su proceso migratorio. La humilde
vivienda constaba de un comedor diario anexado a la cocina, dos amplios
dormitorios y otra dependencia, más pequeña, en donde funcionaba el taller de
corte y confección. Todos los ambientes daban al exterior y poseían ventanales
con aberturas y postigos de mediana calidad. Una puerta delantera con cerradura
doble perno y una puerta trasera con cerradura simple completaban el sistema de
seguridad de la finca. Todo sobre un lote de veinte metros de frente por
cincuenta de fondo en su lateral más extenso. Un galpón en las afueras
oficiaba de suficiente cobijo tanto para leña como para las pocas herramientas
de jardinera con las cuales Mariangeles contaba para hermosear su patio.
Los investigadores estimaron
relevante que la puerta trasera contaba en su parte inferior con una celda
móvil, tipo vaivén, para la entrada y salida de alguna mascota. La medida de
esa modificación efectuada deliberadamente presentaba la suficiente holgura
como para permitir que un cuerpo de mediana traza se deslice sin mayores
inconvenientes de un lado hacia el otro. Lo cierto es que al efectuar la prueba
correspondiente los peritos de la fiscalía confirmaron tal presunción. Esta
pesquisa daba por tierra con el misterio de las puertas y de las ventanas
cerradas por dentro. La morada se presentaba pulcra y ordenada.
La joven Miranda había heredado
la propiedad luego del fallecimiento, primero de su padre y seguidamente de su
madre, ambos acaecidos en los últimos dos años. Los vecinos no fueron capaces
de aseverar visitas ajenas a las usuales; compañeros de estudios, amigas y
clientas eran su cotidiano auditorio. Los cercanos residentes, siempre atentos
a los movimientos exteriores, no atestiguaron en la coyuntura datos relevantes;
no escucharon vehículo alguno ni murmullos caminantes. Sólo el dato adicional
de la desaparición de su mascota Gabino presentó un aporte a la búsqueda. Según
el vecindario dicho animal poseía características muy particulares ya que
respondía a su nombre de manera inmediata, su tamaño era extraordinario, poseía
notorios ojos celestes y lucía abundantes y brillantes vellones pardos. A esa altura de los
sucesos los investigadores certificaban que un individuo de género desconocido
y la víctima habían ingresado, la noche de la Fiesta de la Clase por la puerta
principal de la vivienda; que bebieron una importante cantidad de Vodka con la
posible excusa de festejar el galardón obtenido y que luego de narcotizar a la
joven, el sospechoso procedió al estrangulamiento hasta la asfixia, más tarde
cerró herméticamente puertas y ventanas, aseando prudentemente los vasos y enseres
utilizados, para luego evadirse sirviéndose de la pequeña claraboya diseñada en
la puerta trasera para el albedrío de la mascota; el animal, de paradero desconocido
por el momento, pasaba a ser un eslabón que le proponía alguna curiosidad a la
investigación. A partir de ese momento la exploración se centralizaría en
aquellos que frecuentaron a la víctima durante la última noche.
El matrimonio conformado por Raúl
Ernesto Miranda y Gloria Mabel Bonfati se había asentado en Colonia Maciel a
fines de la década del noventa. La previa adquisición del solar mencionado,
gracias a la gestión de un allegado domiciliado en Tres Arroyos, por entonces
se hallaba deshabitado; esto les posibilitó, de manera inmediata y antes de
tomar posesión definitiva, la instalación de un modesto taller en donde Gloria
desarrollaría sus labores de modista. Raúl ofició de avanzada familiar, en
consecuencia, como adelantado, supo preparar la vivienda para el arribo de su
esposa y su hija. Cocina, baño, taller, conexiones eléctricas, techos,
desmalezado del patio, revoques y arreglos varios conformaron la batería de
tareas que el padre de familia desarrolló durante el lapso de dos semanas para
afrontar el proceso migratorio sin complicaciones extremas. Paralelo a esto
comenzaba a delinear lo que sería su actividad principal. Con ahorros genuinos
producto de una indemnización obtenida a través de un retiro voluntario
proyectó un pequeño comercio cuyo rubro principal sería Mercería, telas, hilos, agujas y
afines en un local distante cincuenta metros de su casa. El grupo familiar
consideraba que dicho emprendimiento era un complemento fundamental para
potenciar la tarea de Gloria. Al mismo tiempo estimaba que la carencia de dicho
rubro en la aldea aseguraría una cartera de clientes amplia dentro de un
mercado pequeño y escasamente diversificado. Por entonces ambos contaban con
treinta y cinco años de edad.
Una vez instalados la niña
comenzó a transitar su educación primaria en el nuevo ámbito sin mayores
sobresaltos. Su natural simpatía le facilitó notablemente la integración al
flamante medio. Lamentablemente el paso del tiempo acusó miserias ocultas que
la familia Miranda no había percibido hasta que se develaron, incisos que
mostrando sus más cruentos perfiles. Un sistema feudal implícito no permitía
que nadie saque sus pies fuera del dominio de la gran empresa. La misma que
oportunamente se aprovechaba de la rigurosidad climática y la morosidad para
apropiarse de las escrituras de chacareros tan optimistas como indolentes.
Además y como correlato de su política comercial no admitía que rubro alguno
escape de su esfera cooptando inmediatamente cualquier detalle no tenido el
cuenta hasta el momento. De modo que no pasó mucho tiempo hasta situarse como
desigual competencia de la familia recientemente llegada. Al manejar el trabajo
de la villa no tuvo trastornos de ninguna clase para apropiarse de la mayoría
del mercado cediéndole a Ernesto la sola alternativa de una paupérrima
subsistencia, acotando su cartera de clientes hacia algunos fieles conocidos y
unos pocos jubilados que no dependían del señor feudal.
A pesar de presentarle a la aldea
precios competitivos y una total trasparencia comercial la mayoría de la población
se inclinaba a favor de la gran empresa. La excusa esgrimida era la necesidad
de su permanencia y estabilidad debido a la cantidad de mano de obra que
absorbía. La mayoría de los vecinos aborrecían ese formato en la misma
proporción que era alimentado. Tal situación degradó físicamente y anímicamente
a Ernesto. Los nervios, y la depresión invadieron su humanidad sin compasión
alguna y con ambos comenzaron a exhibirse dolencias progresivas e insalvables.
Luego de seis años de infructuosos intentos, varias reestructuraciones e
inversiones que lo llevaron a deudas impagables debió cerrar el comercio
malvendiendo el capital para poder asumir los compromisos contraídos. Dos meses
después y a los cuarenta y dos años de edad fallecía sin atención médica profesional
en su finca de Colonia Maciel. Al no tener vehículo propio no pudieron hacer
frente al urgente traslado en dirección al Hospital distrital que exigía la
grave patología. Era domingo, su médico, un prestigioso galeno y político local, tenía el celular apagado, estaba
disfrutando de una soleada tarde en las playas de Monte Bello. A la mañana
siguiente su esposa y su hija fueron las únicas concurrentes a las exequias.
Mientras la viuda rendía sus
instancias dejándose morir dos años después, la joven Mariangeles iniciaba su
camino tratando de madurar lo tiempos vividos. Decenas de ofertas trataban de
seducir a sus ausencias. Por el momento ella prefería continuar estudiando y
seguir con el rumbo heredado. Era objeto de deseo y continuo apetito de
infieles y poderosos; era una intrusa menesterosa para la mayoría de las
jóvenes competidoras.
Marcelo Ballesteros y Vicente
Liberato protagonizaron las primeras entrevistas de los investigadores
judiciales. Ambos portaban coartadas creíbles y avaladas por decenas de
testigos sin conexión entre sí. Justamente eso llamó poderosamente la atención
del letrado a cargo: La ausencia total de contradicciones no es un hecho
natural. Por más mínima que sea, cada declaración debe poseer una razonable
percepción personal y una interpretación particular de cada evento o
acontecimiento. El Doctor Edgardo Romero Vizcaya, fiscal de la causa, intuyó
que una suerte de múltiple complicidad se había instalado en el casco urbano
del caserío. El desconcierto de los funcionarios aumentaba a medida que
avanzaba la pesquisa. Debían continuar en la búsqueda de un eslabón conector,
algo que posibilite desandar caminos, alguna defensa baja y temerosa dispuesta
a revelar cierta dosis de mortificación. Lo importante de esta primera ronda
fue haber acotado el marco de sospechosos. Huir por la claraboya de la puerta
trasera requería de una talla muy específica. Los dos sujetos inicialmente
entrevistados continuaban incluidos en la lista a pesar de sus contundentes e
inobjetables justificaciones. Ambos no alcanzaban el metro sesenta y poseían
una conveniente delgadez. Las muchachas, por caso, todavía no estaban exentas
de curiosidades e interrogantes.
Los eventos que Colonia Maciel
reservaba para recreo y distracción de sus habitantes variaban por épocas; el
clima y el tipo de labor eran los factores limitantes más concluyentes. Por
ejemplo, durante los tiempos de siembra y de cosecha se detenía toda la
actividad de esparcimiento al igual que durante el transcurso de los cortos
días del invierno cerrado. A la ya conocida Fiesta de la Clase coincidente con
el Día de la Madre, se sumaban en Marzo jornadas camperas organizadas por la
Asociación Gaucha Don Segundo Sombra y la histórica cena de fin de año en
instalaciones del Club Atlético Leandro N. Além. Algún que otro almuerzo
organizado por la colectividad Gringa cerraba el circuito social en donde la
participación popular resultaba un asunto corriente. Durante varios años la
Biblioteca del pueblo desarrolló grupos de teatro, talleres literarios, cursos
de tejidos y de computación, incorporando la emisión de una función mensual de
cine, tanto para chicos como para adultos. Fuera de esto había que contentarse
con el campeonato oficial de fútbol distrital en el cual participaba el
representativo de la localidad y el torneo estival de Speedway, para motos de 50 cc que organizaba
el Moto Club Dorrego con participación de pilotos locales, de la ciudad
cabecera y también de Tres Arroyos.
La joven fue cremada por orden
judicial luego de completadas las comisiones pertinentes. Como nadie reclamó el
cuerpo, a los siete días se dio por finalizado el suplicio del cadáver
concediéndole licencia para que descansara en paz. El doctor Romero Vizcaya
estimó oportuna una nueva visita a Colonia Maciel, más precisamente a la finca
de los Miranda. El funcionario estaba seguro que algo se les estaba escapando.
Para ello se hizo acompañar por uno de los forenses del juzgado. Claudio
Marrapodi, un joven recientemente egresado de la Universidad de La Plata
debutaría con su primer asesoramiento oficial bajo la tutela del “fiscal
estrella” de la sexta sección electoral.
Mientras tanto la sequía ya era
pretérito y evocación. Una tenaz y persistente lluvia de principios de
Noviembre transformó la amarillenta crueldad del contorno en un verde
placentero y eficaz, decorando a la singular avenida de entrada, rúa que de
manera fraudulenta hablaba de un exquisito e inexistente lugar. El Golf GTI de
origen alemán se desplazaba a regular velocidad. La cortina de pinares laboraba
con protectora serenidad a favor de la duda y el engaño.
- Colonia
Maciel debería empezar y terminar en esta avenida – sentenció con desmedida
severidad el fiscal – Que sea camino, únicamente camino. Una respetable novela,
una sensible ficción, una víspera…
- Discúlpeme
doctor, pero no creo que existan lugares ideales – replicó el forense – Las
miserias humanas son muy democráticas, transitan todas las latitudes sin
distinción de clases, etnias o creencias.
- Es
probable que tenga razón, Claudio. Pero la gente de por aquí le teme a su
propia cobardía y es incapaz de desafiar a sus deshonras.
- Lo
noto extremadamente duro con sus habitantes, doctor
- Lo
corrijo. No son habitantes Marrapodi. Son súbditos de un sistema que ellos
mismos crearon por y para su comodidad. Es una elección de vida.
- ¿Y
usted cree que esa capitulación colectiva tiene como correlato el asesinato de
la joven Miranda? –preguntó el forense –
- Estoy
absolutamente convencido. Mariangeles fue asesinada por alguien cercano al
poder local, mano de quien dependen y a la cual temen. De alguna manera corrió
la misma suerte de sus padres. En mi opinión tengo la percepción que ellos
también fueron asesinados, pero de modo más sutil.
- ¿Y
las autoridades?
- Olvídese
de ellas mi querido. Son el reaseguro del orden establecido. Todavía no me topé
con alguno que colaborase en la investigación.
- ¿A
qué vamos entonces, Señor?
- Trataremos
de indagar el ámbito privado de la joven. Es probable que en su mundo
tropecemos con señales íntimas que nos guíen hacia caminos todavía no
explorados.
- Si
usted es el único poseedor de las llaves, en teoría, la vivienda debería estar
tal cual la dejó luego de su última visita.
- Debería.
Nunca se sabe. De todas formas lo notaremos de inmediato. He dejado algunas
muescas precisas que determinarán si hubo presencias recientes.
Las instituciones intermedias
estaban invadidas por “ilustres” ciudadanos consolidados en sus sillones. Los
subsidios recibidos permitían la realización de negocios personales o en
representación de intereses del señor feudal. Los proveedores estaban asignados
de antemano por quién tomaba las decisiones sobre la base del viejo sistema de
la contraprestación. Compre de mercadería vencida, sobrefacturación, ausencia de
licitaciones y concursos de la obra pública, direccionamiento en la contratación de servicios y la
utilización particular de los edificios e instalaciones municipales a favor de
necesidades individuales eran mecánica habitual. Colonia Maciel se exhibía como
un excelente sitio para vivir que nadie amaba, absurdamente saqueado y violado
por la ignorancia y la victimización. La dignidad y la ética no formaban parte
de la temática y el debate, la cultura navegaba por los acostumbrados sargazos,
enquistada en sí misma, sin que un alma caritativa se acerque a liberarla
quedando bajo la suprema merced de los mercenarios de turno.
Aparentemente la casa estaba como
la había dejado. Las muescas estaban intactas. El fiscal y el médico forense
comenzaron a transitar sus laberintos pausadamente y sin emitir palabra. La
idea era barrer la totalidad de la superficie describiendo el mismo recorrido
pero a la inversa. Es decir el comienzo de uno era la finalización del otro;
como consecuencia de la utilización de esta estrategia la vivienda sería
requisada doblemente y de modo exhaustivo. Toda curiosidad sería registrada de
forma tal consignar cada prueba sin moverla de su sitio. Las imágenes
fotográficas obtenidas complementarían el ya voluminoso expediente.
- Debemos
encontrar algún detalle sobre la mascota – recordó el fiscal –
- ¿Con
qué objeto, señor?
- Quién
tenga ese animal sabe lo que aquí ocurrió. Los gatos siempre vuelven a su
hábitat corriente, excepción hecha de encontrarse herido gravemente o
encerrado.
Luego de dos horas de trabajo
habían gastado dos cargas de batería cada uno.
- Aquí
en la biblioteca hay algo – aseveró el forense –
La imagen en cuestión descansaba
haciendo las veces de señalador en la página ochenta y cinco del libro Salvo el
Crepúsculo de Julio Cortázar. En ella se veía a la occisa, con su mascota
en brazos, acompañada por Marcelo Ballesteros. La ilustración debía tener
un año de antigüedad y a sus espaldas se intuían los jardines de una propiedad
desconocida. En el dorso un Haikus de autor anónimo rezaba: Entre las
toscas se esconden pisadas y despedidas.
- ¿Qué
le parece, Claudio? – inquirió el fiscal –
- Varias
cosas. En primer lugar estimo que en algún momento pudieron haber sido pareja.
De todas formas me llama mucho la atención que el hijo del Delegado haya
ocultado esta supuesta relación en su declaración oficial. La nota del dorso no
es una vulgar dedicatoria de almanaque. Esconde un mensaje íntimo y efectivo,
un diálogo con códigos propios. Me afilio a pensar en una relación a escondidas
de la turba y que por alguna razón quedó trunca – sentenció el forense –
- Hay
una sola manera de explorar sus supuestos mi estimado. Debemos diseñar un
cuestionario preciso y puntual que no deje escapar detalle –demandó Romero
Vizcaya-. Me parece que la fiscalía es el sitio apropiado para tomarle una
nueva declaración. Presumo prudente y formal que de allí parta la citación de
modo otorgarle seriedad a la indagatoria. Sigo pensando en las razones por las
cuales el muchacho ocultó esta situación. No me pareció propietario de un
perfil criminal, además siempre se mostró dispuesto, calmado y seguro de sus
dichos.
- Es
cierto - reafirmó Marrapodi – No sería descabellado pensar en un supuesto
encubrimiento.
- Esperemos
la entrevista amigazo. No conjeturemos.
La gran empresa tenía múltiples
ramas mercantiles. La actividad formalmente declarada se ubicaba dentro del
rubro acopio y comercialización de granos, anexaba venta de insumos de
ferretería y mercería a consumidor final, producción agropecuaria, transportes,
seguros, venta de combustible, y hasta una indisimulable mesa de dinero con
formato de escribanía. Ocupaba terrenos propios y fiscales con la misma
autoridad estando sus fantasmas ocultos tras cada negocio importante de la
zona. La villa vivía y moría según sus humores y voluntad.
Políticamente la familia dividida
sus simpatías dentro de las dos fuerzas mayoritarias. Poner los huevos en las
dos canastas era la táctica aplicada para asegurar que ninguna de ellas sacase
los pies del plato y promuevan tontas políticas a favor de acotar privilegios y
prebendas. De ese modo y con la cooptación de las entidades intermedias podía
disponer del ejido a voluntad utilizándolo como patio trasero o depósito si fuera
necesario, contaminación mediante desde luego. La distribución del trabajo en la aldea constituía diseño propio;
nadie fuera de su esfera debía ostentar visible prosperidad, la dependencia y
la colonización convenían mostrarse como las únicas alternativas posibles para
ser beneficiado con un respetable posicionamiento social; la gran mayoría de la
población estaba muy de acuerdo con ese paisaje.
La dinastía Saldías, propietarios
de la gran empresa, ejercía facultades extraordinarias; un sistema pre-capitalista
o “post-feudal” dominaba la escena de una villa extirpada de la modernidad,
detenida en un tiempo, bosquejada por los inquisidores del medioevo. El derecho
de pernada formaba parte de sus atribuciones; padres y maridos, aclimatados,
agradecían la seguridad laboral que se concedía como don divino. Julio y Martín
eran hermanos y titulares de la empresa; sus esposas mantenían actividades
sociales de categoría en ámbitos alejados de la aldea, mientras sus proles
disfrutaban de las desmesuradas adolescentes imponiendo conductas y modos heredados.
Comas alcohólicos, títulos secundarios y universitarios adquiridos, accidentes
culposos nunca juzgados, fiestas orgiásticas de obligada presencia formaban
parte del vademécum existencial de los jóvenes Saldías y su siempre cohorte de
escoltas y adulones.
- ¿Qué
me puede informar con respecto a esta fotografía? – inquirió el fiscal Vizcaya
–
- Nos
la sacamos hace más de un año y medio en mi casa – contestó Ballesteros –
- ¿Bajo
qué circunstancias?
- Por
entonces teníamos una excelente relación. Éramos confidentes, estábamos muy
unidos. En lo personal trataba de acompañarla y apoyarla en todo. Su madre
había fallecido recientemente y estaba muy sola, diría que deprimida. Le tenía
mucho cariño, lamentablemente no permitió más que eso – completó el muchacho –
- ¿Qué
sabe de sus relaciones, amigos, novios?
- No
es necesario aclarar que su descomunal belleza era determinante. Toda la
muchachada masculina del pueblo la deseaba, inclusive algunas amigas mías, bisexuales
u homosexuales la pretendían, también había gente mayor que la miraba con
interés. Algunos se le acercaban a sabiendas de sus necesidades tratando de
seducirla ofreciéndole bienes materiales o directamente dinero. Se reía del
asunto cuando me lo contaba. En ese sentido y a pesar de sus carencias siempre
se mantuvo digna. Mariangeles prefería adolecer de comodidades antes que
inmolar la decencia heredada – manifestó Marcelo –
- ¿Tiene
algo para agregar con respecto al texto escrito al dorso de la foto?
- No
demasiado. Lo sacó de un libro artesanal, único ejemplar, que está en la
Biblioteca Popular cuyo autor es un escritor local de escasa trascendencia y
talento que ella admiraba muchísimo. Cierta vez me confesó que el hombre le
recordaba a su padre. Son escritos no publicados comercialmente y que datan de
muchos años. Sinceramente doctor, desconozco las razones por la cual volcó ese
haikus detrás de nuestra foto.
- ¿La
amaba?
- Si
le contesto que no se notaría demasiado la mentira. Pero en esas cuestiones era
absolutamente inaccesible. Nunca me lo confesó, pero estoy convencido que su
corazón portaba exclusiva propiedad. Al mismo tiempo estimo que no era
correspondida y que tal situación debía profundizar su natural estado
depresivo.
- ¿Tiene
algún indicio del supuesto destinatario de ese interés? – preguntó el forense –
- Esa
información reviste carácter extraoficial, doctor. Le ruego evite transcribirla
en la declaración original. Son simples conjeturas personales que me puedan
traer, no sólo a mí sino también a mi padre trastornos adicionales. Es sólo una
sospecha.
- Confíe
en mi Ballesteros y deje que nosotros tabulemos riesgos y exposiciones. Lo
nuestro es tratar de esclarecer este horroroso crimen – aclaró el fiscal –
- Muy
bien. En lo personal considero que la pesquisa debería circular por los
alrededores del menor de los chicos Saldías. Joaquín es su nombre. Es muy amigo
de Vicente Liberato, aquel muchacho con el cual Mariangeles bailó toda la noche
durante la velada de su consagración. A pesar de las diferencias sociales
existentes entre los amigos, Vicente jugaba y sigue jugando como una suerte de
celoso cancerbero de los intereses de Joaquín. Un dato adicional que siempre me
llamó la atención fue esa actitud condescendiente y tolerante que Mariangeles
solía tener con respecto a los Saldías. Nunca manifestó disgusto ni irritación
por la despiadada impunidad que evidenciaba el clan y más teniendo en cuenta
que esa política empresarial había arruinado la vida de su propia familia.
Cuando intentaba hablar del asunto solía cambiar abruptamente de tema.
- Siga
por favor. Es fundamental su relato. ¿Un café? –ofreció el forense –
- Prefiero
algo fresco.
Una gaseosa y un par de cortados
sirvieron como necesario entretiempo. La sesión era lo suficientemente
interesante como para evadirse en recreos innecesarios.
- Recuerdo
que hace siete meses me pidió que la acompañase hasta la chacra de María
Vandor, curandera del pueblo. Esta señora no sólo es famosa por sus prácticas
fetichistas, añade a sus servicios la interrupción de embarazos utilizando
métodos tan precarios como riesgosos. Tuve que esperar dentro del auto a pedido
de Mariangeles debido al carácter privado de su consulta. Tres semanas después
y ante circunstancias ciertamente casuales vi salir a la sanadora de la casa de
los Miranda. Durante varios días no se la vio transitar por el pueblo, ni
siquiera la cruzamos en nuestros habituales ámbitos de reunión. Siempre
sospeché de un aborto acompañado del necesario período postoperatorio.
- ¿Qué
sabemos de la mascota Marcelo? – preguntó el Fiscal –
- Gabino.
Lo encontramos quince días antes de la fiesta de la clase degollado en el fondo
de su casa – respondió Ballesteros –. Se lo había regalado Joaquín. Yo mismo lo
enterré bajo el olivo. No podía dejar sola a Mariangeles ante tamaña dolencia,
traté de hacerle menos doloroso el momento. Podrá comprobarlo fácilmente. En lo
particular me pareció toda una advertencia. Cabeza y cuerpo del animal se
mostraban veladamente apartados aparentando que estaba dormido. Fue espantoso
el descubrimiento. Llegué cinco minutos después que me llamara por teléfono.
- ¿Y
ella?
- Sólo
lloró. Nada más. No maldijo ni insultó a nadie. Me pareció extraño, era
demasiado evidente que el gato no había muerto accidentalmente.
- ¿Cómo
ve al resto de sus vecinos? – inquirió el doctor Claudio Marrapodi –
- En
lo personal hasta aquí llegué. Espero haber sido de utilidad. La amaba, la
admiraba y la soñaba. Tenía toda la paciencia del mundo para esperarla, siempre
hice lo que me permitió y le aclaro que nunca me mintió. Sobre los demás no
espere gran cosa, usted mismo lo ha visto, doctor. Mediocres, dependientes y
temerosos de enfrentarse con la vida sin el soberano que les indique qué hacer,
qué decir y cómo pensar. Mi viejo está harto. La política está colonizada por
los intereses de la corporación. El pobre no escapa de las generales de la ley;
está al frente de un cargo sin el apoyo institucional necesario por parte del
Intendente. Su función no es autárquica, ni siquiera fue elegido
democráticamente, se lo ve como un simple auxiliar administrativo.
- Agradecemos
su enorme colaboración Ballesteros – expresó el fiscal – Ha sido muy valiente.
Le aclaro que inmediatamente vamos a corroborar su declaración y empezar a
reanudar esta historia. Mi chofer lo llevará hasta Ibarrondo. De ahí sabrá como
llegar a Colonia Maciel. Si nos ve por el pueblo le recomiendo ignorarnos.
Se estrecharon las manos
deseándose suerte. Marcelo Ballesteros había cerrado definitivamente su
relación física con Mariangeles Miranda y estaba en paz. El fiscal Romero
Vizcaya y el doctor Claudio Marrapodi recién comenzarían a desandar las suyas.
El correo electrónico indicaba:
Claudio:
Recuperar el informe forense de Mariangeles Miranda. Sacar copia del anexo que
describe las condiciones en que se hallaban sus órganos genitales. Debemos
releerlo. Lo espero mañana en la fiscalía. Un abrazo, Edgardo.
El jefe del destacamento policial
de la aldea era escogido directamente por el clan Saldías en acuerdo con la
familia Hornees. El recurso asignado debía entender que la prioridad de su
función radicaba en la defensa y cuidado de los intereses de ambas dinastías.
Era primordial el recorrido con el móvil oficial de sus campos para evitar
cualquier intromisión o intento de cuatrerismo. El casco urbano, lugar del
vulgo, ocupaba una instancia secundaria en el marco de la actividad del
Oficial. El clan Hornees no participaba de las actividades locales ni tenía
incidencia en la suerte de la población ya que su finca estaba ubicada en plena
zona rural utilizando el ejido urbano únicamente para aprovisionamiento
ocasional.
Se sabe que varios representantes
de la ley tuvieron que emigrar debido a negarse acatar semejante ordenamiento. El
poder le permitía a los Saldías mover piezas a su antojo. De modo que el
recurso actual encajaba con el perfil adecuado; lo cierto es que en ningún
momento prestó colaboración con la fiscalía para la investigación. La
conveniente excusa esgrimida era su estado de soledad laboral, debido a eso, no
podía descuidar sus obligaciones diarias a favor de la comunidad.
¿Pudo releer el informe? –
Preguntó el fiscal –
Si – afirmó Marrapodi –, lo
mencionado por Ballesteros es correcto. Se encontraron importantes
inflamaciones en algunos de los órganos sexuales. Consulté con un colega
especialista en ginecología y me aseguró, luego de leer el informe, que es muy
probable que esas lesiones hayan sido provocadas por un aborto irregular. Me
confirmó que las fotografías muestran con claridad que la occisa poseía
laceraciones corrientes en el marco de estas prácticas tenebrosas, generalmente
producto de la intromisión de instrumental médico improvisado y sin la debida
profilaxis. En su síntesis nos aclara que por lo observado la operación era
relativamente reciente, no más de un año.
- Entonces
podemos asumir como cierto que estuvo embarazada y decidió voluntariamente
interrumpirlo – sentenció Romero Vizcaya –
- O
fue conminada a interrumpirlo – replicó Claudio -
- Tomando
cualquiera de las dos hipótesis nos es imprescindible visitar a la curandera de
modo urgente. De camino podemos pasar por la casa de los Miranda para ratificar
la versión que Ballesteros nos diera de la mascota.
- ¿Duda
de Ballesteros, doctor?
- No.
Pero en mi trabajo no puedo permitirme dar por cierto lo que dicen los testigos
hasta corroborarlo empíricamente.
- Si
gusta lo acompaño – propuso el forense –
- Será
un placer.
Dos días después y luego de
constatar la versión de Marcelo Ballesteros con respecto a la mascota partieron
hacia la vivienda de la sanadora según el boceto que el mismo testigo les había
diseñado a modo de referencia. El miserable y marrullero albergue estaba en las
afueras del casco principal, detentando la firme custodia de una importante
jauría de perros de diversos tamaños, pelajes y humores. Como es usual los más
pequeños potenciaban con su constante y ensordecedor ladrido la tensión de los
más corpulentos, transformándose estos en cancerberos de sumo cuidado para el
forastero ocasional. En consecuencia el primer riesgo era bajar del vehículo.
Antes de hacerlo emergió de esta suerte de gruta una dama de siniestra
presencia y dudoso rango de higiene portando en su mano derecha una gruesa vara
de madera para calmar la furia y excitación de las bestias. Más de quince
animales aguardaban furiosos a la espera de saciar curiosidades. El coro de
ladridos decrecía a medida que la sanadora se acercaba al vehículo, algún
extemporáneo castigo a los más díscolos terminaron por convencer a la jauría.
La presencia de la dama era suficiente constancia para retirase
desordenadamente del lugar.
- Buenos
días. Me apellido Romero Vizcaya y el señor es el doctor Claudio Marrapodi.
Ambos somos funcionarios de la fiscalía de la regional con sede en Laguna
Blanca. Necesitamos hacerle algunas preguntas.
- ¿Fiscalía
de Laguna Blanca? No entiendo – replicó asombrada Vandor –
- En
efecto señora. Le pido nos escuche. Más que a preguntar venimos a ofrecerle un trato
– aseveró el fiscal -
- ¿Trato?
Sigo sin entender.
- Sabemos
a lo que se dedica señora Vandor. Estará enterada que el ejercicio ilegal de la
medicina está severamente penado siendo delito de índole federal – interrumpió
Claudio, para luego continuar – Como forense he sido testigo de aberraciones o
lo que es lo mismo arteros asesinatos a jóvenes desesperadas, como consecuencia
de ello, estamos tratando de cercar radicalmente la cuestión.
- Sigo
sin entender de qué hablan caballeros.
- Señora
– insistió el fiscal – el cadáver de Mariangeles Miranda nos habló de usted,
nos describió con suma precisión la operación que le efectuó meses atrás para
interrumpir su embarazo. La invito a que apele al sentido inteligente y
escuchar nuestra propuesta.
- Adelante
por favor.
La vivienda portaba la precisa
iconografía que la profesión requería para que el agobiado paciente confiara en
los inexistentes talentos de la curandera. Una importante cuota de oscuridad,
cortinados lúgubres, imágenes demoníacas, cruces varias de todo formato y
color, y una densa humareda maloliente se imponían con desmedida firmeza.
- Tomen
asiento por favor.
- Gracias.
El esquema es simple señora Vandor – refirió el Fiscal – en su declaración está
la posibilidad de colaborar para desentrañar el asesinato de la señorita
Miranda. Sabemos que en su oportunidad ella recurrió a sus servicios para la
realización de un aborto clandestino. Ahora bien...
- ¿De
dónde sacaron esa información? – interrumpió la sanadora –
- Ya
le dijimos que el cadáver de la muchacha mostró laceraciones genitales
irrefutables. No posee entrada en ningún hospital de la zona y usted es la
única persona que se dedica a estas comisiones. Cientos de testimonios así lo
acreditan – aseguró el forense –
- ¿Qué
desean saber?
- El
responsable masculino de tal embarazo – sentenció directamente el fiscal –
Pasó un largo rato evaluando la
situación; indefensa y culpable inició su relato...
- Minutos
antes de la sesión, entre sollozos y temores, Mariangeles me comentó, a modo de
distensión, que el responsable de la paternidad era Joaquín Saldías; y que la
había obligado a efectuarse la operación bajo amenaza de abandonarla, cosa que
efectivamente haría luego de modo inexorable. A partir de ese momento ella
vivió un impotente derrotero para recuperarlo. Se humilló, se inclinó de manera
vergonzosa; hasta fue utilizada como mercancía de placer por los demás jóvenes
del clan.
- ¿Y
usted cómo sabe de esto? Ballesteros nada me comentó al respecto – preguntó el
forense –
- Todo
lo supe por ella. En más de una oportunidad tuve que atender sus heridas a cuenta
de los Saldías. Le aclaro que el aborto me fue pagado en mano por el mismo
Liberato. Jamás un Saldías pisó mi casa. Cuando se pasaban con las drogas y el
alcohol, yo me encargaba de limpiarla con yuyos, antes de realizarle
la purga definitiva. Vicente solía traerla en su propia camioneta. El hijo del
delegado nada sabía sobre la verdadera relación que unía a Mariangeles con
Joaquín. La muchacha siempre trató de apartarlo de su vida para no lastimarlo,
los últimos meses se los observó llamativamente distantes. – concluyó Vandor -
- ¿Sospecha
quién pudo asesinarla? – interrumpió el fiscal –
- No
podría afirmar la identidad de la mano ejecutora, pero estoy segura que las
paredes de la residencia de los Saldías conocen la verdad.
Terminada la reunión partieron
rumbo a Laguna Blanca. Determinar estrategias futuras era el trabajo que les
esperaba luego de sacar las imprescindibles conclusiones distinguiendo aquellos
aspectos relevantes de los superfluos. Las aproximaciones venideras deberían
ser lo suficientemente precisas como para no incurrir en errores sin retorno.
El enemigo era muy poderoso y tenía contactos políticos que no se podían
soslayar, por lo tanto era necesario ingresar al círculo del clan por el flanco
que mostraba mayor fragilidad. La próxima convocatoria ya tenía nombre y
apellido: Vicente Liberato
Por entonces el Partido de
Ibarrondo estaba gobernado por la Unión Cívica Radical. Su intendente era un
viejo médico de la zona con gran prestigio y extremada ineficacia. La obsesión
distintiva del oficialismo era presentar al final de cada ejercicio superávit
fiscal aunque ello signifique adormecer toda inversión posible a favor de la
comunidad. Las pocas obras nada tenían que ver con las necesidades esenciales
de la población. El Hospital Municipal adolecía de tecnología de mediana
complejidad pero se gastaban miles de dólares en reformar la terminal de
ómnibus y otro tanto se invertía en la construcción de un polideportivo que si
bien era beneficioso exhibía escasísima prioridad. Por decisión propia el
distrito había optado por resignarse
hacia los beneficios de la producción primaria con escasa absorción de mano de
obra lo que originaba, año tras año, concluyentes procesos migratorios de
carácter expulsivo que tenía a los más jóvenes como protagonistas exclusivos.
No existía empresa, fuera del rubro agrícola, con más de quince operarios y
cada proyecto de inversión con intencionalidad de radicación era bastardeado
hasta el hartazgo de sus promotores. Los que dominaban la política Ibarrense
impedían el crecimiento del distrito con el objeto de seguir manteniendo una
góndola repleta de mano de obra barata. Colonia Maciel no escapaba a dicho
orden. El oficialismo era el estable y legal reaseguro democrático del éxito
empresarial de los clanes dominantes. El estado terminaba siendo el mayor
contratista de trabajadores, manteniendo de ese modo una red de clientelismo
político que aseguraba una prolongada permanencia. Adosaba, al formato relatado,
las usuales y nefastas prebendas, disfrazadas de ayuda humanitaria a favor de
su cohorte de fieles exaltados; lo mismo daban personas físicas o entidades sin
fines de lucro. La eterna subvención como forma de atraer voluntades sórdidas y
fácilmente adquiribles.
El temor y la desesperación se apropiaron
de Vicente Liberato a poco de recibir la citación de la Fiscalía en condición
de declarante. Si bien la misiva no detallaba la razón de la convocatoria
estaba seguro que Mariangeles Miranda sería motivo de cuestionario.
Inmediatamente de recibida la notificación se la enseñó a su amigo Joaquín
Saldías y éste a su padre Mario, que a la vez era abogado.
- No
te inquietes Tano – le aseguró el legista – Yo te voy a acompañar como asesor
jurídico. Quiero ver que se trae entre manos este cagatintas culorroto.
- Gracias
Mario, no esperaba menos de usted.
La indagatoria fue prudente y
cordial; la estrategia del fiscal era no incomodar y presentarse como variable
necesaria para dar por finalizada la investigación y archivar el legajo. El doctor
Mario Saldías era ducho en estas lides no dejando hablar a su cliente. De todas
formas Edgardo Romero Vizcaya consideraba que la presencia de una de las
cabezas del clan podía considerarse como una declaración de principios. “Tocar
a uno de los suyos, significaba tocar a todos”, pensó.
El único momento de tensión se
vivió cuando surgió la cuestión de las visitas que la joven había efectuado a
la sanadora María Vandor en compañía de Liberato para aliviar urgentes y delicadas
curaciones. La ambigüedad de la respuesta por parte del abogado Saldías
confirmó que el camino de la pesquisa era el indicado. El asesino estaba dentro
de la caterva y los primeros síntomas de complicidad y encubrimiento tallaban
notorios relieves. Una semana se tomó el fiscal para ordenar la información
obtenida; la colaboración del médico forense Marrapodi había sido vital para
reorganizar la investigación y colocarlos en las puertas de citaciones más
específicas y fundamentadas. Su intencionalidad, en el corto plazo, sería la
convocatoria de cada integrante del grupo para tomarle debida declaración sobre
el evento que le costara la vida a la joven Miranda. Una vez finalizada la
planificación futura redactaron los documentos respectivos y acordaron remitirlos
dentro de las próximas cuarenta y ocho horas.
En Colonia Maciel la muerte
comunicó de su existencia exhortando que resistir es tarea de anónimos y de
necios. Nadie estaba dispuesto en la aldea a corregir un paisaje que los
mantenía acostumbrados y sobrevivientes, arrendando cielos privados y
placeres prestados.
La muerte le avisó al doctor
Edgardo Romero Viscaya sobre un inesperado y prometedor ascenso dentro del
Poder Judicial de la Provincia, al que fue conminado aceptar bajo amenaza de un
jury de enjuiciamiento según denuncia efectuada por el doctor Mario Saldías por
haber tomado declaración bajo coacción a la señora María Vandor. La muerte le
avisó al joven forense, doctor Claudio Marrapodi de su nuevo destino en la
conflictiva y siempre necesitada de recursos Primera Sección Electoral del
conurbano bonaerense. La muerte le notificó a María Vandor sobre un inesperado
y definitivo paro cardiorrespiratorio; a la familia Ballesteros le informó
sobre la inmediata necesidad de un urgente proceso migratorio hacia la
localidad de El Saliente. La muerte aconseja en Colonia Maciel que es mejor no
desafiarla, que tiene tolerancia y paciencia, que ordena y establece
prioridades, que tiene defensores y albaceas, y que gracias a ellos el legajo
de Mariangeles Miranda descansa en paz, por el bien de la comunidad.
El
Sentimiento Trágico de Patricio López
El olvido es una gran alquimia sin secretos,
transforma todo el presente...
transforma todo el presente...
César Aira
Dejó que el teléfono sonara intentado
que cesara en su capricho. Era otoño, cerca de las ocho de la noche, hacía
frío. El aparato insistía dando a entender que del otro lado de la línea
alguien estaba dispuesto a sostener la pulseada de manera inexorable. Patricio
comenzó a comprender que la urgencia lo demandaba; hastiado, abandonó sobre la
mesa de luz, su copa de escocés, bajó el volumen del equipo musical –el violín
de Paganini podía esperar-, depositó en el cenicero de bronce - regalo de su
padre - el Montecristo número tres, y marcó con su histórico señalador de cuero
la página que proponía la continuidad de El Sentimiento Trágico de la Vida de
Miguel de Unamuno. Se levantó del sillón, mueble que se alineaba en dirección a los ventanales que
daban al balcón. El departamento se hallaba ubicado al frente, en un panorámico
octavo piso, sobre la Avenida del Libertador, orientado visualmente en línea
perpendicular a la Embajada de Chile. Caminó los pasos necesarios hasta el
teléfono fijo, detestaba los celulares, los entendía como una intromisión
innecesaria. Al levantar el tubo del aparato la tediosa monotonía del tono
constante daba muestras de lo inútil que había sido modificar su momento de
lectura, distrito diario que preservaba como norma de placer desde que lograra
independizarse apenas cumplidos sus veinticuatro años. Por entonces y luego de
haberse recibido de ingeniero en sistemas fue becado, en condiciones muy
ventajosas, por una de las empresas canadienses más importantes en el rubro.
Sus calificaciones en la universidad fueron determinantes para el logro. No
sólo el salario era tentador, además estaba anexado al sistema de relación de
dependencia un departamento cuyo comodato se actualizaba automáticamente cada
doce meses, más un automóvil cero kilómetro que sería renovado cada dos años en
función de no entorpecer sus tareas representativas. Poco después de un lustro
pudo adquirir su actual inmueble palermitano devolviéndole a la empresa aquel
departamento cedido. La nobleza de la actitud, ausente de toda especulación y
plena de confianza, fue bien reconocida por el holding multinacional diseñando
una compensación generosa que le permitió saldar la hipoteca mucho antes de lo
planificado. Con cuarenta y seis años de edad, Patricio exhibía un presente
sólido, era muy respetado, no sólo por su probada capacidad profesional además
exponía una belleza personal por fuera de la media urbana. Independientemente
de su excelencia en la materia informática le agregaba a su currículum una
envidiable formación cultural producto de la afición a las lecturas universales.
Apocado y modesto en sus aseveraciones siempre dejaba a la duda como amable
vaso comunicante para nuevas conversaciones, para nuevos encuentros.
Romina, el amor desde sus tiempos de
estudiante, había fallecido de un cáncer pancreático fulminante tres años después que decidieran
comenzar a convivir, acuerdo consensuado una vez que Patricio había logrado
cierto equilibrio económico. No se habían casado, no lo consideraban necesario,
la tragedia apareció cuando también bajo mutuo acuerdo habían determinado
agrandar la familia. Cuando Romina falleció estaba embarazada de diez semanas.
Desde los treinta y dos años Patricio compartía con su burguesa soledad
aquellas íntimas ausencias.
-
¿Vos llamaste viejo? – Patricio se comunicó
de inmediato con el Padre de modo liberarse de su única preocupación
existencial -
-
Si, Patricio. Necesito... disculpá, me
corrijo. Me gustaría invitarte a cenar. - Esa corrección de su padre le provocó
a Patricio una sensación intimidatoria, acaso de mal augurio -
-
¿Sucede algo?
-
¿Te parece qué no nos sucede nada? –
replicó don Arturo -
-
Si vas a volver sobre lo mismo me abstengo.
Perdieron, Papá, perdieron. No hay vuelta atrás, el mundo ha decidido recorrer
otros caminos.
-
¿Aceptas la invitación entonces?
-
Acepto, pero de vos depende que no sea
nuestro último encuentro.
-
Tan comprensivo con el afuera, tan taxativo
con tu padre.
-
Gracias a ese afuera, que tanto asco te
causa, soy lo que soy, si por vos fuera todavía nadaría entre utopías,
fantasmas, derrotas y Homero Manzi.
-
Te espero en casa a las nueve. Digo, si no
te molesta volver al barrio.
-
No me dejás alternativas, sos mi padre, no
te quiero incomodar.
-
Nos vemos...
Don
Arturo López, padre de Patricio, era técnico en electrónica, desde pibe había
estado familiarizado con el oficio por mandato genealógico. Por los años
setenta había desarrollado actividades gremiales en una de las empresas que
luego fue absorbida por el holding canadiense que tenía contratado a Patricio.
De hecho, varios ejecutivos del presente, jefes directos de su hijo, fueron
durante aquella época los delatores que propiciaron su secuestro y la
desaparición de varios de sus compañeros militantes. Un apellido tan corriente
permite que determinadas historias se disipen. En Julio de 1978 don Arturo fue
liberado, blanqueado y puesto a disposición del poder ejecutivo nacional
pudiendo armar, en su modesta casa de Pompeya, un pequeño taller de armado y
reparación de equipamiento electrónico: Radios, televisores, tocadiscos,
combinados, magazines, pasacassetes, eran su corriente compañía. El tiempo y la
tecnología lo obligaron a modernizarse, cosa que por capacidad deductiva no le
trajo demasiadas complejidades. Sus conocimientos prácticos y su pensamiento
lógico lo introdujeron en tema muy rápidamente.
Doña Beatriz, su esposa y madre de Patricio, había fallecido el mismo
día que su hijo menor cumplía los cuarenta años. El mayor de los hermanos se
llamaba Juan Manuel, bautizado de ese modo en honor al Restaurador. Juan Manuel
estaba desaparecido desde mediados de 1977 cuando varias decenas de servicios
sin identificación ni uniformes irrumpieron en el Centro de Estudiantes de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, casa de estudios en la
cual estaba cursando su segundo año. Si bien Juan Manuel nunca había participado
en células armadas se lo tenía apuntado como un ferviente adherente del ala
izquierda peronista. Diez años se llevaban los hermanos entre sí. Dos
generaciones distintas, acaso dos modos diferentes de percibir y entender el
mundo. Sólo tenían en común haberse salvado del servicio militar por excedente,
vulgarmente definido como número bajo. Patricio contaba con once años cuando
Juan Manuel desapareció. Fue testigo privilegiado de la búsqueda desesperada de
sus padres y luego la de su madre en soledad dentro de las “Locas de la Plaza”.
Vivió como nadie la caída de Beatriz cuando don Arturo fue literalmente chupado
de la fábrica, y cómo revivió cuando cierta noche mundialista, a eso de las
diez, sonó el timbre de la casa de Pompeya. Patricio aborrecía toda aquella
historia, no la sentía propia. Si bien la sufría, por aquello del dolor ajeno,
irremediablemente, y eso era lo traumático, se sentía ajeno de esas cuestiones.
Le afectaban los sucesos puntuales, los efectos, para nada se interesaba por
las causas de esos sucesos. Patricio había diseñado su proyecto de vida por
fuera del imperio familiar, se escindió de todo elemento lacerante, acompañaba
buenamente, no más. Incluso sus pérdidas más recientes las asumió del mismo
modo. No necesitaba llevar flores a la tumba de su esposa, entendía que su amor
no podía tener como relato una rápida putrefacción de vegetales multicolores.
El breve y maravilloso tiempo compartido no merecía ser minimizado con
vulgaridades y vacías formalidades.
Nadie,
dentro de la empresa, conocía la genealogía de Patricio. Fue becado a
principios de los noventa y por ese entonces las viejas indagatorias
totalitarias en las que solían incurrir los empresarios se hallaban perimidas,
no tanto por falta de deseos, sino por temor a ser denunciados y que una
posible publicidad de dichas políticas conspire en los negocios. De modo que
Patricio nunca tuvo que completar formas burocráticas por fuera de las
eminentemente personales. El hombre era muy respetado por el consejo de
accionistas, su palabra tenía peso, sobre todo en el campo de las inversiones
hacia las nuevas tecnologías. Su supervisor en jefe era un tal Marcos Taquini,
ingeniero en electrónica, persona con la cual mantenía una excelente relación
laboral. Su antigüedad en el grupo empresarial y su edad eran factores
determinantes para ni siquiera intentar luchar en pos de mejorar su
posicionamiento en el escalafón institucional. Si bien nunca personalizaron su
relación a niveles íntimos, Marcos Taquini lo sentía como el hijo que nunca
tuvo, de modo que Patricio sabía perfectamente que le debía al supervisor gran
parte de su crecimiento profesional.
-
Cómo estás hijo, me alegra tu visita.
-
¿Hiciste reformas? Veo cambios.
-
Alguna cosa menor. Modifiqué el taller,
tiré la pared del fondo y agrandé el patio. Como verás quedó armada una linda
galería. Me quedé con dos ambientes. ¿Para qué más?
-
Se ve mucho mejor aunque el barrio sigue
siendo una cagada.
-
Obvio, no es Palermo. Las inversiones no
vienen al sur de la ciudad.
-
Eso cierto. Encima, desde lo impositivo, no
hay mayores diferencias.
-
Preparé un pastel de papas. Recuerdo que de
chico te gustaba mucho.
-
Aún me gusta, sobre todo con aceitunas y
morrón.
-
Tiene de todo.
-
Vale. Este par de vinos patagónicos que
traje sabrán acompañar tu pastel.
-
Merlot, y de Bodegas Fin del Mundo –
exclamó don Arturo -
-
Dale viejo, vamos a la mesa, viene un aroma
bárbaro desde la cocina. Después la seguimos – sentenció Patricio –
La cena
transcurrió dentro de un clima distendido ocupando el fútbol buena parte del debate.
Quizás ambos intentaron ubicarse en la Miravé, buscando de ex profeso un nicho
común que los arropara. Huracán los unía en la desgracia, acaso con la sana
interrupción de algún grito esporádico a modo de rebeldía. El Metro del 73 era
un recuerdo recurrente, firme para don Arturo, borroneado para Patricio. Aquel
fenomenal equipo del 76 del Gitano Juárez los encontraba mucho más lúcidos,
nunca dejarán de lamentar el formato de ese torneo y ese gol de otro partido
del Chino Benítez. El soberbio Negro Baley “en babia” y todo se fue a la mierda
por un zapatazo desesperado tirado al azar. Preferían omitir del futbolero
debate este último torneo perdido contra Vélez. Sabían que Cappa era tema de
conflicto. Para don Arturo el motivo de la derrota fue el bochornoso arbitraje
de Brassenas; para Patricio, el técnico era el responsable, encerrado en una
falsa lógica principista: “Cappa no
supo cerrar un simple partido de fútbol creyendo que con eso estaba haciendo la
revolución” – sostenía con vehemencia. Para luego fundamentar - Nadie se hubiera atrevido reprocharle al
Globo, luego de la tremenda exhibición futbolera demostrada durante dieciocho
fechas, un poco de especulación en función de compensar tanta alegría dispersa
-. Varias veces, en medio de la charla, don Arturo lamentó la actitud de
Patricio por no haberlo acompañado a la cancha durante ese torneo.
-
¿Cuántas décadas pasarán hasta que volvamos
a disfrutar de un tipo como el Flaco Pastore pisando el Ducó? Esta enorme
casualidad no se la puede soslayar. Fui feliz como de pibe Patricio – afirmó
con melancolía don Arturo -
-
Todo lo que quieras, pero el mazazo llega
de modo inexorable; el tango, la nostalgia y el tiro del final, que en el caso
de Huracán, siempre acierta en la sien.
-
¿Por eso nunca viniste a la cancha? ¿Por
recelo a la desilusión?
-
Son muchas derrotas, muchos descensos,
muchos abandonos – sentenció Patricio –
-
¿Entonces?
-
¿Entonces qué, Papá?
-
No vayamos a la cancha, no nos enamoremos,
no leamos un libro, no vayamos al cine, no tomemos un vino, no tengamos hijos,
no nos metamos al mar, no caminemos bajo la lluvia, no hagamos nada, esquivemos
la posibilidad del placer porque todo puede llegar a desilusionarnos. Hay algo
que me gustaría decirte Patricio. Temo que todavía no has comprendido que la desilusión,
lo nefasto, la muerte, es lo que le da sentido y sustento a la ilusión, a lo
bello, en definitiva a la vida.
-
Estaba leyendo algo de eso cuando me
llamaste la otra noche.
-
Lamento haberte interrumpido entonces.
-
Del Sentimiento Trágico de la Vida de Unamuno
-
¡Uf! lo lamento doblemente.
-
¿Lo leíste?
-
De manera íntegra tres veces: Luego que
desapareció tu hermano, más tarde cuando falleció Romina llevando en su cuerpo
el nieto por venir y luego de la muerte de tu madre. Además, en distintos
momentos tuve que acudir a él bajo el formato de lecturas salpicadas, acaso a
modo de repaso.
-
Por ejemplo.
-
Cuando me comentaste que Taquini era tu
jefe y protector.
-
¿Lo conocés? Nunca me dijiste nada –
cuestionó Patricio –
-
Es el turro que nos buchoneó. Luego supe
que con esa actitud había logrado posicionarse políticamente dentro de la vieja
empresa.
-
¿Estás seguro? Me cuesta creerte.
-
Probalo vos mismo si no das crédito a lo
que te digo. ¿Espero que no le temas a la desilusión?
-
Si lo encaro de modo directo pongo en riesgo
mi futuro – argumentó Patricio –
-
Fácil. No fuerces la situación, paciencia.
Cuando en un almuerzo, de modo casual, surja el tema político deslizá al pasar que
tuviste un tío lejano, ya fallecido, llamado Arturo López, laburante del rubro,
que estuvo casi un año secuestrado durante la dictadura. A partir de ese
momento él hará el resto.
-
Te adelanto que cuando surge el tema siempre
se mostró crítico con aquel período. Cuestionó sus métodos aberrantes e incluso
se exhibió muy indignado con el robo de bebes.
-
No te olvides que sus nuevos jefes son
canadienses. Por aquellas épocas la mayoría de las sociedades del mundo
reprobaban a la dictadura. Canadá, Francia, Alemania, Suecia, Italia, incluso
el mismo Jimmy Carter solicitaba recurrentemente explicaciones internacionales
y atendía con sumo respeto las quejas de los exilados. La violación sistemática
de los derechos humanos que desarrolló aquel proyecto cívico militar no puede
encontrar en el presente adherente alguno – finalizó don Arturo –
-
Según tu razonamiento Taquini porta un
disfraz. Es decir, necesita de él para poder conservar su trabajo y al mismo
tiempo su estatus social.
-
Te pregunto Patricio. ¿Cómo crees que
resolvería la empresa saber que uno de sus más altos ejecutivos fue el
responsable de la desaparición de veinte trabajadores de los cuales quince
permanecen en esa condición? Sacátelo de la cabeza, la cosa no llegaría nunca a
juicio, evitar a la prensa sería el objetivo, no pensés en cuestiones
humanísticas; estoy convencido que el tipo sería eyectado sin miramientos, muy
bien indemnizado por cierto, pero la decisión sería irrevocable.
-
¿Estás seguro? Lo tuyo no será una simple
expresión individual de deseos. Me parece que tenés la debilidad de considerar
que al presente le sigue interesando lo que ocurrió en el pasado.
-
No le tengo miedo a la desilusión. Es más,
la temática de esta charla, de algún modo, me ha rediseñado como viejo
luchador. Una torpeza más de la que me declaro autor quizás, descubrir que la
ignominia y la impunidad me siguen perturbando.
-
Taquini hizo mucho por mí, siento el asunto
como una traición, como una persecución aviesa, acaso siniestra.
-
¿No te jactas de ser pragmático Patricio? –
inquirió don Arturo –
-
Pero qué relación tiene con el dilema mi
pragmatismo.
-
Sin saberlo quizás, Marcos te dio lo que te
había quitado de pibe. ¿Resulta tan descabellado considerar qué están a mano,
qué no existen deudas ni pendientes?
-
Pero vos...
-
Para mí es tarde, yo no cuento, sólo presto
testimonio. El sentimiento trágico es tuyo, vos sabrás cómo resolverlo.
Convivir con ello o rebelarte. Recuperar a Juan Manuel como símbolo de tu
historia.
-
¿Por eso nunca aceptaste mi ayuda
económica?
-
Cuidado, sé separar. Quién intentaba
ayudarme era tu trabajo, tu esfuerzo, tu conocimiento, no Taquini. Vos estás al
margen de la cuestión. Saber que buena parte de esas rentas están manchadas con
sangre no es de tu competencia. De todas formas preferí no ser yo quién
complejice tu proyecto de vida y menos cuando decidiste formar familia.
-
Ya se hizo muy tarde viejo. A pesar de que
mañana es domingo tengo que hacerle una visita a la planta que tenemos en
Zárate, justamente a las ocho tengo que pasar por Taquini. Parece que desean
invertir en equipamiento y necesitan mi opinión.
-
Espero que te vayas pipón. El vino fue un
placer inesperado. ¿Con qué auto te estás manejando?
-
Hace un mes nos renovaron el modelo a todos
los jerárquicos. Esta vuelta optaron por la línea de los Focus. El más
sencillito te aclaro. La idea es no hacer bandera ante tanta paranoia.
-
Nos vemos hijo, teneme un poco más al tanto
de tu vida, te acompaño hasta la puerta.
-
Chau Papá, nos hablamos...
El lunes
por la mañana, como todos los días desde hacía cinco años, don Arturo López fue
a buscar, al kiosco de diarios del “Curcu” Sosa, su reservado ejemplar de
Página 12 para leerlo en el boliche de Ferretti, bar ubicado en la esquina de
Centenera y Esquiú. Mientras degustaba su cotidiano Cinzano, una noticia en
policiales detuvo su habitual y veterana parsimonia.
“TELAM. Pasada la tardenoche del domingo, miembros de la
Policía Federal seccional 50 con jurisdicción en el barrio Porteño de Flores
allanó la finca ubicada en la calle Membrillar 583 propiedad del Ingeniero
Marcos Taquini, importante ejecutivo de una empresa multinacional. En su
interior se halló el cuerpo sin vida del mencionado. Según las primeras
pericias y ante la presencia de peritos, forenses y fiscales se determinó que
el occiso falleció de modo traumático no descartándose, por el momento, ninguna
hipótesis. La causa, en manos del Fiscal Carlos Esteche, se encuentra
caratulada como muerte dudosa. Según datos fehacientes, emanados desde la
propia fiscalía, el aviso fue dado al 911 cerca de las 20.30 horas por su
vecino de medianera a poco de escuchar un ensordecedor estruendo. Aparentemente
éste decidió convocar a las fuerzas policiales motivado por la ausencia de
respuestas concretas cuando intentó algún tipo de auxilio”.
Al viejo, por fuera de la sorpresa
inicial no le cerraba lo leído, no le daban los tiempos. Inmediatamente
relacionó la noticia con Patricio. Sabía lo del viaje a Zárate de su hijo en
compañía del muerto, debido a eso lo primero que se le cruzó por la cabeza fue
tratar de comunicarse con él para saber cómo estaba su situación de cara al
suceso. Suponía que no debía llamarlo a la empresa por obvias razones de
privacidad de modo que no tenía más
opción que esperar hasta la noche. No quiso conjeturar, sospechaba que
el día sería más extenso debido a la incertidumbre, ansiedad tallada anárquicamente
por la ignorancia. Esperanzado por virtuales llamados de su hijo decidió volver
rápidamente a casa interrumpiendo su rutina cotidiana. Pensó que lo mejor para
su salud mental era abrir el tallercito bastante más temprano que de costumbre
y ponerse a trabajar; tener el teléfono a mano sería condición indispensable
para soportar el paso de las horas.
Pasado el mediodía suena el teléfono.
Don Arturo atendió luego del primer aviso.
-
Viejo no me interrumpas. Si todavía no te enteraste prendé la
tele y poné en este mismo momento C5N. Te la hago corta, estoy bien, quedate
tranquilo. A eso de las nueve de la noche estoy por allí. ¿Me escuchaste?
-
Vale. Un beso hijo...
Los años no vienen solos pensó,
cayendo en la vulgaridad del sentido común. Esperar a estas alturas de la vida
es más complejo debido a que no queda demasiado tiempo. Prometió hacer una
siestita decretándose una licencia merecida, intuía que la noche sería
extremadamente larga.
Se despertó promediando la tarde, de
inmediato decidió aprovechar el momento para comenzar a diseñar la cena.
Milanesas con fritas fue el menú escogido.
Patricio llegó puntualmente a las
nueve de la noche, esta vez sin vino. El abrazo que le dio a su padre resultó
mucho más apretado que de costumbre y más teniendo en cuenta que sólo cuarenta
y ocho horas antes habían vivido una situación similar. Don Arturo lo notó
extrañamente excitado, acaso perturbado. Prefirió no presionar ni prejuzgar.
-
Aquí estamos viejo – rompió las formas Patricio -. Taquini se
suicidó luego que lo dejé en su casa. De hecho todos los concurrentes lo
notamos sumamente extraño durante el transcurso de la visita a la planta de
Zárate. Menos mal que Marcos no era el único jerárquico que viajó en mi auto,
lo cierto es que por recorrido fue el primero que llevé, de lo contrario todavía
estaría dando explicaciones. Me tuve que morfar cientos de preguntas e
indagatorias, el pasado cayó como cascada. Vos, la vieja, Juan Manuel, Romina,
mi relación con el muerto, sus antecedentes como servicio durante la
dictadura...
-
¿Servicio? No sabía, disculpá que te interrumpí Patricio,
seguí por favor.
-
Tal como lo oís. El tipo como profesional técnico era una
fachada, por entonces era un cuadro paraoficial dentro de varias terminales que
lo tenían contratado.
-
No entiendo.
-
Taquini era una suerte de cuadro itinerante, inserto dentro
de aquel formato sindical. La justicia lo estaba investigando. Como
representante del gremio iba a varias fabricas so pretexto de su función. En
realidad buchoneaba a los delegados. Así caíste Papá. Estoy seguro de que el
tipo ni siquiera se acordaba de vos. Más de un centenar de trabajadores y
delegados cayeron en operativos simulados gracias a sus informes.
-
¿Y el suicidio?
-
Si bien no encontraron notas ni cartas de Marcos presumen que
al encontrarse cercado por la investigación judicial tomó la trágica
determinación. Su ex esposa, en sede fiscal, dio fe que Taquini se hallaba
inserto en un cuadro depresivo por el asunto; parece que dicho cuadro se
profundizó cuando la propia empresa le solicitó explicaciones sobre su pasado
producto de que la justicia, a través de la secretaria de Derechos Humanos,
interpeló a las más altas autoridades nacionales del holding sobre su persona.
Según los Gerentes y accionistas era un secreto guardado bajo siete llaves que
Taquini dejaría la empresa a fin de año. De algún modo tenías razón Papá, la
empresa no quiere saber nada con esta clase de historias – aseguró Patricio -
-
¿Y tu situación? – preguntó don Arturo, mientras ponía la
mesa para cenar -
-
Tengo pensado renunciar, acaso “recetearme”, me propongo
abrazar todo aquello que intenté borrar negando caprichosamente una historia de
la cual no tenía razones de ocultar. Ese mundo no es el mío. Debo reconocer que
me acogió amablemente durante más de veinte años, demoró todo ese tiempo para
exhibir sus colmillos. Veo con suma urgencia la íntima necesidad de volver a la
lectura de Unamuno. En esos más de veinte años le di la espalda a mi propia
tragedia y a todos los sentimientos que esa tragedia portaba. Vender el
departamento de Palermo quizás, y que con esa guita hacer algo juntos, vivir
juntos, laburar juntos, invertir en el taller... cruzar ese puente que
torpemente observaba como límite y no como vaso comunicante. Además me he dado
cuenta que la empresa vería con buen gusto mi partida, sin descartar la
posibilidad de consensuar un retiro y hacer un buen acuerdo económico. De algún
modo soy la contracara de una historia que no les interesa. Deshacerse de la
guillotina, del verdugo, de las cabezas y limpiar el predio es su exclusiva
preocupación. ¿Cómo hago para simular que soy un “No Ser”? Si puedo escoger un
NO SER elijo el de Macedonio: “Trabajar en silencio, honesta y solidariamente,
lograr verdades y decirlas, sin aspirar a ser recordado”. Viejo, deseo regresar
a mis humanas vulgaridades, acaso me cueste y te pido ayuda: llevarle flores a
Mamá, a Romina y tener una foto de Juan Manuel sobre la cómoda, sobre todo
aquella que nos sacaste en Villa Gessell, estando sobre sus hombros a punto de
arrojarme a la rompiente. Palermo y Pompeya, la crueldad del ostento versus la
dignidad de la pobreza, y Manzi, y uno tirado en medio del dilema, de elegir se
trata entonces.
-
¿Comemos?
-
Esperá Papá, todavía no saqués del horno. Las milanesas con
fritas se merecen algo más que agua mineral. Vamos al mercado, directo a la
góndola de vinos, todavía no son las diez...
Por un pasado de gloria
Una
paradoja es la verdad
puesta
boca abajo
para
llamar la atención..
Nicholas
Falletta
Varios
años habían pasado desde la última reunión. Fue durante la década del ochenta. No
sabían precisarlo con exactitud debido al poco orden que guardaban de sus
recuerdos. Los hombres solían relacionar sus encuentros con sucesos políticos
de excepción, y aquellos tiempos de sostenible vértigo no les acercaban
precisiones. El Nunca Más, el Juicio a las Juntas, Semana Santa, Monte Caseros,
Obediencia Debida, Punto Final, La Tablada, Rico, Seineldín, el esperado indulto,
conformaban una nebulosa de referencias tan caóticas como desordenadas. Los
noventa pasaron de largo; sus talentos no eran de imperiosa necesidad, todo
estaba políticamente ordenado no precisando del aderezo logístico que aportaban
como sana regla institucional.
A
mediados de la primera década del nuevo milenio la situación era tanto por
ciento más compleja. El movimiento nacional y popular en el poder intentaba
modificar las relaciones existentes pretendiendo ocupar espacios de decisión
hasta entonces vedados. Algunos pocos cuadros no vencidos y supuestamente
exterminados del populismo de izquierda setentista habían logrado reagruparse y
conformado un frente minoritario que logró imponer condiciones casi de
casualidad, dentro de un Peronismo que decidió, durante la segunda década
infame, ocultar sus banderas fundacionales y hacerle mimos a los sectores
corporativos más reaccionarios de la sociedad. Sin caudillos emblemáticos y
dominantes se dieron las condiciones subjetivas para que varios de aquellos
exiliados combativos se colocaran a la cabeza de un proyecto inclusivo en el
marco de un país desbastado y una sociedad mayoritariamente empobrecida. Algo
más de un veinte por ciento le alcanzó para obtener las simpatías del
electorado para una segunda vuelta que el ex presidente “rubio y de ojos
celestes”, no se atrevió afrontar.
En este
contexto era necesario entonces iniciar el camino hacia una estrategia de
erosión en función de socavar los cimientos de este embrionario proyecto.
Distribuir la riqueza, desempolvar los juicios por la verdad y modificar las
relaciones de poder no eran temas que las corporaciones estaban dispuestas a
aceptar.
- Me
parece que no debemos descartar el magnicidio como alternativa – disparó
Propato –Esta gente nada tiene que ver con aquellos tibios dirigentes de
principios de los ochenta. Son bichos, tienen plata, manejan muy bien los
medios y pusieron en juego a sus más notables intelectuales. Además el
concierto internacional los favorece. Sin la vigencia de la teoría de seguridad
nacional y sin el apoyo político norteamericano no podemos ir al frente como en
las buenas épocas.
- ¿Ella
o Él? – preguntó Carmodi –
- Doble
complicación – interrumpió Moldes -. Podríamos estar creando un símbolo y una
víctima a la vez. El símbolo como tótem para que la víctima se perpetúe en el
poder. La receta debe contener a ambos.
- Creo
que estamos en condiciones – agregó Carmodi – de realizar un operativo en
conjunto. Aún tenemos gente de los viejos tiempos que con gusto se pondrán a
nuestro servicio para limpiar de zurdos la Patria.
- Pero
adolecemos de apoyatura política – afirmó Moldes –
- Eso
es parcialmente cierto – aseveró Propato mientras hojeaba su lista de posibles
colaboradores – ya que poseemos aliados aún poderosos: La derecha peronista, el
niño mimado del Pro, los radicales, la mesa de enlace, algunos caudillos
provinciales, los oligopolios mediáticos afectados por la futura ley de medios,
la iglesia, el progresismo liberal y me atrevo incluir alguna izquierda que el
matrimonio dejó sin asunto como novia abandonada frente al altar.
- Parte
del campo popular en contra del campo popular como carta de triunfo – ironizó
Carmodi –
- Como
siempre. Es histórico. Estos tipos viven reiterando errores a fuerza de
vedetismo. Allá ellos – agrego Moldes - ¿Sacaste algo en limpio del listado,
Propato?
- Poco,
muy poco. Los viejos camaradas de las fuerzas nos odian por haber tenido que
cargar con el sayo completo, los servicios de inteligencia cambiaron sus
cuadros poniendo en su lugar gente que responde al gobierno, la policía está en
plena lucha por la calle y el botín, además, y aquí lo más complicado del
asunto, todos cobran excelentes salarios.
- Nada
entonces - sentenció Carmodi –
- Te
agrego – prosiguió Propato – que del viejo comando, Benítez, Quiroga y Mouriño
son fiambres; Sosa, D´elía, Suazo y Marquesini cumplen sentencias en Devoto,
mientras que Domínguez y Loza están en el Borda gracias a un par de buenos
abogados.
- Es
una cargada – soslayó Moldes a la par que descerrajaba una puteada madre - ¿Me
querés decir entonces quién nos convocó a esta reunión?
- No lo
sé – se apresuró a responder Propato -. La gacetilla hablaba de este bar y que
el anfitrión llegaría treinta minutos después de la hora fijada.
- ¿Y si
es una trampa? – lanzó Moldes –
- ¿Quién
va a querér conspirar contra nosotros? ... somos poca cosa – continuó Propato
-. Acá hay alguien que necesita de nuestros talentos, de nuestras capacidades
operativas, de nuestro compromiso con Dios, la familia y la propiedad.
- Ahí
está, me parece que viene caminando la respuesta... Es el número dos del
multimedio, Juan Francisco Losada Caló – reparó Carmodi - ¿Recuerdan al tipo?
Hicimos un trabajo en la redacción de su diario sacándole de encima a tres
delegados gremiales que jodían en su empresa. ¿Se acuerdan no? Lo conocimos
cuando apretamos a los viejos dueños de Papel Prensa. El hombre solía venir con
el cuestionario confidencial para continuar con los negocios. ¡Qué jóvenes que
éramos!
- Y
necesarios - afirmó Propato –
- ¿Qué
mierda querrá este tipo? – preguntó en voz alta Moldes –
Inesperadamente
Losada Caló hace un giro en su andar perdiéndose de vista en medio de la
multitud; mientras esto sucedía el trío no se percató que uno de los
acompañantes del funcionario había ingresado al bar, por uno de los laterales,
para acordarse en la barra a escasos dos metros de la mesa que compartían.
- En
breve el Señor Caló estará con ustedes – consignó el esbirro a media voz, ante
la sorpresa del grupo –
El
rostro del gerente era desconocido para el vulgo; apenas un par de
inescrupuloso intentos financieros lo habían puesto en escena por una prensa
marginal que no contaba con tiradas importantes, de modo que moverse entre la
gente no le resultaba mortificante.
- ¿Qué opinan?
– comentó Carmodi –
- Bueno...
el hombre toma sus prevenciones. El tema debe ser lo suficientemente reservado
como para tomar recaudos adicionales. No hay que olvidarse que nosotros somos
gente con antecedentes y él un personaje medianamente público entre la
burguesía nacional, cualquier fotografía o testimonio lo colocaría en una
situación difícil de explicar – atinó a razonar Propato -. Temo que somos
propietarios de una entidad superior, un tanto más importante de lo que
suponemos, de lo contrario no habría razón para tanta precaución. De
algún modo su actitud habla bien de nosotros. Entonces me corrijo, no somos tan
poca cosa.
- Es
verdad Propato – compartió Carmodi -. Somos poseedores de impecables legajos al
servicio de la Patria, por lo tanto también nuestras identidades deben ser
resguardadas. Espero que eso responda a tu extemporánea reacción Moldes.
- Puede
que tengan razón, de todos modos mi cuestionamiento no ha sido contestado –
afirmó Moldes –, persisto con mi duda razonable.
- Buenos
días señores... ¿me permiten? – Losada Caló corrió de inmediato una de las
sillas sin esperar autorización de la caterva – ¡Qué poco ha quedado de aquel
grupo camaradas!. Personas que han servido fielmente a lo más notable de la
argentinidad se encuentran hoy olvidadas y en algún caso detenidas por ese
revisionismo histórico tendencioso que no reconoce la trascendente labor
emprendida para no permitir que la extranjerización apátrida se apodere de
nuestras más sensibles tradiciones. Los veo y siento impotencia camaradas.
Gracias a ustedes los trapos rojos jamás flamearán en nuestras Instituciones,
sindicatos, ministerios, medios de comunicación... es un rencuentro triste...
pero no todo está perdido. Si bien el panorama no es alentador debido a la
gavilla gobernante sabemos que el final está cerca. Ya hemos cooptado a casi la
totalidad de la oposición y poseemos con exclusividad los canales masivos de
opinión, en consecuencia sólo debemos presionar y esperar, presionar y volver a
esperar. Me veo en la obligación de dar crédito a los cultores de la
geopolítica que sostenían no haber concluido la tarea. Creímos que un sensible
maquillaje y cierta institucionalidad colaborarían para sosegar las culpas de
la sociedad. Nos equivocamos camaradas. Al enemigo ni justicia. Me indigna que
estos personeros del estalinismo nos estén dando clases de moral. Con mucho
sacrificio hemos reafirmado los cimientos de la argentinidad para que un
grupete de vencidos y fracasados pretendan imponerle valores a la patria,
valores éstos que atentan contra nuestras tradiciones históricas, falsos
mensajes que agreden a nuestros muertos, a nuestros héroes, a ustedes
camaradas...
- Gracias
por su reconocimiento, necesitábamos una palmada de aprobación. Somos tres
pensionistas que vivimos con lo puesto – afirmó acongojado Propato –
- No se
derrumbe camarada – continuó Caló – los marxistas saben de estas cosas y nunca
dan por perdida la batalla. En ese sentido debemos emular su fundamentalismo ideológico.
De hecho, mi convocatoria obedece a incluirlos en un emprendimiento privado de
capitales nacionales que constituirá un beneficio incalculable a favor de dar
otro paso firme hacia la recuperación definitiva de nuestra identidad nacional.
- Estamos
dispuestos para lo que necesite, por favor, cuente con nosotros – concluyó
Carmodi –
- El
asunto es así – inició su alegato el gerente -. Junto a un grupo inversor
desarrollamos un descomunal proyecto en las afueras de la localidad de Pilar.
Son treinta viviendas en el marco de un barrio cerrado en donde cada una goza
de un lote individual de ochocientos metros cuadrados. El emprendimiento tiene
canchas de rugby, de golf y de tenis, además posee un salón de usos múltiples
con un pequeño casino para recreación de los consorcistas, un microcine y un
gimnasio totalmente equipado. Debido a la envergadura del diseño y a la
categoría de los adquirientes necesitamos personas de absoluta confianza y
compromiso para desarrollar tareas dentro del predio...
- Tareas
de seguridad y vigilancia, Señor – interrumpió Propato –
- No
exactamente mi amigo. Ya tenemos una empresa específica para tales fines.
Andamos tras dos recursos especializados en parquizado y ornamentación y otro
más como activo recolector de residuos domiciliarios – manifestó Caló –
- Dos
jardineros y un recolector de basura – blanqueó Carmodi desilusionado -
- No
Carmodi. En esencia toda profesión conserva rango y estirpe según el lugar
donde se ejerce; la gente que habitará el complejo son viejos luchadores y
empresarios de aquellos tiempos que ustedes supieron honrar con valor,
poniéndole el cuerpo, escribiendo con su sangre la historia - sostuvo el
gerente –
- Es
una buena visión, otra óptica para entender la propuesta – dictaminó Moldes con
la anuencia de sus compañeros –
- Muchachos
¿Cuento entonces con el equipo completo? – preguntó como epílogo Caló –
- Por
un pasado de gloria, cuente con nosotros...
Recursos Humanos
Carlos Tandel acostumbraba postergar
sus proyectos personales a favor de no defraudar la confianza de sus jefes. Con
casi veinticinco años de antigüedad en el Banco Nación estaba convencido que
para el logro de aquellos objetivos individuales era indispensable cumplir con
sus obligaciones mediatas e inmediatas. Por agosto de 1976 no temía por
reuniones sorpresivas en el departamento de Recursos Humanos. Se sabía
apreciado y valorado, por lo tanto, ese obligado recorrido lejos estaba de
inquietarlo. Personalmente se percibía turbado al pensar, mientras aguardaba
por el ascensor, que a poco de finalizar el segundo milenio de la era cristiana
desconocía sobre textos fundacionales del pensamiento existencial. Russell,
Fromm, Sartre, Camus, no estaban dentro de sus lecturas cotidianas,
lamentándose de manera sincera por ello. Prefería quemar sus tiempos
subterráneos con novelas de sencilla trama y humildes escritos de escasa
extensión. La literatura le era de suma utilidad para ocupar vacíos
imprevistos, debido a ello en su portafolio acostumbraba a incluir dos o tres
textos de variado tenor. Si bien adolecía de título universitario los años le
habían otorgado la suficiente idoneidad para manejar con llamativa eficacia la
oficina de Riesgo Crediticio. La realidad marcaba que la entidad había crecido
con él, en consecuencia su sector lo fue diseñando con propia impronta en la
misma medida de su evolución y desarrollo. Lo cierto es que Tandel, hacia fines
de los cincuenta, fue el creador de esa dependencia ante el importante flujo de
créditos requeridos por nuevos solicitantes integrados al sistema. A pesar de
un peronismo derrocado, el orden político de entonces no podía evitar la
inercia de inclusión que había quedado como remanente del proyecto
industrialista que gobernó al país durante casi diez años. Todavía existía
confianza en el sistema económico tanto en los sectores populares, como en el
comercio, como en la pequeña y mediana empresa. Hacia fines de aquella década
Carlos contaba con jóvenes y entusiastas veintiocho años.
Tiempo
atrás había iniciado su aventura migratoria rumbo a la gran ciudad. La familia
no lo había acompañado en la tentativa optando por permanecer en Benito Juárez,
su pueblo natal. Si bien la vida pueblerina poseía sus encantos en la reposada
localidad bonaerense, los incentivos que por entonces presentaba la metrópoli
constituían un interesante desafío para el joven. Con su título de bachiller
estimaba que tenía amplias posibilidades de obtener un empleo capaz de sostener
su existencia y colaborar medianamente con sus padres. A principios de los
cincuenta se vivían tiempos de entusiasmo y alegría. Buenos Aires era un imán
de mano de obra. La configuración industrialista fundacional del peronismo
había permitido que el pleno empleo se desarrolle en su máxima expresión.
Obreros, comunes y calificados, oficiales y empleados administrativos estaban
inmersos dentro de una fuerte demanda en donde los sindicatos organizados
protegían a sus afiliados a través de convenios colectivos acordados entre el
gobierno, los trabajadores y la patronal. Al mes de llegar ya estaba dando las
primeras pruebas en el Banco. Quince días después formaba parte de la plantilla
oficial. Su salario le permitía con solvencia alquilar un departamento de dos
ambientes en el barrio de San Cristóbal pudiendo dejar definitivamente la
pensión de la calle Cochabamba. Russo, su compañero de oficina, le había salido
de garante con su propiedad. Este gesto jamás sería olvidado por Tandel. Con
veintidós años había logrado afianzar su cabeza de playa en Buenos aires.
De
apocada personalidad y sumamente servicial puso en juego de inmediato un
exacerbado sentido de la responsabilidad muy valorado por sus superiores; estos
lo tenían en cuenta para toda encomienda que necesitara un alto grado de eficacia
y prolijidad. Solía acompañar a su gerente en los obligados cierres de balance
más allá que estas tareas se efectuaran durante los asuetos correspondientes a
las fiestas de fin de año. Este entrenamiento contable le posibilitó un
conocimiento integral de la institución permitiéndole avanzar en la corrección
e inclusión de operatorias administrativas más eficientes. Fue así que a
mediados de los cincuenta ya estaba a cargo del sector Riesgos Crediticios,
dependencia que fue necesario diseñar y crear debido a la elevada tasa de
morosidad que presentaba la cartera de préstamos. Básicamente se trataba de
analizar e investigar fehacientemente a cada solicitante de forma tal acotar
los niveles de incobrabilidad. Para ello le fue otorgada una oficina individual
con una colaboradora permanente, Julia; ambos reportarían al sector Préstamos,
cuyo supervisor era su amigo y garante Fernando Russo. Por entonces el golpe de
estado de 1955 había cambiado ciertas condiciones laborales. Descabezados los
sindicatos, determinadas prerrogativas que poseían los trabajadores quedaron
relegadas y todo aquel empuje industrialista del gobierno popular siguió
navegando con incertidumbre y desmemoria. A pesar del histórico proceso
iniciado en 1945 era evidente que el país había truncado su refundación
instalando una triste y permanente deriva neoconsevadora de neto tinte agroexportador. Carlos no fue afectado por estos
fenómenos políticos, su persona no era tenida en cuenta para asambleas,
discusiones o debates; si bien era respetado y apreciado, no era observado como
un luchador o cuadro combativo, ni siquiera contestatario. Era un ferviente
adherente al Peronismo, pero en su fuero íntimo. Sabía perfectamente quién
representaba sus intereses políticos y gracias a qué tipo de ordenamiento
social había logrado una rápida prosperidad. Estaba convencido que las
políticas del General fueron las que le habían permitido a él y a la gran masa de
los argentinos, hasta ese momento marginada, a participar y protagonizar su
propia historia, no sólo desde la formalidad y la dialéctica, sino también
desde las estructuras estatales y la economía. Gracias a Eva y a Perón no se
sentía un extranjero. Lo cierto es que llevaba dos años pagando un crédito
hipotecario por un departamento en la calle Amenábar, ubicado en el barrio porteño de
Belgrano, algo impensado cuando los tiempos de la pensión. Además su bonanza le
permitía viajar una vez al mes a Benito Juárez para visitar a sus padres y
proporcionarles colaboración económica.
Sabía
también de la existencia de muchos que aprovechaban esa situación para mostrarse
despóticos y dictatoriales, pero estaba convencido que con el tiempo eso iba a
ser corregido y pulido por el propio General. Por eso lloró con su caída, solo,
en el ámbito de su hogar, lejos de su gente, protagonizando una época que
todavía no alcanzaba a interpretar. Se había salvado de los bombardeos gracias
a una crónica afección respiratoria que lo tuvo postrado, de modo intermitente,
durante aquel invierno del 55. A principios de octubre, cuando se reincorporó
al Banco, sintió como si nunca hubiera estado allí. Todo era siniestramente
novedoso. Su minusválida y desestimada presencia no llamaba la atención, en
consecuencia, ese carácter de inexistencia intelectual le otorgaba una campana
protectora que lo instalaba al margen de cualquier tipo de revanchismo. Julia y
Fernando, en cambio, sufrieron los avatares por estar afiliados al sindicato;
ambos fueron despedidos. Un año después, calmados los ánimos, Carlos Tandel
logró la reincorporación de sus compañeros bajo su área de conducción
conservando sus históricos salarios, no así sus jerarquías. Julia era una
hermosa joven que por entonces se acercaba peligrosamente a los treinta años de
edad. Había saboreado las hieles del fracaso sentimental por culpa de un
Gerente que nunca terminó por divorciarse. Advirtió que el tiempo se disolvió
experimentando la cruel estafa de sus sueños y sin haberle solicitado permiso
aguardó hasta límites impensados por un noble caballero, precario y
jactancioso.
Con
Carlos complementaban necesarias soledades en el marco de una amistad sincera y
sin complejos. Julia Morán era la única persona que estaba al tanto de las
preferencias sexuales de Tandel. Por entonces tal elección de vida se la veía
como un padecimiento lindante con la moral, caracterizando al portador de
semejante ignominia como un enfermo terminal cuyo destino no podía ser otro que
el averno. Ambos coincidían que ante un medio hostil no era propicia la
manifestación de particularidades, en consecuencia, ayudarse mutuamente era una
suerte de estrategia de supervivencia para no ser discriminados. Julia, en ese
momento, soportaba las burlas directas e indirectas de sus pares debido a su
estado civil y un fracasado romance. Lo cierto es que acarreaba una aureola de
liviandad por haber mantenido una relación con un hombre casado, siendo
marginada por mujeres y debiendo tolerar con estoicismo los arrebatos
masculinos que conllevaban como único objetivo, el obvio. Carlos no percibía su
propia condición de modo dramático. Estaba al tanto que no debía manifestar sus
sentimientos, quedando sus instancias personales reservadas bajo siete llaves y
muy lejos del espacio laboral. Ante riesgos innecesarios soluciones drásticas,
solía afirmar. De todas formas cierta ambigüedad circulaba por su piel. De
joven había tenido un par de experiencias heterosexuales que lo habían
reconfortado por sobremanera; fue en su pueblo, ante circunstancias especiales
y con personas muy particulares. Contaba risueñamente que fue su debut y
despedida. Mas allá de que otros hombres pudieran ver aquellas vivencias con un
dejo de envidia, lo traumático de la cuestión perturbó notablemente sus futuras
elecciones. La primera vez que se animó a relatar su historia personal fue doce
años después de los acontecimientos y lo hizo gracias a que su auditorio estaba
conformado solamente por Julia; sabía que ella comprendería sus silencios, sus
aparentes nostalgias y las contradicciones que todavía sobrellevaba.
Todo
había comenzado un viernes de febrero por la noche, cuando sus padres
decidieron aceptar una postergada invitación de unos amigos a pasar un fin de
semana en Necochea, localidad balnearia cercana a Benito Juárez. Sus diecisiete
años le permitieron obviar la propuesta con la promesa de permanecer en su casa
a la vista y control de sus dos tías. Sin bien ambas vivían vereda por medio
insistieron en ocupar el domicilio por razones de mayor comodidad. Eran
hermanas de su madre, menores que ella y solteras. Clara contaba con veintiséis
años, Victoria veinticuatro. Sus voluptuosas curvas eran muy codiciadas por la
muchachada juarense, siendo ambas tan bellas como irresponsables. No se les
conocían candidatos oficiales pero los rumores aseveraban que la prole
política, algunos pudientes comerciantes y prósperos productores agropecuarios
gozaban alternativamente de sus exuberancias a placer. También aseguraban las
comadres de la aldea que sus continuas provocaciones habían inducido en más de
una ocasión a hechos de sangre durante los últimos bailes del club.
Esa
noche de viernes se instalaron dominantes en la casa de su hermana desde
temprano. Antes que el matrimonio emprendiera el viaje Clara y Victoria se
adueñaron de la finca tomándola casi por asalto. Cuando Carlos regresó del colegio,
en donde estaba cursando el último año del bachillerato, no le causó sorpresa
tamaña desvergüenza de su parentela, percibía la situación con extraña
normalidad.
Cenaron,
charlaron banalidades y se fueron a dormir sin mayores instancias de relato.
Sólo Victoria les advirtió que a medianoche iba a tener que retirarse debido a
un compromiso previamente concertado con el hijo del intendente, apuntando que
hasta bien entrada la madrugada no regresaría. Clara le manifestó que no se
preocupara y que disfrute la velada, que ella quedaría a cargo con la condición
de que a la noche siguiente Victoria le devuelva la gentileza. El acuerdo entre
ambas fue sellado de palabra poniendo al muchacho como testigo del compromiso.
De forma tal y de manera puntual lo último que escuchó Carlos antes de
dormirse, en la silenciosa noche juarense, fue el motor de un vehículo que
desde la puerta de su casa se alejaba roncamente de la cuadra.
Mientras
esto ocurría Clara estaba ya definitivamente instalada en la alcoba principal,
con ropas de cama y hojeando su colección de revistas y fotonovelas.
Promediando
la madrugada una sensación compleja de asumir desveló a Carlos empapado en
sudores e imposiciones físicas inmanejables. En la punta de la cama una silueta
femenina, parcialmente desnuda, estaba domando descuidadamente a un miembro
desobediente y siniestramente endurecido. El joven prefirió cerrar los ojos y
capitular ante lo que sucedía. Su tía Clara masacrando con ansias su tumefacto
sexo, enloqueciendo cada poro de su pequeño e inocente cuerpo, increpándolo,
jugando con él a voluntad, exigiéndole eyacular, malversando de ese modo su
deliberada secreción. Una vez finalizado el rito Clara se recostó a su lado
susurrando en oídos del Carlos que lo ocurrido era sólo el preludio de un noche
excitante y que ambos eran dueños de ese momento, y que debía guardar la más
absoluta reserva porque vivir no era otra cosa que un derrotero de secretos. La
tía Clara continuó tiranizando sus contornos durante las siguientes dos horas
robándole aquello que el joven ignoraba poseer. El hermoso cuerpo de la muchacha era
digno de un virgen homenaje, por lo cual, lo mojó a satisfacción por sus
interiores y a discreción por sus exteriores. La mañana los sorprendió ojerosos
y distantes ante los ojos de Victoria, desconocidos y cómplices ante los
fantasmas de la nocturnidad. Desayunaron con fundamento; un tazón de café con
leche, tostadas de pan casero, manteca y dulce de ciruelas fue el velado
brindis de un insuperable y confuso encuentro.
El día
sábado transcurrió sin mayores sobresaltos. Victoria regresó en tiempo y forma
compensando su ausencia con tareas hogareñas. Por la tarde, mientras las
hermanas conversaban animadamente sobre chusmeríos corrientes, Carlos se
encerró en su cuarto para tratar de afirmar saberes escolares pendientes de
repaso. Poco podía hacer a favor de la concentración. Una película entre las
sombras se le aparecía interrumpiendo su atención, provocando reiteradas
lecturas de los mismos renglones. Su tía Clara, desnuda, seguía estando allí,
en la punta de la cama a la espera de una nueva violación. No se animó a
conversar del tema con ningún amigo. El rango familiar de la relación
provocaría rumores que ensuciarían la notable reputación de sus padres más allá
de las conductas de las tías. Todo Benito Juárez sabía las distancias éticas y
morales existentes entre los dos grupos del clan. Cenaron, entre comentarios y
bromas ajenas, un exquisito guiso de cordero con papas, batatas y zapallo
mientras la radio aportaba noticias nacionales cuyas generalidades poco
aportaban. Ese murmullo de fondo simulaba una mayor presencia mortal en la
vivienda haciendo las veces de inigualable compañía. Minutos después de
finalizada la cena Clara besó la frente del adolescente y la mejilla de su
hermana retirándose tal cual estaba acordado. De todas formas había intentado
empujar a Victoria para que reitere su salida del día anterior y aproveche las
variantes de distracción que el sábado ostentaba de modo natural; la realidad
marcaba un doble propósito con esa actitud supuestamente generosa: En primer
lugar ahorrarse una salida vulgar que contenía para esa noche escasas
probabilidades de disfrute y a la vez la onerosa exigencia que le imponía su
cuerpo para repetir con su sobrino la experiencia de la noche anterior. Ante la
negativa de Victoria se despidió de manera nostalgiosa mirando a los ojos del
joven con necesidad y con urgencia, mientras su hermana ya estaba presta
lavando los trastos utilizados en la cena. Finalizada la tarea la menor de las
hermanas se retiró a descansar llevándose, a la misma alcoba que la noche
anterior había ocupado Clara, la radio y un pila de revistas de modas que la
dueña de casa tenía acopiadas en la base de la mesa ratona que estaba en uno de
los laterales de la habitación que la pareja propietaria utilizaba a modo de
estudio. A las diez en punto comenzaba, por Splendid, una emisión de foxtrot
que la repetidora local tomaba con precisa fidelidad, programa que la muchacha
no tenía intención de perderse.
Entrada
la madrugada y a poco de finalizar su repaso escolar Carlos comenzó a escuchar
extrañas resonancias en el interior de la casa. En primera instancia y
ciertamente alterado trató de descifrar de donde provenía el llamativo sonido.
Si bien la puerta de su cuarto era vidriada una gruesa cortina perturbaba la
visión impidiendo observar con claridad lo que sucedía en el patio interno. La
oscuridad no ayudaba por lo que no tuvo otra alternativa que salir de la pieza
para corroborar el origen de tan marcado repiqueteo. Carlos no se destacaba por
ser un joven valeroso, amante de las aventuras y los enigmas. De todas formas sacó
coraje de donde no tenía e inició el rastreo auditivo de la huella que lo
condujese a destino cierto. Sus pasos coincidieron en dirección a la habitación
en donde Victoria estaba descansando, encarando con suma decisión la empresa. A
pocos centímetros de arribar a destino observa que una luz tenue se vislumbra
tras los cristales y que al mismo tiempo el sonido se hacía más intenso. No
pudo evitar fisgonear hacia el interior de la alcoba observando que la pantalla
del único velador prendido soportaba la carga de una tela oscura que
profundizaba la opacidad y hacía más lúgubre al ambiente. Sobre la cama logró
distinguir a su tía menor totalmente desnuda, disfrutando de su cuerpo,
acariciándose con la mano izquierda los senos y sosteniendo en su diestra un elemento
indescifrable que le servía como caricia y mimo esperanzador. El rechinar de la
cama era el sonido perturbador. La observó durante un rato tras la ventana sin
que ella se diera por enterada. La vio sudar y reír, la vio guardar tortuosa
prudencia ante la necesidad de gritos y gemidos. Sintió que su sexo se elevaba
más allá de su voluntad. Debido a su experiencia de la noche anterior con Clara
estimó que Victoria respondería de igual forma ante las urgencias del cuerpo.
Había escuchado que su cita del viernes había sido un rotundo fracaso. Si bien
el hijo del intendente era uno de sus tantos festejantes sentía por él un
afecto sincero que nunca se vio correspondido. El muchacho se comportaba como
buen hijo del poder, con la impunidad que marca la condición social.
A
sabiendas de lo observado interrumpió la escena con la consecuente sorpresa de
Victoria. Su prominencia genital era indisimulable cosa que colocó a la joven
en la disyuntiva de liberar sus instintos o reprimir por completo las
instancias que el momento ofrecía. La primera opción fue la escogida. Sin
mediar palabra iniciaron la sesión que los condujo por distritos ilícitos y
lujuriosos. En ese momento ella necesitaba de un hombre ya que el suyo la había
defraudado. Carlos se mostró gentil y sumamente dulce, dispuesto a saldar sus
apetencias e indicaciones, fue saboreada a placer escandalizando el recinto con
gemidos interminables, le urgía ser explorada con vigor adolescente exponiendo
todo el repertorio que una mujer experimentada podía ofrecer. Victoria
complementó con sus encantos las clases que el joven recibió el día anterior.
Al amanecer Clara regresó de su cita encontrando todo en su lugar. Pasó frente
al cuarto de Carlos observando que reposaba plácidamente, conservando en su
interior femenino deseos de interrumpir esos sueños. Con una mueca vergonzosa
continuó camino en dirección a su alcoba luego de un sábado que no quedaría en
su memoria. Pasado el mediodía, el domingo despuntó inquisidor y dominante.
Carlos prefirió picar algo liviano a modo de almuerzo aceptando la invitación
que un compañero le hiciera para estudiar juntos. Se acercaban exámenes
fundamentales y definitivos que determinarían la suerte del año lectivo.
Física, química y lógica eran sus problemas coyunturales.
De
regreso, siendo noche cerrada, sus padres estaban en casa. Lo recibieron con un
beso y varias cuestiones que el viaje les deparó. Necochea había colaborado con
la pareja para un reencuentro interior varias veces postergado, limando
privadamente alguna indiferencia naciente. Carlos nunca dejaría de asociar
aquella localidad con sus primeras, secretas y confusas sensaciones. Hasta
ingresar al ejército sus próximos años estarían marcados dentro de una esfera
de sigilo y alternancia semanal. La relación con sus tías continuó de forma
clandestina, coercitiva y vergonzante, en donde escapar no figuraba dentro del
vademécum. Carlos era el único que sabía la verdad completa, cada una de las
candidatas estimaba que la utilización sexual del joven era ejercida a título
personal y sin cronistas indiscretos. Nunca supo Carlos si las hermanas
tuvieron la ocasión, con el tiempo, de confesarse la aventura. Lo cierto fue
que el ingreso al servicio militar le posibilitó al muchacho evadirse de tan
incómoda condición.
Atentamente
Julia escuchó la detallada descripción que a modo de relato impersonal Carlos
le acababa de realizar. Si bien no se mostraba sorprendida tuvo que disimular
ciertas prevenciones que la historia le exigía. Trató de no cuestionar ni
preguntar, sólo acompañar, ofrecer sus oídos solidariamente; prefirió que
Tandel se explayara a voluntad de forma tal ayudarlo a licenciar la pesada
carga que llevaba desde su juventud. El hombre en ningún momento de ufanó de la
narración apostando por términos rústicos y groseros; todo lo contrario, se
hizo propietario de una dialéctica sencilla y elegante, aún cuando la propia
historia imponía cierta procacidad. Resultaba evidente que su primer sexo lo
había avergonzado, y no por su forma ni por absurdos pudores, sino por el correlato
familiar de sus protagonistas. Generalmente esas cuestiones siempre circulan
por las calles del imaginario, de la fantasía; en su caso la cruda verdad
mostraba signos de notoria ruindad.
Para
finalizar con esta parte del relato Carlos le confesó que jamás volvió a ver a
sus tías, más allá de algún cruce casual, y que tal situación fue uno de los
factores anexos que motorizó su proceso migratorio. En sus viajes a Benito
Juárez se esmeraba por evitarlas sospechando que ellas harían lo mismo; una vez
casadas y con hijos suponía que ambas sentían marcada incomodidad al verlo.
Habían sido, hasta ese momento, las únicas mujeres de su vida siendo esta
referencia la inevitable pintura que tenía del sexo opuesto. Julia trató de
discutirle el punto pero prefirió otro momento para profundizar el debate. No
deseaba interrumpirlo con percepciones personales, aceptaba el momento como el
adecuado para que Carlos expisiese libremente, cuándo y ante qué estímulos
comenzó a sentir su preferencia sexual.
Entrado
en tema, la narración saltó un par de años hasta los tiempos del servicio
militar. Por entonces es donde tuvo su primera experiencia homosexual y el
inolvidable aderezo afectivo que gozó aquella relación. El cariño era factor
común y coincidencia. De aquel primitivismo heterosexual que lo llenaba de
culpa y obscenidad pasó a esta incipiente novedad que de manera mesurada se
imponía a fuerza de ternura. Base Belgrano fue su destino de conscripto; la
muchachada en pleno vivía esa instancia con acostumbrada resignación y
desconsuelo. No había posibilidad de elección ni protesto cuando por decisiones
superiores uno debía entregar graciosamente un año de servicios a personas
que jamás volvería a ver y por las cuales ni siquiera ensayaba un mínimo de
respeto. Sus tías lo habían entrenado en el marco de las artes del silencio y
la esclavitud, no podía ser injusto con ellas, debido a que las instancias de
placer eran un tanto más ventajosas. Julia notaba que la dualidad y la
contradicción seguían formando parte de la crónica.
En medio
de tales circunstancias militares, extremas y desoladores, tuvo la oportunidad
de frecuentar, durante el período instructivo, a quien fuera su compañero de
ruta durante todo el lapso que duró el servicio; Bautista Pinolli natural de
General Pico La Pampa. De tímida y remisa personalidad congeniaba perfectamente
con Carlos en gustos y disgustos, en consecuencia, la integración entre ambos
se manifestó naturalmente. El tiempo compartido dentro de la compañía los
transformó en inseparables camaradas de desventuras procurándose el necesario
consuelo ante la humillación que sus superiores les provocaban a diario. Ambos
preferían aprovechar los francos como dueto en lugar de visitar a sus
respectivas familias; los destinos finales de aquellas contadas excepciones
variaban según fueran sus intereses. Podía ser Bahía Blanca si algún
espectáculo notorio se presentaba o Mar del Plata si la licencia contaba con un
par de días anexos. Como conscriptos poseían la ventaja de no tener que
afrontar gastos por viáticos, de modo que la distancia del destino sólo poseía
significación en relación con el riguroso y puntual regreso. Sierra de la
Ventana se presentaba como otra opción, pero lo diminuto de la aldea presagiaba
que por fuera del paisaje nada había para hacer. En uno de esos francos largos
del invierno decidieron que Mar del Plata era una buena posibilidad de
entretenimiento, de modo que sin discusión ni debate emprendieron el viaje
apenas otorgado el permiso. Un humilde hospedaje de la Avenida Luro fue el sitio
escogido como parador. Si bien habían cobrado la totalidad de los honorarios
atrasados la cosa no estaba para lujos. La ciudad los recibió sin los brillos
acostumbrados, una bruma muy pesada se confundía con los grises del mar y con
la humedad del pavimento; los gabanes transeúntes y el plomizo nubarrón servían
como tejado de una persistente garúa que no invitaba a caminar. Coincidían los
conscriptos que el servicio meteorológico los había traicionado sin derecho,
obligándolos a cercenar sus libertades bajo el ámbito del hospedaje a puro mate
y tortas fritas.
Cuando
el diálogo agobiaba, alguna lectura adicional y la compañía de la emisora de
radio local complementaban el tiempo de espera. Ambos sentían suma comodidad al
advertir que las mujeres no eran tema de discusión o controversia, lo cierto es
que ni siquiera eran causales de texto ni expediente. Es probable que hayan
tomado las prevenciones del caso y que advirtieran la sensibilidad ajena de
manera sensorial, la realidad mostraba que optaban por no ofenderse con
investigaciones no a lugar. Ellos estaban bien así, no precisaban intrusos,
mercaderes y menos aún mujeres. De todas formas la hija del matrimonio
propietario del hospedaje resultó jugar un rol fundamental para comenzar a
intimar. La joven guardaba extrema sensualidad y notoria belleza, estimulando
todo el conjunto con un vocabulario impropio de su edad y una gestualidad
sumamente provocativa. Sus diecisiete años disimulaban la vasta experiencia que
presumiblemente acopiaba en cuestiones del amor. El clima, aliado del momento,
permitió que los tres afinaran conversaciones tan extensas como fraternales. El
exterior continuaba insultando con sus grises, creando una atmósfera de
inevitable coincidencia entre María y los viajeros, mientras una ciudad encogida
y vacía impedía la llegada de nuevos turistas solicitantes de alojamiento. El
matrimonio rentista del albergue, aprovechando la coyuntura, decidió
efectivizar compras y trámites. Antes de partir colocaron un cartel en la
puerta que consignaba un pronto regreso. La posada quedó cerrada para el
público; en su interior permanecieron en soledad los tres jóvenes. No pasaron
diez minutos cuando la joven se asomó al cuarto de los pasajeros provista de
una bata que permitía sospechar su desnudez interior. La pretensión de María
era experimentar un trío sexual con dos caballeros jóvenes y dotados, se
permitía tales presunciones por la condición de conscriptos de sus ocasionales
visitantes. Más allá de su juventud, las fantasías que María desarrollaba sobre
la temática eran ilimitadas. La sorpresa de Carlos y Bautista fue absoluta en
tanto y en cuanto la adolescente, por fuera de su impronta seductora, no había
demostrado hasta ese momento ninguna intención de intimar con alguno de ellos.
La joven estaba proponiendo un rito de placer desconocido que ambos aceptaron
con recato y prevención. Los muchachos aceptaron el convite sabiendo que María
podía transformarse en la eficiente herramienta que destrabe sus verdaderos
deseos. A poco de iniciada la sesión los jóvenes conscriptos demostraron a las
claras que la niña era solamente una excusa necesaria, médium imprescindible
que sirvió para la revelación de vetas ocultas, sofocadas y prestas por exhumar
anhelos reprimidos. El violento y desmesurado trío se transformó de manera
imperceptible en un dueto masculino de premonitoria y artística belleza. María
no se mostró defraudada, todo lo contrario. Se propuso extraer de la
experiencia aquello placentero y sensual que en si propio exhibía permitiéndose
licenciar sus dedos desobedientes hacia un sexo húmedo y ávido de caricias
sostenidas. La corriente circuló entre sus piernas a entera satisfacción
durante lo que duró la sesión; quiso participar del descubrimiento, de los
gestos y sudores, prefirió ser testigo del sufrimiento primitivo conservando
para su memoria el sedoso boceto que lucía para su goce y regocijo la
omnipresente brutalidad masculina. Entre momento y momento se acercaba a los
enroscados cuerpos acariciándolos con ternura, sin las urgencias que la
heterosexualidad ostenta; se sentía escultora de una obra viva con brillos
transpirantes y lamentos sibaritas. Los amó y los disfruto a la distancia
finalizando su rutina increíblemente extasiada, completa y femenina,
asumiéndose contenida y respetada, sin necias inhibiciones, concluyendo que sus
amantes habían estado a la altura de las circunstancias; una decena de orgasmos
hablaban por y de ella. Dejó pasar unos pocos minutos para su recuperación
interior, se acomodó la bata y se retiró
prudentemente del recinto entendiendo que el después detentaba exclusiva
privacidad. Los jóvenes comprendieron que nada de lo vivido podía ser mejorado
con palabras, optando por el silencio y la ausencia a modo de homenaje.
Finalizado
el relato, Julia se percató que esos recuerdos no encontraban en Carlos la red
de contención necesaria, percibió que aquella experiencia lo había transformado
en un ser especial y de dudosa integridad. Evidentemente su elección de vida lo
empujaba hacia la soledad y a pesar de estar dispuesto al sacrificio un dejo de
tristeza acompañaba cada palabra, cada párrafo de la crónica. Era imposible,
por parte del medio, la observancia comprensiva de cuestiones irritantes.
Tandel era un caballero en todo sentido; de elegantes modos y con dialéctica
ejemplar acotaba cualquier pretensión externa que intentara desacreditarlo
configurando una imagen ciertamente agradable, modesta y seria. Julia se
constituyó entonces en el primer confidente que ingresaba con generosa vocación
a su mundo privado.
Ya de
madrugada prosperó la idea de continuar la conversación en otro momento;
quedaban claros por disfrutar, grises por develar y oscuros por desentrañar.
Ambos lograron comprobar que se necesitaban más de lo sospechado. Lo avanzado
de la noche y la comodidad de su departamento motivaron que Carlos le
propusiera a Julia pernoctar en su domicilio sin la obligación de aceptar el
compromiso. Morán aceptó con gusto la invitación más allá de cierta confusión,
no tenía razones para rechazar tamaña gentileza. Lo cierto es que lamentablemente
nadie esperaba por ella.
La
rutina vestía al ámbito bancario con sus linajes cotidianos mientras Tandel
continuaba pagando por sexo semanal y Julia se convertía en la sutil amante de
contingencias y azares. Los hombres que pasaban por sus vidas eran objeto de
olvido y nulidad; de lunes a viernes de nueve a dieciocho administraban
intereses de terceros, los sábados y los domingos sobrevivían a sus excusas
malversando fondos propios.
A
mediados del año 1960 Morán le propone a Tandel un estado de convivencia
matrimonial. Esta idea la había elaborado durante varios meses. Una cazuela de
mariscos acompañada por un freso espumante francés en el restaurante Loprete del
barrio porteño de Monserrat fue el ámbito escogido por la dama para principiar
la propuesta.
-
Tengo algo que proponerte Carlos. Un encaje
que vengo desmenuzando desde hace un buen tiempo, te ruego dispongas de la
mejor forma tus oídos y pienses lo que voy a decir de modo abierto y honesto.
-
Me estás asustando.
-
No es para tanto; la cosa es así: Creo que
ambos estamos de cara a un momento en el cual debemos comenzar a considerar
nuestro futuro. Somos entrañables amigos, confidentes y legítimamente
solidarios, no promovemos absurdos egoísmos y hablamos un mismo idioma.
-
Absolutamente, y eso me hace muy feliz - afirmó Tandel –
-
Hasta hemos tenido la oportunidad de
convivir aunque más no sea de modo ocasional motivados por nuestras propias
depresiones, en donde el respeto mutuo hacia la individualidad ajena es moneda
corriente.
-
No hay duda al respecto, hasta ahora vamos
bien.
-
¿Te parece una locura de mi parte
proponerte que formalicemos nuestra relación de forma tal nos contenga puertas
afuera y nos provea de la necesaria compañía que ambos necesitamos? – preguntó
la dama –
-
¿Casarnos?
-
Si Carlos. Creo que ambos tenemos las cosas
claras, esa formalidad típicamente burguesa nos será de mucha utilidad tanto en
aspectos personales como en el marco laboral.
-
Y económicos – agregó Tandel –
-
Además.
-
Ya que poseemos bienes por separado podemos
administrarlos del modo más eficiente en función de la obtención de rentas y
demás cuestiones que beneficiarían substancialmente nuestras finanzas
domésticas. Vender, alquilar, tener un solo auto. En fin, el panorama se nos
abriría de manera impensada, con amplias
posibilidades de progreso – sentenció Carlos –
-
Nuestras imágenes en el Banco cambiarían de
manera exponencial y no daríamos lugar a comentarios tendenciosos. Lo único que
debemos tener es prudencia y compromiso en cuanto a nuestras privacidades más
íntimas, supeditando ciertos placeres a favor del concepto tradicional de
familia – aseguró Morán –
-
En resumen, lo que hacen todos; ser
hipócritas – aclaró el hombre –
-
Algo así. ¿Qué opinás?
-
Me gustaría que sigamos conversando del
tema más en concreto, estimando favores y contras, planificando y presuponiendo
avatares a afrontar, confeccionando precisos cálculos sobre cuestiones
económicas teniendo en cuenta que la legalidad tiene costos que no se pueden
omitir. Te aclaro que la propuesta me sorprendió tanto como me emocionó. Te
quiero mucho como para equivocarme, de modo que deberíamos pulir todo detalle, la
sola idea de un malentendido que lacere nuestra relación me inquieta y me
desordena. Aborrecería tener disputas contigo por cuestiones menores.
-
No tengas dudas que también eso juega
dentro de mí.
-
¿Sabés qué Julia? Creo que lo nuestro
constituye una bendición, inmerecida tal vez, pero bendición al fin. Lamento
que como hombre no pueda satisfacer tu femineidad, cosa que detesto de mí.
-
No debés pensar de ese modo Carlos. Quizá
de otra forma, en otro contexto, desde otro lugar, más intelectual o platónico.
No me parece que debas castigarte.
-
Nos queremos y es lo que nos tocó, es
probable que sólo nos quepa asumir el mandato – sentenció Tandel –
-
Acaso una de tus tías no te había dicho que
la vida en un simple derrotero de secretos.
Seis
meses después en una ceremonia austera en horas del mediodía y ante autoridades
civiles Julia y Carlos contrajeron matrimonio con el padrinazgo de sus amigos
Mabel Cortes y Fernando Russo. Algunos compañeros del Banco y conocidos
ocasionales asistieron al evento. Un sencillo ágape en el departamento del
barrio de Belgrano decoró el suceso, finalizando el festejo, con el retiro de
los invitados, vieron la luz las recurrentes y molestas citas referidas a
supuestas e infernales noches de bodas y demás lugares comunes que los vulgares
suelen vocear presumiendo ostentar suma originalidad. El primer paso se había
cumplido, blanqueadas sus intimidades serían portadores de espaldas intachables
para una clase media que ya comenzaba a bocetar sus despreciables formalidades.
De alguna manera habían hallado la fórmula adecuada para sobrevivir en el marco
de una época hostil, carente de apertura intelectual y soberbia en cuanto a la
valorización de la libertad individual.
Económicamente
la sumatoria de los dos importantes salarios más la conservación de sus
inversiones anteriores les proporcionaba un estado de bienestar envidiable. Al
hermoso departamento de la calle Amenábar se le adicionaba un automóvil cero
kilómetro que renovaban cada dos años, vacaciones anuales en importantes
centros turísticos del país y del extranjero y una solvente caja de ahorros en
el mismo Banco Nación, completaban esa transformación épica que la pareja supo
edificar siendo ejemplo y coincidencia ante la vista de los siempre dispuestos
inquisidores de turno. Los viajes a Benito Juárez los realizaban cada tres
meses y sobre la base de condiciones excepcionales; algún cumpleaños, las
fiestas de fin de año, las pascuas y demás fechas que permitieran combinar tres
o cuatro días para desenchufarse de la urbe. Julia no poseía familiares
directos por los cuales molestarse, de modo que por su lado no había compromiso
alguno que cumplir. Tandel, más allá de haber espaciado sus visitas, cumplía
religiosamente desde lo económico con sus padres, hasta el punto que si la
urgencia lo exigía no tenía reparos en improvisar un viaje fuera de programa
para cumplir con su compromiso.
Los años
fueron pasando sin mayores sobresaltos, incluso ambos habían sido beneficiados
con sendos nombramientos. Por cuestiones reglamentarias internas el Banco
dispuso separar al matrimonio derivando a Julia hacia el sector Bienes y
Servicios en carácter de supervisora de compras. De modo que la década del
sesenta circuló con los avatares de los adelantos científicos, tecnológicos y
sociales. El feminismo y la sexualidad conformaban líneas de debate y
discusión, mientras la democracia se mostraba irrespetada por una sociedad que
prefería dirimir sus dilemas por la fuerza del autoritarismo. Ajenos a tales
controversias sus vidas transitaban por encima de modas oportunistas y
convencionalismos importados; habían sabido, con esfuerzo y sacrificio interior
construir un acuerdo mágico y perdurable. Todavía mantenían el departamento de
Julia; allí recurrían ante la ocasional alternativa sexual. El sexo pago de
Carlos le garantizaba ausencia de todo compromiso afectivo con el proveedor.
Morán no necesitaba de dicha inversión, su sola belleza alcanzaba para la
obtención de candidatos, esperanzada que algún día cualquiera Tandel despierte
de su letargo masculino y la arrebate en plena ducha. Transitando la cuarta
década de sus vidas habían afirmado un sentimiento generoso y ausente de
egoísmos; no existían crisis maritales debido a una relación edificada desde la
omisión de lo vulgar y lo formalmente aceptado.
Las
veces que Julia intentaba lograr de Carlos una erección, éste se mostraba
gentil y emocionado por los esfuerzos de su amada. En cierta ocasión alguna
sospecha de respuesta motivó a la dama y a sus entusiasmos potenciando sus
talentos a favor de la estimulación. Tratando de no agredirlo sostuvo con suma
prevención, delicadeza y ternura el miembro de Tandel durante largo tiempo. El
tenso músculo transmitió indudables muestras de vivacidad disimulando la pereza
que había manifestado hasta entonces. Carlos, a pedido de Julia, se permitió
licenciar a sus ojos y disfrutar desde el placer sin distinción de género,
observando que su antagonista era solamente un cuerpo que necesita de él. Lo
cierto es que el hombre no se vio sometido a sus juveniles visiones del pasado,
entendió que su amante era su amor y que su amor no era genérico, era personal
y exclusivo. En ese mismo instante de sensualidad asumió que amaba a Julia por
encima de su condición y que la naturaleza sexual jugaba dentro de él como un
nefasto inciso limitante que le censuraba disfrutar. Dejó de lado los absurdos
requisitos, permitiéndose festejar con el cuerpo, olvidando para siempre la
terquedad impuesta por el maltrato. En el breve lapso que demoró su sorpresiva
erección, se aceptó fronterizo y cobarde por un pasado que no supo desafiar,
que lo sojuzgó y que le propuso tan solo una ladina escapatoria. Entendió
también que esforzarse por corresponder a una persona que nos ama era una tarea
de enorme nobleza y que Julia se merecía con creces ese acto de belleza.
Felices, se transformaron, con el tiempo, en seres incondicionalmente sexuales,
sin limitaciones, generosos y egoístas a la vez. Húmedos y sonrientes durmieron
hasta el anochecer. A la siguiente semana la inmobiliaria Bienes Raíces Cabildo
tenía el departamento de Julia para la venta.
En
Agosto de 1976 el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación, a
instancias de una orden recibida por el Poder Ejecutivo Nacional, convocó a
Carlos Tandel para una importante reunión. Un informe detallado de los
servicios de inteligencia motivó la decisión
inmediata de licenciar al matrimonio. El extenso documento mencionaba la
histórica simpatía peronista del matrimonio, la afiliación concreta de Julia
Morán y el despido que había sufrido a fines de 1955. El informe adjuntaba un
inciso sobre los rasgos inmorales de Carlos Tandel debido a su ambivalencia
sexual, aclarando que si bien estaba legalmente casado existían testimonios
irrefutables y fehacientes sobre su particular ambigüedad. El detenido a
disposición del poder ejecutivo nacional, Bautista Pinolli, integrante de la
célula subversiva ERP La Pampa confirmó la indagatoria. De modo que se
recomendaba despedir al matrimonio con la correspondiente liquidación de
haberes como lo marcaba la ley. La conducta de la pareja altera las normas
morales de nuestra sociedad occidental y cristiana finalizó el sumario.
Mas allá
de lo extraño e injusto de la resolución los Tandel se tomaron su tiempo para
analizar la medida. No eran momentos de absurdos protestos ni de entusiastas
rebeliones, prefirieron la calma y el sosiego a la espera de aire fresco. De
todas formas acreditaban la suficiente solvencia económica para continuar proyectándose
por fuera del Banco. Con importantes ahorros, acrecentados exponencialmente por
las respectivas indemnizaciones estaban en condiciones de afrontar un sinfín
proyectos independientes en cualquier lugar del país. La realidad les marcaba
que ni siquiera tenían la necesidad de descapitalizarse vendiendo bienes.
Una
Buenos Aires sitiada había borroneado su mueca de belleza transformándola en un
nubarrón impredecible y penosamente estimulante.
Tal
planificación no pudo llevarse a cabo. En octubre de ese mismo año un grupo de
tareas de la Marina ingresó al domicilio del matrimonio Tandel, estando en
condición de desaparecidos desde ese día.
Al no
haber deudos cercanos nadie reparó en sus ausencias de modo inmediato. La
titularidad de sus pertenencias cambió abruptamente de nombre a favor de una
sociedad anónima de origen desconocido; el trámite fue rápido y escueto. Desde
lo económico el matrimonio Tandel se presentaba como un botín muy preciado.
Un mes
después los padres de Carlos, al no tener noticias de su hijo y de su nuera
viajaron a Buenos Aires para obtener información. El anciano matrimonio
solicitó audiencia en el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación. El
Gerente de dicha dependencia les confirmó que tanto su hijo como su nuera estaban
a disposición del poder ejecutivo por actos de subversión y acciones reñidas
con la moral. Sus respectivos legajos habían sido solicitados en septiembre de
ese mismo año por personal militar de los servicios de inteligencia del Estado.
La
versión que la institución poseía era que Carlos Tandel vivía una situación de
indefinición sexual y que Julia Morán era su pantalla, actuando ambos, desde la
clandestinidad, como cuadros activos de un grupo guerrillero que respondía a
las Fuerzas Armadas Revolucionarias, célula que había sido desactivada por
completo. El gestor a cargo les recomendó que por mayor información se
dirigieran al Ministerio del Interior. Varios meses después y ante la ausencia
de respuestas oficiales regresaron a Benito Juárez con sus manos vacías, años
acumulados y en medio de mutuos reproches por supuestos errores cometidos en la
formación de su hijo.
Indicios
no confirmados suponen que los cónyuges fueron unas de las tantas víctimas de
los vuelos de la muerte. Ninguna organización de Derechos Humanos posee en sus
archivos reclamo alguno por la aparición con vida del matrimonio conformado por
Julia Morán y Carlos Tandel. La titularidad de la unidad “A” del tercer piso
ubicado en la calle Amenábar en su cruce con Olazábal continúa bajo la administración
del mismo grupo inversor de origen desconocido.
Tras la Huella
O estamos solos en el universo o no lo estamos.
Las dos perspectivas son aterradoras.
Arthur Clarke
I
Al
despertar sus ojos comenzaron a delinear circuitos y recorridos concéntricos
tratando de identificar guiños y señales que le modelen aproximaciones sobre lo
que estaba sucediendo. Se percibía inmóvil, desnudo y obsceno, sólo propietario
de lo que intuía o en su defecto imaginaba. Descendió la vista de manera ostensible
y descubrió un sistema de entubamiento generalizado que invadía su precaria
humanidad inyectando por diversos flancos su ignominia dominante. El
inconfundible vaho a ropa blanca de cama generosamente desinfectada, tabiques
divisorios y la venturosa imagen del Cristo le otorgaban las primeras certezas
circulantes. No debía estar pasando por el mejor de sus momentos concluyó prima
facie; apenas una tenue dicroica lo desafiaba de manera deshonesta a exhumar
los rincones del monótono paisaje. El goteo silencioso y pausado del suero lo
entretuvo un buen rato; la transparencia de las cánulas y el recorrido de sus
líquidos interiores le hacían recordar sus adolescentes experiencias en la
clase de química Inorgánica durante su primer año en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires a principios de los ochenta. Supuso que tras la
frontera del tabique el estado de inexistencia era absoluto debido a que no
advertía sombras ni murmullos alentadores. Intuyó que su contacto con el
exterior era solamente un diminuto dispositivo que tenía ensamblado en su mano
derecha a modo de campanilla o llamador. Por el momento no tuvo deseos de saber
quién acudiría al accionar el dispositivo, prefirió seguir recostado en su
soledad tratando de improvisar recuerdos, relacionándose con su pasado de forma
tal, poder acercarse a sí mismo, minutos antes que un anónimo suceso le
determinara su presente estado.
- Usted
sí que tiene un hermoso azul en los ojos – comentó la enfermera que momentos
antes había ingresado a la habitación –, me alegra verlo despierto, síntoma que
su salud mejora más rápido de lo previsto. Guarde calma y trate de no pensar,
el médico no tardará en venir apenas le comente la novedad. Bienvenido Damián,
lo estábamos esperando.
El
sonido de la puerta al cerrarse le significó una nueva soledad y nuevo
interrogatorio al paisaje, una vieja desmemoria alumbrada por sombras versadas
y culminantes, pretéritas e indefinidas, extasiadas por su dictatorial
albedrío. Su nombre, como dato revelador, no le pasó inadvertido.
- ¿Cómo
le va mi amigo? – el profesional se colocó a los pies del paciente haciendo una
pausada lectura sobre las notas del día – Soy el médico a cargo de su caso,
Alberto Valencia es mi nombre. De forma gradual y mesurada lo iré poniendo en
autos con respecto al devenir. Si bien su tratamiento reviste características
particulares existen generalidades que no se pueden obviar. Le recomiendo
descansar y procurar disciplinar sus emociones de forma tal no vernos en la
obligación de extremar las dosis de paliativos. Le adelanto que su evolución ha
sido milagrosa, le puedo garantizar que las expectativas de una rápida
recuperación ya son tangibles. Considero que ya estamos en condiciones, a
partir de mañana, de liberarlo paulatinamente de estos conductos comenzando a
conversar largo y tendido sobre su condición. Nos vemos entonces, hasta
mañana...
Damián
notó que el doctor Valencia se retiró del recinto con segura tranquilidad, no
teniendo más remedio que tolerar ese apacible semblante científico y su
refrescante discurso, quedando a la espera de revelaciones que hasta el momento
le eran maliciosamente esquivas.
Durante
la mañana siguiente, a primera hora, se procedió metódicamente al retiro de las
cánulas constatando las reacciones del cuerpo a medida que los medicamentos
dejaban de manifestar sus efectos. En algún caso tuvieron que disminuir las
dosis utilizando otras vías de ingestión. Lo cierto es que al despertar se
sintió un tanto menos cautivo de su propia indigencia y desconcierto. Solamente
el suero continuó formando parte del obligado equipaje, cosa que asimiló desde
la resignación y no desde la inteligencia. La cruz de la cabecera continuaba
inmaculada prestando debida cortesía, la ropa blanca potenciaba su aroma a
desinfección y la pequeña dicroica de esquina era su momentánea y única
compañía. Se encontró dispuesto y con fuerzas para iniciar su camino de
búsqueda y encuentro. Saber quién era ese tal Damián, comprender por qué estaba
allí postrado sometiéndose de ese modo a la tiranía que siempre nos propone la
realidad. De alguna manera admitía ser propietario de una historia y que
esa reseña debía estar apuntada en la memoria de alguien bien dispuesto a
confesarla. Su mente no estaba absolutamente en blanco. Recordaba sus tiempos universitarios
a propósito de la terapia rememorando con marcada nubosidad un accidente
automovilístico durante los noventa que le provocara la pérdida de un riñón
incluyendo el imborrable bajorrelieve diagonal de una cicatriz de veinte
centímetros en el muslo de la pierna izquierda. Suponía que más temprano que
tarde su vida caería como cascada a la espera de ser ordenada y presentada como
alegato indiscutible de modo serle confesada a favor de su inteligente necedad.
- Que
podamos hablar puntualmente del tema constituye todo un acontecimiento Damián –
mencionó el facultativo apenas ingresó al recinto – Espero haya amanecido con
voluntad y deseos de escuchar.
- Descuente
mi predisposición, doctor.
- En
primera instancia le informo que hace quince meses está internado. Durante los
ochos meses iniciales lo estuvo en terapia intensiva, desde allí pasó a
intermedia en donde actualmente estamos ubicados. Nuestra idea es que a partir
de la semana entrante sea derivado al sector de cuidados corrientes. Le cuento
que su caso nos ha presentado un fabuloso desafío científico apenas
arribado a nuestra guardia de emergencias, su cuadro en aquel momento era
potencialmente irreversible. Hoy nos encontramos ante una situación que nos
enorgullece como profesionales, tanto a escala personal como institucional. El
grado de complejidad del dilema nos motivó apenas fuimos hurgando y analizando,
diversificando hipótesis, errando diagnósticos, sometiéndolo y sometiéndonos a
nuevos desafíos e investigaciones, implementando estudios y técnicas inéditas
hasta entonces. Entrando en tema le diré que una generalizada y desconocida
infección comprometía su sistema nervioso central inmovilizando algunos de los
órganos vitales. Básicamente esa es la explicación que por el momento le puedo
ofrecer, con el tiempo obtendrá mayores detalles a la par que usted mismo los
podrá descubrir en la medida que vaya desandando el inevitable tratamiento de
recuperación motriz que se verá obligado a realizar. Entendemos que tanto la
memoria como la capacidad para relacionar acontecimientos de su vida comenzarán
a verificarse una vez que modifiquemos cierta medicación que le incorporamos de
ex profeso para evitar que factores emocionales conspiren contra su
rehabilitación. Por el momento le adelanto que su nombre es Damián Lafinur,
soltero, argentino, cuarenta y tres años y operario con jerarquía de jefe técnico
en la Comisión Nacional de Energía Atómica, central Atucha I.
- ¿Quién
está afrontando económicamente semejante despliegue científico, doctor?
- Una
primera etapa del tratamiento lo afrontó su obra social, hablamos de sus
curaciones básicas; pasadas la dos primeras semanas, cuando nos cercioramos de
lo extraordinario del caso, tomamos el desafío como propio en consecuencia
nuestros protocolos internos fueron los que se encargaron de los costos y demás
cuestiones burocráticas.
- ¿Un
conejillo, un objeto de estudio podría afirmarse?
- No mi
querido Damián, todo lo contrario. Un compromiso ético – aseveró Valencia –
- Hágame
un favor doctor, porque no se va al carajo.
Era la
reacción esperada y deseada. Un advenedizo que de buenas a primeras se
despierta quince meses después sin identidad y recibe como parte diario la
novedad que acaba de volver de la muerte, ente ausente de capacidad para
reconstruir su pasado cuya memoria está enfrascada en los sintéticos ámbitos de
un dispensario a la espera que el albedrío de los profesionales dispusiera del
reencuentro, y que para redondear el asunto no tiene bien en claro que es lo
que se debe agradecer.
El fin
de semana pasó sin mayores sobresaltos. Las enfermeras iban y venían
intercambiando silencios perturbadores con sonrisas innecesarias. Por suerte no
se había olvidado del concepto de belleza, a esta conclusión llegó gracias a
una de las practicantes. Diana portaba una formidable silueta acompañando una
cadencia centroamericana muy seductora además de un fascinante perfil en sus
rasgos.
La Clínica
vivió su Domingo de visitas familiares con el caos acostumbrado, por suerte la
habitación de Damián no había sido sometida a tal invasión. Si bien escuchaba
con extraña nostalgia la claridad de los murmullos exteriores, concluyó que
luego de tanto tiempo en coma nadie sentiría expectativa cierta por su persona.
Terminado el horario vejatorio estimó que era el momento oportuno para invitar
a Diana a su modesto albergue y afrontar, de ese modo, las primeras
indagatorias sobre su pasado. No pasó un minuto de haber accionado el
dispositivo manual cuando la enfermera ingresó al ambiente con un semblante
riguroso que denotaba suma preocupación.
- ¿Qué
le ocurre Damián, siente alguna molestia? – preguntó agitada –
- Nada,
no se alarme. Es domingo y necesitaba, en cierto modo, cumplir con el rito de las
visitas sospechando que a usted no le molestaría ceder ante mi capricho. –
Damián se mostró cordial y presumido sabiendo que su estado le permitía alguna
dosis de impunidad que Diana tenía la obligación de tolerar. Lo que Damián
ignoraba es que la enfermera estaba aguardando por esa instancia desde hacía
varios meses –
- Bueno,
aquí me tiene – manifestó sonriente y distendida la asistente –. Estoy por
terminar mi turno, de modo que puedo fingir durante un rato y capitular ante su
pedido.
- No
sabe cuánto se lo agradezco, Diana. Usted no sólo es un regalo para los ojos,
también es sumamente expresiva y refinada.
- ¿Me va a invitar a salir? En su estado y sin el alta
médica no creo que podamos ir demasiado lejos – contestó bromeando la muchacha
–
- No se
burle, créame que me gustaría ofrecerle más que un vulgar piropo – aseveró
Damián mientras dimensionaba sus visiones por entre los botones y las
transparencias de la bata -. ¿Qué sabe de mí Diana?
- Debí
suponer que tanta lisonja tenía su costo – Sentenció la auxiliar un tanto
decepcionada –
- No
mal interprete. Digamos que es una pregunta excusa. Es cierto que necesito
ayuda para conocerme y creo que no hay nadie mejor que usted para desempeñar
ese cometido; le ruego que si la comprometo profesionalmente con mis
consultas olvídese del asunto.
- Juro
Damián que me encantaría colaborar en la búsqueda de su identidad – ratificó
Diana – pero tenemos vedada toda posibilidad de injerencia al respecto; eso es
competencia exclusiva del departamento de psicología de la Clínica. Además su
caso es demasiado complejo para que, como simples auxiliares, nos tomemos
ciertas libertades por fuera del tratamiento establecido. Compréndame, no es egoísmo
personal lo que moviliza mi actitud, se trata de ética profesional.
- Al
último que me habló de ética lo mandé al carajo Diana – inquirió fastidiado
Damián – , pero no se preocupe, cambiemos de tema rápidamente... ¿Soltera?
- Separada
– contestó la joven -. Desde hace tres años, y le confieso que un tanto
acobardada como para reiterar la experiencia.
- No
veo la razón. Es joven, bonita. No creo que le falten pretendientes.
- Depende
para qué. Además no soy tan joven como usted afirma. Considero que treinta y
cinco años son una buena medida para incorporar el tamiz como indispensable
herramienta de elección.
- ¿Hijos?
- No
pude y creo que eso afectó de modo irreversible la relación con mi esposo.
Parece que el hombre necesitaba una prolongación de su ser. No le alcanzaba con
compartir sus momentos conmigo – explicó la enfermera ciertamente acongojada -
- Lo
lamento. Oigo su relato inmerso en un ámbito de tristeza y no estamos aquí para
nostalgias. A propósito su acento y su estereotipo son bien caribeños.
- Soy
nicaragüense, emigramos con mi familia en tiempos de la dictadura de los
Somoza.
- ¿Vive
sola?
- Con
mi mamá, mi padre falleció hace diez años. Tenemos un departamento en el barrio
de Flores. Típica vivienda por pasillo, tiene patio y terraza. Si bien es
antiguo lo conservamos en muy buen estado, decorado con lozana elegancia. Ambas
disfrutamos mucho de estar en casa, en consecuencia, ponemos gran esmero para
mejorar su estética y atender su mantenimiento.
- ¿Flores?
– preguntó Damián –
- Lo
siento, no me va a engañar Lafinur. Es un barrio porteño. Más que eso no le voy
a decir.
- Veo
que es sumamente desconfiada.
- No es
desconfianza; temo que tengo determinados reflejos que condicionan mi conducta
debido a tantos años de ejercer como auxiliar de enfermería. Hay señales
universales que los pacientes reiteran más allá de un diagnóstico
específico.
- ¿Y
lejos de la Clínica y de su casa?
- Mis
amigos se fueron con la separación, creo que nunca supe diseñarme relaciones
propias. En ese sentido sospecho que él tenía razón; uno no puede ser solamente
lo que es capaz de atraer, es necesario buscar lo que se desea conforme
estéticas propias. Sin ir más lejos, hace pocas semanas creí en un nuevo y
repetido espejismo; corrí tras él como sedienta al oasis. Me agradaba
fascinarlo, seducirlo y encantarlo, pero no fue suficiente. Yo también
necesitaba ser cautivada; es raro, precisaba admirar a ese tipo y no me estaba
sucediendo. Temo que eso es lo que busco; fascinar sexualmente y si se quiere
primitivamente no sólo a quién me guste físicamente sino también a quién admire
desde la inteligencia.
- Le aseguro que doy fe por el veinte por ciento que me toca – interrumpió Damián -.
Es la tarea más sencilla y obvia; resulta imposible no ser atraído por usted. Y
hablo de un veinte por ciento ya que el ochenta restante, es decir lograr su
admiración, debe constituir lo más complejo del dilema. Me va a tener que
disculpar, debo confesarle que padezco un estado de excitación generalizado y
desprolijo, algo inmanejable que está conspirando malamente a favor de mis
dolores.
- Es
hora de retirarme entonces. Ha sido una hermosa charla pero ya estoy
arriesgando mi puesto. En ese sentido el doctor Valencia es inflexible.
- Desde
luego y gracias por haber cedido a mi capricho – aprobó el paciente -,
imagínese por un rato lo que ha significado para mí un domingo sin deseos de
suicidio.
- Todavía
no ha regresado íntegramente y ya está pensando en eso. No me defraude Damián,
trate de no ser vulgar. Me alegra haber aportado para evitar tamaña afrenta
intelectual. De ese modo usted mismo es quién está conspirando contra ese
ochenta por ciento de complejidad que le adjudica a la misión.
Un beso
en la frente por parte de la enfermera segundos antes de retirase del salón le
permitió examinar el descollante surco que proponían los senos de la dama; el
corpiño apenas si sostenía tamaña nobleza recordando en ese instante que debía
esforzarse para rememorar otros pechos y otros besos y otros deseos. Hacia el
final del domingo logró distinguirse trabajando en la central atómica en
soledad, completaba la geografía una consola manual, un ordenador personal, dos
teléfonos y un circuito cerrado de televisión. La estría en el muslo había
desaparecido y el supuesto accidente automovilístico de mediados de los noventa
carecía de presencia. Sus años universitarios recorrían los pasillos de la
facultad de ingeniería y no la de medicina como su evocación anterior lo indicaba.
Se percibía sometido a un pendular juego mnemónico con reglas propias y huellas
aleatorias. Sospechó que la sutil disminución en las dosis de los narcóticos
provocaba cierta confusión, imprecisiones varias y algún que otro desvarío.
Prefirió entonces no herirse y descansar; la sazón que dejó la reciente charla
con Diana intervenía como eficiente analgésico.
A
primera hora del lunes el doctor Valencia ingresó al recinto releyendo velozmente
las notas del fin de semana. Cuando Damián despertó se entretuvo observando que
el médico gesticulaba positivamente mientras avanzaba en la lectura del
informe. Un elegante bolígrafo a presión tildaba conceptos de manera
aprobatoria.
- ¿Buenos
días mi amigo, cómo ha pasado la noche? – Preguntó el doctor –
- Bien,
tranquilo, con mucho apetito.
- Pero
eso es fantástico. Nuestras conjeturas apuntaban que recién en noventa y seis
horas podría llegar a producir sensaciones de apetencia. Su recuperación es un
verdadero hito científico – afirmó Valencia –
- ¿Me
puede explicar qué me sucedió doctor? Ese es mi verdadero y urgente apetito
- Hoy,
apenas lo traslademos al sector de cuidados corrientes, comenzaremos
pausadamente con el tema. Y hablo en plural debido a que convoqué para la tarea
al doctor Camilo Giberti, médico psiquiatra y además psicólogo en jefe del
Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana. En una hora estará por aquí,
hace dos días que llegó a Buenos Aires y estuvo desde ese momento estudiando su
historia Clínica. Los cubanos poseen técnicas muy avanzadas en todo lo
concerniente a tratamientos para rehabilitación motriz, además de ostentar uno
de los sistemas más avanzados en medicina psiquiátrica. Para ellos no existen
enfermedades sino enfermos, en consecuencia cada tratamiento debe
personalizarse en función del historial y sus características. En conjunto
delinearemos el futuro de su recuperación.
- ¿Podría
desayunar algo específico y concreto? – solicitó Damián –
- Sólo
un té amargo con alguna galletita sin sal.
- ¿Un
caramelo, algo dulce?
- Sólo
un té amargo con alguna galletita sin sal – reiteró malhumorado Valencia –
- Si no
queda otra, acepto.
- En
instantes la enfermera vendrá con su desayuno.
El
paciente esperó por Diana con el mismo apetito que por su desayuno. La
simpática y veterana Ángela fue su reemplazo necesario. El ordenamiento por
turnos imponía una ausencia inesperada de modo que fue imposible reiterar la
excitación del día anterior. Disfrutó de su primer alimento tangible en meses
como si hubiera participado de una degustación gourmet. Los opacos y desabridos
sabores se hacían presentes a modo de ayuda memoria a favor de recordados
manjares catados en tiempos en donde las dolencias no eran tomadas en cuenta.
Comenzó a notificarse de la delgada estrechez existente entre la vida y la
muerte percibiendo que un segundo alcanza y sobra para protagonizar la
irrealidad. Pensó que valorar la vida no era algo tan cursi como creía y que lo
frágil y transitorio del devenir colaboraba para que tal premisa se cumpliera.
Se aferró inocentemente a un estúpido optimismo a caballo de la miserable
vianda y de una advenediza enfermera; conspiró contra sí mismo para chocarse
contra alguna contradicción que valiera la pena debatir; aguardó de buen modo
por la eminencia cubana que dé seguro le devolvería satisfacciones pasadas por
el solo hecho de haberse trasformado en un hito insoslayable de la ciencia
moderna. Esperó sin miedos; no recordaba el significado de tenerlos.
Pocos
minutos después de efectivizarse la mudanza ingresó a su nueva morada el doctor
Valencia en compañía del citado doctor Giberti. Ambos portaban rigurosa
formalidad profesional en su atuendo, un par de grabadoras manuales e idénticos
portafolios de línea europea.
- Damián,
el doctor Giberti está aquí para que juntos conversemos sobre su futuro. En
primera instancia creemos que está en perfectas condiciones físicas e
intelectuales para afrontar tanto su historia personal como su historia Clínica.
Toda su evolución la tenemos asentada como es debido en nuestros archivos; si
gusta lo invitamos a iniciar el recorrido.
- Avancemos
entonces – aseveró Damián –
- Como
es sabido – interrumpió Giberti con marcado acento centroamericano – usted se
llama Damián Lafunir, es argentino, soltero, cuenta con cuarenta y tres años de
edad, se desempeñaba como jefe técnico en la Comisión Nacional de Energía
Atómica, y está domiciliado en la calle Ramón L. Falcón 1577 en el piso quinto
unidad B de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Le aclaro que toda la documentación de su vivienda
está bajo guarda en la caja de seguridad de la Clínica. Tanto los impuestos
como las expensas están perfectamente al día y sin mora de ningún tipo. Este
material nos fue acercado por una persona que lo visitara asiduamente durante
las tres primeras semanas de internación, y de la cual hemos perdido referencia
poco tiempo después. Sobre la base del testimonio de esta persona pudimos reconstruir
su historia personal. Andrea Devita, de ella se trata, gestionó además que le
depositaran su salario en una caja de ahorros en el Banco Provincia. En la
actualidad usted se encuentra bajo el régimen de licencia por enfermedad con
goce de haberes. Los comprobantes sobre el estado de la cuenta, desde su
apertura hasta el día de hoy están juntamente con su documentación personal.
Semanalmente una persona de nuestra entera confianza pasa por su domicilio para
retirar todo tipo de correspondencia y realizar el aseo de mantenimiento. Si no
me equivoco usted la conoce; se trata de la señorita Diana Benítez, enfermera
de la institución y domiciliada muy cerca de su vivienda. Justamente esa fue
una de las razones para tal comisión.
- ¿Voy
demasiado rápido Lafinur? – Consultó Giberti –
- En lo
absoluto, ¿Tiene una foto de la mujer? – Preguntó Damián –
- Si
–afirmó Valencia -. Le solicitamos una a sabiendas que en algún momento podía
llegar a ser un vaso comunicante para su rehabilitación. De todas formas le
adelanto que se trata de una persona que frecuentó solamente durante los dos
últimos meses antes del accidente. Lo cierto es que prestó amplia colaboración
sin solicitar ningún tipo de contraprestación, consideramos que la situación la
superó y decidió abdicar. Era una joven muy distinguida y agradable.
- No la
recuerdo – Sentenció Damián luego de constatar la foto –
- Es
natural, no se preocupe. Además ella estaba casada y usted jugaba como su
amante ocasional. No era una relación formal. De todos modos evidenció una
nobleza sin precedentes ante nuestros requerimientos. Debía tenerle mucho
afecto – aseveró Valencia -. Ella nos informó sobre detalles de su vida, sus
padres, sus bienes y demás cuestiones. Además le cuento que es poseedor de un
vehículo marca Renault, modelo Megane, al que se le siguió la misma política de
mantenimiento y pago de tasas. Aquí le muestro algunas fotografías de sus
pertenencias. ¿Puede relacionar algo de lo visto?
- En
forma parcial – aseguró Damián – Tengo asociaciones desordenadas. Por ejemplo:
reconozco con claridad la identidad de mis padres, pero no puedo hallarme con
ellos. Cuando comienzo a elaborar trayectos y costumbres todo se vuelve
anárquico y desordenado.
- Excelente
– murmuró Giberti - le aseguro que en menos de setenta y dos horas
recobrará su pasado sin omisiones. Le propongo entonces esperar hasta entonces
para luego comenzar a diagramar su recuperación motriz. En ese momento le
explicaremos lo acontecido con su salud, el tratamiento realizado y cuáles son
nuestras expectativas futuras. Nobleza obliga aclararle que los gastos por el
mantenimiento de sus bienes corrieron por su cuenta. Los talones, vales de pago
y demás recibos están compilados con el resto de sus pertenencias. La señorita
Benítez llevó una prolija y ordenada contabilidad.
- A
propósito ¿Qué día es hoy? – Preguntó Damián –
- Dos
de diciembre de 1999 y estamos en la Clínica del Norte ubicada en el barrio de
Belgrano, Capital Federal – respondió Valencia –
- Así
que... ¿Quién gobierna?
- De la
Rúa.
- ¿Y
Chacho?
- Es el
actual vicepresidente debido a que perdió la interna – Contestó Valencia –
- Cagamos.
Yo sé lo que les digo.
- Extraordinario
– pensó Giberti – ha comenzado la asociación de sus suburbios.
- No
les digo. Los noventa se instalaron definitivamente – continuó Damián -, su
estela inmoral quedó grabada en cada ciudadano, gobierne quien gobierne. La
permanente justificación, la victimización como estatuto, maquillan a los
gestores para que la perversión del sistema continúe indemne. Cero política,
todo imagen.
Los
doctores recibieron tales comentarios con sumo beneplácito. El paciente no sólo
recordaba su pasado sino que además tenía opinión formada sobre él. Esto
potenciaba la creencia de una recuperación definitiva a corto plazo.
- Cambiando
de tema – sugirió Giberti -, le propongo coordine sesiones coloquiales con
Diana Benítez de forma tal entrenar su memoria y ordenar lo que aún percibe
borroneado.
- Será
un verdadero placer, se lo aseguro.
- En
tres día estaré de regreso – ratificó el cubano – para profundizar la
información sobre lo ocurrido y detallarle algunas pistas que me permitiré
aconsejarle para su rehabilitación definitiva. Le adelanto que si desea
recuperar íntegramente todas sus capacidades vaya pensando en una larga
temporada en nuestro centro neurológico de La Habana. Le aclaro que contará con
compañía permanente y será usted quién decida el recurso que lo escolte.
- ¿Y
podré regresar de la Isla? – cuestionó Damián con alguna prevención –
- Si no
encuentra una buena razón para quedarse...
La
explicación que de forma escueta y sencilla le proporcionaron los profesionales
lo confundieron aún más. Un supuesto desmayo en su oficina que no recuerda, una
infección concentrada en células del sistema nervioso central, la parcial
hemiplejía, la imperiosa necesidad de transplantar parte de la médula, un riñón
y el hígado, la pérdida total de la sensibilidad de los miembros inferiores y
quince meses en coma no le bastaron para considerarse respetado
intelectualmente. Se le detallaban consecuencias y tratamientos, todavía
ignoraba las causas para tales efectos. El detalle de la inserción de algunos
órganos clonados llamó su atención. Técnicamente adolecía de información
actualizada sobre el tema como para plantarse de cara a los galenos, de todas
formas comenzó a sentir incomodidades y a plantearse ciertos cuestionamientos
puntuales. Luego de la exposición de los facultativos las dudas se
multiplicaron exponencialmente quedando suspendido entre las hilachas de la
confusión. La desaparición de la cicatriz en el muslo de la pierna izquierda no
había sido mencionada y su diáfano recuerdo con relación a una facultad a la
que jamás concurrió tampoco fue tenido en cuenta. Pensó que su parcial carencia
de pasado permitía a los profesionales para manejarse de modo ilimitado,
sintiéndose solamente como un transitorio instrumento científico. Cuando uno
pierde la memoria le pueden hacer y decir cualquier cosa. Por el momento se
resignaba a disfrutar de sus lecturas y de los inmejorables momentos
compartidos con Diana. Cenas y almuerzos mejoraban en cantidad y calidad a
medida que los días transcurrían. La soledad del ámbito no era discutible por
lo que la privacidad le otorgaba licencias y antojos por los cuales no debía
rendir cuentas. Como auxiliar de enfermería Diana estaba acostumbrada a la
desnudez, Damián no. Frecuentemente y ante la presencia de la joven el paciente
manifestó naturales erecciones que invariablemente debían formar parte del
pronto despacho diario. Su genitalidad debía ser observada tanto como el resto
de los distritos, en consecuencia, Diana cumplía su tarea de modo eficiente
tratando de no mortificar el pudor del paciente. Con el tiempo la confianza
mutua hizo que las bromas y el doble sentido circularan con suma espontaneidad
escondiéndose bajo ese disfraz los deseos de instalarse libremente y de una
buena vez dentro de atmósferas eróticas en donde la inmanejable excitación
permitiera desnudeces con ropas adecuadas.
Estando
Diana de servicio en una de esas guardias nocturnas complicadas en donde todo
parece que ocurre al mismo tiempo ingresa a la habitación de Damián con el fin
de descansar por un momento luego del duro trajinar. Un par de accidentes en la
zona encontró ubicada a la Institución como primer auxilio disponible. Por esas
horas ya había pasado el vendaval estando todos los pacientes afectados
puntualmente medicados y profundamente dormidos. La Clínica volvía a mostrar su
cómplice y oscura gracilidad.
- Tengo
que viajar a Cuba para finalizar mi recuperación – comentó Damián – y me
permiten la compañía de una persona para auxilio, control y seguimiento. El
regreso depende de la evolución. ¿Le interesa el trabajo? Usted tiene mucha más
información sobre mí de la que yo mismo poseo, me interesa su personalidad, me
seduce su candidez y muy poco puedo agregar sobre lo ya mencionado con respecto
a su belleza. Diana quiero que sea usted quién me ayude a seguir tras mi
huella.
- Claro
que me interesa – exclamó la enfermera – pero no como un trabajo. Deseo y
celebro su propuesta. Usted Damián no es un paciente para mí. Quiero ser la
primera que acompañe sus pasos y anhelo con desmesura custodiar sus quebrantos
al momento que se produzcan, quiero que encuentre mis brazos al momento del
festejo por haber obtenido una conquista, y acompañar sus silencios cuando el
pasado regrese por sus fueros. De todos modos la decisión final depende que los
médicos libren la debida autorización y que mi madre acepte de buen modo ese
tiempo en soledad. Sospecho que a esta altura de los acontecimientos sabrá leer
en mis ojos que lo admiro profundamente y si mal no recuerda entenderá lo que
eso significa para mí. Como bien dice conozco detalles suyos que usted ignora,
es probable entonces que ni siquiera tenga la posibilidad de presumir por las
razones de semejante admiración.
Diana
Benítez retiró suavemente la sábana que cubría el cuerpo de Damián Lafinur; de
inmediato se abrió completamente la bata de manera altruista mirando fijamente
los ojos de su antagonista dejando claro que la ausencia de ropa interior
desautorizaba todo tipo de postergación. La omnipresente y generosa erección
exhibida le indicaba a la joven que el hombre necesitaba de su osadía. Los
labios de Diana se encargaron del resto abrevando de un material atesorado en
barricas de olvido durante quince meses. Bebió sus elixires luego de largos
minutos de constante atención, sintió la urgencia por poseer una porción de lo
que admiraba. Luego se entregó a las fantasías de su amado en consonancia y
acuerdo con los legítimos egoísmos que su propio cuerpo le exigía. Sus
orgasmos, egoístas y melindrosos cayeron como resultante, prepotentes,
inevitables.
Dos
semanas después y luego de haber ordenado trámites y documentación la pareja
partió hacia La Habana en vuelo directo de línea venezolana.
II
El
traslado en avión tuvo la extrema necesidad de un cóctel invadido por sedantes
y placebos. La Clínica testimonió su eficacia y profesionalidad diseñando en la
nave un compartimiento íntimo rodeado de tabiques y cortinados protectores en
procura de la privacidad que el paciente y la acompañante requerían. La silla
de ruedas se encontraba presta y a mano, algunas revistas de variedades y una
azafata de tiempo completo perfeccionaban la calidad del servicio. Durante las
doce horas de viaje no hubo lugar para la conversación. Diana prefirió que su
amado descansara tranquilo esperanzado por un regreso caminante y varonil. La
obligada parada en San Pablo por aprovisionamiento de combustible no modificó
en absoluto la rutina impuesta. La enfermera escogía soñar con extensas
excursiones en compañía de Lafinur, huyendo de las miserias cotidianas y
transformando el devenir en una fiesta inigualable. Tal como lo deseaba estaba
frente a quién admiraba profundamente y se observaba reconfortada por no haber
dilapidado tiempos en seres menores y primitivos. Luego de un apacible viaje
llegaron al aeropuerto de La Habana el 22 de diciembre, pasadas las seis de la
tarde. Los esperaban, al pie de las escalinatas de la nave, el doctor Camilo
Giberti, quién había adelantado su periplo, y una populosa comitiva
revolucionaria que se haría cargo de todos los trámites de ingreso al país.
Una
antigua y elegante limusina los depositaría de manera inmediata en las
instalaciones del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana, en donde un
representante del gobierno revolucionario los estaría aguardando para darles la
bienvenida en nombre del mismísimo Comandante Castro. Damián se dio cuenta, en
ese preciso instante, que su estancia en la isla tenía un correlato político
incuestionable, que su recuperación no era la esencia de tamaño despliegue y
que estaba incluido dentro de intencionalidades por ahora renuentes en
presentarse, incógnitas e instancias ajenas a su vida.
- Diana
¿Puntualmente qué es lo que decís admirar? – Preguntó Damián –
- Tu
enorme coraje – aseguró la enfermera –. La indomesticable valentía para
afrontar con dignidad lo que hubiese derrotado a cualquier mortal. Esa suerte
de desafío permanente a cierto determinismo histórico que no logra persuadirte.
Que te siga indignando depender a pesar que la vida te va con ello.
- ¿Qué
te parece todo esto?
- Me
afilio a creer en tu tesis, adolecemos de información; de todas formas debemos
priorizar nuestros intereses y abocarnos de lleno a tu completa rehabilitación.
Es algo que te urge y que nos urge como pareja.
- Espero
que con el transcurso de los días nuestras dudas iniciales se transformen en
certezas o cuando menos en indicios concretos. Será necesario en la misma
dirección que hagamos una lectura correcta de cada evento que el futuro nos
tiene reservado en la isla.
El
predio del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana se encontraba
ubicado en las afueras de la ciudad. Prolijamente parquizados sus alrededores
el edificio exhibía una arquitectura de dos plantas sobrias y funcionales. Sus
amplios ventanales aseguraban la natural luz de día y un equipo de
climatización central mantenía la temperatura del inmueble constante a
veintidós grados centígrados. Cómodos accesos, rampas, cinco ambulancias
preparadas para la contingencia y tecnología de última generación estaban al
servicio del ciudadano cubano sin costo alguno. No poseía guardia de urgencias
o similar. Era un centro específico que recibía pacientes para tratamientos
neurológicos concretos. Cualquier hospital de la isla tenía la opción de utilizar
sus servicios en el marco de un sistema de red médica perfectamente
diagramado. La planta baja del predio presentaba la administración y las
dependencias de rehabilitación propiamente dichas: gimnasios totalmente
equipados con maquinaria de alto rendimiento, piscinas climatizadas y seis
consultorios para kinesiología que incluían tinas y dársenas para saunas. En la
planta alta las habitaciones, en su mayoría dobles, presentaban generosas
medidas y elemental comodidad: baño completo, dos mesas individuales
multipropósito, una pequeña biblioteca con literatura latinoamericana y un
sistema de circuito cerrado que emitía música clásica durante las veinticuatro
horas completaban el listado de utilidades. Los acompañantes podían acceder
diariamente al dispensario portando la debida credencial. Diana poseía un
ambiente individual en el anexo que el complejo disponía a cien metros de
distancia, filial que había sido construida de ex profeso para aquellos
pacientes que vivían alejados de La Habana o para los extranjeros, ya que en
ambos casos la generalidad marcaba que arribaban con acompañantes. El natural
de la isla también gozaba gratuitamente del complejo adicional mientras que el
forastero abonaba aranceles a precios de hotelería internacional.
Damián
Lafinur era la excepción a la norma, así lo habían determinado las máximas
autoridades del Instituto en la persona de su director el conocido doctor
Camilo José Giberti en sintonía con recomendaciones efectuadas por el doctor
José Belisario Ulloa, Ministro de Salud del Gobierno Revolucionario. La gran
cantidad de norteamericanos desarrollando pasantías como el fluido inglés que
dominaban los profesionales cubanos fueron dos elementos que Damián observó
llamativos. Evidentemente en determinados substratos la relación de Cuba con el
país del norte colocaba al margen la cuestión ideológica a favor de la
excelencia científica; cosa que elevó aún más el muy buen concepto que tenía
Lafinur por el modelo socialista.
El
tratamiento de rehabilitación duró seis meses. En forma planificada y
equilibrada se fueron incrementando exigencias a medida que los progresos
evidenciaban certezas contundentes. Ciento ochenta días después de haber
arribado al Instituto el paciente deambulaba con normalidad, su memoria
funcionaba a la perfección y su sexualidad se desarrollaba en plenitud. Cada
semana de le efectuaban análisis de toda clase y especie que incluían cultivos
de herrumbres y monitoreos cardíacos y encefálicos, los ensayos físicos
demostraban claramente que su musculatura había recuperado la tonicidad con la
consecuente capacidad de respuesta ante la exigencia. Todas las variables
mostraban que la resultante no podía ser otra que el alta definitiva. Los
profesionales del complejo, sin embrago, convencieron a Lafinur para que prolongue
su estadía por un bimestre en condición de invitado. Deseaban presentarlo ante
el mismo Fidel Castro como caso testigo de modo evidenciar el grado de
excelencia de la Institución de modo solicitar con fundamentos una mayor
partida presupuestaria. Las gentilezas recibidas sumadas a la importante
inversión efectuada imposibilitaron cualquier tipo de negativa. De modo que
Damián, con prudente agrado, aceptó el convite no sin antes consultar con
Diana, obligándose ambos para colaborar con el doctor Giberti en todo lo
necesario para el logro del objetivo. A partir de ese momento su nuevo destino
sería el Gran Hotel América ubicado en las cercanías de Varadero.
Era
inevitable respirar cierta atmósfera pendular; por un lado sentirse inmersos en
una suerte de eterna luna de miel, por el otro, sospechar que determinados
sucesos que a uno le ocurren en la vida no son gratuitos. Si conocer la isla y
su proceso revolucionario significó para Damián una experiencia de difícil
mutación, no era menos cierto que vivir un proyecto en conjunto con Diana lo
tenía altamente comprometido. Ambos se encontraban con las fuerzas y deseos
suficientes para regresar a la Argentina e iniciar su historia personal en
aquellos ámbitos testigos de su formación.
Aún no
se atrevía plantear el tema a sus generosos anfitriones, acarreando la
prevención de ser mal interpretado o ser tomado simplemente como un individuo
ramplón y desagradecido.
Damián
sabía que Diana lo seguiría sin necesidad de explicaciones; Diana sabía que
Damián deseaba lo mejor para los dos, en consecuencia no había razón para
debatir dilemas inexistentes.
El
notorio enamoramiento por la digna pobreza de una Nación que continuaba
luchando en pos de paradigmas insustituibles abrumó el espíritu de Lafinur
merced a la visión de una realidad tangible y presente en cada kilómetro
cuadrado de la isla. El reconocerse efímero y egoísta ante el dolor ajeno le
entregó preceptos solidarios superiores y desconocidos en función de esos
mismos discursos declamados en otras latitudes. La vida, como concepto, tenía
entidad superior en tierra revolucionaria, siendo inevitable acordar con el
sistema más allá de lo perfectible.
Sin
embargo, poco a poco, en conversaciones recurrentes, sintió la necesidad de
exteriorizar su afán de retorno, al mismo tiempo que las autoridades médicas
cubanas captaron que nada se podía hacer al respecto. Fue momento entonces en
que el gobierno decidió instalarse definitivamente en tema e informar a Lafinur
sobre el complejo laberinto en el cual estaba inmerso y que de modo azaroso el
destino había bosquejado. Lo inimaginable develaría interrogantes y
contradicciones: un nuevo principio ante un nuevo, extraño e inconcluso final.
El
amplio salón de la casa de la revolución poseía un perfil colonial y moderado
en lujos. Un embaldosado rústico y geometría de damero era cortado en forma
transversal y simétrica por largos listones de madera prolijamente pulidos y
lustrados. Sillas individuales de época rodeaban a una pequeña mesa estilo
español de fines del siglo XVIII. Un importante sillón de tres cuerpos en la
cabecera indicaba ser el sitio hacia donde apuntar todas las miradas. Los
doctores Giberti, Ulloa y Valencia conformaban el trío del área profesional.
Éste último había llegado desde Buenos Aires pocas horas antes de la reunión.
El vicepresidente Raúl Castro y el Comandante Marcos Aguado, secretario del
partido comunista cubano constituían la representación política, Diana y Damián
aguardaban el comienzo del encuentro con marcado entusiasmo y nerviosismo. Sólo
faltaba la presencia del compañero presidente para comenzar la tertulia.
La
estatura histórica del momento erizó la piel de Lafinur. Estaba frente a un
capítulo imborrable y mítico del siglo XX. Una aventajada y notable figura
podía adormecer cualquier tipo de ambición individual. Estaba de cara al hombre
que supo embarrar sus propias comodidades a favor de plasmar una utopía
inconclusa; esa misma que habla de caminos. Como decía Silvio Rodríguez:
“Queremos tener la opción de equivocarnos nosotros mismos”... El de Moncada, el
de Sierra Maestra.
La
cordialidad en el abrazo y su gratitud, la ineludible mención del Che como
compatriota y la extraordinaria semblanza de un país lejano que conocía a la
perfección fueron el distinguido homenaje que el Jefe de Estado brindara al
visitante sin eufemismos ni vergüenzas burocráticas. Una vez convenientemente
acomodados los invitados dejaron de lado la emoción dando paso a lo relevante y
trascendente, era necesario comenzar a definir situaciones. El doctor Alberto
Valencia fue el primer disertante. Una caja de Montecristo número tres, cuatro
jarras de jugo de mango y una bandeja de frutos tropicales moraban en la
pequeña mesa de estilo a la espera del convite.
- Estimado
Damián, consideramos que llegó el momento de revelar algunos detalles que debe
contemplar a propósito de los legítimos y razonables deseos que tiene para
retornar a su Patria. En lo que a mí compete relataré los causales de su
internación y las técnicas terapéuticas aplicadas. Debe saber que las mismas
revisten carácter de secreto de Estado ya que no están homologadas por la
Organización Mundial de la Salud. Son procedimientos experimentales que nuestro
grupo de científicos han venido desarrollando a lo largo de la última década en
el campo de la genética. Usted llegó a nuestra filial de Buenos Aires
presentando un cuadro neurológico irreversible debido al contacto directo que
tuvo por más de diez años con elementos altamente contaminantes. Su sistema
nervioso se vio afectado en forma pausada y de modo constante durante ese lapso
por una suerte de goteo radiactivo que fue mellando sus células hasta
eclosionar, provocando que algunos de sus órganos vitales no fueran capaces de
sostener sus básicas funciones. Dicha sintomatología fue lo que provocó el accidente
cerebro vascular con el cual ingresó a nuestra Clínica. Cuadro que le ocasionó
un estado de inconsciencia absoluta y del que pudo salir gracias a la ciencia y
a la tecnología luego de quince meses de paciente atención. Le aclaro que la Clínica
del Norte y el Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana desarrollan
investigaciones en conjunto con el generoso aporte del gobierno revolucionario.
En consecuencia podemos afirmar que las dos entidades comparten un mismo
objetivo y poseen idéntica política sanitaria. Cedo la palabra al doctor
Giberti para aclaraciones técnicas específicas con respecto a su caso puntual y
fundamentalmente qué técnicas se aplicaron durante su largo período de
convalecencia. Le aclaro que debe entender que estamos hablando de biogenética
y clonación como bases del exitoso tratamiento.
- En
primera instancia le pido que no se asuste – aclaró Giberti -. Lo que en la
actualidad son procesos experimentales en un futuro próximo serán tratamientos
absolutamente instalados en el concierto de la medicina mundial. Lo cierto es
que por ahora los Estados Nacionales manejan con suma reserva y prudencia estas
investigaciones debido a que todavía los resultados no están avalados por los
entes internacionales que regulan y auditan la actividad. Trataré de ser lo
menos cientificista posible de modo pueda entender, en su total envergadura, el
alcance de lo realizado. Como bien mencionó el doctor Valencia hablamos de
biogenética y clonación. Puntualmente varios de sus órganos fueron rehabilitados
artificialmente fuera de su hábitat natural creando condiciones similares.
Dicho groseramente lo tuvimos que copiar mecánicamente. Luego se procedió a la
ablación de cada pieza colocando en su reemplazo otra compatible. Una vez
reconstituido y sanado el órgano artificialmente se le efectuó un nuevo
transplante de forma tal su cuerpo recupere la porción original sin toxinas
radiactivas. En su caso tanto el hígado como uno de sus riñones fueron
esterilizados disociadamente de su cuerpo y vueltos a constituirse una vez
efectuadas las pruebas correspondientes. Del mismo modo debe saber que los
reemplazos recibidos fueron piezas clonadas compatibles con la química de su
cuerpo. En la actualidad disponemos de un laboratorio o banco de órganos
mecánicos para el desarrollo de nuestras investigaciones. Sabemos que en la
actualidad este laboratorio es el único en su especie en el mundo y constituye
una suerte de arma estratégica que debemos preservar a como de lugar. Como verá
Lafinur usted, a la vez que ha vuelto de la muerte, incluye dentro de su
anatomía información trascendental y estratégica que toda la comunidad
científica desearía poseer transformándolo en un fenómeno para la disciplina,
sin tener que aclararle sobre los intereses económicos que siempre tienen los
laboratorios multinacionales.
- Damián
– interrumpió el comandante Aguado – ninguno de nosotros está cómodo con ésta
situación. En oportunidades nuestra sana intencionalidad de proyectarnos
científicamente a favor de la humanidad choca contra la voluntad de los seres
que amamos. De ningún modo deseamos limitar sus libertades individuales y menos
aún confinarlo a incomodidades injustas, pero ante tales circunstancias le
recomendamos analizar, junto a su compañera, la situación de forma global
entendiendo toda la operatoria que nuestros profesionales acaban de detallar. Sería
muy bien recibido por el gobierno revolucionario, gozará de empleo sobre la
base de sus talentos desempeñando funciones en organismo estatales, vivirán
conforme nuestro sistema y organización político-social, se le asegurará
ciudadanía cubana pudiendo formar parte de nuestro partido como simple
adherente o cuadro activo y finalmente gozará de plena licencia para viajar a
Buenos Aires o a cualquier lugar del planeta tomando las debidas prevenciones.
La supervivencia de nuestro sistema depende de factores que es probable todavía
no comprenda; sabemos y entendemos que no son cuestiones a imponer, pero éste
es el inevitable cuadro de situación. Usted tiene la palabra...
- Mire
mi amigo – sentenció el Jefe de Estado – sinceramente espero que lo piense,
compare y si puede, trate de quedar en la historia. De cara al futuro inmediato
la ciencia, la tecnología y el conocimiento son la base del poder. Las armas
por venir no disparan mísiles, disparan saberes esenciales y esos conocimientos
son los que nos permitirán a los pueblos oprimidos liberarnos de las potencias
hegemónicas. Usted es una biblioteca de ciencias andante y como tal un elemento que
contiene información trascendental tanto para nosotros como para nuestros
adversarios. Para finalizar Damián le diré que nosotros seremos una simple
consecuencia de sus decisiones.
La
limusina los condujo hasta la puerta del Gran Hotel América. No ingresaron
inmediatamente al complejo, prefirieron caminar un rato por la playa y sentir
el placebo del caribe en sus pies descalzos. Una sensación melancólica se
vislumbraba en el crepúsculo de La Habana; muesca provocada por el alerta
meteorológico que anunciaba uno de los tantos huracanes que con nombre femenino
suelen invadir a la isla por esa época del año. La promiscua sensación de
encierro y aire caliente, contradicciones mediante, Damián acababa de ratificar
que nada es gratuito, ni siquiera dentro del sistema ideológico por el que, en
otras circunstancias, hubiera jugado su vida. Ni la gratitud contaba por
entonces; se le imponían conductas más allá de su voluntad. Es probable que
hubiese preferido evitar el ingreso a ese laberinto, pero lo cierto es que
estaba dentro de él y gracias a eso aún respiraba, caminaba y hacía el amor con
la persona más bella jamás imaginada. Las palabras del comandante Castro y el
rugido de la rompiente se hacían concesiones alternando su atención, la mano de
Diana transpiraba mientras la soledad marina dejaba indemne el vacío
existencial que le sugería su borroneada realidad. Temiendo por sus sospechas
prefirió censurarse y no dudar de sus mecenas, trató, con la ayuda de Diana, de
hacer un curso intensivo de política internacional para comprender lo que en la
reciente reunión se dijo. No pudo. Su formación y su educación le impedían
ceder; se percibió como un cachorro hambriento de búsquedas y experiencias de
incierto resultado, ambas acarreaban el fatal aderezo seductor de un confuso
devenir. Así se lo dijo a su amada, no podía defraudar eso que Diana tanto
admiraba. Debía testimoniar su fastidio ante los barrotes de gratitud que
cínicamente diseñaron sin su autorización. Debía insistir y continuar tras su
huella...
III
La
mancha de sangre coloreaba la parte inferior del informe oficial que minutos
antes había sido entregado en mano por un importante dirigente del partido
comunista cubano en la habitación doscientos once del Gran Hotel América. El
cuerpo indefenso y solidario de Diana Benítez yacía en la cama con un certero
disparo en la sien; el arma, aún caliente, colgaba de su mano derecha. El breve
y lacónico impreso señalaba...
Compañera Diana Benítez Ruiz
Sabemos lo que significó para usted haber eliminado de forma definitiva, en
consonancia con nuestros protocolos oficiales, al prototipo registrado bajo la
nomenclatura Damián Lafinur. Acompañamos su dolor tomándolo como propio. Acaba
usted de proporcionarle un enorme servicio a la Revolución. Su actuación conlleva
la valoración de todos sus camaradas. Como consecuencia de ello se la asciende
al grado de Coronel siendo su nuevo destino la ciudad de Caracas en donde
continuará con el desarrollo científico de nuestras técnicas defensivas...
Hasta la victoria, Siempre...
Un futuro promisorio
El plan de fuga consensuado por el
grupo daba cuenta que nada quedaba por discutir. A partir de ese momento cada
integrante sabía lo que debía hacer ya que la suerte de todos iba a depender de
la eficiencia y el compromiso particular en la tarea encomendada.
El grupo que había decidido abandonar
aquel inmundo lugar estaba compuesto por cuatro convictos de poca monta,
escasamente peligrosos, acaso indignos para morar en tan recoleto mausoleo. Los
delitos que habían cometido Morletti, Calzada, Prospiti y Eyeramendi eran muy
menores con relación al nivel de rigurosidad que guardaba el sitio. Apenas un
par de robos, algún que otro timo y malos abogados habían determinado el
destino de los sujetos.
Morletti había sido atrapado in fraganti sustrayendo la cartera del
bolsillo de un septuagenario en una de las formaciones de la línea de A del
subte; Calzada y Prospiti, en sociedad, se dedicaban a “levantar” motos y
bicicletas de la vía pública, mientras que Eyeramendi era un vulgar estafador
que vendía puerta a puerta rifas inexistentes a nombre del Hospital Álvarez.
El cuarteto estaba incluido dentro de
la nómina que el sistema debía presentar anualmente a modo de justificar tanto
el presupuesto como su propia existencia. Enterados de la cuestión, por
comentarios de uno de los guardias, resolvieron intentar fugarse del lugar
sabiendo que la historia mostraba que ningún integrante de esa nómina había
podido cumplir su pena inicial debido a que puntuales provocaciones
intencionales extendían las sentencias por tiempo indeterminado. La política
del titular del centro de detención, director general Rafael Forresti, era
tener completo con convictos de escasa peligrosidad la capacidad del presidio
de forma tal no estar sometido a instancias de extrema complejidad. Hablamos de
un régimen muy duro desde lo laboral, incruento desde lo físico y compuesto por
personas de muy escasa respuesta. Forresti se percibía y se asumía como un
señor feudal cuyos límites penitenciarios le aseguraban una comarca que
manejaba a voluntad y con suma discrecionalidad. En el ámbito del hampa
constituía un mal menor cumplir la pena en dicho establecimiento, pero para los
que recorrían a diario sus entrañas la cuestión resultaba insoportable.
La idea madre de la fuga se basaba en
la sencillez. La simpleza en el operativo debía ser cuestión esencial de modo
las autoridades recién pudiesen observar las ausencias luego de varias horas de
ocurridas. Nada de túneles, huecos o huidas cinematográficas, menos aún encender
alguna chispa esperanzadora sobre el resto de los convictos. Lisa y llanamente
salir a la luz del día por uno de los linderos del establecimiento y tomarse el
colectivo de línea que por recorrido paraba junto frente a la entrada
principal.
Debían tener en cuenta dos detalles:
El primero ser incluidos dentro de la nómina de convictos encargados para
llevar a cabo las obras de cordón cuneta en el sector sur del penal, parcela
vecina a la avenida por donde circulaba el autobús, y como segundo punto estar provistos de la
tarjeta SUBE para abonar el pasaje del colectivo sin levantar las mínimas
sospechas, tanto del chofer como de los pasajeros. Este insumo era de sencilla
gestión dentro del propio antro. El resto era una simple cuestión de
oportunidad.
Meses de vivir en ese infierno les había
permitido percibir costumbres y hábitos tan arraigados en los guardias como en
las mismas autoridades. Por ejemplo y acaso la más notoria era la subestimación
que tenían por los internos. Cada vez que un grupo de treinta o cuarenta
reclusos desarrollaban labores de mantenimiento en los patios exteriores, el
cuerpo de centinelas se apostaba en un costado, bajo reparo, para jugar a las
cartas, generalmente el tute y el mus eran los juegos escogidos, siendo usual
que acompañaran la velada con una importante dotación de botellas de gaseosas.
Esto lo hacían confiados en la atenta mirada de sus colegas ubicados en las
torretas. Ocurre que por un defecto de construcción, oportunamente descubierto
por Eyeramendi, las torres tenían parcialmente vedada la visión del sector sur.
En realidad para que dicha particularidad se transformara en beneficio era
necesaria la inestimable colaboración de la pereza del centinela. Para lograr
disimular la perspectiva el guardia debía regularmente hacer un esfuerzo
adicional con el cuello y con sus piernas y así tener una visión completa de la
parcela, empresa que ninguno de los encargados del mangrullo estaba dispuesto a
realizar. De modo que el trámite era sumamente sencillo si el cuarteto lograba
apostarse en los lugares convenientes.
El secreto era tratar de ubicarse en
los cuatro últimos lugares de la fila que normalmente se organizaba para
realizar las labores e ir desapareciendo de uno en vez, cual fuga de
restaurante para evitar la adición, en la misma medida que en el horizonte se lograse percibir el arribo
del colectivo de línea. Tener cortado el alambre era de exclusiva
responsabilidad del último componente de la cuadrilla. El plan requería de
templanza y extrema paciencia. El último, el anteúltimo y el penúltimo de la
hilera – primero, segundo y tercero en orden de fuga - debían exagerar sus sigilos de modo
asegurarle al cuarto la suficiente tranquilidad para poder desafiar la tarea
ahorrándose los seguros arrebatos que de modo previsible intentarían insinuar
sus compañeros. Para ocupar este puesto en la grilla se ofreció el propio
Eyeramendi, acaso quién más estudió la geometría plana y espacial del lugar y
su relación con la perspectiva de los atalayas, asumiendo que de complicarse el
proyecto él se encargaría personalmente de licuar todo tipo de entusiasmo de
sus compañeros a favor de una próxima oportunidad en la que seguramente lo
tendría ubicado en la pole position.
Prospiti sería quién debía trabajar con el alicate, instrumento que ya tenía en su
poder y que fuera adquirido dentro del mercado interno al módico precio de tres
revistas Libre de la década del ochenta que Calzada atesoraba desde sus tiempos
adolescentes. De ese modo se aseguraba no sólo el primer lugar y todo el
nerviosismo, además podía revelarle al resto el camino correcto para no ser
descubierto. El mencionado Calzada sería quién lo secundase mientras que el
carterista Morletti iría en tercer lugar. A este le tocaba la enorme función de
esconder las herramientas de sus antecesores y la propia, de modo instalar la
duda por un buen rato en cuanto a la cantidad de hombres que se hallaban
trabajando en la obra. Eyeramendi debía encargarse de la suya.
Imaginaban que una vez logrado el
objetivo cierto ambiente de confusión ganaría el espíritu tanto de sus
compañeros como del cuerpo de centinelas, desconcierto que seguramente contaría
con el silencio cómplice de la cuadrilla.
De acuerdo a la información que
poseían en una semana comenzarían las tareas en el sector sur. Todavía quedaba
tiempo para acordar que sería del futuro luego del escape. El debate aún estaba
abierto. Mientras Prospiti, Eyermanedi y Calzada eran partidarios de abandonar
el país vía la triple frontera y armar una suerte de pequeña organización
dedicada al contrabando, Morletti mantenía sus dudas debido a que no deseaba
complicar a su amada Inés en cuestiones delictivas. Los tres primeros carecían
de prole y afectos, de modo que para ellos cualquier proceso migratorio era
posible. De todas formas a Morletti se le presentaba la disyuntiva de su
supervivencia. El inmediato estatus de fugitivo que estaba pronto a recibir lo
instalaría dentro de una situación muy complicada para afrontar la vida, en su
fuero íntimo estaba convencido que Inés sabría comprender la situación, de
todos modos sea para finalizar la relación en buenos términos o para
continuarla en otras latitudes la decisión les competía a ambos.
Prospiti, Eyeramendi y Calzada
propusieron que luego de la fuga el punto de encuentro debía ser la estación de
micros de Liniers de modo tomar el primer servicio disponible que los lleve
hasta la triple frontera. Inés sería el nexo que los estaría aguardado con el
dinero suficiente para la adquisición de los boletos. Este monto debía ser reunido
por la pareja de Morletti según previas indicaciones de la caterva. La elección
del lugar se soslayó a propósito de cierta laxitud que sabían existía en cuanto
a controles policiales y cuestiones por el estilo. Además el colectivo de línea
que debían tomar luego de cruzar el alambrado del penal los aproximaba en
cercanías de dicha terminal.
Morletti propuso que directamente se
encuentrasen en la iglesia de San Cayetano, distante dos cuadras de la estación,
cuestión que apenas fue mencionada quedó desestimada gracias a un áspero debate
debido al marcado agnosticismo que guardaban los tres restantes componentes del
grupo. Hasta el mismo Prospiti llegó a considerar que todo acercamiento a los
dominios de los cuervos incluía una importante dosis de mala fortuna por fuera
de la buena fama que portaba el santo.
Una vez definida la estrategia y el
destino final, sólo restaba confiar ser incluidos en la nómina de trabajadores
y reservarse las cuatro últimas ubicaciones en la grilla. Cada uno de los
integrantes ya había acopiado un buen caudal de monedas de un peso para evitar cualquier sorpresa ante un posible aumento tarifario que excediese el crédito que poseían en la SUBE.
Los días posteriores no mostraron
grandes novedades, la incertidumbre los colocaba en lugares desconocidos. Eran
los cuatro o ninguno, no había tiempo para improvisar alternativas. Cuando
llegó la información sobre la nómina completa de la cuadrilla que se encargaría
de la obra la tranquilidad volvió a visitar el recinto carcelario exclusivo que
compartía el cuarteto. Por ahora todo estaba de acuerdo a lo planificado.
Acordar por los lugares habría de dirimirse in situ, para ello deberían contar con la buena voluntad de sus
compañeros, cuestión que todavía no había sido debatida. El tiempo de obra
oscilaba en los diez días si el clima acompañaba, de modo que tenían un rango
razonable para elegir el momento adecuado para efectivizar al plan.
El grupo consideraba que luego del
tercer día el movimiento estaría ordenado ingresando en una atmósfera rutinaria
altamente previsible. Observaban a la sexta jornada como la más ajustada para
llevar a cabo la evasión. Según sus datos dicha etapa caería un jueves, de modo
que al ser día laboral la posibilidad de mimetización sería mucho mayor, además
de contar con menores intervalos de tiempo con relación a la regularidad del
servicio de colectivos. Ya tenían estudiado que de lunes a viernes el
movimiento proponía un coche cada diez minutos, los sábados uno cada veinte,
mientras que los domingos uno cada media hora.
Recibieron la confirmación que las tareas comenzarían el sábado dos de octubre
a las ocho de la mañana. Tal lo previsto, cuando llegó el día, la cuadrilla
compuesta por veinte convictos fue ordenada conformando una hilera única en
paralelo al alambrado del sector sur. Lograr la ubicación deseada fue más sencillo
de lo sospechado. Subrepticiamente y con suma lentitud se instalaron en sus posiciones sin que
mediaran discusiones ni conflictos. De modo que Prospiti portando su alicate
cerraba el rosario, siendo sus antecesores Calzada, Morletti y Eyeramendi en
orden creciente.
A tres horas de comenzar con las
tareas de zanjado de lo que sería la futura calle lateral, los guardias ya
habían instalado bajo la sombra que delineaba uno de los pabellones su mesa de
juego, colocando sobre esta, cajetillas de cigarrillos a discreción, botellas
de gaseosa y varios paquetes de barajas; cinco cajones cumplían la función de
taburetes completando de esa forma la geografía del recodo. Para la ocasión
también incluyeron un mazo de cartas francesas, cosa que resultaba toda una novedad.
Luego del primer día y de acuerdo a
los cálculos de Eyeramendi el operativo debía llevarse a cabo por la tarde,
entre las dos y media y las cuatro y media. Durante es tiempo los centinelas
movilizaban su mojón cinco metros para no recibir de manera directa los rayos
del sol. Por octubre el calor ya exhibía marcada hostilidad. Ese imperceptible
traslado les impedía observar de manera clara el final de la hilera; para ello
debían dejar de prestar atención al juego y practicar un cogoteo continuo y ciertamente
incómodo. El perspicaz diagramador pudo constatar que durante esas dos horas
circularon por la avenida seis servicios con destino a Liniers teniendo en
cuenta que era sábado, dando por descontado que el día de la fuga serían doce
las posibilidades tangibles para aprovechar. El margen de acción era
importante.
El tercer día Prospiti ya había dado
cuenta del alambre. Escogió un sitio en donde la tensión de la red cedía
notoriamente debido a que logró localizar un defecto de instalación. Un corte
vertical más el juego que provocaba la distensión permitía que un cuerpo
mediano, como el de ellos, pasase sin inconvenientes hacia el exterior. Ocho
metros separaban a cada encausado de modo que debían cubrir los espacios de
forma tal no hacer evidente la falta de uno y al mismo tiempo permitir un
acercamiento solapado a los restantes integrantes del grupo que estaban más
alejados de la libertad.
El martes ya tenían completa
información sobre el ciclo horario de los colectivos habiendo acordado que cada
uno se haría cargo de sus herramientas modificando levemente el plan original.
El miércoles llovió con bastante intensidad, nuevamente la incertidumbre
provocó que el nerviosismo visite la celda que compartían. Inés sabía que si el
jueves no veía a ninguno de ellos en la terminal debía acudir al día siguiente
y así sucesivamente.
El jueves amaneció con primaveral
plenitud. La mañana reiteró su rutina como si la tormenta del día interior no
hubiera existido. Luego del almuerzo la cuadrilla se dispuso a continuar con su
tarea, obra que mostraba un grado de avance bastante respetable. Prospiti
abandonó la hilera sin que sus compañeros se den por enterados. Recién se
dieron cuenta cuando observaron al hombre instalado en la garita, con la mano
extendida, aguardando la llegada del colectivo que parsimoniosamente ingresaba
por la isla lateral de la avenida, saliente diseñada de ex profeso por el
municipio para no entorpecer el transito. La profusa vegetación lindera al
alambrado mimetizaba aún más cualquier presencia humana; el primero de los
encausados había logrado partir, el paisaje no exhibía modificaciones
substanciales. Cruzar la autovía desde el penal hasta el parador era todo un
desafío. Si bien existía un semáforo promediando la isla mencionada, los
cincuenta metros de distancia que la separaban del ingreso principal al
establecimiento no dejaba de ser una provocación cargada de adrenalina. Por
suerte no era política del correccional la uniformidad en la indumentaria,
Forresti entendía que la calidad de los moradores del penal no ameritaba tal
formato disciplinario, de modo que cualquier interno podía disimular su
presencia sin inconvenientes fuera de los límites del alambrado. Quince minutos
después Calzada repitió la conducta de su antecesor optando por dejar pasar el
primer colectivo ya que se trataba de un servicio diferencial; al desconocer la
tarifa prefirió aguardar por el siguiente autobús, el cual arribó cinco minutos
después. Todavía no se había perdido de vista el colectivo de Calzada cuando
Morletti se encontraba pronto para cruzar la avenida. El trámite no presentó
mayores contratiempos. Eyeramendi quedó como último integrante de la hilera
esperando por su momento. Sus tres compañeros, en viaje hacia Liniers, sabían
que en él descansaba la tarea más compleja debido a lo inseguro de su
ubicación.
Por suerte y para la tranquilidad del
trío el encuentro en la terminal resultó tal cual lo planificado. Luego de las
sonrisas y los obligados comentarios sobre cada una de las travesías decidieron
sentarse en uno de los bancos públicos linderas a las boletarías a la espera
del arribo de Eyeramendi y de Inés. Para ese momento ya tenían confirmados los
horarios de los servicios y el precio de los pasajes. No había necesidad de
sacarlos con anticipación, por esas fechas el movimiento en dirección a la
triple frontera era considerablemente exiguo.
Por entre la muchedumbre perciben que
Inés venía caminando hacia ellos escoltada por seis caballeros de misteriosa
traza. Uno de ellos era Forresti. Al darse cuenta de la situación intentan
distinguir alguna vía de escape, cosa que es desestimada de inmediato al
percatarse que todas las salidas estaban obturadas por recursos oficiales. Sin
posibilidades de resistir y ciertamente azorados por la situación decidieron
aceptar el devenir de los acontecimientos.
-
Cómo les va, los estábamos esperando – sentenció con marcado
cinismo Forresti - Eyeramendi no nos defraudó. Con la sanción que les va a
caber por haberse evadido tengo completo el cupo del penal por una década. Voy
a poder rechazar a cuanto reo peligroso intenten enviarme
-
¿Vos Inés? – se lamentó Morletti –
-
Yo no tuve nada que ver mi amor – respondió la muchacha -.
Cuando me interceptaron uno de los policías me informó que Eyeramendi negoció
la entrega de ustedes a cambio de cumplir su pena con prisión domiciliaria
-
No se preocupe Morletti – aseguró Forresti -, la señorita
apenas va a tener que afrontar una causa menor, estimo que excarcelable, debido
a que su delito no se consumó
-
¡Qué pedazo de hijo de puta! – lanzó al aire Prospiti –
-
Disculpe Prospiti – interrumpió Forresti -. Eyeramendi será
lo que será pero ustedes son realmente muy pelotudos. Cómo se les puede ocurrir
verosímil fugarse de un presidio con tamaña facilidad. Sospecho que diez años
más de pena no está nada mal para tamaña muestra de banalidad. Me llama la
atención tanta candidez. Lo de ustedes fue ramplonamente panglossiano.
-
¿De qué mierda habla?. Váyase al carajo, Forresti no me venga con Voltaire – agregó Calzada -.
Deje de dar vueltas y basta de tomarnos por boludos, no sea pedante. Volvamos
al penal que tenemos trabajo por terminar. ¿Ya pensó cómo va a reemplazar a
Eyeramendi?
-
Buena pregunta Calzada. De ella se desprende que usted es la
persona más adecuada para sustituirlo, el problema es hallar otro recurso con
la suficiente ingenuidad para ocupar su lugar – sentenció Forresti –
-
No lo entiendo – replicó Calzada –
-
Olvídelo Calzada, veo en usted un futuro muy promisorio
mientras yo siga estando al frente del establecimiento. Andando, todos al
camión...
Colegio
San José de Calasanz
Piedad y Letras (1978-1979)
Colegio
San José de Calasanz - Piedad y Letras (1978-1979)
La Pedagogía del Cura Clemente
Retrato de un Falangista
El Cura Clemente Sáenz era
demasiado complejo para nosotros; una caterva de adolescentes mediopelo,
optimistas y soberbios, sapientes de todas las respuestas y mañas conocidas.
Porteños de pura cepa, orgullosos portadores de un código nunca escrito que
laboraba a modo de manual: El Mono, el Monje, Juano, Cacho, el Tano, el Milico,
el Gordo y quien suscribe Salita. Eximios billaristas a fuerza de quemar
tiempos por lecciones no estudiadas. Los salones de San Juan y Boedo eran lugar
de encuentro cuando la cosa pintaba a evaluación; de todas formas algo de
conciencia había, ya que cada uno de nosotros tenía una o dos asignaturas como
caballo de Troya, de modo asegurarnos que la ausencia no fuera total, buena
instancia para que la gavilla no recibiera la calificación de asociación
ilícita; cosa que realmente era.
De valentías inexistentes y
picardías carentes de intelecto transitaban aquellos tiempos de arrogancia; el
conocimiento distaba de ser un apetito y todo lo concerniente al fraude y la
ventaja formaban parte del pensamiento recurrente.
Dentro del grupo convivían tipos
de variada laya y formación. Los había fieles y comprometidos asistentes
a la Acción Católica, tanto el Mono como el Monje sostenían con firmeza los
valores indivisibles de la cristiandad. Juano, Cacho y el Gordo odiaban la
distracción que proponía la religión, el deporte y toda aquella inversión de
tiempo y esfuerzo que les privara de la obtención de alguna renta monetaria
adicional; mercantilistas por excelencia eran tipos inteligentes con fines muy
bien determinados; de escasos escrúpulos cada acción llevada a cabo a favor de
terceros tenía su escala de valor, según riesgo y trajín. Creo no equivocarme
al afirmar que eran los tipos más preparados para afrontar el devenir. El Tano
era el sujeto serio y formal, cara visible y negociadora ante una posible
sanción. Dialoguista, elegante, pulcro y erróneamente considerado por el cuerpo
docente institucional descansaba cómodamente en un colchón conceptual elevado
que supo construir durante los primeros años del secundario. El Milico era un
fiel reflejo de la época. Tahúr de singular destreza, buscavidas, amante de la
corruptela, insolente y seductor a la vez. Exponía sus credenciales castrenses
ante la mínima sensación de peligro. Hijo de un honesto y timorato mayor de
Gendarmería, abusaba de su condición a espaldas de la nobleza que este
ostentaba orgullosamente. Corría el año 1978 y recuerdo haberle escuchado
afirmar que su padre estaba perdiendo la oportunidad de su vida por no
participar de las mieles y ganancias del partido militar. Quién suscribe se
mostraba como un ególatra venido a menos. Con marcada inclinación hacia el
deporte, representaba al Colegio en Fútbol, Rugby y Atletismo, además destacaba
por ser un incipiente lector, y con permanente compañía femenina daba por
sentado que la vida adolecía de fórmulas certeras para su satisfacción.
Ocho individuos elementales,
fronterizos en un ámbito educativo dominado por el dogma que imponía la Orden
de los Escolapios. A sus corrientes compromiso de castidad, pobreza y
obediencia, dicha cofradía, añadía la formación y la educación como preceptos adicionales. La Orden había sido fundada justamente por el Santo Patrono San José
de Calasanz en el siglo XVI a favor de la inclusión de los desvalidos. Escuelas
Pías fue su categorización fundacional. En nuestro caso estamos precisando un
marco privado, oneroso y contenedor de las clases más acomodadas de los
porteñísimos barrios de Caballito, Almagro y Flores.
El Cura Clemente Sáenz era la
cabeza institucional de la organización. Además de ser el Rector, oficiaba
además de Profesor de Religión, Teología y Literatura.
En sus españoles tiempos de
seminarista había formado parte activa de la falange franquista como oficial
superior en el marco de las ejecuciones. Era quien se encargaba, oración
mediante, de dar el tiro de gracia en las fosas comunes que de ex profeso se cavaban
detrás de los condenados.
Su personalidad estaba sellada
por aquella impronta antiliberal ostentando marcada repulsión hacia los ideales
republicanos y democráticos que durante la primera mitad del siglo XX ardían a
modo de necesidad universal. Tradición, familia y propiedad eran sus parámetros
y paradigmas. Ejercía la censura y la discriminación sin eufemismos. En sus
clases de literatura hispanoamericana escritores como García Lorca, Hernández,
Machado, Alberti, Borges, Cortázar, Sábato, Bioy Casares, Marechal, García
Márquez, Juan Rulfo, Vargas Llosa y Neruda eran sujetos susceptibles de ser
ignorados por completo. De modo despectivo los calificaba como “liberalitos”
muy bien publicitados y totalmente alejados de la matriz que prohijaban a las
artes consagradas.
Durante el año lectivo los
Cantares de Caballería, el Siglo de Oro Español, y algún que otro autor de
finales del siglo XIX era motivo de relato y atención. Temática bellísima a mi
entender pero escasa a la sazón de la multiplicidad existente. Para el Cura
Sáenz el Facundo y el Martín Fierro no merecían estudio y la poesía urbana de
Manzi, Discépolo o Carriego, debían permanecer en los márgenes del arrabal.
Así y todo, en lo personal, lo
considero como el principal responsable de mi amor por la literatura en sus dos
facetas: como apasionado lector y como irreverente escritor. Su odio visceral
hacia todo lo que nos ocultó motorizó, junto a su técnica pedagógica, una
formidable contracción a la curiosidad y al interés por las obras de aquellos escritores
ignorados. Recuerdo que por entonces andaba de un lado para el otro con Gracias
por el Fuego de Mario Benedetti; contaba con dieciséis años y mucha
desinformación sobre la contemporaneidad. Poco sabía del escritor Oriental, su
compromiso político-militante y de las persecuciones de las cuales era objeto.
Lo cierto, es que a poco de comenzar el año lectivo la Profesora de Francés me
convocó para conversar en privado. La joven docente era bastante feúcha, por lo
que tuve que soportar las cargadas y zonceras de la cuadrilla que me rodeaba.
Olga, así se llamaba, no debía
superar los veinticuatro años y dado que estaba bastante al tanto de la cosa me advirtió que
era conveniente tratar de ocultar el libro, no sólo por la ebullición social,
sino también porque el Rector era muy resoluto para eliminar todo texto de
temática comprometida. Recuerdo que me dejó en claro su admiración por
Benedetti, pero que estábamos inmersos en un momento de algidez y desencuentro,
que todo se hallaba desnaturalizado, que ser libre de pensamiento y elección
constituía un verdadero riesgo.
Me recomendó que lo forrara y que
lo siguiera leyendo, y a la par me sugirió un par de títulos de autores que por
entonces me resultaban absolutamente desconocidos. Un tal Giovanni Papini y un
tal Miguel de Unamuno. Respecto a este último, al enterarme que era español, se
me ocurrió consultar con el Cura Clemente sobre algún título por donde valiera
la pena ingresar a su mundo literario. El tipo ni siquiera registró la
solicitud. Un categórico “deje con eso” fue suficiente para no insistir con el
tema. Ese fue el último contacto personal que mantuve con él hasta que tuvo la
obligación de entregarme el diploma de Bachiller. A propósito, viene a mi
memoria que durante el mismo acto de promoción y estando prontos a partir rumbo
a un boliche para festejar el evento se me acercó y me preguntó, muy
seriamente, si todavía seguía interesado en Miguel de Unamuno, a lo que le
respondí afirmativamente. De inmediato sacó un pequeño papel doblado que tenía
en el bolsillo de la sotana y me lo entregó. Agregando, que tuviera mucha
suerte y que nunca dejara de leer. En el papel decía “Del Sentimiento Trágico
de la Vida, Miguel de Unamuno – 1912 – Editorial Losada. Si no lo puede comprar
hay varios ejemplares disponibles en la Biblioteca Miguel Cané. Está ubicada en
Carlos Calvo entre Avenida La Plata y José Mármol.
Pedagógicamente el hombre era
inigualable. Durante los cuarenta minutos que duraba la clase de literatura el
Rector nos enseñaba los clásicos mediante la dramatización y el humor, fuera de
su declamado y pronunciado fascismo era un tipo sumamente locuaz y entretenido.
Su calificación final era la resultante del promedio de las dos evaluaciones
que tomaba; de ese modo segmentaba el bimestre en dos porciones bien definidas.
Para cada prueba preparaba dos extensos temas que incluían no menos de seis
puntos a desarrollar. Era ciertamente impracticable, en cuarenta minutos,
completar la totalidad de la evaluación. Sin embargo, con presencia del fraude,
todo el alumnado lograba completar la encomienda. Las calificaciones eran tan
elevadas como insólitas. Convencidos de nuestra astucia, considerábamos el
artificio como un hallazgo contenedor de sagacidad e inteligencia. El Cura
Clemente Sáenz era demasiado para nosotros y nosotros no supimos leer que al
frente de la clase había un tipo que nunca nos quiso gatillar, tal como hacía
en sus tiempos de seminarista y militante falangista.
La cosa era así...
El misionero tenía como rutina
avisar con bastante anticipación el día y la temática de la evaluación. Como
mencioné, ésta última no era otra cosa que todo lo visto hasta el momento.
Incluía biografías, movimientos literarios y el desarrollo de obras varias. El
hábito comprendía la preparación anticipada de ambos temas los cuales colocaba
entre las hojas de su Biblia personal. Esta certeza no contaba con refutadores.
Desde sus comienzos al frente de la cátedra, Sáenz, guardaba los mismos usos y
costumbres, como consecuencia de ello el fraude contaba con la impunidad que
marcaban los años y el éxito obtenido. Sólo había que hacerse con un duplicado
de las llaves de la Rectoría, de forma tal, aprovechar sus cotidianas ausencias
dedicadas a la oración, y con la debida antelación, ingresar a su oficina,
copiar los temas y negociarlos con el resto del alumnado. Lo usual, por parte
de cada estudiante, era completar ambas temáticas para evitar azarosas
incomodidades. El día de la evaluación, bajo cada pupitre, estaría ordenado el
material didáctico pronto para ser entregado de modo definitivo. Coronar con
satisfacción esta operación requería mucha inversión intelectual debido a lo
extenso del cuestionario. La data cubría no menos de tres hojas, de modo que el
trabajo de copia se transformaba en una verdadera lección inconscientemente
aprehendida. Durante los cuarenta minutos de clase la puesta en escena y la
simulación formaban parte de la crónica. El Rector caminaba entre filas leyendo
sin levantar la vista procurando mantener el orden con su sola presencia. Cinco
minutos antes de finalizar la hora cada alumno operaba su cambio de acuerdo al
tema que le tocó en suerte, para luego depositar la prueba en el escritorio del
sacerdote. Básicamente un trámite. A la siguiente semana las calificaciones
eran un lujo desmedido y ufanarse por ello constituía la mayor de las
utilidades.
La caterva poseía muy bien
aceitado el mecanismo. El impecable e insospechado Tano era quien preservaba
las llaves en su poder. Tuvo la misión, en cuarto año, de negociar con los
mayores de quinto un duplicado. Desde ese momento su rol de cancerbero se
mantuvo firme y sin protesto por parte del resto de la gavilla. El Milico era
quien accedía a las oficinas del Rector mientras el Mono y el Monje actuaban
como asistencia externa ante un posible e inesperado regreso del Cura. Los
cuatro restantes oficiábamos como simples cobradores de aquellos compañeros que
quisieran disfrutar de la prebenda. Convengamos que el precio variaba y rara
vez se realizaba en efectivo; algún pucho, un especial de salame y queso, una
gaseosa, un café o una porción de muzzarella al paso era suficiente
contraprestación por el riesgo. En definitiva eran compañeros, el abuso no
estaba bien visto.
El efectivo se solía recaudar a
costa de favores hacia alumnos de otros cursos. Lo que más cotización portaba
eran los partes de asistencia con su respectivo sellado original, ya que dicho
documento sólo tenía validez por un módulo determinado, en consecuencia el
volumen mensual superaba largamente cualquier otro ingreso. Se extraía el
verdadero del libro de temas dejándole al Profesor entrante el falso con la
inclusión del nombre del interesado. Dicho parte era revisado por el Docente, y
dando por sentado presencias y ausencias, comenzaba con su clase. Finalizada la
hora y una vez que partiera el Profesor el farsante regresaba de su refugio
volviendo a colocar la papeleta original, procediendo inmediatamente a la
destrucción de la falsa. Aquí el sitio de estancia o escondite dependía del
talento de cada alumno y el riesgo que estaba dispuesto a asumir. El baño
estaba ligado a la vulgaridad. Quien buscaba ese sitio era caracterizado como
indeciso, poco aventurero y hasta timorato. Permanecer sentado en un inodoro
durante cuarenta minutos contenía visos impresentables. Además se corría serios
peligros de tener que sobornar al Preceptor de turno, humanoides siempre
inquietos en pos de especular con las ventajas que otorgaba el cargo. Los más
jactanciosos partían del edificio con la anuencia del Portero Ramón; sujeto
fácilmente adquirible e irresponsable, dueño de sus silencios a módicos
precios, estando presto a negociar un duplicado de las llaves de la puerta
principal ante el mejor postor. Así, los bares de los alrededores daban
gustosos su bienvenida.
Ciertamente los más audaces eran
aquellos que permanecían dentro del Instituto, en sitios que por obvios
resultaban más que insospechados: la mapoteca, el gimnasio, la cocina, el salón
de actos, la Iglesia; todos ellos debían incluir una sólida argumentación que
justificase la presencia en el lugar por si era necesario dar incómodas
explicaciones. Recuerdo que en cierta ocasión, sorprendido en la Iglesia, en
las cercanías a uno de los confesionarios, me vi en la obligación de manifestar
un absoluto estado de penitencia debido a pecados carnales nunca cometidos con
una amiga imaginaria. El Cura Roig, a quien apodábamos “Voto de Pobreza” por la
calidad y lo costoso de las prendas que lucía fue quien advirtió mi presencia.
El sólido argumento no dejaba lugar a dudas sobre las fundadas razones por las
cuales estaba fuera de clase. Mi preocupación penitente así lo demostraba. La
puesta en escena tuvo que soportar ser conminado a confesión teniendo que
afrontar un exigente tributo penitente. Demás está decir que dicha batería de
Rosarios jamás fue cumplida debido a que ese pecado jamás fue cometido. Un par
de Avemarías, tres Padrenuestros y un Credo sirvieron para apaciguar el
embuste. Cuando todo esto terminó, ya era hora de volver a clase a cambiar el
parte de asistencia.
Volviendo al fraude. En cierta
oportunidad, ya en quinto año, el Cura Cemente nos colocó delante de una prueba
de tremendo e impensado rigor. Antes de comenzar con la última evaluación del
año decidió firmar las tres hojas en blanco que cada estudiante tenía prestas
sobre el pupitre. Mientras pasaba por entre filas nuestros desfigurados rostros
mostraban claros indicios de pánico y sorpresa. Cualquier intento de estafa
quedaba abortado por completo. Ningún cambio se podía realizar. El fascista nos
tenía a merced para darnos su definitivo tiro de gracia. Esa sería la última y
única calificación del bimestre ya que debido a una larga enfermedad no había
podido tomarnos la primera correspondiente al ciclo. Un aplazo condenaba a diciembre
sin protesto ya que el Rector nunca calificaba por sobre el ocho. Por entonces
había que promediar siete para eximirse. Ocho por tres veinticuatro (más uno,
dos o tres), dividido cuatro: Diciembre. A pesar de la literalidad de las
copias con respecto a los textos, el Cura nunca calificaba con diez o con
nueve. Tenía incorporada la creencia que sólo Dios era dignatario de la nota
máxima, y que él, personalmente era el único delegado posible con derecho a
ostentar un nueve. Lo máximo entonces que podía aspirar un alumno era un ocho.
Un extraño sudor primaveral nos
corría por las manos, el cuello y las entrepiernas. Fueron cuarenta minutos
largos y precisos. Como gozando su obra, el falangista se paseaba por entre los
pupitres sin levantar la vista de su libro, de seguro presentía que en breve
decenas de jóvenes e indefensos cuerpos caerían a una fosa por él mismo cavada
y que no le sería complicado finalizar su tarea ejecutoria. Sabía que podía
prescindir de guardias e instrumentos de tormento; estaba seguro de su poder
omnímodo y dictatorial, como probablemente lo sintiera durante los tiempos de
la guerra civil española. Tenía poco más de una veintena de soberbios,
“liberalitos”, acodados en sus escritorios solicitando indulgencia.
A minutos de finalizar la hora
cerró su libro, segundos después nos ejecutó tal cual tenía planificado, la
ráfaga hizo temblar el recinto y no había responso que aplaque nuestro espanto.
- Señores
– sentenció el Cura – la evaluación la haremos en nuestra próxima clase, sólo
quería finalizar este libro de poesías que hacía tiempo me debía. Buenos días.
Los más fronterizos festejaron
aliviados haber zafado de la coyuntura. En lo personal tomé el asunto como un
fusilamiento simulado. Recuerdo haber experimentado una doble sensación:
Primero de iracundia, producto de la cruel agresión psicológica sufrida; en segundo
término, la percepción del evento como una lección que no se podía
desaprovechar. Más aumentó este último concepto y a la vez mi confusión
cuando pude constatar que tal situación límite había promovido que desarrollara
en forma completa y de modo correcto cinco de los seis puntos en cuestión. No
necesitaba del embuste para aprobar Literatura; otros como yo, también
comprendieron que este detalle no era para nada menor.
Ese ejercicio constante de
escribir para engañar era lo que finalmente él demandaba para someternos
mansamente hacia el placer literario.
Su batido de escolapio y
falangista dio como resultado una pedagogía de sinuoso recorrido, camino
diseñado por su libre albedrío en función del objetivo de máxima. Nos engaño y
se rió de nosotros durante los dos años que estuvimos a su merced; sin embargo
no hay rencores. El tipo era demasiado para una banda de improvisados en la
vida. Aquellos clásicos de la Literatura Hispánica jamás dejaron de
acompañarme; de los otros, de los indeseables “liberalitos”, por entonces
censurados, me sigo encargando personalmente desde que me despedí del Cura, al
cierre de aquella noche de egresados.
De la impresentable y soberbia
caterva derivaron dos Ingenieros, uno Civil y otro Químico, un Empresario
Inmobiliario, dos Contadores Públicos, un Médico Clínico y un Oncólogo.
En lo personal y tras el paso del
tiempo, el deporte no logró tolerar mi indisciplina y menos aún mi rodilla,
mientras que la concurrencia femenina ha decidido licenciarme definitivamente.
Sin título habilitante, a pesar de haber cursado durante cinco años en
Filosofía y Letras, y portando una buena maleta de recuerdos sórdidos continúo,
gracias al Cura, leyendo mucho mejor de lo que escribo, persuadido que la vida
sigue adoleciendo de fórmulas certeras para su entera satisfacción.
Cuando
el Colegio Calasanz de Caballito era una fiesta
Los tiempos del Cura Emilio
Tortajada
El Prefecto
Estimo que los mundos personales
comprendidos durante el lapso de tiempo que se demoraba en recorrer la
distancia que separaba el salón de clase de la prefectura eran proporcionales
al sentimiento que deberían vivir los condenados a la guillotina en las aciagas
jornadas de la revolución francesa. Enfrentar con ocho o diez años a semejante
autoridad nos hacía más pequeños aún e infinitamente frágiles; deslumbrados por
historias de terror sobre niños que nunca volvieron a ser los mismos, que
encontraron en los pasillos de la reprimenda factores y elementos que
modificaron sus vidas por siempre.
Lindera a la oficina de la prefectura
moraba una oscura y angosta escalera, paso obligatorio hacia el patio
principal. En una de sus columnas, delgadas líneas carmesí, definitivamente
secas, descendían desde el techo dibujando un cauce terrorífico y siniestro.
Imposible evitar asociar esos dos exiguos arroyos bermellón con el derrotero
sanguinolento de algún infeliz cuyo mayor pecado fue transgredir la instancia
de una norma ciertamente inexpugnable. Dicha imagen predisponía al condenado a
manifestar sensaciones horrorosas cuando los últimos pasos lo acercaban
taxativamente hacia la siempre cerrada e invulnerable oficina en donde el
Prefecto esperaba en su interior cumpliendo con intensa satisfacción su
laboriosa, ardua y comprometida tarea de Magistrado.
El Cura Emilio Tortajada era el encargado
de analizar los casos de indisciplina dentro del nivel primario en el Colegio
San José de Calasanz de la ciudad de Buenos Aires. El establecimiento educativo
estaba ubicado en la intersección de las Avenidas Directorio y La Plata del
barrio porteño de Caballito. Institución religiosa perteneciente a la orden de
los Escolapios. Sus beatos agregaban a los votos de castidad, obediencia y
pobreza comunes a todas las órdenes católicas, la ofrenda por la enseñanza y la
formación de los jóvenes. Calasanz, de origen Aragonés, había sido fundador en
España, hacia fines del siglo XVI, de las primeras escuelas pías a favor de la
contención de los niños marginados del sistema pos-feudal por entonces
dominante. Dos o tres colegios más, distribuidos por el territorio nacional,
completaban la presencia escolapia en nuestro país. Recuerdo al Cristo Rey de
Rosario y alguno que otro en Córdoba. Obviamente que ninguno de ellos admitía
como posible una concepción mixta en cuanto al género humano. Por 1970 el
Instituto San José de Calasanz comprendía la totalidad de la manzana
determinada por las avenidas mencionadas y las calles Senillosa y José
Bonifacio; sólo una YPF de esquina cercenaba parte de la cuadrícula, Poseía
además un fantástico predio en la localidad de Canning en el partido de Ezeiza,
distante aproximadamente cuarenta kilómetros en dirección sudoeste de la capital.
Este hermoso complejo, al cual llamábamos “La Quinta”, ocupaba unas quince
hectáreas y era de uso exclusivo para alumnos y ex alumnos, tanto a escala
primaria como secundaria, el convenio incluía libre acceso para sus familiares.
Una comisión de padres, autodenominada UPAYAC, administraba el sitio con las
dudas que toda autarquía posee. Los sábados era utilizada por el Colegio a
propósito de las actividades físicas y recreativas extracurriculares
planificadas por el mismo Cura Emilio, mientras que los domingos era de dominio
y albedrío de la mencionada asociación.
Hace poco menos de un mes pasé
por allí luego de treinta años. Volvía a mi pueblo desde Buenos Aires en el
camión de hacienda de un vecino que suele hacer el recorrido desde Mataderos
cortando por Canning, empalmando con la Ruta 6, luego la 41, para terminar en
la 3 a la altura de San Miguel del Monte. Quinientos kilómetros más: Coronel Dorrego...
Me costó reconocerla; la pude
sospechar, llamativamente oculta, entre “Countrys” y centros comerciales. No
poseía identificación institucional por lo cual no puedo asegurar que siga
perteneciendo a la entidad. Su camino de toscas prolijamente arbolado de añejos
eucaliptos cerrados en altura me resultó tan familiar como extranjero su
exterior. La irrespetuosa modernidad había desterrado el boliche lindero, taberna
en donde tomábamos una medida de caña Legui poco antes de los mañaneros y
gélidos partidos de fútbol invernal que organizaba la liga metropolitana.
Además, la entidad, contaba con
el dominio de un predio de cinco hectáreas en la localidad de Camet, dentro del
paisaje marplatense. Este se utilizaba para experiencias de supervivencia o
camping planificado. Durante un tiempo se aprovechó el ejido para el mítico
viaje de egresados que los alumnos de séptimo grado organizaban al finalizar el
ciclo lectivo.
El Cura Emilio portaba la
propiedad distintiva de una personalidad que abrumaba a propios y extraños.
Este hombre de casi un metro noventa, tez aceitunada y mirada penetrante, fue
sin ningún tipo de dudas, ideólogo y motor de los instantes más notables que le
permitió a toda una generación la conformación de valores éticos que se
pudieron descubrir y aprehender por la simple visualización de sus actos. De
lunes a viernes era el estricto censor de nuestros peores modos. Sabíamos que
el encuentro con el Prefecto era el execrable destino que el establecimiento
nos tenía preparado para la rendición de nuestras cuentas pendientes. A ese hombre
no se le podía mentir, embaucar o engañar. Nos conocía a la perfección. Su
sotana exageradamente larga, casi tallada al cuerpo, anteojos de grueso marco y
un andar ciertamente marcial no dejaban apreciar su auténtica juventud. El
natural tono de voz no precisaba de firmezas adicionales. Calculo que por
entonces debería estar circulando por los cuarenta años. Y digo calculo porque
cuando uno es chico no sabe demasiado sobre estimaciones etarias, rangos de
madurez y todas esas cosas...Un dato alentador para tal presunción radicaba en
que nuestras madres, enmarcadas dentro de esa cohorte, solían buscar las más
torpes excusas para entrevistarse con el Cura ante cualquier suceso o tema
menor. Preferían hablar con él antes que con las Maestras. Sospecho que idealizar,
desde la femineidad, una figura “prohibidamente lujuriosa”, desde lo moral y
cierto pacaterismo, resultaba una experiencia nada desdeñable.
Permanecer sentado frente a
Emilio escuchando sus pautas futuras resultaba un ensayo imborrable. Esto sucedía
luego de estar un buen rato de pie, en la puerta de su oficina de Prefecto,
aguardando por la entrevista. Los condenados moraban, cabeza gacha, esperando
su suerte sin solicitar clemencia alguna. Vienen a mi memoria varios sucesos
verdaderamente aleccionadores.
El primero de ellos sucedió
cuando cursaba mi segundo grado.
Manzano
Por aquellos tiempos, razones
laborales obligaban a mi familia a que permaneciese en la Institución durante
el transcurso del mediodía haciendo uso de formato medio pupilo que se brindaba
para tales problemáticas. El encargado del comedor, en cuanto a su orden y
disciplina, no era otro que el propio Cura. Adosaba a su tarea preceptora la
revisión final, mesa por mesa, a fin del cumplimiento del principal objetivo de
la empresa: la correcta alimentación de cada alumno. El ambiente coloquial del
almuerzo exponía susurros y cientos de diálogos aislados; risas y bromas era el
común denominador de esa apacible y distendida hora. En la cabecera del salón,
sobre una tarima superior, se alzaba la mesa del Prefecto, el cual compartía escenario con sus lugartenientes Cevallos y Heredia, sacerdotes, desde luego. El trío de escolapios
despachaba su menú con entusiasmo, acompañados de la siempre presente botella
de vino Zumuva Blanco a la que daban cuenta íntegramente sin ningún tipo de
culpa y menos de piedad. El anciano Rector, de apellido Alfaro, no solía participar de estos
convites. Dos ceremonias se repetían a diario sin solución de continuidad; al
rezo previo agradeciendo al patrono y a Dios el pan nuestro de cada día se sumaba,
a la finalización del banquete, la vigilante revisión del Prefecto para
verificar que todos los alumnos hubiesen completado su ración. La recorrida era
minuciosa y exhaustiva. Aquel que no cumpliera con el trato sabía que su
futuro destino sería permanecer de pie contra la pared del patio durante el
recreo largo del postalmuerzo, mientras el resto disfrutaba de los
interminables partidos de fútbol que el mismo Cevallos arbitraba.
En cierta oportunidad el menú
constaba de un filete de merluza rebozado, con puré como guarnición. Concreto
es que me costó muchísimo finalizar con el plato del día, jugando la gaseosa
un baluarte trascendental para cumplir con el compromiso asumido. De inmediato
un estado de somnolencia determinó que me quedara totalmente dormido en mi
propio lugar de comensal. Un compañero de mesa, dos años mayor, decidió como
solución a sus dilemas existenciales cambiar su plato por el mío; como
consecuencia de ello y ante la sorpresa de la situación fui a dar a la pared
antes mencionada sin entender el por qué de la cosa. Hubieron de pasar algunos
minutos hasta poder relacionar lo acontecido. Las risas jactanciosas de ese tal
Manzano y su entorno, a poco que pasaban por las cercanías de mi penitencia,
era un dato que no se podía soslayar. El patio, cuya superficie estaba
construida irregularmente, daba la impresión haber sido edificado por etapas,
comprendiendo una extensión de unos cincuenta metros de ancho por setenta de
largo que incluía una hermosa cancha apta para Fútbol ocho. Transversales a
esta se alzaban dos más para Fútbol cinco, llamado por entonces Baby, y en una
suerte de nave adicional se levantaba un predio para ejercitar Básquet en
superposición con otro solar para la práctica de Handball. La pared de la
ignominia daba espaldas a la Avenida Directorio. Era usual y cotidiano ver
volar balones por sobre el alambrado protector. Balones que con destino
incierto solían terminar siguiendo los recorridos de los vehículos que
tropezaban con ellos. Mencioné como inciertos sus recorridos debido a que la
Avenida Directorio, por aquel entonces, era de doble mano. Pasados quince
minutos de cumplimiento de la pena observo que el Cura Emilio se acerca a mi
posición. El hombre era tan grande físicamente que su sombra me resultó
gratificante ante el despiadado sol del mediodía. Cierta angustia, temor y
deseos de justicia se mezclaron dentro de mi pequeña figura; era el momento
para aclarar las cosas. Tortajada me solía llamar Salita. Sala era mi hermano, dos
años mayor que yo. Se acercó a paso firme, sin contradicciones. El sol había
desaparecido tras su titánico y oscuro contorno.
- Dígame
Salita, ¿fue Manzano verdad?... Consultó y sentenció al mismo tiempo. El Cura
había puesto atención a las burlas de los mojigatos.
- No
sé Padre. Me quedé dormido.
-
Despreocúpese y vaya a jugar, espero pueda disculparme.
Lo auténtico es que, a partir de
ese día, no volvimos a gozar de la presencia de Manzano en nuestra mesa. El
Cura lo reubicó en un grupo de mayores y muy cercano de su vista y control.
Jamás tuve la desagradable tarea de volver a cruzarme con él. Con el tiempo me
enteré que los chicos del grupo habían ratificado las sospechas del Prefecto
desenmascarando al miserable. Años después el Padre Emilio me confesó que a partir de
ese día desarrollaría por mi un afecto y un respeto particular; fundamentaba su
visión en la comprobación que a pesar de mi corta edad mostraba indicios de
nobleza al no haber delatado al infractor aún siendo víctima de un injusto
castigo. Como mencioné dicha percepción me la confesó años después ante
circunstancias similares.
La Calumnia
Ya en quinto grado los ridículos
guardapolvos a cuadritos azul y blanco habían dejado paso a otro modelo no
menos ridículo color té con leche. Cambiaba cierta cosmética, por suerte el contenido
continuaba imperturbable. Durante la primavera de ese año nuestros docentes a
cargo acordaron organizar un día de campo en un recreo privado ubicado en la
localidad de Moreno propiedad de un Laboratorio extranjero; Pfizer se llamaba
la empresa.
El período había comenzando con
la novedad del régimen de Maestro por materia. Matemáticas, Leguaje y
Desenvolvimiento poseían su docente calificado, específico y titular. Para
algún desprevenido quiero aclarar que esta última asignatura, compleja de
caratular debido a que las letras se achicaban misteriosamente a poco de
acercarse al margen derecho, concentraba la totalidad de las ciencias sociales
más la biología en todas sus ramas.
Por entonces la docente de lengua
se hallaba de licencia por cuestiones de salud; su momentáneo reemplazo era un
joven y simpático Maestro de rubios cabellos engominados y porte relevante. El
pobre desdichado tuvo la mala fortuna de toparse con una banda de curiosos que
destrozaron su carrera dentro del ámbito escolapio. La cosa fue así...
Durante el día de la excursión y
luego del almuerzo nos conminaron a descansar por grupos hasta nuevo aviso.
Esas catervas de malandras estaban escogidas por nosotros mismos, por ende, los
diez componentes de mi banda poseían denominadores comunes para estimular la
contravención y el pillaje. La cosa es que de modo imperceptible pudimos
escapar de tan recoleto sitio en la búsqueda de la aventura que proponía un
arroyo lindero en donde descansaban una enorme cantidad de árboles de moras a
la espera de ser devoradas. A pocos metros del destino previsto notamos un par
de figuras adultas y desnudas amándose apasionadamente, ocultos tras la fronda,
distantes cuarenta metros del sendero. Nuestra curiosidad preadolescente aportó
la necesaria acción descarada para fisgonear la escena que nos proponían los
ocasionales actores. La sorpresa ladeó la balanza hacia el sitio equivocado: El
ocasional suplente de Lengua acostado sobre una manta color azul sostenía al
morocho, sudoroso e inquieto cuerpo de nuestra Maestra de Desenvolvimiento. Los
jadeos, por entonces extraños y molestos, acompañaban una función que encerraba
el encanto de lo inexplicable. El telón de fondo se puso a tono, poco a poco
los rayos del sol iban perforando el bosque mejorando la artística del cuadro.
Fuimos testigos únicos y absolutos. Fue bello y siniestro a la vez. Nuestra
Maestra era hermosa, pero desnuda, transpirada, con su largo cabello suelto y
haciendo el amor, aún más.
Días después la información se
filtró y se convirtió en un secreto a voces. El rumor se extendió por todo el
Colegio de manera prepotente. De inmediato fuimos acusados de calumniar de modo
malicioso a la docente. Sus colegas exigieron a las autoridades del
Establecimiento una pronta reparación, la debida retractación y sanciones
ejemplarizadoras. Ahí apareció el Prefecto en toda su dimensión.
Érase que el Cura Emilio había
estado ausente durante ese bimestre por causa de uno de los tantos retiros
obligatorios que la Orden tiene planificado para su cuerpo de beatos. Había
sido enviado a España para resolver comisiones internas y finalizar trámites
que le permitirían completar su licenciatura en Matemáticas. Amaba la ciencia y
todo aquello relacionado con la excelencia. Su vocación por ambas quedaría
plasmada durante nuestro tránsito por el secundario como Profesor titular de la
materia. De modo que nuestro asunto le llegó como peludo de regalo. Su
estrategia fue simple y directa. Entrevistar individualmente a cada actor,
incluido los docentes involucrados, tomando debida nota sobre dichos y
contradicciones de forma tal precisar conclusiones. Lo sorpresivo de su
convocatoria impidió acordar nuestros discursos, en consecuencia, ni ellos ni
nosotros tuvimos la posibilidad de armar una suerte de relato conveniente que permitiese
deslindar responsabilidades. Para cuando me tocó el descargo el Cura ya había
completado un perfil de la situación.
- Le agradecería
me cuente su versión de los eventos – ordenó Tortajada, quien estaba
absolutamente crispado; no mencionó mi apellido, menos aún mi apodo –
No tuve otra alternativa que
recrearle los hechos tal como sucedieron. La aceptación de una desobediencia
inicial al no acatar la recomendación ordenada por los docentes y la posterior
aventura de incursionar hacia el bosquecillo lindero en procura de las
deliciosas moras que oficiarían de postre. Lo que nos encontramos en el camino
no fue provocado ni por nuestra imaginación ni por nuestra intención de
calumniar. Sobre los rumores, le confirmé que desconocía la filtración; la
resultante de ello era que no tenía el compromiso de hacerme cargo por aquello
que desconocía. En lo personal consideraba que mi segura sanción debería
incluir sólo la intencionalidad aventurera, fuera de toda responsabilidad sobre
el espectáculo del que fui involuntario testigo. El mismo criterio lo hacía
extensivo hacia mis compañeros. Su cuestionario incursionó por una decena de
temas adicionales: Cómo percibía mi relación futura con el cuerpo docente,
principalmente con los directamente afectados; si estaba informado de muchachos
que hubieran sentido vergüenza o algo parecido por el repentino descubrimiento;
qué sensaciones personales me inspiraban lo visto; y sobre todo que opinaba del
evento teniendo en cuenta que nuestra Maestra era casada. Fui el anteúltimo de
los entrevistados; cuando me retiré de la Prefectura estaba, en el exterior de
la oficina aguardando por su turno, Marcelo Taboada. Seguramente el más díscolo
del grupo, pero a la vez portador de un escalón superior de madurez.
Una semana después el Cura Emilio
ingresó a nuestra aula. De inmediato le ordenó a la Maestra de turno suspender
la clase indicándole que se retire hasta finalizar el módulo. Lo mismo hizo con
el resto del alumnado exceptuando a los diez integrantes del grupo. Quedamos a
solas con la autoridad que determinaría nuestra suerte. El Prefecto fue claro y
taxativo. Todavía recuerdo su directa y mesurada alocución. Demás está aclarar
que tuvimos que hacernos cargo por la desobediencia a través de una pena
proporcional a la falta cometida. En mi caso tuve que afrontar hacerme
responsable de la burocracia que significaba el libro de temas diario y la
disponibilidad permanente sobre los corrientes elementos que un docente
necesitaba para desarrollar su tarea: tizas, borradores, láminas etc. El resto
de mis compañeros sufrieron similares sanciones; todas de carácter
participativas y a favor del buen funcionamiento de la entidad. Pero el asombro
arribó cuando aprovechó la circunstancia vivida para favorecer el entendimiento
clarificando nuestras dudas sobre el prematuro descubrimiento. Comprender que
la vida privada se enmarca dentro de contextos y actos que no tenemos derecho
ni autorización para juzgar, y que nadie puede sacrificar una dolorosa verdad
corriendo el eje de la discusión para justificar conductas propias. Esa mañana
nos dejó como mensaje imborrable que la responsabilidad del grupo no fue haber
sido testigos de un suceso, sino el de haber interpretado a su modo, casi
arbitrariamente, dicha situación juzgándola sin derecho alguno e ignorando
todos los elementos que la rodeaba. Obviamente que nuestra edad determinaba una
comprensible ausencia de racionalidad sobre comportamientos éticos a seguir.
Quienes pedían sanciones extremas pretendían cubrir sus defectos con erratas
ajenas y eso, el Cura Emilio, no estaba dispuesto a permitirlo. Luego aprovechó
y ante nuestra demanda nos explicó desde la ciencia y la vida aquello que
habíamos presenciado. Nuestro suplente de Lengua dejó de serlo y la docente
involucrada fue licenciada por varios meses. Nosotros cumplimos nuestras penas
y nadie volvió a mencionar el asunto.
El Regreso Futbolero
Al año siguiente mi familia
decidió que no continuara en el Instituto Calasanz. Razones económicas y
laborales impulsaron un desagradable proceso migratorio hacia el prestigioso
Colegio Bernasconi. Emblemático establecimiento educativo porteño dependiente
de la Universidad de Buenos Aires. Mi sexto grado se iniciaría con un
innecesario e injusto calvario. Dos meses duró mi estadía en la noble
institución de Parque de los Patricios; la falta de adaptación y un boletín
espantoso provocaron retrotraer los pasos caminados. A mediados de Mayo estaba
nuevamente pisando baldosas y playones familiares. Cierto es que hubo una sola
persona que recibió la noticia con agrado y alegría: el Cura Emilio. El primer
día el Prefecto me acompañó personalmente hasta el aula para darle la buena
nueva a mis compañeros. Mi supuesta gracia radicaba en haber sido un destacado
futbolista dentro de los menores e infantiles del Colegio. Se suponía que regresaba
un refuerzo, en consecuencia, sexto tercera sería más competitiva en el marco
de los campeonatos internos. Ni él ni yo dudábamos de la segura bienvenida. Sin
embargo para nuestra sorpresa tal fenómeno no se produjo. Mis antiguos
camaradas no reconocían como positivo mi regreso; incluso algunos demoraron
bastante en dirigirme la palabra. Mi alegría por volver quedó desfigurada. El
trío de Maestras se comportó con mesurada contención debido a que tenían un
excelente concepto de mi hermano; sospecho que en recuerdo a él fueron un poco
más condescendientes conmigo. Debo admitir que Guillermo era un excelente
alumno además de un futbolista de excepción. Por méritos propios conservaba una
elevada estima, tanto por pares como por todo del cuerpo docente. Lo cierto es
que era usual verlo formar parte del “Cuadro de Honor”, instancia de suprema
aspiración y orgullo para todo alumno calasancio. Su conducta e ilustrismo me
abrieron puertas en más de una ocasión, salvándome de ciertas tonteras muy
propias de mi traza. La afirmación de que nunca segundas partes fueron buenas
supo valerme de utilidad para que los educadores heredados bajen sus niveles de
exigencia. Contrario a lo que se podía suponer sentía un personal orgullo de
tal situación viéndola como indiscutiblemente justa; sus esfuerzos merecían
sobradamente tales reconocimientos.
En mi caso recuerdo que la única
distinción importante que tuve, en el marco del Colegio, fue haber entregado
una ofrenda floral en un acto del Día de la Bandera. Dicho mandato lo obtuve
por sorteo. Esto es, mi nombre apareció escrito en un papelito que se extrajo
desde el interior de una bolsa negra. Fue durante el quinto grado, y juro que
lo disfruté.
Volviendo al relato sobre mi
regreso es necesario aclarar que el Cura Emilio sintió el mismo desagrado y
sorpresa por la actitud de mis compañeros, resultando imprescindible para él
determinar las causas que promovían tales comportamientos. Instó a que tuviera
calma y que me preocupara por los estudios; el resto lo trataría de esclarecer
personalmente.
Cada grado tenía tres divisiones:
Primera, Segunda y Tercera. La militancia en alguna de ellas durante el primer
grado determinaba el derrotero posterior. De ese modo los vínculos se
reforzaban naturalmente. Mi grupo de pertenencia siempre fue Tercera. En ella
supe tener amigos, compañeros y discusiones. Era mi ámbito, debido a ello el
retorno no podía darse en otro lugar. No entendía lo que sucedía.
Pasadas dos semanas el Cura
Emilio me convocó a la Prefectura. Con las normales prevenciones del caso
asumo la orden de inmediato.
Cuarenta años después lo vivo
como presente...
- La cosa es así
Salita – comenzó Tortajada – Usted siempre fue el referente futbolístico de la
división. El único convocado del grado ante cada instancia de selección para
los intercolegiales. Recuerde sus premios en Ferro, Santa Rita, Nueva Pompeya y
Lasalle. Parece que este año su grupo ha armado un equipo competitivo debido a
la llegada de un nuevo alumno: Fernando Fariza.
- Si
Padre, hablé con él varias veces. “Chucho” le dicen. Me habló del equipo y me
comentó que sabía de mí como jugador.
-
Bueno. Hasta allí todo claro - siguió Emilio- . Pasa que el resto de sus
compañeros estiman que su llegada romperá dicho orden establecido y que alguno
puede correr el riesgo de quedar afuera del equipo. Tenga en cuenta que su
grado jamás tuvo la oportunidad de ganar un campeonato interno. Ven esta
ocasión como propicia, por ende, su llegada la perciben como un problema.
- ¿Y
qué hago? Usted sabe lo que me gusta jugar.
- Lo
sé. Y lo hace muy bien... Juegue entonces.
- ¿En
dónde?
- En
el equipo B hombre. Demuéstreles en cada partido de práctica su eficacia y
utilidad. Aproveche cada clase de Educación Física y espere; hágalo en silencio
y humildad, disfrutando del juego y demostrando todo lo que sabe. No sea bocón.
Cuando haya preselecciones para representar a la Institución usted estará como
siempre en tanto y en cuanto se lo merezca, quédese tranquilo y goce su regreso
al Colegio. No es una orden Salita, tómelo como una amistosa recomendación de
mi parte.
Evidentemente el Cura Emilio
poseía un conocimiento extraordinario sobre nuestras conductas juveniles. Sin
ninguna duda dignificaba la tarea del educador. Era notablemente recto y preciso
en sus pautas; a la vez poseía un aura tutora y sumamente confiable. Hablaba lo
necesario y sus palabras circulaban de manera determinante por nuestras
cabezas. Era imposible no entenderlo, sabíamos que el tipo era superior en
todos los sentidos.
El tiempo pasó y las cosas
ocurrieron tal cual conjeturó. El equipo B de la división se transformó en una
dura prueba para el equipo A. En más de una ocasión fuimos claros y firmes
ganadores durante las prácticas. Inclusive descubrimos nuevos valores futboleros
que nunca habían tenido la generosa oportunidad de mostrarse.
Un par de catastróficas derrotas
del equipo A contra los restantes cursos determinaron revisar la situación. Las
dos divisiones de sexto grado mencionadas tenían jugadores formidables. Varios
de ellos eran titulares indiscutidos en la Selección juntamente con los de
séptimo. Tipos como el Bocha Barbieri, El Perro Lamas, JC. Olleros, el Flaco
Gómez, D´Alessandro eran fenomenales y alternaban con los Varaka, los De Marco,
los Aragonés sin desentonar para nada a pesar de la diferencia de edad. En lo
personal varias veces compartí con ellos competencias, pero a fuerza de ser
sincero debo admitir que poseían un talento particular y supremo. De todas
formas, con esfuerzo y dedicación, trataba de acompañar sin enturbiar la
inigualable y casi siempre victoriosa sinfonía futbolera.
Los de sexto tercera estábamos
hartos de los bailes que nos comíamos. Si bien, por el momento, yo no estaba
participando de las derrotas, las vivía con el mismo dolor de mis compañeros.
Justamente el “Chucho” fue el que dio el primer paso y me convocó para hablar
sobre el asunto.
- Hace
dos meses que no hacemos más que perder, no aguanto más – mencionó Fariza
disgustado - Algo tenemos que hacer Salita.
- Bárbaro
– le contesté- pero yo juego en el B. Los del A son lo que mandan.
- Eso
se puede solucionar sin nos juntamos y hablamos.
- ¿Vos
crees?
- Así lo creo. Ya estuve hablando con algunos. Me parece que se puede.
- Si
vos lo decís. Yo no tengo problemas. De todos modos está en manos de ustedes.
- ¿Cuento
con vos? – me preguntó-
- Seguro.
- Quiero
que juguemos juntos.
- Ojalá
se pueda.
Lo que Fernando Fariza no sabía
es que el problema no era yo solamente. Había muchos chicos del equipo B que
estaban en condiciones de pelear por un puesto en el equipo A, más aún, algunos
de ellos consideraban tener derecho a ser titulares indiscutidos.
La reunión convocada por el
“Chucho” se llevó a cabo en el aula teniendo veintitrés asistentes. Discusiones
acaloradas se mezclaron con reproches del pasado. En lo personal mantuve
prudente silencio no sólo por estar seguro de mis convicciones, sino además por
aquella recomendación que me hiciera el Cura Emilio varias semanas antes. Lo
único importante para mí era jugar, A o B daba lo mismo, dentro de la cancha
era un pibe feliz. Fariza llevó la voz cantante; por votación el grupo
determinó que él sería el Capitán teniendo además plena potestad sobre las
decisiones. No estuve de acuerdo y lo manifesté. En realidad expliqué que no me
oponía a su capitanía, lo que no me parecía bien es que uno sólo de nosotros
tuviera la responsabilidad y el imperio de la totalidad de las sentencias.
Prefería para ello un agente justo, imparcial, externo y confiable. El Cura
Emilio era, a mi entender, el hombre indicado para ordenar lo que estaba
desordenado; él encontraría el modo adecuado para que ninguno de nosotros pueda
sospechar sobre alguna especulación o favoritismo que promueva nuevos disgustos.
Por suerte la idea no tuvo oposición, siendo el ratificado Capitán el encargado
de hablar con el Sacerdote.
Dos días después y en plena hora
de Matemáticas el Prefecto ingresó al aula, previa solicitud de permiso a la
Docente pegando al costado de la pizarra un aviso bajo el título de IMPORTANTE.
Sábado 10.00 horas entrenamiento en la cancha central. Llegado el día, y luego
de dos horas de tremenda exigencia física y futbolística, Tortajada determinó
las plantillas que conformarían ambos equipos, A y B. Los cambios fueron
realmente reveladores. Cinco chicos que estábamos en la B pasamos a la A, de
los cuales tres seríamos titulares y los dos restantes suplentes. Sus palabras
y decisiones eran respetadas sin que hubiera lugar a la protesta, la conformidad
quedó de manifiesto con el clima de cordialidad que reinó luego de la práctica.
De aquí en más arribar al triunfo iba a depender solamente de nosotros.
Los primeros resultados mostraron
notables progresos competitivos. No sólo pasamos a ser tres los integrantes de
la división seleccionados para representar a la entidad en los torneos
intercolegiales metropolitanos, además, luego de un par de semanas, sexto
primera dejó de ser un escollo insalvable mientras que la poderosísima segunda
división debía esforzar sus talentos para vencernos. La cosa estaba mucho más
pareja. Los campeonatos internos, que sábado por medio disputábamos en “La
Quinta” de Canning organizados por el mismo Emilio, pasaron a detentar marcada
incertidumbre. Ya no éramos variable de ajuste de gol average, en más de una
ocasión algún puntito resignado con nosotros malhumoraba a los poderosos de
siempre. Tarde o temprano caería la ficha. Sabíamos que la empresa era harto
complicada y que dependía de ciertos factores que no eran necesarios esperar,
había que salir a buscarlos. Debíamos superar a las dos divisionales de sexto y
a la tres de séptimo. Dentro de estas últimas había baluartes que muchos años
después formaron parte de planteles de equipos profesionales, incluso en algún
caso de selecciones nacionales juveniles. El Flaco Varaka, que llegó a jugar en
Gimnasia y Esgrima de la Plata, hijo del recordado Puchero; Marcelo Bottari,
jugador de Huracán y preseleccionado por Menotti para el Mundial Juvenil de
Japón en 1979; Claudio Aragonés, un infierno bajo los tres palos quién supiera
llegar hasta la cuarta de Atlanta, y el temible Cabezón Claudio De Marco, quien
no pudo trascender futbolísticamente pero que a mi entender era el mejor de
todos, un enérgico cancerbero de enorme jerarquía.
Cierto sábado, en los finales del
año lectivo, notamos que las divisiones de séptimo concurren levemente
diezmadas. Si bien las notorias bestias estaban presentes, mostraron un
complemento de jugadores no tan respetables. Las dos de sexto grado, a esa
altura del año, no presentaban problemas irreparables. Los partidos había que
jugarlos y las chances eran equivalentes. Ese día el Cura Emilio viajaba
circunstancialmente en nuestro mismo micro, el número 12, conducido por Juan
Carlos. Todos partíamos de la puerta del Colegio a las ocho en punto de la
mañana en dos o tres ómnibus afectados para el encuentro estudiantil. Por
entonces doce coches, ya uniformados con esmalte naranja por disposición
ministerial, comprendían la totalidad de la plantilla que respondía a la Institución
para el diario servicio de traslado de los alumnos. A la cita de los sábados
generalmente asistían el número 12 de Juan Carlos, el número 3 de Enrique y el
número 11 de Pablo. En alguna ocasión el 8 de Pedro era también convocado a
modo de auxilio. Cada uno tenía capacidad para 30 chicos por lo cual el cuarto micro constituía una grata eventualidad.
A medio camino, a la altura del
rulo que dibuja el Puente 12 sobre la Ricchieri el Cura Emilio se nos acercó al
asiento doble que compartíamos con el “Chucho” Fariza y en voz baja nos dice:
“Señores es hoy o nunca”. Lo taxativo de la afirmación nos recorrió la
piel de modo erizarnos perturbadoramente debido al peso de la prevención. Si él
tenía esa percepción deberíamos hacer honor a semejante signo de confianza. El
fixture era armado, durante el viaje, entre Emilio y Cevallos. Como ambos
oficiaban de jueces debían coordinar horarios para que todo se desarrolle en
tiempo y forma. Había que tener en cuenta la esperada rueda de penales, el
almuerzo, la siesta, la merienda y el chapuzón en la pileta al final del día, como festejo
colectivo en honor del Campeón.
Los partidos tenían una duración
de sesenta minutos divididos en dos tiempos de treinta con un descanso de
cinco. Apenas llegados al predio y acomodados los bolsos y atavíos personales
se procedía a la lectura del organigrama de actividades con el correspondiente
reparto de camisetas. Recuerdo que aquel día nos tocó la blanca con un par de
finas rayas rojas laterales, similar a la que por entonces lucía Argentinos
Juniors como divisa alternativa.
Dos zonas de tres equipos, todos
contra todos; los ganadores de cada zona jugarían la final. El diseño no nos
favoreció en absoluto. Nuestra zona estaba compuesta por sexto segunda y
séptimo tercera, mientras que por la otra llave medirían fuerzas sexto primera
y los séptimos, primera y segunda. Los pronósticos de turno nos daban por
muertos. En corrillos secretos se estimaba que la final de nuestra zona la
jugaría aquel de los dos que nos convirtiese más goles. Ese “ahora o nunca” del
Cura nos otorgó la suficiente autoestima para afrontar la empresa con suma
dignidad y coraje. Quedamos afuera del primer encuentro, debíamos esperar,
nuestros antagonistas se enfrentarían en primera instancia. Un ridículo y aburrido
uno a uno conversado de antemano determinó la obligación de salir a ganar a
como de lugar. Debíamos tener en cuenta dos puntos importantes: En nuestro
primer encuentro sería fundamental aprovechar el cansancio del representativo
de sexto segunda, y como elemento esencial para el segundo encuentro estaba en
no dejar pasar la oportunidad de aguantar bien armaditos en el fondo explotando
la coyuntura que los de séptimo tercera participaban con algunos titulares
ausentes.
Yo vi por primera vez las
lágrimas de Lamas y de Olleros luego del lapidario tres a uno. La experiencia
fue irrepetible. Peleamos cada pelota dejando jirones, corrimos, marcamos y
jugamos en forma criteriosa y sostenida, impusimos un juego físico y
vertiginoso, los asfixiamos en todo los sectores de la cancha y cuando
recuperábamos el balón abríamos el juego de modo extender los recorridos que
nuestros rivales debían cubrir. Aprovechar la velocidad del “Chucho” y sus
diagonales resultó nuestra carta ofensiva más punzante. En el medio rompimos
toda posibilidad de circulación rival cortando su atildada generación. Nuestra
defensa aportó el valor agregado de una heroicidad notable en los momentos
críticos, en sintonía con un arquero siempre atento y seguro. En este caso vale
mencionar que cada divisional de sexto grado tenía la posibilidad de contar con
un refuerzo del Primer año del secundario de modo equiparar fuerzas con los
mayores. En aquella ocasión mi hermano Guillermo ofició de portero, siendo
determinante en el resultado final. Luego de las felicitaciones del Cura Emilio
volvimos a nuestra concentración en procura de diseñar la estrategia futura. Lo
más complicado estaba por venir.
La otra zona ya tenía su
finalista. Séptimo segunda había ganado cómodamente sus dos partidos y se
perfilaba como firme candidato. El Cabezón De Marco era su estandarte y
Capitán. Un recio zaguero central de impecable cabezazo que potenciaba talentos
cuando la cosa venía mal parada. Además de ser el dos titular del seleccionado
era el representante de salto en alto en las competencias intercolegiales. Fui
testigo, en algún certamen de atletismo en Ferro, de su enorme pericia como
saltador.
A nosotros nos faltaba escalar la
cima más alta. Séptimo tercera poseía la destreza y la locura de Claudio
Varaka. El tipo admiraba a Hugo Orlando Gatti, por aquel entonces arquero de
Gimnasia Esgrima de la Plata y figura notable del fútbol argentino. El hijo del
Puchero fue el jugador más espectacular y divertido que vi en mi vida. Le
gustaba ocupar la portería emulando a su ídolo y desde allí armaba descomunales
apiladas llegando hasta el área rival a gambeta, amague y velocidad pura. Su
problema era la vuelta y lo sabíamos. Tanta confianza se tenía que mostraba una
soberbia bastante irritante. Esa debilidad lo colocaba por debajo del Cabezón
en mis preferencias futboleras de entonces.
El partido dio comienzo justo al
mediodía siendo el Padre Cevallos el Juez del encuentro.
Nuestro rancho fue cascoteado a
voluntad; los tipos bromeaban ante el éxito de cada lujo. Entre el cansancio
por el rigor del partido recientemente ganado y el talento del rival no dábamos
pie con bola. Nuestra meta de máxima era llegar al mediotiempo para delinear la
táctica e incorporar hombres de refresco que aplaquen la enorme diferencia
existente. El cero a cero del primer tiempo fue una suerte de revelación o
profecía. Digamos que se debió más a la irresponsabilidad del rival y a las
tapadas magistrales de Guillermo, que a méritos nuestros. Deambulábamos en la
cancha, parecíamos ánimas sin destino cierto, encima nos cargamos de amarillas,
pegamos demasiado, no había modo de marcarlos lícitamente.
Los cambios del entretiempo nos
permitieron la cuota de oxígeno necesario para afrontar una segunda etapa que
sería aún peor debido a que nuestro rival tenía la obligación de ganar para
clasificar finalista. El empate nos favorecía.
A los cinco minutos de reanudado
el juego una doble pared entre el Loco Claudio Varaka y el Colorado Agustín
Pérez terminó con el balón deslizándose suavemente hacia la red a treinta centímetros
de la pierna derecha de Guillermo. Séptimo tercera, en forma mansa y elegante,
se estaba clasificando para la final. Nos miramos con terror suponiendo que al
entrar el primero de los goles los restantes serían un mero trámite para
nuestro antagonista. Pero el fútbol contiene momentos e instancias impensadas.
El menoscabado Estudiantes de La Plata de aquel entonces demostraba con creces
y resultados que ante la superioridad había que agregar esfuerzo y
convencimiento para la obtención del objetivo de máxima. De inmediato notamos
que nuestro adversario no agredía. Se conformaba con lujos y sofismas para la
tribuna. La misma estaba compuesta por nuestra recientemente derrotada comparsa
de sexto segunda y su filial de sexto primera. Vale decir que el conjunto de
sexto grado no deseaba que un representante de ellos pasase a la final. Creo
que eso nos dio la necesaria fuerza para entender el juego. Debíamos esperar
con templanza el error. Los soberbios suelen distraer sus defensas debido a que
sospechan no precisarlas. Continuaron divirtiéndose un buen rato; sus
ocasionales hinchas estaban felices y gozaban del espectáculo. Cada jugada del
Loco era aplaudida a rabiar. Justamente esa fue la llave que nos depositó en la
final. Faltando tres minutos para finalizar del encuentro, el Loco Varaka sale
de su área de modo habitual, sonriendo, relatando sus tonteras y con pelota
dominada; con certeros amagues y un juego de cintura maravilloso deja a nuestra
línea de marca ofensiva sin asunto. La tribuna deliraba. Evidentemente portando
arrogantes visiones volvió sobre sus pasos para reiterar lujos y milagros a
pedido de sus fanáticos. Fue en ese instante que determinó, por voluntad
propia, su amarga fortuna. En uno de sus festejados recortes y a veinte metros
del arco el “Chucho” Fariza le logra pellizcar el balón; el mismo queda boyando
sin destino cierto debido a que ambos cayeron como consecuencia de la fricción.
Lo único que se me ocurrió, en posición de ocho, fue pegarle de una, por arriba
y apuntando al centro de la cancha. La pelota ingresó lastimosamente, bote
mediante, por el corazón del arco haciendo callar a los cipayos que pocos
segundos antes disfrutaban de nuestra derrota. No tuvimos tiempo para festejos.
El Loco Varaka tomó personalmente el balón y se apresuró a reanudar el juego.
Fueron dos minutos feroces en donde la pelea fue el común denominador.
Inmediatamente le hice personal y no la volvió a tocar. Cada vez que intentaba
entrar en juego lo amarraba, lo maltrataba, impidiéndole progresos o acercamientos
eventuales, utilizando buenas y malas artes, lo mismo daba. El uno a uno final
determinó nuestra clasificación para el partido más importante del torneo. La
cita era a las tres de la tarde en la cancha central; el Cura Emilio sería el
Juez. Minutos después de que sonara el silbato de Cevallos, el Loco Varaka se
me acercó y me dio un abrazo. Su rostro mostraba singular tristeza; a media voz
me dijo – me alegro por vos Salita, jugaste un partidazo. Ahora espero que
salgan campeones por primera vez, voy a hinchar por ustedes -.
Nos fuimos a almorzar a nuestro
sector de concentración montados entre cantos y bromas varias, incluyendo
dedicatorias puntuales. Las palabras del Loco me sonaron a premio. Uno de los
mejores no sólo me tenía en cuenta, también me estaba hablando de fútbol.
El Cura Emilio nos felicitó por
el despliegue y estuvo un rato festejando con nosotros. Nos recomendó disfrutar
el momento y que descansáramos para la final. Debemos admitir que ésta se
desarrolló con cierta dosis de fortuna a nuestro favor. A los diez minutos de
comenzado el partido, De Marco, el formidable y recio zaguero central de
séptimo segunda, tropezó con una insalvable lesión muscular que lo obligó a
retirarse del campo de juego, además la extemporánea dureza de su lateral izquierdo
provocó su inmediata expulsión, de modo que a menos de veinte minutos la suerte
del juego estaba casi definida. El dos a cero del final no fue sorpresivo para
nadie teniendo en cuenta nuestro despliegue, concentración y las contingencias
adicionales. Por primera vez éramos campeones absolutos de la competencia
interna de mayores. La maravillosa jornada se completó con la obtención de la
esperada rueda de penales que el Cura organizaba a modo de colofón y excitante
entretenimiento. Era una instancia muy divertida para el exclusivo protagonismo
de los arqueros. Ese día nuestro as de espadas estaba encendido, Guillermo tapó
cuatro y fuimos los más efectivos en los disparos. La posterior vuelta olímpica
se vio engalanada por una auténtica y sincera alegría colectiva. Promediando
los festejos recuerdo que Tortajada me levantó enjuto y sin mediar trámite
alguno arrojo mi cuerpo, vestido aún de futbolista, a la pequeña piscina que
por entonces estaba destinada a los infantiles. El resto de mis compañeros multiplicaron
el rito. Lo botines y la indumentaria sostenían la humedad propia de una
secuencia tan desmesurada como merecida. El Cura Emilio, nuevamente, nos había
enseñado el camino para la obtención de lo deseado, procurando dejar de lado
inútiles desacuerdos, permitiéndonos disfrutar del momento, dando lo mejor de
cada uno a favor del compañero, de pronto entendimos de qué se trataba la ateridad y por sobre todo respetando pautas establecidas;
sabiendo que toda victoria sabe mejor cuando se obtiene con amigos, cuando el
espíritu y la conciencia logran descansar en paz. Durante el crepúsculo, de
regreso de la fiesta sabatina, los cánticos y los gritos continuaron en el
Micro, hasta que el cansancio determinó su cruel impacto. A la altura del
Camino de Cintura estábamos todos dormidos. Sospecho que el Cura Emilio, desde
su primer asiento, sonreía satisfecho.
Un ´ Estate en Canning
Tortajada era un escolapio por
excelencia. Su voto adicional lo cumplía a la perfección. Tuvo que librar
cruentas batallas contra la comisión de padres para organizar las colonias de
verano en “La Quinta” de Canning. Su tarea y responsabilidad no concluía con la
finalización del ciclo lectivo. Su pretensión era disponer del predio con el
objeto de utilizarlo a favor de los alumnos en actividades deportivas
incluyendo destrezas recreativas. La idea era proyectar, de lunes a viernes, un
aprovechamiento integral del campo de forma tal complementar la tarea educativa
y formativa desarrollada durante el año. Esa indescifrable comisión denominada
UPAYAC (Unión de Padres y Alumnos Calasancios) no veía con agrado la
insistencia del Prefecto. Imagino que la razón de tal oposición radicaba en
cierta avaricia por ostentar, casi privadamente, la exclusividad del predio
liberalizando instancias para su utilización y eventual lucro. Por fuera de estos
miserables egoísmos, durante un par de años el Cura Emilio logró su cometido,
teniendo en lo personal la suerte de participar de la experiencia en ambas
ocasiones.
La cosa estaba organizada de esta
manera: Todas las mañanas, de lunes a viernes y durante tres semanas, los
inscriptos debían presentarse en las puertas del Colegio a las siete treinta en
punto. De allí partirían los Micros que una hora después depositarían al grupo
en “La Quinta” de Canning. Una vez allí y conformados los grupos de pertenencia
comenzaría el desarrollo de las actividades planificadas por el mismo Cura.
Éstas variaban desde las eminentemente deportivas hasta las de recreación y
aventura: Caminatas por senderos vírgenes y escarpados, aprovechar los añejos y
enormes árboles de eucaliptos para el diseño de una arquitectura digna del
Sherwood de Robin de Loxley, armado de refugios utilizando materiales
naturales, asumir reales y rigurosas condiciones de supervivencia, eran algunas
de las diligencias más esperadas por el alumnado. Demás está aclarar que el
fútbol y las actividades recreativas en el natatorio centralizaban las
expectativas de la mayoría, y más teniendo en cuenta que tanto Emilio como
Cevallos participaban de ambas con suma predisposición. El almuerzo y la
merienda eran tiempos obligados para la coincidencia y la camaradería. Momento
aprovechado por el Cura Emilio para establecer mecanismos de integración y
simbiosis. Tengamos en cuenta que concurrían chicos de todos los grados y todas
las divisiones, en consecuencia muchos de los asistentes no tenían confianza
mutua. Solía fomentar para ello el arte a través del armado de peñas, buen modo
para minimizar ciertas dosis del retraimiento y timidez. El talento de Cevallos
con la guitarra acompañaba cada instante de recreo. El piberío a pleno, bajo el
quincho principal, recibía la vianda establecida mientras las canciones de
Alberto Closas y María Elena Walsh decoraban el momento. El comedor de “La
Quinta” prestaba ese eficiente servicio a muy bajo costo por lo que no valía la
pena proveerse de canasta propia. Cada bolso entonces se contentaba con abrigar
un par de zapatillas como refuerzo, la malla, una toalla y algún que otro
abrigo previsor ante la inesperada fresca veraniega de la tarde-noche.
En repetidas ocasiones, no pocas madres, con la excusa
de retirar personalmente a sus hijos, conduciendo sus propios
vehículos, se arrimaban al predio en horas de la tarde, pasada la merienda. La
verdadera y oculta razón no era otra que regodear sus fantasías con la olímpica
estatura del Prefecto. El Cura era portador de una estampa digna de escultor;
fibra y músculo sudoroso asoleándose con desmesura. Un diminuto y ajustado
short deportivo celeste completaba el cuadro que las nobles tutoras estaban
dispuestas a atesorar, a espaldas de sus maridos, sin interés ni
intencionalidad alguna. Recuerdo que venían portando sillas plegables con el
objeto de hallar ubicación preferencial en los laterales de la cancha de
fútbol, solar que los Sacerdotes solían aprovechar junto al piberío. Ambos jugaban
con nosotros, y lo hacían descalzos, uno para cada lado, lo que le daba al juego un sentido
lúdico y distendido inolvidable. El resultado era lo de menos sabiendo que el
fin de fiesta incluía el grito oportuno del Prefecto para iniciar la
vertiginosa carrera en dirección a la pileta. Sabíamos que el último en llegar
sería arrojado desde las alturas de los extensos brazos del Cura. Creo que no
debo aclarar que para las madres tal modificación en la actividad recreativa
significaba un grato proceso migratorio hacia el natatorio.
Cuando el mal tiempo imponía
presencia se organizaban múltiples torneos de Damas, Ajedrez, Truco y Escoba de
Quince. En estos días se potenciaban las artes. Los trabajos de pintura y
dibujos eran posteriormente expuestos, por varias semanas, en las carteleras
del hall principal del Colegio durante el año lectivo. Las tres semanas
transcurrían a toda velocidad asumiendo el cruel desencanto de los que se sabe
fugaz, aceptando que el final es el común denominador de todo lo conocido.
Triste, Solitario y
Final...
Entre Raymond Chandler y
Osvaldo Soriano
La ausencia del Prefecto
determinó el comienzo de nuestro séptimo grado. Nos llamó la atención su
alejamiento, sentimos con incomodidad que su voz no nos diera la bienvenida al
año escolar que estaba por comenzar. El Cura Cevallos tampoco estaba presente.
Entendimos que algo había cambiado y nadie nos había consultado al respecto.
Caras y voces extrañas se apropiaron de los pasillos y de los patios. Otros
Curas, otras sotanas, otros modos de caminar. El comedor se transformó en
depósito de atavíos para mantenimiento y “La Quinta” ya no formaba parte de la
currícula sabatina. Sospecho que por temor a ser maltratados ninguno de
nosotros se animó a preguntar por su suerte. La Prefectura mutó a mapoteca y la
tristeza se adueñó de cada uno de nosotros cuando circulábamos por sus
cercanías. Alguna vez espié por entre los cortinados para saber si su ausencia
no constituía una broma de mal gusto. De aquello aún permanecían, como
testigos, esos dos lúgubres hilos bermellón que bajaban desde el techo por la
pared lindera a la oscura y angosta escalera que moría en el patio central.
Desde ese año debíamos pagar para ingresar al predio de Canning, abonarse para
acceder a la pileta, y reservar turno, previo arancel, para jugar a la pelota
los viernes por la tarde en nuestro solar de diario recreo. Aparecieron así
empresas y comercios de la zona compitiendo por el espacio deportivo en franco
antagonismo con nuestros deseos juveniles. La colonia de vacaciones fue asesinada
y los micros finalizaban sus recorridos en la puerta de la entidad. Una de las
Maestras a cargo me comentó, meses después, que el Cura Emilio tuvo que volver
a España a instancias de la Orden para finalizar su doctorado en Matemáticas.
Recuerdo haberle preguntado por qué no terminar sus estudios aquí, en Buenos
Aires. La pobre no supo que contestar; evidentemente la coloqué en un aprieto.
Eso me indicaba que existían razones que no debía ni podía revelar.
Dos años después y ya cursando mi
segundo año del bachillerato, siempre dentro del mismo ámbito educativo, lo
reencuentro como docente de Matemáticas. Íbamos a ser alumnos de su amada
asignatura, de modo que me predispuse de la mejor manera en su honor y en
gratitud por las inmejorables enseñanzas y experiencias vividas, eventos
todavía frescos en mi memoria.
Desde el primer día lo noté
distante y extraño, diría que extranjero, portando un semblante alejado y una
oblicua manera de mirar. No parecía detentar el mismo tenor de voz; estimé que
su memoria había sido castigada por tantos alumnos y un centenar de
heterogéneas vivencias. No me afectaba dejar de ser “Salita”. Yo no era el
mismo, él tampoco, el modelo del Colegio menos aún. Terminada la hora se
retiraba a su dormitorio sin mediar palabra. La lectura y la oración formaban
parte del presente. Lo percibí mortificado, divorciado de su vocación, como un
revolucionario preso dentro del cuerpo de un burócrata. En cuanto a la
exigencia no había duda que era el mismo de siempre. Esto quedaba plasmado en el
nivel de demanda que nos proponía como metodología de clase; al término del
segundo bimestre veinticinco de los treinta alumnos reprobábamos la materia sin
excusas ni protesto. Algunos, egoístas y miserables, deseaban que abandonase el
cargo a sabiendas de la futura suerte; en lugar de responsabilizarse por
propias falencias achacaban su destino a la severidad del Cura. Eran tiempos
mezquinos y cargados de malicia. El Colegio comenzó a poblarse de alumnos que
con dudosas charreteras pasaban de año aprobando asignaturas sin mérito ni
esfuerzo. Luego de la inactividad invernal no lo volvimos a ver; su reemplazo
fue otro sacerdote, pero de disímil perfil: más cándido e impreciso, menos
exigente, un tanto indolente y ciertamente tedioso. Al final del curso ninguno
se llevó la asignatura. Nadie más preguntó por Emilio, desdichadamente algunos
ingratos llegaron a afirmar que su retiro había resultado provechoso. Por 1980,
siendo ya exalumno, alguien me comentó que el motivo de su clausura se debió a
una severa enfermedad mental habiendo terminado sus días gravemente alienado en
un Monasterio de la Orden ubicado en las serranías cordobesas, al igual que el
Segismundo de Calderón en La Vida es Sueño. Dicen que se dejó morir, negándose
a recibir alimento. Nunca les dispensé identidad cierta a tales hipótesis. Me
afilio a creer en la idea que oscuros intereses lo alejaron de su hábitat
natural y más aún al enterarme que el Profesor Chavarri, titular de música y
continuador de su ideario ético y formativo, había sido relevado por motivos
políticos. Evidentemente el Instituto San José de Calasanz complacía con sumo
agrado la voluntad de los censores de turno. Parecía que por entonces la fuerza
de los subsidios superaba ampliamente todo compromiso ético y moral. Una impresentable
comisión de ex-alumnos se apropió de la organización de los campeonatos de
Fútbol en Canning, torneos fuertemente arancelados y a medida de necesidades particulares. Al mismo tiempo la Unión de Padres de horrible sigla transformó
las populares instalaciones de la entidad en un club de elite. Las primeras
terciarizaciones edilicias a favor de negocios privados comenzaban a delinear
sus irreversibles y futuras siluetas. Súbitamente “La Quinta” empezó a
disfrutar de nombre propio y tranqueras obturadas, todo debía gestionarse, la
libertad había sido abandonada en uno de los viejos protocolos de la Orden.
Gerenciamientos varios terminaron con el patio central y con el Camping
marplatense. La modernidad “al palo”, y con ella algunos de nuestros muertos
eligieron pedir licencia y entregarse en estado de ostracismo y orfandad a
saludables lecturas pasadas de época.
Si bien el Colegio Calasanz era
una entidad privada, contaba con una significativa masa de concurrentes de los
sectores medios bajos que por razones laborales preferían hacer el sacrifico en
pos de la doble escolaridad que la entidad ofrecía en contraposición con la
asistencia simple mayoritariamente extendida en la educación estatal. Su cuota
mensual no era abusiva y poseía un amplio sistema de becas muy bien tabulado
por los señores Iturrieta y Fiore, Tesorero y Secretario respectivamente.
Eficientes y indestructibles encargados de la cuestión. En oportunidades
confundían su roles y peleaban más que las propias familias por la obtención
del beneficio, más allá de ciertas incomodidades que debíamos soportar los
alumnos producto de reclamos muy poco elegantes sobre involuntarias
morosidades. Recuerdo que ya en cuatro y quinto año cada vez que uno de ellos
ingresaba al aula el “pagá Tano, pagá, era el grito habitual y descomedido por
parte de la caterva. El pobre Tano, sonrisa mediante, se incorporaba con
presteza, tomaba el aviso de reclamo asintiendo la falta con el mejor de los
semblantes.
Retomando la historia, todo aquel
andamiaje se había desvanecido por completo. Aquellas eran otras instancias, no
sé si mejores o peores, otras. El dinero y el interés no eran motivo de
insalvable conflicto, quizá jugaba como figura relativa. Recuerdo que cuando
tuve que emigrar por cuestiones económicas el mismo Cura Emilio le ofreció a mi
Madre interceder a nuestro favor para alivianar los costos tratando de
conciliar un programa arancelario posible de afrontar. Pocos años después y
ante el fallecimiento de mi Padre, a instancias de los antes mencionados
obtuvimos dicho beneficio sin mediar solicitudes ni engorrosos pedidos.
Nos tocó estudiar y formarnos en
una época muy triste de la historia de nuestro país. De todas formas uno supo
capturar ciertos signos de indudable belleza interior. A propósito recuerdo al
Señor, con mayúsculas, Horacio Halfon, nuestro querido Profesor de Historia.
Allá por 1976, poco después del comienzo del ciclo, deviene el golpe
cívico-militar que derrocó al Gobierno Constitucional Justicialista, días antes
se había muerto mi Viejo. Estábamos en tercer año y la programática lectiva a
desarrollar durante el ciclo sería Historia Argentina. El texto de Drago sería
nuestra base de estudio. Desconozco si lo había escogido él o era una de las
tantas imposiciones de entonces. Eran momentos de infructuosas valentías; así
como había desaparecido ERSA, desaparecían personas. Días después del golpe, el
Profesor, ante la consulta de una fecha determinada, extrae del bolsillo de su
saco de imperceptibles cuadrillos marrones de distinta tonalidad su cartera
personal; de ella emerge un almanaque cuya imagen era sostenida de cara al
alumnado: El perfil de Eva Perón se nos presentaba silenciosamente, sufriente y
dando testimonio sobre una coyuntura que no entendíamos. El “Profe” no nos
estaba dando una clase curricular, nos estaba esbozando una valerosa
declaración de principios que nunca, en lo personal, pude olvidar.
En tiempos del Cura Emilio el
Colegio Calasanz de Caballito era una fiesta, una isla tal vez. Y creo suponer
que cada integrante de aquella generación que protagonizó esa celebración
estará de acuerdo conmigo. Es probable que mi enorme admiración hacia Tortajada
configure un relato ciertamente subjetivo y ordinario. Pues que así sea
entonces; es mi vulgar y morosa manera de agradecerle. Ojalá que cuando el
destino escriba el último renglón, de la última hoja del libro de mi historia
personal haya sido merecedor de semejante y altruista formador.
¿Usted que es de Guisasola.
Lo conoció a
Juan Amestoy?
… me preguntó el Ómar Milano
Juan Eloy
Amestoy y Ómar Milano. Historias de la Resistencia durante la dictadura cívico
militar. Sus hombres, sus mujeres, sus nombres, no deben quedar banalizados a
merced de una cortada pueblerina cubierta de toscas ajenas sembradas por el
olvido.
Ómar
Milano (a) nos cuenta: “Nos reuníamos clandestinamente en la chacra de Juan
Amestoy. Ahí se tramaron muchas operaciones de la Resistencia, y armar el
camino seguro para sacar del país a gente de todo pelaje que estaba en peligro.
Muchos de los exiliados de la Universidad Nacional del Sur pasaron por Monte Hermoso y Guisasola, camino
a Tres Arroyos por caminos de tierra...
Otro
artífice de ese trabajo de hormigas militantes fue el Dr. Rafael Marino.
Juancito Amestoy supo ser concejal en Coronel Dorrego de Nírido Ediberto
Santagada (desconozco las novelas que leían sus padres, digo por los nombres
del querido Doctor). La chacra estaba a unos 5 km. al SO de José A. Guisasola.
Por razones que no escaparán a tu buen criterio, siempre fui allí de noche....
El Dr.
Rafael Marino (a) El tordo, el petiso, o Don Rafa, había sido Diputado Nacional
de la Alianza Popular Revolucionaria. Tenía su estudio en Av. Córdoba, entre Cerrito y Libertad. Al
edificio se entraba oficialmente por Av. Córdoba, pero los de la cofradía
entrábamos por una puerta de servicio sobre Libertad, ya que la entrada
principal estaba vigilada. Marino lo corrió por todo el congreso pistola en
mano a Lastiri, hasta que lo alcanzó y lo "convenció" de velar a
Ortega Peña en el Salón de los pasos perdidos.
Yo lo vi
(y me tocó participar) hacer una sucesión donde todos los herederos estaban en
la clandestinidad. Don Rafa por esos azares de los Colegios de Abogados era
conjuez de la CSJN, y siempre que era necesario "chapeaba" como el
mejor... Da para una larga charla de historias que algún día habrá que recoger
y sistematizar porque la Resistencia a la Dictadura existió y salvó muchas
vidas. Solían participar de esos encuentros el "Tano" Curzi,
Intendente de Punta Alta de la APR, y luego del PI en el´83, el
"Panadero" Moscoso, también de Punta Alta, el Dr. Juan Vera de Bahía
Blanca (ex embajador en Méjico en épocas de Frondizi), el propio Santagada,
estaban el Albañil y el Chiquito, cuadros que también habían trabajado
políticamente con Santagada, además imposible olvidarme del viejo Gasista y su
hijo el Plomero. Como verá amigo Sala aún conservamos los reflejos de la
clandestinidad y así como siempre me siento de frente a la puerta y con la
pared a mi espalda, también sigo protegiendo a los compañeros. El enemigo no ha
desaparecido, está por ahí agachado entre los pajonales, esperando una nueva
oportunidad. Está bien que ya somos todos unos viejitos inofensivos, pero con
experiencia....
Es una
historia de héroes, militantes comprometidos que la mass media vernácula ha
decidido invisiblizar tomando de ellos sólo esa cuotaparte que admiten como
potable. El Juancito Amestoy Presidente del Club Progreso de Guisasola, buen
vecino, colaborador de las instituciones, altruista y generoso. Hombre humilde,
honesto y siempre dando una mano a quien lo necesitaba. Ese contaba y cuenta
para nuestro establishment evocativo. El Juancito Amestoy valeroso, corajudo,
que jugaba su pellejo y el de los suyos en tiempos en donde las mayorías
dorreguenses festejaban sus bonhomías en las parroquias y en las fiestas
campechanas, en donde el Rótary y la Sociedad Rural exhibían sus pornográficos
manjares con tonos bermellón, apropiándose de cuanta vida y bienes pudieran,
ese Juancito revulsivo y contestatario no tiene lugar en la historia oficial.
Su
chacra oficiaba como parada obligatoria de un vía crucis sospechosamente
inexorable. No eran soldados del emperador los que rodeaban las desventuras de
sus transeúntes, eran ejércitos adiestrados por la CIA, gerenciados por un
suprapoder omnímodo, cancerberos de un Hades que venía a instalar la muerte como
savia salvadora. Aún así, y a pesar de los déspotas, nunca torcieron sus
fundamentos y convicciones. A pesar del terror, del pánico y de las propias
debilidades individuales. No tener miedo, en esas circunstancias, era estar
literalmente loco. De aquí que la partida se pueda considerar dentro de rangos
heroicos, sin exageraciones: enfrentar el dilema a pesar de conocer sus
mortales riesgos. En definitiva salvar vidas era el objetivo militante.
Cuidándose de vecinos perversos y colaboracionistas, buchones, correveidiles,
charlatanes y voyeristas oficiales, o simples curiosos de verdulería prestos al
chimento descolgado y prejuicioso.
En ese
contexto aún tenemos testigos de aquellas épicas nocturnidades. Uno de ellos es el Ómar Milano (a), prestigioso e importante analista político y periodista de la
contemporaneidad, cuadro activo durante esos tiempos, militante que todavía
conserva su seudónimo cuando de relatar sobre estos eventos se trata. La maldad
de los hombres le ha enseñado que nunca se sabe en donde se esconde el traidor.
Su testimonio nos resulta valiosísimo para comprender los alcances del plan
orquestado por la última dictadura cívico-militar: El exterminio de los mejores
cuadros políticos e intelectuales que nacieron y se desarrollaron políticamente
tras los bombardeos del 55, la revolución fusiladora, la proscripción del
peronismo, la revolución cubana, la explosión liberadora en África y el mayo
francés...
Continuemos
leyendo con atención:
Prosigue
nuestro distinguido invitado Milano: “Veo que usted es de Guisasola y que suele
escribir sobre estas cuestiones de los setenta. Le quiero contar sobre él y
sobre algunos compañeros que tuve la suerte de conocer y frecuentar en el
fragor que marcó la resistencia durante aquellos años de dictadura.
Estimado
Cumpa Gustavo: Veo con agrado que una conversación donde surgieron algunos
recuerdos, comience a transformarse en una especie de recopilación histórica de
hechos y sucederes que han permanecido ocultos. Le hablo de hombres sencillos y
silenciosos, que abrían las puertas de sus casas, sin hacer preguntas (una vez
verificadas las contraseñas), de mujeres abnegadas que siempre tenían una olla
con sopa a cualquier hora, y mientras tanto tendían un par de camas para los
cumpas que se jugaban la vida.
Veníamos
de discusiones previas donde algunos habían optado por la lucha armada, contra
los que opinábamos que eso nos llevaría a un desastre peor. Pero no era hora de
reproches ni de resaltar diferencias anteriores. El barco naufragaba y había
que rescatar a los náufragos.
Se
viajaba de noche, por caminos de tierra, había postas, recambios, la salida
había que organizarla, generalmente al Paraguay primero, para pasar a Brasil, o
a Brasil directamente, donde los cumpas que emprendían el camino de "la
beca" (los llamábamos "los becarios") se presentaban en la
oficina de la ACNUR en San Pablo, para luego ya bajo protección de la ONU, con
status de Refugiados, marcharan hacia algún país de Europa que los estaría
recibiendo.
Eran
todos militantes de base, ninguno de "la pesada", tipos que habían
quedado con el culo al aire al pasar la cúpula de Montoneros a la
clandestinidad. Le hablo de docentes, estudiantes, catequistas, trabajadores
sociales a los que les costaba comprender "¿porqué a ellos?"
militantes que solamente habían cumplido con su vocación y su inquietud de
ayudar a construir un mundo mejor a favor de aquellos corridos e
invisibilizados por el sistema. Es importante reconstruir esa parte de la
historia no contada, que viene a romper con el mito de que "en la
dictadura toda la sociedad" se quedó quieta. Mientras como usted bien
señala, estuvieron los Juancito Amestoy, y muchos otros más que a lo largo y a
lo ancho del país, articularon una red de contactos.
El gran
vertebrador y arquitecto, el cerebro detrás de esta operatoria fue Don Oscar
Alende, y la estructura del Partido Intransigente, con el Dr. Marino como una
especie de "oficial de operaciones" y miles de silenciosos
militantes. A nadie se le preguntaba de donde venía, si de la izquierda o de
mas a la izquierda, o menos a la izquierda. Si venía del Socialismo o de los
Grupos de Base de la Iglesia. Sólo era alguien que debía salvar su vida, y que
ponía su vida en nuestras manos (y nosotros en las suyas, ya que se corría el
peligro que se nos infiltrara algún servicio). Afortunadamente no sucedió nada
de eso. Y muchos siguieron y siguen su vida sencilla. Algunos en la militancia
activa, otros retirados.
Otros
como Juancito allí, dejando huellas de su capacidad y su hombría de bien en sus
respectivas comunidades, sin que la historia (hasta ahora) haya descubierto esa
otra faceta, impronta tan enaltecedora como las que se le conocieron
públicamente.
Le
confieso Sala que muchos seguimos utilizando nuestros nombres de entonces, y a
veces, al tocar un portero eléctrico, y ante la pregunta ¿Quién es? usamos
alguna contraseña de las conocidas...
Sobre el
Rafa Marino le puedo contar que era un viejo noctámbulo y tanguero, muy amigo
de Edmundo Rivero entre otras cosas. Un día me avisa que tenía que viajar, yo
por entonces vivía en Tres Arroyos. Me informa que a las 17 horas tenía que
estar en la escribanía “XX” en La Plata, allí me iban a dar los libros de
registro de firmas. De ahí te vas a Huinca Renancó me dijo, donde a tal hora te
vas a encontrar con “ZZ”, otro compañero que anda en un Dodge 1500; el
encuentro debe ser en la estación de Servicio que está “en tal sitio”. Tienen
que firmar y vos antes de las 9 de la mañana debés llegar con los libros de
registro firmados a la Escribanía.... Vos sabés que los libros de registro para
un escribano son casi más importantes que su propia vida, pero esta operatoria
es indispensable para convalidar una sucesión que se tramitaba con los
herederos en la clandestinidad. Esta gente vive en la Provincia de San Luís, y
hay que hacer todo antes de que se "enfríen" los huesos. Perdone que
insista en no darle precisiones sobre lugares y apellidos, no hace falta, cada
quien sabe, lo importante es lo que pasó...
Bueno,
el Rafa era capaz de esas cosas. Yo tenía por entonces treinta y pico de años,
y un 404 GP bastante "tocadito". Cosas que pasaron y que uno ahora no
puede analizar con un criterio de racionalidad....”
Don Ángel
De La Cabrera
a Guisasola
Historia
de un Castellano Leonés
Prólogo
Doce historias encadenadas pueden
transformarse imperceptiblemente en una novela con vínculos de integración
aparente admitiendo una sensación de continuidad tácita, casi artificial. El
Ángel hace referencia a un proceso migratorio en donde cada personaje va
construyendo sus propios y exclusivos agobios, mimetizando fantasmales
ausencias con ilusorias bienvenidas. Amores truncos y aledaños acompañan una
suerte de solidaridad extrema, no siempre bien entendida. Hechos reales recrean
mecanismos literarios ficticios y viceversa, los límites quedan difusos y lo
relativo juega un papel trascendental. La epopeya de una madre con sus hijos y
el fanatismo de un absurdo idealista contraponen de manera indeseable un
recorrido plagado de despedidas. El pasado protagoniza, imponiéndose al presente,
determinado incertidumbres y culpas compartidas. Víctimas y victimarios
coquetean con el destino prometiéndose permanentes soledades, quedando presos
de sus errores, aguardando aires favorables que nunca podrán disfrutar por un
sapiente determinismo preestablecido. Esa extraña sensación de transcurrir a
favor de seguridades inexistentes nacidas bajo el imperio del dolor y la
resignación. El Ángel promete un recorrido probable y apacible. Es una historia
común y como tal disfruta de egoísmos legítimos e ilegítimos,
contraindicaciones y leves desacuerdos...
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