El Arte de la Carneada. Mitos y Realidades de un hábito popular y cultural de nuestro interior profundo. Autora: Licenciada en Antropología Social Ana Carolina Diez Brodd
Universidad Nacional de Centro de la
Provincia de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Tesis de Licenciatura
en Antropología, Orientación Social
“La carneada: sociabilidad,
reciprocidad y política tradicional en poblados rurales del centro de la Provincia
de Buenos Aires” Ana Carolina Diez Brodd Nº Matrícula 700.830 - Director: Hugo E. Ratier Olavarría Agosto de
2006
A Cyra y
Antonio, por ese día en que me soñaron. Y por la vida que vino después, con su
constante invitación a mirar el mundo. Por los ojos y por la mirada.
Agradecimientos:
“Dar las
gracias, ponerlas en papel como un abrazo perpetuo que acá descansa para cuando
lo quieran recibir todos aquellos que me acompañaron y ayudaron –sabiéndolo o
no- a lo largo de este proceso. Gracias al Maestro, gracias a la generosidad de
Hugo Ratier que no dejó nunca de enseñarme que en el campo está la
antropología, y que en la gente está lo que todos buscamos. Gracias a todos los
compañeros del equipo de investigación con los que compartimos los trabajos de
campo y la experiencia de estar ahí, y de hacernos, juntos, antropólogos.
Magdalena, Mario, Leandro, Pablo, Eugenia, Mercedes… y siguen los nombres.
Gracias a mis compañeros de la facultad. A los de la carrera, a los de las
otras carreras… Gracias a Gabriela Brook, mi compañerita de tantas cursadas y
de tantas tardes pergeñando trabajos. A Marcelo Zelarallán (destacado mío…) por
lo antropológico de nuestra amistad, y por lo ilógico también. Gracias a todos
mis amigos, de todas las épocas, de todas las circunstancias. Gracias a Maxi,
mi buen amigo desde el principio de nuestros tiempos. Gracias por los sueños
que 3 compartimos, por los poemas que leímos, por las canciones que cantamos;
gracias por estar. Siempre. Gracias a Carolina Feito. Por invitarme a caminar
con ella. Por la confianza ciega. Por tolerar mí irreverencia. Gracias por lo
que vendrá. Fernanda y Negro. Gracias por el abrazo de cada día. Gracias por
acompañarme la vida, por escucharme. Gracias por las risas. Gracias, Lola.
Desde la distancia, desde el silencio. Amiga de las grandes, compartir el
trabajo con vos fue casi tan lindo como todo lo demás. Gracias por tu
carcajada. Gracias a toda la gente de los pueblos. Gracias por la generosidad,
por compartir su vida y su historia conmigo. Gracias a los García y Urreta:
Fernando, Susana, Lucía y Eva. Gracias a María Luisa. Gracias Chala, Pala,
Flaco, Pocho… Gracias a todos por el cariño, y por dejarme entrar. Mi Familia.
Todas las gracias son pocas. Gracias a todos mis ausentes. Gracias a los que están.
Papi, gracias. Por el olor a tierra arada, por el trigo maduro, por la vida
diaria hecha sueños. Gracias por tu emoción, gracias por tu orgullo. Blanca,
Gracias. Por la conversación, por el cuidado. Gracias por tener para mí el
mejor abrazo cuando creí que nunca más me iban a abrazar así. Gracias a mi
hermano Juan. Por esa sensación que no se puede contar, por ser MI hermano. Por
recrear esos ojos, por la emoción de agradecerte. A su mujer Erica, y a mi
sobrinito Matías. Mi Totito, que está ahí con toda su belleza, creciendo para
demostrarnos que podemos ser mejores, y ser más. Gracias a mi tío Hugo. Gracias
por tanta risa, y por ser el dueño de los primeros recuerdos de mi vida. 4
Gracias a mi tía Ana María, a Guillermo y a mis seis primos. Gracias por
abrirme los brazos, por ser mi familia, por la bienvenida. Gracias Melli por la
alegría, gracias por el cariño. Gracias a la familia Galán, por adoptarme.
Gracias a Moni por hacerme sentir en casa cuando estoy lejos de casa. Gracias a
la Mima y al Tata, mis nuevos abuelitos, y a la tía Cuqui. Laura. Gracias.
Colega, compañera, camarada. Ninguna palabra te abarca. Gracias por
completarme. Gracias por la energía, por los proyectos. Gracias por contagiarme
las ganas y el brillo. Gracias por el nosotras”.
INDICE
CAPÍTULO 1
Introducción
y método
La
vuelta al campo
La
etnografía y el medio rural
Cerca
y lejos: el péndulo del extrañamiento
“Terminamos
carneando"
Acerca
de la estructura de este trabajo
CAPÍTULO 2
Los
poblados rurales y el desarrollo pampeano
La
especificidad social y productiva de la Región Pampeana
La
propiedad de la tierra y la organización productiva. El siglo XIX
El
“Granero del Mundo”
El
“estancamiento” productivo
La
re-expansión pampeana y la llegada de las políticas neoliberales.
Los
Poblados rurales del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Caracterización
Situación
actual
16
de Julio, Recalde, Santa Luisa, El Luchador
CAPÍTULO 3
Pautas
de alimentación y elaboración de alimentos
La
definición cultural de las pautas alimentarias
La
perspectiva antropológica
Del
hábito de comer animales. Los prohibidos y los permitidos
La
“cultura gastronómica rural” en Argentina: Carnívoros y porcófilos
Las
corrientes inmigratorias y la adopción de hábitos alimentarios
Caracterización
de la carneada
El
género en la carneada
La
carneada en los pueblos estudiados: Tradición y clima festivo
CAPÍTULO 4
Organización
del trabajo, sociabilidad y reciprocidad
El
trabajo rural y las relaciones sociales
Relaciones
y vida cotidiana en los poblados rurales del centro bonaerense
Los
“patrones”. Los “empleados”. Los “parientes”. Los “vecinos"
Relaciones
de reciprocidad
CAPÍTULO 5
Reciprocidad,
política e intercambio de “dones”
Liderazgo
y política en los pueblos de campaña
La
política lugareña
Carneadores
y construcción de liderazgo
Los
productos: el alimento como “don"
La
carneada: reciprocidad y política
CAPÍTULO 6
CONCLUSIONES
ANEXO DE FOTOS
BIBLIOGRAFÍA
CAPÍTULO 1
Introducción
y Método
1.1.
La vuelta al campo. Este trabajo es
resultado de un proceso comenzado en el año 1994, cuando cursaba las materias
de la Licenciatura en Antropología, orientación Social en la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires, en la ciudad de Olavarría. Allí, al cursar un Taller de
iniciación a las técnicas de registro antropológico me había encontrado con el
que sería mi primer maestro, el Licenciado Hugo Ratier. Fue él quien desde el
espacio de su taller convocaba a los aspirantes a antropólogos que éramos a
participar del proyecto de investigación que, con financiamiento de UBACyT nos
llevaría a hacer trabajo de campo... justamente al campo. En mi caso particular
la posibilidad de acceder a la experiencia empírica de campo era uno más de los
pasos de mi formación académica, y esta manera de percibir al trabajo de campo
carecía en ese momento de otras lecturas. Algunos años después la situación de
campo vivida en el marco del grupo guiado por Ratier cobra otros significados.
El principio fue la etnografía: de pronto ahí estábamos, en el campo, siguiendo
la invitación de nuestro director, dispuestos a pasar días enteros conviviendo
con la comunidad local de algún pueblo rural del centro bonaerense y listos
para absorber hasta la más mínima expresión de la vida campera. Sin ser
demasiado consciente de ello, yo volvía buscando el extrañamiento que el método
señala a un medio que no me era extraño ni ajeno. Nací y me crié en Tres
Arroyos, una ciudad del sudoeste bonaerense, en medio de la cuenca agrícola más
importante de la provincia. Mis bisabuelos, inmigrantes españoles en su mayoría
se asentaron en la zona formando parte de las primeras colonias agrícolas del
sur de la provincia, y mis abuelos siguieron la tradición, y así mi padre. Si
bien viví siempre en el pueblo, abuelos, tíos y demás parientes vivían en el
campo, y yo pasaba allá los fines de semana. Mi papá trabajaba en el campo,
vivíamos del campo… Ese ida y vuelta entre campo y ciudad fue mi marco, ahí
crecí. Y ahora, que estaba en la ciudad, estudiando en la universidad
encontraba ese término nuevamente, pero con otra carga de significado.
Ahora el campo era todo aquello que se
decidiera a ver desde la perspectiva disciplinar: el trabajo de campo dejaba de
ser lo que siempre había entendido (ligado a herramientas, tierra, y cultivos)
para transformarse en un abordaje intelectual sobre eso llamado objeto de
estudio. Ahora que los términos crecían para mí, adquiriendo nuevo significado,
nombrando más de lo que yo conocía, tenía que ponerme a prueba en este proceso
formativo. Y para eso volví al campo: pero esta vez envuelta en el enjambre que
me generaba que el campo fuera ahí, en el campo. Ser consciente de esto llevó
su tiempo. Las primeras señales venían de afuera: para mis compañeros citadinos
yo era la que, en ausencia de informante nativo, podía contestar como si fuera
uno de ellos… El presentarme ante la gente de los pueblos como hija de
agricultor, como “chica de campo” funcionaba como un puente valioso: “esta es
de las nuestras… es de campo” dijo alguna vez Mabel, una de nuestras queridas amigas
de 16 de Julio. De todas maneras no estaba sola en esto: dos más de las
integrantes que tuvo el grupo tenían su historia de vida ligada a este ámbito
al que ahora revistábamos desde otro lugar. Ahí estaba yo, redescubriendo ese
campo que no me era ajeno, ámbito en el cual tangencialmente me había criado,
rodeada de ese tipo de vínculos y relaciones que ahora podía mirar a través de
las herramientas que la antropología me daba. La observación y la convivencia
con el mundo rural que había sido un hecho cotidiano no reflexivo durante mi
infancia y juventud se había transformado en una nueva experiencia: volvía al
campo para volver a mirar, para observar ahora con método al otro construido
que era ese campo.
1.2. La etnografía y el medio
rural
La propuesta metodológica planteada
por el director del equipo nos llevaba a campo siguiendo el modelo etnográfico
clásico: pasamos entre 10 y 15 días viviendo en los pueblos de campo del centro
de la provincia de Buenos Aires. A veces nos hospedábamos en la escuela, otras
veces en el club, dependiendo de la disponibilidad de espacio físico en las
comunidades que visitábamos. Luego de establecer contacto con alguien de la
comunidad (en muchos casos algún funcionario, como es el caso de los delegados
municipales) y conseguir lugar para alojarnos y vivir durante los días que
durara el trabajo de campo, llegábamos: un grupo de extraños que oscilaba entre
los tres y los siete u ocho integrantes se instalaba en el pueblo a “vivir”.
Localidades tan pequeñas como las seleccionadas no tienen hoteles u hospedajes,
por lo que llegábamos con colchones, mochilas, bolsas de dormir, ollas y alguna
computadora portátil a tomar por sorpresa a estos pueblos. Siguiendo la
definición de Martyn Hammersley y Paul Atkinson “(...) la etnografía (...)
simplemente es un método de investigación social, aunque sea de un tipo poco
común porque trabaja con una amplia gama de fuentes de información. El
etnógrafo, o la etnógrafa, participa, abiertamente o de manera encubierta, de
la vida cotidiana de personas durante un tiempo relativamente extenso, viendo
lo que pasa, escuchando lo que se dice, preguntando cosas; o sea, recogiendo
todo tipo de datos accesibles para poder arrojar luz sobre los temas que él o
ella han elegido estudiar” (Hammersley y Atkinson; 1994: 15). Esos éramos
nosotros, viendo, escuchando, preguntando, participando. El desarrollo de la
disciplina antropológica está atravesado por la particularidad de su propuesta
metodológica. Desde su origen, ligada a los procesos de colonización llevados
adelante por los países potencias de occidente, la perspectiva etnográfica y el
trabajo de campo prolongado entre los “otros culturales” para aprehender sus
culturas fue la norma antropológica central. La necesidad práctica de abarcar otros
modelos sociales y culturales desde una perspectiva científica en contextos de
conquista y colonización acompañó a la antropología originaria. El transcurrir
de las décadas y de los procesos políticos en el mundo, junto con el proceso
propio de crecimiento disciplinar orientó la mirada, cambiando el foco: el otro
ya no era el lejano, el primitivo, el juego de opuestos que opone occidente a
su modelo etnocéntrico. Ahora los ojos apuntaban hacia adentro, el otro podía
ser el país vecino, el barrio vecino, el indio que vivía en la periferia de la
urbe industrial, el campesino... El cambio estuvo acompañado por la maduración
de la propuesta metodológica: etnografía ya no era sólo la presencia
sistemática en campo, sino también una manera de mirar. Las distancias se
acortaron, tanto en kilómetros como en relación a las relaciones entre
estudiosos y estudiados.
Como herederos de este proceso, ahí
estábamos en el campo: nuestro director y nosotros, los estudiantes, tratando
de abarcar la realidad social de ese medio que elegíamos para estudiar. El
marco del proyecto de investigación dirigido por Ratier proponía, en líneas
generales, detectar y analizar la presencia institucional de asociaciones u
organizaciones vinculadas a lo político y productivo y de otras formas
asociativas en los pueblos del centro bonaerense. El mundo rural era el espacio
para desplegar nuestra perspectiva etnográfica, tratado de captar todas
aquellas situaciones que nos permitieran arrojar luz sobre aquello que
tratábamos de desentrañar. El arribo -descripto algunos párrafos más arriba- al
pueblo con los bártulos a cuestas planteaba el primer escenario: nosotros
–desde la universidad, desde la ciudad, desde la “curiosidad de la ciencia”-
llegábamos y ellos –en sus casas, del pueblo, del mundo rural, desde la
“curiosidad del pueblerino”- nos veían llegar. La elección del método
etnográfico no obedece –como podría pensarse ingenuamente- a la necesidad de
pasar más tiempo para obtener más datos. La etnografía permite generar un
contexto de convivencia entre los investigadores y los pobladores –en este caso
puntual- que no sólo permite obtener una mirada más amplia sobre ese mundo
observado, sino que permite que la distancia entre el nosotros y el ellos se
acorte. Se trata de un complejo proceso mediante el cual el investigador
debería lograr establecer vínculos que le permitan acceder, no sólo a la
posibilidad de mirar, sino también a la posibilidad de preguntar, para poder
entender que es lo que está viendo. La situación de trabajo de campo termina de
plasmar una de las características esenciales de toda investigación social: la
reflexividad. “Somos parte del mundo social que estudiamos” (Hammersley y
Atkinson; 1994:29) y esto implica que como investigadores no podemos dejar de
comprendernos en situación de campo como seres subjetivos, que debido a nuestra
intención –investigar un tema con la perspectiva y las herramientas de la
ciencia que portamos- nos encontramos articulando con otros seres subjetivos,
con intenciones y percepciones diferentes. El debate teñido por las herencias
positivistas de un lado, o naturalistas de otro, que ha atravesado la ciencia
social nos ha permitido comprender que esta articulación es un elemento
altamente enriquecedor para el proceso de investigación.
Llegábamos, y luego de dejar las
cosas y acomodar un poco lo que iba a ser “nuestra casa” en el campo, salíamos
a mostrarnos. Solía ser el caso que alguno de los pobladores (la portera del
jardín en el que nos alojamos por primera vez en 16 de Julio; el encargado del
buffet del club de Santa Luisa; la esposa del cantinero del club de El
Luchador...) sabía de nuestra llegada, pero en la mayoría de los casos, nuestra
llegada despertaba mucha curiosidad. La manera de “presentarnos en sociedad”
era concurrir a algún lugar público, como es el caso del boliche del pueblo, o
la cantina del club... Y ahí comenzaban a conocernos. Conversar con la gente
del pueblo, contar que éramos antropólogos, y que era eso, y que queríamos
hacer en el pueblo, que nos interesaba saber... En estos pueblos que oscilan
entre los 30 hasta los 300 pobladores, el boca a boca funciona a la perfección.
Y la sociabilidad del campo bonaerense, sumado a nuestras “credenciales”
funciona en combinación de manera asombrosa. La percepción de los lugareños acerca
de nuestra finalidad específica cubría el espectro que va desde aquellos que
alcanzaban a comprender de que se trataba esto de hacer ciencia social, pasando
por los que confundían nuestro interés con la función periodística, hasta
aquellos a los que nunca les preocupó saber de qué se trataba nuestra
presencia, con tal de conversar un rato, y ver caras nuevas. No encontramos
nunca desconfianza, resquemor, desinterés... La gente del campo abre la puerta,
invita a pasar y cuenta. Les gusta ser escuchados, se sienten cómodos contando
como es la vida en el campo, y más que nada, como era. Con saber que éramos
estudiantes, o que veníamos de la universidad se daban por satisfechos. El
acceso al campo no resultaba problemático. Nosotros queríamos entender el mundo
rural; ellos estaban dispuestos a dejarnos mirar, y a contarnos.
1.3. Cerca y lejos. El péndulo del
extrañamiento.
“El extrañamiento de la realidad es
uno de los puntos que fundamenta la perspectiva del antropólogo. Trátase de un
elemento cualitativo que diferenciaría –en el trabajo etnográfico, y a partir
de éste en la construcción del objeto- la ‘mirada’ del antropólogo. Al no
participar como nativo (...) existencialmente experimenta el extrañamiento como
una unidad contradictoria, por ser al mismo tiempo aproximación y
distanciamiento. (...) La 12 perspectiva antropológica se basaría, así, en una
tensión existente entre el antropólogo como miembro –aunque especial- de un
sistema social y cognitivo, que se encuentra en relación a otro sistema social y
cognitivo, intentado transformar lo exótico en familiar” (Ribeiro; 1986: 3-4).
La condición reflexiva de la perspectiva antropológica constituía en mi caso,
una situación particular. La proximidad con ese mundo social al que ahora me
disponía a mirar desde la formación profesional era muy estrecha, de manera tal
que el extrañamiento, como herramienta metodológica cobró su propio matiz.
Aunque no conocía los poblados en los que trabajábamos o a sus pobladores, el
estilo de vida del medio rural me era por demás familiar, así como muchas de
sus prácticas. El proceso social de amalgamarse a la comunidad, propio de la
observación participante propuesta por el método etnográfico, fluyó de tal
manera que me permitió establecer valiosas relaciones con los informantes. Como
contracara, el proceso intelectual requerido para construir mi propia mirada
antropológica en ese contexto de marcada familiaridad requirió atención
especial. Poder ver implicó una toma de conciencia particular en cuanto a la
desnaturalización de mi mirada. Y en este espacio reflexivo es donde nació la
posibilidad de transformar lo observado en construcción analítica. En
Etnografía Martyn Hammersley y Paul Atkinson señalan, acerca de las relaciones
que se establecen en el campo, que la relación entre cercanía y distancia tanto
con los interlocutores como con el objeto en si es lo que permite crear el
espacio analítico requerido. Estar demasiado lejos coarta la posibilidad de
captar mucho de esa realidad social que se intenta analizar; estar muy cerca
puede significar la conversión del antropólogo en un nativo más. La distancia
social e intelectual es la que contribuye a la consolidación de ese espacio de
análisis que requiere la etnografía. En mi caso la creación de esa distancia
corrió en la dirección de desarticular la nativa que había en mí –sólo en
términos de abstracción en relación al campo -, para dejar salir a la
antropóloga.
1.4. “Terminamos carneando...”
(Diario de Campo)
Durante el primer trabajo de campo
del que participé, en la localidad de Santa Luisa, visitamos a un encargado de
campo para realizar una entrevista. Se trataba del presidente de la cooperadora
de uno de los establecimientos educativos del pueblo, y en el momento en que
llegamos a la estancia estaba despostando un vacuno. El motivo era que al día
siguiente planeaba matar tres chanchos y elaborar embutidos y chacinados de
cerdo: se trataba de una carneada. Acordamos volver tres días después a
realizar la entrevista (ese tiempo es el que nos dijo el informante que le demandaría
la faena); nos llamó la atención el hecho de que vendrían a colaborar en la
tarea algunos familiares y vecinos. Al año siguiente, esta vez en la localidad
de 16 de Julio, incluimos entre las preguntas a los pobladores aquellas acerca
de la realización de carneadas de cerdo. La intención era indagar sobre esta
práctica en relación a la sociabilidad: había despertado nuestra curiosidad el
hecho de que congregaba a un grupo de gente determinado para colaborar en la
faena. El primer hecho que pudimos registrar era que no todos los pobladores
realizaban carneadas. Y nos refirieron el caso de un integrante de la comunidad
que en esos días se disponía a carnear. Llegamos a su casa siguiendo las
indicaciones y nos atendió su esposa, que nos dijo que en ese momento su marido
estaba carneando en una chacra cercana al pueblo. Preguntamos si podríamos ir,
y la respuesta llegó: “pero si querida vayan para allá... y no se descuiden que
ya veo que las ponen a trabajar y todo...”. El grupo completo, cuatro de
nosotros y nuestro director, apareció sorpresivamente mientras el dueño de casa
y sus cuatro colaboradores terminaban de matar el tercer cerdo. Luego de
presentarnos –nos habíamos cruzado en el pueblo con todos ellos, en diferentes
situaciones, pero la presentación formal fue en esta ocasión- y de que Carlos
–el patrón- accediera a que nos quedáramos observando cómo trabajaban, nos
ofrecimos para colaborar en lo que necesitaran. En medio de la faena, mientras
dos de ellos pelaban con agua hirviendo uno de los cerdos, otro controlaba el
fuego para calentar el agua y Carlos terminaba de despostar uno de los
animales, nosotros sacamos nuestras libretas y empezamos a tomar notas acerca
de lo que observábamos. Hugo Ratier y Leandro Etchechury asistían por primera
vez a semejante espectáculo; Magdalena, Lola y yo revivíamos una situación
conocida, que nos recordaba a nuestras infancias en el campo, el frío del
invierno a la intemperie y el trabajo duro vivido de todas maneras con clima
festivo que conlleva la carneada. Una vez más el campo nos abría la puerta y
nos dejaba mirar, de tal manera que nuestra alegría poco podía disimularse.
Mientras observábamos y hacíamos algunas preguntas, el campo se abrió aún más
para nosotros: “A ver quiénes eran las que querían ayudar....?” dijo Carlos, y
nos acercamos las tres. Tenía en sus manos un fuentón de hojalata, y en él las
cabezas de los cerdos, cortadas en cuartos esperaban ser lavadas. Nos indicó el
piletón y mientras una bombeaba agua las otras dos lavamos y dejamos listos
para la etapa siguiente los pedazos de animal. El espacio de observación
participante que se generó a partir de ese momento clave en el que el patrón
puso a prueba a los foráneos que éramos, proponiéndonos ser parte al
integrarnos a las tareas (prueba de fuego tal vez, al darnos como iniciación
una de las tareas más desagradables) se cuenta entre uno de los más importantes
de la historia de nuestro equipo de investigación. A título personal debo decir
que fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida profesional. Lo que
siguió fue otra tarea para cada una de nosotras: Magdalena a dar vuelta los
triperos; Lola lavó algunos utensilios; yo armé carreteles pequeños de hilo
para atar los embutidos. A medida que terminábamos con el trabajo asignado nos
pedía alguna otra cosa... y para el final de la tarde éramos nuevos integrantes
del grupo de trabajo. La distancia sin embargo estaba presente en la medida en
que Carlos debía no sólo decirnos que hacer, sino cómo. Mientras tanto, sus
cuatro colaboradores locales desempeñaban las tareas sin necesitar
instrucciones, o directivas. Compartimos el almuerzo y la cena temprano, cuando
hacía poco rato que se había puesto el sol. Sucias, cansadas pero felices
fuimos con Carlos para su casa: nos invitó a que nos bañáramos ahí, ya que las
instalaciones del Jardín de Infantes –que era nuestra morada- no tenían agua
caliente. Con el correr del día nos había contado que su mujer, Mabel, este año
no estaba ayudándole porque tenía a su madre enferma. Cuando llegamos a la casa
ella nos dijo: “yo les dije... este las agarró para hacer todo lo que me hace
hacer a mi...” a lo que él replicó: “menos mal que las mandaste... No sabés
como las hice trabajar. No sé si mañana vuelven a aparecer, pero...” . La
invitación a continuar participando llegó de ese modo, utilizando el humor, que
es una de las características más ricas de la sociabilidad del medio rural. Se
estableció así una relación de mutua colaboración entre los antropólogos y los
carneadores. Pasamos tres días trabajando codo a codo con Carlos, el Viejo,
René, el Negro y Cocho. Compartimos almuerzos y cenas, frío, esfuerzo y mucha
alegría. Como culminación, el último día Carlos cortaba los cortes de la
vaquillona que no habían sido utilizados y me acerqué a preguntarle si lo preparaba
para guardar en el freezer. Me dijo que sí, pero que también estaba preparando
para repartir, y me señaló cuatro cajas de cartón sobre una mesa. Adentro de
cada caja había chorizos, morcillas, y demás productos de la carneada. En cada
una, con lapicera había escrito el nombre de cada uno: René, Negro, Cocho,
Antropólogos3 . La retribución por la colaboración prestada nos incluía. Como
consecuencia, la participación en esta experiencia significó el acceso al campo
y la consolidación de las relaciones que se establecen en el mismo. A partir de
ese momento dejamos de ser los antropólogos que venían de la ciudad para ver
quien sabe bien que... Empezamos a ser conocidos cada uno por nuestro nombre, y
a partir de ese entonces, cada vez que volvimos a 16 de Julio y Carlos o Mabel
nos presentan, luego de indicar nuestra condición de antropólogos añaden la
credencial que “obtuvimos”: “no sabés como me salvó esta chica con otras dos
compañeras una carneada... Y trabajaron a la par nuestra!”. Luego de volver del
campo, esta experiencia se trasformó en una ponencia que escribimos, en
coautoría, Magdalena Iriberry, Lola Cárcova y yo. En principio tratamos de dar
cuenta desde la etnografía de las características de esta práctica. El trabajo
no rentado, y la lógica de las relaciones articuladas desde conceptos clásicos
como la reciprocidad y la redistribución llamaron nuestra atención. En los
trabajos de campo posteriores seguí interesándome por las carneadas y los
carneadores. Mi atención se concentró siempre en la articulación entre el mundo
urbano y capitalista que se asocia a valores como son la modernidad, el consumo
y la despersonalización y este mundo rural, que sin dejar nunca de ser parte
del sistema global, suele contener valores que pueden considerarse como antagónicos:
es el caso de la tradición, la fortaleza de los vínculos y de las redes
sociales, y la organización del trabajo en base a la colaboración y la ayuda.
Este planteo dicotómico entre campo y ciudad que ha atravesado al desarrollo de
las ciencias sociales sigue permeando el discurso acerca de tanto uno como el
otro de los extremos. Y mi mirada sobre el campo siempre hizo foco y trató de
problematizar estos espacios en donde conviven la explotación capitalista
agropecuaria con las prácticas que se rigen por una lógica que responde a
valores antagónicos. La primera pregunta que me hice fue ¿por qué carnean?. Y
eso suscitó las preguntas que siguieron... y que eran las que se desprendían de
mis notas de campo. ¿Quiénes carnean?. ¿Todos o algunos?. ¿Cómo aprendieron a
carnear?. ¿Siempre lo hicieron?. ¿Quiénes los ayudan?. ¿Cómo eligen a esos
colaboradores?. ¿Y para que lo hacen?... y siguieron las preguntas llevándome
al campo. Volví a Carlos y su familia en más de una ocasión. Y busqué a los
demás carneadores de otros pueblos. Sin el aporte de la perspectiva
antropológica no hubiera podido hacerme siquiera estas preguntas. Porque ellas
son el producto de la búsqueda que propone nuestra disciplina: que es lo que
hay más allá de lo simplemente visible. Esta tesis es el trabajo plasmado de
intentar construir algunas respuestas.
1.5. Acerca de la estructura de este
trabajo.
La escritura está planteada partiendo
desde el contexto más amplio, tanto en sentido espacial como temporal. El
capítulo 2 permite visualizar, a través de la reconstrucción del proceso
histórico y la conformación en torno a variables sociopolíticas y económicas
del contexto, el escenario en el que después se hará foco. Trato de explicar
como la configuración de una región –la pampeana- con su consiguiente modelo de
explotación económica, configuró determinados ambientes socioculturales, con
pautas sociales específicas, en donde se localiza el campo explorado y la
práctica cultural analizada. En el capítulo 3, sin perder la consideración histórica,
se introducen los primeros elementos de análisis antropológico: concretamente
se da cuenta de los procesos que contribuyeron a la constitución de un modelo
gastronómico en el que se incluye la elaboración y consumo de embutidos y
chacinados de cerdo, producto de las carneadas. Acentuando el foco, este mismo
capítulo describe en concreto la manera en que se producen este tipo de
alimentos, tanto en sus aspectos prácticos –la actividad específica- como en
los aspectos sociales. Los capítulos 4 y 5 introducen el análisis de la
carneada en relación a su rol en tanto actividad que concentra y reproduce
valores y pautas culturales que contribuyen, a través del fortalecimiento de
las redes sociales por medio de las relaciones de reciprocidad, al sostenimiento
de un estilo de vida y relación social y política en el ámbito estudiado.
Finalmente el capítulo 6 presenta las conclusiones.
CAPÍTULO 2
Los poblados rurales y el desarrollo
pampeano.
2.1. La especificidad social y
productiva de la Región Pampeana.
El desarrollo económico de la
Argentina, desde sus épocas coloniales, estuvo ligado siempre a la
especialización en la producción de materias primas. Y más allá de que éste fue
el rol asignado para la totalidad de nuestro país, la denominada pampa húmeda,
debido en principio a sus benignas características ecológicas, ocupó y ocupa un
lugar central en la economía nacional. Como señala Osvaldo Barsky la región
pampeana genera el 60% de la producción agropecuaria nacional. Las economías
regionales, si bien centran su desarrollo productivo en el mismo sector
agropecuario, y en algunos casos, alcanzan desarrollos agroindustriales,
generan volúmenes de exportación mucho menores, y concentran la producción de
materias primas y alimentos destinados principalmente al mercado interno. De
este modo, la producción pampeana cumple con un rol específico dentro de la
economía nacional dado que provee de un volumen de divisas decisivo no sólo
para la producción agropecuaria sino también para el sostenimiento del sector industrial
y genera los alimentos que auto abastecen casi por completo a la totalidad del
país. Para poder captar la totalidad del proceso de desarrollo de la economía
pampeana en su grado de especialización agropecuaria y su rol central en la
conformación de una economía nacional no puede dejar de tenerse en cuenta la
trama compleja de dimensiones que contribuyeron a esto. Tomaremos en cuenta, y
sin enumerar en orden de importancia, aquellos aspectos que pueden considerarse
“internos” al sector agropecuario, como son: la evolución de los diferentes
tipos de actores sociales; las modificaciones en la estructura de la tenencia y
explotación de la tierra; las transformaciones tecnológicas y los cambios en
los modelos productivos. Pero al mismo tiempo, y con igual interés, se debe
considerar las diferentes situaciones de los mercados internacionales -en los
que se colocó históricamente la producción pampeana- tanto como las políticas
estatales implementadas respecto del sector. Desde las ciencias sociales
especializadas en la problemática rural y pampeana, específicamente, el debate
ha sido profuso acerca del proceso de conformación productiva de la región
pampeana. Para caracterizar e ilustrar este proceso recorreremos la abundante
bibliografía sobre este tema.
2.1.1. La propiedad de la tierra y la
organización productiva.
El siglo XIX. El proceso de
conformación del modelo productivo argentino descrito en el punto anterior
tiene como escenario principal a la pampa húmeda. La ciudad de Buenos Aires,
capital desde épocas virreinales, principal puerto y centro de concentración de
población y de actividades políticas, gravitó sobre el desarrollo nacional.
Sumado a esto, las características ecológicas propias de la región (clima
benigno, llanuras de tierras fértiles y pasturas naturales) privilegiaron el
desarrollo de un modelo agroproductivo. Con relación a la organización de la
producción pueden marcarse algunos hitos que contribuyeron a la definición del
modelo de explotación agropecuario. En principio, uno de los hechos fundantes
fue el constante interés, por parte de la metrópoli española en principio y de
la británica luego, en los productos derivados de la explotación del ganado
vacuno: cueros y sebo. Los cambios comenzaron a gestarse luego de que la
llamada “Revolución de Mayo” comenzara el proceso de independencia con la
consecuente disolución del intercambio monopólico con España. Una vez liberadas
las posibilidades de intercambio, el principal interesado, Inglaterra, requirió
la producción de volúmenes más grandes de estos derivados vacunos para
acompañar su reciente proceso de industrialización. Aquellos primeros
gobernantes criollos veían en el interés creciente de Inglaterra en las
materias primas que podían ser producidas en la Argentina incipiente, uno de
los mercados más importantes que permitiría el desarrollo de esta tierra
recientemente independizada. Este hecho generó que se privilegiara la
producción ganadera en particular. La complejización de la organización
productiva se originó en el crecimiento de los volúmenes de demanda. Entre
estas modificaciones, a mediados del siglo XIX las estancias comenzaron a
delimitarse con alambrados. En principio podría pensarse ingenuamente en la
función de mantener los animales separados o de proteger los sembrados de
pasturas de los vacunos. Lo implícito en esta nueva tecnología es la concreta
delimitación territorial de la propiedad privada de los establecimientos
estancieros. Es importante recordar en este momento el origen de estas
grandísimas extensiones de tierra que pertenecían a un sector social
particular. Ricardo Doro y Héctor Trinchero explican las políticas adoptadas
respecto de los sistemas de tenencia y uso de la tierra por parte del Estado
Nacional. Según los autores, los criterios (coincidentes con los de la Corona
Española) partieron del principio de soberanía sobre la totalidad del
territorio. Una vez que el dominio sobre la tierra era ejercido, se concedía a
particulares (mediante diferentes herramientas jurídicas) porciones de ese
territorio con el objetivo de la ocupación y el usufructo. En principio, y
luego de este primer período de concesiones, esas mismas tierras eran reconocidas
como propiedad privada, puestas en venta o declaradas como “tierras fiscales”.
La adjudicación mediante esta lógica requería de dos condiciones: esas tierras
debían estar libres de ocupantes y los adjudicatarios debían ocupar y explotar
en forma directa de esas tierras. La aplicación de este régimen de
distribución, tenencia y explotación llegó a su máxima expresión una vez
finalizada la “Campaña al Desierto”, en 1879. Las tierras “liberadas” por esta
operación militar fueron adjudicadas con los mismos criterios desarrollados más
arriba. Esto es, como concesión a criollos, premio a militares involucrados en
la campaña y tomados bajo la soberanía nacional en calidad de tierras fiscales.
Sobre estas tierras repartidas en extensiones de miles de hectáreas avanzó el
modelo ganadero: estancias dedicadas a la producción extensiva de ganado vacuno
destinado a satisfacer los requerimientos de los mercados exteriores. El
incesante crecimiento de la demanda y la consecuente expansión de la producción
fueron dando un perfil socioeconómico particular a la región pampeana. El
crecimiento de los volúmenes de producción así como el desarrollo de técnicas
productivas requirió de la ampliación de la mano de obra rural. Sumado a las
grandes extensiones de tierras que debían ser ocupadas para sedimentar la
soberanía sobre ellas, se dio inicio a un gran proceso inmigratorio. Y asociado
a este proceso comienza ampliarse el piso de infraestructura: las obras para
mejorar el puerto de Buenos Aires, el tendido y ampliación de redes ferroviarias,
el mejoramiento y extensión de redes camineras. Estos desarrollos sirvieron
para apoyar la producción. Desde algunas décadas anteriores comenzó un mínimo
desarrollo de la agricultura, en función del cultivo de pasturas para los
rebaños, cada vez más numerosos. Y desde la expansión de la frontera agraria y
la llegada de la inmigración, la labor agrícola cobró mayor auge e importancia.
En principio, las grandes extensiones de tierra conseguidas y de alta calidad
permitieron ampliar la producción en esta dirección. El saber campesino que
poseían los inmigrantes españoles e italianos (mayoritarios en los volúmenes de
inmigración) sumado a la demanda de cereales de los mercados internacionales
completaba la ecuación. En los casos en que los nuevos pobladores no accedieron
a la propiedad de la tierra por medio de las políticas de colonización
impulsadas por el Estado, lo hicieron a través del régimen de arriendo de
parcelas pertenecientes a estancias. El acceso a la propiedad y usufructo de la
tierra por parte de estos nuevos pobladores marcó la aparición de dos nuevas
figuras: el pequeño propietario y el arrendatario. Como resultado de la
combinación de estas tres dimensiones problemáticas –la demanda de un mercado
externo, el reparto y tenencia de la tierra y la consolidación de una mano de
obra estable- la región pampeana fue adquiriendo una configuración productiva
específica.
2.1.2. El “Granero del Mundo”.
Utilizando un esquema que propone
Hilda Sábato podemos analizar cuatro períodos que sirven para comprender el
proceso de desarrollo agropecuario en la pampa húmeda. El primero de ellos es
el de la expansión del ganado lanar. Entre 1869 y 1890 la Argentina se
transformó en la principal exportadora de lanas, cumpliendo con las
expectativas del mercado europeo, que en pleno proceso de industrialización
requería de materia prima para sus talleres textiles. En pleno proceso de
reparto y apropiación de la tierra por una creciente clase terrateniente, la
estancia ovina se desplegó como estrategia productiva de tipo extensiva,
alcanzando tamaños de entre 2500 y 5000 has. En la provincia de Buenos Aires se
registraron algunos casos de establecimientos de menor tamaño, de tipo
familiar, que en algunos casos recurrían al refuerzo de la mano de obra mediante
la contratación temporal de asalariados. En el caso de las grandes
explotaciones estancieras, el tema de la mano de obra, en este período, todavía
en formación, presentó algunas dificultades. Como señala Sábato: “Se trataba de
mantener la dotación permanente de trabajadores asalariados en el mínimo nivel
posible, se recurría con frecuencia al trabajo estacional y ocasional, y se
utilizaba ampliamente el sistema de aparcería, que aprovechaba precisamente la
disponibilidad de tierra” (Sábato; 1993:26). La autora señala que esta
estrategia flexible llevada adelante por los estancierosempresarios les
permitió enfrentar de mejor manera los riesgos de una producción extremadamente
dependiente de la demanda internacional y de la fluctuación de precios del
mercado. A partir de 1880 los precios de la lana tendieron a estancarse, y la
estrategia entonces fue el aprovechamiento de la carne ovina. Pero a la par de
esta declinación, crecía el interés por los cereales y la carne vacuna. El
segundo período señalado por Sábato, desde 1890 a 1914, el de la expansión
agropecuaria alude a este proceso. El desarrollo del transporte, principalmente
la extensión de los ramales ferroviarios, y de la tecnología frigorífica
propulsaron la competencia de los productos locales en el mercado exterior. El
desarrollo agrícola había comenzado en las colonias de la provincia de Santa Fe
desde mediados del siglo XIX y para fines ya eran exportados gruesos volúmenes,
de la misma manera que se exportaba carne ovina congelada. La expansión de la
agricultura creció hacia el centro de la región pampeana, de la misma manera
que la explotación del ganado vacuno. Este proceso de expansión que contribuyó
a un crecimiento económico sin precedentes en la Argentina, se dio sobre la
base del patrón de acumulación preexistente. Los mismos terratenientes que
llevaron adelante la producción ovina de épocas anteriores volcaron sus
dotaciones de capital, tierras y mano de obra -su estructura productiva
completa- a la producción extensiva de vacunos. Para mejorar la calidad de las
pasturas arrendaron parte de sus tierras a agricultores que por el lapso de
tres años explotarían esas extensiones a condición de dejarlas sembradas de
alfalfa a la finalización del contrato. La figura del arrendatario creció en
este período y podía tratarse desde medianos a grandes chacareros con cierto
grado de autonomía y posibilidades de acumulación hasta productores muy
pequeños totalmente subordinados a los propietarios de la tierra. Este tipo de
explotación conocido como estancia mixta, por compartir la producción entre el
estanciero –dedicado a la ganadería- y el arrendatario – especializado en la
agricultura -, fue el modelo productivo por excelencia durante este período. Si
bien pueden encontrarse otros tipos de organizaciones productivas (estancias o
chacras), sin duda la estancia mixta fue el modelo que lideró esta etapa de
expansión agropecuaria. Barsky señala respecto de esta etapa de crecimiento
expansivo que el financiamiento de la banca privada y los acopiadores ayudó en
este proceso, ya que el Estado no acompañó el desarrollo de manera activa, con
ninguna planificación. La primera gran crisis que enfrentó este modelo
productivo pampeano fue la marcada por el inicio de la Primera Guerra Mundial.
Este período, que Sábato demarca entre 1915 y 1939, se caracterizó en
principio, por la total interrupción del comercio exterior de cereales, aunque
la demanda de carne sufrió un leve incremento. Una vez finalizado el conflicto
bélico el comercio de granos se restableció, pero las fluctuaciones en los
precios no recuperaron el equilibrio. El mercado nunca volvió a recuperar la
estabilidad de principios de siglo. Más allá de esta variabilidad, las décadas
de los ’20 y ’30 se consideran históricamente como una etapa de franca expansión
de la agricultura y una notable retracción del vacuno. Se debe este crecimiento
en mayor medida al proceso de mecanización. La introducción de maquinaria
agrícola permitió el crecimiento a gran escala de la producción y aumentó la
productividad de la mano de obra mientras que disminuyó los costos de trabajo.
(Sábato; 1993:30)
La conjunción de estos factores,
sumado a que la frontera agropecuaria había alcanzado sus límites naturales,
significó un cambio respecto de la especificidad productiva y respecto de la
estructura de tenencia y explotación de la tierra. Durante este período
comienzan a desarrollarse especialidades productivas por zonas, dentro de la
misma región pampeana. Y respecto del tamaño de las explotaciones (de
reafirmado corte empresarial) puede observarse en esta etapa un camino de
heterogeneización. Pueden encontrarse entonces pequeñas, medianas y grandes
explotaciones, de tipo agrícola o ganadero, en régimen de propiedad o arriendo,
manejadas como empresas capitalistas, chacras familiares o unidades campesinas.
Respecto a esta diversificación uno de los cambios más importantes es el
surgimiento de un estrato de empresarios medianos, arrendatarios o
propietarios, entre las 100 y las 500 has., que organizaron su producción sobre
la lógica empresaria de la estancia mixta del período anterior. Combinaban
ganadería y agricultura según las zonas, pero principalmente según las
coyunturas del mercado, al mismo tiempo combinaban también la mano de obra
familiar con la asalariada temporal. Este tipo explotaciones era característico
de las zonas trigueras y de invernada. Este proceso fue sostenido, en alguna
medida por el inicio de un período un tanto más intervencionista por parte del
Estado. Es así que en 1920 el Banco Hipotecario Nacional comenzó a liberar
créditos para colonos, de hasta el 80% del valor de la tierra a adquirir; en
1923 se dictó la ley 10.676 destinada a regular los arrendamientos y la ley
11.210 que intervenía sobre la comercialización agropecuaria, intentado
controlar los frigoríficos extranjeros. (Barsky;1993: 55)
2.1.3. El “estancamiento” productivo.
La década del ’30, con la debacle
producida por la conocida crisis detonada con la caída de la Bolsa de Wall
Street, significó importantes repercusiones sobre los mercados internacionales
de granos y carnes. Pero sumado a este proceso crítico, se dio en paralelo una
crisis agraria mundial, debido a la expansión simultánea de la explotación
agrícola en el oeste de los EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. El boom
productivo de esta expansión se encontró con la demanda decreciente de los
países europeos, que aumentando sus ingresos, modificaban paulatinamente sus
dietas, reemplazando trigo por proteínas. Nuevamente el Estado respondió al
momento de crisis con políticas crediticias y el desarrollo, junto a la
Asociación de Cooperativas Argentinas, de infraestructura de acopio para frenar
las ventas precipitadas a bajo precio, por falta de condiciones de almacenaje.
También se continuó con la tendencia hacia la regulación de precios y el control
de los frigoríficos, con la creación de la Junta Nacional de Carnes, a la que
luego le siguió la creación de otras juntas reguladoras (granos, algodón,
etc.). A partir de la década de 1940 se agravó la situación, generándose un
período de declinación y profunda crisis para el sector. En principio, la
Segunda Guerra Mundial sacudió la economía argentina y a su mercado de
exportación de manera drástica. Una vez finalizado el conflicto, el nuevo
posicionamiento de los Estados Unidos como primera potencia y como serio
competidor por los mismos mercados compradores de la producción agropecuaria
argentina generó una crisis de gran magnitud. Las diferencias con el gobierno
norteamericano respecto de su posición en el conflicto bélico significaron un
boicot por parte de EEUU que afectó las importaciones de insumos y maquinarias
tanto para el sector agrícola así como para el sector industrial. Si bien
durante este período el mercado interno había desarrollado un crecimiento
importante, eso no alcanzaba para reemplazar los mercados perdidos en el
exterior con países que - anteriores clientes de la Argentina - habían
comenzado a desarrollar su propia producción de cereales. Por otra parte, y en
el período que va desde 1937 a 1942, los precios internacionales del maíz,
trigo y lino cayeron notablemente. Y las consecuencias de esta caída en los
precios fueron más allá de modificar la balanza de mercado. Aquellos
productores, que como dijimos anteriormente organizaban de manera mixta su
explotación, variando la dedicación productiva según las coyunturas del
mercado, volcaron a partir de esta baja de los granos, su producción hacia la
ganadería. En aquellos casos de las grandes explotaciones ganaderas que
destinaban parcelas para el arriendo y la explotación agrícola, los
propietarios retiraron esas tierras arrendadas para expandir la producción de
vacuno. Tratando de frenar el desalojo a los chacareros se dictó la ley 12.771
que se complementaba con la creación de la Dirección de Arrendamientos y
Aparcerías Rurales. (Barsky; 1993:63) Los cambios producidos por el primer
gobierno peronista se sumaron a esta situación. En principio, el proceso de
industrialización conocido como “Sustitución de Importaciones” así como las
políticas de intervención en la organización de la producción agropecuaria
(como es el rol regulador del Estado respecto del mercado) han sido objeto de
décadas de polémicas. Para Sábato, más allá del debate, es importante destacar
los cambios producidos en la estructura agraria y en la organización empresaria
de la producción. Sin duda, el cambio sustancial de este período fue la
modificación irreversible de los mercados externos, pilar fundamental de la
producción agropecuaria argentina, desde sus inicios. Es de destacar, por otro
lado, la implementación de políticas por parte del Estado tendientes a
modificar las relaciones entre los propietarios de la tierra y los
arrendatarios y asalariados rurales. Las medidas de protección al arrendatario
(extensión de los contratos, regulación de las tasas de arriendo) se suman a
legislaciones que protegían a la mano de obra asalariada: la suba de los
salarios de los trabajadores rurales estables en relación de dependencia.
Resultado de esta etapa, y para principios de la década del ’60, la estructura
de los establecimientos se vio modificada: se consolidó el predominio de las
explotaciones medianas y grandes, de entre 500 y 1000 has.; se generalizó en
uso mixto del suelo para agricultura y ganadería, según las fluctuaciones del
mercado y con la adopción de marcos tecnológicos siempre y cuando no pusieran
en riesgo la variabilidad en la explotación de los recursos. Haciendo foco en
aquellos cambios que modificaron sustancialmente, a partir de la década del
’40, la estructura social y la organización del trabajo en el medio rural
pampeano, deberemos poner el acento en dos procesos centrales: las
modificaciones en el régimen de tenencia y explotación de la tierra y la
mecanización e introducción de modificaciones tecnológicas. Ignacio Llovet
caracteriza la situación respecto de la tenencia de la tierra de la siguiente
manera: “Hasta principios de la década del ’40, el corte entre terrateniente y
arrendatario aparecía con mucha visibilidad pero con la particularidad de que
el terrateniente no era sólo un receptor pasivo de ingresos derivados de la
entrega transitoria de tierras sino además era a menudo un activo productor
ganadero. Estos terratenientes aparecían en la estructura social como una clase
concentradora de poder económico y político. (...) Por su lado, el arrendatario
generalmente se especializaba en la producción agrícola, a la que podía encarar
con montos muy reducidos de capital” (Llovet; 1988: 253). Resultado de las
políticas puestas en marcha por el gobierno peronista, entre el período que va
desde 1947 a 1960 el mismo autor registra la desaparición de un importante
número de explotaciones en arriendos al mismo tiempo que registra la aparición
de un número importante, aunque menor, de nuevas explotaciones, de tamaño
medio, en propiedad. Por otro lado, el desarrollo de un proceso de mecanización
de las tareas rurales, con la masiva introducción de tractores, vino a reforzar
el proceso de liberación de mano de obra que venía sacudiendo a la producción
agropecuaria desde décadas anteriores y que confluyó con el proceso de demanda,
desde las ciudades, de mano de obra para los emprendimientos industriales. En
definitiva, la conjunción de estos procesos en paralelo devino en un fenómeno
de migración masiva desde las zonas rurales hacia la ciudad. A partir de la
década del ’60, encontramos en la región pampeana la siguiente configuración de
explotaciones agropecuarias: por un lado, explotaciones en régimen de
arrendamiento o aparcería y en algunos casos, en régimen de propiedad, con
extensiones menores a las 400 has se especializaban en agricultura. Por encima
de este límite de las 400 has. encontramos en propiedad o arrendamiento
explotaciones de tipo mixto, es decir, que desarrollaban agricultura y
ganadería. Y luego, las explotaciones en régimen de propiedad, con extensiones
entre las 400 y 5000 has., eran en su mayor medida, ganaderas. Respecto de la
mano de obra empleada en este tipo de explotaciones, las de mayor tamaño y
especialización ganadera registraban los índices más altos de mano de obra
asalariada permanente. En el caso de las explotaciones mixtas, y de tamaño
mediano, los índices decrecen en beneficio de la mano de obra familiar. Y en el
caso de las pequeñas explotaciones en arriendo, aparcería o propiedad,
agrícolas en su mayoría, la mano de obra familiar se completaba ocasionalmente
con asalariados temporales. (Llovet; 1988:277)
2.1.4. La re-expansión pampeana y la
llegada de las políticas neoliberales.
Luego del auge industrial del
peronismo, el asesoramiento de las Naciones Unidas sugirió dar prioridad a la
producción proveniente del sector rural y por consiguiente, la segunda mitad de
la década de los ’50 estuvo marcada por el diseño de políticas tendientes a
reflotar el desarrollo agropecuario. Es así que en 1957, el Estado crea el
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Este organismo, diseñado
como una estructura descentralizada de investigación y extensión de tecnología
para la producción agropecuaria fue una herramienta fundamental para la
difusión de los paquetes tecnológicos que ingresaron a la Argentina desde el
exterior. Este proceso, conocido en el mundo entero como “Revolución Verde”
incorporó a la producción agrícola y ganadera los insumos provenientes de
desarrollos de la química, la genética de las especies y demás desarrollos
tendientes a elevar los índices productivos a niveles anteriormente
desconocidos. En el caso específico de la agricultura, el mejoramiento genético
de especies conjugado con la aplicación de herbicidas y fertilizantes
artificiales permitió multiplicar de manera cuantiosa los volúmenes producidos.
De la mano de estos procesos científico-tecnológicos, el incesante crecimiento
del proceso de mecanización modificó técnicas y productividad. Cabe destacar
que este proceso conocido como “la segunda revolución agrícola de occidente” se
había llevado adelante en los demás países agrícolas del mundo casi 30 años
antes, entre las décadas del ‘20 y el ’30. Esta llegada tardía, debido a la
falta de planificación por parte del Estado, permitió recuperar ciertos estándares
de competitividad. Resultado de estos cambios, y sumado a la situación respecto
de la tenencia y explotación de la tierra antes descripta, surgió un nuevo tipo
de productor: el contratista. En principio, se incorporaba, a cambio de una
tarifa determinada, al proceso productivo generalmente al momento de la
cosecha. Este tipo nuevo contaba con la maquinaria para realizar la labor
específica por fuera de una explotación propia que posiblemente no poseía. Con
el correr de los años, esta nueva forma se fue generalizando, hasta cubrir
todas las labores del ciclo agrícola. Según los especialistas, el surgimiento
de esta nueva modalidad permitió la expansión agrícola de explotaciones que ya
no debían destinar parte de su capital para el mejoramiento de su plantel de
herramientas. Independientemente de la situación de estos nuevos actores
sociales respecto de la tenencia y explotación de la tierra, definitivamente se
consolidaron como prestadores de servicios para los modelos productivos
vigentes que achicaban costos y riesgos productivos contratando este tipo de
servicios. Durante la etapa que se inicia a mediados de los ’50 y hasta
mediados de los ’80 sólo se puede observar cierta continuidad en las políticas
tecnológicas y, en menor medida, en las crediticias. Respecto de los precios
internacionales, las fluctuaciones fueron constantes y esto, sumado a la crisis
económica que sufrió el país, con mayor dureza, desde mediados de los ’70,
generaron una situación de inestabilidad constante para la producción agropecuaria.
Respecto de la tenencia de la tierra, Llovet observa una importante declinación
del tipo de arrendamiento tradicional en beneficio de una forma de contrato
agrícola de corta duración. Según estos contratos, un propietario de maquinaria
agrícola realiza un acuerdo (generalmente de forma verbal) con el propietario
de la tierra, en el que acuerda realizar agricultura por el período de una
campaña a cambio de la entrega de un porcentaje del producto. El propietario de
la tierra está asumiendo una parte del riesgo, ya que su ingreso o ganancia
dependerá del rendimiento de la producción obtenida. El contratista, en este
caso, se ha convertido en un propietario de maquinaria, insumos y fuerza de
trabajo que tiene un alto poder de decisión sobre el ciclo productivo. (Llovet;
1988:280-281) El crecimiento de esta modalidad productiva refleja no sólo la
manera en que el cambio tecnológico fue incorporado a la producción, sino
también una modificación respecto de la estructura de toma de decisiones dentro
de las empresas agrícolas. En algunos casos, en que los contratistas cumplen la
función de llevar adelante determinada labor dentro de una organización
productiva ajena a su esfera de decisiones, solo cumplieron la función de ser
portadores del cambio tecnológico. Pero en aquellos casos donde decidieron
tomar por su cuenta la iniciativa y el diseño de la producción generaron una
ruptura con el viejo esquema en el cual el propietario de la tierra asumía las
responsabilidades, los riesgos y las decisiones. Por otra parte, el crecimiento
de este estrato productivo también es reflejo de la crisis que atravesaron las
pequeñas y medianas explotaciones de tipo familiar que no pudieron adaptarse o
superar los cambios drásticos que se dieron, tanto en el mercado, como en el nivel
tecnológico. (Llovet; 1988:282) Con la restauración de la democracia y los
nuevos proyectos de recuperación de la economía nacional, sobrevinieron nuevas
crisis para el sector agropecuario nacional. En principio, la implementación
del Plan Austral, tuvo como objetivo detener el proceso inflacionario que
atravesaba la Argentina mediante el ajuste fiscal y la reforma monetaria, el
congelamiento de los precios industriales, tarifas públicas, salarios y tipo de
cambio, y la renegociación de la deuda externa. La aplicación de políticas
rígidas de recaudación fiscal para con el sector agropecuario (que no tenían en
cuenta las particularidades del mismo) atentaron contra la producción de
volúmenes exportables, que hubieran funcionado como fuente de divisas genuinas
para sustentar la aplicación del proyecto económico (Barsky; 1993: 73). A
partir de 1984 se sumó el agravante de que los precios internacionales de los
granos descendieron bruscamente. El fracaso de este plan puso en evidencia una
vez más la falta de mecanismos estatales que coordinen la rentabilidad de los
productores con los precios internos y las necesidades fiscales, incluyendo en
la ecuación la inestabilidad del mercado exterior. (Barsky; 1993: 73) El
rotundo fracaso de la puesta en marcha del programa anterior fue seguido por
(cambio de gobierno mediante) la puesta en marcha de un programa de reforma del
Estado y ajuste fiscal, a partir de 1989. Mediante una Ley global de Emergencia
Económica el Poder Ejecutivo puso en marcha un conjunto de medidas tendientes a
reducir el déficit fiscal. Entre estas, se procedió a la total privatización de
las empresas productivas del sector público, la reducción del personal y de los
salarios estatales, y respecto del sector agropecuario, específicamente, se programó
una paulatina eliminación de los derechos de exportación. Este conjunto de
medidas no resultó beneficiosa para el sector agropecuario, que como el resto
de país tuvo que navegar la forzada mantención de una economía dolarizada, con
el agregado de la suba de los precios de insumos y servicios esenciales para el
agro, así como de los demás costos de la reproducción familiar. Las políticas
crediticias cayeron notablemente y las que se mantuvieron manejaban tasas de
interés a niveles superiores a los internacionales. Respecto de la aplicación
de tecnología y de investigación, el organismo principal del Estado, el INTA,
fue reducido en sus recursos a niveles ínfimos. Los costos de transporte de la
producción también sufrieron alzas de magnitud, a la par de la casi completa
desaparición del ferrocarril. La quiebra total de la economía global nacional
no deja de lado, terminada la década del ’90, la aplicación de un modelo
neoliberal al sector agropecuario. Los procesos económicos que atravesó la
Argentina en los últimos años dejaron a muchos productores de mediana y pequeña
escala en la quiebra absoluta. La crisis afectó en menor medida, a las grandes
explotaciones. Asistimos en consecuencia a un proceso de modificación de la
tenencia de la tierra, con una marcada tendencia a la concentración. La
formación de enormes latifundios por parte de inversores extranjeros ha dejado
espacio, sin embargo, para la conformación de un nuevo modelo productivo: la
empresa agropecuaria. La gestión de estas empresas, a cargo de profesionales
agrónomos y veterinarios y administradores contables es moneda corriente en la
región pampeana. Sin embargo, sobreviven aún grandes explotaciones
agrícola-ganaderas y algunas medianas empresas. En todos los casos, la mano de
obra familiar ha tendido a desaparecer, en beneficio de la mano de obra
asalariada. En algunos casos, las familias han encontrado el intersticio de
incorporarse al mercado de trabajo y permanecen unidos en calidad de
asalariados a cargo de algún establecimiento. La gestión muestra una marcada
tendencia al diseño por parte de profesionales agrónomos -en función de la
perspectiva de la administración- y el trabajo agrícola se realiza
mayoritariamente a través de la contratación de servicios a contratistas.
2.2. Los Poblados rurales del Centro
de la Provincia de Buenos Aires.
A partir del citado proceso de
crecimiento y conformación de un modelo económico específico, la región
pampeana fue configurándose espacialmente de manera particular. Por un lado, se
produjo el asentamiento de grandes conglomerados urbanos, centros de
administración política, financiera y económica. Por otro, se definió un amplio
espacio rural conformado por las explotaciones agropecuarias - de diversos
tamaños - y algunos centros poblados: de mínima escala, algunos, otros un tanto
más grandes. En principio dejaremos en claro que el proceso de diferenciación
espacial al que hacemos referencia no debe considerarse como un esquema de
opuestos rural/urbano, sino que lo consideramos como el eje de una relación
dinámica entre ambas esferas, con continuas fluctuaciones tanto de población
como de intercambio de servicios, capitales, y valores simbólicos. Respecto de
este punto, Roberto Ringuelet dice: “Podemos hablar ya de una sociedad agraria
o rural, que incluye en su seno la dialéctica ciudad-campo y en donde la
primera es centro político administrativo de la sociedad global, pero donde la
dinámica productiva se centra en la zona rural” (Ringuelet; 1986:7). O como
señala Hugo Ratier “El mundo rural está presente en el urbano, y viceversa. El
capital penetra en el campo y transforma cada vez más la agricultura en una
rama de la industria. Hay un ingreso constante de poblaciones otrora rurales en
el mercado de trabajo urbano. El mito de la comunidad campesina aislada,
autosuficiente, erigida en microsociedad, desaparece” (Ratier; 1986:2). Esta
diferenciación dentro del espacio bonaerense se reflejó en la concentración en
el ámbito urbano de la ciudad de Buenos Aires de los principales organismos
administrativos tanto de la esfera política como económica. En contraposición,
el interior de la provincia fue configurándose a partir del asentamiento de las
primeras estancias ganaderas como un ámbito de producción agropecuaria. Como
resultado del continuo flujo de trabajadores, propietarios y demás actores
ligados a la producción rural, la campaña bonaerense fue adquiriendo
características específicas. El mismo patrón de tenencia y explotación de la
tierra requería el asentamiento de la mano de obra, así como de los encargados
de administrar y gestionar la producción. Este proceso de gradual poblamiento
del ámbito rural bonaerense en tiempos coloniales y postcoloniales, con las
inherentes dificultades en las comunicaciones y transportes devino en la
aparición de pequeños centros concentradores de servicios. En principio, la
“pulpería” cumplió con esta función primordial. Arnold Strickon la define:
“foco institucional de la campaña (...). Allí el gaucho bebía, charlaba, jugaba
a las cartas o a la taba, pero también podía vender pieles de animales que
había atrapado o cazado, comprar artículos de primera necesidad, (...) buscar u
ofrecer empleo, asistir a fiestas y bailes , encontrar pareja, y, en general,
recoger información sobre los acontecimientos que tenían lugar en la zona”
(Strickon; 1977:66-67). Esta institución, que desempeñaba roles comerciales y
de sociabilidad, ocupó un espacio central en el proceso de concentración
demográfica al interior del campo bonaerense. Esparcidas a distancias
medianamente regulares, cumplían también el rol de “postas”. Solían ubicarse en
los cruces de caminos. A medida que la producción agropecuaria fue
complejizándose, el concomintante crecimiento de la población rural requirió de
otro tipo de servicios: educación y vivienda, por ejemplo. Otro paso decisivo
para el surgimiento de los poblados rurales fue la extensión de los tendidos
ferroviarios. El emplazamiento de estaciones de ferrocarril a intervalos
regulares de 50 km a lo largo de todo el tendido del ramal funcionó como un
importante foco de urbanización dentro del espacio rural. El tren comenzó a
acercar, a través de sus estaciones
algunos servicios que los pobladores del campo estaban necesitando:
mercaderías, periódicos, y transporte de pasajeros. Alrededor de las estaciones
fueron montándose algunos comercios, conocidos como almacenes de ramos
generales, donde se vendían desde artículos comestibles, pasando por ropa,
hasta productos de ferretería. En muchos casos, este almacén contaba también
con despacho de bebidas, cumpliendo así con la función de ser centro de
sociabilidad para los habitantes de los campos cercanos. En algunos casos,
abrieron casas que daban hospedaje. Y más adelante, a medida que los planes del
Estado comenzaron a incluir a los habitantes de la campaña, llegaron las
escuelas. El notorio crecimiento poblacional de la mano de los procesos
inmigratorios pobló el campo. La concentración de población implicó el
crecimiento de estos núcleos poblacionales, que funcionaron como centros de
asentamiento de las familias de los trabajadores mensuales o jornaleros. Más
allá del surgimiento de estos pequeños conglomerados poblacionales en la
campaña bonaerense, lo que diferenció notoriamente a estos poblados de las
formaciones urbanas se puede rastrear en el forjamiento de un estilo cultural
propio. En su artículo “Estancieros y gauchos: clase, cultura y articulación
social” Arnold Strickon da cuenta de la problemática relación entre estancieros
y gauchos, reconocidos como polos de intereses distintos dentro de la misma
esfera: el modelo de producción agropecuario pampeano. En su trabajo el autor
plantea que la relación se estructuró en función de una variable fundamental:
la cultura rural pampeana tradicional. Luego de recorrer la construcción
historiográfica de la cultura gauchesca, el autor traza la hipótesis de que la
articulación entre terratenientes y gauchos fue posible en tanto que algunos de
los primeros pudieron pendular entre dos estilos culturales distintos que
tenían vigencia en la Argentina entre los siglos XVII y XIX. La contraposición
entre “civilización” y “barbarie” colocó a la ciudad como el paradigma de la
“civilización” y la modernidad y al campo como el epicentro de los valores
tradicionales, sino folklóricos.
2.2.1. Caracterización.
Dentro del espacio de asentamiento de
poblados bonaerenses, podemos definir dos patrones de origen distintivos. En
primer lugar, y siguiendo el desarrollo histórico del ámbito rural pampeano, se
definen los PARAJES, ubicados en general en algún cruce de caminos. Estos
centros poblados se constituyeron en torno a postas o pulperías, lugares de
paso en medio del recorrido rural pampeano. En sus épocas de esplendor pudieron
haber contado con un gran centro de provisiones (almacén de Ramos Generales, o
pulpería) que proveía todo tipo de mercaderías, de los rubros más diversos:
desde alimentos, bebidas, tabaco, vestimenta y calzado, artículos de higiene,
repuestos mecánicos, artículos de ferretería, combustibles, servicio postal,
hasta materiales para la construcción, etc. En el caso de estos parajes en
algunos casos el establecimiento de alguna escuela rural cercana o la
organización de un club de campaña completaba el universo de servicios. El
crecimiento de un núcleo de viviendas ocupadas por familias ligadas a las
explotaciones agropecuarias vecinas (en general familias de asalariados)
terminó de configurar estos pequeños centros de población en medio del ámbito
rural. Por otro lado, y concomitante con el desarrollo del tendido de los
ferrocarriles y el establecimiento de las estaciones, crecieron los pueblos o
poblados. La construcción del ramal ferroviario y del edificio de la estación
requerían de mano de obra. El mantenimiento y funcionamiento de esa estación
generaba fuente de empleo importante y se construían viviendas rodeando la
estación que alojaban a los obreros y empleados del ferrocarril. Este
establecimiento ferroviario fue acompañado por el asentamiento de algún almacén
de ramos generales que proveía de elementos de primera necesidad a los
pobladores. La estación, que centralizaba la producción para ser enviada a
centros urbanos más grandes generó un conjunto de necesidades a ser
satisfechas. Se establecieron cerealeras y acopiadores, consignatarios de
hacienda, y otros servicios asociados a la producción. Del mismo modo llegó la
escuela a estos pueblos, y más adelante la fundación de los clubes de campaña,
que cumplirían con la función de esparcimiento y sociabilidad. También se
instaló el boliche, lugar de copas para la población masculina asentada en el
pueblo y la de paso. El consecuente asentamiento de familias que vinieron a
establecerse en estos pequeños centros poblados permitió un crecimiento de
importancia. Las posteriores crisis y las transformaciones que sufrieron la
organización de la producción y la economía argentina en general produjeron un
fuerte impacto en los poblados. Durante algunas décadas el modelo de economía
agropecuaria podía contener a la mano de obra que se reproducía en los hogares
rurales. Así, los hijos de las familias del ámbito pampeano iban, en algunos
casos, a completar su educación a las ciudades cercanas. Algunos de ellos
continuaba sus estudios universitarios, pero en el seno de sus pueblos de
origen había espacio y trabajo para cuando quisieran regresar. El posterior
avance de modelos tecnológicos que sustituyeron la mano de obra por maquinaria
avanzada, así como la desaparición de las explotaciones medianas y pequeñas con
la consecuente la concentración de la tenencia de la tierra, generaron una alta
tasa de desocupación de empleados rurales y la quiebra de pequeños y medianos
productores familiares. La coronación de este proceso de devastación del
espacio rural pampeano de dio en la década de los noventa, cuando la aplicación
de políticas neoliberales en el esquema económico argentino involucró el
proceso de privatización de las empresas de servicios estatales. El caso de los
ferrocarriles fue determinante para la economía y la vida de los pueblos
rurales. Aquellos que habían tenido como origen el establecimiento de una
estación del tendido ferroviario sufrieron las consecuencias de los
levantamientos de ramales que los habían originado. Las empresas privadas que
adquirieron los ferrocarriles que anteriormente pertenecían al Estado
orientaron sus objetivos a metas alejadas de los pueblos rurales. Así terminó
de consolidarse un proceso de despoblamiento al que también colabora la falta
de accesos a servicios como salud, comunicaciones, etc.
2.2.2. Situación actual.
El resultado de este proceso de
transformación de la economía nacional repercutió sobre la vida de los pueblos
rurales cambiando notablemente su realidad y organización. El número de
habitantes se redujo drásticamente: de los pocos jóvenes que quedan en los
poblados, la gran mayoría ha terminado su educación primaria en el pueblo. Los
que provienen de familias que cuentan con recursos para enviarlos a las
ciudades a completar sus estudios secundarios nunca regresarán. Los que
permanecen en los pueblos están desempleados o subocupados, ocupándose de
alguna changa eventual. Los adultos que permanecen en el pueblo y que no
migraron con sus familias son aquellos que conservan algún puesto de trabajo
que les permite conservar la vivienda y sostener la economía doméstica. Muchos
de ellos son viejos empleados rurales que se quedaron en el pueblo después de
su retiro y esperan su trámite jubilatorio en la casa que lograron comprar –en
algunos casos- después de años de trabajo. Un trabajo realizado por Laura Díaz
Galán y Verónica Liljesthröm ahonda en la caracterización de algunas de las actividades
de subsistencia que sostienen a los hogares de bajos ingresos de los pueblos
rurales. Las autoras plantean que “las actividades económicas ligadas al
autoconsumo y también a la comercialización de los productos del autoconsumo
(leche, huevos, carne, hortalizas, etc.), que son parte de tradicionales
estrategias de reproducción agraria (Barsky,1992), no se han abandonado con la
residencia en los pequeños pueblos y la conveniencia de los supermercados sino
que se han intensificado por la crisis actual, y son parte importante de los
ingresos de los sectores más pobres que habitan en los pueblos rurales”.
(2003:2-3) Resultado del proceso mencionado, los poblados del centro de la
provincia de Buenos Aires presentan combate cotidianamente a las resultantes de
los cambios económicos estructurales que, irónicamente, un siglo atrás les
dieron origen.
2.2.3. Santa Luisa, Recalde, 16 de
Julio y El Luchador.
La localidad de Santa Luisa se ubica
en el partido de Olavarría, a unos 40 Km. de la cuidad cabecera con la que
tiene un contacto fluido, debido en parte a la cercanía y al fácil acceso, ya
que sólo la separan 8 km. de entoscado de la ruta asfaltada. El trazado del
pueblo, sobre una calle única de unas seis o siete cuadras sobre la que se
alinean casas y algunos pocos comercios corre en paralelo a las vías del
ferrocarril. La estación fue construida sobre tierras cedidas por la Señora
María Luisa Pourtalé de Cassasus, allá por los albores del siglo XX. El pueblo,
que en sus tiempos de apogeo alcanzó a tener cerca de 150 pobladores que en la
actualidad de han visto reducidos a cerca de 50, tiene una escuela primaria
(Escuela N° 9, “Bernardino Rivadavia”), un jardín de infantes (N° 925). Ambos
establecimientos reúnen cerca de 40 niños, entre los que viven en el pueblo y
los de los campos vecinos. Santa Luisa cuenta también con una sala de primeros
auxilios, el club, una panadería, una carnicería – almacén – verdulería,
gomería, taller, veterinaria y la estación de servicio (que oficia de
Delegación). Cuenta también con servicios de energía eléctrica, telefonía, gas
a granel y televisión por aire y satelital. Esta localidad ejerce una
influencia ampliada hacia estancias y establecimientos rurales cercanos, de los
que se vuelcan al pueblo para comprar insumos básicos como son el pan y
combustible, entre otros. Santa Luisa es, históricamente, un pueblo de perfil
agropecuario. Fue durante muchos años una de las usinas lecheras del centro de
la provincia, pero alguna de las tantas fluctuaciones del mercado terminó
encarrilando al pueblo y a sus productores hacia un perfil un tanto más
agrícola. A fines de la década del ’90, la quiebra de la Cooperativa Agraria de
Olavarría Ltda, que tenía en este pueblo uno de sus sucursales –sino la más
importante- terminó de minar la endeble economía local. 50 km por asfalto, más
30 km de camino de tierra, al noroeste de la ciudad de Olavarría está Recalde.
Este largo trayecto por camino de tierra ocasiona en algunas temporadas
situaciones de aislamiento para esta comunidad, debido a las lluvias. Nació
como pueblo en septiembre de 1911, con la llegada del ferrocarril. Los viejos
vecinos del lugar recordaban que desde los primeros años del siglo XX ya había
gente establecida en este lugar. El gobierno de la provincia de Buenos Aires
autorizó a esta localidad como pueblo por un pedido de Damián Recalde y sus
hermanos para 1911. Este pueblo cuenta en la actualidad con una población permanente
de 300 personas aproximadamente y con una estructura de servicios que comprende
una sala de atención primaria de la salud, un jardín de infantes, una escuela
primaria, polimodal (que funciona desde 1999) y secundaria para adultos, un
Club (Club Social y Deportivo Recalde, fundado en la década del ’20) social,
una capilla, algunos comercios (almacenes, kioscos, bares, estación de
servicio, taller de reparación de autos, veterinaria, peluquería, carnicería,
locutorio y farmacia) y la delegación municipal. Una particularidad de esta
localidad es su división en dos: Recalde y “Pueblo González” al que los
pobladores hacen referencia como “el otro pueblo”. Aunque no todos reconocen
tal división que tendría su origen en el loteo inicial que se hizo por el trazado
de las vías ferroviarias y que correspondió a las tierras de dos dueños
diferentes, y nos habla sobre la estrecha historia y destino de estos pueblos
rurales con el del ferrocarril en la Argentina, con su “época dorada” de
expansión y desarrollo y con su época actual de retracción. Recalde fue
históricamente un enclave de la ganadería de cría, por lo que su
especialización productiva es la pecuaria. El pueblo de 16 de Julio está
localizado al sur del partido de Azul, y cercano al límite con los partidos de
Olavarría y Benito Juárez. La distancia a la ciudad de Azul –cabecera del
partido- es de 65 km de los cuales 25 son por camino de tierra. Esta misma
distancia es la que lo separa de la localidad de Chillar, también perteneciente
al partido de Azul. A pesar de su pertenencia jurisdiccional, 16 de julio tiene
una fluida relación con la ciudad de Olavarría -de la que la separan 45 km.-
tanto en aspectos comerciales como de otra índole. En la actualidad la
población de 16 de Julio alcanza los 150 habitantes, y el trazado del pueblo,
en forma de damero, obedece a un modelo de planificación urbano. De hecho,
desde hace algunos años las calles tienen carteles en las esquinas que indican
su nombre y numeración. La localidad, que en épocas doradas alcanzó una población
de 600 habitantes cuenta con tres almacenes, una estación de servicio, gomería,
taller mecánico, carnicería, veterinaria y, como es el caso en todos estos
poblados, un Club Social y Deportivo. Respecto de la educación, hay un Jardín
de Infantes privado y una escuela con 1 y 2 ciclos de EGB. El tercer ciclo se
completa, como el polimodal, en Chillar. Para tal fin, la cooperadora de la
Escuela compró y acondicionó un viejo colectivo que realiza el diario traslado
de los estudiantes. En el edificio en que funciona la Delegación Municipal está
la Sala de atención de la Salud, con una enfermera permanente y la visita, cada
15 días, de un médico que viaja desde Chillar. 16 de Julio es un pueblo con un
perfil marcadamente agrícola. Aún así, las explotaciones también crían ganado.
Cuenta con servicios de luz eléctrica, televisión por aire y satelital y
telefonía. El Luchador, en jurisdicción de Benito Juárez, es un paraje. El
pequeño poblado se levanta en la intersección de dos caminos que forman una T.
Desde ahí se va a 16 de Julio (aproximadamente 20 km), Durañona, Olavarría o
Laprida –en dirección Norte- o Bunge y Benito Juárez –en dirección Sur-.
Alejado de los tendidos ferroviarios, la historia relatada por sus pobladores
da cuenta de un boliche que se estableció en lo que ellos denominan “La
esquina”: una curva en el camino hacia Durañona y Santa Luisa, a unos 1000
metros de la localización actual del paraje. El boliche, que se erigía donde
actualmente se encuentra el casco de la Estancia “El Porvenir” era el lugar de
paso y descanso obligado en la vía AzulLaprida, o Olavarría- Benito Juárez.
Luego de una mudanza un tanto forzada, según recuerda la historia siguió
cumpliendo la función en el medio del camino. Con el correr de los años se
fundó el Club Social y Deportivo, se conformó el equipo de fútbol que
representaría al paraje en los torneos, luego llegó la escuela, algún que otro
comercio, la capilla... En la actualidad, el paraje tiene alrededor de 30
habitantes permanentes, entre los que se encuentran los docentes de la escuela
y del Jardín de Infantes (todos provenientes de Benito Juárez, viven en El
Luchador de lunes a viernes), los propietarios de las dos despensas o
almacenes, los cantineros del Club, el dueño de la Gomería, el delegado
municipal y el agente de policía que está a cargo del destacamento policial,
todos con sus respectivas familias. Contrariamente a lo que este panorama
demográfico permitiría imaginar, la escuela (primer y segundo ciclo de EGB)
reúne 37 alumnos, mientras que el Jardín de Infantes tiene 25. El Consejo
Escolar de Benito Juárez -municipio al que pertenece el paraje- ha diseñado una
política específica para las escuelas rurales, que se vieron abatidas duramente
por el proceso de despoblamiento que conllevó la crisis descrita con
anterioridad. Así, se eligieron algunas escuelas que bajo el “Plan de
Concentración” reunieron alumnos de varias escuelas rurales dispersas en alguna
en particular. Es el caso de la Escuela de El Luchador, que reúne a la
matrícula de lo que antes eran 3 escuelas. Y para poder realizar esto
establecieron un sistema de combis que realizan recorridos por los caminos
vecinales y retiran a los alumnos de los campos donde viven, los llevan hasta
la escuela, y luego los regresan a sus hogares. Lo mismo sucede para el tercer
ciclo de EGB: los niños que cumplen con su segundo ciclo, cubren su octavo y su
noveno grado en la Escuela de Bunge, un pueblo rural cercano a la ciudad de
Benito Juárez. En El Luchador no hay servicio de electricidad. El tendido
eléctrico que proviene de Olavarría termina 600 metros al noreste del paraje.
Por cuestiones legales, jurisdiccionales y burocráticas, en definitiva, no
puede extenderse lo necesario como para iluminar a este paraje. La delegación
municipal cuenta con un grupo electrógeno que funciona con un motor diesel y
que es encendido dos veces en el día, en horarios acordados entre los vecinos.
Cuando la luz se prende, los vecinos cargan las baterías de sus teléfonos
celulares, planchan la ropa o acceden a la televisión, a través del sistema
satelital. La producción es preminentemente agrícola, aunque las explotaciones
sean, en su gran mayoría, mixtas. Planteado este escenario donde el espacio
rural se constituyó de la manera descripta, el capítulo siguiente avanza sobre
las prácticas alimentarias que permitirán continuar con el análisis.
CAPÍTULO 3
Pautas de alimentación y elaboración
de alimentos.
3.1. La definición cultural de las
pautas alimentarias.
En un artículo titulado “¿Por qué
comemos lo que comemos?” el antropólogo mexicano Luis Alberto Vargas define a
los hábitos alimentarios como “actos característicos y repetitivos que se
llevan a cabo ante la necesidad de comer y que, al mismo tiempo satisfacen
necesidades emocionales y normas sociales” (Vargas; 1993: 24). Respecto de las
elecciones en cuanto a la comida, Vargas señala que los principales factores
que influyen en esta selección serían el ambiente junto a la tecnología
existente para explotarlo y la ideología. En principio la alimentación humana
depende de los productos que la naturaleza ofrece. Pero es importante destacar
que no todo lo que el ambiente pone a disposición es aprovechado, y que por
medio del intercambio o del comercio el hombre ha incorporado a su dieta
alimentos de regiones distantes. La cualidad que deben reunir los productos
naturales para que se los considere alimentos es la posibilidad de ser
digeridos, absorbidos y asimilados por nuestro cuerpo sin producir daños,
además de aportar los nutrientes necesarios para la vida. Pero estos productos
naturales no siempre reúnen estos requisitos en el estado en que se encuentran.
En algunos casos requieren de procesos tecnológicos que mejoren sus cualidades
o que los hagan realmente digeribles: es el caso de la cocción de los
alimentos, la molienda de granos, etc. También se cuentan entre estas
tecnologías de transformación los procesos de domesticación de especies tanto
vegetales como animales que permitieron no solo mejorar la accesibilidad a
mayores volúmenes sino que también significaron una mejora en la calidad de
esos productos. También el desarrollo de las técnicas para conservación y
almacenaje de alimentos dieron forma a las pautas alimentarias de los distintos
grupos humanos. Vargas señala como un hecho fundacional a la inventiva
culinaria, que más allá de consistir en la selección, procesamiento y
combinación de diferentes alimentos permite la presentación variada y distinta:
“La manera de preparar, presentar y consumir los alimentos, englobado dentro
del término cocina, es un proceso que influye poderosamente para el logro de la
identidad de las familias y las sociedades. Así, existen recetas de familia que
son compartidas con alegría, ya que tienen un valor simbólico y afectivo. Lo
mismo ocurre con las cocinas regionales, que forman parte de la trama social y
que, entre otros rasgos, permiten que los individuos se reconozcan como
pertenecientes a un grupo definido” (Vargas; 1993:26). Respecto del componente
ideológico que Vargas señala en su trabajo, la selección de determinados
alimentos sobre otros en cada grupo o sociedad obedece también a la
prescripción de reglas restrictivas. La existencia de tabúes o limitaciones
alimentarias está presente en todas las sociedades humanas. Estas prohibiciones
pueden ser absolutas –el consumo de carne de cerdo para el pueblo judío- o
relativas –la prohibición del consumo de carne vacuna en la pascua católica-
así como pueden corresponderse con determinados estados fisiológicos –
menstruación -, enfermedades o edad. Otras variables que moldean las pautas alimentarias
son el lugar y el momento. Señala Vargas: “Además de las festividades existen
circunstancias que favorecen el consumo de determinados alimentos, por ejemplo,
la presencia de invitados especiales para comer en la casa o los banquetes para
agasajar a un personaje importante” (Vargas; 1993:28). En El mundo social y
simbólico del Cuy Eduardo Archetti analiza la crianza y el consumo doméstico de
la carne de cuy en el contexto del campesinado ecuatoriano. Allí define
conceptos centrales acerca de la alimentación y las pautas alimentarias: “La
comida no es sólo un conjunto de productos y materias primas con valor
nutritivo que posibilita la reproducción de los miembros de un determinado
grupo doméstico. La comida es, además de esto, un código de conductas y un
sistema de comunicación, un cuerpo de imágenes y sabores que, por lo tanto, nos
remite a un sistema de usos estrechamente vinculado a ocasiones y contextos
sociales. Un sistema de comidas, en consecuencia, es una determinada manera de
clasificar, evaluar y establecer unas jerarquías en el mundo. En primer lugar,
seleccionando solo una parte de la gama múltiple de alimentos posibles a través
de los tabúes, y en segundo lugar, a través de su transformación ‘arbitraria’
por medio de recetas y técnicas de transformación” (Archetti; 1992:19).
3.1.1. La perspectiva antropológica.
El tema de la alimentación de la
especie humana ha ocupado y ocupa un lugar central en el desarrollo de las
ciencias. En primer lugar, el acto primario de incorporar nutrientes que
permiten la reproducción y supervivencia de la especie, así como la calidad de
esa supervivencia ha concentrado la atención de las ciencias naturales y
médicas. A la par de estas, las ciencias sociales y humanas no han dejado de
indagar acerca de la dimensión simbólica y social de las prácticas asociadas a
la alimentación por parte de los hombres de las más diversas culturas. En el
caso específico de la antropología, se ha hecho hincapié en el punto central
que diferencia a los hombres de las demás especies animales respecto al
particular tema de los alimentos. Es el caso de la elaboración de reglas
precisas acerca de su alimentación, los modos de operar sobre la naturaleza con
la finalidad puntual de producir y preparar sus alimentos, y la manera de distinguir
cómo y con quién se comparte el consumo de estos alimentos. Si bien comer es
una necesidad primaria y vital para la supervivencia, en el caso de la especie
humana los alimentos no sólo se digieren a través del sistema digestivo, sino
que integran un mapa de significaciones propias de cada cultura. El hombre no
come todo lo que está a su alcance, del mismo modo que su estómago no es capaz
de digerir todo lo que está disponible. Es omnívoro y selectivo en tanto que
ingiere alimentos de diferentes orígenes, pero elige y jerarquiza en base a
patrones culturales dentro del abanico con el que cuenta. A partir de las
disponibilidades ambientales, el ser humano clasifica los alimentos en
comestibles o no comestibles, preferibles, recomendables o accesibles. La
antropología, históricamente, ha puesto su atención tanto respecto de la
selección y clasificación de los alimentos como de las prácticas que rodean a
la elaboración y hábitos de consumo de estos. La disciplina ha arribado a la
conclusión de que los modos diferenciales de producción y de consumo de
alimentos son una construcción que obedece a variables tanto materiales como
simbólicas. Los antropólogos de principios del siglo XX pusieron el acento en
los aspectos rituales y sobrenaturales asociados al consumo de alimentos,
interés que fue ampliado por los funcionalistas británicos al concentrarse en
la función eminentemente social de la alimentación. Este planteo es retomado
por la antropología norteamericana al considerar las diferentes actitudes culturales
hacia la comida y la repercusión de estas en las relaciones sociales. Con el
estructuralismo de Levi- Strauss el énfasis recayó en los principios
subyacentes del pensamiento humano. Y en el caso específico de los alimentos,
el francés elaboró esquemas basados en unidades funcionales mínimas basadas en
la lógica binaria - propia del estructuralismo- así como dos esquemas que dan
cuenta de los procesos mediante los cuales la cocina transforma la naturaleza
de los alimentos. Retomando elementos del estructuralismo y del funcionalismo,
es central el aporte de la inglesa Mary Douglas. La autora pone el énfasis en
el carácter expresivo de la alimentación: la esfera de los alimentos constituye
un sistema de comunicación que pone de manifiesto la estructura social y
simboliza las relaciones sociales. Tanto para Douglas como para Marshall
Sahlins el esquema lógico indica que si podemos “pensar” y, en consecuencia,
clasificar los alimentos según nuestro código cultural, entonces podemos
comerlos. La gran contribución de Douglas a la teoría antropológica respecto de
las pautas alimentarias es la explicación acerca de las preferencias y
abominaciones. Explica las restricciones de esta índole aplicando un esquema de
prescripciones religiosas en algunos casos, y de símbolos atribuidos en forma
de convención, en otros. Como respuesta a esta corriente estructuralista,
materialistas como Marvin Harris han explicado las preferencias o aversiones
alimentarias en términos materialistas: los comportamientos alimentarios que privilegia
cada cultura responden, según este esquema, a la relación de costes y
beneficios de resultado positivo sobre los que se evitan. Las nuevas corrientes
de finales del siglo XX desarrolladas por antropólogos como Goody, Mennell y
Mintz ponen el acento en el análisis del contexto alimentario. Goody señala
que: “la alimentación y sus transformaciones sólo pueden comprenderse en su
interdependencia con el sistema sociocultural. El estudio de las formas de
aprovisionamiento y transformación de los alimentos incluye las fases de
producción, distribución, preparación y consumo que, a su vez, se han de
relacionar con el orden socioeconómico para evitar que se dejen de lado
factores de orden jerárquico o subestimar los constreñimientos de tipo externo
que se imponen en las actividades sociales”. (Goody; 1982) Finalmente, la
propuesta de Mennell invita a considerar la dimensión temporal y espacial, así
como la dinámica seguida por los grupos espaciales y las personas en contextos
socioeconómicos y culturales específicos atendiendo al análisis de los sistemas
alimentarios. Esta reseña acerca de las diferentes posturas que desde la
antropología han tratado de dar cuenta de la lógica cultural de las pautas
alimentarias permite corroborar que los modos diferenciales de producción y
consumo de alimentos obedecen a una construcción tanto material como simbólica.
3.1.2. Del hábito de comer animales.
Los prohibidos y los permitidos.
Retomando la propuesta de Marvin Harris que presentamos en el apartado
anterior, pondremos el acento en el hábito de ingerir carne por parte de la
mayoría de los grupos humanos. En uno de sus trabajos más célebres en el cual
desarrolla toda su teoría acerca de las pautas alimentarias, Harris explica:
“Mi tesis es que los alimentos de origen animal y los de origen vegetal
desempeñan funciones biológicas radicalmente diferentes en la alimentación del
ser humano. (...) No quiero decir que los primeros sean tan buenos para comer
que podamos prescindir de los segundos. (...) Trato de afirmar, más bien, que
aunque la vida pueda sustentarse en alimentos vegetales, el acceso a los de
origen animal asegura la salud y el bienestar mucho más allá de la mera
supervivencia” (Harris; 1985: 20). El minucioso trabajo realizado durante el
primer siglo de vida de la disciplina antropológica, y en particular el aporte
de la antropología biológica permite contar con abundantes estudios acerca de
los balances energéticos y proteicos de las distintas sociedades. Harris45
retoma el trabajo etnográfico realizado por Roy Rappaport46 para dar cuenta de
cómo un clan cuyo régimen alimenticio se apoya fundamentalmente en nutrientes
vegetales, decide incorporar alimentos de origen animal en beneficio de una
mejora calórica. Dice Harris: “Aunque los alimentos de origen vegetal pueden
proporcionar grandes cantidades de proteínas adecuadas para la nutrición si se
ingieren en variedad y abundancia, la carne es una fuente más eficiente de
nutrientes esenciales que el alimento vegetal, kilo por kilo. (...)Entre los
tsembaga la carne ingerida, la mayoría de los días, oscila entre absolutamente
nada y algo menos de la onza. Las frutas y las verduras suponen aproximadamente
el 99 por ciento de la ingesta diaria normal. Estas cifras no incluyen las
considerables cantidades de carne que a veces ingieren los tsembaga en
determinadas festividades. Los tsembaga compensan este déficit poblando su
tierra con un animal doméstico: el cerdo. Los cerdos de los tsembaga, que hozan
solos durante el día, vuelven a casa para ingerir una ración de batatas y
restos de comida al atardecer. Un cerdo medio pesa tanto como un tsembaga.
Rappaport estima que cada uno consume tantos productos hortícolas como una
persona”. (Harris; 1998: 116-117) Este ejemplo etnográfico que Harris encuentra
en los pobladores de Nueva Guinea nos permite entender su lógica basada en la
relación de costes y beneficios. En “Bueno para Comer” el autor afirma: “En las
sociedades agrícolas los alimentos de origen animal son, desde el punto de
vista de la nutrición, especialmente hechos para comer, pero también
especialmente difíciles de producir. La fuerza simbólica de los alimentos de
origen animal procede de esta combinación de utilidad y escasez”. (Harris;
1985: 20). Más adelante, en la misma obra, Harris analiza el tabú de la ingestión
de carne de cerdo por parte de los pueblos judíos y musulmanes. El autor
dialoga con la posición de Mary Douglas que explica este tabú rastreando la
normativa alimentaria de los textos religiosos, específicamente las
prohibiciones del levítico. Para Harris, esta normativa religiosa puede
parangonarse con una explicación que él construye desde su marco conceptual. La
crianza de cerdos en las zonas donde se asientan históricamente estas culturas
se torna difícil por las características del hábitat. En principio, los cerdos
son animales que no tienen mecanismos para soportar las altas temperaturas. No
tienen piel ni pelo suficiente como para soportar al rayo del sol. Por otro
lado, no son animales rumiantes. Esto significa que su alimentación no puede
restringirse a cualquier tipo de pastos o hierbas. Su sistema digestivo
requiere de vegetales más tiernos o cereales como el maíz. En este contexto, el
cerdo “compite” con los alimentos que debían producir para el consumo humano en
esas culturas. Por un lado, la crianza de cerdos implicaba mucho trabajo y
además competía con la alimentación de los humanos. Si a esto le sumamos las
prohibiciones de los textos religiosos, no es difícil comprender porque estos
animales no fueron elegidos para el consumo por estas sociedades. Sin agotar
acá la explicación de esta preferencia o no por la carne porcina, Harris
traslada el análisis a los pueblos que sí la incluyen en su dieta. Recordemos
que el cerdo es producto de la domesticación del jabalí. Estos animales
salvajes pueblan Europa y son parte primordial de la dieta europea desde la
prehistoria, en tiempos de cazadores/recolectores. En este caso, Harris
explica, el hábitat colabora para la crianza de cerdos domésticos. Los animales
pueden ser alimentados dejándolos circular por montes y zonas boscosas donde
comen raíces, brotes, etc. El clima y la temperatura son más benignos también.
Es importante tener en cuenta que es una especie de animales que se reproducen
con mucha velocidad y en grandes camadas, lo que genera un abastecimiento muy
importante y su carne es muy nutritiva en proteínas y calorías. Otro aporte
interesante es el de Marshall Sahlins, quien en Cultura y Razón Práctica
trabaja sobre las preferencias alimentarias de las sociedades occidentales,
poniendo el acento en la norteamericana en particular y en la relación de
comestibildad y tabú en relación a los animales domésticos. El autor plantea
que su intención es dar cuenta de la razón cultural que determina los hábitos
alimenticios de la sociedad norteamericana y focalizar sobre las distinciones
categóricas acerca de la comestibildad o no de perros, caballos, cerdos y
vacunos. Según su análisis esta postura no centra su interés en el consumo en
sí mismo, sino que también incluye la relación productiva de los americanos con
su ambiente y con el resto del mundo. Para Sahlins, esta relación se organiza
sobre la base de valoraciones cualitativas específicas acerca de la
comestibildad e incomestibilidad y, contrario a lo que se podría pensar, no
guardan relación alguna con ningún tipo de ventajas biológicas, económicas o
ecológicas. “La explotación del ambiente norteamericano, el estilo de relación
con el paisaje, dependen de un modelo de comida que incluye un componente
central de carne, asociado a un refuerzo periférico de carbohidratos y
vegetales, régimen en el que la posición central de la carne, que trae consigo
una idea de “energía”, evoca el polo masculino de un código sexual de los
alimentos que debe remontarse a la identificación indoeuropea del ganado vacuno
con la riqueza incrementable mediante la virilidad (...). De allí también una
correspondiente estructura en la producción agrícola de granos y, a su vez, una
articulación específica de los mercados mundiales, todo lo cual cambiaría de la
mañana a la noche si comiéramos perros” (Sahlins; 1977:171). Sahlins explica
esta distinción de comestibildad en la relación que la sociedad humana
establece con las distintas especies animales. Y recurre a F. Boas: “A los
caballos se les demuestra afecto, en tanto que el ganado vacuno es criado para
carne (...) nunca se ha visto a nadie mimar o cepillar una vaca, ni nada por el
estilo” (Sahlins; 1977: 174). Avanza Sahlins entonces en el análisis del rol
que cumple cada especie de animales domésticos en la sociedad norteamericana.
Tanto los vacunos como los porcinos, caballos y perros están integrados a la
sociedad en cuestión, pero definitivamente ocupan diferentes status que se
corresponden con los grados de comestibildad. En principio, el autor propone la
clasificación en dos clases: comestibles –vacas y cerdos- e incomibles
–caballos y perros -. Pero señala también Sahlins que dentro de cada clase
también existe otra subdivisión. En el caso de los comestibles, la vaca goza de
una categoría superior contra el cerdo que es “menos preferible”. Mientras que
en la categoría de los incomibles, el perro alcanza sin duda el status más alto
de tabú. Para el autor, el diacrítico que separa al conjunto parece ser el rol
que ocupa en tanto objeto o sujeto de compañía del hombre. Señala Sahlins:
“Perros y caballos participan en la sociedad norteamericana en calidad de
sujetos. Tienen sus nombres propios e individuales y por cierto es costumbre
nuestra conversar con ellos, en tanto que a los cerdos y las vacas no les
dirigimos la palabra. (...) de cualquier modo, como cohabitantes domésticos,
los perros están más cerca de los hombres que los caballos, y su consumo es más
impensable aún: son ‘de la familia’. Tradicionalmente, los caballos tienen con
las personas una relación más servil, de trabajo; así como los perros son
parientes, los caballos son sirvientes, ajenos a la parentela. (...) Por otro
lado, los animales comestibles como los porcinos y bovinos, tienen por lo
general, para los sujetos humanos, el status de objetos, que hacen sus vidas al
margen, sin ser complemento directo ni instrumento de trabajo de las
actividades humanas” (Sahlins; 1977:174-175). El desarrollo de Sahlins
introduce elementos que permiten comprender la lógica del sistema alimentario
argentino, sobre lo que avanzaremos en los puntos subsiguientes. La Argentina
posee en algunos puntos centrales un sistema socioeconómico que puede
aparejarse al norteamericano en cuanto a lo que se refiere a su rol específico
dentro del campo de la producción agroalimentaria mundial.
3.2. La “cultura gastronómica rural”
en Argentina: Carnívoros y porcófilos.
En la dieta argentina los alimentos
de origen animal, principalmente la carne vacuna ocupan un lugar primordial.
Inclusive en el imaginario del resto del mundo, la primera asociación que se
establece al nombrar a nuestro país es “Asado” y esta particularidad es
explotada desde la ponderación turística hasta la valorización del esquema
productivo agropecuario. En el epicentro sociocultural y espacial de esta
organización productiva esta concepción es aún más fuerte: la tradición
“carnívora” en la región pampeana y la abigarrada idea de que “si no tiene
carne no es comida” puede explicarse en los principios de la constitución de la
dieta en la época virreinal. En el libro A la mesa. Ritos y retos de la
alimentación argentina los antropólogos argentinos Marcelo Álvarez y Luisa
Pinotti apuntan las claves para comprender el proceso de constitución de la
dieta argentina. En épocas de ganado cimarrón la actividad económica primordial
rioplatense era la producción de cueros, sebo, astas y crines. Los animales
eran sacrificados para obtener estos productos derivados que eran exportados a
la metrópoli, mientras que la carne era un excedente poco aprovechable fuera
del consumo interno. Sin ninguna posibilidad de conservación de mediano plazo
que permitiera transportarla (y esto en el momento previo al desarrollo de la
tecnología de los saladeros) la carne vacuna quedaba a disposición de la
población para ser consumida. Debido a la abundancia de este recurso la dieta
rioplatense comenzó a girar en torno a la ingesta de carne como elemento
principal, sino único. (Alvarez y Pinotti; 2000:38-46) Respecto a la tradición
de producir e ingerir embutidos y facturas de porcinos u otros animales se puede
rastrear el hábito hasta la introducción de este tipo de ganado (cerdos) en los
albores del proceso de colonización. Provenientes de España, los primeros
pobladores introdujeron ganado vacuno, equino y ovino en menor medida. Y junto
con estos, incluyeron a los porcinos, animales que eran criados para el consumo
doméstico alimenticio. Junto con la incorporación de estos animales llegaron
las prácticas de procesamiento y consumo de este tipo de carne, que incluyen
–fuera del consumo “en fresco”- la elaboración de embutidos y el
estacionamiento de determinados cortes de carne. Fuera de este primer aporte
desde España de tradiciones de embutidos, entre las prácticas gastronómicas
autóctonas puede encontrarse la elaboración de morcillas asadas entre las costumbres
araucanas de comer potro.
3.3 Las corrientes inmigratorias y la
adopción de hábitos alimentarios.
Profundizando en el proceso que dio
pie a la constitución de un sistema alimentario propio de la región pampeana
retomaremos las etapas de desarrollo socioeconómico que fue acompañado con un
crecimiento demográfico de notables dimensiones. Durante la primera etapa,
correspondiente con el período de colonización, la población de Buenos Aires se
concentraba, siguiendo un trabajo de José Luis Romero55, en la ciudad de Buenos
Aires y en una pequeña franja sobre el Río de la Plata, cuyos límites al sur
eran el Partido de Magdalena y al norte, la Provincia de Santa Fe. Un
empadronamiento del año 1744, documentado en el mismo trabajo de Romero, da
como cifra total de pobladores para esta franja el número de 4664 habitantes,
en su gran mayoría, “blancos”56. Respecto de la estructura ocupacional, el
mismo empadronamiento declara una notoria mayoría de labores asociadas al
sector agropecuario. Señala Romero que la región, en pleno proceso de
desarrollo, permitía a blancos y criollos una gran movilidad social horizontal
y vertical. Como señalamos con anterioridad, la economía de este período estaba
concentrada en la explotación del ganado vacuno para la obtención de cueros,
sebos, astas y crines. El excedente de carne debía utilizarse para el consumo
inmediato ya que no existían –fuera del tratamiento con sal o ají molido-
procesos que permitieran conservar en condiciones de comestibildad esta carne.
Álvarez y Pinotti reconstruyen la dieta argentina desde las etapas coloniales y
señalan: “En la rutina diaria, las preferencias alimenticias construían un menú
no muy variado, sencillo pero sabroso y abundante. El plato principal era la
carne en puchero o asado, con ligeras variaciones; la cuota mínima eran tres
platos de carne diarios. (...) Es entre los años finales del siglo XVIII y
mediados del siglo XIX que la cocina condensa y registra las recetas más
emblemáticas del corpus hispano-criollo que se constituirá en el núcleo de la
cocina ‘nacional’” (Alvarez y Pinotti; 1999: 46). Analizando la situación
campaña adentro, los autores encuentran diferencias entre las zonas dedicadas a
los cereales, donde podían pasarse etapas de hambruna - sobre todo en los
momentos previos a las cosechas -. En cambio, en las zonas ganaderas, la carne
–de cerdo, vaca u oveja- era más accesible. El charque era una opción cuando la
carne fresca escaseaba. Del mismo modo, la crianza de animales de granja y el
cultivo de maíz, zapallo, cebollas y ajo complementaba la despensa de las
familias rurales de la etapa colonial. Avanzando en el tiempo, y luego de la
independencia de la corona española, las políticas de implementación de un
modelo económico agroganadero que se constituyó sobre los pilares del
compromiso con los mercados extranjeros, la apropiación total de las tierras y
el desarrollo de políticas inmigratorias que fortalecieran demográficamente a
la “creciente y moderna” Nación Argentina generaron nuevos cambios en la dieta.
Así es que a partir del control total del territorio de la provincia, la
campaña bonaerense comenzó a poblarse en pos del desarrollo productivo y de la
expansión de la agricultura y de la ganadería. La explosión demográfica
producto de las políticas inmigratorias propulsadas por el Estado nacional
contribuyó al poblamiento tanto de las ciudades como del ámbito rural. En el
caso puntual de la región pampeana, los inmigrantes se incorporaron como mano
de obra asalariada en las explotaciones estancieras y en algunos casos se
transformaron en pequeños propietarios en aquellas zonas donde se llevaron
adelante políticas de colonización. La radical transformación étnica,
productiva y poblacional que sacudió al país durante las últimas décadas del
siglo XIX y las primeras del siglo XX impactó notoriamente en el patrón
alimentario. Para el caso puntual de la región pampeana, Álvarez y Pinotti
relatan que la aceptación de los bagajes culinarios de los extranjeros por
parte de los nativos tomó su tiempo. En la ciudad de Buenos Aires, donde se
concentraba el imaginario europeizante propulsado por la generación del ’80,
los recetarios franceses eran aceptados sin reticencias, ya que se consideraba
a Francia como una de las naciones más distinguidas, epítome de la civilización
moderna por excelencia. No sucedía lo mismo con las costumbres italianas o
españolas, consideradas vulgares o poco refinadas. En palabras de los autores:
“Los inmigrantes desembarcaron con sus baúles y ollas, con las añejas recetas
que intentaron repetir mientras “hacían la América” y todos fueron alcanzados
por la pasión carnívora. La carne puso fin a la endémica carencia de proteínas
de las poblaciones rurales” (Álvarez y Pinotti; 1999: 68). Se atribuye a este
intercambio la incorporación del pan fresco a la dieta nativa, así como la
pasta fresca, contribución de las corrientes italianas. Los cerdos, que
formaban parte de los animales de granja que se criaban desde épocas coloniales
recobran protagonismo en esta etapa. Recordemos que la producción ganadera ha
tomado otro curso: el desarrollo de la tecnología frigorífica permite la
conservación de la carne, y más aún, su comercialización hacia mercados
exteriores. Lo que abundaba en tiempos virreinales era carne para el consumo
inmediato, lo que escaseaba eran bocas que comieran tanta carne. A partir de la
reconfiguración del modelo productivo agroexportador, del desarrollo de los
ferrocarriles que acercaban el ganado en pie para ser embarcado hacia los
países compradores, y fundamentalmente del cuantioso crecimiento de la
población, las estrategias alimentarias se diversificaron. El importante peso
de la oleada española, recuerdan los autores, “reforzó el ‘aire de familia’ de
la cocina argentina, pero con las pautas alimentarias de la época, (...) los
guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo, el azafrán y el pimentón,
chorizos y morcillas, están de regreso pero en su versión original” (Álvarez y
Pinotti; 1999: 75). Las explotaciones ganaderas del centro de la provincia de
Buenos Aires de gran tamaño y gran volumen productivo concentraban familias
enteras que aportaban mano de obra. Los hombres, padres e hijos varones
trabajaban con el ganado o en la labranza y cosecha de cereales. Las mujeres y
sus hijas mujeres se ocupaban de las tareas domésticas de sus casas, así como
de las de la casa de los patrones, pero primordialmente se ocupaban de la
cocina para todo el personal. En un contexto con tanta gente por alimentar, el
recurso de la crianza de animales domésticos fue explotado también por estas
mujeres. En particular, la crianza de cerdos resultaba por demás favorable: en
principio, no se requiere demasiado espacio para criarlos, se alimentan de
sobras de la comida de los humanos, se reproducen con rapidez, facilidad y en
cantidad, además de una de las principales ventajas: el aporte calórico de la
carne de cerdo es aún superior a la de vacuno u otro animal doméstico. Y como
valor agregado, la crianza de cerdos permite la elaboración de determinados
alimentos que pueden ser conservados durante todo un año: la matanza de cerdos
y elaboración de embutidos y chacinados brinda un acopio de provisiones
inigualable. “Cuando carneaban mis padres, hace 60 años, era para parar la
olla... no se podía ir a comprar por ahí. Pero vos sabés que se carneaban tres
cerdos y hasta que no se terminaba ese hueserío... que eso se salaba y a los
ocho días había que sacarlos de la sal... A esos huesos los dejabas en agua
toda la noche y al otro día se hacía puchero o guiso... y eso duraría tres
meses. Cuando eso empezaba a escasear se armaba otra carneada” (Tota, Diario de
Campo, 16 de julio)
3.4. Caracterización de la Carneada.
En los poblados rurales en los que hemos
realizado, junto con el equipo de investigación, trabajo de campo etnográfico,
encontramos muchos casos de familias que aún en la actualidad, realizan este
tipo de actividad. La faena, que se lleva a cabo en temporada invernal para que
las bajas temperaturas ayuden a conservar la carne que será manipulada sin
mediar heladeras, puede durar entre tres a cinco días. Esta variación dependerá
de la cantidad de animales que se procesen durante el faenamiento, así como de
la cantidad de personas que participen de la tarea. El acontecimiento que marca
el inicio de la carneada será la matanza de los animales. En la actualidad, en
líneas generales, no sólo se matan cerdos. A la carneada se le ha agregado
carne de vacuno, que se usa para elaborar chorizos con mezcla de los dos tipos
de carne. Así es que el primer día se matan él o los cerdos y la vaquillona.
Estos animales no son alimentados desde el día anterior para que sus intestinos
estén limpios, y así facilitar la tarea de desposte. En horas tempranas de la mañana,
alrededor de las 6 de la mañana se da comienzo. El vacuno es matado de un
balazo en su cabeza. Los cerdos, por el contrario, luego de ser pialados son
degollados sobre una mesa. La finalidad de este tipo de matanzas es recuperar
la sangre de los animales para la posterior elaboración de morcillas. Los
cerdos, que para la finalidad de la carneada son requeridos de gran tamaño,
pesan entre 120 y 200 kilos, por lo que se requieren entre tres o cuatro
personas para manipular cada animal. Por otro lado, la técnica para darle
muerte a los animales es muy precisa: es necesario herirlos sin llegar al
corazón, para que el desangrado sea completo. Y el tratamiento de esa sangre
también requiere de una técnica particular. Mientras cae desde el cuello de
cada animal dentro de un recipiente, alguien debe revolver continuamente esa
sangre hasta que se haya producido la muerte. De lo contrario, la tradición
cuenta que la sangre “se corta” y no se pueden elaborar las morcillas. Mientras
algunos realizan esta tarea con los animales, una persona en particular asume
un rol bien específico y que durará lo que dure la carneada: es el FOGONERO,
que se ocupa de prender un gran fuego en un lugar reparado del viento, y se
mantiene atento a esa labor, y a la constante provisión de agua hirviendo que
será utilizada tanto para lavar utensilios y pelar los animales como para
hervir carne, y las morcillas una vez que estén elaboradas. También será él el
encargado de apartar brasa del fogón para preparar almuerzos y cenas, mientras
dure la faena. Una vez que termina el sangrado y los animales han muerto se
derrama sobre el cuero agua hirviendo, y mediante guantes gruesos o pedazos de
lienzo se friega esa piel, para eliminar el pelo. Luego de esta tarea comienzan
a despostarse cada uno de los animales, iniciando por el corte de las cabezas.
Luego se procede con un corte a lo largo, desde el cuello hasta los genitales.
Así, y utilizando herramientas como cuchillos con gran filo y sierras para
serruchar los huesos, se retiran órganos y vísceras: algunas serán utilizadas
como es el caso de los riñones, corazón, hígado, etc. Los intestinos pueden ser
limpiados y utilizados para armar los embutidos. Actualmente, pueden comprarse
“tripas” para realizar esta tarea, y evitarse la engorrosa labor de limpiar y
procesar los intestinos. Es durante esta etapa que se retira una pequeña
porción de tejido que se llama “entraña” - que se ubica cerca del diafragma -
para mandar a analizar y saber de esta manera, si el animal tiene algún tipo de
infección o está apto para el consumo humano. Una vez que se han limpiado los
animales, se los cuelga en algún lugar (puede ser un galpón o habitación, con
el requisito de que sea un lugar de temperatura baja) para que la carne se
enfríe y termine de sangrar. Luego se cortarán en piezas más pequeñas, para
permitir la manipulación y posterior procesamiento. En simultáneo con esta
tarea se abren las cabezas de los cerdos, retirando orejas y hocicos que no
serán utilizados. Se separan las mandíbulas y se cortan los cráneos a la mitad,
para poder retirar los sesos. Las lenguas se recuperan y serán hervidas con
riñones y corazones para luego constituir el relleno de un embutido conocido
como “queso de cerdo” o “queso de chancho”. Se agrega a la cocción de éstos
–que lleva unas dos horas aproximadamente -, sal y hojas de laurel para
aromatizar. La tarea que sigue es la elaboración de las morcillas rojas y
blancas. Mientras algunos están dedicados a picar los condimentos como
cebollas, cebollas de verdeo y perejil, otros pican con cuchillos la carne
hervida. Para las morcillas rojas, carne, grasa y cueros. Para las blancas,
hígados y riñones (luego se procesarán con picadora para lograr la consistencia
de un paté). En sendos fuentones de hojalata se mezclan los ingredientes de cada
preparación. Luego se embutirán ambos preparados mediante el uso de una
embutidora o la misma picadora de carne. La tripa en la que se embutirán es
cortada con anticipación. Una vez que son rellenadas se sumergen en agua
hirviendo para darles cocción. Generalmente este es punto en que termina el
primer día de faena. Al siguiente día comienza a procesarse la carne de los
animales. Las reses son cortadas siguiendo los diferentes cortes y separando,
tanto del vacuno como de los cerdos, aquellos cortes que serán usados para la
factura y embutidos de aquellos que se destinarán para la comida de esos días,
o para otro tipo de consumo. De cada uno de los cortes que serán utilizados
para el relleno de chorizos por ejemplo, se retira el cuero que es hervido por el
fogonero. La carne, mientras tanto, es cortada en lonjas así como la grasa que
se agrega a la mezcla para el relleno de chorizos o salames. Los cortes que
provienen del vacuno son separados según su calidad: aquellos cortes que
incluyen tejido nervioso o venas se utilizan para los chorizos que serán
consumidos enseguida, y asados. Generalmente el corte de la carne se realiza
sobre pedazos de cuero de cerdo crudo. Esta especie de tabla impide que los
cuchillos se desafilen con la rapidez que lo harían en el caso de cortar sobre
madera u otro material. En algunos casos el picado puede ser totalmente a
cuchillo, pero otros prefieren utilizar las picadoras que permiten avanzar en
esta tarea que demanda muchas horas y manos. Una vez picada la carne, se
controla el peso. La finalidad es calcular el rendimiento de la carneada, y en
algunos casos, calcular la proporción de condimentos que se requerirán para
sazonar la preparación. Este es el momento en que se separan diferentes
proporciones de la carne y grasa picadas en relación a los diferentes
preparados que se vayan a realizar. Según la tradición heredada por cada
familia varían las recetas: salames, longanizas, chorizo colorado, chorizo tipo
calabrés... La distinción la darán los condimentos o el tipo de corte que se le
de a la carne. El añadido de los condimentos se realiza sobre mesadas o mesas
sobre las que se ha dispuesto la carne y grasa picadas. Sobre esto la persona
encargada de condimentar dispondrá especias y sal. Luego se mezclarán los
ingredientes con muchas manos que van a “amasar” el preparado hasta integrar
los condimentos. En algunos casos se dejará reposar por varias horas –puede ser
hasta el día siguiente- para luego probar la mezcla. La finalidad es ver si ha
quedado bien condimentado y sazonado el preparado. Para esto se saltea una
porción pequeña en una sartén. Si es necesario se rectifica y una vez listo
comienzan a embutirse los chorizos. Mientras algunos realizan esta tarea, otros
procesan cueros hervidos y grasa para realizar los quesos de cerdo, que serán
hervidos luego de ser embutidos en los estómagos de los cerdos. Suelen
procesarse también las patas de los cerdos, que luego de ser peladas y hervidas
se sazonan con perejil y ajo picado, a modo de vinagreta. Los chorizos, luego
de embutidos se cuelgan en alguna habitación o lugar protegido que debe ser
fresco, ventilado y seco. Ahí se secarán para luego ser consumidos. A partir de
los 20 días estarán aptos para el consumo. Solo resta preparar aquellos cortes
que serán estacionados en sal, como el caso de los jamones, bondiolas y
pancetas. Estos cortes suelen disponerse en cajones de madera. Se los pone
sobre un colchón de sal gruesa y se los cubre del mismo modo. El tiempo mínimo
de estacionamiento es de unos 45 días. Algunas tradiciones sostienen que deben
rotarse alrededor del mes de estacionamiento. Otras sostienen que no deben
tocarse. El excedente de cortes de carne, tanto de vacuno como de cerdos, así
como algunos productos de los que ya se puede disponer una vez finalizada la
carneada –como es el caso de chorizos y morcillas- se reparte entre los
participantes que han colaborado durante los días que duró la faena.
3.4.1. El género en la carneada.
La construcción histórica y cultural
de los géneros suele identificar a las mujeres con la naturaleza y a los
hombres con la cultura. La mujer tiene mayor proximidad con la naturaleza por
el hecho de compartir con ella atributos similares – procreación -, por esto
mismo se la asocia con la familia y con el ámbito de lo doméstico; es decir que
lo femenino se asocia también con el rol expresivo (protección, crianza de los
hijos, sumisión, intuición, dependencia, sensibilidad). Por el contrario el
hombre tiene proximidad con lo cultural porque es el que tiende a buscar los
medios de creación (tecnología, símbolos, bienes materiales, etc.) fuera del
ámbito doméstico y es el que conecta a la familia con el resto de la sociedad;
así lo masculino es asociado con lo instrumental (económico, dominante,
controlado en los afectos, mediador entre lo privado y lo público) (Fernández
Dávila, P., 2001). Él ámbito rural pampeano no escapa a esta construcción
diferencial de los géneros masculino y
femenino, y en relación a la carneada, la distribución de tareas responde claramente
a esta diferenciación.
María: - Las
mujeres hacemos mucho, cortamos carne, limpiamos los triperos, hacemos las
morcillas...
Cacho: - Es
un trabajo compartido, que hace falta la mujer también. Es como la casa: vos
estás solo, te arreglás bien. Pero no es lo mismo que si hay una mujer. Y esto
es igual”
María: - Si,
por supuesto que hay que ir limpiando por atrás de ellos, jajaja!” (Maria y
Cacho, Diario de Campo, Recalde)
Lo usual es que los referentes de la
carneada sean hombres. Son ellos los que planifican y organizan todo lo referente
a la actividad. Eligen los animales que serán sacrificados, compran los
elementos que se requieran y convocan a la gente que colaborará en la tarea. En
ámbitos rurales como los que estamos describiendo, teñidos por el espíritu
gauchesco y el estilo cultural propio del espacio rural pampeano, es usual que
cada uno de los hombres posea su propio cuchillo - que llevan envainado sobre
la cintura, en la espalda -. Este cuchillo es utilizado para las comidas
cotidianamente, así como para eventualidades que surjan en el trabajo a campo,
y es con este mismo cuchillo que cada uno realizará su tarea durante el
desposte y la carneada; así como cada uno recuperará – entre cortes- el filo de
la hoja sobre la piedra de afilar.
La tarea de dar muerte al animal y su
posterior desposte es atributo de hombres:
“Yo nunca
maté un animal, pero si lo tengo que hacer lo hago. El hijo y el despostan la
vaca como si fueran carniceros” (Dolores, Diario de Campo, Recalde).
Así, todas las tareas que se asocian
con el uso de la fuerza o de las armas suele quedar entre los atributos
masculinos, mientras que los que se asocian a cuestiones que se consideran más
domésticas como suele ser la preparación de los ingredientes (picar cebollas,
ajos) o rellenos (es el caso del preparado para las morcillas) así como
aquellas actividades relacionadas a la limpieza y el orden.
“Los
trabajos del varón son matar el chancho, pelarlo y despostarlo. Picar la carne
después, condimentarlo y enllenar los chorizos. ¡Y los de las señoras, si es
posible, mirar... jajajaja, no! Atar... yo me juego toda la carneada que no se
me cae un chorizo mientras los ato. Ah, y hacer las morcillas, y los quesos de
chancho...” (Dolores, Diario de Campo, Recalde)
Es conveniente aclarar que estos
roles no son estancos, ni tampoco hay género indispensable... En algunas
ocasiones los hombres suelen llevar adelante toda la faena sin la colaboración
o participación de las mujeres. O también puede suceder que el rol de liderazgo
sea ocupado por una dama:
“La
tradición de la carneada viene con los padres. La madre, Azucena, vino de
España a los 12 años. Ya carneaban allá. Al padre de Fernando le encantaba
comer factura, pero no le gustaba hacer la faena. Así que daba órdenes y hacía
mandados. Azucena llevaba la voz cantante, pero se peleaba con el esposo, que
quería dirigir todo. Azucena no pesaba nada: “le ponía todo a ojo y al día
siguiente probaba, y si faltaba le tiraba un poco más”. (Diario de Campo, 16 de
Julio)
El rol asumido por las mujeres
durante la faena puede verse coartado en aquellos grupos en los que prime el
tabú ancestral y universal de la sangre contaminada: en el caso del los
carneadores que entrevisté en Recalde siempre estuve presente la salvedad al
hablar de la participación de las damas:
Dolores: -
Te digo una cosa, cuando la mujer anda indispuesta no debe meter mano en la
carneada...
Domingo: -
No, porque no se une la carne. Ese es un secreto muy importante.
Dolores: - Y
hay muchos que no saben y después te dicen ‘se me echó a perder la carneada...
Claro, si no controló las mujeres...”
(Dolores y
Domingo, Diario de Campo, Recalde)
“¡Mi marido
me pregunta cuando voy a andar con la regla antes de carnear... si se le llegan
a pudrir los chorizos me mata...!” (Mecha, Diario de Campo, Recalde)
No es el caso de las creencias en
pueblos como 16 de Julio, Santa Luisa o El Luchador. En ninguno de estos
pueblos, y con ninguno de los entrevistados y entrevistadas allí encontré esta
limitación. En algunos casos, cuando pregunté si existía fue desestimada:
“Mirá, dicen
que si estás indispuesta no podés esto, no podés aquello... esos son mitos. Yo
ni me fijo” (Mabel, Diario de Campo, 16 de Julio)
En todo caso esta restricción
cultural universal, que registra innumerable cantidad de ejemplos etnográficos,
ha sido objeto de análisis por los grandes teóricos de la antropología. Las
posturas clásicas, que consideraban a grandes rasgos que la menstruación era un
tabú universal que operaba en todas las sociedades de igual manera y que esto
respondía a la necesidad de subordinar lo femenino basándose en asociaciones
con lo natural, lo doméstico o lo subvaluado han sido revisadas, renovadas y
enriquecidas en las últimas tres décadas. “Douglas (2000: 2288) argumenta que
explicaciones recientes del tabú incluyen teorías relacionales, en las cuales
los tabúes proyectan las relaciones de la sociedad sobre las relaciones con la
naturaleza; teorías domésticas, en las cuales los tabúes ordenan el mundo
conceptual y reducen la ambigüedad cognitiva; y las teorías morales, en las cuales
los tabúes crean peligros que reafirman el código moral” (Hoskins; 2002: 331)
Siguiendo el marco planteado por las teorías relacionales, Lene Pedersen
encuentra que
“La muerte se presenta como la razón
central por la que alguien o algo se vuelve contaminado o impuro (...) Con la
menstruación se aplica el argumento de la procreación fallida: si el óvulo de
la mujer es fecundado, la sangre se convertirá en humano. En cambio, ese útero
preparado ha “muerto”, y la sangre resultante junto con la mujer que la
transporta, están contaminadas”. (Pedersen; 2002; 305).
Seguramente el análisis del contexto
específico de significado para esta restricción en el caso de las carneadas en
los poblados bonaerenses –más precisamente en el caso de Recalde, donde se
menciona- daría lugar a una explicación más específica. Pero el argumento de la
sangre menstrual vinculada a la idea de la muerte no parece estar lejos de un
universo de significados en el cual se derrama mucha sangre para producir
alimentos, o incluso se ingiere sangre de animal –aunque trasformada luego de
un proceso de elaboración- pero siempre y cuando esa sangre haya sido producida
por la mano del hombre o mediatizada por un arma. Sin embargo, no se come un
animal que muere por razones naturales, enfermedad (aunque no represente riesgo
para la salud de los humanos) o causas desconocidas. En El mundo social y
simbólico del Cuy Eduardo Archetti señala: “Vialles (1987), en su hermoso y
‘horroroso’ libro sobre los mataderos de Adour en Francia, ha demostrado que no
podemos obtener ‘carne’ sin matar de un modo expreso a determinado tipo de
animales: los comestibles. Los animales muertos, ya sea por muerte natural, por
enfermedad o por accidente, por lo general no se consumen, simplemente porque
no han sido sacrificados. Para comer carne es necesario e imprescindible, por
lo tanto, ver correr sangre. En las sociedades modernas matar a los animales se
ha convertido en una tarea para especialistas que se lleva a cabo en lugares asépticos,
lejos del público. (...) En el mundo rural ecuatoriano el sacrificio, la
separación de la carne y la sangre, es todavía una actividad doméstica en la
que los niños participan como ‘público’ al comienzo hasta que tienen edad de
participar activamente”. (Archetti, E.; 1992:53)
3.4.2. La carneada en los pueblos
estudiados: Tradición y clima festivo.
Esta práctica, que ha sido descripta
de manera general anteriormente, tiene sus características bien particulares.
En principio hay que señalar que se trata de una actividad que ya no es
realizada por todos los pobladores de los pueblos rurales, o del ámbito rural
en general, como sucedía años atrás.
“Estas cosas
lindas ya no se hacen como antes. Yo me acuerdo que antes era muy común en
todas las casas, en todos los campos la carneada era una cosa que se hacía
todos los años y hoy hay muchísimos lados en que ya no sé hace más. ¿Por qué?
Y... porque las familias ya no son muy numerosas, ni hay tanto personal en el
campo y por ahí es demasiada la cantidad de carne o de factura que se saca...”
(Pedro, Diario de Campo, Recalde)
“Ahora cada
vez menos gente carnea. Antes era muy tradicional: casi si no carneabas te
decían en la cara que eras un... ¿no? Pero a nosotros nos encanta, por eso
seguimos... porque en el campo ¿quién no va a tener un chorizito para cuando
vuelve a la tardecita de recorrer... para acompañar el mate? Lo mismo para las
fiestas... siempre se trata de que algún chorizo llegue a Navidad, y los
jamones seguro, siempre los cortamos para las fiestas nosotros...” (Cacho,
Diario de Campo, Recalde)
Como se desprende de los diarios de
campo son sólo algunas familias las que carnean en la actualidad. En principio,
se requiere de un espacio para criar los animales que luego serán sacrificados.
También es necesario disponer de un espacio físico amplio en el que se puede
faenar los animales, del que se pueda disponer los días que dure el trabajo.
También hay que contar con la posibilidad de dedicar esos días por completo a
la carneada. Y sobre todo es necesario contar con una cantidad de personas que
estén dispuestas a colaborar con las tareas requeridas. Las personas que suelen
contar con todo lo que se requiere para una carneada son, en general, pequeños
o medianos productores agropecuarios y sus grupos familiares. En algunos casos
son empleados de años de algún establecimiento de la zona. Son los que suelen
tener las instalaciones tanto para criar los animales como para realizar la
faena. Pueden disponer de su tiempo, ya que son sus propios patrones y son los
que diseñan su producción, tienen un entorno de relación –ya sea su núcleo
familiar, o su familia extensa, o empleados, o vecinos- con los que puede
contar para la actividad, o cuentan con el aval de sus patrones para dedicar
los días necesarios a la faena. En líneas generales, en los pueblos los
habitantes suelen saber quiénes son aquellos que año a año, “entre la primera
helada de mayo y la última de septiembre”, faenan cerdos.
“Acá en 16
[de Julio] los que carnean son Carlos, López, Di Luca y Gómez, pero ese hace
chorizos para vender. Después, en el campo son unos cuantos... está el papá de
Andrea, Solís y... no me acuerdo otro ahora... pero debe haber más...” (Mabel,
Diario de Campo, 16 de Julio)
Por otro lado, un ingrediente
fundamental es la herencia de la práctica. En todos los casos reseñados en el
trabajo de campo se alude a la tradición familiar:
“Mis padres
vinieron de España y ellos carneaban allá. Traían la tradición, el arraigo de
años. Eran de Salamanca, aunque mi madre era ‘cruza’: mi abuelo materno era
portugués. Pero mis padres vinieron acá y siguieron carneando como lo hacían
allá (...) Yo me crié... a los ocho años ya andaba en el batifondo, éramos seis
hermanos, la mayor era yo. Vivíamos en el campo, ellos trabajaban la tierra,
pero era un pañuelito la chacra que tenían, pero vivían de eso. Por eso te digo
que todo el año se carneaba chancho...” (Dolores, Diario de Campo, Recalde).
La actividad, que como se ha
mencionado requiere de numerosa mano de obra y una labor ardua durante días -
en el frío invernal - no perdía nunca, ni pierde su calidad de festejo:
“La carneada
es algo... ¿cómo te diría...? es algo para pasarla bien. Porque quien más,
quien menos, se dice un chiste, un bolazo, una joda. Se pasa lindo, y tampoco
se siente como trabajo porque al estar entre varios siempre hay conversación,
hay dichos, cuentos...” (Cacho, Diario de Campo, Recalde).
Para coordinar las tareas durante la
carneada está el “patrón”: el convocante, el dueño de los animales, el seguidor
de la tradición familiar es el que asume el rol de liderazgo durante los días
de faena. Claro que las indicaciones serán solo para aquellos que participen
por primera vez, porque el grupo de trabajo suele estar conformado desde hace
años, y todo allí funciona como una aceitada coreografía: cada uno sabe
exactamente qué y cómo debe hacerlo. Así, el matador suele ser el más diestro
con el cuchillo y los demás ocuparán sus puestos como lo han hecho siempre. Los
participantes saben que es lo que sigue, que orden lleva la faena, que
utensilios deben ser lavados. El fogonero, encargado del fuego, nunca hará
faltar el agua hirviendo, la renovará para hervir cueros o morcillas y apartará
la brasa para preparar la parrilla cuando se acerque la hora de almorzar o
cenar. No hay distancia en el trato entre “patrón” y colaboradores: todos son
pares, salvo por la distancia tácita entre aquel que elige la receta de los
embutidos siguiendo la tradición familiar, o pone el vino en la mesa a la hora
de las comidas. A partir del desarrollo propuesto por este capítulo,
continuamos en el siguiente con la caracterización y el análisis de las formas
de sociabilidad y organización de la vida cotidiana que permiten avanzar sobre
las demás dimensiones de esta práctica.
CAPÍTULO 4
Organización del trabajo,
sociabilidad y reciprocidad.
4.1. El trabajo rural y las
relaciones sociales.
El espacio social rural pampeano fue
moldeado históricamente por la estructuración en torno a un modelo de
explotación agropecuario. Como se ilustró en el capítulo segundo, el desarrollo
y la aplicación de un modelo de mercado agroexportador a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX implicó la expansión y el poblamiento sobre el
territorio de la provincia de Buenos Aires. Este proceso puede verse reflejado
en dos tipos o modelos productivos que convivieron y permitieron la
conformación de ese modelo productivo. Por un lado, la ESTANCIA. Como se
describió anteriormente, la posibilidad de apropiarse sin demasiada necesidad
de inversiones de enormes extensiones de tierra y hacer crecer en ellas el
stock ganadero vacuno le permitió, a principios del siglo XIX, a un grupo
allegado al poder político, convertirse en poderosos latifundistas ganaderos
que “establecieron relaciones sociales coercitivas y paternalistas para someter
a conchabo a la mayor parte de la población rural pobre” (Gelman; 1999: 75).
Desde su expansión como establecimiento productivo de ganadería extensiva la
estancia funcionó en base al trabajo asalariado. El propietario de la estancia
podía tener un administrador o, en el caso de que el asumiera la gestión de su
establecimiento, un mayordomo, capataz o encargado que asumía el rol de manejar
el personal. Los empleados, “peones de estancia” realizaban todos los trabajos
con la hacienda. Para mediados del siglo XIX las fuentes consultadas por Jorge
Gelman permiten distinguir cuatro categorías principales de trabajadores
estables: los empleados jerárquicos (administradores y capataces), los peones
mensuales ordinarios, los cautivos y los peones gallegos o españoles. En las
grandes estancias, donde se dividía el total de la extensión en “puestos” para
permitir un mejor manejo y control de la producción, solía contratarse a un
hombre con esposa para que ocupara el puesto de cocinera, u otros trabajos domésticos,
y solía hacerse lo mismo para la ocupación de los puestos. De esta manera, la
estructura doméstica familiar era absorbida como mano de obra para las labores
que requería este tipo de establecimiento. Pero Gelman, luego de revisar la
historiografía que ha pintado el cuadro del desarrollo estanciero de la
provincia de Buenos Aires señala que debería agregarse “la existencia de una
oferta de tierra abundante y la consiguiente persistencia en la campaña de una
población rural campesina. No sólo había una multitud de pequeños y medianos
productores en las distintas regiones de la campaña que ocupaban tierras
propias del Estado, sino que incluso en el interior de las mismas grandes
estancias había productores por cuenta propia” (Gelman; 1999:86). Esto nos
permite introducir el segundo tipo productivo, la EXPLOTACIÓN FAMILIAR. De la
mano de las corrientes inmigratorias y asentándose con más fuerza a fines del
siglo XIX a partir de la planificación y el otorgamiento de tierras mediante
las políticas de colonización o el arriendo, el espacio rural argentino fue
poblándose de grupos familiares que se establecían en parcelas de pocas
hectáreas y comenzaban a trabajar la tierra con cultivos de cereales y crianza
de ganado. El trabajo en estas –en principio- pequeñas explotaciones dependía
exclusivamente de la mano de obra familiar. La organización doméstica del
trabajo, incorporada de la mano de los colonos que traían en su acervo cultural
la tradición campesina europea, fue uno de los pilares fundamentales para la
expansión agropecuaria pampeana. Un trabajo de María Bjerg y Blanca Zeberio72
permite completar y corroborar la imagen del entramado socioeconómico rural
pampeano. Las autoras se posicionan desde un enfoque de redes para fijar su
perspectiva microhistórica, lo que les permite poner en discusión los
fundamentos de la teoría neoclásica de funcionamiento del mercado. Reafirman
las autoras que el proceso que se vivía al interior de las estancias estuvo
marcado por la convivencia entre la explotación ganadera y la mano de obra
asalariada por un lado, y las familias de arrendatarios –tanto argentinos como
de otras nacionalidades- que se ocupaban de la explotación agrícola de las
tierras, por otro lado. Las autoras plantean que en la mayoría de los casos,
las familias de inmigrantes habían iniciado su trayectoria ocupacional como
peones rurales. “Generalmente para hacer frente a las inversiones iniciales
vinculadas a la puesta en funcionamiento de la explotación, los miembros de
estas familias desarrollaban un conjunto de estrategias ocupacionales tales
como el trabajo estacional (en muchos casos en la misma estancia en la que
arrendaban sus primeras tierras) o la combinación de arriendo y medianería, una
sociedad que generalmente involucraba al patrón de la estancia o a grandes
empresarios de tierras” (Bjerg y Zeberio; 1999: 296). El posterior crecimiento
se vio abonado por el consiguiente entramado de relaciones familiares entre las
que circulaban el capital creciente de estas familias, la tenencia de la tierra
y, por supuesto, los matrimonios. Las autoras concluyen que este proceso no era
en nada novedoso: “Las redes familiares, étnicas y vecinales no eran, sin
embargo, un fenómeno nuevo vinculado a la inmigración ultramarina sino que ya
se hallaban presentes en la sociedad criolla. Lo que posiblemente tuvo lugar en
el agro pampeano finisecular fue la resignificación de prácticas y vínculos en
un escenario (...) donde entraron a convivir actores provenientes de distintas
tradiciones” (Bjerg y Zeberio; 1999:305). Las producciones familiares crecieron
gracias a la expansión del mercado agroexportador y se sostuvieron en base al
refuerzo de mano de obra que la misma familia proveía. Esas pequeñas
explotaciones que iniciaron con pequeñas extensiones de tierra pudieron expandirse
a medida que el mercado les permitía capitalizarse y que las familias se
reproducían y ampliaban la capacidad productiva. La convivencia de estos dos
tipos de establecimientos –estancia y explotaciones familiares conllevó la
convivencia de dos tipos de organización del trabajo: la mano de obra
asalariada y la organización doméstica o familiar del trabajo. En este último
caso, el productor directo y su grupo familiar ponen en funcionamiento su
propia fuerza de trabajo para producir tanto para el mercado en el que coloca
su producto como para su subsistencia. Produce en y con su familia, o sea, la
unidad de producción básica es la familia. La mano de obra es el elemento
técnicamente organizativo de cualquier proceso de producción. “En la unidad económica
familiar que no recurre a la fuerza de trabajo contratada, la composición y el
tamaño de la familia determinan íntegramente el monto de fuerza de trabajo, su
composición y el grado de actividad. (...) La fuerza de trabajo de la unidad de
explotación doméstica está totalmente determinada por la disponibilidad de
miembros capacitados en la familia. (...) Ante todo, es indudable que el
concepto de la familia, particularmente en la vida campesina, pocas veces
coincide con el concepto biológico que lo subyace y en su contenido interviene
una serie de complicaciones económicas y domésticas.” (Chayanov; 1974: 47-48)
La división del trabajo en la unidad de producción está determinada por el sexo
y la edad y las “condiciones naturales del trabajo” que cambian con las
estaciones del año. Debe señalarse a este respecto que el trabajo rural
presenta ciertos rasgos característicos que lo distinguen. A diferencia del
trabajo en el medio urbano, en el campo la separación entre el tiempo de
trabajo y el tiempo libre obedece a parámetros totalmente diferentes. La
dependencia de factores naturales como la estacionalidad o la variabilidad
climática imprimen asimismo su pulso sobre el trabajo en el campo. En este
sistema que venimos describiendo donde una de las unidades fundamentales es la
familia, debe destacarse el peso del sistema de parentesco sobre la economía y
el funcionamiento político; una unidad de producción familiar sólo se puede
mantener y funcionar sobre el supuesto de lazos de parentesco más o menos
fuertes. Estas relaciones de parentesco, por otra parte, no sólo resultan
importantes para la producción dentro de la unidad de producción misma, sino
también por lo que respecta a las relaciones entre las unidades de producción.
A través de estos lazos de parentesco, se pueden resolver muchas dificultades
que son características del sistema productivo; se puede resolver, por ejemplo,
la necesidad en momentos determinados de mayor fuerza de trabajo de la que
dispone la unidad familiar, recabando esa fuerza de trabajo adicional entre los
parientes.
4.2. Relaciones y vida cotidiana en
los poblados rurales del centro bonaerense.
Del universo de relaciones descripto
en el punto anterior encontramos en los pueblos estudiados en las últimas
décadas un tramado social integrado por algunos pequeños productores
agropecuarios, algunos comerciantes y una mayoría de empleados rurales que en
algunos casos tienen trabajo estable, pero en su gran mayoría viven de changas
esporádicas. También existe un importante número de desocupados que viven
gracias a la llegada de planes sociales. Las grandes estancias que conformaron
el modelo agro pampeano se han reducido notoriamente, y las que sobreviven han
adoptado modelos productivos que arrasaron con el estilo tradicional.
Antiguamente funcionaban como polos laborales para toda su área de influencia,
pero en la actualidad manejan la producción con un encargado o capataz, y dos o
a lo sumo tres empleados fijos. Por otro lado, los pequeños productores
familiares han decrecido en número, pero persisten como forma productiva, dando
trabajo en la mayoría de los casos a sus hijos, o uno o dos empleados
asalariados. Pero el campo fue definiéndose como un espacio social con
características propias que aún persisten: la gestación de un estilo de vida
rural entre los pobladores del campo y en los poblados se vio moldeada por las
relaciones interpersonales entre los integrantes de la familia y vecinos y
allegados a partir de los condicionamientos del medio. Vivir en el campo lleva
implícita la condición de estar a una distancia relativamente importante de los
centros urbanos. Lo que es necesario explicitar es la lejanía de los vecinos
así como de los poblados. Los habitantes del campo han dependido y dependen aún
hoy de un medio de transporte –desde el caballo, o el carro hasta los vehículos
automotores, en la actualidad para acercarse a una casa vecina, o llegarse al
pueblo. Más aún, para trasladarse a la ciudad. Los caminos por los que se
circula en el campo no suelen contar con mantenimiento: una lluvia puede anegar
el camino y aislar durante días a los pobladores. El resultado es una
sociabilidad muy particular, específica del mundo rural. Estas relaciones,
talladas desde la distancia y afirmadas por los vínculos de vecindad que se
puedan establecer imprimen en la cotidianeidad su sello particular. Es vital
contar con una red de relaciones compuesta por vecinos, empleados o parientes
para llevar a los chicos a la escuela, a alguien al pueblo, encargar un trámite
o mandado; resolver cuestiones prácticas cotidianas que involucran el contacto
con lo urbano, por ejemplo, o con las necesidades que a veces el pueblo no
alcanza a cubrir, requiere de un “colchón” de vínculos que subsanen esas
carencias o limitaciones. Y no sólo para la colaboración o el trabajo se
requiere de los lazos con vecinos o familiares. El entretenimiento, la compañía
en fiestas familiares o momentos de ocio se nutre de las mismas fuentes:
“Antes la
gente del campo vivía mucho más en el lugar, salía mucho menos, se movía mucho
menos. Entonces ¿qué pasaba? (...) el hecho de reunirse la gente de campo ya
era una fiesta. Se reunían por una yerra, se reunían por una carneada, se
reunían por cualquier otra tarea. Era muy común en el campo decir ‘pucha, hoy
tenemos que hacer un trabajo tal...’ la señalada de los corderos, por ejemplo,
y invitaban a dos vecinos, tres y venían enseguida y se hacía el trabajo entre
los vecinos y después se comía el asado... Lo que buscaba la gente, el hecho de
reunirse ya era una fiesta, el hecho de poder compartir un día, estar juntos,
charlar, conversar, compartir un asado y comer unos pasteles y venía la señora
también y venían los chicos, entonces... más allá de que durante algunas horas
fuera una tarea dura o difícil, después estaba ese encuentro, que la gente de
la ciudad por ahí no lo valorizó tanto por estar todo el día con la gente y
entre la gente. Pero en el campo y sobre todo en aquella época, pero yo te
estoy hablando de hace 30 años atrás o 40... Entonces, bueno, no era frecuente salir
todos los días en el auto a un pueblo, a la ciudad. No existía la televisión:
la radio y basta... Y no había oportunidades de que la gente pudiera disfrutar
mucho de la reunión, entonces todo esto hacia a lograr una reunión y el hecho
de juntarse y estar reunido ya para la gente era una fiesta. Más allá que
hubiese que trabajar... más que cualquier día en su propio campo. Pero el hecho
de reunirse...” (Pedro, Diario de Campo, Recalde)
Como se desprende de la cita previa y
de la experiencia recopilada tanto de fuentes como del trabajo de campo el
elemento estructurante por excelencia de la vida en el campo es el trabajo.
Inclusive el entretenimiento y la sociabilidad. Actividades como la yerra o la
carneada servían y sirven como excusa para la reunión social. Se trabaja y
mientras tanto se celebra. Pero en el contexto que se viene describiendo, el
intercambio de trabajo entre vecinos o familiares suele ser el complemento
fuerte del trabajo asalariado. Aquellos encargados de la gestión productiva de
las diferentes unidades, se trate de productores familiares o de encargados de
establecimientos de tamaño mediano o grande, cuentan con una red de relaciones
sociales en el entorno que incluye tanto al poblado como a los campos vecinos
del que pueden proveerse de mano de obra. Claro que este intercambio está
mediatizado por las relaciones sociales. Es el vecino con el que siempre pudo
contar, y al que le retribuirá de igual manera cuando el otro lo necesite, es
el empleado rural de toda la vida que tal vez se encuentra desempleado pero que
sabe que puede realizar eficientemente la tarea requerida, es el familiar
político, es el yerno... Este medio, impregnado de tareas relacionadas con lo
específicamente productivo es eminentemente masculino. Son los hombres los que
trabajan, y las mujeres las que asisten y acompañan. Los hijos varones
comienzan desde niños su entrenamiento laboral: colaboran con los padres en las
tareas, asistiendo en principio y a medida que crecen, adoptan tareas de mayor
responsabilidad. Y esto es posible porque los espacios rurales, que son
eminentemente espacios de trabajo, están marcados por lo familiar. Al mismo
tiempo, esta red de relaciones sociales está tallada por todas las
características que hacen al estilo de vida de campo. Valores asociados a lo
gauchesco, a la “tradición”, a las relaciones teñidas de patriarcalismo que
sembró el modelo estanciero, y ante todo, una altísima valoración de trabajo
entendido como actividad física esforzada. El espacio pampeano no tiene lugar
para aquellos que son considerados vagos o flojos. La fuerza y la resistencia
física son valores altamente ponderados, así como la buena predisposición para
hacer frente a toda tarea que se presente. Y es esta predisposición la que se
pone en juego cuando se solicita al otro colaboración para alguna tarea que
demande más manos de las existentes.
4.3. Los “patrones”. Los “empleados”.
Los “parientes”. Los “vecinos”.
Como se describió en el capítulo
antecedente, la carneada es una de las prácticas que requiere de un refuerzo en
la mano de obra disponible del grupo doméstico. El organizador de la carneada,
el patrón es aquel encargado de convocar a las personas que lo ayudarán en las
tareas o es el que recibe los ofrecimientos de los vecinos o conocidos que
quieran colaborar con él. En algunos casos esta persona que lleva adelante la
carneada puede ser asimismo el patrón de la explotación, como es el caso de los
pequeños productores familiares. Pero también puede ser simplemente la cabeza
de familia, empleado de campo, o encargado. Lo que lo distingue en este rol de
patrón de la carneada es el hecho de ser el Ego convocante, el continuador de
una tradición heredada de sus ancestros, el poseedor de la iniciativa y al
mismo tiempo, el poseedor de una red de relaciones sociales lo suficientemente
fuerte como para reclutar de ella colaboradores. Para construir este grupo de
trabajo suele contarse con los integrantes de su red de parentesco, empleados
de su explotación (cuando se trata de productores) o vecinos. Dentro de la primera
categoría se cuentan todos aquellos que integran el grupo doméstico, los
parientes que se encuentran relacionados al medio rural, los parientes
políticos, e incluso algunos que pueden estar viviendo en la ciudad, y se
trasladan para el acontecimiento. Entre los empleados suele contarse con los
empleados fijos, y alguno que otro esporádico. Y cuando se trata de los
vecinos, se incluye en esta categoría a aquellos que no poseen otro vínculo más
que la afinidad personal, lo que en medios urbanos se considera como amistad.
Los vecinos en el medio rural no sólo aquellos que viven “al lado”, sino que
con esta categoría se clasifican a aquellas relaciones de solidaridad y
compañerismo de las que se habló con anterioridad, sin depender estrictamente
de la cercanía espacial. Sean del grupo de relaciones que sean, los reclutados
reúnen algunas características en común: todos conocen la tarea para la que son
convocados, y saben realizarla con pericia; respetan la autoridad del patrón
como “dueño” y organizador de la faena (las tareas se realizan al ritmo que él
fija, se elaboran los embutidos que él desea y se siguen las recetas de su
tradición familiar sin cuestionamientos ni sugerencias); y acceden a participar
de una tarea no rentada que insumirá tres o cuatro días de su tiempo, sin
recibir a cambio pago en dinero. Durante el trabajo de campo realizado en
función de este trabajo, se relevaron, en los cuatro pueblos estudiados, ocho
grupos de carneada. A continuación se describen los casos y el origen de sus
integrantes.
GRUPO A. Este grupo está integrado
por el patrón que es un productor agropecuario de tamaño chico. Vive junto con
su familia en el pueblo, y sigue la tradición de carneadas traída por su madre
desde España. La faena se realiza en una casona que dista a un kilómetro
aproximadamente del pueblo, donde vive su empleado y él tiene su maquinaria
agrícola. Para la carneada colaboran en las tareas su empleado permanente; otro
empleado al que le da trabajo esporádicamente; un vecino del pueblo que vive de
changas de albañilería y trabajo a campo; otro vecino del pueblo, un hombre
mayor que vive de la crianza de algunos vacunos (entre 5 y 10) a los que
alimenta con los pastos que crecen a la orilla del camino de entrada al pueblo;
y en algunas ocasiones se suman a la tarea dos de los cuñados del patrón, que
viven en una ciudad cercana. A este grupo se agrega en algunos casos la esposa
del patrón, pero en la mayoría de las ocasiones las tareas de este grupo son
realizadas exclusivamente por hombres. Según lo comentó este patrón, el número
ideal de trabajo para faenar y facturar 3 cerdos en un promedio de tres días es
de cuatro personas. Del grupo enumerado, son colaboradores fijos su empleado
permanente y el vecino albañil. Luego selecciona dos o tres más entre los
restantes.
GRUPO B. El patrón de este grupo es
un productor agropecuario chico del pueblo; es dueño de uno de los dos
almacenes y es ex delegado municipal. Integra su grupo de carneada con su grupo
familiar: los 3 hijos varones, que también trabajan con él en la explotación
agropecuaria y dos de las 3 hijas mujeres. La esposa se encarga de la atención
del comercio, por lo que no participa de la actividad.
GRUPO C. Este grupo está integrado
por el patrón (productor agropecuario chico, propietario del otro almacén-
boliche- estación de servicio del pueblo); su hijo (secretario de la delegación
municipal y encargado del comercio); su nuera (la hija del patrón del Grupo B
que no participa de la carneada del padre, sino de la de su suegro); el
empleado permanente y el esporádico del patrón del Grupo A.
GRUPO D. El patrón es un productor
agropecuario que vive en su establecimiento, a unos 5 km. del pueblo. Es viudo,
y realiza la faena con la ayuda de su hijo e hija, ambos adolescentes.
GRUPO E. El patrón de este grupo es
el padre de la directora del jardín de infantes del pueblo. Es un productor
agropecuario chico que vive en su establecimiento, a 8 km. del pueblo. Realiza
la carneada con su esposa, el yerno, un hijo varón y un matrimonio de un campo
vecino.
GRUPO F. El patrón de esta carneada
es el encargado de la estancia de un productor mediano que vive en la ciudad
cabecera de Olavarría. El dueño del establecimiento es dueño de una firma
consignataria de ganado, y durante algunos años fue presidente del Club del
pueblo. Su encargado realiza la carneada en la estancia, y de ella participan
su esposa, y dos familias de campos vecinos (empleados como este patrón, no
propietarios).
GRUPO G. El patrón es un productor
ganadero chico que vive en el pueblo, pero tiene su establecimiento a unos 4
km. Realiza la carneada junto con su esposa, el hermano (y esposa), un cuñado
(y esposa), el hijo, dos empleados y un vecino que es empleado en una estancia.
GRUPO H. El patrón es un encargado de
estancia retirado. Su esposa, el hijo y la nuera, y un vecino que vive en la
casa de al lado, en el pueblo colaboran con él. Cuando todavía estaba en
actividad y vivía en la estancia, carneaban dos veces al año: una vez a pedido
del patrón (y el producto era para él) y otra para ellos. En algunas ocasiones,
una familia (que tiene relación de amistad con la nuera) que vive en la ciudad
de Buenos Aires vienen a pasar esos días de carneada, y a trabajar en ella.
4.4. Redes y grupos.
Este conjunto de relaciones
descriptas puede encuadrarse en lo que Adrian Mayer define como Cuasi- grupo de
acción. Según el autor este tipo de ordenamiento se caracteriza por centrarse
en torno a un Ego que cumple la función de ser el foco organizador central. La
vida de este cuasi grupo depende entonces de ese Ego. Por otro lado, señala que
su conformación depende de los vínculos derivados de ámbitos sociales variados
a los que Ego recurre, otorgándole de esta manera un rasgo común, atributo que
permite clasificarlo de esta manera. El patrón –Ego- convoca a los
colaboradores a participar de la carneada – una acción específica- y de esta
manera conforma el cuasi grupo de acción. Y para eso recurre a su red de
relaciones, definida por Mayer como “un campo social compuesto por relaciones
entre personas. Estas relaciones se definen mediante criterios subyacentes en
el campo” (Mayer, Op. Cit.:110) Y dice respecto de la red: “el conjunto de
estas personas forma una especie de vivero para los conjuntos de acción de ego.
(...) si bien no se recluta siempre a todas las personas pertenecientes a las
redes de cualquier familia o individuo, son, sin embargo, posibles miembros”
(Mayer, Op. Cit.:127) Ahora, ¿qué es lo que conecta a las personas entre sí, a
Ego con sus potenciales colaboradores, y a estos con Ego? Carl Landé define en
un nivel micro social las relaciones diádicas: aquellas que conectan a dos
individuos en una relación directa y personal, pudiendo ser ésta voluntaria u
obligatoria. Este tipo de alianza puede darse entre iguales, en dirección
horizontal, o entre diferentes, en sentido vertical. “Una alianza diádica es un
acuerdo voluntario entre dos individuos para intercambiar favores y acudir uno
en ayuda de otro en tiempo de necesidad” (Landé; Op. Cit.: XIV) Se puede
aplicar este concepto para definir el tipo de relación establecida entre patrón
y colaboradores. Uno requiere de los otros por carecer de un elemento concreto:
la mano de obra necesaria para realizar una tarea determinada. Este tipo de
relaciones lleva implícita la retribución, elemento fundante en todo tipo de
intercambio. El caso de las alianzas horizontales puede ilustrarse con las
relaciones establecidas en algunos de los grupos estudiados. En el caso del
grupo E, integrado por parientes y vecinos, la relación que se establece se
constituye como un intercambio entre iguales. El vecino requerirá en algún
momento de la colaboración del ahora patrón, ya sea para la misma actividad, u
otro tipo de trabajo. Y la base de este intercambio es la deuda tácita que
establece este tipo de relación. Lo mismo sucede en el caso del grupo F, en
donde el patrón, encargado de estancia acude al vecino, que es a su vez,
encargado de la estancia vecina, generando en definitiva la misma relación de
alianza. Diferente es el caso de las relaciones establecidas en aquellos grupos
donde el patrón recurre a la ayuda de sus empleados. Se trata en este caso de
una relación de tipo vertical. Aquí es donde el concepto de patrón que hemos
venido aplicando cobra una nueva dimensión: en las relaciones diádicas
verticales, que vinculan a “dos personas de diferente status, poder o recursos,
cada una de las cuales encuentra útil tener como aliado a alguien superior o
inferior a él” (Landé; Op. Cit.: XX) esta figura del patrón adquiere aquí el
rol de miembro de status superior de esa alianza. Pero en este caso el
intercambio establecido reúne características diferentes. “Típicamente, los
favores del patrón son materiales; los del cliente envuelven expensas de
trabajo o esfuerzo. Los clientes esperan asistencia económica y protección
física en tiempos de emergencia, mientras que los patrones buscan obtener algo
que entraña riesgo de vida, de salud o de reputación” (Landé; Op. Cit.: XX). En
los grupos A y G donde participan los empleados del trabajo de la carneada se
visualiza este tipo de relación. La relación laboral en términos de pago en
dinero que existe entre patrón y empleado en relación al trabajo agropecuario
propio de la explotación convive con este otro tipo de arreglo tácito. Se
intercambia trabajo no rentado por el pago en especias, tanto con comida
durante los días de trabajo como por carne y facturas de cerdo, pero lo más
sustancial de este intercambio es la deuda que se crea en el patrón para con su
empleado. La relación desigual entre patrón y empleado se nutre de la mutua
necesidad del uno para con el otro. El primero necesita de la buena
predisposición del segundo, más allá del marco de la relación laboral formal
que los une, porque de esta manera complementa otro tipo de tareas que son
necesarias para alimentar su rol y su status social. Por otro lado, el empleado
necesita que el patrón valore su presencia y disponibilidad, que lo tenga en
cuenta y siga dándole trabajo, y lo asista ante cualquier imprevisto. Este tipo
de relación que excede lo estrictamente laboral es el remanente de un modelo de
estilo de vida de campo, donde el vínculo entre empleados y patrones estuvo
teñido de un matiz patriarcal desde sus inicios. Esto es lo que el mismo Landé
define como clientelismo rural tradicional (Landé; Op. Cit.: XXIX). El sistema,
vigente en la edad media y en América Latina para el autor, involucra a las
relaciones entre terratenientes y arrendatarios e implicaría un gran abanico de
obligaciones entre ambos. Definida como una relación cara a cara, requiere de
la proximidad física para sostener la alianza. “Donde las relaciones de
propiedad rural latifundistas son estables y hereditarias, las relaciones
patrón-cliente también lo son, y tienden a ser exclusivas. (...) Idealmente la
relación es de afecto y lealtad y tiende a asimilarse al parentesco. Es el
paternalismo” (Landé; Op. Cit.: XXIX). ¿Qué es lo que sostiene este tipo de
relaciones? Según el autor, la necesidad y dependencia del cliente y la
necesidad del patrón de contar con reservas de poder humano perpetúan este tipo
de vínculo diádico. Si bien para nuestro caso concreto este tipo de relaciones
no se estructuran ya en la polaridad entre terratenientes y arrendatarios
debido a los cambios producidos en la estructura socio-económica rural pampeana
descriptos anteriormente, este tipo de relación definida por el autor puede aún
rastrearse entre patrones y empleados. Con una asimetría menos marcada, la
relación entre un pequeño o mediano productor agropecuario y su personal
reviste aún muchas de las características definidas para el caso tratado por
Landé: más allá de los cambios en la estructura social y económica, el estilo
que caracterizó a las relaciones entre patrones y empleados en el ámbito
pampeano sigue vigente. La pregunta que sigue es qué principio es el que sostiene
en el tiempo este tipo de alianzas. Y la respuesta es, sin duda, el principio
de reciprocidad.
4.5. Relaciones de Reciprocidad.
El hombre de campo sabe que puede
apoyarse en su vecino para llevar adelante un trabajo que exceda sus
posibilidades en cuanto a lo que mano de obra se refiere; trabajo que no pagará
con dinero, pero sí retribuirá con la comida, con el buen rato que pueda surgir
una vez finalizada la tarea y, por supuesto, con la misma prestación de trabajo
cuando el otro acuda a él, en busca de la misma colaboración. La ayuda y la
deuda de favores sobrevuelan la vida cotidiana de la pampa bonaerense,
contribuyendo al proceso productivo, que no es otra cosa que el telar donde se
tejen las relaciones sociales. Es extensísima la producción teórica que desde
la sociología y la antropología ha tratado de explicar este tipo de
intercambios no mediatizados por el dinero, esquema propio del modelo
mercantilizado de los países industrializados. El debate acerca de las
relaciones basadas en valores que se riñen con nociones materialistas es muy
nutrido. Visiblemente, las relaciones marcadas por el intercambio recíproco, en
donde una parte y la otra se comprometen de manera tácita a sostener un vínculo
de prestación de servicios y a no esperar en lo inmediato retribución han
requerido de una mirada mucho más enfocada. Son centrales los aportes de Marcel
Mauss acerca de las formas de intercambio recíproco. Jean Cazenauve plantea que
el interés del francés por los fenómenos de intercambio surgió en relación a
sus estudios acerca del uso de la moneda. Ya desde esta perspectiva concluyó
Mauss que “el poder de adquisición de la moneda primitiva consiste ante todo...
en el prestigio que el talismán confiere a su poseedor, el cual se utiliza para
influir sobre los demás” (Cazeneuve; 1970:102) Y más adelante puso su interés
en algunas formas de intercambio en Polinesia y Melanesia que involucraban ya
no el intercambio interpersonal sino que establecían este tipo de relación
entre clanes, familias o tribus enteras. La teoría desarrollada por Mauss en el
Ensayo sobre el Don y otras obras explica las formas de intercambio como un
mecanismo que obedece al sostenimiento y a la elevación del status social.
Extiende el principio observado en las sociedades estudiadas a la propia cuando
señala: “Parte de nuestra moral y de nuestra vida se encuentra siempre en esta
misma atmósfera de la donación, de la obligación y de la libertad
entremezcladas. Afortunadamente, no todo se halla aún clasificado en términos
de compra-venta. Las cosas poseen un valor sentimental, aparte de su valor
banal, hasta tal punto que existen los valores exclusivos de aquel género... La
donación no devuelta convierte, todavía, al que la recibe a una categoría
inferior, sobre todo, si recibe sin espíritu de devolverla” (Cazeneuve;
1970:115). Así, atrás de todo proceso de intercambio hay un universo mucho más
amplio que el sentido utilitario de la permuta de bienes, sean estos materiales
o de otro tipo. Entre los maoríes Mauss encuentra que las cosas materiales que
se intercambian son dotadas de un atributo: el hau. Se trata de el espíritu que
mora en lo intercambiado, la esencia del donador, y lo que impulsaría a la
devolución de esa donación. Así, entre los maoríes, el intercambio se produce
entre almas, inclusive el alma de la cosa misma. Y avanzando en sus estudios
Mauss señalaría que el intercambio de regalos en este tipo de sociedades no
persigue la misma finalidad que el comercio o el cambio en las sociedades
desarrolladas, “la finalidad es fundamentalmente moral, el objeto es producir
un sentimiento de amistad entre las dos personas en juego” (Mauss; 1971: 177) y
concluye que los dones “ni son libres ni son realmente desinteresados; la
mayoría son ya contraprestaciones, hechas no sólo para pagar un servicio o una
cosa, sino también para mantener una relación beneficiosa que no puede
suspenderse” (Mauss; 1971: 254). Y en relación a la preservación de un status
dentro de la sociedad señala “el dar es signo de superioridad, de ser más, de
estar más alto, de magister; aceptar sin devolver o sin devolver más, es
subordinarse, transformarse en cliente y servidor, hacerse pequeño, elegir lo
más abajo (minister)” (Mauss; 1971:255) En Los argonautas del Pacífico
Occidental Malinowski daba cuenta de un sistema de comercio de carácter noble
entre tribus de las islas Trobriand. Este comercio, el Kula se llevaba a cabo
durante las expediciones marítimas, en las cuales los viajeros obsequiaban a
los jefes de las tribus visitadas con objetos de valor: brazaletes tallados y
collares de nácar. El principio que regía al círculo del Kula era la
circulación de estos signos de riqueza que en principio eran recibidos por unos
que a la vez siguiente se transformaban en donadores, y los que habían
regalado, luego recibían. Pero es en Crimen y Costumbre donde Malinowski se
preguntaba qué es lo que hace que las reglas de conducta sean obedecidas aún
cuando sean pesadas o duras. El autor sostuvo que no es el temor al castigo lo
que lleva a obedecer la norma, ni un sentido sumiso de la conformidad, sino que
es una maquinaria social bien definida. Para Malinowski, la explicación es el
principio de reciprocidad. Atribuye a este principio un significado que refiere
a los deberes entrelazados de estatus que las personas tienen unas hacia otras.
De este modo, la reciprocidad se produce en el marco de una asociación entre
individuos y estaría relacionada a determinados lazos sociales definidos, más
allá de la dimensión económica que puedan involucrar. Malinowski sostiene que
los hombres no se involucran ciegamente en transacciones recíprocas: más bien
este tipo de relaciones se sostienen desde el presentimiento de las
consecuencias de la reciprocidad y de su ruptura. Los implícitos para la norma
de reciprocidad involucran la creencia de que en un mediano o largo plazo
intercambio de bienes y servicios se equilibrará; que si no se ayuda a quienes
han ayudado se sufrirán ciertas consecuencias; y que puede esperarse de
aquellos a quienes han ayudado que a su vez los ayuden. Por su parte, Alvin Gouldner
sostiene del principio de reciprocidad que puede ser considerado como uno de
los universales de las sociedades humanas. “Sostengo que la norma de
reciprocidad, en su forma universal, plantea dos exigencias mínimas
relacionadas entre sí: 1) la gente debe ayudar a quien le ha ayudado, y 2) la
gente no debe perjudicar a quien le ha ayudado” (Gouldner; 1973:232). Esta
obligación de retribuir depende del valor atribuído al beneficio recibido. El
valor del beneficio y de lo que se espera es proporcional a, y varía con, la
intensidad de la necesidad del receptor en el momento en que el beneficio es
otorgado, los recursos del donante, los motivos imputados al donante y la
naturaleza de las imposiciones cuya presencia o ausencia se observa. Así, las
obligaciones impuestas por la norma de la reciprocidad pueden variar según el
estatus de los participantes (Gouldner; 1973: 232). Cuando este autor ahonda en
la función que desempeña la reciprocidad para el sostenimiento de los sistemas
sociales, afirma que este principio “da motivos para devolver los beneficios
aunque las diferencias de poder hagan tentadora la explotación” (Gouldner;
1973: 237). De esta manera la norma protege al poderoso contra las tentaciones
de su propio estatus; motiva y regula la reciprocidad como pauta de
intercambio, e impide el surgimiento de relaciones de explotación que pondrían
en peligro el sistema social y los mismos ordenamientos de poder que hicieron
posible la explotación. “La norma de reciprocidad exige que si otros han
cumplido con sus deberes de estatus hacia uno, a su vez uno tiene una
obligación adicional o de segundo orden (retribución) de cumplir con los
deberes de estatus hacia ellos. De esta manera, el sentimiento de gratitud
refuerza el sentimiento de rectitud y agrega un margen de seguridad en la
motivación para la conformidad” (Gouldner; 1973:240). Este autor sostiene que
este principio cumple con este papel tanto en aquellas sociedades donde los
deberes de status específicos se encuentran ausentes y que al mismo tiempo contribuye
a la estabilidad social de aquellas en donde se encuentran bien definidos.
Estos deberes de status moldean la conducta porque el detentador del status los
siente como obligatorios en sí mismos; mientras tanto, la reciprocidad opera
como una defensa de la estabilidad en tanto motiva y sanciona moralmente el
cumplimiento de las obligaciones de status específicas. “Debemos a otros
ciertas cosas por lo que ellos han hecho antes por nosotros, por la historia de
la interacción anterior que hemos tenido con ellos” (Gouldner; 1973:231). Por
su parte, Marshall Sahlins a la hora de analizar las formas de intercambio en
las sociedades primitivas distingue dos formas básicas: por un lado los
movimientos entre dos partes, la reciprocidad; y por otro los movimientos
centralizados y desde las partes hacia un centro que luego redistribuye, la
comunidad o redistribución. La primera contribución a destacar es una noción
que debe ser explicitada: “la comunidad es una relación dentro, la acción
colectiva de un grupo; la reciprocidad es una relación entre la acción y la
reacción de dos partes” (Sahlins; 1974:207). Sostiene Sahlins que la comunidad
funda el centro social donde se reúnen los bienes, y desde donde fluyen hacia
afuera. Pero la reciprocidad establece relaciones solidarias en tanto que el
flujo material da la idea de beneficios, esto sin eludir la realidad social de
cada una de las partes. Para avanzar en su análisis económico de la
reciprocidad el autor sostiene que se trata de un continuo de formas que tiene
en un extremo del espectro la ayuda dada libremente, y se extiende hacia el
otro extremo constituido por la apropiación egoísta. Define entonces una
tipología que considera al primer tipo como reciprocidad generalizada, “el
extremo solidario” (Sahlins; 1974:211). Considera aquí a las transacciones de
tipo altruista. El segundo tipo, a mitad de camino entre los extremos, es la
reciprocidad equilibrada, en la que el intercambio es directo, y la devolución
del equivalente de las cosas dadas es recibida sin demora. Para culminar, la
reciprocidad negativa obedece al intento de “obtener algo a cambio de nada
gozando de impunidad” (Sahlins; 1974:213). Del primero al tercero la distancia
interpersonal se ensancha, en tanto que el caso de la reciprocidad equilibrada
el balance entre el aspecto material y social de la relación es equivalente, y
ninguno de los dos prevalece sobre el otro. El trabajo de este autor, apoyado
en una fuerte base de estudios etnográficos, evalúa las relaciones de
reciprocidad teniendo en cuenta la distancia social entre las partes que las
componen. En cuanto al parentesco señala Sahlins que “la reciprocidad se
inclina hacia el polo de la generalización por el parentesco cercano, y hacia
el extremo negativo en relación proporcional a la distancia de parentesco”
(Sahlins; 1974:214). Cuando el parentesco se transforma en un estructurador de
las jerarquías sociales como es el caso de las sociedades lideradas por formas
de cacicazgos, la reciprocidad adquiere una nueva dimensión. La jerarquía es privilegio
que como contrapartida implica responsabilidades. Deudas y deberes se
encuentran tanto en los que ocupan lo alto de la escala, como en los que están
en lo bajo. Y para Sahlins, una alta jerarquía se sostiene en base a una
generosidad proporcional: “la ventaja material está del lado del subordinado”
(Sahlins; 1974: 224). Aquí el autor toma un concepto de Gouldner cuando
sostiene que esta generosidad puede estar comprendida en la formación de las
mismas jerarquías. Es el dar como mecanismo de arranque (Gouldner;
1960:176-177) lo que puede iniciar un liderazgo. Señala entonces que en muchas
comunidades tribales algunos líderes crecen en prestigio antes incluso de
obtener cargos o títulos. “Son hombres que ‘se hacen un nombre’, (...) se los
puede considerar ‘hombres notables’, u ‘hombres importantes’, ‘toros’ que se
elevan por encima del común del rebaño, que reúnen seguidores y, de este modo,
logran autoridad” (Sahlins; 1974: 227). Una generosidad calculada puede abonar
a la consecución de un grupo de seguidores. Otro implícito de la norma de
reciprocidad destacado por Sahlins es aquel que señala que la reciprocidad
tiene sus características diferenciales cuando la relación se establece entre
dos personas de distinto estrato social. Para que esta relación sea posible de
sostener requiere que el afortunado ponga en la transacción una dosis de
altruismo mayor que la del desaventajado. “Cuanto mayor sea la diferencia de
fortuna, mayor deberá ser la demostración de ayuda del rico al pobre, necesaria
para mantener un cierto grado de sociabilidad” (Sahlins; 1974: 230) En este
marco pueden empezar a entenderse las relaciones establecidas en nuestro campo
como lo que en principio podría evaluarse como un intercambio de bienes tanto
materiales como simbólicos. La primera mirada sobre la práctica nos hacía
pensar en una actividad ligada a lo económico o productivo. Ahondando pudimos
desgajar los aspectos relacionados a una práctica tradicional que sostiene una
manera de establecer y sostener relaciones sociales. Y la perspectiva que ha
sumado la teoría desarrollada en relación a la reciprocidad como medio de
relación permite aventurar otra dimensión: lo político puesto en juego en esta
manera de vincularse en torno a elementos como son los bienes materiales, los
deberes y derechos para con el otro, la capacidad de trabajo y el status
social.
CAPÍTULO 5
Reciprocidad, política e intercambio
de “dones”.
5.1. Liderazgo y política en los
pueblos de campaña.
5.1.1 La política lugareña En los
pueblos rurales de la campaña bonaerense la presencia de la política adquiere
sus propios matices. A nivel de su conexión con el Estado, cada uno de ellos
forma parte de alguna jurisdicción municipal, lo que le otorga el atributo de
contar con un representante de ese Estado Municipal: el delegado. Este cargo
político es en algunos casos elegido por el intendente de cada municipio,
mientras que en otros suele consultarse a los pobladores a través de la junta
de firmas o algún mecanismo por el estilo. En ningún caso se trata de un puesto
elegido por voto directo, siguiendo las normas electorales de la democracia
representativa: no hay candidatos de diferentes fuerzas políticas compitiendo
en las urnas por el cargo. En algunos casos el delegado suele estar lejos de
representar los intereses de los habitantes de los pueblos. Lo interesante es
ilustrar la relación que establecen estos pobladores con esa representación del
poder formal. La historia del delegado municipal de la localidad de Recalde
cuenta que este funcionario ocupaba el puesto desde una gestión política del
radicalismo en el municipio allá por los años ’80 (el mismo intendente que
ocupa el cargo en la actualidad, y por tercer mandato consecutivo). Cuando se
produjo un recambio en las autoridades municipales con la llegada de un nuevo
intendente del partido justicialista, la nueva autoridad decidió reemplazarlo
por otra persona de su propio entorno. Según se relata en Recalde, los
pobladores no estuvieron de acuerdo con el cambio porque estaban conformes con
su delegado, y realizaron un pedido formal al flamante intendente que logró que
permaneciera en el cargo. Poco se sabe de los entretelones concretos del evento
mencionado. Lo cierto es que el mito de origen acerca del representante
municipal da cuenta de una población que, dispuesta a sostener a su
representante, reclama al poder político y consigue su cometido. Tal vez sea
importante 92 recordar una característica: la especialidad productiva de
Recalde ha sido y es la ganadería de vacunos, más específicamente la cría,
siendo por consiguiente uno de los enclaves más importantes de la clase
estanciera pampeana, acostumbrada desde tiempos pretéritos a establecer
relaciones estrechas y aún confundirse con el poder político. El caso es que
este delegado es un productor ganadero de la zona de Recalde. Tiene ahí sus
negocios y su rol político reunidos. El edificio de la delegación ocupa una
esquina en diagonal al edificio del Club, y cumple con los horarios de atención
al público fijados por el municipio para sus reparticiones públicas. Allí se lo
puede encontrar al delegado, que vive en una vivienda en el mismo edificio (que
fue construido enteramente para ese fin) casi todos los días de la semana,
salvo aquellos días en los que ha viajado a Olavarría por cuestiones laborales
– reuniones en el municipio- o familiares –el resto de su familia vive allí-.
Las pasiones que despierta este dirigente son encontradas:
“está bien
el pueblo, hay luz, teléfono, escuela... y todo gracias a Pedro que ha pedido.
Si no hay más es porque el país está mal. Pero Pedro es buenísimo... que vamos
a hacer si se va... Ayuda hasta a la gente que no lo quiere...” (María, Diario
de Campo, Recalde)
“ese es
uno... está en toda la tranza con los otros dos secuaces que tiene... acá el
asfalto no lo hacen para que ellos puedan seguir haciendo sus manejos turbios
de hacienda...” (Rosa, diario de campo, Recalde)
En el caso de Santa Luisa, el
delegado fue designado por el mismo intendente que para el caso de Recalde.
Para Santa Luisa convocó a un joven olavarriense que desde hacía algunos años
vivía en el pueblo, porque trabajaba en la estación de servicio que más tarde
compró. Se trata de un funcionario con un perfil que despierta controversias.
En algún momento se disputaba, sin llegar a la confrontación pública- con la
entonces directora de la escuela primaria la invención de la festividad del
pueblo “Santa Luisa Vive”. La directora tenía su versión; él abiertamente
declaraba que había sido su iniciativa y su idea la que había originado el
evento. Unos años después, cuando la fiesta dejó de realizarse (y la directora
ya no vivía en el pueblo, había sido trasladada a la escuela de otro paraje)
señalaba que no se hacía más porque se había cansado de tener que organizar y
encargarse de todo él solo. Con las autoridades de la comisión del Club también
declaraba tener sus disidencias: que si organizaban algún evento con
actividades ecuestres -domas, sortijas o jineteadas- y a él no le gustan los
caballos... Un dirigente un tanto particular. Según cuenta una vecina de la
localidad:
“no es que
sea malo... lo que pasa es que el quiere dominar a todos. Por ejemplo, ahora
que se fue Ana [la anterior directora de la escuela primaria] y está Perla como
directora de la escuela... ah, se hace lo que él quiere. Lo que pasa es que Ana
no le daba cabida.... Él es muy ‘acá mando yo’” (Graciela, diario de campo,
Santa Luisa)
En 16 de Julio, durante algunos años
ocupó el cargo de delegado un vecino de la localidad. Productor agropecuario
chico y comerciante, es el patrón de la carneada del Grupo B. Pero cuando se
produjo un cambio de gestión en el municipio de Azul, a fines de la década del
’90, fue reemplazado por otro productor que tiene campos en la zona, pero que
vive en la ciudad de Olavarría. Sin levantar demasiado las voces, los vecinos
de 16 de Julio suelen comentar su disconformidad con este funcionario, que sólo
pasa por el pueblo una vez por semana, y cuando sus negocios le dejan tiempo.
Es generalizado el reclamo por el regreso a la función del anterior delegado, o
de algún otro de los referentes del pueblo:
“un vecino,
uno de nosotros, no como este que no se entera lo que pasa en el pueblo. Viene
para el cumpleaños del pueblo nomás, y porque viene su ‘jefe’ [el intendente]”
(Mabel, diario de campo, 16 de Julio)
Tal vez compensando esta situación de
desatención declarada por los vecinos, el secretario de la delegación es un
muchacho del pueblo. Es hijo de un patrón de carneada (Grupo C) y el encargado
de atender y llevar adelante el otro negocio familiar: un almacén- boliche y
estación de servicio. Es a él a quien se recurre por asuntos “municipales”:
está en el pueblo, y vive y atiende su comercio calle de por medio con el
edificio de la delegación. Ahí, la oficina la presencia del Estado descansa en
la enfermera del pueblo, la única de los empleados municipales que cumple
horario fijo en el edificio público, aunque durante el resto del día siga
cumpliendo con su rol de enfermera desde su casa. El pueblo de 16 de Julio se
encuentra localizado en el límite del partido de Azul, con los vecinos partidos
de Olavarría y Benito Juárez. Los habitantes le atribuyen a este hecho más la
distancia que los separa de la ciudad cabecera cierto abandono que sienten por
parte del estado municipal. Los habitantes del paraje El Luchador señalan el
mismo padecimiento. Alejados de la ciudad cabecera de partido, y en límite
jurisdiccional entre tres partidos (en este caso, Olavarría, Benito Juárez y
Laprida) las consecuencias de su infortunio llegan hasta privarlos del servicio
de luz eléctrica85. Desde el retorno de la democracia, una vecina ocupó el
puesto de delegada municipal. Dedicada al mismo tiempo a la actividad comercial
en el pueblo (era dueña de uno de los almacenes) dejó el cargo para jubilarse.
En ese momento, fue designado como delegado un joven vecino del pueblo. Se
trata del hijo de un productor agropecuario mediano de la zona, que luego de
estudiar Agronomía volvió a trabajar en la explotación del padre. Coincidió
este regreso con el retiro de la anterior delegada, y el municipio convocó a la
elección de delegados siguiendo un mecanismo establecido para el partido de
Benito Juárez por el municipio desde 2001: los interesados al cargo deberían
presentar avales de los vecinos, a través de una junta de firmas. Según
comentan los lugareños resultó elegido cuando su familia política, numerosa por
cierto, firmó avalando su candidatura. En el caso de este paraje, los
comentarios suelen ser favorables acerca del representante de la autoridad
municipal. La antigua delegada es tenida en un muy valorado recuerdo por parte
de los vecinos, y acerca del nuevo delegado, sólo se reclama su parquedad.
“es
calladito... pero qué le vamos hacer. Igual acá lo vimos crecer todos” (Elisa,
diario de campo, El Luchador)
Lo que hemos descripto hasta aquí es
la instancia formal de la dimensión política que hemos encontrado en el campo.
Cuando hablamos de lo formal nos referimos a la presencia del Estado y de su
estructura burocrática, así como de sus funcionarios, obedeciendo a una
instancia de gobierno superior, como lo es el gobierno municipal. En un
contexto como es el de los poblados rurales, la política se extiende por las
más diversas instituciones y actores sociales, asumiendo formas múltiples que escapan
al recorte de lo meramente formal. Ratier se refiere a la esfera de lo político
en el ámbito al que aludimos. Luego de definir a los poblados como comunidades
de interconocimiento propone considerar a lo político como “imbricado en el
tejido social, fundándose en principios que atraviesan a toda la sociedad, y
que problematizan las fronteras entre dominios sociales” (Ratier; 2004:87). Es
a partir de esta concepción que podemos buscar en el campo lo político en
aquellas instituciones que en apariencia no son políticas. En los pueblos la
comisión directiva de los clubes, las cooperadoras de las escuelas y jardines
de infantes, las agrupaciones tradicionalistas se constituyen como escenario
para prácticas políticas y cumplen la función, en muchos casos, de vehiculizar
demandas y necesidades de los pueblerinos. Ratier plantea que en este ambiente
particularizado el ejercicio de las funciones políticas, en ausencia de la
política partidaria propia de los ámbitos urbanos, descansa ya no en los
políticos sino “desde quienes generan ese poder mediante una ‘cesión de
confianza’” (Ratier; 2004:87). Este acto es lo que Bourdieu define como la
transferencia de poder simbólico desde el que está sujeto al que lo ejerce, un
crédito basado en la confianza del grupo puesta en el hombre político
(Bourdieu; 1989:188). La lógica de estos sistemas políticos con características
particulares en cada una de los poblados analizados se entreteje con ese poder
formal que desciende desde los centros urbanos. Los clubes, las cooperadoras, y
en ellos los referentes de cada una de las comunidades son el epicentro del
encuentro de los dos mundos: el mundo de los políticos profesionales y de las
prácticas electorales por un lado, y el mundo de los líderes, de la confianza y
la solidaridad, de la práctica política difusa. Este vínculo entre esferas se
traduce en un principio de negociación entre el delegado municipal y los
integrantes de la comunidad que Ratier describe de la siguiente manera: “La
peculiar condición de esas comunidades, donde no existen cuerpos deliberativos
ad-hoc que asesoren o influyan sobre el delegado designado por el poder central
del municipio, hace que éste último gobernante deba apelar, para la generación
de consenso, a las instituciones actuantes en la población, o bien construir un
grupo de referencia al cual acudir” (Ratier; 2004:89). Acerca de estas figuras
que lideran las instituciones del medio rural estudiado, Leandro Etchichury
pone especial atención en las figuras políticas de los clubes de campaña de la
pampa bonaerense. “En los presidentes de clubes puede verse funcionar la lógica
del gran señor, de lo que nos hablara Marcel Mauss. El gran hombre (...) es un
líder local. (...) En estos hombres el prestigio personal es fuente y objeto de
búsqueda para la consumación de poder local entendiendo al poder como
relaciones de fuerza en permanente disputa, y por lo tanto, la apropiación
difícilmente tiene carácter absoluto e inalterable. En esta relación cumple un
importante papel la apropiación diferencial de los distintos capitales sociales
(político-económico, cultural, simbólico) y el grado de organización de los
distintos actores sociales involucrados” (Etchichury; 2003:117-118). Estas
figuras políticas que perfilan en las comunidades rurales no necesariamente ocupan
cargos en las instituciones de las localidades, pero suelen distinguirse por su
desempeño público. Su presencia política es notoria cuando se los ve participar
de los eventos sociales del pueblo ocupándose de las tareas más dispares,
colaborar con los vecinos más desprotegidos ante cualquier eventualidad, y
negociar con las altas esferas políticas cuando es necesario.
5.1.2. Carneadores y construcción de
liderazgos.
Los patrones de las carneadas que
describimos en el capítulo 4 se corresponden en la mayoría de los casos con
estos referentes comunitarios de los que hablamos en el punto anterior, o en
alguna medida guardan algún tipo de relación con los líderes de su comunidad.
Para el caso del Grupo A, el patrón -un productor agropecuario chico- es al
mismo tiempo presidente de la cooperadora de la escuela. En algún momento ocupó
algún cargo directivo de la comisión del club, pero según sus propias palabras
“me quedé
con la escuela. No se puede hacer todo, y hacerlo bien...” (Carlos, diario de
campo, 16 de Julio)
El es uno de los líderes de la
comunidad. Como se definió en el punto anterior, la localidad de 16 de Julio
vive su vínculo con el poder municipal como algo distante. El delegado actual
no cumple sus expectativas pero sus habitantes aceptan a este funcionario, no
se proponen peticionar a las autoridades por un cambio, ni demuestran
abiertamente su descontento. Mientras tanto, los asuntos de la comunidad son
manejados por sus líderes. En el invierno de 2002 una temporada fuerte de
lluvias impedía que el colectivo de la cooperadora de la escuela trasladara a
los chicos que cursaban 8vo y 9no grado, y el nivel polimodal en la localidad
de Chillar, distante a 20 km. Ante esta situación, los líderes resolvieron de
manera práctica el problema. Durante más de 2 meses, tres de ellos se turnaban
día por día, llevando a los chicos hasta Chillar y trayéndolos nuevamente por
la tarde. Para esto utilizaban sus propias pick ups, y circulaban sobre el
terraplén de las vías del ferrocarril. Uno de ellos era Carlos. Los otros dos,
el policía del pueblo y el patrón del grupo B. Este último no tiene hijos en
edad escolar, y no estaba llevando a sus propios hijos a la escuela, pero sin
embargo contribuía con la solución de una situación problemática de su comunidad.
Estar en la casa de Carlos –que a su vez es el esposo de la enfermera del
pueblo- es presenciar un desfile incesante de vecinos a lo largo del día. Están
los que vienen a tomar unos mates mientras el mecánico les revisa la camioneta;
los que vienen a preguntarle cuando “va al pueblo”, para que les traiga algún
encargo, o los lleve; los que vienen a decirle que fulano se descompuso y
Carlos se baña y se cambia, lo va a buscar y lo lleva a Chillar, al Hospital;
los que vienen a ponerse de acuerdo con él para podar unos árboles del terreno
en donde van a construir la cancha de fútbol para la escuela; el que viene a
pedirle un implemento de labranza prestado; y siguen los ejemplos, si a esto
agregamos las consultas fuera de horario a la enfermera, que aplica inyecciones
o cura el empacho en un hermoso ejemplo de sincretismo curativo. Para la fiesta
del Club se lo puede ver hasta última hora antes de que empiece a llegar la
gente armando mesas, cortando fiambre, preparando platos, poniendo vino a
enfriar. Luego de bañarse y cambiarse volverá para ponerse el distintivo de la
mesa 8, y atenderá toda la noche a los comensales de esa mesa. Tal vez pare
para bailar con su esposa, o con alguna de sus hijas. Pero a la hora de
descorchar las sidras otra vez va a estar en la cocina, trabajando para que la
fiesta sea un éxito. Del mismo modo se ocupa de las fiestas de la escuela,
llegando al punto de donar animales para asar, o como premio de rifas. El
patrón del Grupo B fue delegado municipal de la localidad durante dos períodos.
Del mismo modo, ha ocupado puestos en la comisión del Club y de la cooperadora
de la escuela. A la par de Carlos, Di Luca participa activamente de la
organización de festividades. El patrón del Grupo C fue presidente del Club, y
es el comerciante más prestigioso del pueblo. Su hijo, que colabora con él en
la carneada es el secretario de la delegación municipal e integra la
cooperadora del Jardín de Infantes. Del mismo modo que el patrón de Grupo A
participa de las actividades comunitarias activamente. Es mozo en la fiesta del
club, y en las actividades de la escuela primaria. Por su parte, el patrón del
Grupo E, que vive en el campo, suele contribuir con la donación de animales
para el asado de la fiesta del club, y su yerno es el actual presidente del
Club. El patrón del Grupo F es el encargado de la Estancia de un conocido
consignatario de hacienda de la ciudad de Olavarría, que ocupó algunos años la
vicepresidencia del Club. El por su parte integra la cooperadora del Jardín de
Infantes. Carnea en el establecimiento en donde vive y trabaja los animales que
su empleador le autoriza a criar. El último día, cuando la carneada finaliza,
el patrón viene a participar del final de la carneada y prueba los productos
elaborados por el otro patrón, el de la carneada. El patrón del Grupo G es otro
productor ganadero chico de Recalde. Es el presidente de la cooperadora de la
localidad, a pesar de que sus hijos son adultos ya. Nos introduce una nueva
modalidad de carneada:
“Nosotros
siempre carneamos solos, pero el año pasado compramos unos chanchos y los
llevamos a casa porque ellos no tenían lugar para ponerlos, con Roca y
Goycochea y después se agregó Fal, pero los de la sociedad éramos nosotros
tres” (Cacho, diario de campo, Recalde)
Los mencionados como socios de
carneada por este patrón son el consignatario de hacienda de la localidad y el
delegado municipal. El tercero es un productor ganadero mediano del pueblo. El
patrón del grupo H es un viejo encargado de estancia, actualmente retirado. Él
y su esposa continuaron las respectivas tradiciones familiares carneando todos
los años. El patrón de la estancia contrataba gente todos los años para que le
facturaran cerdos, pero la carneada siempre le salía mala.
“Tenían
problemas ellos de que ya dos o tres veces habían carneado con una gente que
traían para eso, y se les ponía fea la carneada, se les echaba a perder... y
nosotros ya trabajábamos ahí... un día voy a llevar la leche a la estancia y le
digo al patrón que le decíamos Negro: - Negro, ¿quiere que le hagamos la
carneada con Juan y Dolores? Usté no meta la mano para nada, nosotros le vamos
a adobar, le vamos a hacer todo’. - ‘Si, sí, Domingo, métale nomás...’ me dijo
el patrón. Y de ahí en más le carneamos nosotros, y el invitaba a los amigos
después, a convidarle...” (Domingo, diario de campo, Recalde)
Así el patrón de la carneada hacía la
suya propia, y hacía la del patrón de la estancia a la vez. Era patrón de dos
carneadas, pero dueño de una. Y su jefe tenía facturas de cerdo para consumir,
para convidar y para regalar. Los diferentes casos nos permiten visualizar
elementos comunes en todos ellos. En el caso de aquellos carneadores que juegan
roles de liderazgo es de destacar la actitud con la que asumen su vida pública.
La participación en todos los eventos se sostiene con el trabajo constante. Son
nuevamente las ideas que definen ese estilo de vida de campo del que hablamos
con anterioridad, es la noción de articulación social expuesta por Strickon
entre terratenientes y gauchos. Compartir esa cultura común, “ser gaucho entre
los gauchos” es un valor que asienta el liderazgo en el ámbito rural pampeano.
No temerle al trabajo duro, ni rehuir el compartir el trabajo con los otros,
con los empleados, es señal de buen patrón. Al mismo tiempo la actitud solidaria
y desinteresada, la colaboración con el vecino en apuros, la generosidad son
valores que posicionan a estos hombres en un lugar diferencial. Son esos
hombres que “se hacen un nombre”, al decir de Sahlins91, que comienzan a tallar
su figura pública a través de estas actitudes, que los perfilarán como
referentes, grandes hombres, líderes. La producción de facturas de cerdo pasó a
ser, con el correr de los años mucho menos frecuente de lo que era. De ser una
tarea realizada todos los inviernos por casi todas las familias del medio rural
con el fin de producir un refuerzo alimentario se ha transformado en una
actividad que sólo algunos mantienen en vigencia. Preguntarnos por su
sostenimiento en el tiempo como iniciativa de estos referentes comunitarios nos
permite pensar en la reproducción de una práctica fuertemente asociada a
valores como la tradición y la herencia cultural de un mundo agrario con un
estilo de vida propio que sedimenta parte vital de su construcción de
identidad. En alguna medida, el espacio de la carneada funciona como un medio
en el que se refuerzan las relaciones interpersonales entre patrón y
colaboradores, del mismo modo que permite reforzar una identidad cultural
propia del medio, a través de la recreación una actividad emblemática que
sintetiza elementos definitorios como son la organización del trabajo y la
sociabilidad campera. Estos referentes comunitarios despliegan su exposición
como figuras públicas a través de la puesta en acto de actividades que los
posicionan como los detentadores de los valores asociados a lo rural. Cuando
Javier Auyero explora las figuras políticas del peronismo en relación a las
prácticas clientelares recurre al concepto de performance. Definida como la
restauración de un comportamiento, o como la realización o actualización de un
hecho cuya fuente u origen se encuentra en un pasado reconocido, la performance
es el “conjunto de prácticas mediante las cuales los actores se presentan a sí
mismos y su actividad en interacciones públicas” (Auyero; 2001: 135). Cuando
Auyero desarrolla el concepto sostiene que la construcción pública de las
líderes peronistas del conurbano sienta sus bases en la performatividad de la
figura de Eva Perón. La identificación y el posicionamiento público de estas
mujeres sigue el modelo del emblema femenino del peronismo, y es a través de
este camino que conciben su praxis política. Pensado en nuestro caso en el
marco de esta formulación, podría decirse que los patrones de carneadas, en el
hecho de convocar a un grupo a colaborar en su carneada se exponen a sí mismos
como los reproductores de la tradición que sostiene la identidad de su medio.
Al mismo tiempo re actualizan el modelo político tradicional de su medio: la
figura paternalista del hacendado o estanciero, trasladada ahora a la figura
del mediano o pequeño productor.
5.2. Los productos: el alimento como
“don”.
Hasta el momento nos hemos referido a
aquellos elementos de orden abstracto o simbólico que constituyen esta
práctica. Pero otro elemento constitutivo son los artículos producidos: las
facturas de cerdo. Durante los días que dura la carneada se elaboran chorizos
(para consumo fresco –a la parrilla-, y para secar); salames; morcillas
(blancas y negras); bondiolas; jamones; quesos de cerdo; pancetas; y
dependiendo de la tradición seguida algunos otros embutidos que no
detallaremos. En concreto, al momento de terminar la faena, grandes cantidades
de alimentos han sido producidos. La mayoría requiere de un tiempo de
estacionamiento, pero gran parte puede consumirse en el momento. Como se dijo
en el capítulo 3 al describir el procedimiento, durante esos días de trabajo
los almuerzos y cenas corren por cuenta del patrón. Tratándose del medio rural
pampeano, la base primordial de toda comida es la carne, y asada. El encargado del
fogón es también el encargado de preparar el asado con lo que el patrón “le
arrime”: en la mayoría de los casos son los costillares de los cerdos, el lomo,
y algunos pedazos de asado de la vaca que se utiliza para la mezcla de relleno
de los chorizos. Y las facturas se van probando a medida que se van haciendo.
El segundo día seguramente se prueban las morcillas; el último día, los
chorizos. Los primeros en ir a la parrilla son los “apurados”: los mal atados,
aquellos a los que le puede haber quedado aire adentro. ¿Pero qué pasa con los
productos elaborados una vez terminada la actividad? Cada patrón repartirá el
excedente del vacuno, más algunos chorizos y morcillas para aquellos que
colaboraron en su faena. Se trata de una cantidad apreciable, pero de todas
maneras, mínima en relación a lo que conserva para sí.
“Seguro que
cuando terminamos alguna cosita me da Carlos... siempre reparte. Y si no, como
todos los días acá... me lo llevé puesto, jajaj!” (Viejo, diario de campo, 16
de Julio)
Suelen prepararse para almacenar en
el freezer los cortes de vacuno. Algunos chorizos también se congelan para
consumir a la parrilla. Pero la mayoría de los embutidos se estacionan. La
acumulación de bienes producidos nos hace pensar en la lógica del consumo.
Recurrimos a Douglas e Isherwood que definen el consumo como “el uso de los
bienes materiales que está más allá del comercio y que goza de una absoluta
libertad frente a la ley” (1990:72). Los bienes, además de proveer medios para
la subsistencia y alimentar cierto grado de competitividad entre las personas,
son necesarios porque hacen visibles y estables las categorías de una cultura.
El consumo, para los autores, es un sistema de información. Y los bienes son la
parte visible de una cultura (1990:81). En el caso puntual de la carneada, los
bienes materiales que la integran contribuyen a la fijación de significados.
“Los alimentos son un medio para la discriminación de valores, y cuanto más
abundantes sean los rangos de discriminación, serán necesarias más variedades de
alimentos” (1990:81). Pero estos bienes no son el mensaje en sí, sino que se
comportan como partes de un sistema que los incluye. La cantidad de bienes
producidos en la carneada suele exceder la capacidad de consumo del grupo
doméstico de cada patrón. Y esto se debe a la finalidad última de la carneada:
obsequiar e intercambiar el producto obtenido una vez que esté a punto.
Carolina:
¿qué hacés con tantos chorizos?
Carlos: ¿Qué
hago...? Me los como... jajajaja! No, además regalo... Tengo para cuando viene
gente de visita, tenés algo para convidar, a la gente de campo le gusta que lo
recibas con un vinito y un chorizo seco...” (Carlos, diario de campo, 16 de
Julio)
“cuando se
termina la carneada parece un montón de comida... ¿pero sabés como se va? Que
le regalás a este, que le das al otro... El delegado viene siempre por agosto,
septiembre... como quien no quiere la cosa... y pregunta si están los
chorizos... y hay que regalarle... no le vamos a decir que no a la autoridá...”
(Dolores, diario de campo, Recalde)
Nos detenemos en la calidad de regalo
de estos alimentos producidos. Kenneth Boulding define al “regalo puro como
una expresión de benevolencia, esto es, como una identificación del dador
(donante), al desprenderse del regalo, con el bienestar del recipiendario, que
lo obtiene” (1976:15). Para el autor esta actitud se inscribe en el marco en
que la pérdida de utilidad que le supone al donante desprenderse del regalo, es
superada por la ganancia que le supone el aumento del bienestar del que recibe
el regalo. En el caso de los colaboradores del patrón de carneada, el regalo
una vez terminada la faena retribuye esa colaboración y garantiza ayudas
futuras. El valor agregado de que se trate de alimentos lo constituye el hecho
de la elaboración colectiva y circulación de alimentos está directamente
relacionada con el mantenimiento o el deterioro de las reglas de sociabilidad.
Dice Sahlins al respecto: “Casi lo único sociable que puede hacerse con los
alimentos es darlos y la retribución social correspondiente, después de un
intervalo apropiado, es la retribución de la hospitalidad o de la ayuda” (Op.
Cit.:237) Es importante retomar el concepto de reciprocidad e introducir el concepto
de don. Boulding señala que la reciprocidad, que en apariencia puede
confundirse con un simple intercambio, posee aspectos integradores que este
último no posee. “La reciprocidad tiene una función que cumplir en la formación
de un sentido de comunidad y una estructura más compleja de relaciones
interpersonales que el intercambio puro y simple es incapaz de desempeñar”
(Boulding; Op. Cit.:43) Como también plantea Gouldner96 el recibo de un regalo
genera un sentido casi inconsciente de obligación para con el que ha regalado.
Cuando esta obligación se satisface retribuyendo con otro regalo en
correspondencia, la relación se equilibra. Cuando esto no sucede, el
beneficiado por el regalo sostiene una deuda con el donador. Además de regalar
a sus colaboradores, los patrones de carneada realizan este movimiento de
circulación en otras dos direcciones. Intercambian con otros patrones:
“Yo siempre
le doy a Carlos un chorizo o dos, cuando están bien a punto, para que prueben
como salieron este año. Es de siempre eso... y yo pruebo lo que hace él. Y el
jamón lo mismo... además los dos lo hacemos distinto, nosotros lo adobamos, él
lo hace salado...” (Julián, diario de campo, 16 de Julio)
“¿Cuáles son
más ricos? Los míos, jajaja! No, mentira... cada uno tiene su receta, viene de
su tradición... a mi los de Di Luca me gustan mucho... y nunca le falla nada. A
Solís a veces le falta sazón... pero eso para mi gusto... yo soy medio
hincha...” (Carlos, diario de campo, 16 de Julio)
Le regalan a otras personas con
status específicos:
“Siempre le
llevo algo al delegado, al doctor que viene a la sala, que le encanta... aunque
dice que queda mal un doctor comiendo con colesterol... al ingeniero... y
bueno, a otros vecinos...” (Domingo, diario de campo, Recalde)
Este tipo de circulación consolida la
calidad de don de los productos de la carneada. Además de contar durante un
tiempo prolongado con una especialidad gastronómica para abonar la hospitalidad
campera, los patrones tienen una reserva de mercancías para regalar, para homenajear
con ellas tanto a sus pares, líderes como ellos de su comunidad, como a sus
inmediatos superiores en status: los profesionales y los políticos. Entre
patrones, confirman con el intercambio su calidad de pares. Al modo del
tradicional Kula tan detalladamente analizado por Malinowski, la circulación de
facturas de cerdo, en un contexto donde la hospitalidad y la comensalidad, y
por consiguiente los elaborados gastronómicos, gozan de valor y prestigio, los
líderes se regalan y reciben dones que los confirman entre sí como iguales,
como activos integrantes de una élite local de poder económico y político.
5.3. La carneada: reciprocidad y
política.
Dice Roland Cohen: “El poder contiene
los valores de la cultura en la que el sistema político está inserto, más las
habilidades con que los actores políticos efectúan sus actividades en el
sistema político” (1979:41). En localidades rurales como las estudiadas, la
dimensión de lo político adquiere las características propias de ese espacio.
Esa comunidad de interconocimiento a la que nos referimos con anterioridad,
donde los vínculos entre los vecinos son muy estrechos, donde las redes de
parentesco se extienden y se superponen, donde las reglas de sociabilidad,
hospitalidad y solidaridad tiñen el total de las relaciones interpersonales, la
política adopta formas maleables, difusas, no evidentes. La política formal
como se concibe en los ámbitos urbanos, asociada a los procesos electorales, y
en algún punto despersonalizada roza la superficie de este medio donde los
liderazgos y los roles políticos se comportan según otros parámetros. Las
figuras que median entre esta política formal y el mundo rural juegan un doble
rol al adquirir, en la ciudad la actitud de negociadores con el poder
municipal: siguen las reglas de la política burocratizada, acatan el protocolo.
En los pueblos, mientras tanto, adoptan la forma campera: establecen relaciones
basadas en la confianza, cumplen con los ritos de sociabilidad, comulgan con el
estilo de vida rural tradicional. Estos articuladores sociales en palabras de
Strickon se transforman en verdaderos mediadores. El concepto de mediador
utilizado por Javier Auyero para el análisis de las redes clientelares del
peronismo se acerca al rol adoptado en el medio rural por estos referentes.
Retomando a Geertz, Auyero señala que los mediadores “tienen casi similares
pertenencias de clase con sus clientes. Lo distintivo en los mediadores es la
cantidad acumulada de capital social” (Auyero; 2001:105). Mientras los
funcionarios ocupan los roles políticos visibles, los otros referentes, desde
otros espacios institucionales que pueden aparecer como despolitizados ocupan
cargos, o sostienen su espacio de liderazgo a través de su desempeño como
figuras públicas de la comunidad, siempre listas, siempre a disposición,
siempre con la casa abierta. La carneada es uno más de los elementos que nos
permite ver de manera cristalizada como se reproduce y sostiene la relación
entre los líderes comunitarios y su entorno de relación. Pensado como una red
política en la que un conjunto de individuos sostiene y produce relaciones que
se encuentran enmarcadas en algún tipo de interacción vinculada a la esfera de
lo político, el flujo de intercambio que genera la relación entre los patrones
de carneada y sus colaboradores puede pensarse dentro del esquema que Auyero
plantea para explicar las relaciones clientelares. El acuerdo tácito
establecido entre unos y otros funciona como una estrategia que permite la
resolución de problemas. De un lado los patrones refuerzan y sostienen su
círculo de seguidores (Auyero; 2001: 106) y al mismo tiempo proyectan
públicamente una imagen asociada a los valores que sostienen este tipo de
intercambios: “confianza”, “solidaridad”, “reciprocidad”, “cuidado”. Del otro,
su grupo de seguidores o colaboradores -ligados a él por relaciones laborales,
familiares o vecinales- consolidan a través de la ayuda el vínculo que les
permite vehiculizar la resolución de situaciones problemáticas. Señala Auyero
“El acto de dar, las acciones sacrificadas y preocupadas de los mediadores
transforman –o intentan transformar- una relación social contingente –la ayuda
a alguien que la necesita- en una relación reconocida- acreditada como
duradera” (Auyero; 2001: 191). Uno resuelve su problema al mismo tiempo que
reconoce al patrón en su rol de resolvedor de problemas. Este rol de
constituirse como referente implica el trabajo constante de merecer la mirada
de los otros, la confianza, y el apoyo. Y una vez logrado esto, el
sostenimiento de este rol es igual de arduo. La retribución es la obtención de
prestigio social. Algunos de ellos ocuparán alguna vez el puesto de delegados
municipales. Pero no es una carrera política lo que se persigue, sino el
sostenimiento de un status social ponderado tradicionalmente. La norma de
reciprocidad es una pauta que atraviesa a todas las sociedades, en mayor o
menor escala. En el caso de nuestros poblados, es uno de los elementos más
fuertes que estructura la vida cotidiana. Cuando Marshall Sahlins se interna en
el Essai sur le don de Marcel Mauss trata de descifrar qué rol juega la
reciprocidad en las sociedades. Sostiene entonces que lo que el francés llegó a
formular es que el don es la primigenia forma del contrato social propuesto por
los pensadores de la modernidad política: “Mauss sustituye la guerra de todos
contra todos, por el intercambio de todos entre todos” (Sahlins; 1974:187).
Esta primera forma de acuerdo entre los hombres sella una alianza de paz cuando
refunda el vínculo entre el que da, el que recibe, y el que decide devolver.
Este primer contrato social es un contrato político, con una fuerte base ética
y moral. Cuando Pierre Clastres se pregunta por la cuestión de poder en las
sociedades tribales señala acerca de las figuras de los jefes que éstos no detentan
el poder de mandar: la función que la sociedad le ha atribuido es la de
“ocuparse y asumir la voluntad de la sociedad de aparecer como una totalidad
única” (19...:113). Las cualidades por las que se lo erige como tal serán la
habilidad, el talento diplomático para consolidar redes de alianzas en pos de
la seguridad de la comunidad y su deber principal será el de ser portavoz,
comunicador del deseo y voluntad de la sociedad que representa. Mientras esto
sucede, al interior de su sociedad, la comunidad lo reconoce como líder en
tanto sea un efectivo promulgador de los valores y la unidad de su propia
sociedad; y le reporta en consecuencia un margen de confianza garantizada en
función de las cualidades que despliega. Es lo que Clastres denomina prestigio,
y que en algunos casos suele confundirse con el poder. “De la boca del jefe no
brotan las palabras que sancionan la relación de mando-obediencia sino el
discurso de la propia sociedad sobre ella misma, discurso a través del cual se
proclama comunidad indivisa y voluntad de perseverar en este ser indiviso”
(1996:114). Los líderes comunitarios de los pueblos pampeanos en su rol de
mediadores en términos de Auyero en cierta medida nos remiten a esta imagen
política definida por Clastres. No ambicionan poder político, no se erigen como
voces de mando. De manera sutil, y pendulando entre el modelo político que
desciende desde el Estado que contiene a sus pueblos y el propio esquema social
tradicional de sus comunidades, se posicionan como portavoces de ese estilo de
vida rural que eligen y reproducen en su quehacer cotidiano, en sus maneras de
establecer relaciones interpersonales. El proceso mediante el cual construyen
esta posición en el seno de su sociedad responde a la ponderación de los
valores propios de esa cultura rural. El gran hombre melanesio “accede al poder
‘con el sudor de su frente’; como no puede explotar a los otros para producir
un excedente se explota a sí mismo” (Clastres, 1996:146) Que es lo que motiva
al gran hombre se pregunta el autor, “No es la realización de su deseo de poder
sino la frágil satisfacción de su honor personal, no es la capacidad de mandar
sino el inocente placer de una gloria que se afana en mantener. Trabaja, en
sentido estricto, por la gloria; la sociedad se la concede de buen grado,
ocupada como está en saborear los frutos del trabajo de su jefe” (Clastres,
1996:146). Para el gran hombre es la generosidad lo que lo sostiene en el lugar
al que aspira. Y es aquí donde la generosidad adquiere el valor propio de toda
relación de intercambio: cuando se perpetua una situación en la que la sociedad
otorga el prestigio a cambio de los bienes que dona el jefe, la generosidad se
transforma en deber, en última instancia, en deuda. “Se disimula, bajo esta
apariencia, la profunda desigualdad de la sociedad y del jefe, en tanto su
obligación de generosidad es, de hecho, un deber, es decir, una deuda. El líder
está en situación de deuda con la sociedad justamente porque es líder. Y esta
deuda no se puede pagar nunca, al menos durante el tiempo que desee seguir
siendo líder” (Clastres; 1996:147) Estos referentes comunitarios, los patrones,
sostienen sus liderazgos en alguna medida, a la manera de grandes hombres.
Señala Auyero: “Los mediadores no sólo son intermediarios sino figuras
cardinales en la producción y reproducción de una manera especial de distribuir
bienes, servicios y favores, en la articulación de un ‘lazo de amor’ imaginario
una ideología implícita- que relaciona a los mediadores y a los llamados
‘clientes’” (2001:157-158) La generosidad ilimitada, la confiabilidad, la
continua disponibilidad para con sus vecinos, la capacidad de convocatoria, la
habilidad como portavoces son su lado de la balanza. Del otro lado, su
comunidad, que se espeja en los valores que el líder exhibe, pone el prestigio
social al que este aspira. El intercambio está servido.
CÁPITULO 6
Conclusiones
Partiendo de un proceso de
crecimiento y conformación de un modelo económico específico, la región
pampeana se configuró espacialmente de modo particular, ocupando un lugar
central en la economía nacional. De un lado se produjo el asentamiento de los
conglomerados urbanos - centros de administración política, financiera y
económica- y del otro se definió el espacio rural - conformado por las
explotaciones agropecuarias y algunos centros poblados de escala diversa -.
Como se señaló, este proceso de diferenciación espacial debe considerarse como
un esquema de opuestos rural/urbano, sino más bien como el eje de una relación
dinámica entre ambas esferas. Este proceso de poblamiento gradual del ámbito
rural bonaerense desde los tiempos coloniales devino en el surgimiento de
pequeños centros concentradores de servicios que permitían sortear las
dificultades en las comunicaciones y transportes propias del contexto histórico
y espacial. La posterior extensión de los tendidos ferroviarios, con el
consiguiente emplazamiento de estaciones de ferrocarril contribuyó a una cierta
urbanización dentro del espacio rural. Se sumó el crecimiento poblacional
abonado por los procesos inmigratorios y la concentración de población en los
poblados - que funcionaron como centros de asentamiento de las familias de los
trabajadores mensuales o jornaleros- produjo un notorio desarrollo de estos
centros poblacionales así como de un estilo cultural propio. Las crisis y las
transformaciones posteriores que sufrieron la producción y la economía
argentina en general impactaron fuertemente en los poblados. El avance de
modelos tecnológicos que sustituyeron la mano de obra por maquinaria avanzada,
el deterioro de las explotaciones medianas y pequeñas y la consecuente la
concentración de la tenencia de la tierra, generaron una alta tasa de
desocupación de empleados rurales y la quiebra de pequeños y medianos
productores familiares. En la década de 1990 terminó de cristalizar un proceso
de devastación del espacio rural pampeano: la aplicación de políticas
neoliberales en el esquema económico argentino involucró el proceso de
privatización de las empresas de servicios estatales. Aquellos pueblos que habían
surgido de la mano del tendido ferroviario sufrieron las consecuencias de los
levantamientos de ramales que los habían originado. Como resultado de este
proceso, la vida de los pueblos rurales se vio seriamente afectada, cambiando
notablemente su realidad y organización; el número de habitantes se redujo
drásticamente. Dos tipos o modelos productivos convivieron y permitieron la
conformación del modelo productivo y sociocultural pampeano: por un lado la
estancia, establecimiento productivo de ganadería extensiva que funcionó en
base al trabajo asalariado. El segundo tipo productivo, la explotación
familiar, con una fuerte base de trabajo doméstico se consolidó a partir de la
planificación y el otorgamiento de tierras mediante las políticas de
colonización o el arriendo. Los grupos familiares se establecían en parcelas de
pocas hectáreas, comenzaban a trabajar la tierra con cultivos de cereales y
crianza de ganado. El trabajo en estas pequeñas explotaciones dependía
exclusivamente de la mano de obra familiar. La coexistencia y convivencia de
estos dos tipos - estancia y explotaciones familiares configuró un modelo
integrado por dos tipos de organización del trabajo: la mano de obra asalariada
y la organización doméstica o familiar del trabajo. En la actualidad, en los
pueblos estudiados, puede encontrarse un tramado social integrado por pequeños
productores agropecuarios, comerciantes y una mayoría de empleados rurales que
en algunos casos tienen trabajo estable, pero en su gran mayoría viven de
changas esporádicas. A este escenario se suma un importante número de
desocupados que viven gracias a la llegada de planes sociales. La presencia de
estancias ha reducido notablemente, y las que sobreviven han adoptado modelos
productivos en los que el manejo de la producción quedó a cargo de un encargado
o capataz, y unos pocos empleados fijos. Mientras tanto, los pequeños
productores familiares han decrecido en número, pero persisten como forma
productiva, integrando al trabajo a los hijos, o uno o dos empleados asalariados.
Este campo fue definiéndose - enmarcado en estos procesos- como un espacio
social con características propias que aún persisten: un estilo de vida rural
se vio moldeado por las relaciones interpersonales entre los integrantes de la
familia y vecinos y allegados a partir de los condicionamientos del ambiente.
Las relaciones, construidas mediando distancias físicas se afirman por los
vínculos de vecindad que se puedan establecer, y esto imprimió e imprime en la
vida cotidiana su sello particular. En un medio como el rural es de vital
importancia contar con una red de relaciones compuesta por vecinos, empleados o
parientes, vínculos que permitirán subsanar carencias o limitaciones. El
trabajo es, al igual que el ambiente uno de los estructurantes más fuertes de
la vida en el campo. Inclusive atraviesa el entretenimiento y la sociabilidad.
Suelen ser ámbito de celebración la realización de tareas vinculadas a lo
productivo. Y el intercambio de trabajo entre vecinos o familiares, mediatizado
por las relaciones sociales, suele ser el complemento fuerte del trabajo
asalariado. Los espacios rurales, en tanto espacios de trabajo, están marcados
por todas las características que hacen al estilo de vida de campo. Los valores
asociados a lo gauchesco, a la “tradición”, tiñen las relaciones, del mismo
modo que un patriarcalismo que sembró el modelo estanciero, y ante todo, una
altísima valoración de trabajo entendido como actividad física esforzada. En el
contexto del medio rural estudiado nos permitimos introducir algunas nociones
acerca del marco propuesto por la antropología de la alimentación. Señalamos
que los factores que influyen en la selección de los alimentos y de los modos
de prepararlos guarda estrecha relación con el ambiente, la tecnología
existente para explotarlo y la ideología (Vargas; 1993). Más allá de que comer
constituya una necesidad primaria y vital para la supervivencia, en el caso de
los humanos los alimentos integran un mapa de significaciones propios de cada
cultura. La producción y consumo diferenciales de alimentos son una
construcción que obedece a variables tanto materiales como simbólicas. En el
caso concreto de este trabajo centramos la mirada en el hábito de ingerir carne
de cerdo mediatizada a través de la carneada. En principio consideramos
importante tener en cuenta que se trata de una especie de animales que se
reproducen con mucha velocidad y en grandes camadas, lo que genera un
abastecimiento muy importante, proveyendo de una carne muy nutritiva en
proteínas y calorías. En la dieta argentina los alimentos de origen animal,
principalmente la carne vacuna ocupan un lugar primordial. Desde tiempos
coloniales, en el medio rural, - probablemente debido a la abundancia de este
recurso- la dieta rioplatense comenzó a girar en torno a la ingesta de carne
como elemento principal (Álvarez y Pinotti; 2000:38-46). La transformación
étnica, productiva y poblacional que conllevó el proceso inmigratorio que pobló
la región pampeana a fines del siglo XIX y principios del XX impactó
notoriamente en el patrón alimentario. Los cerdos recobraron protagonismo en
esta etapa. La tradición de faenar estos animales y producir embutidos y
chacinados llegó de la mano de españoles, italianos, alemanes y rusos, y se
incorporó a la dieta del ámbito rural, generando grandes volúmenes de alimentos
que permitían cubrir las necesidades tanto de las familias numerosas como de
del personal numeroso de las estancias y grandes explotaciones. Se trata en la
actualidad, de una actividad que ya no es realizada por todos los pobladores de
los pueblos rurales, o del ámbito rural en general, como sucedía años atrás.
Son sólo algunas familias las que carnean. La necesidad de un espacio para
criar los animales, de un espacio físico amplio en el que se puedan faenar, la
disponibilidad de los días que dure el trabajo y contar con una cantidad de
personas que estén dispuestas a colaborar con las tareas requeridas se
encuentran entre los requisitos prácticos que hay que se deberían reunir para
organizar una carneada. Pudimos observar que en líneas generales son, pequeños
o medianos productores agropecuarios y sus grupos familiares o empleados de
años de algún establecimiento de la zona. Contar con los recursos antes
mencionados se suma a un ingrediente fundamental que es la herencia de la
práctica. En todos los casos se trata de una tradición familiar trasmitida a
través de las generaciones. Coordinando las tareas durante la carneada está el
“patrón” que es aquél que convoca, el dueño de los animales, el seguidor de la
tradición familiar y el que asume el rol de liderazgo durante los días de
faena. En su grupo de colaboradores cada uno sabe exactamente que tareas deben
realizarse, y de qué manera. La cualidad distintiva de este patrón de la
carneada es ser el Ego convocante al mismo tiempo que el heredero de una
tradición; del mismo modo, es quien posee la iniciativa y una red de relaciones
sociales de la que puede reclutar colaboradores. En los cuatro pueblos
relevados para este trabajo pudieron analizarse ocho grupos diferentes de
carneada, que registraban entre los colaboradores integrantes de las red de
parentesco del patrón, empleados de su explotación (cuando se trató de
productores) y también vecinos. El marco teórico provisto por Carl Landé (1980)
respecto a las relaciones diádicas, por un lado, y el concepto de cuasi grupo
de acción propuesto por Adrian Mayer (1977) permitieron abordar esta lógica de
organización del trabajo, y al mismo tiempo invitaron a cuestionar sobre qué
principios se sostienen estas alianzas al interior de las redes sociales. Los
principios del intercambio recíproco propuestos por Marcel Mauss (1971) en
Ensayo sobre el Don; el análisis del Kula propuesto por Bronislaw Malinowski
(1932) en Los Argonautas del Pacífico Occidental; la norma de reciprocidad
explicada por Gouldner (1973) y Economía de la Edad de Piedra de Marshall
Sahlins (1974) permitieron ahondar en el concepto clave del tipo de relaciones
que se observaban en los casos analizados. La ayuda y la deuda de favores
sobrevolaba la vida cotidiana de la pampa bonaerense, alcanzando en nuestro
caso concreto a una práctica que en principio, o a simple vista podía
considerarse como una mera elaboración dentro de un sistema gastronómico.
Ahondando en este tipo de relaciones de reciprocidad, forma preeminente de establecer
vínculos en el medio rural, pudo detectarse esta manera generar y reproducir
relaciones más allá de la esfera de la sociabilidad. En concreto, esta lógica
abarcaba muchas de las relaciones propias de la dimensión política de los
poblados. La instancia formal de la política lugareña podía limitarse a algunos
casos concretos y reducidos, como es el caso de los delegados municipales, que
representan al Estado y a su estructura burocrática en los pueblos. Pero en el
espacio singular de los poblados rurales, la política se extendía por las más
diversas instituciones y actores sociales, asumiendo formas múltiples, más allá
de las estructuras formales. Recurrimos entonces a la propuesta de Ratier
(2000) de buscar en estos ámbitos lo político en aquellas instituciones, en
apariencia, no políticas. Las comisiones directivas de los clubes, las
cooperadoras de las escuelas y jardines de infantes, las agrupaciones
tradicionalistas se constituyen así como escenario para prácticas políticas y
cumplen la función, en muchos casos, de vehiculizar demandas y necesidades de
los pueblerinos. Son, al mismo tiempo, el espacio de encuentro de los dos
mundos: el de los políticos profesionales y las prácticas electorales por un
lado, y el de los líderes, de la confianza y la solidaridad, de la práctica
política difusa. Las figuras políticas que perfilan en las comunidades rurales
no necesariamente ocupan cargos en las instituciones de las localidades, pero
suelen distinguirse por su desempeño público. Los patrones de las carneadas se
corresponden en la mayoría de los casos con estos referentes comunitarios, o
guardan algún tipo de relación con los líderes de su comunidad. Aquellos
carneadores que juegan roles de liderazgo poseen una actitud particular con la
que asumen su vida pública. La noción de articulación social expuesta por
Strickon (1977) expone el rol asumido por estos referentes. Y es la actitud
solidaria y desinteresada que exhiben la que nos recuerda el análisis de
Sahlins (1974) sobre los Grandes Hombres: son esos hombres que “se hacen un
nombre”, que construyen su figura pública a través de un conjunto de actitudes
que los perfilarán como referentes, grandes hombres, líderes. Preguntarnos por
la continuidad de las carneadas en el tiempo como iniciativa de estos referentes
comunitarios nos llevó a asociarla a valores como la tradición y la herencia
cultural de un mundo agrario con un estilo de vida propio que sedimenta parte
vital de su construcción de identidad. El espacio de la carneada es un medio en
el que se refuerzan las relaciones interpersonales entre patrón y
colaboradores, al mismo tiempo que permite fortalecer una identidad cultural
propia del medio, recreando una actividad emblemática que sintetiza elementos
definitorios como son la organización del trabajo y la sociabilidad campera. El
concepto de performance vinculado a las figuras políticas que plantea Javier
Auyero permite visualizar a estos referentes comunitarios desplegando, a través
de la puesta en acto de actividades que los posicionan como detentadores de los
valores asociados a lo rural, su figura pública y su condición de líderes. En
relación al producto tangible de las carneadas, o sea, lo producido, la lectura
de Mary Douglas y Baron Isherwood nos permitió introducir los conceptos acerca
de cierta lógica de consumo, posesión y circulación de bienes. Estos últimos
proveen medios para la subsistencia y alimentan cierto grado de competitividad
entre las personas, pero esencialmente son necesarios porque hacen visibles y
estables las categorías de una cultura. La cantidad de bienes producidos en la
carneada suele exceder la capacidad de consumo del grupo doméstico de cada
patrón. Y esto se debe al objetivo concreto de la carneada: obsequiar e
intercambiar el producto obtenido. Kenneth Boulding (1976) y su definición del
concepto de regalo nos reintroduce la noción de reciprocidad, con ella la idea
de Don. Al mismo tiempo que les regalan a sus colaboradores, los patrones de
carneada realizan un movimiento de circulación del producto en otras dos direcciones.
Intercambian con otros patrones y regalan a sus inmediatos superiores en
status: los profesionales y los políticos. Este tipo de circulación confirmaría
la calidad de don de los productos de la carneada. Además de contar durante un
tiempo prolongado con una especialidad gastronómica para abonar la hospitalidad
campera, los patrones tienen una reserva de mercancías para regalar. Entre
patrones, confirman con el intercambio su calidad de pares. La circulación de
facturas de cerdo, en un contexto donde la hospitalidad y la comensalidad gozan
de valor y prestigio, es un mecanismo de importancia considerable. Los líderes
se regalan y reciben dones que los confirman entre sí como iguales, como
activos integrantes de una élite local de poder económico y político. Esa
comunidad de interconocimiento que son los pueblos rurales, en que los vínculos
entre los vecinos son estrechos, en donde las redes de parentesco se extienden
y se superponen, y las reglas de sociabilidad, hospitalidad y solidaridad tiñen
el total de las relaciones interpersonales, la política adopta formas maleables
y difusas, no evidentes. La política formal como se concibe en los ámbitos
urbanos, asociada a los procesos electorales, y en algún punto
despersonalizada, roza la superficie de este medio donde los liderazgos y los
roles políticos se comportan según otros parámetros. De un lado, los
funcionarios ocupan los roles políticos visibles, mientras que los otros
referentes, desde otros espacios institucionales que pueden aparecer como despolitizados
ocupan cargos, o sostienen su espacio de liderazgo a través de su desempeño
como figuras públicas de la comunidad: establecen relaciones basadas en la
confianza, cumplen con los ritos de sociabilidad, comulgan con el estilo de
vida rural tradicional. Articulando entre las dos esferas, median ante la
política formal cuando asumen el rol de interlocutores en representación del
mundo rural y los valores que en él se representan. Estos articuladores
sociales en palabras de Strickon se transforman en los mediadores definidos por
Javier Auyero (2001). El análisis de la carneada nos permitió ver de manera
cristalizada como se reproduce y sostiene la relación entre los líderes
comunitarios y su entorno de relación. Pensado como una red política en la que un
conjunto de individuos sostiene y produce relaciones que se encuentran
enmarcadas en algún tipo de interacción vinculada a la esfera de lo político,
el flujo de intercambio que genera la relación entre los patrones de carneada y
sus colaboradores puede pensarse dentro del esquema que Auyero (2001) plantea
para explicar las relaciones clientelares. Entendiendo el clientelismo como una
estrategia de relación orientada a la resolución de problemas, de un lado, los
colaboradores resuelven diferentes tipos de problemas al involucrarse en ese
tipo de relación, mientras que le otorgan al patrón el reconocimiento en su rol
de “resolvedor” de problemas. Asociamos, salvando las distancias espaciales y
sociales, a los líderes comunitarios de los pueblos pampeanos, en su rol de
mediadores, a la imagen política definida por Clastres (1996): no ambicionan
poder político, no se erigen como voces de mando; su empeño está puesto en la
construcción de su figura pública persiguiendo la consecución de prestigio, y
no necesariamente en las ansias de poder. Pendulando entre el modelo político
formal del que sus pueblos no son ajenos y el propio esquema social tradicional
de sus comunidades, construyen su espacio político propio posicionándose como
portavoces de ese estilo de vida rural que eligen y reproducen en su quehacer
cotidiano, a través de los modos en los que establecen las relaciones
interpersonales. Este trabajo fue el intento de buscar, en un caso etnográfico
concreto como es la carneada, las aristas o facetas que atravesaban una
práctica que en principio o a simple vista se presenta como una pauta
relacionada a la esfera de lo gastronómico. Ahondando en los aspectos que
conformaban ese escenario concreto, pudimos observar el tejido de relaciones
sociales al que se requiere para el objetivo concreto y específico de realizar
el trabajo requerido. Preguntarse sobre los vínculos que sostienen este sistema
llevó a la observación de que se generaban desde la base de una lógica que
permitía extenderse a otros ámbitos y situaciones presentes en ese campo. De
esta manera, poner el foco en las relaciones y las maneras de establecerlas
permitió analizar un espectro más amplio de la configuración social del medio
rural pampeano: la carneada en alguna medida se transformó en una práctica en
la que el tramado social de ese mundo rural de características particulares
podía visualizarse, alcanzando inclusive la esfera de lo político. Tratamos
entonces de plasmar la relación que pudimos encontrar entre la reproducción de
una práctica heredada por la tradición y vinculada a la organización doméstico
- gastronómica de las familias del ámbito rural como recurso para sostener
ciertas lógicas propias de creación y sostenimiento de relaciones. En el
contexto del campo de principios del siglo XXI los paradigmas de tradición y
modernidad se enlazan y enredan una vez más, tejiéndose desde el discurso que
el campo origina sobre sí mismo, hablando a través de sus prácticas; del otro
lado, la ciudad que mira hacia este campo cargándolo de los atributos que añora
desde cierto romanticismo, nos planta en el umbral de las tendencias que
focalizan sobre procesos en marcha como es el caso de la nueva ruralidad. Los
poblados en los que trabajamos concretamente se encuentran todavía lejos de
aquellas propuestas de reconversión cultural que han alcanzado a algunos otros.
Pero la representación performativa de ciertas actividades consideradas
tradicionales ha funcionado como estrategia para resistir la situación de
crisis económica y social que atraviesa el ámbito rural, y en particular los
poblados. Muy a pesar de estas perspectivas que ponen el acento en búsqueda de
estrategias de sobrevivencia concreta para superar el momento crítico que
atraviesan tanto el campo como la ciudad, nuestra propuesta de análisis tiende
a resaltar el sostenimiento y la reproducción de una identidad propia, así como
de las herramientas que la sustentan: la mirada intenta abarcar las maneras en
que el medio rural sostiene su modelo social más allá de los avatares que las
coyunturas les planteen.
ANEXO DE
FOTOS, REFERENCIAS y BIBLIOGRAFÍA en:
LA HISTORIA
QUE PERVIVE DETRÁS DE LA TESIS…
Simple y emocionadamente Gracias.
ResponderEliminarPor fuera de toda connotación personal, cosas que nos quedarán por siempre y por las cuales no hay nada que agradecer, te cuento que el ensayo es estupendo. Para aquellos que vivimos como hábito cultural la carneada, Ana Carolina, no omitió ningún inciso en tanto complejidades. trabajo en equipo, ayuda familiar y el análisis sobre cada una de esas actividades... Excelente
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