Esa noche de sábado
Marcos llegó a su casa tan cansado como confundido. Supuso que ambas cosas
estaban absolutamente justificadas y tenían íntima relación con el estado de
tensión interno que supo cimentar luego del almuerzo. Durante la tarde había
logrado cruzar un par de palabras con Graciela aprovechando cierta distracción
por parte del Corcho. Sin insistir demasiado, de modo evitar molestias de las
cuales no se puede retornar, logró que acepte tomar un café el Domingo por la
tarde en la San José, confitería ubicada en la ochava que dibuja Rivera Indarte
con la Avenida Rivadavia, aprovechando que la joven iba a estar de visita en la
casa de su parentela de Flores. Se pegó una ducha, puso la ropa a lavar y cenó
en la soledad de su cuarto. Desoyó los cuatro llamados que David, con su
acostumbrada insistencia, le hiciera para ir a bailar con la barra a Pinar de
Rocha. Con la ayuda de su madre y la excusa de un estado gripal avanzado logró
que el muchacho resigne su porfía. Marcos prefirió concentrarse en la lectura
del libro que le había regalado Rubén, cosa que pudo lograr a medias debido a
que permanentemente se le cruzaba la imagen de Graciela y el encuentro que en
pocas horas tendrían, no ya con la intención de recuperarla, sino para tratar
temas en donde la vida y la muerte estaban a la vuelta de la esquina. Al llegar
a la página cincuenta entendió que Papini no merecía el desplante, de forma
tal, se inclinó por prender la radio; Del Plata incluye excelente música los
sábados por la noche pensó. Apagó la luz y trató de encarar una diligencia que
hasta el momento parecía imposible, dormir. El póster de Claudia Cardinale,
fijo en la pared, aparecía y se ocultaba a instancias de la cortina americana
en la misma medida que los focos de los automóviles anunciaban su circulación
callejera; apenas una escueta lencería inferior de tono oscuro, la camisa
totalmente desprendida dejando intuir su extrema opulencia, el cabello mojado,
la cara lavada y su cuerpo tirado en la arena era toda una invitación para un
joven sortilegio. Tampoco tuvo voluntad para gozar físicamente del maravilloso
espectro tunecino que tenía delante. Cerró los ojos; diseñó decenas de
argumentos, relatos, preguntas, discursos, hasta que por fin la luz de la
mañana le comunicó que dormir no le había resultado una quimera, cuestión con
la cual había especulado con exagerado denuedo. (.. del cuento 1974, Una historia de amor, autor GMS)
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