El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Una historia de clandestinidad de Ómar Milano.... del exilio nos hablan Alfredo Zitarrosa y Raly Barrionuevo y los bares del artista plástico Descals


Ernest Descals


Allí estaba, según su costumbre, sentado y acodado a la vera de una mesa, la pared a sus espaldas, en un rincón donde la perspectiva le aseguraba observar al detalle la puerta de acceso al lugar. Charlamos largo rato, más que nada sobre las últimas elecciones, y el estado de la sociedad que nos ha quedado. El Ómar Milano, se explayaba...   




-         Mire Sala, las cuestiones de plata son las mas fáciles de solucionar, ya que con plata se arreglan, aunque cueste trabajo convencer a los que más tienen de que se van a tener que poner…. Lo más grave es la destrucción del tejido social, no tanto en los sectores de muy bajos o nulos ingresos, ya que éstos con el tiempo han construido redes de solidaridad que los ayudan a sobrevivir a estos tiempos. La autodenominada clase media ha sido infiltrada sutilmente con odio y rencor hacia sí mismos, les vendieron la quimera del emprendedorismo y la añagaza de la meritocracia, y va a ser muy trabajoso sacarlos de ese pantano.


La charla caminó por esos andariveles, hasta que en un momento me dijo…


-         Vea que hay tipos que tienen historia, y las han pasado realmente mal, pero no se entregan…


Y allí, sin preludio ni introducción, me comenzó a relatar la historia de Eladio (que por supuesto no se llama Eladio).


-         Allá por fines de la década del ’60 nacieron las Ligas Agrarias ante la inacción de Federación Agraria y el Cooperativismo Agrario. Los jóvenes cooperativistas de UCAL en conjunto con curas tercermundistas, montaron un movimiento rural que abarcó las Provincias del Chaco, Corrientes, Misiones y buena parte del norte de Santa Fe. Hasta al propio dictador Lanusse lo hicieron recular en una histórica concentración en el Chaco, donde Osvaldo “Quique” Lovey lo interpeló duramente en público. Entre ellos estaba Eladio; flaco, petisón, de pausado hablar, y voz profunda (no es que era lerdo para hablar, según decía un compañero: Lo que pasa es que habla “en limpio”) contaba con una ventaja relativa, al ser soltero no tenía responsabilidades familiares que lo trabaran en su accionar. Luego del ’73 las cosas no fueron mucho mejores, aunque durante la primavera Camporista, y los primeros tiempos de Perón en el Gobierno fueron reconocidos como entidad representativa. A la muerte de Perón, volvió a desatarse la represión. Eladio cayó detenido a disposición del PEN y fue a parar a la Cárcel de Coronda, donde estaba al 24 de marzo de 1976, fecha en la cual se cortó todo contacto, al punto que sus propios compañeros lo dieron por desaparecido. Nadie logró saber que había sido de Eladio hasta Octubre de 1982.
En una de esas tardecitas de primavera, sonó el timbre de mi casa; fui, y abrí la puerta, y allí estaba Eladio. Si no me infarté ese día, creo que no me infartaré nunca. De a poco, y luego de las emociones y abrazos me fue contando su historia de fuga y exilio. Resultó que una tarde lo convocó el Jefe del Penal de Coronda para informarle: “Mire, aquí tengo una orden de ponerlo en libertad hoy a la medianoche. Como se que lo van a estar esperando para matarlo lo voy a liberar una hora antes, cuestión darle tiempo a poner distancia, usted cuando salga de aquí, camine todo lo que pueda hasta considerarse seguro; es todo lo que puedo hacer por usted”. De allí en adelante fue toda una aventura, hasta conseguir alguien que lo cruzó en lancha a Entre Ríos. De ahí caminar de noche y ocultarse de día, cruzar parte de la provincia para luego pasar a Corrientes, para más tarde cruzar el Rio Uruguay a nado (criado a chacra en el monte santafesino, era muy buen nadador además). Luego Brasil, refugiado por la ACNUR, y años de exilio en España donde trabajó en Bilbao como albañil. Me relató que ya en la declinación de la dictadura, decidió volver a su patria. ¿Y cómo hiciste para entrar? fue mi pregunta ya que aún estaba en condición de prófugo y a disposición. La respuesta fue simple: “Igual que para salir…”. A su chacra en Santa Fe aún no podía volver, así que estaba con otros compañeros en su misma situación en una pensión del barrio de Palermo en plena ciudad de Buenos Aires. Poco tiempo después pudo volver a sus pagos, y reanudar el trabajo en su campito, que durante esos años había estado a cargo de su cuñado. Hoy, casi con 80 años sobre sus espaldas, sigue en la huella, y si bien ya el cuerpo no da para tanto, la mente sigue activa, y luchando por los mismos ideales.


El Ómar pagó los cafés, dejó la silla, la mesa y el rincón, salió a la calle, no sin obviar mirar hacia ambos lados, hábito que se transformó en sentido desde sus tiempos militantes, antes de emprender la marcha hasta la próxima historia clandestina…




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