A mis amigos los escritores, en su día, agradecido por permitirme de vez en cuando ingresar como convidado a la verbena
“En la actualidad
cualquier estúpido con recursos económicos escribe y publica un libro y eso de
ninguna manera lo convierte en escritor”; esta sentencia cuyo autor
prefiero mantener en reserva presenta a mi entender flancos que es necesario
desglosar. Tras el carácter taxativo de la afirmación se esconde un sofisma
sencillo de refutar con el siguiente razonamiento: “En la actualidad cualquier
entusiasta de las letras o escritor profesional, bueno o malo, estúpido o no,
con suficientes recursos, está en condiciones de publicar un
libro”. Estimo que la estupidez, la literatura, y la posibilidad de publicar
no son términos equivalentes ni guardan relación entre sí y más teniendo en
cuenta que los hermosos textos del gran escritor estadounidense Lovercraft
vieron la luz recién pasada una década de su muerte por lo cual no queda mucho
para agregar sobre de qué se trata ser un escritor.
Como dijo
Stevenson “El encanto es una de las cualidades esenciales que debe
tener el escritor, sin el encanto, lo demás es inútil”. Borges
sostenía “Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo
preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin,
y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de
inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas
son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”.
En consecuencia al
adolecer de encanto no me considero escritor más allá que algunos de mis textos
hayan tenido buena estrella y reconocimiento en varios centros literarios
nacionales. De modo que por fuera de la profesionalidad que la tarea
requiere, ésta exige de cualidades que no siempre están ligadas con las ansias
y deseos de expresarse mediante la palabra escrita.
El lector elige, al
igual que es elegido por el texto que escoge. El escritor nunca está al margen
de la cuestión, sabe perfectamente a quiénes trata de apuntar con su encanto.
Al igual que
escribir no es ser escritor, leer no significa ser lector. El lector es la
esencia del escritor en sus dos facetas: No se puede ser escritor sin ser
lector, y no se puede considerar lector al sujeto que leyendo no relaciona ni
intenta incluirse por igual dentro del espíritu de la historia (infiernos del
escritor) y la jerarquía del lenguaje. Sucede lo mismo con la música y con el
cine. Ni nos convertimos en melómanos por escuchar melodías, ni nos podemos
considerar cinéfilos por el simple hecho de ver películas. Interviene aquí un
elemento que marca la diferencia: La complejidad. Nuestro propio placer
por la complejidad exigirá que vayamos en búsqueda del encanto, y como
consecuencia, tendremos la capacidad para determinar si ese texto al que
arribamos está escrito por un escritor o por un simple entusiasta de las
letras. Discernir con placer dentro del ámbito de la complejidad es tarea del
verdadero lector.
En alguna ocasión
un amigo, también entusiasta de las letras, criticaba la apertura libre y
discrecional que hacía de mis títulos en sitios públicos de la red, insistiendo
que debía poner más atención sobre cuestiones de reserva y cosas por el estilo.
Según su razonamiento estoy mal exponiendo mis cuentos, poesías y novelas para
que sean utilizadas, usurpadas y si se quiere malversadas por propios y
extraños (se ve que el hombre me aprecia demasiado). Sin duda que vale la pena
el reto del que buenamente era víctima, pero a mi entender, en la actualidad,
como en ningún otro momento de nuestra contemporaneidad, se hace necesario
reforzar los conceptos de libertad y de igualdad mediante la acción concreta.
Es probable que mi estupidez quede de manifiesto inmediatamente luego de
efectuada la lectura, por lo menos nadie podrá acusarme de distraer dineros de
terceros en textos que resultan más interesante de encontrar casualmente que,
en el peor de los casos, tener que pagar para acceder a ellos.
El físico y filósofo
italiano Strato de Lampsacus afirmó que sin pensamiento nos es imposible
percibir la belleza que atesora la complejidad. Estando de acuerdo con la cita
se puede afirmar que cuanto más fronterizo es el menú artístico a percibir
menos necesidad de elaboración inteligente requiere. Cuestiones de pertenencia
política y cuestiones de resignación artística hacen a la problemática
cultural. Ambas conspiran contra la posibilidad de educar y formar al soberano,
respetarlo elevando el tenor conceptual, de familiarizarse con la hermosa
desmesura de la complejidad, por encima de conformarse con la vulgaridad
rutinaria que nos ofrece la seguridad de lo probadamente digerible.
Al mismo tiempo, y
como bien sentenció Albert Camus, después de expresar la nobleza del oficio de
escribir, “querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros
títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero
tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni
orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza;
consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta
levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia”.
En lo personal
cuando leo y cuando escribo, blues...
El literato pasó todo el día ocupado con su sueño, y cuanto más profundizaba en él, más bello le resultaba, más le parecía que superaba todas las composiciones de los mejores poetas. Mucho tiempo, durante días enteros, acarició deseos y planes de escribir este sueño de forma que manifestase esa infinita belleza, profundidad e intimidad, nos sólo para el que lo soñara, sino
ResponderEliminartambién para otros. Tardó en abandonar estos deseos y esfuerzos y en comprender que debía contentarse, en su interior, con ser un verdadero poeta, un soñador, un visionario de espíritu, pero que su obra debería seguir siendo la de un simple literato. RASTRO DE UN SUENIO HERMANN HESSE