TRIFOLIO
“¿por qué has de llamarme asesino. Y no la ira de
Dios, ardiendo tras los pasos del opresor, y limpiando una tierra empapada de
sangre? –
El Vengador – Thomas de Quincey
PRÓLOGO
La victimización como ariete y excusa, la
subestimación de los finitos y todas la impronta burguesa heredada de la
segunda década infame; como si nadie hubiese optado por aquel modelo en donde
la selección natural dictaba sentencias definitivas y todo recayera bajo la
sola responsabilidad de un excéntrico que determinó dictatorialmente. Tiempos
en los cuales nadie lamenta su infortunio; búsqueda de redención a cualquier
precio, aunque este señale el exterminio del amor y la justicia. Personajes
absurdamente indignados, tan desalmados como angustiados convergen y se asocian
sin entender de límites, mientras la ética y la moral conforman un dúo retórico
de escasa expresividad. El hombre y sus circunstancias, revertir sus roles e
importancia. Las acciones individuales por sobre las conductas solidarias y
colectivas, y el sentido común que desplaza fatídicamente la relevancia del
sentido inteligente. Tres pétalos a la deriva y un tallo conducente e
irracional. Trifolio nos conduce por caminos sinuosos, labrados por pecados
capitales no incluidos en el listado original.
TRIFOLIO
Novela
Autor: Gustavo
Marcelo Sala
¿Por qué
has de llamarme asesino,
y no la
ira de Dios ardiendo tras los pasos del opresor
y
limpiando una tierra empapada de sangre?
El
Vengador – Thomas De Quincey
1 – Marcela y Agustín
Por todo aquello que no pienso mencionar
necesito tu omisión. Sospecho que lo adviertas absurdo e inexplicable; hasta yo
mismo lo encuentro ciertamente inverosímil. Es cierto, hace apenas minutos estábamos
enlazados mientras nuestros fatigados y efímeros cuerpos se homenajeaban con
marcado desinterés. Soy básico, regresar al rincón en donde fui feliz no cuenta
para mí. Le temo al desgaste, a la pérdida de un hermoso pasado...
Sin
embargo no era la manera. Agustín trataba de encontrar palabras, formas, modos,
símbolos; alguna guía práctica que simplifique su constante nebulosa y la
notoria falta de talento que lo caracterizaba.
Cinco
años hacía que estaba casado con Marcela. Se habían conocido una soleada mañana
de sábado gracias a sus respectivos Bretones; animales diseñados por el mismo
demonio, inquietos y desobedientes, turbadores y profundamente cariñosos. Se
supone que pasear por la Plaza Irlanda de la ciudad de Buenos Aires con un alocado
cachorro presenta buenas chances de contar con una visa para entablar tontas y
olvidables conversaciones. La muchacha presentaba por entonces una silueta tan
llamativa como deseable. Los primeros calores de finales de la primavera
permitían que una breve musculosa dejara al ombligo disfrutar de la brisa
matinal, mientras que un ajustado sostén bocetaba senos que Fidias hubiera
deseado modelar. La ausencia de relieves en sus oscuras y ajustadas calzas
permitía suponer que la ropa interior era sólo un eufemismo. Cara lavada y
apenas un escueto rodete jugaban inocentemente con un rostro aniñado y
melancólico. Marcela Del Valle, sus treinta y dos años y su soledad y su
entusiasmo y su entrepierna iluminada, tan seductora como su misma mirada. Hubo
sexo a primera vista, camino más corto para llegar al amor. Ambos cachorros
sostenían sus machismos de modo firme y tangible. Jugaban, corrían y peleaban
con todo aquel elemento que el césped concedía a modo de sortilegio. La excusa
hubiera servido, sin embargo, ni ella ni él proyectaban la obligación de forzar
situaciones de las que era complejo retornar. Agustín, dos años menor, sentía
que continuar durmiendo solo era una cuestión de tiempo. Distante de poseer un
esbelto contorno percibía ser observado con atención; menos de lo que hubiera
querido, más de lo experimentado hasta el momento. Su diseño, algo desgarbado,
lo alejaban del típico tilingo, siempre adolescente, que por aquellos tiempos sembraba
las noventistas calles porteñas. Ignoraban que la noche los descubriría cenando
junto a sus bretones, Benjamin y Walter, en el balcón terraza del departamento propiedad
de Marcela, cuya orientación permitía sospechar la vecindad de la plaza. No
necesitaron palabras ni grandes esfuerzos para amarse. Los besos y las caricias
se impusieron a poco que el aparato de video comenzó a reproducir una excusa cinematográfica.
Las diez de la mañana los encontró tan desnudos como entonces, mientras los
bretones, conformes, descansaban para no perturbar. Se complementaban sin
incomodarse; hasta sus enloquecidos animales les advirtieron que la posibilidad
estaba al alcance de la mano. La paradoja, Walter y Benjamin, la filosofía y la
crítica del iluminismo. Intentar huir y poder lograrlo, tratar de sobrevivir
para salvar la memoria de los vencidos.
No
podía... Marcela no merecía tamaña desilusión y menos sin razones defendibles.
Sabía que la amaba, pero también sabía que permanecer a su lado la colmaría de
desdichas y tristezas. La historia de Agustín guardaba instancias no develadas.
- No
te veo bien. ¿Te ocurrió algo en el trabajo?
- Nada
importante Marce. Hay veces que cambiar los recorridos habituales trae
aparejado que determinados encuentros se muestren prepotentes e inevitables.
Cuando estuviste en la línea de riesgo no resulta saludable la revisión de lo
vivido. Para mi es complicado... Supiste rearmarme, me consolidaste
afectivamente, lograste superar tu calvario y nuevamente la falla de San Andrés
muestra sus infinitos estragos.
- ¿Alejandra?
– intuyó Marcela –
Sabía
Agustín que ese nombre no merecía invadir su lugar ni estaba a la altura de los
dos embarazos perdidos. La pareja no tuvo necesidad de reforzarse ante
semejantes muescas. Se amaban, en consecuencia no precisaban de tolerancias
anexas para poder afrontar los golpes de la vida. Promediando los treinta no se
sentían acostumbrados. La diversión formaba parte de sus momentos. Disfrutar de
la compañía y sucumbir ante la ausencia, aturdidos por ese injusto estado de
espera: El Zama de Di Benedetto, El Extranjero de Camus.
- Sí.
Alejandra.
Marcela
y su rutina, preparar la comida para Walter y para Benjamin. Tiempo atrás éste
último había cedido con gusto su tilde agudo a favor del gran pensador alemán.
Un tanto más viejos y moderados habían logrado buena convivencia, y una firme y
desconfiada amistad. Cosas de perros. El Romance de Curro el Palmo, sonaba de
fondo...
- ¿Qué
sentiste?
- Ardor
en las muñecas – contestó Agustín –
- No
es un dato menor. Suponía que era un tema superado.
- Un
tema está superado cuando se pone a prueba. Es el único modo de cerciorarse.
La
figura de Marcela aún defendía su llamativa adolescencia, sobre todo cuando en
paños de entrecasa se manifestaba como anfitriona de modo provocar la inesperada
e incontrolable atención de su pareja. Inclinarse para darle a cada mascota su
ración de alimento tenía doble objetivo: por un lado cumplir con su tarea de
tutora y en segunda instancia informarle a Agustín que bajo su camisa no había
interiores que quitar; que estaba dispuesta como siempre, entregada, ilusionada
y a la espera de esa decena de orgasmos que su cuerpo necesitaba desalojar,
manjar indispensable que encontraba a su marido como el mejor gourmet. Amaba
hacer el amor antes de la cena. Para ello había diseñado una estrategia que
perfeccionó con el paso del tiempo a costa de errores e involuntarias
omisiones. La ducha compartida era la bendición final en honor a tanta lujuria
concedida. Festejaba el placer de su pareja; no le tenía vedado ningún segmento
de satisfacción dando por sentado que en el comportamiento de Agustín no
encontraría especulaciones que notar. Era celestina durante su momentáneo
dominio para luego cederlo incondicionalmente, de modo que el señor de sus
sueños disponga a discreción de sus más seguros infinitos. Ese hombre le
consolidaba distritos de excelencia, en donde otorgarle la bienvenida al
lamento, era lo único posible. Agustín impugnaba con sus dotes cualquier tipo
de resistencia. En este caso las dotes no se limitaban al falso machismo que otorga
importancia a la antropometría masculina; se trataba de aquello tan complejo
como ancestral: la plena ausencia de egoísmo a favor del placer ajeno,
desesperación conjunta y solidaria. Tu placer es mi combustible pasional,
físico, húmedo, pensaba para sí. La inmoralidad como homenaje a la dama. La
libertad plena ejercitada con el salvajismo que proponen los instintos. Lo
cierto es que vivían en permanente estado de atención pornográfica. Jamás nadie
había testimoniado con tanta delicadeza aquella figura deseosa de violación,
certidumbre natural, el mejor de los fármacos. Amarse no era lo mismo que comer
o respirar. Su cuerpo lo esperaba más allá de lo repentino, aguardaban por sus
manos, por su boca, por una hombría que comenzaba a señalar los senderos de una
extensa y endemoniada sumisión. Sorber, beber los humores de la joven era rito
impostergable para Agustín. El vértigo los llevaba a desprenderse de toda
planificación, momento para la extrema expulsión volcánica. Aquí Marcela se
esmeraba por leer en el cuerpo del hombre la instancia y el modo de entrega. Lo
cierto es que solía presentir los deseos de su compañero. La violencia e
inmediatez del momento merecía el estricto rigor de la dama. Entregada a su
decisión, disponía de ese cuerpo masculino y eréctil a voluntad. Apetecía
devorar su cálida escoria fundida tanto como ser poseída; amaba acariciarlo lentamente
de modo tal observar su enérgica y desordenada polución, luego de deportar su
fangoso y victorioso elixir.
- ¿Cuántas
veces la viste?
- Me
la crucé, solamente. Hablamos unas pocas palabras, eso fue todo.
- Me
resulta un esfuerzo creerte, te lo aseguro.
- ¿Dejaste
de confiar?
- No
se trata de confianza – aseguró la muchacha- en ocasiones y de manera
caprichosa la vida descoloca nuestro sentido y orientación. No está mal,
sólo sucede... Es probable que en el camino nos sorprendan heridos a los cuales
socorrer, resulta inevitable y habrá que entenderlo, y si es posible aceptarlo.
- Estás
hablando en tono de despedida.
- No
es mi caso Agustín. Pero quiero ponerme un rato de tu lado o mejor dicho en tu
lugar. Es probable que sufrir tanto merezca algún tipo de redención, algún
intento de respuesta. Ensayo racionalizar lo que se viene. Ignoro si podría
vivir sin tu presencia, pero estoy segura que hoy te intuyo ausente, y eso me
destroza. La causa de tal percepción ayuda bastante.
- ¿No
te parece una exageración?
- Me
parece que conservar ese ardor en tus muñecas no es un síntoma que pueda
soslayar. Tu evocación es mi fracaso.
- ¿Qué
me estás diciendo, Marcela? Soy Agustín. Gozamos y lloramos juntos desde
nuestro primer encuentro…
- No
lo dudo, tu historia es la que está tallada en tu piel. Es probable que algún
sector importante me encuentre, pero la verdad es otra, engañarte no está a la
altura de tu inteligencia. Repito ¿Cuántas veces la viste?
- Desde
hace un mes, nos estamos viendo una o dos
veces por semana – admitió Agustín –
- Menos
mal que nunca vendí mi departamento – ironizó Marcela –
- No
debí contarte.
- Ha sido lo de menos. Ya lo sabía. De casualidad,
hace quince días, pasé por las Galerías
Pacífico al enterarme que una vieja amiga presentaba una exposición de fotos.
Te fui a buscar al trabajo para ir a almorzar juntos, al no hallarte me
comentaron sobre tu lugar habitual. El resto no necesita grandes explicaciones.
Al principio pensé que era una compañera del piso, pero se me ocurrió esperar y
disipar dudas. Cuando noté que a la salida del restaurante, beso en la boca
mediante, separaban sus rumbos decidí enterarme sobre la identidad de la mujer.
Fue demasiado sencillo. Detenerla so pretexto de lumbre y observar una discreta
baratija colgada en el cuello con su nombre de pila me introdujeron en tema. Tu
secreto completó mi pesquisa. Era la Alejandra que debía ser...
- Me
interesa tu opinión.
- Esto
no es materia opinable. Si tu anhelo es arruinarte la vida no lo dudes, pero me
parece que no es dable hacerlo en aras de quién te ama.
- No
te entiendo...
- Sea
cual fuere tu razón,
me arrastrarías con dolor. Dudo que solamente quieras acostarte con ella, es un
tema menor y secundario, ya resuelto si lo hubieras deseado. Me afilio a la
idea que tu pretensión es hacerle notar el daño que te hizo, de manera
despiadada y cruel si es posible. Estimo que no te movilizan ni el cuerpo ni el
afecto, tu intención es que te devuelva aquellos años dolorosamente perdidos,
que padezca tu sufrimiento. ¿Me equivoco?
- No
me agrada ser tan permeable.
- Menos
a mí tener razón. Me asusta que tu pasado tormento tenga mayor fuerza que
nuestro depurado presente. Hay palabras que no son necesarias cuando los hechos
hablan con propiedad. No te preocupes, estorbar no es algo que utilice como
recurso. Lo viable es utilizar como recurso a alguien que tanto daño nos causó.
Creo que Alejandra nos puede ser de mucha utilidad.
- ¿En
qué estás pensando?
- En
nuestra fracasada paternidad...
En dos
semanas el acuerdo amoroso entre Marcela y Agustín se había desgranado con el
mismo vértigo en el que
halló su génesis. Diálogos sucintos y alguna dosis de resignación fue el
aderezo necesario. Benjamín se volvió a reencontrar con su tilde agudo y Walter
se sentía tan errante como antes de aquella mañana en la Plaza Irlanda.
*
- Cómo
pude abandonarte de ese modo – se reprochaba Alejandra mientras acariciaba y
besaba las piernas desnudas de un Agustín que miraba los sombreados retratos
que el ventilador de techo dibujaba en las paredes y en el cielorraso de su
dormitorio. Sólo una sudadera cubría al hombre mientras que la joven versaba en
desnuda libertad apoyando sus sensualidades y
firmezas sobre la humanidad del amante. - Finalmente, no recuerdo las razones por las cuales decidí
dejarte. No fueron angustias sexuales por cierto, todo lo
contrario, compruebo que nunca dejaste de ser un amante de excepción, tampoco
retengo en mi memoria la existencia de un tercero...
Apenas
unos minutos habían transcurrido desde el reencuentro corporal. Visiones que
permanecían flagelando con propiedad la memoria de Agustín, confundir aromas y
transitar senderos plagados de cenizas. Comparar erróneamente modos y derrames,
asumir un cuerpo tan distante como desconocido; manos ajenas, labios
insensibles vertedores de enigmas sin sustento. Más que nunca extrañaba a
Marcela Del Valle y su después y sus silencios. Si bien Alejandra mantenía un
anhelo acorde a las expectativas, Agustín se sometía al albedrío de un estado
de insatisfacción llamativo. Al tomarla deseaba hacerle daño, aspiraba que su
magma encuentre un meandro que obstaculice su jadeante respiración, y todo
finalice; insistía en someterla, pensar más en su dolor que en su placer. Sin
embargo, la mujer lo atendía de forma milagrosa,
sacudiendo su cuerpo incansablemente, lloriqueo de felicidad ante un estado de permanente
gigantismo. Jamás una mujer se le había
entregado con libertaria plenitud en su primera cita. Aunque en este caso los
quince años transcurridos daban por sentado que nada había quedado de aquellos
adolescentes tiempos. Ocho horas en estado de indefensión resulta toda una
penitencia. No hubo sitio por explorar. Toda la geografía fue subsumida y
gratificada al unísono. No deseaba concluir la faena, no deseaba abandonarla, aspiraba con lograr un daño que
nunca llegaría. No hubo caso, nada era artificial. El destrato potenciaba no
sólo la libido de la dama sino que además multiplicaba, en progresión
geométrica, sus incontables orgasmos. Sus clímax coincidieron de esa forma, sin
la posterior necesidad de levantarse para buscar una higiene reparadora. Todo
había sido vertido en el lugar deseado, en tiempo y forma.
*
El
cuerpo sin vida de Alejandra Bogado, argentina,
soltera, de 37 años de edad, domiciliada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
fue hallado en la madrugada del lunes por
personal de la Seccional 50 de la Policía Federal,
luego de una denuncia efectuada por un vecino del barrio porteño de Flores al
percibir un bulto sospechoso en la parte trasera de un automóvil,
marca Peugeot, estacionado en la calle Caracas
a metros de su intersección con la Avenida Gaona. Según las primeras
informaciones suministradas por los peritos científicos,
el cadáver presentaba un impacto de bala calibre treinta y ocho a la
altura del corazón y tanto sus manos como sus piernas estaban sujetas con cinta
de embalar. El auto era de su propiedad y estaba detenido en las cercanías del
domicilio de la occisa. Por el momento el único demorado, en calidad de
imputado, es quien fuera su pareja Agustín Mario Poso, domiciliado también en
esta Capital. Todavía el Juez no ha determinado su prisión preventiva, por lo que el imputado se encuentra alojado en la
alcaldía de tribunales.
- Su
situación es ciertamente complicada mi amigo – el defensor oficial designado, doctor
Facundo Benítez Lastra se presentó de esa forma ante un Agustín Poso desgajado
y confundido. Le explicó que las declaraciones,
tanto de su entorno como el de la víctima lo
transformaban en el primer y único sospechoso, no tanto por su probada responsabilidad en el
evento sino porque todos los caminos conducían a él.
- ¿Sirve que le cuente mi historia, doctor?
- A
eso vine, espero que no omita detalle. He leído las fojas de su caso en varias
oportunidades. La fiscalía centraliza la pesquisa en los eventos que sucedieron
hace quince años, su posterior intento de suicidio y la declaración de la
testigo Marcela Del Valle con respecto a los causales que determinaron el final
de su relación.
- ¿Marcela
declaró sin venir a verme?
- No
la culpe, usted se halla incomunicado. Es probable que lo intentara y que, como marca la ley, le negaran su solicitud. Otro
detalle: realizaron una revisión de su
apartamento sin haber podido encontrar el arma que usted tenía declarada. Arma
que justamente coincide con el calibre de la bala hallada en el cuerpo de la occisa.
- ¿Qué
más encontraron, doctor?
- Según
copia del informe desarrollado por los forenses se hallaron, tanto en las ropas
como en el cuerpo de la víctima, rastros suyos
de saliva, semen y huellas de reciente data. No se hallaron signos que confirmen la presencia de terceros. Como le
mencioné el arma en cuestión no fue ubicada, pero su sitio de guarda estaba
abierto, con polvillo y marcas propias que determinan su reciente desaparición.
- ¿Marcela
indicó ese lugar?
- Efectivamente.
Como ve, no tiene demasiado sentido que mienta sobre
su historia –aclaró disgustado el defensor- la conozco a la perfección. Del
Valle aclaró con lujos y detalles el sentimiento ominoso y vengativo que usted
portaba para con la señorita Bogado. Hábleme un poco de Marcela.
- ¿Cree
que no la maté?
- Estoy
convencido, Poso, que usted no lo hizo. La dificultad es que por el momento no
estoy en condiciones de probarlo. Si bien no tuve contacto directo con Del
Valle, intuyo bastante manipulación en su accionar.
- No
entiendo por qué le apunta a Marcela, doctor...
- Le
cuento algo que desconoce y que además considero será impactante para usted.
Por un lado le informo que luego de su separación, la
señorita Del Valle comenzó a frecuentar sitios de reunión exclusivos para
mujeres. Por otro lado debe saber que la víctima también frecuentaba dichos
reductos. Ese hilo conductor me llama mucho la atención, lo observo como una
sospechosa casualidad y más aún teniendo en cuenta los motivos de su ruptura
afectiva con Marcela. Creo que es una veta que vale la pena indagar. Intento
que se me autorice una orden de cateo para inspeccionar su domicilio.
- ¿Con
qué objeto?
- Específicamente
no sé lo que busco. Pero le aseguro que voy a agotar todas las instancias para
sacarlo de aquí. Como le dije considero que es inocente, por lo tanto, no hago
otra cosa que mi trabajo.
El doctor
Facundo Benítez Lastra era un joven abogado recibido en la Universidad de
Buenos Aires. De excelente presencia, había
comulgado precozmente en la actividad dentro del famoso estudio Riera Molino.
Su eficaz tarea en este notorio bufete le
permitió incorporarse a los estrados nacionales gracias al nombramiento que, uno de los socios del prestigioso centro, obtuvo por concurso. Así comenzó una carrera sin vértigos pero sin pausas, exhibiendo habilidades
poco comunes y un irreprochable determinismo ético-profesional. Eso de andar
por los arrabales y ensuciarse en el fango de los mortales, no era bien visto por un cuerpo históricamente
elitista y conservador. De todas maneras, sus éxitos convencían tanto a propios
como a extraños y su indudable capacidad nunca estuvo puesta bajo sospecha.
Convivía con Jimena Aldazábal, la cual conoció como alumna en la universidad en
sus épocas de ayudante de cátedra. Luego de recibida, Jimena de dedicó al
derecho familiar en el ámbito privado. Ambos se consideraban francotiradores: coincidían
que desandar aquellos atajos permitidos o agujeros negros que la misma ley no
especificaba resultaba una buena praxis.
- Jime,
necesito tu ayuda...
- Sirvo
la cena y me contás
Vegetarianos
y entusiastas de la vida sana decoraban sus noches con productos frescos y
adobados "a punto Cormillot". Sólo el huevo y el queso establecían una
suerte de invasión monocorde. El agua mineral sin gas, servida en una coqueta
jarra vidriada, terminaba por solidificar el carácter de la pareja. Frutas de
época a discreción clausuraban el bosquejo del diario banquete.
- Ahora
sí, te escucho Facu.
- Tengo
un flaco detenido en la alcaldía de Tribunales por un crimen que no cometió. Tiene
todos los números el pibe y encima una historia que lo estigmatiza.
- ¿Un
asesinato?
- El de
su amante o su novia, no lo tengo demasiado claro.
- Por favor Facundo, ni se te ocurra hablarme sobre una
hipótesis pasional. La pasión no mata, matan los asesinos. “El buen amor no requiere de litigios,
menos aún de juristas y de un lenguaje leguleyo. El buen amor sabe lo que debe
hacer, y es allí en donde descansa su magnífica y poética erudición. El buen
amor conoce de momentos oportunos e inoportunos, goza cuando descubre que su
presencia da sombra, y también goza, y se retira, cuando intuye que las sombras
de sus rimas ya no refrescan a su morador. El buen amor no piensa en su bondad,
la ejerce con la naturalidad de sus sentidos porque el buen amor no intenta
gobernar, solo desea ser gobernado por el amor… El buen amor no mata ni muere,
el buen amor no sufre con ira, tal vez se entristece, el buen amor está siempre
allí, a disponibilidad de todos y cada uno, acaso para que alguien un poco
olvidado de la cosa lo tome y haga de él una bella y necia metáfora…”
- Estoy
de acuerdo, sabés que ese poema me encanta. Pero aquí el tipo ni siquiera
lamenta lo sucedido. Parece que el hombre y la víctima fueron novios hace
quince años. Ella lo abandonó y él intentó suicidarse, lo cierto es que estuvo
un buen tiempo internado. Hace unos meses la reencontró, abandonó a su esposa y
recomenzó con aquella historia que había quedado trunca. Lo curioso es que
este hombre desconoce más de lo que sabe con respecto a estas dos mujeres.
Ambas eran asiduas visitantes de “El Ágora”.
- ¿El
Ágora? Excesiva casualidad, la ciudad es demasiado grande como para creer en
esas cosas; un boliche para mujeres de clase media-alta y alta que buscan
saciar sus quimeras lésbicas. Aquella chica con la cual armamos el trío con el
que tanto fantaseabas, paraba allí...
- Huelo
a reproche.
- No
mi amor, todo lo contrario. Me encantó la experiencia. Hasta ese momento no
sabía lo que omitía por prejuiciosa.
- Temo
que esa tal Marcela es la que guarda las claves de este enigma. La fiscalía no
me agiliza el trámite para la requisa que intento hacer en su departamento;
observo que por derecha no puedo entrarle a la pesquisa –admitió el abogado –
- Puedo
intentarlo yo....
- ¿Vos?
- Claro
-¿Cómo?
- En
el mismo boliche, supongo que podés conseguir una foto. Si continúa con su
rutina no me será difícil dar con ella. ¿La conocés personalmente?
- No.
- Mejor
todavía. Puedo encararla tal cual lo hice un año atrás con aquella chica. El
pretexto de conformar un matrimonio abierto no resulta para nada sospechoso.
- Por
ahora prefiero quedar a un lado; tarde o temprano voy a tener que estar frente
a ella y no me quiero jugar a ser recusado por informalidades.
- Estoy
de acuerdo. ¿Qué te parece la idea? Como escribió Chesterton: algunos disfraces
no nos disfrazan, sino que nos revelan, cada uno se disfraza de lo que es por
dentro, mi amor.
- Dejame
pensarlo un poco – alegó Facundo- Quiero darle forma y evaluar riesgos. A propósito,
¿Todavía tenés guardada la filmación de aquella noche?
- Sí,
mi amor, ya la traigo...
*
- Es
la primera vez que te veo en El Ágora – inquirió Marcela –
- Vengo
en busca de algo especial. Soy casada y deseo experimentar con reservas...
- ¿Cómo
te llamo entonces?
- Jimena,
eso no es problema ¿Y vos?
- Marcela.
¿Me acompañás con un trago?
- Un
jugo tal vez, detesto el alcohol.
- Se
te nota en la piel...
- Trato
de cuidarme. Sabrás que pasados los treinta una tiene que atender las señales
del cuerpo...
- ...O
mimarlo con nuevos incentivos – agregó Del Valle –
-¿Y vos?
- Algo
tristona, vengo de una dura pérdida, a veces cuesta encontrarse...
- ¿Querés
hablar del tema?
- No
creo que sea el momento y menos el lugar – aseguró Marcela -. Vine a bailar, a
conocer chicas y a pasar un buen rato. Un polvo final le daría a la jornada una
tonalidad singular.
- ¿Es un
deseo o una propuesta? – preguntó Jimena –
- Sólo
un pensamiento. Prefiero relaciones naturales y necesarias. La motivación por compartir
momentos tiene que ver con una química tan inexplicable como inmanejable. Me
considero una tipa sexual pero selectiva. Voy tras lo que me seduce, no tras de
lo que se me cruza. Amo a las personas por sobre su género, me cautiva amar –
reveló Marcela –
- Está
bueno el lugar. La música no es tan desbordante y una encuentra distritos de
privacidad para poder conversar, escuchar y conocerse...
-¿Bailamos?
– propuso Del Valle –
-Me
encantaría...
Las pistas
estaban en el sector opuesto a la barra. Marcela, con autoridad masculina,
llevaba de la mano a Jimena. A su paso la esposa del abogado no pudo dejar de
relacionar ese paisaje lésbico tan erotizante con
los fantasmas y las poéticas presunciones helenísticas. La uniformidad del sexo
despertó en la dama cierta inercia que mantenía oculta. La penumbra le permitía
observar el desplazamiento de su compañera, contemplar sus seductores
movimientos, intuir sus discretas transparencias. Los obstáculos del camino
permitían, ante frenos imprevistos, rozar distintas zonas del cuerpo de
Marcela, pubis y nalgas ajaron sus naturalezas y en más de una ocasión sus
pechos se besaron amparados por la oscuridad y la impunidad del ambiente. La
lujuria reinante no admitía reflexionar que su diminuta y ligera falda volaba,
dejando entrever sus fabulosas piernas y una vedetina tan efímera como
inexistente. La danza completó todas las estaciones exigidas para un recorrido
ineludible. La transpiración de ambas le concedió a sus musculosas delinear un
deseo incontenible. El prolongado beso no se hizo esperar. El Cíclope de
Cortázar. Mientras una de las manos de Del Valle visitaba la intimidad de
Jimena, ésta sostenía uno de los senos de su antagonista con siniestra energía.
Una hora después estacionaban separadamente sus respectivos vehículos en las
inmediaciones del domicilio de Marcela. El ingreso al departamento fue una
simple formalidad. No había tiempo para recorrer ambientes y describir
comodidades. La atracción lésbica está dada por la observación que hace la
mujer de su propia sexualidad reflejada en su compañera, intercambio egoísta y
generoso al mismo tiempo, pletórico de intereses complementarios. No es
redundancia banal como afirman aquellos que consideran pecaminoso el deseo de
un cuerpo gemelo. Sus prendas fueron prolijamente apartadas de contexto por
improcedentes. Solamente permanecieron en su sitio los diminutos interiores
profundos, que segundos después, fueron literalmente devorados con intención y
alguna dosis de violencia. Completamente desnudas comenzaron a exhumar sus
principios. Jimena mantuvo durante largo rato a Marcela en estado de espera.
Los juegos sexuales manaban como fuente de inspiración. Los seculares orgasmos
estremecían sus acentos cardíacos sin solución de continuidad; los latidos
genitales parecían escucharse al son de las notas del saxo de un tal Maceo Parker,
quien acompañaba de fondo sin ser tomado en cuenta. Las variables
experimentadas daban la sensación de que la ciencia estaba al borde del
colapso. Marcela giraba el cuerpo de Jimena con marcada brusquedad arrojándose
sobre su humanidad; en franca coincidencia, sus hendiduras armonizaban en
perfecta simetría. La desesperación, producto del voluntario rozamiento
enloqueció la condición de Marcela. Jimena colaboraba solidariamente elevando
su cintura para facilitar el movimiento de su demandante. El sudor calaba sobre
la espalda de la esposa del abogado. El intercambio de la experiencia le
permitió a Jimena corroborar el intenso placer de la propuesta. El final las
encontró entrelazadas, promoviendo un diálogo directo y compulsivo, una
ostensible interpelación de humores. Ninguna de las dos se atrevía a comentar
lo vivido; no había palabras que mejorasen la escena. Minutos después, una
ducha necesaria le cedió sabiduría a dos horas de vehemencia y apetito. El beso
de despedida otorgó al encuentro posibilidades ciertas de reincidencia.
- Te
doy el número de mi celular – ofertó Marcela -, esto no puede quedar en una
aventura...
- No
lo dudes - afirmó Jimena – fuiste muy dulce y convincente. “Sueño con que algún día, acaso
dispersa, distraída, te acerques sorpresivamente y me abraces y te
dejes abrazar, y cuando el rito de separación se imponga por
temporalidad dialogar con la mirada, y decirnos a los ojos y con los
ojos todo aquello que no consta en los libros
sapienciales debido a que no existe lenguaje para su
descripción. Y que luego, igual de dispersa y distraída, me despidas,
pero solo hasta la próxima vez, para que este pequeño acto de amor se
transforme en hábito, en palabra que no necesita contratos ni
juristas, en melodía, en tu canción, en mi poema… ”
- Y es
muy bello tu poema, Jimena. Me gustan las personas que
se atreven a cruzar los puentes sin prevenciones, como escribió Benedetti. Me
gustan las que sufren y gozan pasiones, me gustan las que ante la sangre no
quitan la vista del cauce bermellón, propio y ajeno, y se hacen cargo de
sanarlo, las que transpiran deseos, las que se emborrachan por una ausencia
irreversible, las que se enojan y luchan ante la ignominia, las que lloran a
moco tendido, las que ríen sin cinismo, las que se miran al espejo y se siguen
preguntando con humilde humanidad de qué se trata la vida…
*
Agustín
aguardaba por su defensor oficial en el segundo piso de la Alcaldía de
Tribunales. Los treinta minutos de retraso no eran para preocuparse. Pensó que
hasta podía ser un buen augurio. De toda formas, ávido de novedades, esperaba
con cierta inquietud. Un té caliente acompañaba la vigilia.
- Espero
no haberlo preocupado – de ese modo Facundo trataba de disculpar su demora –
- ¿Alguna
novedad?
- Eso
creo. En primer lugar al no haber testigos presenciales que acrediten su
culpabilidad quedaría libre dentro de las próximas doce horas. Su presunción de
inocencia está acreditada por el simple motivo que aún no se ha encontrado el
arma homicida, más allá de que la bala coincide con el calibre de una similar
que usted tenía declarada, pero de ningún modo se puede asociar una cosa con
otra, además, relacionar su intento de suicidio de hace quince años con una
posible venganza en contra de Bogado resulta poco menos que forzado. Le cuento
que tengo gente de mi entorno cerca de Marcela Del Valle, no me cierran ciertas
conductas sobre su accionar.
- ¿Supone
qué Marcela pudo haber tenido alguna relación con el asunto manipulando el arma
con intención de incriminarme?
- Si
puedo comprobar que Marcela y Alejandra guardaban relación amistosa una nueva
duda razonable vería la luz. De todos modos, me interesaría saber si Del Valle
todavía conserva un juego de llaves de su departamento, Agustín...
- Nunca
le pedí que me las devolviera – respondió Poso –
- Le
debo confesar entonces que es la peor de las hipótesis...
- Discúlpeme
doctor, pero si usted está convencido que yo no soy el asesino, todos los caminos
conducen a Marcela. Este asunto me desacomoda. Mi separación de ella no fue
producto del desgaste, fue mi debilidad ante la presencia de pendientes
traumáticos que, en oportunidades, el pasado nos regala.
- De
todas formas, mi amigo, aún conservo una ventana abierta en cuanto a usted.
Presumo que no me dijo todo lo que sabe...
Ante tal
afirmación Agustín prefirió hacer silencio. Sabía que los legistas suelen
utilizar métodos de apriete para solidificar o desechar presunciones. Estimó
prudente estrechar la mano de su defensor y con una sonrisa despedirse a la
espera de novedades.
- Jime,
es necesario que demos por finalizado el trabajo con Marcela. Tratá de
establecer su relación con Alejandra Bogado y salí elegantemente de su círculo para
evitar sospechosos recelos – sentenció Facundo –
- Lo
que me pasa con ella es muy fuerte...
- ¿Qué
me estás diciendo?
- Te
amo y la amo. Vos me gratificás con lo que ella no puede ofrecerme y ella me
ofrece lo que vos nunca podrás entregarme. Te pido que distingas este
razonamiento; sé que es difícil, yo misma me siento arrasada interiormente...
- Hasta
el momento te entendí y lo hablamos en varias oportunidades. Nunca te consideré
infiel debido a esto que mencionás. Pero no descartes la posibilidad de que
estemos frente a una potencial homicida, puede estar tu vida en juego con esta
relación, y esto va más allá de vos y de mí.
- Estoy segura que Marcela nada tuvo que ver con
el homicidio – garantizó Jimena -, gané su confianza a tal punto que visito su
casa sin su presencia; he tenido la ocasión de revisarla íntegramente y nada
hallé que la pueda incriminar. De hecho sus penurias pasan por la pérdida de
sus dos embarazos con Agustín. Alejandra Bogado es sólo un nombre en el
derrotero de su vida. Lamenta profundamente su deceso pero fue una relación
ocasional para vengarse de su ex. Sólo la recuerda porque fue la persona que
colaboró para reconocer la belleza de su identidad sexual. Lo que me atormenta
es que por el momento no los pueda compartir. Lo doloroso de la bisexualidad es
que cuando de afectos se trata una vive en estado de fracción, matemáticamente la
persona toma entidad de quebrado. El amor físico me está significando un
recorrido inconcluso, mi cuerpo se comporta de modo indócil y caprichoso, es
imposible manejarlo. Es un círculo cansino. Cuando me canso de besar,
descanso y continúo besando, cuando me canso de acariciar, descanso y prosigo
acariciando, cuando me canso de abrazar, descanso y sigo abrazando; acaso de
eso se trata el amor. Cuando me canso de amar, descanso, para seguir amando….
Descanso, víspera necesaria, estado de mudanza y espera que recrea aquello de
lo cual se estaba dudando, ansiedad recuperada, vértigo, rima insolente, versos
cansados de estar cansados por no besar, acariciar y abrazar, cansados por
seguir cansados de amar, de no amar, de esperar amar. Hasta la víspera cansa
porque ese no besar, no acariciar, no abrazar y no amar, cansa, y es derrota, y
la derrota cansa, agota, sumerge, inmoviliza, y estar inmovilizada cansa, los
músculos se duermen, hormiguean, y ese hormigueo cansa, corrompe, con la misma
intensidad y cansancio que cuando se cansa de amar…
- Jime,
dejá lo que estás leyendo para otro momento, tu juicio dista de la
profesionalidad que requiere el dilema; los instintos te dominan por completo.
Si bien no te puedo exigir que la abandones te suplico que te mantengas en
alerta – recomendó Facundo –
Los seis
meses transcurridos sirvieron para que el caso se diluyera. Al no hallarse el
arma homicida y ante la ausencia de testigos era muy poco lo que podía hacer la
fiscalía. El joven abogado Facundo Benítez Lastra había obtenido otra resonante
victoria en ámbitos judiciales. Al mismo tiempo su futura paternidad fue un
premio inesperado y recibido con suma alegría por la pareja. Jimena estaba
embarazada de quince semanas y gracias a ese importante viraje había decidido
terminar su relación con Marcela para dedicarse a su futuro destino de madre.
Si bien la separación no fue traumática el dolor tuvo contorno y presencia
durante el último encuentro. Desde ese momento Jimena optó por mantenerse lejos
de toda apetencia sexual, sea cual fuera. Prefería someterse a los cuidados
personales viendo crecer su panza como único pasatiempo. A todo esto, el
abogado sentía con angustia la ausencia íntima de su esposa. Los expeditivos y
breves juegos eróticos no eran suficientes. La futura madre se mostraba huidiza
al extremo, y sumamente reservada con su cuerpo. Cierta manipulación reciente
sobre el tema, por parte de Marcela, laboraba a favor de esa actitud. Parecía
recluida en una cárcel diseñada por ella misma. En cierta ocasión, la cínica
recomendación de que Facundo descargue sus instintos con una prostituta, lo
instaló dentro de una atmósfera demasiado extraña como para tenerla en cuenta.
El embarazo la había transformado en un ser egoísta y mitómano, muy alejado de
aquel espíritu libre y desenfadado, experimentador y solidario a favor del
placer ajeno. Benítez Lastra estaba confundido, no sabía qué hacer para
recuperar aquella persona con la cual se casó y se divirtió hasta no hace mucho
tiempo. Pensó en Marcela Del Valle. La desesperación de un triunfador conlleva
un falso sentimiento de culpa por los beneficios recibidos.
- ¿Señorita
Marcela Del Valle? - Cómo le va. ¿Usted es la pareja de Jimena, verdad?
- Así
es.
- Gracias
por haber respondido a mi llamado.
- Jime
ha iluminado mi vida en un momento muy difícil. Siempre estaré atenta a
cualquier cosa que necesite...
- Por
eso la estoy molestando Marcela. Noto a Jimena excesivamente encerrada en sí
misma con su nuevo rol. En oportunidades la percibo extraviada, como si
estuviera enloqueciendo. Habla sola, le canta a su panza, ha ultimado a su ser
sexual. Usted conoce esa faceta de ella desde su visión femenina y entenderá mi
preocupación – el mozo interrumpió el soliloquio del caballero para preguntarle
si gustaba algún encargue. La solicitud de un cortado por parte de Facundo
permitió que Marcela disipara algunas dudas –
- ¿Se
siente desplazado, verdad? Disculpe la pregunta pero me sentí de igual modo
cuando Jime decidió hacerme a un lado en su vida…
- No.
Sólo me preocupa su salud y como consecuencia de ello la de la criatura. Creo
que usted debe estar segura delante de qué clase de persona está. Poseo niveles
de tolerancia y libertad de pensamiento muy superior a la media liberal. Hemos
compartido a la misma mujer y le vengo a solicitar auxilio a favor de
reencontrarnos con su lozanía mental.
- Lo
corrijo doctor, nunca compartimos una mujer. Ella fue la que eligió amarnos, ella
misma decidió desdoblarse. En definitiva ella fue la que se sacrificó. Tal vez
el embarazo fue su motor liberador...
- Nunca lo vi de ese modo. Es una lectura muy
interesante – afirmó Facundo-. En oportunidades las
revelaciones, mi estimada Marcela, casuales y no casuales, amaneceres que nos depara
el tiempo nos confirman que aquellos que fuimos catalogados injustamente de
fraudulentos no lo éramos tanto y aquellos impolutos plagados de superioridad
moral que nos acusaron de fraude en realidad lo eran en primera persona; solo
había que saber esperar por la desnudez de la verdad para poder liberarse
definitivamente de tamaña carga. La verdad es una vieja solterona y fea que muy
pocos respetan, aprecian y menos desean ver desnuda. Yo hoy le agradezco
enormemente su presencia en mi vida, así de desnuda, así de fea, así de
solterona…
- Me
gusta su reflexión, daría para otro encuentro. A propósito, quiero que sepa
algo: Jime me contaba con lujo de detalles su intimidad. No me equivoco sí creo
conocerlo tanto como usted a mí.
- Más
de una vez, alguna de sus historias matizaron nuestros juegos - admitió el
joven-, en oportunidades nos confundía. Creo que usted tiene razón, Jimena
estaba sufriendo, se asumía como un quebrado me comentó hace poco. Es probable
que el bebé le haya aportado a favor de su esencia individual.
- En
lo personal le aconsejaría que simplemente nos ocupemos por estar atentos y
acompañarla en todo lo que necesite – sostuvo Marcela-. No presionar sobre
situaciones que no sabemos cómo pueden afectarla...
- ¿Y
mi sexualidad? –ironizó el abogado -
- Haga
lo que yo. Solucione su problema como bien lo considere. Ella, por el momento,
no puede solucionar nuestros egoísmos.
- Pero
soy su marido, el padre de su hijo...
- Y
yo era su amante y confidente. Todo esto no juega... ¿Se da cuenta Facundo? Pasamos
a un inexorable segundo plano, tal vez a un tercero. Aproveche su tiempo. Es
joven, buen mozo, miles de mujeres deben estar esperando por usted. Yo misma lo
acosaría sin vergüenzas ni reparos y más conociendo datos de primera mano sobre
sus modos y virilidad – bromeó Marcela
–
- Siento
que me está seduciendo...
- Hace
bien. El último hombre de mi vida fue Agustín. Facundo, sus bellos ojos no
mienten, de pronto volví a sentirme objeto de deseo. Además, corríjame si me
equivoco, una de las fantasías que le quitaba el sueño a Jimena era poseernos
al mismo tiempo...
Bajo la
mesa de la confitería una sensible erección le indicaba al abogado que esa
mujer poseía un léxico de extrema jerarquía erótica. Lo había instalado en una
situación moral que le costaba analizar y resolver. Estaba a punto de romper su
palabra y en consecuencia su pacto matrimonial. La infidelidad no formaba parte
de sus pautas intelectuales, pero a la vez sospechaba que Jimena, con su actual
comportamiento, lo empujaba hacia ese lugar interior de donde nunca se retorna:
el fraude. Consideraba que su presente asexuado era injusto y que su esposa
había decidido unilateralmente amputarle el pene de modo repentino e irritante,
inversamente proporcional a las sensaciones que Marcela proponía como
antagonista y anfitriona. Anheló que se multiplicara cuando observó su cadencia
y figura camino al baño de damas. Jeans impregnados a su cuerpo, movimientos
acompasados y una camisola casi transparente sensibilizaron aún más un sexo que
estaba pronto a dejar de tolerar la autárquica abstinencia impuesta por su
amada. Las bellas facciones de Marcela, su cabello corto, casi varonil, y sus
ojos grandes y claros, a veces verdes, a veces miel, dependiendo del ángulo
lumínico y el destello solar. Su boca sumisa y delicada escondía una dentadura
blanca y perfecta, sólo visible cuando la risa era imposible de velar. Un
cuerpo adolescente dentro de una estructura madura y decidida. La ex amante de
Jimena le estaba proponiendo a Facundo un juego con incierto resultado. A su
regreso del privado, Marcela le informó que debía retirarse por impostergables
compromisos asumidos, no sin antes advertirle que la reciente propuesta tenía
fecha de vencimiento, exhibiendo de ese modo límites e imposiciones no negociables.
A medida que la veía alejarse iba disminuyendo su rigidez. De todas formas
debió esperar unos instantes para abonar la cuenta y continuar con su diaria
rutina.
*
Empapar
y acariciar la humanidad de Marcela no era tarea que exigiese voluntad, demorarse
en la faena constituía un evento artístico de singular belleza. Sus erguidos
pechos eran una invitación al roce permanente. Un cuerpo en estado desafiante y
silente a la vez, desmesurado, desenfadado; un calidoscopio de sensaciones
uniformes. Facundo asumía la entrega como lo único posible. Los labios de la
dama diseñaban trayectos certeros, colocando a su amante en estado de crónica
exoneración. Su plan incluía ciclos y acciones paralelas que anulaban toda
intención masculina de dominio. Abusaba del morbo para evitar lo inevitable, de
modo que el tiempo no altere el reglamento por ella misma decretado. Subsumir
al macho, mostrándose de espaldas, le permitía a Facundo observar la rusticidad
terrenal que ostenta la naturaleza mientras que sentía, tan suave como
sorpresivamente, el recorrido que los caprichosos dedos de la dama, húmedos e
invisibles, efectuaban por las laderas de su tenso nervio. Los movimientos, con
exclusividad, pertenecían a Marcela marcando ritmos y latidos, aventura y
próximo deceso. Facundo entendió inmediatamente que la mujer, después de tanto
tiempo, no deseaba acostarse con un hombre, anhelaba violarse a un hombre y que,
debido a esto, determinó elegir al candidato; aquel que estuviera más cerca de
su amor y que a su vez entendiera del asunto tanto como ella. Su fálico
despecho de antaño se había transformado, esa tarde de verano, en una obsesión
maliciosa no dejando que el joven abogado descanse y menos aún se aplaque. Su
único y permanente espasmo era un camino sin retornos ni estrategias. Facundo
se resistía a imaginar instancias de un clímax definitivo. Esperaba que la dama
continúe con su lujuria, entendiendo que ella misma le avisaría, de alguna
manera, la llegada del momento oportuno. El giro completo de Marcela le
permitió tenerla de frente y corroborar la excelencia de su afiebrada transpiración
facial. Se volcaba hacia el cuerpo de Facundo para que este no omita detalle
gestual, nada más bello en ese momento que la clara observancia del rictus
copular. En el concilio no dejó de lado la vanidad, provocar que por un largo
rato y al unísono sus respectivas matrices organicen un acuerdo singular, rodar
por la cornisa ordenaba una arrogante necesidad. El clímax encontró a Marcela
nuevamente sobre Facundo; acariciaba su propia panza a la altura por donde
sentía la virilidad de su compañero. Estaba con un hombre después de mucho
tiempo, y Facundo no podía enajenarse de tal circunstancia. Dejó derramar su
licor cuando los temblores de Marcela llegaron hasta el horror. Los gritos de
la dama reclamándole al abogado que desparramara su contenido continente en el
interior de su universo en llamas hacían eco en los restantes ambientes del
departamento. En un lánguido anochecer, sus gemidos y sus latidos determinaron
con claridad aquello que afirmara certeramente Vinicius de Moraes: todo en
ella es combustión.
Facundo, extasiado, pensó para sí que el
amor es el único delito que merece reincidencia, y alegó delito y reafirmó
pecado. Su purgatorio, el corazón, no conoce de sentencias, no conoce de
aguijones, de condenas transitorias, ni de comas ni de amnesias. Ustible delito
del pasajero abreviado es sortilegio cercano, olvido del distante, alegato
lascivo y muerte en un instante. Relapso, obstinado, apóstata quimérico ausente
del después y presente en su perjurio de ególatra indolente con fueros de
preludio; espectro, Dios y padre, mercedario de lo turbio. Aún así, desnudo,
marchito y obsecuente piensa formalmente en reincidir, el más bello de los
delitos concebidos, cruel dogma con el cual ha sido herido lo arroja sin rubor
hacia su pecho con el arma y el más cruel de los deseos como adicto que imagina
delinquir.
*
- ¿Todo
bien con el abogado? – preguntó Agustín, enterado de los planes de Marcela
- Bárbaro
– contestó Del Valle -. Se ha resignado por completo a la demencia de su mujer,
en consecuencia apropiarnos de la criatura será mucho más sencillo. El tipo me
tiene como salvoconducto. Haber entrado al ámbito judicial asesinando a esa
puta de Alejandra nos permitió acceder a un mundo plagado de personas que se
piensan intocables porque, sencillamente, creen que pertenecen a un sector
privilegiado de la sociedad. Nuestra arma, única y letal, es una de las
debilidades más sensibles del ser humano. Manipularla a través del sexo
constituye una partida de truco con cartas marcadas. Para nosotros, la libido
insatisfecha es un modo para conseguir placeres y objetivos, para el resto de
los mortales es motivo de dramas existenciales y sesiones psicoanalíticas.
Estos hijos de puta no tienen la menor idea de lo que significa la pérdida de
dos embarazos, y más cuando son ansiosamente anhelados. El desamparo jurídico
que tuvimos al instruir acciones legales en contra de los médicos responsables
de nuestras pérdidas, será un escarmiento que van a sentir de por vida. La
víctima será uno de los representantes más notorios de la logia, su ser mimado,
su modelo, el doctor Facundo Benítez Lastra.
- Sabés
que estoy con vos en todo, pero a veces me asusta tu frialdad; hace días que te
revolcás con un tipo con un solo objetivo...
- Es
un mero objeto, Agustín. No te niego que me da sumo placer; también me lo dio su
esposa. Pero mi meta tiene elementos superiores a tener en cuenta. Nosotros
hace rato que dejamos de lado la pareja por una sociedad con fines determinados.
Vivimos en un armonioso estado de odio habitual e inalterable.
- ¿Cuándo
lo vas a eliminar? – preguntó Poso –
- Falta
poco...
- ¿Puedo
saber cómo?
- Hay
cócteles específicos y muy efectivos que favorecen la prolongación eréctil
aumentando el deseo sexual masculino. Haber estudiado bioquímica tiene sus
beneficios. El riesgo cardíaco aumenta en la misma medida que el narcótico es
utilizado durante un tiempo. Esto significa que no envenena, su efecto no es
inmediato, exige y deteriora paulatinamente el sistema circulatorio. La
soberbia masculina es mi aliada incondicional. Hace dos meses que lo está
tomando sin percatarse de ello. Como todo hombre, piensa
en lo imprescindible de su pene. Que su ser único es taxativo para la vida
sexual de su hembra. A partir de la semana entrante voy a aumentar la cantidad
de encuentros, y si eso no alcanza impondré exigencias sexuales adicionales
hasta que el tipo estalle. Supongo que en quince días tendré el tema resuelto.
Agustín
no podía hallar las razones por las cuales aquella hermosa joven primaveral se
había transformando en semejante monstruo. Apenas cinco años transcurrieron
desde entonces y nada podía hacer para que Walter y Benjamín volvieran a reunir
sus ladridos y sueños. Intentar amarla nuevamente era imposible, al mismo
tiempo nunca la dejaría librada a su suerte. No justificaba ni aprobaba lo que
hacía, más allá que compartía su dolor. Evidentemente convivir con ella misma,
asumir su tragedia interna era una asignatura de la que nunca saldría airoso.
Esa fragilidad disparó una exponencial y abominable ruindad susceptible de
condena. Agustín aceptaba su desdicha como un reto, no como un castigo divino.
Simplemente entendía que no arribó a este mundo para ser padre; admitir ese
doble mensaje con decoro y resignación era la única respuesta posible. Si bien
los médicos se habían comportado de manera desinteresada y miserable, existían
en el cuadro elementos científicos que Marcela prefería ignorar, en algún
rincón de su conciencia deseaba vindicar su infame comportamiento, hábito digno
de la época más oscura de la historia. En lo personal, Agustín no encontraba
diferencias entre el despótico proceder de la dictadura, con respecto a la
apropiación de bebés, y la conducta de Marcela. En este caso la manipulación de
las personas y la especulación sobre la base de falencias psicológicas
reemplazaban a los violentos operativos que, tres décadas atrás, aniquilaban a
todo aquel sospechado de pensar. Desde su separación conyugal jamás volvieron a
compartir intimidad. Se gustaban, se deseaban, pero el peso del fracaso
laboraba en contra de la necesaria y cómplice perversión que el sexo debe
portar como condición indispensable de disfrute.
*
La
familia judicial en su conjunto lamenta la temprana desaparición física de uno
de sus hijos más dilectos y admirados. El doctor Facundo Benítez Lastra ha sido
un brillante jurista y propietario de principios que enaltecieron su vida,
contagiando de ese modo la impronta de nuestro cuerpo colegiado. Su capacidad y
su honestidad no pasaron inadvertidas por nuestros estrados. Será difícil
volver a recorrer los pasillos de Tribunales sin su presencia. Acompañamos el
dolor de su esposa Jimena Aldazábal e invitamos a participar de las exequias
que se efectuarán el martes 20 del corriente a las 16.00 horas en el Cementerio
Metropolitano de la Recoleta.
Doctor Ernesto Moisés Riera Molino - Presidente
Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires
*
- ¿Qué
posibilidades hay de una indagatoria, Marcela? – preguntó Agustín –
- Ninguna,
quedate tranquilo. Cuando llegó el SAME, ellos mismos junto a los médicos de la
Obra Social de los Judiciales estuvieron de acuerdo que Facundo se había pasado
de rosca en la combinación de fármacos con bebidas energizantes, aunque, en
primera instancia, no descartaron que la ingestión de alcohol hubiera resultado
letal. De todas formas y por fuera del informe preliminar, supongo que el
resultado de la autopsia me obligará a prestar algún tipo de declaración, cosa
que tengo perfectamente estudiada. Tenemos a nuestro favor que van a evitar
cualquier tipo de escándalo. Te das cuenta lo sencillo que es manipular a los
poderosos. Imaginate los titulares en los diarios “Joven y promisorio
legista de un famoso bufete capitalino, casado y próximo a ser padre, falleció
súbitamente en la cama de su amante, víctima de una sobredosis de fármacos
combinados con alcohol”. Sería descabellado para la élite judicial que tal
descripción se difunda.
- Lo
cierto es que fue una sesión descomunal. El chico se retorcía como una
serpiente. Debo reconocer que era un excelente amante. Cuando estaba a punto de
un nuevo orgasmo quedó seco el infeliz. El tipo, luego de expirar, mantuvo su
hombría dispuesta por un buen rato. Cierto decoro impidió que continuara;
resulta sumamente excitante matar de ese modo.
- Dejate
de joder Marcela. Lo único que falta es que gozaras con semejante escena.
- Por
supuesto que me excitó.
- Estás
demente, tu crueldad y salvajismo no tienen retorno
- Haceme
y hacete un favor, te pido un piadoso silencio. Si me hubiera animado con el
fiambre seguro que hubiese gozado más que con vos. Decí que ningún estudio te
hizo culpable de mis frustrados embarazos, de lo contrario estarías jugando un
truco de gallo con tu querida Alejandra y tu abogado defensor...
- Hasta
aquí llegué Marcela – manifestó Agustín, ciertamente conmovido- no puedo
seguir. La carga emotiva y culposa que sostengo no me deja vivir.
- Vas
a seguir hasta donde yo lo determine - exigió Del Valle – sabés que no tengo
remordimientos ni complejos. No tenés opciones.
Un
violento cachetazo cruzó el ambiente; el rostro de Marcela mostraba un
importante hilo sanguinolento en la comisura derecha de la boca. Agustín había
certificado su futuro con tintas bermellón. La guerra estaba declarada; a
partir de ese momento, Poso sólo contaba con la soberbia de la dama como
credencial de supervivencia. Rápidamente se retiró del domicilio, no toleraba
persistir cerca de ese monstruo de bella figura, simiente del mismo Belcebú, o
diseñada ex profeso por los dioses helénicos para embaucar a los hombres
comunes como a los héroes milenarios que, en soledad, caminaban por los arteros
senderos Elíseos. Vencer al mal con otro mal era su única posibilidad de
defensa. Pensar como ella, actuar como ella, seducir como ella. Cambiar de
domicilio y renunciar a su empleo fueron sus primeras decisiones. Desaparecer
de su hábitat, de su rutina. Ser otro dentro de su yo culpable y miserable,
mutar para vivir, engañar para salvarse. En cuarenta y ochos horas logró
disponer de sus ahorros y mudarse a una pensión ubicada en el barrio de
Congreso, valiéndose de una falsa identidad. Posteriormente y a través de un
poder reservado cedido a favor de una inmobiliaria de la zona colocó su
departamento de Caballito ofreciéndolo en el mercado de alquileres para obtener
una renta regular que le posibilite eludir las conjeturas de Marcela. Total, me he mudado varias veces, pensó. Me he mudado de mis
insolvencias para luego volver a mudarme y poder recuperarlas. Me he mudado del
devenir, para luego caer en él sin mayores resistencias. Uno puede mudarse
cientos de veces en la vida, lo que nunca podrá es mudarse de la vida, porque
de alguna manera la vida es un estado de mudanza permanente. Personas y
lugares que arriban, amores y desamores, personas y lugares que emigran, amores
y desamores, y todo es un comienzo que anuncia un nuevo final. La vida es un
mesurado promedio de sinsabores, y allí estamos, recorriendo esas mesuras y
esos sinsabores, esperando por lo que nunca llegará, tratando de postergar lo
inevitable, la mudanza final....
Era
necesario detener a Del Valle aún a costa de ser aprehendido. Su próxima
víctima estaba fuera de sí, vaciada e indefensa portando en sus entrañas el
máximo deseo del monstruo. Dos elementos estaban en contra de Agustín: el grado
de alienación de Jimena sumado a la extrema confianza que ésta depositaba en
Marcela. Eran barreras que debía sortear para tratar de salvar la vida de la
viuda. Contaba para ello con la necesidad de su cuerpo; el monstruo nada haría
en contra de la esposa del abogado en tanto y en cuanto fuera imprescindible
para el desarrollo de la criatura. Esto le daba tiempo para pensar el caso,
buscar aliados de ser necesario o intentar algún tipo de denuncia a modo de
arrepentido aún sabiendo que la pena también caería sobre él. Marcela, sin
dilaciones, dio su primer paso acuartelándose en el domicilio de Jimena
laborando como nodriza y curadora. La viuda, entregada por entero a su ex amante,
depositó en ella todo tipo de encomienda o encargo: pago de impuestos y tasas
mensuales, custodia y compañía cuando debía realizarse estudios y análisis;
tenerle prestas las cuatro comidas diarias con sus correspondientes complejos
vitamínicos y asear el lugar no menos de tres veces por semana, eran tareas que
el monstruo sostenía como inversión futura. La misma Jimena le insistía que se
quedara a dormir, cosa que Del Valle aprovechaba para negarse, de modo reafirmar
la dependencia mediante la ausencia y el miedo. En más de una ocasión, al abrir
la puerta del departamento, la encontró aterrada y llorando, saturada por el
pánico producto de su propio desvarío y las sombras del recuerdo de Facundo.
Agustín sabía los planes de su ex. Lejos de su inteligencia, era obvio que
debía cuidar el envase que portaba su gema. No tardó el hombre en entender que
el tiempo, en su inicial rol de aliado, estaba fortificando la filiación y
acrecentaba el grado de sometimiento sobre Jimena. Romper esa inercia de afecto
y especulación sin perjudicar las defensas de la viuda no era tarea sencilla, y
menos teniendo la presencia permanente de Marcela por sus alrededores
cotidianos. Se dio cuenta que solo no podía contra la hidra; su única espada
resultaba inútil e ineficaz ante tantas cabezas que cortar. Pensó en el bufete
Riera Molino, también en la Policía Federal, pensó contactarse con gente del
Ministerio del Interior. En solitario, corría con notorias desventajas. Luego
de muchas cavilaciones optó por la primera; estimó que recorrer senderos no
oficiales sería más efectivo a favor de los fines perseguidos.
*
- ¿Cómo
le va? Un gusto– las manos de Agustín y del titular del estudio se estrecharon
luego de que la secretaria cerrara la puerta del despacho- ¿A qué debo su
visita?
- Antes
que nada le quiero agradecer su deferencia por atenderme – apuntó Poso-. El
tema que me convoca es muy complejo, debo anticiparle que no busco redención ni
perdón. Mi intención es colaborar para evitar un crimen.
- Noble
su actitud, pero no entiendo la mención que hizo sobre el perdón – inquirió el
legista –
- De
algún modo colaboré para su planificación, doctor.
-¿Va
tras la figura del arrepentido? Mire que aún no está institucionalizada, la
implementamos fuera del marco legal con acuerdos extrajudiciales.
- De
ninguna manera. El delito que se va a cometer es aberrante y puede considerarse
de lesa humanidad. La víctima de este crimen es una persona de la familia
judicial, cosa que lo involucra directamente.
- Prosiga...
- Luego
de dar a luz, la viuda Benítez Lastra será asesinada por su ex amante, actual
curadora y persona de confianza, Marcela Del Valle, quien luego se apropiará de
la criatura.
- Me
aguarda un minuto por favor...
De
inmediato el jurista se comunicó con su secretaria para no ser interrumpido
hasta nuevo aviso. Posteriormente le indicó al testigo la ubicación de la
cafetera por si gustaba, y se preparó para un largo tiempo de confesión.
- Lo
escucho Poso, quiero aclararle que lo voy a grabar, de modo le ruego que esta
declaración la efectúe lenta y ordenadamente, sin omitir detalle por mínimo que
le parezca – exigió Riera Molino.
- Esto
comenzó hace cinco años atrás...
Las
cuatro horas de relato sólo fueron interrumpidas por las necesidades orgánicas
de ambos. Algún emparedado de miga aseguró una mínima ración alimentaria. La
presentación de Agustín evolucionaba en la misma medida que notaba interés en
el jurista con respecto al caso. Facundo Benítez Lastra era como un hijo para
el interlocutor, en consecuencia, el compromiso afectivo del abogado duplicaba su
atención. A instancias de finalizar la narración le aseguró que todo lo
mencionado guardaba certezas concluyentes y que su decisión de acudir al
estudio era para preservar el buen nombre y honor del matrimonio, afirmando que
determinados detalles de la intimidad de la pareja debían mantenerse dentro de
esferas privadas, sobre todo para que los comportamientos particulares no se
mezclen con revelaciones públicas.
- Hizo
bien, Poso –afirmó Riera Molino- De todas maneras, me obligo a adelantarle que
su situación es muy complicada. Haya sido la mano ejecutora o no, tiene que
responder por dos homicidios.
- Disculpe
doctor, por uno. Nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo delito. Además
con respecto al caso Bogado quedé exonerado por falta de mérito, la victoria
jurídica de Facundo fue muy notoria.
- Lamento
defraudar su optimismo mi querido amigo. El asesinato de Facundo me obligará
reabrir el caso Bogado. Toda una paradoja. La propia muerte de mi muchacho
permite develar su único fracaso como legista en el marco de una brillante
carrera. Morir dos veces, si se quiere pensar de otro modo. Me gustaría que
regrese en setenta y dos horas, debo analizar el contenido de las cintas. Una
cosa más: ¿Del Valle todavía vive en la zona de Plaza Irlanda, verdad?
- Así
es, a una cuadra de mi vivienda.
- Bien.
Lo que necesito es que libere su departamento para poner gente de mi confianza;
necesito vigilar de cerca de Marcela Del Valle.
- Aquí
tiene el teléfono de la inmobiliaria, le ruego que usted haga directamente la
gestión de forma tal continuar con mi anonimato.
La verba
y el prestigio del doctor Riera Molino lograron suspender una reserva
anticipada. La seguridad que presentaba dicho apellido, ahorraba los gastos
extras que los martilleros debían realizar para la correspondiente averiguación
de las garantías propietarias. Además, una oferta superadora obligó doblemente
al agente inmobiliario para que comenzara directa negociación con el
representante del influyente bufete porteño. En setenta y dos horas el apartamento
estaba ocupado por el agente Carlos Lorenzo Puig, recurso perteneciente a la
empresa de servicios de seguridad privada, propiedad del mismo Riera Molino.
Carlos Lorenzo Puig era un joven recientemente incorporado a la firma; hijo de
desparecidos y recuperado por su familia de sangre gracias al trabajo de la Asociación
Abuelas. Esta entidad recibía asesoramiento gratuito por parte del bufete desde
fines de la dictadura, debido a su compromiso a favor de las víctimas de la
represión. En su juventud Ernesto Riera Molino había sido uno de los pocos
juristas que activaron Habeas Corpus
en favor de los detenidos por cuestiones políticas. Su altruismo profesional
más sus antecedentes de militancia universitaria junto a cuadros como Rodolfo
Ortega Peña y Augusto Conte Mac Donnell, lo sentenciaron a un exilio de tres
años en Francia. Allí conoció a Julio Cortázar y a Osvaldo Soriano quienes
incentivaron notablemente su afición por la literatura. Riera Molino era autor
de dos novelas bajo el seudónimo Theodore Seregni y fue responsable de un
ensayo cuya temática centralizaba la problemática de los límites de la
investigación pericial. Una serie de poesías a corregir moraban todavía en el
antiguo y elegante escritorio de su despacho. Uno de sus textos custodiaba el
interior del mismo debidamente enmarcado. El lienzo sepia aún conserva legibles
las firmas de los geniales escritores que purificaron su exilio:
“Tal vez el día que no esté alguien destape un libro que yo haya escrito
dándome por vivo. Es probable que por un instante vuelva a percibir, amar,
resistir; intuirme menos muerto... Por ahora no hay alivio. Distanciado de mis
deseos persisto, sólo persisto; deslucido, apagado, vulgar estado de regreso con espacios ilusorios, espectros
silentes que abusan de mi espalda, moralmente enamorada de la eternidad y su
néctar de finitud… Tal vez el día que no esté alguien descubra un libro que yo
haya escrito dándome por vivo, observando que deseo sin gozar que deseo, como
aquellos que con dicha disimulan vivir olvidando discernir. Juego, le concedo
recreo a la tragedia haciendo que vivo, dado que la muerte me es ajena,
extranjera de mí y del sitio en que nací, luego de mi primera muerte, primer
dolor, llanto fundacional. De modo que cumplo con todos los requisitos para afrontar
la finitud; sigo vivo, respirando simulacros…”
Las
instrucciones dadas a Carlos Lorenzo Puig fueron concretas. Por un lado visar
todos los movimientos de Marcela y de Jimena, enviando vía correo electrónico
un informe diario detallando con precisión los eventos de la jornada, y por
otro lado establecer algún tipo de contacto con Del Valle para reforzar
directamente la protección de la viuda. Carlos tenía holgada experiencia en la
materia debido a su tarea dentro de la agrupación H.I.J.O.S. En más de una
ocasión tuvo que realizar trabajos similares cuando existían datos precisos
sobre dudosas adopciones. De todas maneras, Riera Molino le había advertido a
Carlos sobre la necesidad de tomar recaudos conforme a las características del
caso y de la singularidad de ambas protagonistas. Un despacho minucioso sobre
Del Valle lo puso en aviso sobre la peligrosidad de la dama, quedando de
manifiesto que el sexo era el instrumento fundamental para esta suerte de viuda
negra contemporánea. En una reunión previa le había dado referencias con
respecto a su psicología y a su corriente modo de operar. Sabía Carlos que
estaba frente a un contendiente de cuidado y ciertamente despiadado. Al igual
que la mayoría de los apropiadores, la mujer carecía de escrúpulos cuando de
intereses personales se trataba. En plena mudanza, Puig pudo comprobar que
varios llamados de Marcela estaban en el contestador automático del teléfono
fijo de la propiedad:
– Por
favor Agustín necesito que hablemos, llamame -
- Amor, soy yo Marcela, hace un mes que estoy
tratando de ubicarte, no te podés borrar ahora...
- Dale
Agustín, no pasó nada, lo de la cachetada ya quedó atrás - rezaban algunas de
las grabaciones.
- Hola
– Carlos levantó el teléfono sabiendo quién estaría del otro lado de la línea-
- ¿Agustín?
– una voz femenina y confundida, tartamudeaba allende la línea telefónica -
- ¿Con
quién desea hablar?
- ¿Agustín,
sos vos?
Carlos
decidió ex profeso cortar la llamada de forma de alejar cualquier tipo de
sospecha. Todo interés prematuro sería indicativo de una posible pesquisa.
- Hola
¿Con qué número desea hablar?
- Disculpe
¿Allí vive el señor Agustín Poso?
- Perdón,
señora – Carlos utilizó el "señora" deliberadamente - tengo entendido
que esa persona es la propietaria de este inmueble que acabo de alquilar...
- Lamento
haberlo molestado entonces. Soy amiga de él y necesitaba ubicarlo con urgencia.
¿Sabe su nuevo domicilio, o su teléfono móvil? - Marcela había recompuesto su
timorato tono de voz –
- Mire,
sinceramente nunca tuve contacto con él. Yo traté directamente con el
inmobiliario a cargo de la operación, Guillermo Beltrán. El contrato lo firmé
allí, en soledad, junto con mis garantes. Supongo que la semana entrante se
comunicarán conmigo para que retire el original debidamente sellado. De todas
formas, considero que debió haber dejado algún domicilio legal para efectuar
las intimaciones pertinentes si por caso fueran necesarias.
- ¿Lo
puedo molestar la semana que viene? Mi nombre es Marcela Del Valle. Le pido que
si se comunica con usted le avise de mi búsqueda.
- Aguárdeme
un instante – solicitó Carlos –
- Sí,
cómo no.
- Me
repite su nombre por favor – Puig creyó conveniente, mediante una suerte de “acting”, distanciarse de la dama –
- Marcela
Del Valle... muchas gracias ¿Su nombre?
- Carlos...
No hay de qué señora, hasta pronto...
El
hombre había dado un primer paso para acercarse al entorno de la viuda. Su
actuación, digna de un consagrado actor, no dejó duda alguna en el espíritu de
Marcela, quien quedó insultando a cielo abierto enfadada por la supuesta
cobardía de su ex pareja. Por el momento, era el único pensamiento que
circulaba por su cabeza. No alcanzaba a entender sobre traiciones y demás
cuestiones que perjudicarían tanto a ella como al mismo Agustín.
En
ocasiones uno suele calificar a la torpeza como infortunio. Carlos estuvo
demasiado cerca de ser víctima de tal enigma al abusar de su destreza. Tropezar
con el carro de Marcela en el Carrefour Caballito pudo haber puesto en riesgo
todo el futuro operativo. Unas desagradables disculpas sin mirar a la dama la
hicieron pensar en un vulgar y maleducado pasajero. El hombre desconocía la
capacidad de retentiva de la mujer, debido a ello, a partir de este momento
debía contar con la distancia como eje de atención.
Afectivamente
Carlos estaba cerca de otra nieta recuperada. Alicia Méndez era una estudiante
de bellas artes que había encontrado su vocación luego del hallazgo de su
identidad. Tímida, de pocas palabras, prefería no interferir en las labores de
su amigo. Aprobaba su tarea dentro de H.I.J.O.S., pero nada mencionaba sobre
los extras que Riera Molino le daba a modo de encomiendas especiales. Se mostró
sorprendida por su nuevo hábitat prefiriendo no indagar en la materia, sabiendo
lo imposible que era para el muchacho sobrellevar los gastos de semejante
alojamiento. Si bien no se asumían como novios, las tres visitas semanales
alcanzaban para sosegar sus juveniles necesidades. Rubia y de diminuta figura
exponía, sin prejuicios, un heredado descaro libertario en todas las facetas de
su vida. Atento a esto, el muchacho trataba de evitar comprometerse seriamente
con una persona de costumbres y hábitos tan opuestos. Compartían sábanas, pero
no formas ni modos de vida.
- Si,
escucho, ¿quién habla?
- Soy
Marcela Del Valle, la amiga de Agustín Poso – la claridad de la voz provenía
del portero eléctrico - Espero me recuerde...
- Si
señora – la sorpresa de Carlos fue máxima. Nunca pensó que la dama tendría el
coraje para exponerse tanto. Evidentemente la ansiedad estaba jugando en su
contra – Ya bajo, aguárdeme por favor.
Ambos se
sentaron en el cómodo lobby que el edificio poseía a modo de recinto de espera,
ámbito ideal para reuniones de consorcio. Un uniformado guardia de seguridad los
observaba sentado tras el front, típico
escritorio en altos, mobiliario muy usual en las entidades financieras.
- Su
rostro me resulta familiar – afirmó Marcela –
- Dudo
que sea del barrio señora – replicó Carlos -. Hace apenas unos días me mudé a
la zona. De todas formas, al vivir solo acostumbro hacer las compras, de modo
que habernos cruzado en alguna circunstancia casual no sería descabellado…
Inmediatamente
la mujer dio por descontado que el joven poseía información sobre ella ya que
determinó con certezas su procedencia barrial. Carlos, por el momento, no se
había percatado del sutil error cometido.
- Ahora
que me detengo en usted, estoy segura que por su culpa se me pinchó uno de los
envases de leche que llevaba en el carrito. Veo que no recuerda. Me llevó por
delante en el Carrefour de Donato Álvarez y ni siquiera me pidió disculpas.
- Yo
hice eso – manifestó Carlos, cuestionando la tesis, sabiendo perfectamente la
maniobra de la mujer-. No sé qué decirle. Antes que nada le pido disculpas,
seguramente andaría con alguna preocupación a cuestas.
- Lo
disculpo con una condición – exigió Marcela
- Dígame...
- Basta
de señora y basta de usted. Ese trato me hace sentir mucho mayor de lo que soy.
Te cuento que muchachitos de tu edad todavía me dedican algunas atenciones
verbales por la calle, sobre todo cuando voy a correr a la plaza...
- No
tengo dudas Marcela, faltaba más. Estoy seguro que debés tener gran cantidad de
admiradores – aclaró Carlos -. Esta costumbre tiene que ver más con el respeto
y la distancia que con los sentidos.
- ¿Con
los sentidos?
- La
vista, el tacto, el gusto, en fin, los deseos sensibles. Te pido no exijas
mayores detalles. A pesar de mi edad aún conservo ciertos pudores –se permitió
reclamar Carlos –
Paralelamente,
la mujer estaba absolutamente rendida a los requerimientos de ese joven morocho
que tenía delante. Un semblante caribeño y virtuoso le rememoraba sus violentos
orgasmos con aquellos hombres que habían dado plena satisfacción a su demandante
cuerpo. Mientras Carlos se explayaba, la muchacha imaginaba su desnudez y su
promontorio, intuía su aroma, besaba su boca...
- ¿Tuviste
noticias de Agustín? – preguntó Marcela, un tanto dispersa –
- Ninguna- afirmó el muchacho- inclusive cuando retiré el
contrato sellado consulté con la inmobiliaria y me informaron que la propiedad
estaba en manos de un apoderado que a su vez no deseaba ser molestado. Que para
eso estaban ellos cobrando una comisión. Te aclaro que fueron bastante tajantes
y desconsiderados al respecto, no me animé a insistir.
- ¿Quién
firmó el contrato por la parte propietaria? – insistió Marcela –
- Te
reitero, existe un apoderado –confirmó Carlos- Si querés, bajo el contrato para
que lo leas y extraigas todos aquellos datos que te puedan interesar.
La dama
lamentó que el inocente muchacho no la hubiese invitado a ese funcional que tan
bien conocía. Estaba segura que su involuntario proceso de acumulación sexual
encontraría en el joven un activista revolucionario y arrebatador.
- Te
invitaría a subir pero mi desorden no admite visitas – mintió Carlos –
- Bueno,
espero que bajes - Marcela se sentía un poco más complacida –
Carlos
intuía que había conseguido la confianza de la dama. La información que le
daría no era trascendente y serviría para que Marcela continúe curioseando.
Estaba seguro haber despertado en la mujer algún deseo reprimido u olvidado,
nada mejor que esa pantalla para conformar parte de su entorno más tocante.
Como el
joven esperaba, a Marcela no se sirvió la información recibida para ubicar el
paradero de Agustín. El apoderado, un “prestanombre” de los miles que existen
en Buenos Aires, desconocía tanto o más que ella, sobrellevando la sola
obligación de depositar el dinero correspondiente del alquiler en una cuenta
determinada. Del Valle no tardó en convencerse que su ex pareja, cobardemente,
se había dado a la fuga, de todas formas la seguridad de que Carlos laboraba a
modo de pantalla, le aventuraba un promisorio futuro con la nueva pesquisa.
*
Cuando
Marcela sintió el ingreso de la hombría de Carlos en su cuerpo pensó que Dios
había sido demasiado injusto con ella durante todo ese tiempo. Sus manos no
alcanzaban a cubrir el porte, toda su estructura corporal resultaba demasiado
pequeña para semejante muestra de virilidad. El hombre no sólo era
extremadamente dotado, además aportaba un estado físico deportivo, catadura que
sobrepasaba con creces las posibilidades de dominio de la dama. Con casi diez
años menos, el muchacho se adueñaba de la situación con experimentada firmeza y
decisión. Nunca antes había sido homenajeada de ese modo. Jamás Marcela había
extrañado a alguien inmediatamente después del amor. Es que el joven la amó sin
memoria ni evocación. Dispuso de su cuerpo como ella quería, asimilando a la
dama como una cortesana arrogante y sabedora de sus fueros. Sin inventarios ni
conversaciones posteriores, sin paréntesis ni corchetes. Faltó el billete bajo
el cenicero como si tal momento hubiese sido acordado mediante un contrato taxi-boy. Bajo esas circunstancias, a
Marcela nada le interesaba de Carlos; desconocía de dónde venía, ignoraba qué
hacía, no se preguntaba hacia dónde iba. Sólo era su sexo, masacrarlo, roerlo,
esculpirlo tomando provecho de su magnitud, para luego acariciar delicadamente
su turma, a modo de suave cosquilla, y aguardar por el apremio final, ese mismo
que la acercó livianamente a instancias del suicidio.
La reciente experiencia sedujo a Carlos
para comenzar a racionalizar los insistentes deseos de Alicia a favor de un
sexo combinado o grupal. Marcela transpiraba lujuria, hembra dispuesta a practicar
cualquier experiencia gozosa. El hombre pensó para sí la posibilidad de
acercarse más a Del Valle utilizando idénticos caminos. Se acordó de Chesteston
y su cita: “El único modo de estar seguro de
tomar un tren que está pronto a venir, es haber perdido el anterior”. Alicia
sería de enorme e inconsciente ayuda para facilitar esa comunión. La propuesta
encontró inusitado entusiasmo en ambas mujeres.
Dos
noches después mientras las muchachas desarrollaban su más osado repertorio
lésbico, Carlos observaba tranquilo, acodado tras la penumbra de la barra.
Alicia era quien determinaba acciones fijando su atención en la exoticidad de
Marcela; ésta permanecía inmóvil ante tamaño esfuerzo. Sobre la cama, con sus
manos y rodillas asentadas, sentía como Alicia la recorría de forma completa
exhumando elixires de variada intensidad. En ese instante Marcela le exigió a
Carlos ingresar a la contienda. Deseaba verlo parado delante de ella con su
hombría erguida, y bien dispuesto. Ninguna de las dos empresas requería de esfuerzos
adicionales. Luego de varios minutos el hombre decidió que era momento de
protagonizar la escena arrojándose entre las mujeres en busca de atención.
Prestas al mensaje, ambas se sentaron
enfrentadas sobre el cuerpo de Carlos; las mujeres multiplicaban sus sensaciones
al ser advertidas al unísono por ese gladiador infatigable, atlético y cobrizo mastín.
Los orgasmos de las damas eran apurados por otros orgasmos que reclamaban paso
con sonoras alarmas de dolor. Una vez satisfechas decidieron que el joven
merecía redención. Ese tremendo torbellino colocó al muchacho en la obligación
de reiterarlo pero en lo profundo de las mujeres. Tal exigencia debía aguardar
algunos breves pero necesarios instantes. Mientras ello sucedía Alicia y
Marcela continuaban con generosidad a favor de las visiones de Puig y la
calidez del ambiente.
*
- Alicia
no te quiero desilusionar pero Marcela es muy peligrosa – le confesó Carlos a
poco de retirarse Del Valle -. Es necesario que nos manejemos con suma
prudencia y cuidado. Hace mes y medio que estamos tras ella...
- ¿Es
ese el motivo de tu nueva morada?
- En
efecto. Quien se acaba de ir guarda el mismo perfil psicópata de aquellos que
se apropiaron de nosotros. En la actualidad retiene secretamente a la viuda
Benítez Lastra bajo su influencia. ¿Recordás el caso? El asunto es que
desconocemos su paradero. Según sabemos tiene la intención de deshacerse de la
joven luego de dar a luz para después apropiarse de la criatura. Además Riera
Molino sospecha que es culpable de dos asesinatos: El del mismo Facundo Benítez
Lastra y el de una tal Alejandra Bogado.
- Alejandra
Bogado, me suena... – mencionó Alicia -. Si no me equivoco, era asidua
concurrente de El Ágora, boliche que solía frecuentar en algún momento de mi
vida. Antro bastante paquete y esnob.
- Dejate
de pavadas, esto es serio – recriminó Carlos - la idea es ingresar al mundo de
Marcela y de ese modo custodiar a Jimena y a su hijo. Quiero que sepas que el
propietario de este departamento es la ex pareja de Del Valle. El tipo se llama
Agustín. Está aterrado. Negoció con Riera una figura similar al arrepentido
para evitar ser procesado. Supongo que debe estar metido en un agujero negro.
Marcela entabló relación conmigo debido a la búsqueda de su ex...
- Y
cómo por arte de magia te acostaste con ella – cuestionó Alicia –
- ¿Estás
molesta por algo?
- Separemos
las cosas Carlos. Primero te quiero aclarar que no estoy molesta con vos, o sí,
pero por otros motivos. El problema de los varones es que se piensan como entes
fálicos e imprescindibles. Se asumen como conquistadores de las mujeres que
pasaron por su vida. La soberbia masculina los conduce a no inferirse como
objetos de uso. Apuesto que hasta el momento nunca te cuestionaste los
comportamientos de Marcela. Presumís tenerla donde querés. Primero, tu excesivo
miembro como paraguas, como estrategia y reaseguro. Segundo, me temo que la
subestimaste. Y es allí en donde estoy un tanto molesta. La mayoría de las
mujeres adictas a El Ágora son personas sin complejos, sin memoria ni
remordimientos. Fundamentalistas de la existencia, sin la multiplicidad de
Camus por supuesto, rozando la vulgaridad típica de los narcisistas de baño
turco, subyugadas por pertenecer a una élite distintiva y dominante, enamoradas
de sus propios discursos. Hace poco leí una tesis con respecto a estos espacios
sociales. Seis meses asistiendo casi todas las noches al boliche creo que me
otorga cierto conocimiento del tema. Si utilizaste mi cuerpo para poder
ingresar al entorno de Marcela, utilizá entonces mi intelecto para resolver el
caso. Te confieso que ambas empresas me seducen. Entre paréntesis... nunca te
vi tan vehemente y excitado, se nota que Marcela posee atributos que te ponen
indecorosamente salvaje...
- No
seas boluda, no voy a negar lo obvio, pero lo cierto es que tu participación me
colocó en otro lugar. Veo que el lesbianismo te transforma.
- De
todas formas te aseguro que su presunta libertad sexual es impostada. Esa tipa
tiene calculado cada movimiento – aseguró Alicia -. Es tremendamente sensual y
lasciva, pero ojo, siempre con fines determinados.
- Parece
que el sexo es una excelente forma de individualizar a las personas en cuanto a
su psicología, a su rol social y a sus intencionalidades encubiertas.
- Según
dice el informe al que me refería, el ser humano es un ente social porque es un
ser sexual. Ambos elementos terminan con la traza definitiva del individuo. Dónde
nació y cómo se desarrolló moldean su exactitud, siendo su esencia el resultado
real. Y cuando digo sexo hablo de todas las variantes que libremente el ser
humano puede potenciar a favor de su propio placer. Es nuestra lucha Carlos. A
nosotros nos quisieron robar nuestra exactitud. Trataron de ocultar los
principales monomios de nuestro cálculo histórico-genético. Amor, tengo la
impresión que la dama nos supera, nunca vamos a llegar a sus niveles de
especulación y maldad. Teniendo en cuenta el cúmulo de sospechas que la ciñen,
resulta llamativo que aún la ley no haya podido cercarla. Una cosa es laburar
dentro de H.I.J.O.S con apoyatura política y un clima de época favorable, otra
cosa muy distinta es moverse sin cobertura. Fijate que, a pesar de haber
transcurrido bastante tiempo, fuiste vos quién mostró las cartas y presentó su
entorno. Ella ni siquiera mencionó aún el nombre de Jimena...
- Es
cierto – expresó acaloradamente Carlos -. Marcela ha sabido mimetizarse dentro
de su propio cuerpo. Gracias a él cuenta con alguna información nuestra,
mientras que nosotros nada pudimos agregar a lo que previamente conocíamos...
- Es
muy hábil – sentenció Alicia - va a ser necesario buscar el modo de dar con
Jimena.
- Secuestrarla
– disparó Carlos –
- No
lo tengo claro. Lo cierto es que ignoramos dónde la tiene, además tampoco
sabemos el estado psíquico de Jimena, ni siquiera estamos seguros qué caminos
recorrer ante la posibilidad de ser indagados por Del Valle. Por eso hay
que manejarse con cuidado. Ha estado con nosotros durante tres horas, es
demasiado tiempo para dejar en soledad a una persona con las facultades alteradas.
- A
menos que la tenga dopada...
- Puede
ser, no lo descarto. Yo te sugeriría que dejes en manos de Riera Molino el tema
del procedimiento, mientras nosotros nos encargamos de entretenerla.
- ¿Me
dejás adivinar cómo? – soslayó Carlos –
El doble
operativo fue organizado para el jueves por la noche. La cita en el
departamento de Carlos le aseguraba a Marcela una velada de distracción y
lujuria vivificante. Últimamente su tensión había aumentado de modo
considerable. Nada mejor que un trío con dos personas jóvenes, hermosas desde
lo físico, y sin prejuicios desde lo sexual. Los instintos dominarían sus
próximas horas dando por sentado que los jóvenes abogarían tanto por su
bienestar como por su indecencia. Iba equipada con lencería erótica y diversos
juguetes que harían delirar a su antagonista femenina. Marcela había encontrado
en Alicia lo que Jimena le negaba y Carlos mensuraba con su fabulosa virilidad
la urgente necesidad de un macho mayúsculo. Su coyuntura pasaba por ser
abordada, ser ultrajada e invadida, ser rediseñada, y morir de a ratos, si de
metáforas se trata. No era cosa menor para Marcela que dos inmaduros notasen
que ese cuerpo ajado y dolorido merecía ser acariciado y besado, ultimado y
tiranizado por el ritmo sexual. Un lujoso Cabernet Sauvignon de Catena Zapata
completaba el seductor equipaje que Del Valle había preparado para la ocasión.
- Chicos,
habla Marcela, es urgente, disculpen la hora – desde el contestador automático
de Carlos la mujer mostraba su desesperación – ¡¡Por favor, se lo ruego,
atiendan!!
- Hola
Marce – Alicia saltó literalmente de la cama y levantó de inmediato el tubo del
teléfono fijo al escuchar el reclamo – ¿Qué te pasó, te olvidaste algo?
- Ya
se habían dormido, disculpen. Es que acabo de llegar a casa y está todo dado
vuelta. Es un desastre. Parece que una banda se hubiese encargado del asunto...
- ¿Te
robaron, te falta algo? – preguntó Alicia, falsamente preocupada –
- A
simple vista nada. La plata está escondida donde siempre, joyas no tengo y las
tarjetas de crédito las llevo siempre conmigo.
- Quedate
tranquila Marcela, nos vestimos y vamos para allá, aunque más no sea para
ayudarte a ordenar – se ofreció Alicia -. Mientras llegamos te sugiero que llamés
a la policía para hacer la denuncia correspondiente. Nos vestimos y en media
hora estamos con vos. Preparate un té y tranquilizate.
- Había
pasado gracias a ustedes una noche deslumbrante – balbuceaba lloriqueando Del
Valle - Bueno, tal vez haya sido sólo un disgusto. Los espero entonces –
La
ausencia de solicitud por parte de Alicia con respecto a la dirección del
departamento terminó por confirmarle a Marcela el verdadero rol de la pareja. Veinte
minutos demoraron Alicia y Carlos en llegar al domicilio. Durante el trayecto
un mensaje de Riera Molino al celular del joven le indicaba que el operativo
había resultado negativo. Jimena no se encontraba en el interior del inmueble.
La respuesta de Carlos no se hizo esperar: – Estamos viajando rumbo al
domicilio de Del Valle, nos llamó desesperada, si no acudimos sospechará,
seguimos con el caso.
*
- Comisaría,
buenas noches...
- Necesito
que vengan urgente a mi domicilio, acabo de tener un incidente con dos intrusos
encapuchados que ingresaron armados a mi departamento. No tuve otra alternativa
que dispararles, ambos están tirados en el piso, no me atrevo a tocarlos.
Parece que son un hombre y una mujer...
- En
cinco minutos estamos arribando a su domicilio, dígame nombre, apellido y
dirección. Deposite el arma en un lugar visible y aguarde nuestra llegada
– ordenó el oficial -
La
intrigante dama había bosquejado a la perfección su emboscada. Los occisos,
Carlos y Alicia, yacían a poca distancia entre sí con tres balazos en el tórax cada uno, el charco de sangre sobre el parquet resultaba aterrador. Previamente
habían colaborado para acomodar el sitio por lo que las huellas de los jóvenes
estaban distribuidas en todo el apartamento y a disposición de la ley.
Marcela
portaba una veintidós, arma pequeña, certera y letal a corta distancia. De
acuerdo a las pericias efectuadas los seis impactos dieron a pleno y de modo
alternativo. La dueña de casa descargó a sangre fría sus seis salvoconductos de
impunidad, luego se apropió del celular de Carlos en donde todavía moraba el
mensaje de Riera Molino. Marcela Del Valle continuaba estando un paso delante
de su devoto criminalista, mientras éste, desenmascarado, se mostraba inepto y
desconsolado. Dos muertos más para honrar y llorar, y esta vez la ley mostraba
sus quebrantos. Alicia y Carlos no debían morir y menos aún ser ultrajados mediáticamente
como si fueran burdos criminales. El jurista constató que no tenía alternativa,
su compromiso se había triplicado.
*
Desde su
habitación del segundo piso de la pensión ubicada en la calle Virrey Cevallos,
justo frente al Departamento Central de Policía, Agustín trataba de aproximarse
a los sucesos forzando hipótesis y en algún caso fantaseando más de lo
recomendable, acaso influido por los medios de comunicación. Durante el último
mes y medio no había recibido noticias de Riera Molino por lo que presumía
inconvenientes de toda índole. Tenía la orden expresa de sobrevivir sin
interferir. Para ello le habían instalado, en la habitación del albergue, el
auxilio de televisión por cable, un equipo informático de última generación con
servicio de Internet por banda ancha, además de proveerlo de una buena cantidad
de libros de variada temática y hasta le contrataron una acompañante para que
lo visitase con la regularidad que él creyera conveniente. Ya se había enterado
por los medios la suerte corrida por Carlos y Alicia, en consecuencia
sospechaba sobre los avatares éticos y humanos que el jurista en jefe debía
estar afrontando. Su espíritu optimista le estaba jugando una mala pasada.
Marcela Del Valle pasó a ser una vengadora que logró redimir la tan requerida
justicia por mano propia. Una débil y solitaria mujer, lograba desbaratar y
eliminar a dos seres tan peligrosos como abyectos. Según Crónica tenía entidad
de heroína, según C5N una mujer osada y desesperada ante la apatía y la desprotección
estatal, según TN una doliente víctima de la inseguridad K; Susana, Mirta y
Marcelo aplaudían, desde sus influyentes programas televisivos, el coraje de la dama, mientras el procesado Jefe de
Gobierno porteño la mencionaba como ejemplo y emergente de los tiempos,
aprovechando la coyuntura para criticar al ejecutivo nacional por no
transferirle los fondos y permitirle el armado de su policía metropolitana,
obviando el dato que el comisario escogido para el cuerpo era un persona
altamente comprometida en el atentado contra la mutual judía A.M.I.A. Cada uno
llevaba agua para su acequia, desentendiéndose de la verdad, elemento menor que
no cuenta en estos casos. Lo único indispensable era instalar en el pensamiento
colectivo la idea más rentable para desechar todo tipo de análisis y compromiso
racional.
Una
semana pasó hasta que el doctor Riera Molino convocara a una conferencia de
prensa a cuenta del luctuoso evento. En dicha reunión estuvo acompañado por
varios dirigentes de la agrupación H.I.J.O.S. Allí se exhibieron ciertas dudas
razonables que el caso evidenciaba por fuera de la fervorosa defensa ética y
humana que realizó de los occisos. Determinados puntos oscuros fueron
expuestos, documentos que el propio estudio jurídico presentó con el fin de provocar
que la causa no se cierre prematuramente. Paralelamente, se instalaba en el
jurista la necesidad de bosquejar un sendero en donde Agustín debía
constituirse como inexcusable protagonista.
- Informes
de los servicios de inteligencia detectaron la existencia puntual de una
llamada desde el celular de Marcela al teléfono fijo de su departamento,
Agustín – mencionó Riera Molino – Ubican la comunicación treinta minutos antes
del asesinato de los chicos, además la seguridad del edificio cerró nuestra pesquisa
al ver la foto de Marcela. Según el uniformado, Del Valle estuvo en el lugar
hasta altas horas de la noche. Añadió a su testimonio que observó salir a la
pareja una hora y media después de que la victimaria se retirará en soledad.
Los tiempos coinciden rigurosamente.
- ¿Qué
más necesita, doctor? ¿Ya la tiene? – Inquirió Poso – Nunca podrá argumentar que no los conocía...
- Sólo
encontrando el celular y sus huellas en él, mi
amigo. Si el aparato no aparece nunca vamos a poder comprobar la inocencia de los
chicos. Puede conjeturar que lo perdió y que fue timada por ellos mediante una
relación casual. De todas formas ese no es el punto. Es probable que ella sepa
que contamos con esa información. Aquí y ahora el enigma es el paradero de
Jimena. Supongo que intelectualmente maneja ese dato como prenda de abrigo.
- No
lo entiendo...
- Fácil.
Se sabe intocable en tanto y en cuanto sea la única que conoce el alojamiento
de Jimena.
- Es
un callejón sin salida, doctor...
- Bueno,
de eso se trata, hallar una puerta. Y para eso lo necesitamos a usted. Nadie
conoce mejor a Del Valle. Por el momento, nuestras chances son meramente
deductivas, con lo cual nos aventaja enormemente, mi amigo. Una vez que
recuperemos a la viuda no será complicado cercar a Marcela desde el marco
legal. La quiero presa por secuestro y triple homicidio, perpetua por tiempo
indeterminado, de otro modo no sirve. No puedo permitirme dejar la posibilidad
de que algún tecnicismo encuentre sustento y reduzca su pena.
- ¿Alguna
vez pensó en lo obvio?
- Explíquese
Agustín, por favor...
- Marcela
es una persona que nunca escondió sus cartas. Jamás se ocultó y que yo sepa
nunca modificó sus rutinas. Su trabajo, su gimnasio, sus compras, su noche
mensual en El Ágora siguieron tan habituales como entonces. No es una criminal
básica, tiene un perfil fuera de los cánones corrientes.
- Y
usted qué sabe de criminales...
- Nada,
excepto por lo que muestran los medios de comunicación.
- No
confíe demasiado Agustín, algunos periodistas, que se dicen dedicados a la
criminología, tienen demasiados libros de Conan Doyle y de Chesterton en la
cabeza, cuestión extraordinaria si se limitarían meramente al disfrute
literario, sucede que generalmente vuelcan esas memorables ficciones artísticas
a la realidad.
- Qué
quiere que le diga, veo a Marcela como una fundamentalista. La observo más
cerca de un talibán que de un doméstico psicópata. En ella la victimización
reemplaza cualquier otro motivo.
- Sea
más claro hombre, se lo ruego.
- Seré
más claro. Marcela no asesina por política, menos aún por dinero o por placer.
Lo hace persuadida por sus pretextos. Nuestros truncos embarazos y la atención
dispensada en ambas coyunturas le otorgaron suficientes excusas para asumir que
la sociedad le debe y, en consecuencia, se permite justificar todo su accionar.
Por eso no se esconde, sólo efectúa una suerte de previsión. Planifica a cara
lavada y procede de acuerdo a derechos adquiridos. Ejerce a discreción su superioridad moral e inmoral. En el fondo se manifiesta
muy creyente de su destino...
- Siga,
siga…
- Pregunto:
¿Y si la tiene alojada en algún sitio que le brinde seguridades que a esta
altura del embarazo ella no le puede ofrecer? – cuestionó Poso –. No se olvide
que su fin es la apropiación de la criatura. Digamos, su tercera posibilidad de
ser madre, en consecuencia debe cuidar esa panza como si fuera propia.
Corríjame, pero... ¿Me equivoco si afirmo que no había rastros de la viuda en
su departamento? Además, estoy seguro que ella procede segura de ser vigilada,
la trampa que les fabricó a los chicos es todo un indicativo de su atención.
- Si
la realidad es como la pinta – interrumpió el jurista – es imposible acercarnos
a ella mediante un espontáneo. De hacerla observar, necesito recursos
profesionales y permanentes, un especialista tal vez. Calculo que faltarán
entre cinco y seis semanas para el parto. Tiempo suficiente para investigar los
archivos de todas las clínicas privadas y estatales del área metropolitana.
Paralelamente a esto, el seguimiento se hace imprescindible. Pero ¿Quién?... A
esta altura de los acontecimientos Marcela no tiene nada que perder, cosa que
la hace doblemente peligrosa.
- Tal
vez usted pueda negociar con ella, doctor – sugirió Agustín –
- Me
niego a la idea – maldijo el legista -, negociar sería enterrar la memoria de
Alicia y de Carlos dejando impune ambos crímenes; al mismo tiempo no puedo
exponer la privacidad de matrimonio Benítez Lastra.
- Habrá
que resignar algo – sentenció Poso -
- ¿Por
ejemplo?
- Resigne
su ética profesional y su palabra; haga un acuerdo con Marcela y no lo cumpla.
Comience a pensar como ella y estoy seguro que estará más cerca de atraparla.
Por un mes en su vida compórtese como un perverso, doctor. Olvídese de la ley,
de las normas y de las formalidades. No menosprecie la idea de que la violencia
es injusta según de dónde viene; lamento informarle que no hay opciones cuando
se está entre las sogas.
- ¿Me
pide qué me transforme en un recurso para-judicial y así convertirme en aquello
que he combatido durante toda mi vida y mi carrera? No, mi amigo, perderíamos
la esencia y la razón fundamental, seríamos tan despreciables como nuestros
antagonistas. Operar de ese modo significaría correr el eje de la discusión.
Obrar conforme a la ley es nuestro único reaseguro – afirmó Riera Molino –
- Entonces...
A seguir pensando, doctor...
- ¿Y
usted Agustín? ¿Hasta dónde es capaz de arriesgarse? No se olvide sus deudas
con la ley...
- Sabía
que tarde o temprano me lo recordaría.
- Debería
saberlo mejor que nadie, ese débito nunca se disipó. Es lo que recién le
mencionaba, proceder conforme a la ley es lo único que nos hace libres. Usted
fue primero prisionero de Marcela, luego de la justicia, más tarde rehén de sus
miedos y ahora del presente. Al igual que Del Valle, no tiene salida, mi amigo.
Se puede esconder por un rato pero es imposible hacerlo toda la vida. Observe a
nuestros prohombres del proceso, civiles y militares, y entenderá de qué le
hablo. Esa es la gran enseñanza que rescato de la tarea que vengo desarrollando
en la agrupación. Uno puede tener voluntad de fugarse, pero indefectiblemente
en algún momento, la necesidad de descanso ofrece la posibilidad de tropezar
con sentencias demoradas. Y no le hablo de la conciencia, le menciono algo más
tangible y terrenal; eso de pagar las deudas que uno contrajo por acción u
omisión.
- Veo
que me está encomendando la misión – afirmó Poso –
- Sólo
le estoy dando la posibilidad de reunirse con su libertad.
- O
con la muerte...
- Usted
determinará si vale la pena el riesgo, Agustín.
- ¿Puedo
pensarlo?
- Tiene
cuarenta y ocho horas. Yo utilizaré ese tiempo para planificar el operativo.
- ¿Buscará
aliarse con algún despreciable para, luego de logrado el objetivo, licenciarlo
y dejarlo ir?
- No
se otorgue tanto crédito, Poso. Veo que "Rayuela" anda dando vueltas
por su cabeza...
- "Quién
dé una vuelta y vuelva, y haya tenido bien abiertos los ojos, conocerá mejor la
forma de su jaula”. No sólo "Rayuela", doctor...
Asistieron
al cónclave, especialmente invitados por Riera Molino, todos los representantes
y asesores legales de las organizaciones de Derechos Humanos, además del
subsecretario del área. Para tranquilidad y satisfacción del jurista, Poso
arribó cuando la reunión estaba a punto de comenzar. En ella se acordó cerrar
filas en todo lo referente a la apoyatura logística que incluiría el operativo.
Si bien Agustín sería el ariete, quedó determinado que nunca se movería en
soledad diseñando un cerco que le imposibilite a Marcela cualquier tipo de
evasión y que a la vez proteja la seguridad física del mismo Poso. La idea
principal de Riera Molino radicaba en la necesidad de entornar a Del Valle de
modo intempestivo, relacionando actores de modos variados e insospechables.
Colocar personas en los ámbitos de su rutina, aguardando por el error que les
permita descubrir el paradero de la viuda.
*
- Me
informaron en la inmobiliaria que trataste de ubicarme – el mensaje que Agustín
había dejado en el contestador de Marcela resultó un eficiente anzuelo.
- Pensé
que te había tragado la tierra – ironizó Del Valle –
- Después
de lo sucedido con Facundo intenté salir de todo esto. Pero como verás es muy
complejo. Se puede cambiar de paisaje, de calle, de amigos, pero de lo que no
se puede huir es de uno mismo. Las miserias viajan en la cartera, adosadas al
documento de identidad, fijas a tu propio y exclusivo calendario.
- Es
evidente Agustín, la poesía no es lo tuyo – subestimó Marcela – Si me dijeras
que te cagaste en las patas te creería. Ese comentario me suena a relato
insignificante. De todas formas te cuento que me cargué a tu inquilino y a la
novia. Dos pendejos que intentaron pasarse de listos. Supongo que te habrás
enterado por los medios.
- Por
eso te llamo Marcela. Quería saber cómo estabas. No me cierra el tema ¿Qué
relación tenías con esos pibes?
- Te
invito a cenar y charlamos. ¿Te parece esta noche?
- Si
no me vas a pasar a degüello...
- ¡La
estúpida frase te pinta de cuerpo entero! ¿Dónde estás parando?
- En
ningún lado. Recién llegué a Buenos Aires de un viaje del cual no pensaba
regresar. Supongo que iré a una pensión hasta que termine la causa y me liberen
el departamento. Lo voy a volver a ocupar, no creo que luego de lo ocurrido
alguien quiera vivir allí. Lo que ahora necesito es una buena ducha.
- Vení
directamente, no gastes guita en hoteles de mala muerte...
- Paso
por la inmobiliaria para ver cómo está la cosa desde lo legal, compro un vino y
voy para allá.
- Te
espero.
Agustín
utilizó esas dos horas que mediaron desde que finalizó la conversación
telefónica hasta tocar el portero eléctrico de Marcela, para cerciorarse que
cada actor estuviera en su lugar tal cual se había planificado. La utilización
de un locutorio público le aseguraba que su celular permanecería inmaculado
ante la posible intrusión de su anfitriona.
- Disculpá
si hiero tu ser intelectual – una vez ingresados al ascensor, Marcela besó la
boca de Agustín al mismo tiempo que sus manos rodeaban el promontorio del joven,
apéndice que abdicaba ante una prematura e indócil erección – pero hay cosas
que no se olvidan...
- Te
dije que necesitaba un baño – Agustín aceptó la lisonja sin poder reaccionar,
sus manos estaban comprometidas con el equipaje de modo que se vio
imposibilitado de responder físicamente ante el desborde provocador de la dama
–. Tus ironías no me ofenden, todo lo contrario. Que a mi edad y luego de lo
sucedido aún te motive puede llegar a disparar cierto narcisismo que tenía
postergado.
Agustín
observó que el departamento de Marcela estaba tal cual lo recordaba. No había
indicios que hicieran presumir la existencia de otro morador. Cada objeto, sea
decorativo o utilitario, estaba colocado en su sitio original. Nada hacía
suponer que dicha vivienda hubiese estado compartida en un pasado no tan lejano;
hasta el cuarto de baño conservaba su habitual geografía. Si Jimena pasó por
allí lo hizo fugazmente y sin dejar rastros. Mientras el agua cálida de la
ducha caía sobre su cuerpo, otro cuerpo invadía silenciosamente por la parte
trasera de la tina.
- Necesitaba
esa ducha – comentó Agustín - es curioso y estúpido a la vez. Después de un
baño uno se siente tan limpio como sano. No sé, mejora la respiración,
determinadas falencias y fatigas musculares desaparecen, y hasta ciertas
dolencias del alma parecen aliviarse...
- Tal
vez no haya sido la ducha...
- No
pienses que te resto mérito, compruebo que tu tiempo juvenil continúa vigente.
No puedo ocultarte que me percibí algo viejo y lejos de tus demandas.
- Recién
llegaste, supongo que físicamente debés estar cansado. ¿Por dónde anduviste?
- Dando
vueltas por el sudoeste bonaerense – mintió Poso -. Se me ocurrió, a modo de
escape, constatar lo que quedaba en pie de mi árbol genealógico; todo un
fraude emotivo. Coronel Dorrego, Tres Arroyos, Monte Hermoso, Sierra de la
Ventana, lugares que tienen que ver con mi infancia, reencontrar aquellos
sabores y aromas con los cuales crecí: los dulces, el pan casero, el queso de
oveja, el aceite de oliva, la llanura. Entender a Juan Filloy cuando escribió
aquello de que “no existe más inmortalidad que la del nombre”, dando por
certero que esa infinitud nominal tendrá directa relación con la integridad de
nuestras conductas terrenales. Te confieso haber hallado decenas de espíritus
dignos de inmortalidad. Mujeres y hombres que se someten pasivamente a la
dictadura de sus propias noblezas, sin quejarse, sin victimizarse, asumiendo
que su tarea principal es embellecer, mediante el trabajo y el arte, aquello
que les tocó en suerte. – Agustín finalizó el breve monólogo convencido que su
poder dialéctico le daba a Marcela razones concretas para entender la trama de
su exilio voluntario –
- De
todas formas, mientras vos te entretenías con tu yo interior – interrumpió Del
Valle – casi caemos en un trampa. Vos de vacaciones y yo haciéndome cargo de tu
libertad, actuando para no ser atrapados como moscas. Seré de lo peor, pero vos
también tenés algún patito que pelar...
- ¿Trampa?
– preguntó Agustín –
- Te
hablo de la pareja y sus pretensiones. Detrás de esta gente hay algo que
todavía no he podido descifrar. Sospecho que van tras el paradero de Jimena y
su bebé, no descarto que pertenezcan al entorno de Facundo. Si esto es como
creo, el Colegio de Abogados, las asociaciones de Derechos Humanos y los
servicios deben estar soplándome la nuca.
- ¿Hasta
cuándo vas a seguir con esta locura? ¿Realmente considerás qué vas a salir
airosa de semejante dislate? Entregá a la piba y borrate, mandá un anónimo, buscá
un lugar seguro en donde nadie te conozca. Dos años después nadie se va a
interesar por vos. Para entonces, Alejandra y Facundo serán caso cerrado y la
parejita será recordada como un dueto de pibes chorros. En lo personal me
comprometo a colaborar si optas por esta salida, de lo contrario...
- ¿Me
vas a entregar? – inquirió Marcela –
- No,
pero ésta puede ser la última vez que me veas en tu vida - insinuó Agustín
–
- ¿Y
desde cuándo eso tiene entidad de castigo supremo?
- Desde
el momento en el cual comiences a analizar tu realidad, lo que te rodea, tu entorno. Sos una persona joven, ciertamente hermosa y notoriamente inteligente.
Inexorablemente, llegará el día en que el crédito se agote...
- ¿Y
por eso crees que te necesito?
- Marce,
es mucho mejor para vos reinventarte que continuar siendo lo que eres. Tu hoy
camina en dirección a la extinción, tiene fecha de vencimiento. Dentro de un
mes todo esto finalizará irremediablemente. Cuando nazca el bebé se habrán
acabado tus fichas y te aseguro que nadie apostará a tu favor. ¿Qué cosa sospechás
hará Riera Molino luego de tener las certezas temporales con respecto al fin
del embarazo de Jimena? – preguntó Agustín–
- Me
sorprende tanta subestimación de tu parte, y que supongas que mis planes pueden
terminar en una simple rendición, me ofende. Además me parece un error de tu
parte pensar que yo tengo secuestrada a Jimena. Te asombraría saber a quién se
le ocurrió deshacerse en forma definitiva del doctor Facundo Benítez Lastra...
- Nunca
me lo dijiste.
- No
era necesario Agustín. Me gustás mucho, me moviliza tu cuerpo, pero mis
sentimientos son de Jimena. Ella está bien, lleva su embarazo con suma
tranquilidad, consciente de lo que quiere. Sólo espera el momento para poder disfrutar
de la vida junto a la persona que ama...
- ¿Vos?
- Aunque
te pese, aunque no lo entiendas, es así – afirmó Marcela -. Si nos licencian
seremos las madres y los padres de ese bebé.
- ¿Sabés
dónde está?
- Al
principio elegí no saberlo para no correr riesgos, pero Jimena me intimó para
que lo supiera. Ella detesta la hipocresía de su sensato pasado leguleyo,
completo en artificios y embustes.
- Ni
ella ni vos tienen derecho a victimizarse, Marcela. Sospecho que ignorabas que
esos dos pibes que asesinaste eran hijos de desaparecidos, e integrantes de una
de las agrupaciones que trabajan a favor de la recuperación de la identidad y
que, a la vez, estaban colaborando con la investigación de Riera Molino,
titular de uno de los pocos burós jurídicos que osaron enfrentarse a la dictadura
militar, debiendo pagar por ello con varios años de exilio. Al igual que
hicieron Carlos y Alicia, estoy con él; trato de colaborar en el caso, procuro
rescatar algo de vos. Ojalá que junto a Jimena comprendan dónde está el árbol y
dónde el bosque, lo urgente y lo importante. Por lo que a mí respecta le
informaré a Riera Molino las novedades. Sinceramente lo lamento por las dos.
Mejor dicho por los tres, aunque el inocente que está por venir tardará
bastante tiempo para interpretar y racionalizar las decisiones de su venturosa
alcurnia.
- Esperá
Agustín, no te vayas. Necesito pensar, hablar en voz alta – reclamó Marcela
visiblemente quebrada -. Te juro que nada sabía de esos chicos. Los imaginé
servicios de inteligencia o personal policial...
- ¿Y
por eso los mataste?
- Me
sentí acorralada, vigilada. Les abrí el corazón y hasta dormí con ellos varias
veces, me afectó en exceso sentirme traicionada.
- ¿De qué estás hablando? No, no Marcela, me
resisto a creer que esto es real. ¡Estás absolutamente desquiciada, víctima de
tu propia mitomanía!
Por todo aquello que no pienso mencionar
necesito tu omisión. Sospecho que lo adviertas absurdo e inexplicable; hasta yo
mismo lo encuentro ciertamente inverosímil. Es cierto, hace apenas minutos
estábamos enlazados mientras nuestros fatigados y efímeros cuerpos se
homenajeaban con marcado desinterés. Soy básico, regresar al rincón en donde
fui feliz no cuenta para mí. Le temo al desgaste, a la pérdida de un hermoso
pasado...
- Alguna
vez comencé una carta que nunca terminé... te la dejo; no sé si sería capaz de
completarla, desde entonces pasaron muchas cosas. Antes de irme y por todo lo
vivido te cuento que tu entorno está rodeado. Todo lo que examines te indagará,
todo lo que palpes te escrutará y aquello que murmures será escuchado. Jimena y
vos deciden, ambas sabrán si los muertos merecen descansar en paz.
2 – Marcela y Jimena
Por el
momento ambas sostenían un temeroso estado de espera. A sus inquietudes
cotidianas se sumaba la imposibilidad de comunicarse entre sí para tratar de
arribar en conjunto a la definitiva toma de decisiones. Marcela pensó en
Agustín, en sus recomendaciones, en su carta inconclusa; lo bocetó como nexo
con el jurista. Ante tales circunstancias, reunirse con Jimena se transformaría
automáticamente en una emboscada imposible de evadir. Su idea inicial apuntaba
a liberar de todo cargo y culpa a Jimena mediante una conversación directa con
Riera Molino. Una declaración de la viuda desvirtuaría toda hipótesis de
secuestro añadiendo la posibilidad de flexibilizar la vigilancia a la que
estaba siendo sometida. Se dio cuenta que no podía refutar los argumentos de
Agustín, por ello estimó prudente tratar de contar con su buena voluntad para
acceder a Jimena sin que Riera Molino y su gente sepan del asunto. Un mensaje
de texto fue suficiente para que Agustín respondiese sin demora.
-
“Estuve pensando en tus palabras. Necesito
verte. Acabo de tomar una decisión. Te espero en casa.”
-
“Lo lamento Marce, los datos de Riera
Molino están en la tarjeta que te dejé sobre la cómoda”
Ahora sí,
Marcela estaba navegando en un mar de abandono y desolación. Su soberbia había
sido sometida sin protesto ni pretextos. No podía salir de su hogar ni realizar
llamada alguna sin ser observada, presa de su propia necedad y descontrol,
desmantelada, rendida ante la segura inmisericordia del jurista. Se preparó un
té de hierbas mentoladas, levemente enmelado, acompañó su merienda con una
rodaja de pan de salvado previamente tostado y aderezado con una fina película
de dulce de frutillas bajas calorías; encendió su ordenador. La foto de Jimena
semidesnuda y sonriendo, mostrando su panza, laboraba como emotivo protector de
pantalla. Mal momento para llorar pensó. Se quedó un largo rato mirando
extraviada el archivo Word en blanco que utilizaría en breve para prestar
declaración a distancia. Conocía sus debilidades como narradora, por eso asumió
que el programa escogido la ayudaría en el armado de su testimonio, no sólo por
las posibles faltas de ortografía sino también por determinadas construcciones
gramaticales que nunca se había esmerado por aprender. No deseaba presentarse
ante el doctor Ernesto Riera Molino como un elemento portador de miserias
intelectuales.
Doctor Riera Molino
De mi mayor consideración:
Espero que el presente escrito no le cause
sorpresa; al respecto sospecho que el señor Poso le habrá adelantado parte de
lo que a continuación le voy a detallar. No es un intento póstumo ni una
sórdida especulación debido a un supuesto revés. De hecho no considero que la
derrota o la victoria sean parámetros para establecer un adecuado análisis
sobre la situación que nos involucra.
Como usted sabrá, la señora Jimena Aldazábal
viuda de Benítez Lastra, está en perfectas condiciones físicas y anímicas; su
embarazo marcha con normalidad siendo monitoreada y asistida por facultativos
dispuestos y aparatología de última generación. El lugar fue escogido por ella misma
habiendo tomado para su elección dos condiciones ineludibles: intimidad y
tranquilidad. Si bien no tengo contacto directo con Jimena, conozco su
paradero, de modo que, como usted podrá comprobar, nada de esta realidad hace
suponer que la mencionada se halle retenida contra su voluntad. Fuera de sus
sospechas, le aclaro que estoy dispuesta a colaborar de forma tal de liberar a Jimena de las posibles cargas legales que
la puedan involucrar. Le ruego entienda que estas líneas resultan de fatigoso
diseño para alguien que nunca estuvo frente a una suerte de entramado
confesional, debido a esto estimaría sobremanera que me licencie de la
textualidad que la coyuntura requiere y a la vez merece. No intento justificar
lo injustificable pero desearía que comprenda el significado que tiene para
nosotras la posibilidad de normalizar una situación extremadamente compleja.
Sabrá del afecto que me une con la viuda, nuestros futuros nos incluyen al
igual que el amor por el ser que lleva en su vientre, de modo que lejos estoy
de intentar afectar el devenir de Jimena y su retoño. Por eso, me haré cargo de
aquello que la ley considere necesario para que el mañana no nos encuentre,
otra vez, encerrados en un nuevo laberinto. Lamento lo acaecido con Alicia y
Carlos. Ignoraba que eran colaboradores suyos, al igual que desconocía sus
militancias dentro de las organizaciones de Derechos Humanos. Los sospeché
servicios de inteligencia. Usted sabrá más que nadie, los miedos que disparan
en nuestro país esas organizaciones parapoliciales. A pesar de ello, en lo
personal, no lo considero atenuante. En
ningún momento mostraron comportamientos que determinasen tan aventurada
suposición. Al dolor de sus muertes se suma la injusticia que significó el
menoscabo que sufrieron por parte de los medios de comunicación. Le aclaro que
estoy a disposición para que tal memoria sea rectificada. Confieso sentirme
ruin, dejo en sus manos la aclaración pública de estos temas.
Con respecto al fallecimiento del doctor
Facundo Benítez Lastra le debo aclarar que si bien deseábamos su partida, la
misma fue provocada por su mismo arrebato lujurioso. Al ingerir desmedidas
dosis de fármacos estimulantes no contempló que su corazón se vería afectado.
Técnicamente no lo asesiné, pero no es menos cierto que sabiendo del tema pude
haberle advertido. Me quedo con una frase que por aquellos días repetía Jimena:"Facundo
nos disculparía si algún día se enterase que el goce desmesurado pone en riesgo
su vida. Igualmente creo que nada haría moderar su conducta". De este
modo, y luego de conversar con Jimena, usted podrá verificar que no podemos ni
debemos ser juzgadas por el homicidio de Benítez Lastra. De alguna manera él
colaboró con su propia muerte mediante la ingestión voluntaria de toxinas
estimulantes con el afán de potenciar su sexualidad. No contempló que su
extremo anhelo de poseernos genitalmente tenía serias contraindicaciones
físicas para su organismo. De modo que considero que las demás aclaraciones
sobre el tema corren por cuenta de Jimena y su intimidad. No soy quién para
detallar miserias de terceros, cada matrimonio preserva secretos entre sus
sábanas que nadie tiene derecho a develar, amén que alguno de ellos así lo
disponga. Por el momento dejo para su elaboración la presente propuesta
ofrecida. La viuda de Benítez Lastra se encuentra recluida por decisión propia
en el dispensario de Nuestra Señora de la Trinidad. Quien se encarga de su
atención física y estabilidad emocional es la Hermana Paulina Reyes, Madre
Superiora de la comunidad y regente del claustro. Debo advertirle que la monja,
si bien goza de nuestra confianza, ignora determinados detalles sobre el tipo
de relación que me une con Jimena por obvias razones de formación religiosa, de
modo que le solicito cierta reserva cuando deba entrevistarla. En lo que a mí
respecta quedo a su disposición. Usted deberá indicarme los pasos legales a
seguir. Atentamente. Marcela Del Valle.
Luego de
varias lecturas disparó el mensaje de correo electrónico hacia la casilla de
Riera Molino como destinatario principal incluyendo copia oculta con destino a
la casilla de Jimena. De aquí en más, Marcela debería sobrellevar un paciente
letargo en procura de no mellar las defensas de su amada, arriesgando a favor
de la prudencia y la inteligencia del jurista. Sabía que en breve sería
detenida comenzando para ella un derrotero tan engorroso como inútil. Una hora
después la devolución del mensaje con la firme respuesta por parte de Riera
Molino, le significó una caricia inesperada.
“Señorita Del Valle... agradezco su declaración.
Esto abre una posibilidad cierta de encontrarnos con la legalidad. Le aseguro
que personalmente me encargaré que cuente con el debido amparo constitucional.
Le ruego me envíe, en forma completa, sus datos personales y filiatorios de
modo poder realizar las citaciones correspondientes. Muchas Gracias".
Doctor Ernesto Riera Molino
*
Los dos
meses subsiguientes confirmaron las presunciones de los actores. Marcela,
imputada y procesada con prisión preventiva, estaba detenida en la Penitenciaría de
Encausadas de Ezeiza por doble homicidio simple. Jimena, mediante cesárea
programada, había dado a luz a Celeste, una hermosa beba que pesó tres kilos
seiscientos. Nada hacía suponer modificaciones sustanciales en el futuro
inmediato, dado que la claridad y la prolijidad del proceso no le otorgaban a
Del Valle ningún atajo administrativo que admitiese un futuro venturoso ante
una posible apelación.
A poco
del parto y en condiciones físicas óptimas Jimena comenzó a delinear lo que
sería una constante: sus continuas visitas al penal, con el objeto de compartir
su maternidad con Marcela, hábito aderezado con la necesaria y subrepticia rutina sanitaria.
No había razón para ocultar que se amaban. Gracias a las gestiones de Riera
Molino disponían de intimidad dos veces por semana y en horarios en donde el
resto de las internadas estaban ocupadas en otros quehaceres. El personal de
guardia mostraba recelo ante tal privilegio, empero nada podían hacer al
respecto. El fastidio no radicaba en la percepción sobre la supuesta injusticia
del permiso, sino en el apetito general que ambas mujeres despertaban dentro de
las huestes del penal. La belleza de la pareja era notoria, saberlas definidas
sexualmente despertaba en el ambiente del correccional profundos deseos de
placer. Los antecedentes de Marcela impedían que sus compañeras de pabellón se
acercaran con intención; la sabían cruda y despiadada, portadora de una
inteligencia superior y ciertamente decidida de ser malamente provocada. De
todas formas, su silueta no pasaba desprevenida en las duchas y menos aún
cuando disponía de tiempo para exigirle a su cuerpo los ejercicios que,
desde joven, había adoptado como parte de su vida. Las internas se
presentaban como deseosas y entusiastas observadoras de una figura voluptuosa,
sudando en pos del más universal de los objetivos: la preservación de la
belleza, el culto al esplendor. – No es justo, ni nos habla –
comentaban algunas de las detenidas-
- Es
probable que si lo hiciese la convivencia entre nosotras sería imposible.
- Los
celos y la envidia provocarían enormes dificultades – admitían otras.
El grupo
de internas más radicalizado instaló para sí la posibilidad de forzar la
situación. Tomarla sorpresivamente no era tarea compleja; sobornar a las
centinelas, mediante dinero o participación, aseguraba la necesaria privacidad
con relación al resto de las pupilas. El día y el momento estaban acordados,
las dádivas fueron distribuidas sobre la base del orden jerárquico usual, al
igual que en "Crónica de una Muerte Anunciada", la víctima se dirigía
hacia su destino, analfabeta de lo que nadie ignoraba. Las tinas nuevas, sector
recientemente inaugurado, fueron el lugar escogido por las internas. Marcela, en
aparente soledad, comenzó con su rito diario. El bello cuerpo cobrizo se
manifestaba relajado ante el paso de la jabonosa cascada. Los azulejos dejaban
intuir la sombra perfecta, un diseño sobrenatural, indemne de vulgaridades,
creado para ser disfrutado en su conjunto. Tamañas demasías no podían
sostenerse egoístas dentro de ese túnel oscuro e insomne; debían mostrase
generosas, terrenales, debían entender que la pureza solo sería posible cuando
sus almas compañeras accediesen al póstumo homenaje. Tres de las internas ingresaron
al recinto con suma discreción. Tal cual lo acordado con el servicio de guardia
del penal el resto permanecía en los alrededores del pabellón, supuestamente,
castigadas. Observar su sesión de provocativo onanismo, bajo el agua,
proporcionó a la gavilla mayor apetito, por lo que el arrebato no sufrió
demoras. Era un despropósito que esa enorme inquietud erótica fuera a dar a los
abismos del anonimato, a los desagües del correccional; no se podían permitir
quedar a un lado del magnífico banquete.
- Hace
días que esperaba ser visitada – la arrogante afirmación de Marcela duplicó la
excitación del grupo; aún de espaldas ignoraba la cantidad de compañeras que
acudieron hasta su intimidad. – Sólo espero que se hayan acercado con la
intención de disfrutar y no con el fin de violentar innecesariamente algo que
puede resultar maravilloso –
Las
visitantes detentaban holgada experiencia en estas contiendas sin embargo nunca
alguien les había apuntado, a priori y con tanta firmeza, los códigos
carcelarios. Ya de frente, exhibiéndose desnuda y sin omisiones, Del Valle las
conminó a diseñar una velada en donde la belleza y el goce protagonicen el
intento; si el sadismo se hacía presente, que éste fuera por obra y gracia de
la lujuria y no debido al egoísmo y la iracundia. El fin no era detentarse, el
objetivo era disfrutarse. Poco más de dos horas demoró el cuarteto en saciar
sus apetencias. La variedad de juegos eróticos propuestos por Marcela demostró
a las invasoras que nada de lo vivido en ese túnel hasta el momento merecía
evocación. Cada una usurpó y fue usurpada, disfrutó de sus egoísmos y fue
generosa, bebió y fue bebida, besó y fue besada, diseñando bellamente y en
conjunto algo parecido a la libertad. Conformes, se atrevieron a ser solidarias
con las toallas, colaborando entre sí en pos de secar aquellos distritos de
escarpado acceso; luego bromearon, intercambiaron ideas estéticas y hasta
conjugaron verba digna de peluquería. Se sintieron amigas y amantes, personas
dentro de un ámbito demasiado ajeno y luctuoso como para ser identificado desde
lo emotivo. El evento modificó el mapa de las relaciones dentro del pabellón.
Un ambiente sibarita comenzó a desarrollarse de modo imperceptible; el sexo y
su pureza como factor integrador, socializante, recuperando preceptos; los
egoísmos legítimos e ilegítimos, el silencio, el lograr postergarse, aunque
dicha espera solo bocete una infructuosa demora. La equilibrada convivencia,
sin líderes violentos, sin prejuicios, tratando de armonizar lo inevitable,
siendo sujetos de aquello indomesticable que cada uno encierra dentro de sí: lo
bello, lo bueno.
Las
veinte compañeras de la nave comenzaron, de ese modo, a recorrer senderos a
contramano de lo instalado por usos y costumbres. Sentidas despedidas de
aquellas que cumplían su pena se fusionaban con sensibles y acogedoras
bienvenidas, asumiendo lo gravoso del impacto que causaba el estado de
reclusión para la recién llegada. El amor libre como norma fundacional había
logrado que la hostilidad quedara asentada en los arrabales del penal. Hasta
las funcionarias del establecimiento sentían placer cuando les era asignado el
turno y eran invitadas al banquete. Se festejaban los cumpleaños, y todo aquel
aniversario significativo que sirviese de excusa para engañarse y continuar, a
pesar de una realidad adversa e indudablemente hiriente. Marcela tenía claro el
destino de sus afectos pero no podía omitir los detalles de su presente,
esquivando toda posibilidad de censurarse y censurar. Aguardando por su
libertad debía comprender que lo mejor posible era su extrema instancia de
supervivencia. Ese ámbito de integración solidaria impedía que los celos hallaran cobijo dentro del pabellón; si bien existían marcadas debilidades personales,
ninguna pretendía la posesión individualista. De alguna manera la conformidad
por interpretar el momento daba por sentado que nada de lo que allí ocurriera
tendría rasgos definitivos, cuestión que supo expresar con marcada crudeza en
un texto de su autoría titulado “No impida que me entristezca”, escrito que
tenía como destinatario exclusivo en fecha aún no prevista al doctor Ernesto Riera
Molino…
*
- Lo
siento Jimena, pero no existe otra forma de coexistir -confesó Marcela- Ignorar
el tiempo que permaneceré encerrada hace que lo inevitable no busque signos de
rebeldía. El amor por vos y por Celeste es lo que impulsa mis acciones. Entiendo
lo complejo de tus visiones, comprendo tus instancias y tu estado de abandono.
Pero entregarme era la única forma de obtener, en un futuro mediato, nuestra
auténtica libertad.
- No
tenés que disculparte, mi amor – reveló Jimena – supongo que ante situaciones
límite nadie tiene derecho a manifestar críticas y menos hacerlo desde el
afecto. Considero que lo fundamental es comprender y acompañar.
El
recinto de visitas sanitarias no sólo reservaba privacidad para la intimidad,
también posibilitaba compartir el almuerzo. Un dispensador de bebidas y otro de
cafetería le asignaban al cuarto una cuota de confort nada despreciable,
siempre hablando en términos relativos. La cama matrimonial era secundada por
un sillón de dos plazas y una pequeña mesada. Revistas de temática variada y un
neceser repleto de preservativos completaban los insumos que el servicio
penitenciario estaba inclinado a solventar al servicio de las internas y sus
parejas. El baño, debidamente higienizado, tenía lo mínimo indispensable para
el aseo personal. Los sesenta minutos disponibles debían ser de estricto
cumplimiento para evitar sanciones innecesarias que conspiren contra futuros
encuentros.
- Me
gustaría que te pongas en contacto con Agustín – solicitó Marcela -. Es un buen
hombre, creo que puede ser de provecho tenerlo cerca. Lo conozco, estoy segura
que jamás se negaría a colaborar si fuera necesario. Además compartimos las
mismas frustraciones y tristezas, no dudo que encontrarás en él un asistente
permanente para todo aquello que involucre a Celeste. Sería interesante para
vos y sobre todo para la nena comenzar a vivir plenamente, por fuera de los
cuidados de la Madre Superiora. Cortar el cordón umbilical, independizarse,
tratar de formar familia haciéndose cargo. Tenés bienes de esponsales para
negociar, vendiendo o alquilando, por lo cual tu situación económica es
verdaderamente holgada. No hay necesidad de que la nena siga creciendo en el
noviciado, siendo a la vez injusto para vos someterte a tamaña clausura. Si
querés esperarme, pues que sea viviendo; date la posibilidad de elegirme cuando
el momento llegue. La locura nos trajo hasta aquí; no le debemos dar otra
oportunidad, siempre hay tiempo para pensar. En última instancia si lo deseas
podés instalarte en mi departamento, creo que sería una linda manera de estar
un poco más cerca y comenzar a compartir espacios
- Dejámelo
pensar. ¿Sabés algo de la causa?
- Es
lo que te iba a preguntar. Hace tiempo que mi abogado defensor no viene por
aquí. Se llama Hurtado. En su última visita me advirtió que la querella
centralizaba sus fuerzas en demostrar premeditación por los asesinatos de
Alicia y Carlos, y que la causa de tu marido estaba cerrada por acuerdo entre
las partes. Parece que tu familia política decidió no insistir para no exponer
ni mancillar la memoria de Facundo.
- ¿Te
habló sobre el tiempo de reclusión?
- Según
me comentó, su estrategia es demostrar que actué por emoción violenta y pánico.
Supone que tal argumentación atenuaría la pena – agregó Marcela-. De todas
formas nada hay para ocultar que me favorezca, los eventos fueron como fueron;
las organizaciones de derechos humanos están indignadas y aspiran a una
reclusión perpetua. Como verás el panorama no es alentador. Me habló de ochos
años con suerte mediando buena conducta para poder comenzar a salir
esporádicamente, la prolongación de la pena es incierta. Espero que Celeste me
reconozca.
- Eso
dalo por hecho. A partir del mes entrante vendrá conmigo a visitarte. No será
siempre, por obvias razones; amo seguir disfrutando de nuestra intimidad,
aunque sea con límite de tiempo. Debo aprender a convivir, tratando de no
pensar en tus compañeras y sus códigos. Prefiero hacerme a la idea de que tus
decisiones son verdaderamente inevitables y convencidas que nada ni nadie confundirán
tus sentimientos.
- ¿Es
necesario que te lo demuestre?
- No
Marcela, olvidate...Tu carga es demasiado pesada. Sería injusto y egoísta de mi
parte, anexarte un peso adicional.
Hicieron
el amor como siempre, muriendo y matando ante cada orgasmo, elaborando una
suerte de continua despedida; sin dolor mediante ni absurdas esperanzas,
disfrutaron de sus restos en compañía de los signos eternos que suele prodigar
la espera.
Transcurridos
tres meses, lejos de sus voluntades y para seguridad de Marcela, Jimena y
Agustín comenzaron a consolidar su relación de manera incómoda y forzada, la
mutua desconfianza motorizaba filosos silencios y numerosos desacuerdos. No
existían coincidencias, en los fondos ni en las formas, menos aún en los tonos.
El muchacho solía reparar sobre la asiduidad de las visitas de Celeste al
correccional; en más de una ocasión le insistió a Jimena sobre lo inapropiado
del ambiente para la niña argumentando que Marcela sabría comprender la
situación. Por el contrario, Jimena desechaba toda intromisión de Poso en su
vida personal; odiaba sus prudencias y costumbres como así también su histórica
relación con Del Valle. Daba por sentado que la necesidad de una imagen
masculina resulta un sofisma que, los comentaristas de turno, suelen arrojar al
debate sin la duda previa que toda idea necesita para ser corroborada. Que
tamaña percepción pertenecía al mundo del sentido común y no del sentido
inteligente, ese que permite pensar lo pensado para continuar pensando, porque
en definitiva y más allá del género, las conductas se definen a partir de las
calidades individuales de las personas y no de su sexo. La sustancia y no la
forma, el contenido y no el continente. El deseo de Marcela ponía al dúo en
permanente estado de tensión. Engañarla no tenía sentido, ocultarle la verdad
no aportaría a su bienestar, en consecuencia tratar de llevar la coexistencia
lo mejor posible era el acuerdo tácito.
- Hace
varias semanas que estamos inmersos en esta historia. ¿Me querés explicar qué
te molesta de mí? – preguntó Agustín –
- Todo
–respondió severamente Jimena- Tu presencia, tu historia, tu intromisión, la
confianza que aún te tiene Marcela, muy a pesar de tus traiciones. Nunca la
visitaste. Tus inventados derechos y deberes. No te creo Agustín, tu libertad
es un eufemismo de la justicia. Me das asco...
- Es
bastante común depositar en otro las responsabilidades propias. Asumo que
muchas veces estuve confundido, pero siempre traté de aligerar la carga. Hasta
el comienzo de sus obsesiones Marcela era un ser excepcional, tan bella como
única. Esas tinieblas la condujeron hacia premisas que nunca se atrevió a
discutir victimizando su propia silueta, dándole enfermiza justificación a todo
dislate cometido. Amaba amarla y creo que coincidimos si afirmo que no se necesitaban
sacrificios extras para ello. No la voy a visitar porque sé que no le haría
bien. Ella no me perdonaría que desluzca nuestra historia. Te aseguro que
prefiere imaginar que me masturbo con alguna evocación de su desnudez, a que le
lleve un cartón de cigarrillos al penal. Se lo podés preguntar, comprobarás que
no me equivoco. Siempre procuré que abandone sus obsesiones, es evidente que yo
no era la persona indicada para sanar sus dolores, es notorio que me faltó
capacidad pero también te quiero dejar en claro que nunca cejé en mis intentos.
El defensor que tiene Marcela le fue gestionado por el mismo Riera Molino, a
instancias de mi solicitud personal. Es de los más brillantes que existen
dentro del ámbito jurídico, sospecho que la pena será la mínima posible teniendo
en cuenta lo complejo de la causa. Mientras tanto, y por fuera de nuestra
voluntad, me parece que deberíamos sostener, desde el exterior, la serenidad de
Marcela – afirmó Agustín –
- Me
va a costar...
- Y
lo entenderé, contar con alguien no es sólo una cuestión de confianza.
- Para
que eso suceda primero debe desaparecer el escepticismo, confiar en las
miradas, poder entregar la espalda sin alarmas ni absurdas prevenciones.
- Es
todo un reto, Jimena. El asunto es dejarse llevar por la autoridad del tiempo y
la memoria.
*
El denso
curso de sangre corría en dirección hacia el drenaje de la ducha del baño
ubicado en el pabellón número seis. Marcela ostentaba una profunda herida en su
zona hepática. Un objeto punzante de doce centímetros había terminado con sus
sueños y obsesiones. Una bella paradoja yacía inerte bajo la lluvia, mejorando
sus fríos azulejos, procurando enaltecer lo irremediable. Sus compañeras
ignoraban lo que había sucedido. Hora de la siesta, momento no habitual para
tertulias o encuentros similares. Estas veladas eran organizadas a instancias
de Marcela siendo sus propuestas recibidas sin protesto por la totalidad de la
internas. Era un secreto a voces, dentro del penal, las formidables bacanales
de exoticidad que se vivían en el pabellón. Durante la siesta Del Valle prefería
comprometerse en sus lecturas o permanecer en la penumbra, con los ojos
cerrados, escuchando música celta en su pequeño reproductor personal. Se
sospechaba de algo externo al recinto. Si bien los primeros sondeos
centralizaron su pesquisa en las convictas, los ojos inquisidores de los
investigadores más versados estaban puestos sobre algunas funcionarias de la
penitenciaría, quienes solían mostrarse inquietas ante la solidaria convivencia
de la nave liderada por la occisa. El médico en jefe del presidio determinó su
fallecimiento al instante de arribar, cosa que cumplió formalmente cincuenta
minutos después de haber sido convocado.
Un
pequeño recuadro en el periódico Página 12 dio cuenta del suceso, el resto de
los medios ignoraron de plano el evento. “Marcela del Valle, quien estaba
detenida y procesada por el doble crimen de los militantes de H.I.J.O.S. Alicia
Méndez y Carlos Lorenzo Puig, fue asesinada en la tarde de ayer en los baños de
la penitenciaría de encausadas de Ezeiza, víctima de una puñalada en la región
hepática. Hasta el momento, los peritos científicos de la Policía y del juzgado
interviniente no han emitido información sobre los avances en la
investigación”.
Dentro
de la lógica de los medios era razonable que quienes habían entronizado a
Marcela Del Valle como justiciera contra la inseguridad, preferían ahora
ignorar su proceso. Obvias razones sensacionalistas determinan lo eficaz que
significa desinformar cuando lo contrario involucra asumir incómodas erratas.
El asesinato de Marcela Del Valle cerró de modo definitivo el expediente que
llevaba como querellante el Estudio Riera Molino; de alguna manera la impunidad
se hacía presente nuevamente, ya que los jóvenes no tuvieron la posibilidad de
obtener justicia terrenal.
Por
decisión de Jimena las exequias se realizaron en dependencias del correccional
de mujeres. Además de Aldazábal, asistieron al evento con permiso especial, la
totalidad de las internas del pabellón número seis, Agustín Poso, el doctor
Riera Molino y su defensor oficial doctor Luis Esteban Hurtado. Todos los
asistentes acordaban, convencidos, que nunca se conocería el nombre de quien
fuera la mano ejecutora del homicidio de Marcela Del Valle.
Luego de
la cremación, efectuada en los hornos del cementerio de Flores, sus cenizas
fueron esparcidas por Agustín y Jimena en los jardines del Convento de Nuestra
Señora de la Trinidad. La Madre Paulina Reyes, superiora del cenobio, dio su
autorización mostrándose solícita y tolerante ante la petición de la viuda
Benítez Lastra. El doctor Riera Molino se permitió, con la anuencia de los
presentes, hacer lectura del texto titulado “No impida que me entristezca” y
que Marcela Del Valle le dejara escrito para su gobierno e interés…
“No le dificulte
a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le cuento que a veces la necesito. Será
que en ocasiones me permito establecer ciertas ligerezas, inútiles
desvaríos, acostumbrados y preservados
dentro de mis íntimas claudicaciones y miserias. No complete estos grises
espacios con alegrías informales y mediáticas, efímeras epopeyas de vencidos
que han decidido un día cualquiera rendirse antes de plasmarse la derrota,
debido a que su lucha, quizás, representó un
ridículo y desteñido disfraz. No se insista ni me insista, ese necio y
desacreditado optimismo sólo es posible que encuentre el rechazo merecido de
aquellos que supimos verlo egoísta e inferior ante el flagelo de lo que se
acerca. No le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos. Puede no compartir
y disfrutar y vestirse con ropas de seda mientras la guitarra de Vaughan nos
comparte, puede hasta ignorar lo absurdo de esta extraña nostalgia, preservada
y permitida, abstinente y contenida. La ausencia de mí no es cosa que deba
sorprenderle, por el contrario, suponer que ante tales circunstancias lo normal
es la tragedia puede que nos ayude a entendernos y tomar las debidas
prevenciones, para que comprenda que su silencio será el cómplice forzoso de un
momento irrepetible. No le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le
cuento que a veces la necesito. Es verdad y la comprendo, en ocasiones asumo
tediosos roles, un constante retroceso hacia la descortesía y el aburrimiento.
Retorno a Sartre, a Russell, a Brecht me descubro y la descubro. No le
dificulte al engendro preguntar y representar tristezas, es la única manera que
conozco para afrontar con cierta dignidad los fracasos que la historia nos
dedicara con suma urbanidad. Podemos olvidarnos y madrugar como si nada hubiera
ocurrido, y escaparnos y traicionarnos, dejando de lado nuestro mutuo
compromiso a manos de magros textos de autoayuda, esos que permiten acercarnos
a la ceguera y al regocijo. Podemos acaso enterrar nuestros sueños dentro de
sarcófagos mimetizados para que nunca tengan la opción de redescubrirnos
heridos. Podemos también implorar por éticas inexistentes volviendo y
revolviendo un pasado que le impida a la tristeza ser estimulada y al mismo
tiempo no le permita madurar sólida y sin eufemismos. Puede que la receta más adecuada
sea aquella de engañarse y extraviarse, dejar traspapelado en rincones que
nunca revisaremos lo mejor de lo peor de nosotros, y viceversa, para que todo
aquello que soñamos juntos no tenga la mínima pretensión de sobrevivir,
cuestiones inmortales, inmorales, reveladas. Por eso y no por otra cosa
prefiero que no le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le cuento
que a veces la necesito”.
3- Jimena y Agustín
La
pequeña recorría el arenero de Plaza Irlanda a ritmo vertiginoso. Su rostro coloreado,
ponía en evidencia que nada ni nadie podía interrumpir tamaña demostración de
energía. Sentada en uno de los canteros laterales, haciendo usufructo de los
tenues rayos primaverales, su joven madre hojeaba desinteresadamente una
revista de actualidad. En soledad y con prudencia se mostraba moderadamente
vigilante, tanto de los alrededores como de los movimientos de terceros. No era
propietaria de recelos infundados, prefería que su hija se manifestara en
libertad, sin la absurda cautela propia de los adultos mass media. La oblicua mirada de Celeste argumentaba su reciente
cumpleaños número tres. A esa edad las niñas comienzan a construir secretos que
jamás serán develados a los grandes; secretos que irán madurando y se
transformarán en futuras conductas, conjeturas, dudas y lúcidos espejismos. En
lo máximo del tobogán, el viento castigaba levemente su perfil y su castaña
cabellera completa en bucles; los rulos, que caían linderos a su sien,
intentaban aparentar síntomas de soltura y osadía.
El final
de la primera década del nuevo siglo mostraba síndromes sociales que muy pocos
se atrevían a discutir. Al permanente estado de victimización, en donde las
clases medias urbanas alegaban poseer menos de lo merecido, se sumaba la
constante indignación burguesa producto de un supuesto hartazgo sobre la
política y sus consecuencias: la corrupción, la inseguridad, la inflación. Los
grandes medios nacionales colaboraban con litros de kerosén para apagar fuegos
que, en determinadas ocasiones, ellos mismos iniciaban con noticias falsas a
favor de intereses corporativos. Los exabruptos y las miserias minaban los
contenidos, mientras los pensadores caían en lodazales de irrespeto y olvido.
Según la
llamada "opinión pública cacerolera", se vivían tiempos gobernados por
una gavilla que osaba discutir la renta de la patria sojera y los privilegios
de los monopolios informáticos. Al mismo tiempo varios cientos de miles de
desplazados durante la década anterior encontraron su lugar en el sistema a
pesar de la crisis internacional, siendo más de dos millones de jubilados los
que fueron incorporados al esquema previsional con más que respetables
mensualidades. Pero eso no importaba, la seguridad jurídica de los dueños de
los medios de producción era atacada por un desmadrado y conflictivo populismo
nacional. Desmesurados sus líderes ofendían a los amos de la opinión vocinglera
por no prestarse a interrogatorios en donde la incomodidad y la verba hiriente
eran moneda corriente. La ley de medios audiovisuales ponía blanco sobre negro
con respecto al marco ideológico real. Fue una suerte de lavativa que conspiró
contra el silencio que, durante mucho tiempo, cientos de actores sociales
mostraron a favor de una supuesta independencia crítica y objetividad
informativa. El periodismo autodefinido como neutral cerró filas a favor de sus
patrones y miles de embusteros quedaron expuestos a pesar de sus acomodaticios
talentos. La agrupación Abuelas comenzó a ser desconsiderada mediaticamente a
partir de sus esfuerzos en pos de exhibir la identidad de los dos hijos de la
propietaria del multimedio con mayor incidencia del país, adopciones plagadas
de embustes y siniestras complacencias históricas. Quién fuera el mayor bastión
ético de la democracia pasaba a ser, por obra y gracia de los comunicadores,
una simple herramienta del ejecutivo en contra de la libertad de prensa. En
medio de este clima azaroso y hostil, ajena a los sofismas e intereses, una
adorable criatura trataba de dominar hamacas y peloteros, a veces ganando, en
otras perdiendo, sin ocultar su sonrisa, sin reparar que el mundo, en su
realidad concreta, no es aquello que sospechaba.
- Me
alegra mucho verte después de tanto tiempo – la tímida interrupción de Agustín
no mortificó la lectura de Jimena. El artículo carecía de solvencia literaria
para exagerar la concentración-. - Asombrado por la vivacidad de la criatura no
reparé que se trataba de Celeste. ¡Cómo ha crecido, está hermosísima!
- Han
pasado más de dos años – afirmó Jimena sin devolver la cordialidad- ¿Qué hacés
por acá?
- Recorriendo
recuerdos, algo muy poco recomendable, a mi modo de ver...
- Cierto.
Vos sos de aquellos que con supina vulgaridad creativa sostienen sobre lo
imprescindible de nunca volver a los rincones en donde se ha sido feliz...
- No
es el caso, Jimena. Te confieso que esta zona de la ciudad me resulta una
paradoja. Todo conserva el mismo perfil luctuoso de entonces. La ausencia
irremediable como despedida y final.
- ¿Marcela?
- ¿Y
quién más puede provocar tamaña lesión?
- ¿Tu
vida? – preguntó Jimena –
- Trabajo
con Riera Molino en su estudio. De alguna manera es quién me sostuvo en un
momento complejo. Por un salario decente me dedico a tareas administrativas,
inclusive hallé incentivos para inscribirme en la carrera de Procurador,
cuestión que estoy a punto de finalizar. Todavía estamos con el caso de
Marcela. Creo que mi paseo por el barrio se debe a la necesidad de volver a
reconocer algunos de los aromas de entonces.
- ¿Alguna
pista?
-Nada
–contestó Agustín -. Es asombrosa la capacidad que tiene el ámbito carcelario
para encubrir información. Hasta ahora sólo logramos la suspensión de las
autoridades del penal y el relevo de los agentes penitenciarios de mayor rango.
Existe demasiada coherencia argumental, se percibe como una muy bien ensayada
puesta en escena. ¿Y vos?
- Tranquila.
Viendo crecer a Celeste. Estoy viviendo en el departamento de Marcela. Mis
rentas conyugales más la pensión por viudez mantienen con comodidad nuestra
existencia. En lo económico no nos privamos de nada. Desde lo anímico, sabrás
sacar tus conclusiones. Dice Benedetti que la soledad es un homenaje al prójimo.
- Noto
que Del Valle ha dejado huella en nosotros
- ¿Te
fuiste del barrio?
- Si
– aseveró Agustín-. De hecho, vendí mi departamento poco después que decidieras
licenciarme definitivamente. Ahora estoy viviendo en Boedo, a un par de veredas
del café Homero Manzi.
- No
había razón alguna para tenerte como lazarillo. Marcela fue quién nos solicitó
la relación a favor de su tranquilidad. Sin ella, qué sentido tenía continuar
con la farsa; la realidad marcaba que no nos tolerábamos.
- Hablarás
por vos, Jimena – corrigió Agustín – Llegué a tenerles, y lo digo sin entender
las razones por las cuales hablo en tiempo pasado, enorme afecto. Cada una de
ustedes significó entonces, una excelente excusa para compartir momentos. La
pequeña Celeste me abría la puerta de tu entrada, tu entrada me daba la
bienvenida al mundo de Celeste. Te confieso, aunque te parezca extraño, que era
estúpidamente feliz...
- Me
tengo que ir Agustín, la nena tiene el cumpleaños de una compañerita de jardín
y debo prepararla. En definitiva no fue tan malo el encuentro. Me alegra verte.
Mal que mal creo que hiciste todo lo posible para que la cosa no terminara como
terminó.
- ¿Hay
posibilidad de repetir la casualidad? – preguntó Poso –
- Si
hay sol y no está demasiado fresco, me vas a encontrar en la plaza todos los
sábados por la mañana. Al igual que Marcela, Celeste ama este sitio.
Agustín
comenzó a desandar el camino que lo conducía a su auto; las rejas, recientemente
inauguradas, le daban a la explanada una imagen que marcaba de modo inapelable
la locura de los tiempos. Un espacio público cercenado al público, todo un
manifiesto de principios de siglo. No pudo omitir recordar aquel fresco
espumante que solían compartir con Marcela en “las tórridas” trasnoches de fin
de año, cuando la plaza era espacio de encuentro y motivo de contento. Walter y
Benjamin, y una manta sobre el verde césped bajo una de las luminarias, un mazo
de cartas y la radio, siempre la radio, y Dolina, y Castello, y Stronatti,
después Dorio y Rolón. Los chicos jugando a la pelota bajo el alumbrado y
decenas de perros husmeándose los traseros sin especular por la obligación que
hoy determina el canil. Por entonces no existían los paseadores. Los gatos del
barrio seguían trabajando a favor de la Policlínica Bancaria, manteniendo libre
de plagas sus jardines, sólo sus jardines. Plaza Irlanda, cuatro hectáreas
entre rejas, presa de su propio egoísmo, inocente y culpable a la vez,
propiedad de una burguesía disconforme y demandante, ciega de abundancia y
ausente de recreo. Antes de poner en marcha el motor, acaso detenido en el
tiempo, Agustín se puso a pensar en las suertes que la vida le había reservado
hasta el momento…
“Como en
toda suerte ni siquiera cabe la responsabilidad. Por suerte no soy cronista, de
manera que nadie va tomar en serio mis
pensamientos, análisis, informaciones y menos aún seré invitado a tediosos
encuentros que apenas finalizados quedarán en el olvido. Por suerte no soy escritor.
Por eso mis novelas, cuentos y poemas no tienen la obligación de llevar el
fatigoso peso de una firma sospechosa. Si uno se choca casualmente con alguno
de ellos no se verá forzado a saber quién es el autor. Además uno se ahorra
vida al no sentirse parte de tertulias y convites en donde generalmente la
literatura queda a un costado, como en estado de espera, hasta que vuelva a
recuperar su rol fundamental. Por suerte uno no es inteligente ni sagaz,
cuestión que me permite obtener licencias de modo no molestar a mis cercanos y
lejanos con postulados fundantes y frases de almanaque. Por suerte
no tengo ni la ambición ni el desvelo de superarme y menos aún de superar a mis
linderos. Por suerte no estoy en listado
alguno cuando de valorizaciones se trata. Por suerte nadie cuenta conmigo en su
imaginario. Es una excelente forma de no defraudar y a la vez le permite a uno
dar la sorpresa inesperada sobre algún inciso no pensado. Por suerte no me
esfuerzo por agradar. En ocasiones dicha carga conlleva cierta dosis de
hipocresía que lacera, y mucho, a medida que los años avanzan. Por suerte
ni el deber ser, ni ser políticamente correcto, cuentan en mi vademécum. Por suerte
no creo en supersticiones: el amor para toda la vida, el amigo incondicional,
la verdad revelada, la credibilidad, los pueblos nunca se equivocan, el hombre
es bueno, el olvido, la memoria, Dios existe, Dios no existe, la existencia de
los imprescindibles, la vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida o
que cada día que pasa nos parecemos más a ese cadáver que alguna vez seremos…
De todas maneras llevar las maletas cargadas con semejante fortuna es el precio
que uno debe asumir y pagar para tratar de ser, como decía el recordado Osvaldo
Ardizzone, un hombre común, sin aspiraciones extraordinarias ni ordinarias, de
ser una persona fácil, sin limitaciones formales, sin que pese el veto o la
aprobación exterior, sin ser invasor ni ser invadido, de ser feliz de a ratos,
de hacer feliz de a ratos...
- ¿Cómo
le fue el sábado con Jimena? – preguntó Riera Molino, apenas notó la temprana
presencia de Agustín en el bufete –
- Distante,
doctor. Me va a costar ganar su confianza.
- Es
el último eslabón de la cadena que nos queda por abordar. La hipótesis del
crimen pasional, concepto en el cual no creo a pesar de su aceptación social,
es la única pesquisa que hasta ahora no hemos evaluado.
- Pero
está claro que ella no pudo haber sido la mano ejecutora ya que no figura en
los registros de visita del día en que ocurrió el homicidio – reaccionó Agustín
–
- Que
no figure no significa que no haya ingresado – aclaró el Jurista-, a esta
altura usted ya debe haber asumido los códigos de ese lugar. Además no debemos
descartar que pudo haber contratado a cualquier interna o funcionaria que
sostuviera algún tipo de recelo con Del Valle. Sigo pensando que, por sus
características particulares, era muy complicado para ella asumir la intimidad
de su amante dentro del penal. La sospecho mortificada sabiendo que Marcela era
objeto de placer por un veintena de advenedizas. No la recuerdo afligida
durante las exequias, tampoco extremadamente dolida al momento de la cremación.
Reconozco que lo mío se encuadra dentro de una percepción. Nada científico, ni
siquiera puedo sostener esta hipótesis con certeza.
- ¿Alguna
vez confió en alguien? – inquirió Agustín –
- No
me hinche las pelotas, Poso. Cada vez que voy al cementerio le llevo flores a
mi confianza, a mis compañeros asesinados, a Facundo, a Carlos y Alicia y a
decenas de muchachos con los cuales pensamos un mundo mejor. No se ofenda
Agustín, pero no me joda, hay veces que siento pudor y hasta vergüenza por
estar vivo.
- ¿No
le parece qué es demasiado duro consigo mismo?
- La
experiencia es intransferible, mi querido amigo; no aspiro a que me entienda...
- Vale
la pena el esfuerzo. Por fuera de sus calidades como jurista, usted es un
hombre de buena cepa; aún conserva valores que lo hacen estar por encima de la
media, anteponiendo lo humano y sus falencias por sobre la frialdad de la ley
escrita. En oportunidades lo he observado luchar interiormente por interpretar,
más que por sentenciar. Recuerdo su enorme tarea cuando se puso al frente del
caso María del Carmen Iturralde. La mujer, desprovista de toda preparación y
sin opciones, no tuvo más remedio que resolver como pudo su dilema. Prácticamente estaba condenada de
antemano, no sólo por el ámbito jurídico sino también por la prensa
especializada en delirios, perdón, delitos. Treinta años sometidos a brutales
castigos por parte de su marido, eran razón suficiente para estar
emocionalmente alterada, encontrando su punto de ebullición aquella noche de
abril cuando decidió que la libertad no tenía porqué cobrar honorarios
abusivos. Usted, en su alegato, pudo colocar el bosque por delante del árbol
sentando jurisprudencia. Nunca vi una persona más agradecida que María del
Carmen. Hoy la veo en su bufete, trabajando, cosa que me permite verificar sus
mañanas, recibiéndolo en el estudio con un beso en la frente, un té de hierbas
caliente con miel del sudoeste bonaerense, y dos cañoncitos repletos de dulce
de leche. Le cuento que ese cuadro significa para mí una enorme y contundente
lección de vida.
- Es
una buena mujer, no mereció la vida que le tocó. En lo personal no creo haber
hecho nada especial, como usted menciona, Poso. Mi biblioteca es la de Eugenio Zaffaroni.
En oportunidades, los dictámenes procesales se suelen olvidar que la gente es
la destinataria del mensaje. Por eso detesto la folclórica indignación típica
de la clase media, como argumento político. El “honestismo”, sofisma muy
utilizado en estos tiempos, mácula ausente de ideas, plagada de
discrecionalidad fundamentalista. Digamos, un fascismo lavado.
- La
idea es ir en busca de una legislación humanista en reemplazo de una
organización jurídica de prosa congelada – razonó Poso –
- Algo
de eso... Pero volvamos a Jimena mi querido amigo. Lo invito me acompañe a
releer en voz alta el legajo completo poniendo énfasis en cada párrafo, y así permitirnos
más de una conjura.
- Son
trescientos folios, doctor...
- Me
hace acordar a algunos diputados que argumentaban no tener tiempo para leer la
ley de medios en ocho horas. Se ve que no consideran la lectura como parte de
su trabajo, y como consecuencia... de su sueldo –bromeó Riera Molino –
- No
me compare doctor, se lo ruego...
Agustín
comenzó con la reseña de cada declaración abocándose, en primera instancia, a
las que rezaban sobre las integrantes del pabellón. Exhibían básicamente
aspectos de carácter personal en donde las relaciones humanas no daban lugar a
subjetividades que atender. Quedaba claro que la occisa no tenía enemigas
dentro de la nave. Por el contrario, era unánime el concepto que Marcela le
había aportado a la convivencia aspectos de comunión y de placer. Durante los
quince meses que duró su estancia en el claustro, no había existido conflicto
personal ni grupal. Sostenía una suerte de liderazgo emotivo, obtenido por
convencimiento y gracilidad individual. Algunas daban fe que gracias a Del
Valle supieron integrarse dentro del club de las artes: lectura, pintura,
oratoria, música y teatro eran disciplinas que habían ingresado de su mano;
líneas estéticas que hallaron un espacio tan virgen como acogedor. Si bien el
sexo había colaborado como herramienta primaria de alteridad y de seducción,
poco a poco se fue desarrollando un clima en donde compartir afectivamente los
éxitos ajenos era norma natural. Las estrofas de un poema eran celebradas como
un bien comunitario, al igual que la interpretación de una bella melodía. Nada
hacía suponer que la asesina estaba dentro del conjunto. Todo lo contrario; el
dolor quedaba de manifiesto en cada compañera que percibía haber perdido con la
muerte de Marcela, lo único angelical que moraba en aquel lugar.
- Es
evidente doctor, que este camino no nos lleva a destino –sentenció Poso-
- No
se equivoque – expresó el jurista- estoy convencido que ese carisma significó
su sentencia definitiva. Me atrevo a considerarlo así porque creo conocer, como
pocos, el ámbito penitenciario. Continuaremos lentamente a desandar las
declaraciones de las funcionarias del penal, por favor, sobre todo la realizada
por la Oficial Etchecopar, responsable del sector.
- Leo
textual doctor: Sonia Etchecopar dice: a la hora del suceso y como
marca la rutina, me hallaba en la oficina de guardia pronta a comenzar con la
ronda vespertina. De acuerdo al reglamento interno, la necesidad de la misma no
sólo radica en controlar a las convictas, también debemos focalizar nuestra
atención en informar respecto al estado de los sanitarios, sin omitir todo
detalle fuera de la normalidad. Es al instante de ingresar a los baños, donde me encuentro con el luctuoso panorama. De
inmediato llamo por telefonía individual al Director del Instituto y al Médico
en Jefe. Tras sendas comunicaciones, convoco a mis dos ayudantes instalándome
delante de la puerta para impedir vulnerar la escena del crimen. Mi actuación
finaliza con la llegada de las autoridades del penal acompañadas por personal
idóneo de la policía penitenciaria.
- Pregunta:
¿Puede usted calcular el tiempo transcurrido desde sus llamados hasta el arribo
de la primera autoridad?
- Sonia
Etchecopar dice: por experiencias anteriores entendía que el tiempo es algo
fundamental en estos casos. Como consecuencia de ello fijé la hora con mi reloj
pulsera para detallar el dato certero. El Director del Instituto arribó al
lugar veinte minutos después del aviso acompañado por personal científico
especializado, mientras que el médico lo hizo luego de cuarenta minutos, debido
a que, según comentó, estaba fuera de las instalaciones del establecimiento. A
partir de ese momento se me ordenó regresar al pabellón para comunicar el
suceso y controlar los ánimos de las compañeras de la víctima.
- Paremos
allí, Agustín.
- ¿Reparó
en algún detalle, doctor?
- Eso
creo. Se trata de una declaración perfecta, de ahí mis dudas. ¿Observó el
léxico utilizado?
- No
entiendo...
- Fíjese
el tenor de la exposición, la certeza técnica del procedimiento, la evaluación
reglamentaria, el conocimiento sobre puntos que en teoría, le deberían estar
vedados por simple cuestión jerárquica. Sin hablar de la oratoria utilizada
como antes le mencioné. Percibo una enorme distancia entre su atildada
declaración y sus modos corrientes. Además lo del reloj y su previsión en tomar
el tiempo me deja flotando una idea perversa del asunto.
- Sigo
sin comprender...
- Vea
mi amigo. Tanto tiempo leyendo declaraciones me da cierta autoridad para
establecer parámetros y conductas. Eso no significa trabajar azarosamente
tirando balas hacia todas direcciones esperando acertar con alguna teoría. Es
evidente que este testimonio forma parte de un entramado más inquietante. Me
suena a relato diagramado por terceros y luego memorizado, entrelíneas advierto
un guión. Le pido un favor, Poso.
- Lo
que usted diga.
- Necesito
que me presente un informe referido a Etchecopar, desde las jornadas del
asesinato hasta nuestros días. Ciertos premios, ascensos o nuevos destinos
laborales usualmente guardan relación con acontecimientos del pasado que se
desean ocultar. Temo que es la única punta que tenemos por el momento. Le
adelanto que cuatro meses después del homicidio presentó su baja definitiva
argumentando razones anímicas. Una suerte de retiro voluntario. A partir de
allí perdimos toda referencia sobre su paradero. La fiscalía no consideró
relevante volver a solicitar su presencia expresando de ese modo conformidad
con sus argumentos.
- Demasiado
joven para un retiro. ¿Se intentó ubicarla?
- Desconozco
y no creo que se haya extraviado su paradero, simplemente temo que se la
desestimó para futuros emplazamientos. En una semana, Agustín, quiero un
borrador del informe, adjunte al mismo el legajo completo sobre su baja. Estimo
que podemos llegar a tener problemas con la fiscalía, de modo que trate de ser
meticuloso y elegante en sus solicitudes. No me agradaría herir la
susceptibilidad de mis colegas.
- De
acuerdo, doctor.
Agustín
Poso contó con la información completa de manera inmediata. No halló ningún
tipo de escollo por parte de los organismos policíacos y judiciales para
obtener los legajos laborales de la funcionaria.
Días
después, Riera Molino se atrevió concertarle a Poso una entrevista con la misma
Etchecopar, luego de haber recibido información concreta por medio de los
servicios de inteligencia sobre su actual paradero. Aparentemente, desde el
punto de vista administrativo, todo estaba en orden y nada hacía pensar sobre
intenciones anexas. El encuentro se produjo pocos días después, en el domicilio
de la mujer.
Soltera
y promediando los cuarenta, carecía de toda relación con su antiguo medio. A
priori exponía, en el marco de su retiro, una vida sencilla y sin demasiados
brillos. Un par de gatos siameses eran su única compañía. Los aromas a comida
casera se mezclaban con varios sahumerios lavanda distribuidos estratégicamente
por todo el apartamento, elegante inmueble ubicado sobre la Avenida Cramer, en
el coqueto y distinguido barrio de Belgrano. Ninguna esencia lograba imponerse,
por lo que la mixtura de fragancias le otorgaba al sitio un humilde sinsentido.
Gentil y de buen modo la ex funcionaria recibió a Poso con una abundante
merienda completa de masas y dulces. Café cortado y té eran las infusiones que
exhibía como opción, una jarra de jugo de naranja completaba la propuesta.
- ¿A qué
debo el honor de su visita?
- Veo
que me recuerda – alegó Agustín –
- Por
supuesto. Usted fue pareja de Marcela Del Valle. No sólo me habló de usted,
también lo hizo con respecto a la señorita Aldazábal. Recuerdo haberlo visto en
el velatorio.
La mujer
merecía ser observada con atención. Portaba un físico tan imponente como bello.
Era extraño comprobar cómo un uniforme esencialmente femenino puede conspirar
contra tan extraordinaria figura: Un metro setenta y cinco, rostro severo y
angelical a la vez, profundos ojos azules, cabello lacio y negro, a salvo, por
ahora, de tinturas desmedidas. El pantalón vaquero desgastado, medianamente ajustado
dejaba intuir una silueta que invitaba como opción, mientras su camisa permitía
advertir, con firmeza y sin eufemismos, la presencia de señales imposibles de
soslayar. Agustín se sintió absolutamente cautivado y un tanto distraído con
relación a la misión que comprometía su presencia en aquel sitio. Creyó que
Marcela no había muerto; la relacionó de inmediato a su anfitriona: hembra en celo, madura, transpirante y
urgente de orgasmos. Comenzó a desearla como suelen hacerlo los hombres
tímidos, de manera patética, como quién espera una lastimosa retribución
inmerecida, acaso una limosna.
- Usted
dirá señor Poso, lo escucho...
- Debo
advertirle que mi misión no es grata. Trabajo para el estudio Riera Molino –
Agustín comenzó su coloquio ignorando que Etchecopar sabía los motivos de la
visita – y conforme a nuestra obligación jurídica estamos procurando acelerar
la causa Marcela Del Valle. Hemos notado severas falencias por parte de la
fiscalía, han pasado más de dos años del suceso y nada se avanzó para su
esclarecimiento. No sabemos si este retraso se debe a un desorden operativo,
sobrecarga laboral o simplemente desidia. Lo cierto es que nos preocupa la
demora.
- Me
alegra que haya venido entonces. Tenía particular aprecio por Marcela. Lo que
usted dice es la razón fundamental por la cual solicité mi retiro. En un
momento interpreté que a nadie le importaba su muerte...
- Señora
Etchecopar...
- Llámeme
Sonia, se lo ruego Agustín.
La mujer
había destruido con su breve sugerencia toda la distancia que Poso deseaba
mantener por inercia profesional. De todas formas se disculpaba a sí mismo
sabiendo que probablemente Sonia lograría con sus encantos formatearlo como un
ente absolutamente convencido.
- ¿Cuántas
veces le fue requerida su presencia por la justicia, exceptuando aquella
declaración inicial?
- Ninguna
– contestó la dama-. De hecho me presenté espontáneamente al año siguiente
porque me llamaba la atención tal comportamiento. Recuerdo que me dieron las
gracias y que tendrían en cuenta mi gentil muestra de ayuda. Hasta la fecha no
he tenido novedades...
- Debo
considerar entonces que detenta información importante - irremediablemente
seducido por la mujer, Agustín apenas podía sostener su mirada, temía revelar
sus pasiones, sin entender que esa misma conducta lo estaba poniendo en
evidencia -
- Claro
que la tengo. Dentro del penal fui la funcionaria de mayor confianza de
Marcela. Yo era quién manejaba su correspondencia y quién le organizaba los
horarios de visita. Por ejemplo, a usted lo conocí por sus cartas. Le cuento
que ella esperaba su visita, pero a la vez me comentaba lo imposible de tal
cosa; sostenía que esa Marcela que usted conoció y amó nunca hubiese aceptado
signos de clemencia. Ella había cambiado mucho, según me contó. Comenzó a ver a
la gente con otros ojos y usted estaba incluido en esas percepciones novedosas.
- Si
lo considera grosero le pido mil disculpas, pero le debo preguntar...
- No
es necesario Agustín, le aliviaré la carga. En efecto, mantenía una relación
íntima con ella. Nos reservábamos la nocturnidad en mi alojamiento individual
lindero al pabellón. Era preciosa.
- ¿Y
las demás internas? Celos, escenas, algo parecido…
- Nada
para comentar. Sus compañeras estaban al tanto de todo y nunca escuché
reproche. Sospecho que el logro de amplias ventajas era atribuido a su
comportamiento conmigo, de modo que a nadie le convenía propiciar conductas que
subvirtieran el orden establecido. La nave seis logró, durante aquella época,
enorme consideración dentro de las estructuras disciplinarias del
establecimiento. Las autoridades estaban tan satisfechas como las convictas;
tómese este último razonamiento dentro del contexto.
- ¿Y
Jimena?
- Es
aquí en donde deseo detenerme.
- Explíquese
por favor...
- La
Señora Aldazábal siempre mostró su disgusto por las relaciones que Marcela
había construido dentro del penal. Eran notorias las discusiones que tenían al
respecto; los planteos y los gritos de la joven eran escuchados por toda la
nave. No fue sorpresa para nadie que durante los dos últimos meses acudiera a
visitarla sin Celeste, cosa que mortificaba el espíritu de Marcela. Según me
confesó en alguna oportunidad, Jimena sostenía sus afectos de manera casi
enfermiza, temiendo por su salud mental y la de la pequeña. Siempre tuve la
sensación que Jimena pudo haber tenido algo que ver con la tragedia; su
posición e influencia como viuda de un famoso jurista le fueron de suma
utilidad para desestimar cualquier indagatoria.
- ¿Podemos
encontrar testimonios qué ratifiquen sus dichos?
- Dudo
que a esta altura del partido alguna confiese lo ocurrido en aquel entonces.
Tal vez alguna de las que quedó libre. Pero no tengo demasiadas esperanzas.
- ¿Usted
mantenía relaciones íntimas con otras internas?
- No.
Marcela fue la única experiencia lésbica de mi vida. De hecho, usted y su
conducta amatoria han sido varias veces temas de conversación entre nosotras.
- Pensar
que alguna vez me humilló sin misericordia...
- Lo
sé Agustín. Según me comentó lo hacía para no ceder en el dominio de la pareja.
Pero créame usted fue el hombre de su vida –aseveró la ex funcionaria–
- Enterarse
a deshora o no saberlo, lo mismo da.
- ¿Le
parece? No estoy muy convencida...
- ¿Y
cuál sería el argumento válido para avalar tal hipótesis?
- Mis
deseos de comprobarlo...
Un
prolongado beso almibarado provocó abandonar lo que quedaba de la merienda. La
resuelta mano de la mujer desabrochó fácilmente el pantalón de Agustín quien
claudicó dócilmente. Al fin, extrajo lo buscado, comprobando que Marcela había
sido poco generosa con la masculinidad de Poso. Entusiasmada con la evidencia
continuó con su tarea sin prisa pero sin pausas. Agustín, sin moverse de la
silla, dejó que la mujer expusiera todo su repertorio como solista. Los juegos
continuaron sin exigencias ni apuros insensatos. Gracias a la destreza de la
dama, Poso recuperó sus energías como si un adolescente hubiese invadido su
cuerpo. Sonia, exhibiendo apenas diminutos interiores se mostraba como una
poesía de compleja lectura. Difícil elegir por donde comenzar, menos aún por
donde terminar. Un prolijo triángulo de la lencería cubría supuestos y
desconocidos defectos que la mujer decía poseer, mientras que el final de su espalda
era invadido por una hilacha que conducía a un inevitable extravío. Sus sombras
pectorales explotaban de necesidad, navegando relajados por el núcleo de un
océano que, sin duda, era merecedor del pincel de Gauguin.
Un leve susurro le indicó a Agustín el recorrido a seguir. Dando curso a la
solicitud, arrasó con lo que quedaba indemne de la ropa interior e inició el
deseado proceso que la dama admitió sin vergüenza. Sobre el sillón, la dama se disponía tomando
férreamente la cabecera del mismo permitiendo que la posición favorezca y
potencie la virilidad de Poso; éste permanecía cautivado por la silueta de
Sonia, siendo testigo de un meneo tan constante como obstinado. Agotada,
decidió dejarse caer en el armatoste, rendida, respirando profundamente,
momento en el cual Agustín aprovechó para colaborar con su relajación, rozando
suavemente con sus labios su exótica y madura belleza. El tributo duró lo
suficiente como para provocar una nueva descarga orgiástica. Con su último
aliento y ya fuera de sí, Sonia volcó al muchacho sobre los almohadones que
estaban en el piso, lo expuso boca arriba de modo acoplar las piezas para la
próxima escena. Pausadamente dispuso de un ritmo cansino; los humores de Sonia
resbalaban, a la par que Agustín había capitulado en la contención de su
marisma. La eyaculación esperada, profunda y al unísono, determinó el fin de una accidental y póstuma epopeya.
*
- Me
parece que los dichos de Etchecopar coinciden con su tesis, doctor– aseveró
Agustín-. Ella sospecha que Jimena fue la autora intelectual del crimen. Según
sus afirmaciones, Aldazábal no podía
soportar que el encierro de Marcela contuviera atributos placenteros que ella
misma tenía vedados estando en libertad. Además infiere que, por ser la viuda de Benítez Lastra, contaba con protección de la
estructura judicial metropolitana.
- Desestime
esto último, yo lo hubiera sabido de inmediato. Sobre lo primero mantenga
márgenes de dudas. Las declaraciones de Etchecopar son sólo una punta más.
- ¿Está
dudando de su propia teoría?
- Siempre,
Agustín. La crítica debe nacer a partir del propio pensamiento. Nunca es dable
conformarse con el concepto inicial; es necesario someterlo, desglosarlo, deconstruirlo,
darle un correlato científico. De todas formas, y ahora que lo pienso más detenidamente, me perturba su argumento
sobre la estructura legal debido que, a la vez, está soslayando un detalle
fundamental.
- ¿Cuál?
- ¿Cuánto
duró su entrevista con Etchecopar?
- Y...
algo más de cuatro horas...
- ¿En
ese tiempo le mencionó algo sobre la mano ejecutora? No se olvide que él o la
asesina estaban dentro del penal y no era día de visita. Si no le interesa es
porque lo sabe. Es cierto, Jimena pudo haber contratado a alguien, pero ese
alguien pertenece exclusivamente al ámbito de la penitenciaría, sea convicta o
funcionario oficial. Supongo que a usted no le costará demasiado sostener su
relación con Etchecopar. Puede sernos de utilidad...
- Entonces
lo sabe y bien pudo haber sido ella, doctor. Es notorio que su contradicción
marque un camino de certezas, no veo la razón para que le importe una sola
parte de la verdad.
- Estoy
de acuerdo con su razonamiento, más allá de que mi tesis puede llegar a caerse
a pedazos. Vamos a darle aire a Etchecopar; tratemos de acercarnos a Jimena y
cotejar relatos. Lo dejo en sus manos.
- Vamos
a tener que esperar hasta el sábado, doctor.
- No
lo entiendo...
- La
única oportunidad que me dio Aldazábal para encontrarme con ella y con la nena
es en la Plaza Irlanda los sábados por la mañana; momento libre que aprovecha
para llevar a Celeste a potrear.
- Manéjelo
usted, Agustín. Tenemos tiempo, nadie está moviendo la causa. Lo pude
corroborar gracias a la información que me dieron ciertos funcionarios de
confianza que aún mantengo en Tribunales.
Un
sábado celestial, el sol y brisa para disfrutar de una mañana perfecta. Al
parecer todo el barrio, voluntariamente, aportó su acuerdo para gozar de la
propuesta primaveral. Apartada, en el sector del nuevo anfiteatro, Jimena
trataba de enseñarle a Celeste el manejo de dos marionetas que había recuperado
de su niñez. Poso no logró interrumpir la concentración del dúo mostrándose
como observador de la improvisada obra de teatro.
- ¡Estabas
acá! - mucho más amable que en la anterior oportunidad Jimena lo incluyó
inmediatamente en la ronda de juegos con su hija - ¿Qué te trae por aquí?
- Verlas.
Estar un rato con las dos – ante la conversación de los mayores Celeste optó
por correr en dirección al arenero-, además necesito que hablemos de un tema
relevante y doloroso a la vez.
- Si
de Marcela se trata, te escucho – confirmó Jimena –
- Sabrás
que la causa no camina. Con Riera Molino tomamos el toro por las astas y
comenzamos a trabajar en consecuencia. Expresamente me ordenó verte para que en
conjunto arribemos a conclusiones que nos permitan develar lo que realmente
sucedió. Te aviso que tuve la oportunidad de dialogar con Sonia Etchecopar.
- No
te hacía entre putas de uniforme. Ojalá que sea a favor de resolver el
asesinato – sentenció Jimena –
- Toda
una definición.
- Apuesto
que te sedujo a primera vista – el rostro de Agustín se desfiguró -. Poso... ya
estás demasiado viejo para pensar con los genitales.
- ¿Estuviste
debajo de la cama?
- No
me jodas Agustín. Esa perra es la llave del asesinato, tengo tantas dudas como
pruebas: ninguna. Lo que te puedo asegurar es que tenía atemorizada a Marcela.
La sometía con su poder y gracias a su cargo, mientras que el resto de las
internas callaba a cambio de prebendas y beneficios. La cosa se complicaba
porque ese pedazo de mierda era, a la vez, la amante de Peláez, Director del
establecimiento. Si cae Etchecopar caen todos. Cuando la apuré se me cagó de
risa y hasta amenazó con inculparme. La turra tiene bien aceitados sus
contactos. Ella misma me confesó que su baja era una maniobra del Director para
limpiar de pruebas el lugar, de ese modo se le aseguraba un monto mensual con
formato de jubilación o retiro. Fijate que vive como reina y no labura desde
hace más de dos años.
- Debo
entender entonces que todas las declaraciones de las convictas son un fraude...
- No
es tan así. A pesar de esta tipa, Marcela siempre trató de que imperara la
cordialidad dentro del grupo. Es cierto lo dicho por las chicas pero en sus
declaraciones omitieron, evidentemente bajo presión, mencionar el despotismo de
Etchecopar. Con Marcela muerta, qué seguridades habría para las demás. Tratá de
ubicar a las dos mujeres que por cumplimiento de sentencia quedaron en libertad
luego del asesinato; te vas a encontrar con una sorpresa. Virginia Luengo y
Amanda Solís se llaman.
- Si
lo sabés, adelantame lo ocurrido – exigió Poso –
- Virginia
volvió a la cárcel dos meses después de quedar en libertad, en el marco de un
operativo en el cual le plantaron pruebas, mientras que Amanda falleció
sospechosamente en un accidente automovilístico. Por lo tanto se cae de maduro
que todas las chicas están advertidas de lo qué les espera si se atreven a dudar
y declarar algo que promueva direccionar la investigación hacia los linderos de
Etchecopar.
- ¿Y
estas chicas dudaban?
- Eran
las mejores amigas de Marcela. Siempre me habló muy bien de ellas, no sólo
compartimos el almuerzo varias veces, sino que también me recomendó que contara
con las dos mujeres cuando salieran del penal. Las colocó junto a tu mismo
rango de confianza.
- ¿Qué
se hizo de mis cartas? – preguntó Agustín -
- ¿Cartas?,
nunca supe de eso.
- Durante
los quince meses que Marcela estuvo en prisión le envié no menos de una decena
de cartas, escritas de puño y letra...
- Te
juro que nada sabía al respecto. Te imaginarás que Marcela nunca me hubiese
ocultado algo tan importante para ella – afirmó Jimena-. Sentía que te había
perdido para siempre, sufría con tu falta de interés por su suerte.
- Está
claro entonces que nunca le llegó mi correspondencia.
- Justamente
ese tema lo manejaba Etchecopar –interrumpió Aldazábal corroborando lo que la
misma Sonia le había comentado a Poso–, de alguna manera trabajaba como
fiscalizadora del equipaje y la encomienda que arribaba a la nave seis...
Celeste, vamos, es hora de ir a comer.
- ¿Ya
te vas?
- Tengo
que hacer...
- ¿Te
molesta si la seguimos en otro momento?
- Con
una condición – expuso Jimena –
- Decime...
- La
seguimos esta noche en casa siempre y cuando me cuentes, sin omitir datos, tu
conversación con Etchecopar...
- ¿Y
la nena?
- Voy
a intentar dejarla en la casa de una compañerita del jardín.
- ¿Te
parece que caiga a eso de las nueve?
- ¿Será
el destino? Hay algo que me tiene absolutamente persuadida: Marcela sigue
uniéndonos a pesar de nosotros mismos, acaso porque seguramente yo fui su mujer
y vos su hombre.
- Algo
de eso escuché hace poco...
- ¿De
quién?
- No
importa, esta noche la seguimos. Dale un beso a Celeste...
*
Era
forzoso para Agustín encontrarse con Riera Molino; tenía la impresión que
estaba perdiendo el control de la situación. A la vez lo inquietaba que el jurista
subestimase su capacidad de resolución. Tanto Jimena como Sonia lo habían
incomodado lo suficiente para entender que aún era un simple y aplicado
aprendiz, con mucho camino por recorrer. Riera Molino no dudó un instante en
recibirlo puesto que la urgencia le daba entidad al requerimiento. Finalizado
el alegato, el jurista solicitó a Poso conservar la tranquilidad, le manifestó
que estaba haciendo un excelente trabajo y que tuviera fe en su sentido crítico
e inteligente.
- Estimado
Agustín, con un par de entrevistas ha logrado acotar el calidoscopio de
pesquisas. Si la fiscalía hubiese tenido su empeño, el caso ya estaría
resuelto. Me parece que ambas nos dieron pautas de un comportamiento muy usual
dentro de los ámbitos tribunalicios: el temor como mecanismo coercitivo y de
defensa a la vez. No trabajar sobre las declaraciones de Jimena Aldazábal viuda
de Benítez Lastra para no herir la susceptibilidad de la familia judicial, y al mismo tiempo aplicar idéntica política con Sonia
Etchecopar para no predisponer negativamente a las autoridades del penal.
Cuando se corre la venda de la justicia nunca vuelve al mismo sitio, afirmaron
por ahí. Cosa cierta de cabo a rabo. Me gustaría que tenga en cuenta lo
siguiente: el homicidio de Marcela trajo a ambas mujeres beneficios muy
concretos. Una heredó sus propiedades, otra salió favorecida por un retiro
voluntario con pensión de privilegio. Usted desde el protagonismo, y yo desde
la formalidad, nos hallamos en el ojo del enigma. Olvídese de sus sentimientos
y deseos. Si se acuesta con ellas no deshonre su inteligencia. Es probable que
tras las damas existan intereses complementarios, eso debe duplicar su atención
sobre cada manifestación o palabra vertida.
- Esta
noche tengo un encuentro con Jimena para continuar la conversación.
- Perfecto...
Antes que se retire, me gustaría decirle que tenga en cuenta el consejo de un
otario: “Nunca se olvide de René Descartes"
- Descartes
y el método científico...
- La
duda como método, como crítica, como base del conocimiento científico. Tome
como verdadero sólo aquello que resista toda clase de refutación. Hablo de
refutación inteligente, no me refiero a la chicana, a la refutación de boliche
que se desprende luego de varias rondas de Fernet, espero haber sido claro.
- ¿Y
cómo distinguirla?
- Pregunta
no ha lugar. Trate de no preocuparme Agustín, usted está en condiciones de
discernir al respecto.
- Trataré...
Poso
nunca había reparado en Jimena como mujer. Mientras se afeitaba y frente al
espejo, pensaba en ello con extraña curiosidad. Su innegable belleza era
superada por el rechazo visceral que el joven sentía al observar sus modos y su
inflexible frialdad para analizar ciertos fenómenos que conmoverían a cualquier
mortal que poseyera una pequeña dosis de sensibilidad. Siempre la percibió como
una mala copia de Marcela. Sin embargo, el tiempo transcurrido y la distancia
habían modificado sustancialmente sus prejuicios. Tal vez asumir la soledad
junto a Celeste no solo alteró esa construcción altanera y soberbia sino
también sus propios deseos por intentar agradar. Llevaba sus treinta y cinco
años con suma dignidad, conservaba sus líneas
estéticas de impecable manera. De todas formas no se consideraba intimando con
una persona portadora de esas características individuales. La concebía
asexuada, desprovista de pasiones y ajena a todo tipo de enajenación febril.
Mientras terminaba de frotarse el rostro con loción para después de afeitarse,
pensaba que pretender tener un encuentro íntimo con Jimena era una diligencia
que no merecía sacrificios extremos.
Por su
lado y al mismo tiempo Jimena Aldazábal viuda de Benítez Lastra procuraba
presentar el apartamento confortable y prolijo; había asegurado previamente por
teléfono la provisión de comida china para que arribe a las nueve y cuarto, por
lo cual no debía comprometerse con tareas que detestaba sobradamente. Daba por
sentado que Agustín aportaría la bebida, de todas formas y por las dudas,
prefirió colocar en el estante bajo del refrigerador una botella de su mejor
Syrah. Aprovechó el tiempo que le quedaba para estimular su ego atildando su
presencia con ropas hasta el momento no estrenadas. Concibió aceptable como
combinación una diminuta falda negra, marcadamente ceñida al cuerpo y una
camisa holgada de seda, en gris degradé, que disimulaban hasta el aburrimiento
un busto que entendía excesivo y laxo producto de su maternidad. Su estilizada
imagen era potenciada con medias de oscura tonalidad y zapatos clásicos taco
aguja, de altura moderada. Reservó para sus interiores lencería propia para la
intimidad. No terminó de comprender su propia elección. Nada más lejos que ese
hombre para vivificar su abandonada sexualidad. Frente al espejo se decidió por
un maquillaje natural, casi aniñado, apenas dos hebillas en la zona parietal
derecha sujetaban su cabello.
- Ya
bajo...
- No
es necesario Jimena, el encargado me abre, todavía me recuerda.
Minutos
después, y como era de esperar, Agustín tocó el timbre del departamento que
fuera de Marcela; dos pequeños ramos de jazmines en la mano derecha y una
botella de un Cosecha Temprana patagónico en la mano izquierda fue el cuadro
que observó la dama apenas abrió la puerta.
- Gracias
–un inesperado beso en la mejilla selló un extraño estado de confianza- ¿Sabías
que es mi flor favorita?
- Te
soy sincero, no lo sabía. En parte compré los ramilletes para agradecerte la
invitación, pero también lo hice porque eran los últimos que le quedaban a la
señora que los vendía en el semáforo de Donato Álvarez y Neuquén, y me pareció
un despropósito que a esta hora y siendo sábado no estuviese al lado de sus
hijos. Espero que mi sinceridad no te defraude.
- Todo
lo contrario Poso. Ambas razones hablan bien de vos.
- ¡Estás
hermosa! Es la primera vez que te veo tan... tan...
- ¿Ridícula?
- No
por favor... ni pensarlo...
- Seductora
entonces..., elegante, atractiva.
- Algo
así...
- Gracias
nuevamente. Convengamos que nunca tuvimos una buena relación, ni oportunidades
para observarnos – afirmó bromeando Jimena –
- ¿Y
por qué habrá sido?
- Sin
dudas en el medio existió un sublime bulevar que separó nuestras rutas. A
propósito Agustín, está llegando la comida, bajo a recibirla y regreso, te
invito a destapar el vino.
- Te
espero – fue inevitable para Agustín entender que su inesperada erección
obedecía a la tensión que le provocaba el paso apresurado y oscilante del
cuerpo de Aldazábal hacia la puerta. Esa helenística silueta no merecía tan
pobre auditorio. De inmediato, en soledad, recordó a Riera Molino, a Descartes,
a Marcela; violentamente volvió al objetivo, a los fines determinados, a dudar
de los embustes que la propia belleza suele bosquejar. En menos de cinco
minutos disfrutaban de la cena en animado coloquio.
- ¿Pollo
con almendras? – preguntó Jimena -
- Si,
por favor -Agustín se había encargado previamente de completar las dos
copas con el Cosecha Temprana levemente refrescado, sin usurpar la superficie
que Jimena le había dedicado al centro de mesa.
- Estamos
inmersos dentro de una extraña mezcla de fragancias –
mencionó la mujer –
- A
mi no me molesta.
- Entonces
iniciemos la velada, Agustín. Te escucho.
- Esto
está muy bueno – Poso trató de desviar la atención hacia temas de menor
compromiso –
- Si
hubieran sido mis manos las responsables de la cena te lo agradecería. ¿Qué te
dejó la entrevista con Etchecopar, si se la puede calificar como entrevista?
- No
entiendo la ironía...
- No
cambiás más. Marcela solía decirme
que vos eras una persona demasiado noble y confiada. Recuerdo que te subestimaba
sexualmente, no por tus falencias amatorias, no te asustes, era porque
entendías al sexo como una conexión superadora y sincera entre las personas,
una auténtica comunión entre el cuerpo y el alma. Nunca lo tomaste como una
herramienta en pos del logro de objetivos. Por eso, sospecho, caíste fácilmente
entre las desmesuras de Sonia.
- Crees
que haber tenido una buena cama con esa mujer implica confiar en sus dichos. Siento
defraudarte... Ya no Jimena. Lamentablemente Marcela me enseñó a ser innoble y
desconfiado. No te lo voy a negar, disfruté de un excelente momento, la mujer
sabe perfectamente que debe hacer para que un hombre se sienta completo, pero
sus declaraciones me dejaron tantas dudas como certezas, es decir, la nada
misma en tanto y en cuanto no haya elementos probatorios substanciales.
- ¿Qué
significa eso? – preguntó ciertamente mortificada Aldazábal –
-¿Qué
cosa?
- Eso
que Etchecopar sabe hacer sentir bien a un hombre.
- Exuda
sexualidad, y no tiene límites. Hablando sin medias tintas, ama con lujuria y
le gusta ser amada también con lujuria, su imaginación y su erotismo caminan en
función de hacer valer ese concepto – afirmó vehementemente Poso-. Esto lo
exhibe más allá de lo que hace, su característica principal radica en la actitud
y en su compromiso corporal con la situación. Quien está a su lado no es un
objeto de placer, es placer en carne y hueso.
- Veo
que ha dejado huellas...
- Jimena,
te reitero, una buena cama seguirá siendo una buena cama por los siglos de los
siglos.
- Fuera
de tus experiencias ¿qué hay de lo que fuiste a buscar?
- Ella
sostiene que tus conflictos con Marcela pudieron ser causal del homicidio. Me
habló de tus escenas y discusiones, me confirmó que durante el último tiempo no
llevaste a Celeste.
- ¡Perra
de mierda! – exclamó Jimena, notoriamente enfadada–. Marcela estaba de acuerdo
con vos, varias veces me pidió que no llevara a la nena debido a lo ingrato del
ambiente. Además, durante la última semana, me había advertido de ciertos
cambios en los comportamientos de los funcionarios a propósito de acotar
algunas prebendas que tenía el pabellón: por ejemplo la prohibición de
continuar con del taller literario, como así también terminar con las sesiones
de ejercicios físicos que ella misma coordinaba. Esta puta de Etchecopar la
mató, estoy segura, estaba muy encaprichada con Marcela. Me juego que la obligó
a ir hasta la ducha y se pasó de rosca con la violencia. Explicame cómo entró
ese punzón a la nave.
- ¿Te
llamó la fiscalía, te ofreciste a declarar?
- Fui
dos días después de la cremación. A preguntas formales, respuestas formales.
Nunca volvieron a convocarme...
- ¿Y
no te llama la atención?
- Ni
me llama la atención ni me sorprende. Soy la viuda de quien fuera una de las
estrellas del ambiente judicial, además soy abogada, experta en derecho
familiar, pero jurista al fin, conozco cómo se manejan y qué hacen cuando no
desean llegar a ningún lado: declararse incompetentes, burocratizar las
convocatorias, rechazar por improcedentes determinadas solicitudes, y buscar
todo intersticio que sirva para aletargar procedimientos. Facundo se enojaba
mucho con estos manejos, nuestras cenas se cargaban de quejas e impotencia.
Extraño es que Riera Molino no te mencionara algo tan habitual y cotidiano
dentro de su tan transparente círculo.
- Veo
que Riera Molino no te simpatiza, además noto que Etchecopar y vos coinciden,
ambas responsabilizan a la justicia por amparar intereses puntuales.
- Es
un honor que me instales en un plano de igualdad con semejante atorranta –
manifestó ofendida Jimena –
- No
es así. Ponete en mi lugar y te vas a dar cuenta lo injusta que sos, no te
confundas. Mi tarea radica en llegar a la verdad por sobre todas las cosas. No
sólo la necesita Marcela, también la necesitamos los que la amamos, y hasta la
misma sociedad la necesita.
- Sos
igual que Facundo: inocente e idealista.
- Me
parece que no te compete hablar así de tu difunto esposo. Mirá que tengo
memoria. Benítez Lastra no fue precisamente víctima de la inseguridad; fue
víctima de un delirio diagramado en conjunto.
- Si
querés que la comida me caiga mal, seguí atacando.
- Nunca
es triste la verdad... – afirmó el joven -
- Frases
que aparecen como dogma pero que en fondo nadan en el mar de una lógica por lo
menos discutible. Por supuesto que en oportunidades la verdad es triste y duele,
y no tiene remedio; la muerte, por ejemplo – retrucó Jimena -
- Admito
que no puedo refutar semejante extremo dialéctico. Quizás el mensaje correcto
sería tolerar la verdad con naturalidad.
- ¿Vos
creés que se puede?
- Absolutamente...
- Aceptar
mansamente la verdad, encender un par de sahumerios y a otra cosa... Yo no
quiero eso para mi hija. La verdad sigue siendo relativa porque depende de
quién la imponga. Si fuera por tipos como vos el sol seguiría girando alrededor
de la tierra y al mismo tiempo cientos de astrónomos en prisión gritarían,
estúpidamente, argumentos que nadie escucharía. (El monólogo de Jimena
comenzaba a dejar de lado los esfuerzos previos de ambos a favor de atildar la
verdad). Tarde o temprano será necesario corregir y luego establecer. Te
propongo que pensemos, juntos y en voz alta, cenando comida china y tomando
vino. Si Etchecopar adjuntó sexo a sus argumentos yo te propongo pensamiento,
tal vez sea menos atractivo, pero es la única forma que conozco para acercarnos
a la realidad. De todas maneras, según lo que me contás, creo que mi desempeño
erótico no sería tan descollante.
- Es
un trato.
- Bueno...
pero no me interrumpas – exigió Aldazábal - ¿No te parece que, si hubiese
existido decisión política, el Director del Penal tendría que haber sido citado
a declarar? Fijate que se lo protegió, siempre se lo mantuvo al margen. Resulta que hubo un asesinato en el
“patio de su casa” y ni siquiera se lo molestó para saber si estaba presente en
ese momento. Se acepta como palabra santa la declaración de su colaborada
principal, y se eliminan de plano, todas las pesquisas que puedan llegar a
incriminarlos. No se profundizó nunca sobre el arma homicida y tampoco
intentaron ampliar las declaraciones de sus compañeras de nave. Es la verdad,
Agustín. No intentar averiguar forma parte del secreto de la trama. No saber y
no querer saber, moldean toda una decisión institucional. Creo que no necesito de
una cama para que me entiendas. Te digo más, aunque fuera necesario no lo
haría; no porque físicamente te rechace, sino porque sigo pensando que sos
inteligente. Si algún día me acuesto con vos será por otro tipo de interés.
- ¿Discutirías
del tema con Riera Molino? – Preguntó Agustín - ¿Aceptarías un careo con
Etchecopar?
- Por
supuesto, ambas cosas... Y con el Director del Penal si fuera necesario. Desde
hace tres años tengo una enorme razón para pelear por lo que creo, aún a costa
de mis errores y horrores. En memoria de Marcela y en honor a una persona
que nunca supe interpretar: Facundo...
¿Satisfecho?
- ¿No
te atemoriza desempolvar la causa de su muerte y que te adjudiquen
participación necesaria?
- Realmente
no. Si Riera Molino considera que debo pagar por mi conducta, lo haré. No me
interesan los bienes y menos aún la paz de los cementerios. Te aclaro que desde
hace un par de años estoy buscando deudos y familiares de Marcela para
traspasar sus activos.
- No
te molestes. Sus padres la abandonaron siendo muy chica. El apellido Del Valle
pertenece a la señora que la crió, mujer que falleció de neumonía a fines de
los ochenta. Así la encontré en Plaza Irlanda: sola, hermosa, paseando a
Benjamín, un enloquecido Bretón que tuvimos el gusto de compartir Walter y yo
durante un buen tiempo, por eso me cuesta mucho censurarla...
- ¿Walter?
- Mi
mascota. Otro Bretón. Ellos fueron la excusa de nuestro primer acercamiento.
Nunca supe qué sucedió con el de Marcela. Poco tiempo después que nos separamos, el mío murió; creo que de tristeza
por la ausencia de su amigo.
- Entonces,
Poso, para no irnos de tema: ¿Cuál es la verdad? – volvió a cuestionar Jimena –
- Lástima
que se acabó el vino; me quedé corto – se criticó Agustín –
- ¿Te
gusta el Syrah? Tengo una botella en la heladera.
- Será
un placer.
- Entonces
lo traigo junto al postre. Yo me encargo, vos quedate sentado; si querés poné
algo de música...
- ¿Me
dejás ayudarte?
- No...
La
velada trascurrió acordando los pormenores que, de aquí en más, serían
imprescindibles para efectuar el golpe de efecto que la causa necesitaba para
ser reactivada.
Por
fuera de sus voluntades, el doctor Ernesto Riera Molino sería quién determine
la estrategia, de modo que Jimena y Agustín debían aguardar por las decisiones
del jurista. Sus limitaciones radicaban,
justamente, en cuestiones tácticas y
en el desconocimiento político sobre la conveniencia de escoger los momentos
adecuados para realizar movimientos puntuales. Una simple partida de ajedrez
necesitaba de un maestro en la materia, no de un par de entusiastas conocedores
del reglamento básico, era forzoso saber leer el interlineado.
Entrada
la madrugada se despidieron en el mismo hall del edificio; nada los hizo pensar
que la noche pudo haber terminado de otro modo. El encuentro estuvo a la altura
de sus expectativas en cuanto a confesiones y sinceridades, cuestiones que
portaban desde los tiempos en los cuales competían por la misma presa. Ya no se
odiaban, sólo se sospechaban. En tales circunstancias era un avance de no poca
magnitud.
Apenas
arribó a su domicilio, Agustín comenzó a elaborar el informe que entregaría a
Riera Molino sobre los detalles de la entrevista. En todo momento trató de
evitar subjetividades, aportando datos neutrales sobre la información recogida,
sin percepciones individuales ni análisis arriesgados. Se sentía incapaz para
sostener un cambio de opiniones con el jurista, por lo que borró de plano
impresionar a su jefe con cuestiones ajenas a sus obligaciones.
A las
siete de la mañana había finalizado con la reseña; el café con leche humeante
lo ayudó a completar una doble lectura del mismo para efectuar todas las
correcciones, retóricas y ortográficas, que la importancia del documento
imponía. Conforme con el resultado disparó el correo adjuntando el archivo
correspondiente. Veinte minutos después quedaría profundamente dormido
convencido de que el domingo pasaría de largo sin penas, recuerdos, ni glorias
que apuntar.
A media
mañana del lunes Poso recibe un mensaje de texto en su celular de parte del jurista:
reunión en el estudio a las 15.30. Ernesto.
Estaba
bien descansado. Sólo el fútbol dominguero y su fanatismo por “Los Bichos de La
Paternal” habían perturbado su ambulante y hogareño descanso. Una nueva derrota
lo mantenía acostumbrado y silente. Por entonces, Argentinos Juniors deambulaba en
primera división, como tantos otros clubes, siendo partenaire de un circo diseñado para grandes. Observaba sin juzgar,
como las fotos autografiadas de Diego, del Checho, del Panza y del Bichi se
mantenían firmes en su modular, testigos de aventuras que formaban parte
indisoluble de un sueño nebuloso. Campeón Metropolitano y Nacional durante el
primer lustro de los ochenta, campeón de América y aquella tremenda final
contra la Juve de Platini en Japón; imágenes sublimes que hacían imposible
cualquier signo de menesterosa ingratitud. Aquí, el concepto de “no volver a
aquellos lugares en los cuales fue feliz”, no contaba para Poso. ¿Cómo haría
para obviar su mayor y mejor instancia de tribunera adolescencia? La coqueta y
austera explanada de Juan Agustín García y Boyacá era la universidad de la que
habían egresado los más notables malabaristas de la época, aquellos que
modestamente supieron sacudir su pereza cotidiana.
- Muy
completo el informe, Poso – consignó el jurista apenas estrechó su mano -, le
sugiero mantenga las formas y el buen trato con ambas mujeres. Por mi lado
trataré de instalar el tema dentro del ámbito jurídico y efectuar precisos
contactos políticos para allanar el camino. Voy tras Ángel Peláez, Director del
establecimiento, a través de la cercana relación que me une, desde la época universitaria, con el Secretario de Derechos
Humanos. Es muy importante el momento que vivimos como para desaprovecharlo.
Imaginemos nuestra situación con un gobierno de derechas... ¿Usted cree que les
importaría la muerte de una convicta?
- De
eso hablamos justamente con Jimena, doctor. La necesidad de acertar con la
estrategia para que esto no caiga en un cajón equivocado.
- ¿Confía
en ella, verdad?
- No
coincido con usted, a pesar de lo cual me inclino por la versión de Jimena.
- No
se inquiete, Poso. Sin dar nada por sentado,
respeto su opinión. En lo personal,
debo colocarme por encima de la carga emotiva. Piense que Jimena es la viuda de
mi querido Facundo y sé que estuvo al lado de Marcela cuando los homicidios de
Alicia y Carlos. Le ruego que no me coloque en la posición de tener que
determinar a través de mis afectos.
-No lo
había pensado de ese modo. Disculpe mi torpeza – se justificó Agustín-
- Sospecho
que no antes de dos semanas tendremos novedades. Mi intención es evitar un careo
extraoficial entre las mujeres tratando de manejar el tema de manera
individual. Será clave si logro hacer testificar a Peláez en presencia del Secretario
de Derechos Humanos. No creo que ponga en juego su cargo y su futuro en la
fuerza por alguien que solo le aporta sexo. Es evidente que no sería
descabellado pensar en una negociación, con todo lo que ello implica; detesto
cuando la justicia necesita de estos mecanismos, pero pasado el tiempo uno se
acostumbra. De modo, mi amigo, que lo tendré al tanto de todo. Tiene
algunos días para descansar, se merece unas buenas vacaciones.
- Gracias
doctor, no omita llamarme si necesita algo, por mínimo que sea. Estimo como
probable que permaneceré en la ciudad.
- Cuento
con usted...
Los días
posteriores transitaron sin mayores novedades. Agustín optó por permanecer en
Buenos Aires para ponerse al día con lecturas que se debía. Trató de informarse
sobre la actualidad de la literatura universal contemporánea, indagando sobre
las obras de los autores del momento: Castillo Blanco, de Pamuk y El Africano,
de Le Clezio, fueron algunos de los títulos adquiridos para vindicar su
voluntario retiro. Prefirió apartarse de las damas haciendo caso omiso a los
dos llamados recibidos de parte de Sonia y al efectuado por Jimena. Estaba
convencido que era un actitud correcta en función de mantener cierta profilaxis
a favor de las investigaciones. Deseaba, muy a su pesar, evitar trampas y
operaciones de las sospechosas, disfrutaba de la compañía de Jimena tanto como
del cuerpo de Etchecopar; sin sentenciar, estimaba que sus deseos individuales
no tenían derecho a corromper el trabajo de Riera Molino. No podía defraudar la
confianza que el jurista había depositado en él. Pensaba en la constante
dualidad que vivía ese hombre, en su estado de insatisfacción. El sábado pudo
corroborar, a la distancia, que Jimena mantenía imperturbable sus costumbres
semanales: Celeste en la plaza, y la vieja calesita acuarelizando su tedio
giratorio, o sobre los atriles de madera bocetando con las témperas, confusas sensaciones. Trataba de no
engañarse, se sintió vigilante y a la vez cancerbero, no lo consideraba injusto
pero tampoco sentía que le estaba rindiendo un homenaje a su lealtad. Desde su
vehículo nada pudo observar que le llamara la atención. Se había prometido no involucrarse
y descansar. Es tan legítimo que un hombre edifique su felicidad como su
abandono siempre y cuando no perturbe la felicidad y el abandono de sus
semejantes, queridos y no queridos. Pensaba que ambos estados son respetables,
y que de ellos habían partido los más bellos poemas de los que dispone y
disfruta la humanidad. Ninguno de los dos puede enrostrar fidelidades o
asertos, menos aún intentar transferir sus recetas. “La vida no es otra cosa
que muerte que viene”, afirmó Borges, enigma atemporal e indeterminado que está
más allá de nosotros y de cualquier hipótesis racional. Aunque cabe darse la
satisfacción y embaucarse, convengamos que la trama dura apenas hasta el arribo
de la primera señal que nos ponga en el horizonte las sombras de la finitud. Se
me dirá. Borges también afirmó que “muerte es vida vivida”, pues peor aún, ya
que en esta definición se nos presenta más crudamente nuestra terminalidad. Por
el momento, Agustín no se atrevía a discernir cuál de las dos definiciones
encierra pesimismo u optimismo, sospechaba que conociendo al autor, ninguna. Lo
cierto es que tanto la felicidad como el abandono se hacen tantas y marcadas
concesiones durante la vida que logran mimetizarse y confundirnos para el bien
de nuestra esquelética conciencia…
*
A la
semana siguiente optó por ser uno más de los parroquianos y clientes del bar
que daba frente al inmueble en donde se hallaba el apartamento de Etchecopar.
En horarios alternativos montó guardia a la espera de movimientos singulares.
Desde los ventanales del rústico salón de billares, ubicado en el piso superior
del aggiornado bodegón, podía
observar con claridad la puerta del edificio.
En el
crepúsculo del quinto día logró constatar que el Comisario Ángel Peláez,
portando llaves propias, ingresó a la vivienda sin necesidad de previo aviso.
Cuarenta minutos después una ambulancia acompañada por dos móviles oficiales
con personal penitenciario estacionaron en la puerta del inmueble limitando el
acceso de civiles. Al instante un cuerpo cubierto por lonas oscuras era
trasladado desde la vivienda hacia el interior de la ambulancia por medio de
una camilla. El último en retirarse del lugar fue el propio Peláez dejando en
la puerta un oficial de la Federal a modo de guardia. Mientras se efectuaba el
procedimiento, el celular de última generación de Poso sirvió para captar
secuencias fotográficas del suceso, imágenes que inmediatamente fueron
disparadas a la casilla de correo de Riera Molino. Una vez vuelta la calma y
retirados los curiosos, Agustín intentó un acercamiento al custodia asignado para
indagar sobre lo ocurrido.
- Te
dejaron de seña, hermano – soslayó amigablemente
Agustín en tono de complicidad –
- Forma
parte del laburo. Es lo menos malo que te puede pasar en este rubro. Prefiero
esto antes que andar jugándome en la calle o de ronda con el móvil.
- ¿Cigarrillo?
- Te
lo agradezco, pero dejé de fumar hace dos semanas.
- ¿Cómo
hacés para no fumar en medio de tanto embole?
- Hacé
el favor de no tentarme, todavía me lo estoy preguntando – comentó sonriendo el
oficial –
- ¿Un
fiambre?
- Una
mujer. Según las versiones le bajaron un cargador completo y a corta distancia,
pero no es seguro.
- No me
asustes, tengo una amiga en el sexto piso – fingió Poso -
- Quedate
tranquilo, esto fue en el tercero.
- ¿Puedo
ingresar?
- No
por ahora, todavía hay gente de la Científica en el edificio. Usá el portero
eléctrico, si querés.
- La
llamo luego por teléfono. Si está en su departamento debe estar aterrada la
pobre.
- Seguramente.
Pero quedate tranqui, fue en el tercer piso, departamento B
- Sigo
viaje entonces, que te sea leve.
- Chau
y suerte.
No había
sido demasiado complejo para Agustín corroborar que Sonia Etchecopar había sido
eliminada; concluir que Peláez estaba involucrado en la cuestión no era para
iluminados. Un breve mensaje de texto enviado por el jurista lo incluía
nuevamente dentro del juego: - Agradezco que no se haya tomado vacaciones,
lo espero mañana bien temprano por el Estudio. Riera. –
Hacía
años que Poso no asistía a un verdadero desayuno de trabajo. María del Carmen
Iturralde había preparado, para la ocasión, una variedad de colaciones digna de
los mejores hoteles de Plaza San Martín. Ante el paisaje, percibió que la cosa
venía para largo. A punto de terminar de colgar su abrigo en el perchero,
ingresó por una de las puertas laterales el doctor Riera Molino.
- Cómo
le va, amigazo. Un gusto verlo – enfatizó el abogado-, le puedo garantizar que
su desobediencia nos ha traído enormes beneficios. Ha sido un trabajo extraordinario.
- ¿Son
para tanto los halagos?
- Es
que usted ignora algo muy importante, Poso.
- ¿Puedo
saberlo?
- Horas
antes del asesinato de Etchecopar, el mismísimo Ministro de Defensa y
Seguridad, estando yo presente, se había comunicado con Peláez para conversar
sobre el asunto Del Valle.
- Debo
entender entonces que lo tiene cercado.
- No
es un término jurídico apropiado, digamos que su posición es comprometida al
máximo. Pero hay algo más que debe saber.
- ¿Ya
lo detuvieron?
- No
es eso. Le cuento. En una hora y media, en este mismo lugar, mantendremos un
interesante cónclave. Además de Peláez, estará presente, en nombre del señor
Ministro, el Secretario de Derechos Humanos. Disfrute su desayuno, se lo
merece. Hago un par de llamados y regreso.
- ¿Puedo
comentarle a Jimena la evolución del caso?
- No
me parece prudente. Temo por filtraciones. Hay algo que todavía no me cierra
para entender el circuito.
- Continúa
dudando de Aldazábal – cuestionó irónicamente Agustín –
- Le
ruego siga mis razonamientos: ¿Usted vio disparar un arma a Peláez? ¿Puede
asegurar que la occisa estaba viva cuando el funcionario arribó a su hogar?
¿Durante el tiempo que estuvo fisgoneando, vio salir o entrar del edificio a
Sonia? ¿Tenemos el informe de balística para determinar certezas sobre el arma?
- Ya
entiendo, dudas razonables.
- Son
más que dudas razonables, mi amigo. Estoy entusiasmado con el avance de las
investigaciones pero, en realidad, no tenemos nada todavía, ni siquiera una
mínima prueba. Me falta el informe del forense; justamente es lo que estoy
esperando. No se aflija ni se inquiete, Poso, vamos muy bien.
El
Comisario Inspector Ángel Peláez arribó puntualmente, en compañía de su abogado
Cristiano Luccardi. El Secretario de Derechos Humanos lo hizo diez minutos
después; Riera y Agustín dispusieron del gabinete de reunión conforme a las
cortesías habituales.
- Bajo
ningún concepto, estimado colega, le voy a permitir que incrimine a mi cliente
en sucesos perfectamente cotejables – se quejó airadamente Luccardi- Prosigo: luego
de su convocatoria, mi representado intentó comunicarse con la señorita
Etchecopar a fin de hacerle saber las novedades y advertirle que era probable
una pronta citación. La ausencia de respuesta, motivó que mi representado se
dirigiera a su domicilio con la intención de conversar con ella, personalmente.
No hay razón para negar la relación que los unía, por ello, la posesión de las
llaves del apartamento no implica estar sometido a sospecha. Cuando ingresó a
la vivienda se encontró con la macabra escena; de inmediato, y como marcan las
normas, se comunicó con las autoridades policiales correspondientes para
iniciar las primeras investigaciones. Según el forense, la occisa recibió
cuatro impactos de bala provenientes de una Beretta nueve milímetros. Se encuentra
pendiente el informe sobre los antecedentes del arma, en función de su
utilización en otros hechos similares. Todos los aquí presentes sabemos que por
las marcas de los proyectiles podemos detectar un historial aproximado.
- Dejemos
por un rato el homicidio de Sonia Etchecopar para
entender sobre el caso Del Valle – sentenció Riera Molino -. Tenemos nuestras
razones para inferir que su colaboradora tuvo participación directa en el
homicidio ¿Qué nos puede decir al respecto?
- Yo
contesto doctor, no hay problema - afirmó Peláez -. Hasta hace unas horas tuve
sus mismas dudas, debido a ello poco tiempo después del suceso le gestioné su
baja del servicio activo. Con la muerte de Etchecopar queda cerrada la
posibilidad de continuar con la pesquisa, de modo que poco es lo que le puedo
ampliar al respecto. Para que le quede claro doctor, yo tenía con la occisa,
una relación liberal y meramente física, por lo cual le solicito la mayor
discreción para no perjudicar mis intereses familiares. Volviendo al tema, sé,
de buena fuente, que Sonia poseía sensaciones encontradas con Del Valle. La
amaba y la odiaba a la vez; debo reconocer que me impresionó lo poco que la
alteró su muerte.
- La
misma conducta que se observa de usted con relación a Etchecopar – interrumpió
Agustín elevando su tono de voz –
- No
me parece atinado doctor Riera, que personas ajenas al derecho efectúen
observaciones y realicen adjetivaciones adicionales – censuró Luccardi –
- Puede
que las formas lo incomoden, pero lo recientemente mencionado por el señor Poso
es tan notorio como preciso – sentenció el Secretario-. Si comenzamos a
instalar tesis en función de aventuras psicológicas, pongamos todas las cartas
sobre la mesa y nos ahorraremos contradicciones innecesarias.
- No
lo entiendo, señor – replicó Peláez –
- Simple.
Si usted es capaz de instalar sospechas sobre la base de una conjetura
subjetiva determinada, esa misma conjetura puede lograr satisfacer sospechas
sobre otros actores de la causa – agregó Riera Molino –
- Pero
no todos jugaron el mismo papel, doctor – sentenció Luccardi –
- Eso
es cierto; señor Peláez, le pregunto: ¿Qué lo motivó, ante sus presunciones, a eludir
la responsabilidad de efectuar el correspondiente expediente sobre la conducta
de Etchecopar? –deslizó Riera Molino para luego continuar -. Una baja, sin
argumentos sólidos, ante un homicidio en una dependencia de su dominio, puede
tender a la protección y a la complicidad. En sus considerandos habla de
estrés. Lo cierto es que su escueto informe nada aclara sobre la relación que Etchecopar
mantenía con la convicta ultimada. Su declaración ante la justicia es tan
ambigua como los contenidos de su protocolo interno. Omite mencionar detalles
relevantes: el asunto del arma homicida, cómo ingresó al recinto y la curiosa
ausencia de huellas; el maltrato que su colaboradora le dedicaba a las demás
convictas y el probado acoso que Del Valle soportaba a diario. En lo que a mí
respecta – continuó el jurista - su actuación, Peláez, adolece de la debida responsabilidad
en función del cargo que ocupa, considero que optó por no colaborar a favor de
resolver el crimen, y trató de resguardar a una de las supuestas sospechosas,
casualmente su amante. Esta trágica muerte lo obliga a desempolvar lo que
suponía sepultado, lo que me hace pensar, a la vez, que usted Comisario, no
asesinó a Sonia Etchecopar.
- ¿Es
un sofisma o un afirmación, doctor?
– Preguntó Poso – Realmente me llama la atención su descolgada conclusión.
- No
se apresure Agustín, acaba de llegarnos, vía correo electrónico, el oficio
final del forense, avalado por la Policía Científica. – Mientras se
desarrollaba la reunión, Riera Molino mantuvo sobre la mesa su ordenador
personal como herramienta adicional de información – Aquí se afirma que
Etchecopar falleció entre las dos y las tres de la tarde, por lo que podemos
inferir que el Comisario Peláez se encontró con el cadáver cuando ingresó a la
vivienda...
- Una
pregunta, señor Poso – interrumpió Luccardi - ¿A qué hora comenzó su guardia, entre
paréntesis vale aclarar, ciertamente irregular?
- A
las cuatro y media de la tarde.
- Estupendo.
Creo que la respuesta de su colaborador borra de plano cualquier
responsabilidad de mi cliente en el crimen – señaló el defensor -
- No
me parece atinada su aclaración; es más, la observo como una provocación fuera
de lugar – corrigió ofuscado Riera Molino -. Hasta el momento nadie lo había
inculpado del asesinato de la funcionaria. Faltan datos al respecto, para ser taxativo, su citación a esta reunión surgió debido a la responsabilidad que,
como funcionario en jefe, tenía del establecimiento donde hubo un homicidio. Lo
de Etchecopar aparece a posteriori. Espero quede claro, doctor Luccardi.
- Le
rogamos que tenga la suficiente dignidad como para presentar su renuncia
indeclinable al cargo – interrumpió Armando Cornejo, Secretario de Derechos
Humanos -, de lo contrario, personalmente, le recomendaré al Ministro de
Defensa y Seguridad su remoción, acompañado por el correspondiente sumario
administrativo y, si fuera necesario, elevando causa penal. Piénselo, su retiro
incluye una excelente jubilación, sospecho que no deseará perderla.
- ¿Es
una orden o un acuerdo? – consultó Luccardi –
- Tómelo
como un acto de altruismo - aclaró Cornejo -, disculpen si me extiendo
demasiado, pero estimo que el asesinato de Marcela Del Valle encierra un cúmulo
de interrogantes de imposible respuesta. Haber dejado transcurrir el tiempo,
significó que el luctuoso suceso quedará como una muerte más dentro de un
centro penitenciario. Es probable que hallemos más respuestas si vamos trás del
homicidio de Etchecopar. Por eso, estimo prudente continuar con las
investigaciones sobre este punto. En cuanto a usted, Peláez, lo invito a que
escuche mi sugerencia y comience con sus diligencias. Mi decisión no sólo se encuentra
dentro de la esfera jurídica, sino también se halla dentro del ámbito político.
- No
se preocupe señor, me encargaré de todas las gestiones para que vuestra
decisión se cumpla en tiempo y forma – aclaró Luccardi –
El final
del cónclave encontró a Poso sumido en una profunda depresión. Tal cual le
había indicado Riera Molino, las coincidencias no hacen a la verdad, a ésta es
necesario probarla judicialmente. Estaba seguro que Peláez había asesinado a
Sonia y que sólo una casualidad le había permitido zafar. Sintió, como nunca,
que el caso Marcela Del Valle estaba definitivamente cerrado. Por el momento se
colocó, primero en el lugar del Secretario de Derechos Humanos, luego en los
zapatos de Riera Molino, entendió que la muerte de la asesina de su hijo dilecto
Facundo y la de sus muchachos militantes, Alicia y Carlos, no merecía más
tiempo que invertir. Tuvo ganas de ir a la cancha, olvidarse de todo, gritar
por Argentinos como lo hacía de pibe o de acostarse con Jimena y devolver a su
desgastado cuerpo, algo de la dignidad recientemente ultrajada.
- No
se me caiga, Poso – le sugirió Riera Molino tomando el hombro de Agustín -. Ahora
si, permítase unas vacaciones y vuelva en una semana. Se las merece.
- Gracias,
doctor. Le mentiría si le digo que no las necesito.
*
Disparó
el mensaje de texto como aquel poeta que envía una obra a un concurso
literario: sin ambiciones, con la única esperanza de ser leído.
-Las
invito a pasar una semana en Monte Hermoso, todos los gastos corren por mi
cuenta. Las pasaría a buscar mañana antes del mediodía. Agustín –
La
afirmativa, por parte de Jimena, no se hizo esperar. Un sucinto "OK x
la tarde t´yamo. Jime", fue todo lo que Poso recibió como respuesta a la
iniciativa. Como escritor vocacional odiaba esa costumbre, esos modos de
expresión instalados que estaban minando la belleza del idioma escrito. Estaba
disgustado con las mayorías que, mansamente, se habían afiliado a la idea de
resumir o suprimir todo aquello que no se pronuncia, no se utiliza, no se ve, o
no incluye rentabilidad. Una teoría de selección natural dislocada, sin que el
tiempo medie ante la unilateral declaración informal de lo obsoleto a favor de
la comodidad. Llegará el día, pensaba, en que ese mismo concepto será incluido en
las relaciones sociales; esperaba, cuando menos, que el ciclo se postergue lo
suficiente como para no ser testigo de tamaña simplificación. Imaginaba a los
futuros antologistas, preocupados por los costos de papel y las cuestiones
ambientales, compilando cuentos y poemas plagados de reducciones y signos
figurativos, declarando el ostracismo definitivo de los palíndromos de Filloy,
el fin de la hipérbole quevediana, el cese de la metonimia de Virgilio y la
muerte del oxímoron borgiano. - "I t´q´das inmóvil, i t´salvas".
"Si t´ kiero es xq´sos..." – pobre Benedetti pensó –
- ¿Qué
se te dio por esta invitación Agustín? – Del otro lado de la línea, Jimena
trataba de indagar sobre la sorpresiva propuesta –
- Simplemente
se me ocurrió, eso es todo, apuesto que podemos armar un lindo grupo de viajeros.
Dispongo para mi albedrío de la casa de un viejo amigo de la infancia, sólo
tenemos que pasar por el pueblo en donde vive, aldea que queda unos kilómetros
antes de llegar a Monte, para retirar la llave...
- ¿Hablaste
con él?
- Está
todo arreglado. A las once de la mañana paso por tu casa, arribaremos a lo de
mi amigo a la tardecita de manera no molestar la ceremonia de la cena. De ahí
hasta Monte es una hora más. No necesitás llevar ropa de cama, ni nada por el
estilo. Vamos a estar a dos cuadras de la playa y a otro tanto del centro
comercial. Calculo que en una semana estaremos de regreso, siempre va a
depender de ustedes y de cómo pinte el clima; a fines de noviembre Monte es
bellísimo, el habitante local es muy amable y el ritmo de vida, fuera de la
temporada, es muy apacible. Creo que al auto no lo vamos a tocar, excepto que
el día proponga algún tipo de excursión: algún establecimiento de campo, la
Cascada Cifuentes, Sierra de la Ventana o Pehuen-Co son opciones regionales muy
tentadoras.
- ¿Y
tu trabajo?
- Tenemos
seiscientos cincuenta kilómetros para conversar. Justamente por eso necesito
este viaje – sentenció Agustín -. Necesito salir de tanta cosa que no alcanzo a
digerir...
- A
las once entonces nos verás en el hall. Un beso.
- Hasta
mañana.
El
pequeño y elegante Megane se deslizaba sin exagerar y a prudente velocidad. El
primer tramo de la autopista les propuso la incomodidad de tener que circular frente
al Correccional de encausadas de Ezeiza. Trataron de evitar todo comentario
hasta que el segundo peaje los liberó de tan emotivo paisaje. Adentrados en la
ruta tres, se vieron sorprendidos por la autovía, obra indispensable para
transformar una de las salidas más peligrosas de Buenos Aires en una carretera
rápida y segura. El cruce con la ruta cuarenta y uno sentenció el final de la
misma y los liberó de toda relación con el conurbano residual. A propósito del
asunto, Agustín comentó que a partir de allí comenzaba a respirarse el
verdadero interior bonaerense. Celeste, hasta el momento, se había comportado
dócilmente gracias a la butaca de sujeción que Poso había tomado la previsión
de alquilar; varios muñecos y una pequeña mochila repleta de juguetes
entretenían su ausencia de libertad.
- ¿Preparo
mate? – Sugirió Jimena – Como verás vine dispuesta para hacerle el aguante al
chofer. No sé manejar, pero algo es algo...
- Ahora,
en Gorch, haremos la primera parada. Es una vieja estación de servicio del ACA,
muy coqueta, con baños limpios y un servicio de confitería fresco y de calidad.
Además tiene un parquecito con mesas de recreo, juegos para niños y hasta un
criadero de ovejas en los fondos que, sospecho, sorprenderá a Celeste. En esta
parte de la ruta prefiero no tomar mate mientras manejo, si querés, lo dejamos para
luego de Azul, allí el tránsito comienza a despejarse un poco.
- Bueno,
pero tomate éste, es el primero, después tomo yo sola – insistió Jimena –
- Es
el de los tontos – ironizó Agustín –
- Por
eso mismo, Poso.
Aldazábal,
con ceñidos vaqueros desgastados, remera musculosa y zapatillas deportivas, se
mostraba cómoda y sensible ante las necesidades de su eventual chofer. Cambiar
el disco compacto confiando en su gusto y egoísmo, fue algo que Agustín no
logró evitar. A instancias de la velocidad crucero, hubiese preferido algo de
música clásica, blues, tango o folclore; se tuvo que conformar con el
autoritarismo de Jimena y su personal estuche de compactos: Arjona, Montaner y
Sanz iban asesinando metáforas a la vez que mellaban, con sus indecorosas rimas,
una llanura que solicitaba con desesperación, algo de pudor y respeto por la
poesía. De todas formas, Poso sospechó que el precio pagado seguía siendo negociable
ante tan bella compañía. Manejaba calmo y excitado a la vez, tenía todo el
tiempo por delante para intentar lo que necesitaba. Sabía que entre ellos no
era menester ensayar simulacros seductores. Jimena iba a determinar el momento
oportuno, si él seguía siendo Agustín y no un fantasma de Marcela y su
recuerdo.
- ¿Alguna
vez Marcela te hizo leer algo de mi autoría? – preguntó Poso –
- Ni
sabía que escribías...
- Es un capricho, convengamos que escribir
es otra cosa. Lo hago sin orgullos ni pretensiones. Si tenés ganas de curiosear
para quemar kilómetros abrí la gaveta y te vas a encontrar con una carpeta
negra. Creo que hay un par de cuentos y algunas poesías. Supongo que Marcela no
valoraba demasiado mi oculta vocación. De todas maneras estoy convencido que no es recomendable escribirle y menos dedicarle un
poema a una mujer que amás e intentás seducir y de la cual no has obtenido
señales. Si el poema es malo te descartará por mediocre, y se reirá de vos, si
el poema es bueno te tomará solamente como poeta, nunca como amante. Para ello
hay que acudir a los clásicos del romanticismo inglés de fines del siglo XVIII
y principios del XIX, o también a los surrealistas franceses de comienzos del
siglo XX. Por lo menos no te sentirás un estúpido y habrás leído y recomendado
poesía de enorme valor literario.
- Es
raro que haya omitido semejante detalle. ¿Lo de las señales me incluye? Veamos
de qué se trata...
Si de
poesía hablamos...
...
hablamos de Gog y de Mc Gog, de Papini y Marechal.
La mano
de Paco Urondo cae sin permiso del lado equivocado.
Don
Severo Arcángelo acecha de reojo a Paul Valery
quien
sentencia de lo fatigoso que resulta obrar poéticamente.
Réquiem
de Jueves y el trágico sentimiento
de una
autopista calurosa, camino al sur.
Una
ciudad completa de herejes
masacrados
por la turba del temple.
Tras la
sombra de Heidegger y por la espalda, el castillo blanco.
Gentuza
y caterva vertical,
salvo el
crepúsculo nadie recorre tus huellas.
En aquel
lugar perdido, canciones del que no canta
páramos
y versos aparecidos, la tentativa de un hombre infinito.
- ¿Cuánto
hace que escribiste estos versos?
- Tiene
unos cuantos años – aclaró Poso -. Lo escribí la misma noche en que me despedí
de Marcela.
- Noche
de marcada depresión ¿Verdad? – intuyó Jimena –
- Ante
una situación límite, simplemente expresé un límite más. Recuerdo que había
tomado bastante. Como verás, al contrario de lo que piensan muchos, nunca es
aconsejable suponerse artista estando bajo los efectos de sustancias; en este
caso, alcohol.
- Me gustó mucho. De alguna manera no deja de ser un
vademécum de tus preferencias literarias. Me dieron ganas de leer a alguno de
ellos. Alguna vez leí que cuando el poeta va al médico por un chequeo general y
le diagnostica un mal no previsto se preocupa, y junto con el profesional
procura calma y pone cartas en el asunto. Cuando se le diagnostican dos males
no previstos ingresa dentro del campo de la angustia y con el consejo del
galeno comienza a evaluar la gravedad de ambos para priorizar tratamientos.
Cuando se le diagnostican tres males complejos no previstos, la angustia queda
de lado, ya no quiere averiguar más, e ingresa sin solución de continuidad
dentro de una kafkiana encrucijada existencial: aprovechar lo que le queda para
seguir viviendo como poeta intentando dejar sombra, o invertir ese tiempo,
matar al poeta y dedicarse exclusivamente a extender su temporalidad, ya sin el
deseo de dejar sombra alguna...
- No
te falta razón, algo de eso intenté exhibir. Bueno... ya llegamos. Kilómetro
ciento cuarenta y cuatro: Gorch.
Haber
llegado a destino le estaba otorgando a sus oídos un merecido descanso. Agustín
aborrecía a esa banda de cantantes latinos de prosa vacua, obvia y ritmos
enmelados. Acostumbrado a Strauss y a Mozart, a los grandes tenores, a
Piazzolla, a Larralde y a Vaughan no le encontraba sentido a tanta nota mal
versada y peor trazada; o mejor dicho, sí le encontraba sentido: tener
incorporado hasta los huesos el mal gusto. Por qué no intentar con baladistas
de mayor valor poético y musical, pensó en Serrat, Milanés, Serrano, Rodríguez,
acaso Sabina, en lugar de aquellos sudacas de magras acuarelas musicales, verdaderos
responsables de crímenes de lesa humanidad.
A
instancia de tus ojos
y sin
perderlos de vista
los
desafío al supremo sacrilegio
de no
cegarse ante mí.
Y que
vean lo que quieran
aunque
este espectro se acote,
si tu
reflejo no abraza
a mis
manos y a mis besos
te pido
encuentres excusa
que
sirva a mis objetivos,
que me
inquiete y me sostenga
en esta
batalla perdida,
para que
las brujas nocturnas
te
aclaren que, sin tu dosis,
no
arroparé consuelo
porque
mi mundo cedido
no se
construye sin ti.
Y si
estás debes ser mía
muy a
pesar de lo tuyo
imperiosa
necedad
o
ingenua alegoría.
Te juro
amada mía
soy
esclavo, soberbia y malicia.
- Hermosísimo
– exclamó Jimena apenas finalizó su lectura –
- Este
trabajo lo envié a un concurso, llegué a ser finalista. Obtuve una mención. Fue
publicado en una antología de la editorial que organizó el evento. Empresa,
dicho sea de paso, de la que nunca volví a saber. Demás está decirte que lo
hice bajo un seudónimo.
- No
tiene título.
- Cómo
que no... Poema XV.
- Pero
ese no es un título poético, Poso.
- Titulalo
vos, no creo que el autor se ofenda – bromeó Agustín –
- “Ingenuidades”
¿Qué te parece?
- Queda
bautizado de ese modo, entonces...
La yerba
se había rendido definitivamente. Celeste continuaba compartiendo su sándwich
arrojando pedacitos de fiambre, lechuga y migas de pan a un corderito que se le
arrimó cerca del alambrado que encerraba al rebaño. Las hamacas y el tobogán
descansaban sus siestas de todas las tardes, mientras Jimena seguía leyendo y
comentando, con sus piernas cruzadas y sentada sobre una de las mesas de
cemento, cada estrofa que impactaba su atención. Agustín se mantenía de pie, a
corta distancia, alerta a los movimientos de la niña y espiando, bajo sus
anteojos ahumados, los laterales de la musculosa de Aldazábal.
- Chicas,
es hora de seguir. Vayan al baño por última vez, que yo me encargo de los
trastos y de limpiar todo – ordenó buenamente Poso –
- Deseo
ser mi propio y único extraño, y será porque te extraño que no considero el
retorno como parte del camino – leyó en voz alta Jimena –
- Ese
verso no es mío, confieso que me impactó la profundidad de su simpleza. ¿No te
parece qué estás perdiendo demasiado tiempo en esos renglones? – exhortó
Agustín –
- Cele...
dale... vamos al baño que seguimos – Jimena ignoró la falsa modestia del hombre,
sonriendo irónicamente -. Conmigo no te hagas el humilde.
- No
es falsa modestia, sinceramente te lo digo; esto no tiene ningún valor
literario.
Jimena y
Celeste no pudieron cumplir sus promesas. A poco de reiniciar el viaje quedaron
sometidas al tenue reflejo del sol que ingresaba prepotente por el parabrisas
del vehículo. Los poemas y los muñecos quedaron relegados a instancias de
Morfeo. La siesta como sendero, como apelación poética. Hasta Benito Juárez,
Poso pudo disfrutar de Verdi y de una Jimena que nada podía hacer para evitar
que su escote exhibiese la desmesura de sus pechos. Pensó que la dicha pudo
haber sido mayor; pensó en una falda corta y volada, pensó en aquellas hermosas
piernas de aquel sábado de comida china y vino patagónico, por el momento no
tuvo más remedio que conformarse.
- ¿Qué
hora es, dónde estamos? – preguntó Jimena ciertamente extraviada –
- Cinco
y cuarto, acabamos de pasar el cruce que lleva a Benito Juárez, no me atreví a
despertarlas ya que cada media hora tenemos opciones para detenernos. En veinte
minutos estamos en González Chávez y en cincuenta en Tres Arroyos...
- Celeste
sigue dormidita. Hiciste bien.
- Vos
decime, paramos donde quieras.
- Por
ahora, sólo te pido que cambies de
música, si no querés que me vuelva a dormir.
- Veo
que nos despertamos alunados.
Aldazábal
se estiró como pudo procurando desentumecer piernas, brazos y cuello tratando
de ignorar el comentario de Agustín con relación a su humor de la post siesta.
- Estoy
prácticamente en bolas – bromeó Jimena mientras se ensillaba la remera -.
Espero no haberte distraído. En el fondo odio tener tanto busto, a esta altura
de la vida, sólo molesta.
- Si
hay algo que no me sobra es distracción – deslizó Poso en tono irónico –
- Contame
sobre la causa – exigió Aldazábal haciendo caso omiso a la victimización de
Agustín -
- ¿Es
necesario?
- Hablemos
ahora, tratemos de no arruinar el resto de las vacaciones.
- Como
quieras. Por lo pronto, olvidate que encontremos al culpable de la muerte de
Marcela...
- ¿Es
una broma? – preguntó Jimena con marcada indignación –
- El
Comisario Peláez, si no renuncia, será exonerado por incumplimiento de sus funciones, y Sonia Etchecopar fue asesinada.
- ¿De
qué me estás hablando? Nada salió en los medios sobre lo de Etchecopar.
- Así
como lo oís. Con respecto a la información pública fuimos muy severos para
evitar toda filtración. Los detalles no tienen mayor relevancia, creo que es el
final que todos deseaban. Marcela era sólo una convicta. ¿Qué esperabas? Lo del
Director del Penal se resolvió políticamente, y lo de Etchecopar nunca se sabrá,
porque a nadie le conviene que se sepa. Todas las pesquisas, Luccardi y los
demás juristas, acuerdan que Sonia fue la mano ejecutora del homicidio de Marcela
y que a su tumba se llevó el nombre del autor intelectual. Le descargaron
cuatro impactos de una Beretta nueve milímetros a tres metros de distancia,
nadie sabe ni vio nada; y eso que estamos hablando de un arma compleja, un arma
que generalmente utilizan las fuerzas de seguridad.
- ¿Y
Riera Molino?
- Ni
siquiera se mostró interesado por averiguar la procedencia de la pistola. Sonia
quedará como culpable post mortem, y un nuevo burócrata lavará desde adentro
las ropas sucias.
- Bueno.
De algún modo se hizo justicia – soslayó Jimena -. En lo personal no tengo
dudas al respecto.
- ¿Te
parece? –cuestionó Poso –
- Veo
que un buen polvo condiciona tu opinión.
- No
seas agresiva. Tengo derecho a expresar mis dudas. ¿No te interesa saber quién
mató a Sonia?
- Curiosidad,
tal vez.
- ¡Qué
extraño tu sentido de justicia!
- Armate
una marcha contra la inseguridad si tanto te aflige – exclamó burlonamente
Aldazábal- La justicia burguesa rompe con todos los conceptos que guarda la
incorruptibilidad, debe ser por eso que me causa tanta gracia tu indignación.
Soy viuda de un jurista, Poso. Apuesto que Riera, por fuera de sus
declaraciones formales, coincide mucho más conmigo que con tus insobornables
principios.
- Me
estás subestimando, Jime.
- Nada
más lejos Agustín. La violencia es injusta según desde donde venga. Sartre la
tenía clara...
- Disculpame,
una cosa es un proceso prerrevolucionario en función de modificar estructuras
sociales injustas, y otra muy distinta es un delito común y corriente. Sartre
no hablaba de la violencia individual sino de las reacciones colectivas en
contra de la opresión.
- Como
quieras. Esa turra sembró lo que cosechó. Para mí es tema terminado.
Agustín
continuaba concentrado en la ruta masticando una extraña sensación de
desconsuelo. Jimena no portaba valores humanos por fuera de la media social.
Pensó en la muerte como detalle definitivamente instalado, conclusión y
sentencia, mecanismo ideal para la solución de conflictos. Asumida y aceptada
negación de la propia condición humana; la inteligencia y el concepto de justicia
sometida a su mínima expresión. Debía sobrellevar una nueva derrota; constatar
que la praxis se alejaba velozmente de los principios insistentemente citados y
elogiados a modo de confesión universal. Por Radio Continental, única emisora
nacional con señal disponible y clara, una vecina indignada con el Gobierno
reclamaba por la seguridad argumentando que conocía mucha gente que había sido
asaltada, y que se estaba viviendo una realidad desesperante al respecto. El silencio
de Jimena lo ayudó a pensar que lo cierto de esta premisa escondía otra de
mayor envergadura. El relato daba fe de las víctimas, pero omitía el hecho de
que en nuestro diario andar somos portadores de notables miserias que
fortalecen el delito. Y pensó en los mercados negros y la gran cantidad de
bienes que se comercializan por fuera del sistema, repuestos de automóviles
manchados de sangre al cincuenta por ciento, herramientas que salen de baúles a
precio vil sin que nadie pregunte su procedencia, toneladas de ropa trucha, el
contrabando, la evasión, el fraude... Es cierto, Agustín conocía muchas
víctimas, pero también podía dar fe de cientos de victimarios que protestaban
por la ausencia de seguridad. La hipocresía como norma de convivencia, la corrupción
como característica horizontal, sin distinción de credos, razas o ideologías,
la victimización laborando como eslabón perdido. Mártires y criminales, en un
mismo cuerpo, cambiando de roles, mimetizándose; fines y medios rebotando
dentro de un cubilete fariseo. De pronto asumió que comprender a Jimena era
menos fatigoso de lo que suponía.
- ¿El
Perdido? - preguntó Jimena luego de leer el mural que indicaba el ingreso
a la villa –
- Este
es el pueblo en donde vive Claudio, mi amigo de la infancia y dueño de la casa
de Monte. Retiramos las llaves y seguimos viaje.
- Te
lo ruego, no me obligues a bajar.
- Quedate
tranquila, son diez minutos, entro, hago un poco de sociales y salgo.
- Con
la conversación nos pasamos de largo y no paramos como dijiste...
- ¿Necesitás
ir al baño?
- Más
que un baño necesito estirar las piernas. Por suerte la nena sigue durmiendo,
no desaprovechemos la fortuna. Prefiero llegar cuanto antes y poder cenar.
- Te
lo aseguro, en una hora estaremos frente al mar. De todas formas acá en Coronel
Dorrego hay una estación de servicio en la cual tengo que parar, sí o sí, para
cargar nafta.
- Aprovecharemos
allí entonces. Mientras visitás a tu amigo yo voy a despertar a Celeste, de lo
contrario esta noche nadie va a poder dormir. De paso leo algo más...
Sinónimos
Anhelo
ser advertido
sin la
extorsión del halago
deseo
ser frecuentado
por los
modales de la reserva...
Al
tiempo que supero la evocación
va
labrando agreste la tristeza...
El
encierro es vigilia
con
fanales hendidos,
boceto
venidero
que
disfrazó los detalles...
Pese a
no desear omitir
cierto
es, que el descuido nos omite...
Tan
carente y débil
tan
turbia y tosca
tan
inmadura y atractiva
transita
la vida...
Mi
suburbio es continuidad
de mi
misma ciudad
excepto
cuando el amor
colorea
sus contrafuertes.
Te
esperé
...y te
esperé
como se
espera algo inevitable:
el día,
la noche, el sueño,
la
muerte disfrazada de sí misma.
... y te
esperé en sitios
en donde
nunca estuvimos,
creados
por mi propia inexistencia
y
desmedida crueldad.
...bares
y sus mesas de madera
lustradas
con barnices cuyos tonos
mezclaban
las angustias de los usuarios
con
poemas de escasa integridad...
... y te
esperé dormitando,
transpirando
los años caminados
sufriendo
esa triste sensación
de
esperar lo inesperado;
y que un
día cualquiera
un poco
ya olvidado de la cosa
aparezcas
en mi ausencia
del otro
lado de la mesa
acodada
a los barnices
que
durante un tiempo
reflejaron
tu mirada...
...te
esperé en cuerpos ajenos
violando
identidades
reconociéndote
a oscuras
luchando
contra aromas
desconocidos,
vulgares,
acostumbrados
a olvidar...
...y
espero dejar de esperarte
y que me
licencies,
para que
por lo menos,
con tu
aprobación y gentileza
pueda
dejar de recorrer
mis
miserias y despojos
de forma
tal comenzar a reconstruir
alguna
otra insolvencia que necesita vivir...
Arribaron
a Monte Hermoso a las nueve menos veinte. La residencia estaba ubicada a una
cuadra y media de la playa y apenas a dos de la peatonal céntrica. Era una
típica vivienda de veraneo. Espacio guardacoches a cielo abierto, dos fincas,
frente y contrafrente separadas por un tupido jardín bien ornamentado, a modo
de vergel; un par de parrillas equipadas, cercanas a las mesas y bancos de
recreo, prolijos senderos de conchilla molida y una decena de horribles enanos
distribuidos inútilmente. Ante la opción, el contrafrente contó con el acuerdo
de la dupla ya que poseía mayor amplitud, y sus tejidos mosquiteros estaban
intactos. Mientras Jimena ingresaba a la vivienda escogida, Agustín aprovechaba
para echarle un vistazo a la otra por pedido de su amigo para corroborar que
todo estuviese en orden, dejando, ex profeso, prendida la luminaria exterior
del hall de entrada.
Tres
cómodos dormitorios y una amplia cocina-comedor
garantizaban, al mismo tiempo, holgura y privacidad. Los grandes ventanales
apuntaban al sur, dicha orientación permitía disponer de luz natural y vasta
ventilación durante gran parte del día. Monte Hermoso, por estar ubicado en
plena panza de la costa bonaerense, tiene como característica que el sol sale y
se pone en el mar, por lo tanto el aprovechamiento de esta maravillosa fuente
de energía por parte de los constructores era sólo cuestión de entender algo de
geografía y un poco de astronomía. Si bien estaban sobre asfalto, el arenal del
predio era inevitable por culpa del viento y las continuas corrientes de aire.
Agustín amaba ese lugar y había jurado nunca volver. Estúpida concepción falsamente
filosófica que lo tenía preso hasta el agotamiento.
Había
disfrutado de sus márgenes desde los siete hasta los catorce años. Eran tiempos
cuando la raleada villa pertenecía al Partido de Coronel Dorrego y asumía una
discreta fama por la intensidad del viento norte y la consecuente invasión de
celentéreos que tapizaban azarosamente la enormidad de sus playas. En la
actualidad, aquel antiguo y raso villerío, se erigía como un próspero centro
turístico, plagado de inversiones de toda naturaleza: un estadio polideportivo
envidiable, proyectos edilicios de enorme envergadura, hotelería de categoría,
más de la mitad de sus cuadrículas asfaltadas, varias cuadras de un centro
comercial apetecido por la burguesía y atrayente para el consumidor de clase
media, dos clubes futboleros de excelencia y hasta la franquicia de un equipo
de Básquet profesional que competía en las ligas más importante del país. Su
tasa de residentes había crecido exponencialmente en menos de diez años de la
mano de las inversiones en el rubro de la construcción. Muchos bahienses y
dorreguenses optaron por la radicación definitiva debido a su tranquilidad y
posibilidad cierta de progreso. La inmigración de comerciantes y profesionales
colaboraron a tapizar una red de servicios tentadores, que en algún caso
exhibían precios excesivamente gravosos.
Apenas
ingresó por el Bulevar Majluf, Agustín percibió que ese Monte de su arenosa
memoria, ya no existía; edificios demasiado altos enfriaban tempranamente una
buena porción de la playa céntrica y la bicicleta no formaba parte del paisaje
urbano. De alguna manera no estaba traicionando su rancia convicción de vida.
Por un rato fue feliz, deseaba afrontar días inolvidables, disfrutar la
intensidad, justificar su estricto y cotidiano no regreso.
Cuento
con su ayuda
Cuento
con su ayuda, por favor, pido no se inquiete.
Necesito
de su parte cierta cuota de contención,
alguna
dosis de silencio y sus más secretas fidelidades.
La
empresa es simple, no le llevará tiempo ni esfuerzos inhumanos,
hasta
puede llegar a confundirse y considerarla un juego,
en donde
yo, su ficha, se mueva según sus deseos y albedrío.
Se trata
de compartir la porción de nuestros tiempos
que
tengamos disponible,
cosa que
es motivo de rimas, discusiones y congresos
desde
los inicios de la historia;
algo que
no tiene respuesta, y sí,
cientos
de preguntas equivocadas e irreverentes.
De todas
formas le aclaro que me llama la atención
que tal
cuestión, simple y placentera,
sea
motivo de juristas, cláusulas y convenios
tan
caros a los valores de legistas y tan lejos del afecto y la pasión.
Sin más,
le reitero que mi propuesta sigue en pie.
La amo y
eso reviste para quien le habla
una
impronta irreductible,
un tanto
dictatorial y si se quiere desprolija.
Disculpe
mi formalismo y esta marcada ausencia de talento.
Como sé
de mi seguro infortunio, no veo caso dejar en su memoria
algo
digno de recordarse.
- ¿Qué
me decís de lo que acabo de leer? – preguntó Jimena mientras trataba que la
papelería no fuera víctima del viento –
- Un
fracaso más – contestó Poso –
- ¿Tuyo?
- No
necesariamente. Me extraña el interés que te despertaron estos borradores. Hay
mucho que trabajar sobre ellos, la métrica, el orden, la rima, son un desastre...
Soneto
del Crepúsculo
Crepúsculo
de cumbres inasibles
cuéntame
de tu miel y de tu espanto
no nos
hieras con tu hiel ni con tu llanto
por
cuenta del amor y lo imposible...
crepúsculo
y tu necia soledad
que
invita a sostener una mirada
aquella
que convierte en estocada
el
celaje que arropa tu verdad.
Crepúsculo
de turbias imprudencias
te
advierto que me duele tu talante
fuiste
juglar de indultos y clemencias
divulgando
tan sólo en un instante
que el
amor también vive de indecencias
y el
dolor se atesora en el Levante.
La noche
anterior había sido momento de acomodar el equipaje, cenar en una fonda aledaña
y descansar luego del viaje agotador. La mañana se presentó tan diáfana como
radiante; privarse de la playa, vacía y mansa, era todo un sacrilegio. A pesar
de la época, fue necesario utilizar la sombrilla disponible y dos de las
reposeras que los dueños de este tipo de lugares suelen poner al servicio de
los ocasionales viajeros.
Mientras
Celeste diseñaba proyectos areneros con sus baldes, moldes y palas, Jimena se
dejaba lucir impune exhibiendo un pequeño traje de baño dos piezas color negro
que delineaba a la perfección su firme y epicúrea figura. El día no estaba para
ingresar al mar, pero era inevitable acercarse hasta su orilla para sentir esa
extraña sensación en los pies, luego de tantos años. Ciertas incomodidades
producto de sus visiones le impedían a Poso acompañar a Jimena y Celeste hasta
los fangos costeros; suponía que en breve, acaso la costumbre, logre recobrar el
buscado equilibrio y la calma imprescindible para poder disfrutar de la
jornada.
- Si
no tenés ganas de venir con nosotras, preparate unos mates que enseguida vuelvo
y la seguimos – le sugirió Aldazábal mientras sonriendo con sobradora intuición
dispersaba la arena de su cola -. Voy a pasarle a la nena un poco de crema
protectora y ponerle el gorro, a pesar de la época, el sol está muy fuerte.
Esto es maravilloso, no hay nadie en esta zona de la costa.
- Las
traje hasta aquí a propósito. Las playas del centro me siguen resultando
vulgares e indiscretas, sigo con mi gusto por los médanos y un poco de restinga
y roca por donde caminar...
- Venís
acertando seguido, por lo menos con mis gustos. ¿Cómo me ves? ¿Estoy muy
ridícula con esta bikini de pendeja?
- Celeste
te está esperando.
- No
me contestaste – insistió Jimena –
- ¿Es
necesario?
- No
te equivocás. Me encanta y me excita que no nos puedas acompañar hasta la
orilla. Creo que no existe mujer que no le agrade inspirar tamaña percepción.
- Te
gusta avergonzarme.
- Enseguida
vuelvo – Aldazábal recordó los juegos pendientes que tenía con Celeste y salió
corriendo hasta encontrarse con ella y cumplir con las tareas olvidadas.
Agustín
se quedó en su reposera preparando el mate sin dejar de observar como el meneo
de ese trasero le indicaba que el futuro cuerpo a hostigar era el adecuado.
- ¿En
qué estábamos? – Jimena trataba de reflexionar – Ah sí. No te quiero avergonzar
Poso. Es mi forma de decirte lo bien que me está sentando el paseo, que me
gusta mucho lo que escribís y que me encanta incomodarte. Vos y yo sabemos lo
que va a pasar entre nosotros. Es probable que a partir de esta noche
compartamos más que una cena. Disculpame si te jugué sucio.
- Ya
pasó. Nunca lo tomé de ese modo.
- ¿Puede
un beso sellar el convenio de no agresión? – Aldazábal acercó su boca a la boca
de Agustín, sus labios sellaron con crema, un poco de arena y mucho de saliva,
los labios de Poso. Con su mano derecha se atrevió a masajear la virilidad del
joven para luego tomarlo suavemente por un buen rato hasta liberarlo – No puedo
permitirme dejar pasar este momento, Poso – Con urgencia adolescente Jimena
aprovechó la soledad del arenal, soltó las tiras que sujetaban el sostén
permitiendo que sus senos expuestos al sol sean contemplados y admirados por su
antagonista. – Te invito a compartir la lona... – ¿Y Celeste?
- Yo
la miro desde aquí.
- ¿Un
mate?
- Si.
– Un par de sorbos alcanzaron para dejarlo a un lado. Ambos incluían históricas
necesidades y desventuras a compensar. De inmediato Jimena liberó el tenso sexo
de su acompañante al mismo tiempo que deslizó delicadamente el cavado de la
bikini de modo que, sin necesidad de quitarla, presentara intersticios claros
que le permitieran al miembro viril un ingreso persuadido hasta su profunda
intimidad. Con la vista puesta en la niña, comenzó a estremecer su cuerpo
proyectando, en sus lamentos, la ansiedad de una extensa abstinencia. De
rodillas y de espaldas a Poso, la joven aseguraba escenas que incluían elevada
carga erótica. La observancia de la penetración era tan perfecta como total,
intensidad en los movimientos y una hombría rígida que era consumida y liberada
hasta los límites de la magnitud. El ritmo sólo era interrumpido cuando Aldazábal
notaba que los latidos del glande expresaban indubitables deseos de expulsión.
Como dueña, manejaba la aventura inescrupulosamente, determinante, dictatorial.
Cada orgasmo lo expresaba sin vergüenza a sabiendas que los cincuenta metros
que los separaban de Celeste eran suficiente reaseguro de placer. De todas
formas le urgía que Poso se exhibiera, de modo que se retiró suavemente para
luego darse vuelta, dándole la espalda al mar y proponiéndole a Agustín que
disfrute de sus oscuros y grandes pezones con entera libertad. La idea de no
perder de vista a la niña conspiró contra la posibilidad de ejercer el sexo en
plenitud; de todas formas, no dejaba de ser un interesante diseño juvenil
romper las reglas en el marco de la prohibición. Dejaron para el futuro
inmediato algunos detalles imposibles de practicar, sin embargo Jimena le
dedicó a Agustín la mejor de las conclusiones hasta provocar lo inevitable, lo
denso, lo tibio, la pequeña muerte. Un inmediato y más que fresco chapuzón
marino resolvió la higiene personal que ambos se debían. Contener los deseos de
Celeste en procura de acompañar a su madre fue la fatigosa tarea que Agustín
tuvo la gustosa obligación de afrontar.
- Como
dice tu poema: podés contar con mi ayuda – sentenció Jimena sin atender que se
había habituado inconscientemente a la ausencia del soutien - Me gustaría intentarlo -
- Benedetti
decía: “Ahí está el puente, para cruzarlo o para no cruzarlo". Yo lo voy a
cruzar, sin absurdas prevenciones – deslizó Poso –
- Magnífico.
El puente y la utopía, están allí para seguir caminando.
- Las
doce y media; nos secamos y las invito a una parrilla, luego les propongo que
por la tarde nos vayamos de excusión a Sierra de la Ventana. Pueden aprovechar el
recorrido para hacer una buena siesta.
- Espléndido.
No conocemos la montaña como paisaje...
- Te
aseguro que merece la pena. La vista es imponente, no por su altura sino por la
fuerza que expresan las marcas que el tiempo ha dibujado en sus laderas. Es una
de las formaciones orográficas más antiguas que existen en consecuencia contiene
todas las huellas de los cataclismos y cambios geomorfológicos que sufrió el
planeta. No nos van a alcanzar las manos para sacar fotos. Además en Villa
Ventana, una aldea vecina a Sierra, sitio que se escapó de algún cuento
tirolés, hay una mujer que cocina de maravilla. "Lo de Mariel" se
llama el lugar. Tenemos la opción de cenar allí si lo deseamos. Pan casero de
campo relleno con varios tipos de queso y morrón, milanesas de ciervo,
escabeches de toda clase y especie, dulces, facturas de cerdo y no sigo porque
es hora de almorzar...
- No
hay nada más que decir Poso, estamos en tus manos.
Mientras
los días avanzaban la satisfacción por compartir cada momento se multiplicaba
geométricamente. Habían quedado atrás los manjares de Mariel, La Garganta
Olvidada, Los Piletones, el frustrado intento por ascender hasta El Abra, el
Parque Tornquist, las imágenes del Cerro Tres Picos, la laguna de Sauce, el ascenso
al Faro más alto de Sudamérica, la arboleda y las playas de Pehuen-Co, la
Cascada Cifuentes, la Cueva del Tigre y las apacibles tardes de pesca en Marisol
a la vera del pequeño estuario que forma la desembocadura del río Quequén-
Salado. Jimena y Celeste descubrieron en el sudoeste bonaerense un anfiteatro
de sensaciones novedosas, pequeños y atemporales pueblos, rodeados de una
naturaleza provocativa y, en algún
caso, maltratada. Gente humilde y de
trabajo que diseñaban como orfebres su cotidiano andar, una posibilidad cierta
de vida, un inmejorable aprendizaje. También había quedado atrás la exploración
completa que la pareja hizo de sus cuerpos; experiencias que desarrollaron con
extremo desenfreno ante cada concesión que les brindaba Celeste. Al igual que
el futuro, el pasado no formaba parte de sus encuentros, trataban de respetar
el pacto asumido, sin censuras ni absurdas prevenciones, como escribiera
Benedetti.
- ¿Cuántas
razones tenemos para volver, amor? – preguntó Jimena buscando una respuesta
seductora –
- Sospecho
que habría que buscarlas y luego razonarlas – argumentó Poso, para luego
continuar-, siempre es tentador pensar que estos lugares están definidos por
imágenes y no por realidades concretas de vida. Hemos pasado días maravillosos,
pero me atrevo a preguntarte: ¿Crees qué aquí en Monte Hermoso por ejemplo, la
complejidad no existe? Sé a dónde apuntás,
Jime. Ni loco me perdería la posibilidad de armarnos como familia y radicarnos
en la zona, pero es necesario tener en cuenta las deficiencias existentes...
- ¿Deficiencias?
- Te
nombro una. El sistema de salud y la ausencia de políticas públicas sanitarias
para afrontar situaciones límite. No hay inversión en tecnología médica. El
modelo médico en estos pueblos es placentero, derivar a Bahía Blanca y listo.
La ciudad más importante de la región es el embudo en donde aterriza todo aquel
que conlleve alguna afección delicada y esa lógica se prolonga hacia parte de
la Patagonia – aseguró Poso –
- No
es muy distinto a Buenos Aires.
- Está
bien... Pero en Buenos Aires existen variantes públicas y privadas. Además, por estos pagos, el auto es imprescindible. En cierta ocasión un médico amigo, que
se radicó hace algunos años en Coronel Dorrego me dijo: “Yo cambié tranquilidad
por riesgo. Lo hablé con mi familia y todos estuvimos de acuerdo. Vivir en Coronel
Dorrego, Pringles, Suárez, Monte, Puán, Sierra es una notable contingencia”. Me
comentaba que, ante un evento cardíaco, está comprobado científicamente que un
paciente tiene ciento diez minutos para revertir el proceso a través de
asistencia mecánica. Cualquiera de estas localidades que te nombré está a más
de noventa minutos de Bahía Blanca,
teniendo en cuenta la logística y el
tiempo de traslado, no sólo el viaje en sí propio. No hay margen de error
posible. Una pinchadura, un desperfecto técnico de la ambulancia, te liquida...
- No
soy tan tonta, Poso. Yo asumiría el riesgo siempre y cuando compruebe la
existencia de una red de contención afectiva.
- ¿Red
de contención afectiva?
- La
que podamos tejer en conjunto. Tranquilamente pondría en tus manos la vida de
Celeste y la mía. Sé que ante una crisis resolverías con criterio...
- ¿Y
desde lo laboral, cuál sería nuestro medio de vida?
- Por
un lado podrías alquilar el departamento de Boedo. A través de Riera Molino
regularizo mi situación con respecto a los bienes de Marcela, pudiendo disponer
del inmueble para hacer lo que nos plazca. Ya tenemos un segundo ingreso.
Además cuento con los bienes que heredé de Facundo. Estos bienes, que la
familia decidió que conservara, nos pueden permitir la adquisición de una
vivienda y desarrollar un microemprendimiento, puede ser un comercio o un
estudio jurídico, llegado el caso. No te olvides que sigo siendo Abogada y vos Procurador;
y hasta nos podríamos dedicar a la docencia. Me parece que el tema económico es
lo más sencillo de resolver, contando con la posibilidad cierta de adquirir un
segundo auto para evitar depender de micros, combis o remises.
- Veo
que tenés todo pensado, nena – ironizó Agustín -. No creo que estés
improvisando. ¿Cuánto hace que venís maquinando la idea?
- Te
vas a reír. Fue luego de nuestro primer ensayo en la playa...
- De
mi parte no lo recuerdo como ensayo...
- Bueno... Salir del mar y verte en la orilla, de la
mano de Celeste, observarlos charlar entusiasmados, me impactó notablemente.
Esa despreciable sensación de familia que siempre sentí, se había transformado
en una fotografía deseada, en lo que yo quería para este momento y necesitaba
para mí y para la nena. Y continué pensando en el asunto cada noche, luego de
hacer el amor. Siempre llegaba a la misma conclusión: sos el responsable
absoluto por esa modificación en mi manera de sentir y pensar. No hablo de amor
y toda esa adolescente tontería que sirvió de motivación para casarme con
Facundo. No sé de qué hablo exactamente... Creo que es algo superior, complejo
de explicar mediante el mensaje vulgar... Vos y yo coincidimos en algo
fundamental: “en todo lujo palpita un íntimo
soplo de vulgaridad”, escribió Bioy Casares en Clave para un Amor, texto del
año 1954, tengo entendido. En la misma sintonía de su amigo, Borges aseguró que
"ya no hay hombre que adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni
de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de vulgaridad”. Y esto lo hizo
en 1975 en un cuento titulado Utopía de un Hombre que está Cansado, del Libro
de Arena. Más hacia nosotros el Indio Solari grabaría y fijaría popularmente el
concepto en su maravilloso tema Un Poco de Amor Francés. Digo para vos, para mis
nulos íntimos y escasos conocidos, y ante la meritualidad que exhiben los
exitosos de nuestra contemporaneidad: “elijo el fracaso, pero me quedo con ese
fracaso hacedor, el fracaso que implica seguir caminando a pesar de conocer el
magro destino del intento....”
- Evidentemente
también existe una importante cuota de madurez. Las visiones juveniles parecen
eternas, cuando estás por arribar a los cuarenta uno se percata que el fracaso
y la finitud deambulan por los arrabales de modo inexorable, por eso aparece
cierta actitud conservadora más allá de la propia voluntad – afirmó Agustín -.
De todas formas y atento a tus deseos te cuento que ahí está el puente.
- ¿Eso
quiere decir que lo cruzarías?
- Absolutamente...
Y sin prevenciones.
- Tomemos
entonces el tiempo que nos queda para averiguar sobre costos y demás asuntos
que tienen que ver con un proyecto de radicación sustentable – esbozó Jimena -
- ¿Te
gustaría aquí en Monte?
- No
estoy decidida. Sospecho que Monte debe resultar invadido durante el verano.
Quizá sea lo más viable desde lo económico, pero tengo esa duda. Me gustó mucho
Sierra, sobre todo la parte del Golf y Villa Arcadia. Villa Ventana es un
sueño, aunque tampoco me atrevería a descartar Saldungaray, ni siquiera al
propio Tornquist. No sería descabellado bosquejar un pequeño proyecto comercial
orientado hacia el turismo en cualquier lugar de la comarca serrana.
- A
trabajar entonces. Hay que afinar el lápiz, por ahora tenemos dos días más para
disfrutar.
*
Seis
meses demoraron en gestionar todo lo atinente al definitivo proceso migratorio
que estaba por comenzar. Aquel primer viaje había sido el punto de partida de
varios viajes más para cerrar operaciones e inscribirse legalmente como
incipientes comerciantes y por añadidura como proveedores regulares del
municipio. Definitivamente habían optado por ese
camino. En oportunidades Agustín tuvo que hacer el recorrido en soledad
producto de tener que dividir tareas con Jimena. En ciertos momentos, tanto
Buenos Aires como Sierra de la Ventana, destino final escogido, requerían al
unísono puntuales e impostergables obligaciones. Una de las diligencias más
azarosas fue la de informarle a Riera Molino sobre la decisión que los
involucraba. Si bien al principio el jurista no observó con buenos ojos tal
compromiso, entendió con el correr
de los días que Agustín sería el mejor padre para Celeste. Desconfiaba de
Jimena y su ciclotimia, aspiraba que Poso lograse extraer de ella sus mejores
obras. Desde la escribanía y a través de sus contactos en el registro de la
propiedad, el legista logró que se liberara la unidad, propiedad de Marcela Del
Valle, adquiriéndolo de modo particular, a sabiendas que la inexistencia de
prole no haría que ese monto corriese riesgos. Los ciento ochenta mil dólares
fueron documentados a través de boletos de compra-venta debidamente sellados y
avalados por funcionarios oficiales, aguardando por el tiempo necesario para
escriturar sin observaciones. Esta cifra más otra similar, extraída de los
bienes conyugales de Jimena, le permitieron a la pareja adquirir un local en
funcionamiento y totalmente equipado, que incluía una amplia vivienda. Añadían,
como servicio adicional, el asesoramiento legal y jurídico en cuestiones
comerciales. Para ello dispusieron de uno de los ambientes de la casa a modo de
estudio. La tienda, ubicada en pleno centro de Sierra de la Ventana, ofrecía
todos los insumos necesarios para recreo, camping y turismo; desde artículos de
pesca hasta elementos para la práctica del montañismo.
Debido a
que los casi trescientos sesenta mil dólares invertidos habían salido de la
esfera de Aldazábal todo se documentó a su nombre. Agustín fue quién más
insistió sobre el tema. Lo que no se modificó fue la titularidad de su
departamento capitalino, unidad que seguía proveyendo de una muy buena renta
mensual. Con el tiempo, una vez logrado cierto equilibrio económico, ese
ingreso sirvió para engrosar el ahorro a favor de la adquisición, financiación
mediante, de una camioneta doble tracción, del año 2003, en impecable
estado. Los pocos muebles que tenían fueron en su mayoría vendidos y el resto enviados
directamente por una empresa especializada en el tema. Decidieron mudar sus
efectos personales en el último viaje.
- ¿Y
esta caja, de qué se trata Jime? – preguntó Agustín -. Con esto termino. Decime
si es frágil, digo, para evitar hacer un desastre.
- No
veo la hora que salgamos para Sierra... ¿Cómo es? – preguntó Jimena desde el dormitorio
alzando la voz, mientras finalizaba de armar el bolso de Celeste –
- Está
cerrada con cinta de embalar, parece una caja de zapatos – afirmó Agustín –
- ¿Es
roja?
- Sí...
- Me
llegó ayer –aseguró Jimena -. Es un despacho del doctor Ernesto Riera Molino.
Supuse que lo envió como obsequio por nuestro compromiso. No lo abrí porque
consideré que lo deberíamos hacer juntos. Esperame que ya voy y vemos de qué se
trata, amor.
- Veo
que al costado hay una esquela...
- Ya
voy...
Chicos:
Antes todo, les deseo lo mejor. Ambos han sabido, desde el dolor, enaltecer sus
historias con decisiones valientes y ciertamente envidiables. Luego de examinar
el interior de la encomienda entenderán que de ustedes depende mi visita a su
nuevo destino. Eso sí, siempre y cuando permitan que me haga cargo de los
gastos por mi estadía. No se inquieten por el contenido del encargue, es una de
las tantas realidades que me fue necesario ocultar por cuestiones que prefiero
no mencionar, entendiendo que vuestra inteligencia arribará sin problemas a
conclusiones acertadas. Quien asesinó despiadadamente a Alejandra Bogado y a
mis más caros afectos, Facundo, Alicia y Carlos, fue asesinada en prisión por
alguien no menos desquiciada, debiéndome hacer cargo personalmente de ambos
asuntos. En oportunidades el derecho no posee las respuestas adecuadas; esto lo
aprendí luego de tantas derrotas acumuladas dentro del campo judicial. Espero
sepan discernir desprovistos de rencores, que acaso sospecho, creo merecer. En
una sociedad de víctimas me declaro responsable intelectual, ante ustedes, por
el homicidio de Sonia Etchecopar. Le dejaré al tiempo la potestad de guiarlos
hacia la mejor de las decisiones. Les adjunto un par de escritos. El primero de
ellos es propio y reza sobre la vida como sendero cuyos extremos sucios nos
igualan y otro del genial Thomas de Quincey. Creo que ambos tratan de explicar
buenamente lo que me sería muy complicado de exponer desde la palabra. Mis
felicitaciones y muchos éxitos.
La cátedra de los gatos
El sendero de los extremos sucios
Estoy
extenuado, algo acostumbrado quizás, acaso levemente rendido ante los males que
como hipoteca humana uno tiene la obligación de disfrutar por gravamen
temporal. Resistirse es cuestión absurda; arribar al final del sendero y que
ese finito sea una vaga parodia del camino no me parece seductor.
Borges
se colocó ante la muerte con una actitud de acatamiento, carente de humildad,
miedo o desesperación. Yo no puedo, y la mayoría de las personas que quiero y
conozco tampoco. De alguna manera envidio sanamente al maestro. El crepúsculo
es muy bello, sólo si la mañana siguiente continúa siendo un evento
irreversible. Sigo repasando sus historias. Leo una certera definición de la Muerte:
sucia como el nacimiento del hombre. Pienso. Qué soberbia provocación resulta
higienizar buenamente aquello que se encuentra entre márgenes tan sórdidos. Me
sirvo una nueva taza de café al cual le añado tres gotas de edulcorante -
quema, espero - repaso viejas fotos,
noto que algunas me cuentan novedades. Paisajes que no recordaba conocer,
personas ajenas que me abrazan con una dosis de incomprensible afecto. Distingo
varias mascotas, más precisamente gatos, animales que mejoran y facilitan
exponencialmente la visualización de mi nuevo pasado. No alcanzo a recordar las
razones que motivaron abandonar aquella sana costumbre de ser elegido por un
gato. Y es lógico que ignore algo que no sucedió, debido a que si bien cumplen
el rol de mascota uno no las elige, ellos son los que deciden. Vale decir que
yo no abandoné la costumbre, en realidad ellos optaron por excusarse. Sabiduría
felina me atrevo a sentenciar. El café está templado y a punto. Excepto por el
asunto de los gatos, aún no he logrado purificar el sendero. Continúo con el
recorrido. Un chiquito de unos cuatro años me avisa que alguna vez fui padre,
una nena de dos me lo ratifica. Algo mejora. No mucho. No es responsabilidad de
ellos, espero evitar cualquier confusión al respecto, en todo caso es por una
visión muy particular y un tanto extraña que tengo de la cosa. No les gustó mi
propuesta, dejé que decidieran, no luché – no estoy muy convencido de que la
lucha se constituya como válida en estas cuestiones - acaso siempre pensé que
la mejor manera de estar con un afecto es evitando toda obligación, sea del
modo que sea, mimetizada o taxativa, lo trascendental es el placer de la
presencia, cuando eso no sucede mejor no forzar. En estas otras fotos los veo
algo más crecidos, en la playa y en el campo, eran tiempos en los que viajaba a
Buenos Aires cada quince días, luego, a medida que fueron creciendo y asumiendo
obligaciones y gustos comencé a hacerlo una vez por mes, pasados diez años la
travesía se fue diluyendo de modo imperceptible. Ya no hay fotos en la playa,
ni en el campo, ni siquiera en el pueblo donde vivo. No tengo ganas de seguir,
acaso observo que el recorrido es tan obsceno como los extremos. Comienzo a
repensar los dichos de Borges. No veo muchas diferencias entre los extremos y
el camino. Me sirvo otro café, estos artilugios modernos que lo mantienen
templado y a punto trabajan malamente a favor de las adicciones. “He visto un
arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes”
decía Borges, y cada foto es un arrabal, una carta repleta de espejismos,
errores ortográficos que se reiteran con la soberbia que ostenta la infinitud.
Rechazo la constancia de los ponientes, alucinaciones que no vamos a tener la
fortuna de padecer, al igual que hacen algunos mezquinos cuando deciden rehusar
de la mujer que nunca será. De algún modo los odios comienzan a bosquejarse
bajo la geometría de lo imposible. Aunque pensándolo bien una cosa en nada se
relaciona con la otra, hay que ser muy poco hombre para estigmatizar a una dama
que ni siquiera percibe nuestra existencia. El tema de la finitud encierra
incisos más complejos, por lo menos así lo creo. Ruskin afirmaba que para la
arquitectura y la música: La Noche.
Nunca dijo qué tipo de noche. Invernal o estival, clara u oscura, acaso
lluviosa, tal vez con niebla. Reconozco que estoy disfrutando de esta noche.
Puedo agregar entonces que para recorrer ciertas cañadas es mejor hacerlo en la
nocturnidad y en solitario. Me gusta leer de noche, también escribir, aunque
esto último cada vez lo realizo con menor asiduidad. En definitiva observo mi
aridez como un homenaje personal e inconsciente que le hago a la literatura, no
herirla con publicaciones banales es algo que muchos escritores modernos deberían
hacer, sobre todo aquellos que pretenden transformar el arte en una crónica
periodística. Y hablé de odios. Que suerte no tenerlos. En ese sentido estimo
que los gatos me fueron de gran ayuda para obviar tamaña carga. Debe ser muy
penoso transitar por el sendero de los extremos sucios contaminando el paisaje,
envileciendo un horizonte que en si mismo sostiene un desdoroso final. Ellos
parecen no tener capacidad - o
incapacidad - de odio, si están a disgusto directamente escapan a merodear, no
proponen conflictos terminales, buscan embellecer su recorrido y lo hacen
concientes, debido a que no dudan sobre la precisión de la fórmula. Delinear un
estado de víspera permanente resulta el modelo a seguir, casi nada es
definitivo, sólo el final, por lo demás, el resto es perfectamente modificable.
Un poco de comida, arrojarse bajo alguna planta, mantenerse higienizado y estar
siempre esperanzado ante la posibilidad de una presa, atención permanente que
el gato se reserva para sí como anhelo de vigilia.
Ernesto Riera Molino
“Ahora, entonces, todo ha terminado, y el
género humano ha sido reivindicado. Empero, si te lamentas por el derramamiento
de sangre y el terror, piensa en los males que originaron mis derechos; piensa
en el sacrificio por el que di mi décuplo poder a esos derechos; piensa en la
necesidad de una espantosa conminación y sacudida a la sociedad, para llevar mi
lección a los consejos de los principios”.
El Vengador – Thomas de Quincey
Dentro
de la delicada y coqueta caja, la pistola Beretta nueve milímetros y el punzón
con mango de madera estaban prolijamente protegidos con una gruesa tela de paño
azul. El jurista les había otorgado el más preciado de los obsequios: la
verdad. La verdad como posibilidad cierta de comienzo, colaborando de ese modo
con el necesario olvido que la coyuntura solicitaba. Riera Molino había sabido
escuchar aquellos consejos del novato: tomar un atajo, eso de resignar su ética
profesional y su palabra, dejando al libre albedrío de la pareja enterrar para
siempre, bajo alguna roca de las sierras, tantos años de dolor acumulado; al
fin de cuentas, lo que afirmaba Sartre era significativamente
cierto: “Cuando Dios se calla, uno puede hacerle decir lo que quiere”.
- Vamos
Celeste es tiempo de irnos a casa. No veo la hora de atravesar este maldito
puente – sentenció Aldazábal –
- No se
preocupen, vayan al auto, termino con esto y cierro – sugirió Poso –
FIN…
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