Maestros del Blues. Ronnie Earl... y como siempre, por allí se filtra algún fatigoso y olvidable texto..




Su nombre verdadero es Ronald Hovarth. Acaso pueda considerarse como uno de los tres o cuatro guitarristas más finos del género de la década del 80, aunque para los ortodoxos siempre ha transitado por una sospechosa línea heterodoxa en donde el jazz y el rock tenían su espacio reservado.

Nació en Queens, Nueva York el 10 de marzo de 1953, y fue a poco de ingresar en la Universidad de Boston en donde se sintió atrapado por el blues y la guitarra. 36 trabajos de excelsa calidad artística, elegante y sentida, hablan de él desde 1979, año de su primera grabación hasta el año 2015. Imposible escoger y no ser injusto con obras de otras, me atrevo aún así, invitándolos con estas cinco muestras de su arte. 










Las suertes que la vida me ha regalado, le dije al tipo. Como en toda suerte ni siquiera cabe la responsabilidad. Por suerte no soy periodista, de manera que nadie va tomar en serio mis pensamientos, análisis, informaciones y menos aún seré invitado a tediosos encuentros que apenas finalizados quedarán en el olvido. Por suerte no soy escritor. Por eso mis novelas, cuentos y poemas no tienen la obligación de llevar el fatigoso peso de una firma sospechosa. Si uno se choca casualmente con alguno de ellos no se verá forzado a saber quién es el autor. Además uno se ahorra vida al no sentirse parte de tertulias y convites en donde generalmente la literatura queda a un costado, como en estado de espera, hasta que vuelva a recuperar su rol fundamental. Por suerte uno no es inteligente ni sagaz, cuestión que me permite obtener licencias de modo no molestar a mis cercanos y lejanos con postulados fundantes y frases de almanaque. Por suerte no tengo ni la ambición ni el desvelo de superarme y menos aún de superar a mis linderos. Por suerte no estoy en ningún listado cuando de valorizaciones se trata. Por suerte nadie cuenta conmigo en su imaginario. Es una excelente forma de no defraudar y a la vez le permite a uno dar la sorpresa inesperada sobre algún inciso no pensado. Por suerte no me esfuerzo por agradar. En ocasiones dicha carga conlleva cierta dosis de hipocresía que lacera, y mucho, a medida que los años avanzan. Por suerte ni el deber ser, ni ser políticamente correcto, cuentan en mi vademécum.  Por suerte no creo en supersticiones. El amor para toda la vida, el amigo incondicional, la verdad revelada, la credibilidad, los pueblos nunca se equivocan, el hombre es bueno, el olvido, la memoria, Dios existe, Dios no existe, la existencia de los imprescindibles, la vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida o que cada día que pasa nos parecemos más a ese cadáver que alguna vez seremos. De todas maneras llevar las maletas cargadas con semejante fortuna es el precio que uno debe asumir y pagar para tratar de ser, como decía el recordado Osvaldo Ardizzone, un hombre común, sin aspiraciones extraordinarias ni ordinarias, de ser una persona fácil, sin limitaciones formales, sin que pese el veto o la aprobación exterior, sin ser invasor ni ser invadido, de ser feliz de a ratos, de hacer feliz de a ratos...



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