Egoísmo
en el empedrado burgués
Le propongo mi señora describirle los alcances del
egoísmo dentro de este ámbito. Creo que dicho inciso, hablando siempre dentro
de parámetros emocionales, es pensar que solo uno sufre la distancia, es no
intuir que el exilio involuntario hace del que se aleja un oscuro objeto en
dirección al olvido. La distancia es la misma y se sufre en ambos horizontes,
pero estos incluyen dos paisajes distintos. Los siniestros desvelos provocan
que las camas se mojen y se mojen las manos y se intuyan engaños y se quiera
desqueriendo y se ama desamando. El espejo suele ser un sabio delator de
inconsistencias, no lo dude, podemos engañar al mundo pero su cepo es
infranqueable muy a pesar de los brillos y maquillajes. Siempre están allí los
ojos, sendos delatores de nuestros íntimos quebrantos. Eso es lo que le sucede
al egoísmo por aquí. Habla cuando sus palabras importan más que su silencio y
cuando este toma cuerpo diseña barrotes, describe sombras y celdas imaginarias.
Los inventarios individuales de parabienes, amarillos y tediosos se hacen
presente y acusan pérdidas irreversibles, siempre a la espera de ese último
regreso. Pero no quiero que se confunda, por aquí también soy visitado por otras
mujeres, de todas las edades, que esperan también por aquel espectro que las
saque de su rutina. Este sitio y así es mi decisión, no posee exclusividad
genérica. Acaso no sean poetas de rimas sobre papel, pero nadie tiene
fundamentos para negar que llevan el más ardiente de los deseos poéticos en su
interior, el más codiciado néctar del amor, el don para complacer, al oscuro,
al olvidado, al erudito, al santo. Mayor acto de generosidad imposible, mi
señora. Puede ser un cortesano que de refinados aceites con trajes y linajes de
misa luego le regale una canción, puede ser un escritor necesitado de vértigo y
pasión al cual la hoja en blanco lo exacerba. Mujeres de ojos callados y bocas
enrojecidas, muchas veces maltratadas, malqueridas, susceptibles del embeleso,
con la premura del espanto y a la espera de un no regreso. Su tarea es fingirle
al desahuciado placer, en su sombra y en su ruina, y siempre atentas aguardando
por ese espectro que mansamente las secuestre de su infierno y de su soledad.
Siniestramente débiles a la hora de la estaca, mágicamente firmes a la hora del
canalla que impiadosamente aprovecha sus venturas para negociar una tarifa que
por piedad no debería ni siquiera conversar. Las mujeres de ojos callados y
bocas enrojecidas pierden sus tacos caminando por nuestro histórico y absurdo
empedrado burgués, más luego, ataviadas, regresan al bar a la espera de esa
flor nunca regalada y una redentora propuesta que jamás será anunciada…
Autor: G.M.S
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