No tenga dudas mi amigo que el
amor es una trampa para el incauto y un enemigo demasiado poderoso para el
precavido. Trabajé para y en contra de él, es implacable, no tiene piedad del
sano y se ensaña con el enfermo. A esta altura del relato usted ya sabe que la
vida del círculo literario dorreguense fue breve pero intensa para los que la
protagonizamos, y su corta vigencia se debe pura y exclusivamente a la propia
naturaleza perversa que tiene el amor. Con él nada dura demasiado. Es absurdo esperanzarse
con eternidades y cuestiones por el estilo, a fuerza de sincerarme le cuento
que no me parece censurable la estrategia de Belcebú, incluso, con el
acumulamiento de fracasos hasta resultan previsibles determinados finales. El
amor no engaña per se, tal vez hace algo más malevolente aún, deja que ocurra, me
afilio a la idea que nosotros queremos ser embaucados por él y sus inerciales espejismos,
subsumisión que impone una necesaria debilidad, hasta nos exhibe buenamente
todos sus peligros, sin embargo me atrevo a sentenciar que como enfermedad terminal
va realizando su tarea pausadamente, por goteo.
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