Tapa: Mary Sagasti - Camino al cementerio - 2016
Índice
El tiempo es nuestra máxima catástrofe
Los frutales y el Feng Shui
El Inconfesable éxito del
escritor fracasado
Devotos del Temple
El Prometeo Fabrice
El Curcu Pomares y el
triciclo de reparto
Responso y después
El paraíso de Orsino Fusco
El inútil imperio de los Lámelas
Propato sabía...
La exótica ensalada de
frutas
Las suertes
Vértigo
Estúpidos
Inciertos desaciertos
De noche no todos los gatos
son pardos
Mudanza
La banalidad pura
Círculo cansino
Traficante
La cátedra de los gatos
Álamos y toscas
El asunto es vagabundear
Réquiem del poeta
El alta
Chelo de Bacacay
Una Razón
Un tipo
Mi viejo, el tango y el
peronismo
Las cartas
6.15 PM Buenos Aires
Boulevard
Cuestión de clases
La pelusa en el ombligo
Noche de blues
Relato de una profesora
Solo de Progreso
Domingo 7
Arroyo Los Gauchos: Crónica
Todo tiempo pasado fue peor
Cuando Pompeya era París
Flores no tuvo la culpa
Colonia Esperanza, lo que
nunca ocurrió
El Ruso y eso de las condiciones
subjetivas
Dos diamantes esmeralda
El tiempo es nuestra máxima catástrofe
Con todas las
prevenciones y temores que la empresa demanda y tolera ha llegado el momento de
salir en la búsqueda del hombre que no fui. Y si me esfuerzo, acaso a través de
una percepción rápida, completa en sentido común y falsos conformismos, dudo
seriamente en desear encontrarlo. A mi edad, aborrecería sus reproches, que sus
éxitos le reclamen a mis fracasos banales hidalguías, esas que solo pueden
exhibirse post mortem y en boca de
correveidiles que ingresaron a la verbena poco después de haber prestado
atención a la existencia de un cierto haz de luz espiritual, un número
indefinido de tazas colmadas con humeante café y aletargados sones de armonías
sacras. Estimo que ser el muleto de lo que pudo haber sido y no fue resulta una
pesada carga en horas en donde la contabilidad nos habla de absurdos balances y
ficticias posteridades. No sería capaz de sostener sin rebeldía la irónica y
cínica perplejidad de su mirada al detenerse en mi estado de proscripción,
inseguridades que yo mismo comencé a diseñar al momento que cuando joven opté
por darle licencia a sus servicios. Detesto la superioridad moral del que nunca
rompió una fuente de loza porque nunca la lavó, del que no tuvo la valentía de
perderse debido a que siempre se quedó esperando, del que jamás lloró porque
evitó transitar por el sendero del sentimiento. El tiempo individual es nuestra
máxima catástrofe; como nos conoce y es nuestra sombra y memoria nos delata, y
es el que no nos permite, cual cancerbero, liberarnos, para intentar con
modestia usurparle algunos minutos de descuento a la inexorable finitud. Allí,
cual excelso anfitrión, echado holgazanamente en el sillón más cómodo del
abismo, a la vera del hogar y su crepitar, me aguardaba paciente, escuchando,
tal vez para edulcorar mi sosiego, los acordes de Close to the truth de Tony
Joe White, cruzado de
piernas, fumando un Montecristo número tres, el tabaco preferido del Che, con
dos copas del mejor Merlot patagónico, todas elegancias y símbolos a compartir.
Imposible negarme. Al ser su muleto, su mejor fracaso, conoce de mis
debilidades y siniestros gustos terrenales. A la izquierda del hombre que no
fui, sobre una mesa de hierro fundido, lindera al sillón, descansan mis seis
novelas, cada una de ellas prolijamente anilladas cual manuscritos de certamen,
de igual modo mis tres antologías de cuentos y los dos compendios de poesía. No
alcancé a entender el tenor de su desafío hasta que comenzó, a espacios
temporales constantes, a lanzar cada pieza literaria hacia el centro del
bracero para que las llamas hagan de los textos su extinción, excepción hecha
de la miscelánea de cuentos titulada “El sendero de los extremos sucios”,
borrador que inquisidoramente y para mi confusión atesoró, ignorando las
razones que alimentó para tal afán. De inmediato comprendí que el hombre que no
fui no venía solamente por mi tiempo y mi memoria, sino también por aquello que
pudiera quedar de mí: una fuente de loza astillada pero limpia, un valeroso y
épico extravío, y el cause de una lágrima que aún se niega a dejar de amar. Y
al hombre que no fui le tuve compasión, y lo miré a los ojos, y cuando ya
sonaban los últimos acordes del blues, y cuando el habano cubano exhalaba sus
últimos círculos de humo, y cuando las copas quedaron vacías del tinto elixir,
me puse de pié para iniciar el camino, tranquilo y satisfecho, en dirección a la pira, no sin antes
agradecerle, al hombre que no fui, por los servicios prestados cuando de
muchacho y ante la propuesta tuve que escoger.
Los frutales y el Feng Shui
Habían transcurrido
quince años. La última vez que estuvieron frente a la casa fue para pasar
revista a sus seguridades, y lo hicieron procurando cerrar firmemente los
postigos de las puertas y ventanas, no dejando resquicio libre para el ingreso de las típicas alimañas
de llanura, cubriendo prolijamente con amplias telas todo aquel mobiliario
impensable de transportar en un pequeño automóvil, cancelando con herrajes
virtuosos y severos todo galpón o anexo
que se mostrara tentador para los
indeseables amigos de lo ajeno, tunantes y bribones que por entonces moraban libertina y políticamente
protegidos, tanto en la aldea como en poblados vecinos. Ambos necesitaban
partir de ese lugar perdido en el tiempo, coincidían en las motivaciones y
razones, no así en el destino, incisos que por cierto distaban mucho de
instalarse como un sospechoso itinerario de aventura. Prolongaron por un buen
tiempo su intento de ostracismo debido al virtuoso cariño que tenían por sus
mascotas. Los nueve gatos y los tres perros, todos adultos, no podían ser sometidos
a las suertes de la supervivencia instintiva, de manera que aguardaron hasta
que ningún lazo afectivo viviente los sujete a aquel lugar. El propio Camilo se
encargó de enterrar uno a uno, en el parque de la finca, a medida que los
animales se iban despidiendo naturalmente, sin omitir plantar en sus modestas tumbas árboles
frutales de marcada distinción. Mangos, limones, durazneros, damascos,
ciruelos, membrillos, granadas, brevas, fueron distribuidos por el parque a
modo de recoleto recuerdo. Incluso esperaron por la salud y el firme
crecimiento de los plantines para iniciar su viaje sin fecha de retorno. Camilo
era un experto en la materia, la naturaleza se encargaría del resto de la tarea
cuando su ausencia.
Rosario y Camilo
habían regresado de un viaje cuyo itinerario improvisado no les admitió hallar
ese lugar en donde morir resultaba el párrafo menos oneroso a sobrellevar. Carmen
de Patagones, Puerto Madryn, Choele Choel, Sierra de la Ventana, fueron los
lugares escogidos durante ese tiempo para verse envejecer con la sabiduría que
marca el amor en estado de madurez. El matrimonio poseía marcada solvencia
económica producto de pertenecer, cada uno por su cuenta, a un abolengo cuyo árbol
genealógico había procurado dejarles a sus descendientes tranquilidades
financieras que no ameritaran estar atados a las coyunturas críticas del
sistema. Siguiendo su ejemplo el matrimonio tuvo el mismo comportamiento, de
manera que la sustentabilidad de la experiencia no mermó en absoluto sus
cuentas bancarias e inversiones. A cada lugar que arribaban alquilaban pequeñas
viviendas, siempre muñidas de amplios jardines, confortables en su interior, pero
modestas en cuanto a lujos., no necesitaban del ostento para ser felices. Incluso,
renovar cada dos años el vehículo para no tener que afrontar problemas
mecánicos, no les imponía restricciones ni encomiendas adicionales. Sus
garantías eran por demás aprobadas. Acaso algún cambio de domicilio ocasional
para actualizar las licencias de conducir, poder sufragar, cumplir con cada una
de las obligaciones municipales eran motivos suficientes para insertarse dentro
de las burocracias locales. Si bien ambos sostenían ideas políticas similares
procuraban obviar tales dilemas por considerarlos estériles a los fines de la
pareja. A pesar de su condición social creían fervientemente en el
ecualitarismo nórdico asumiendo que la Argentina no era un país pobre sino
desigual e injusto, siendo muy críticos con su clase social de pertenencia.
Allí estaban ambos,
abrazados, nuevamente frente a la casa, quince años después, promediando las
siete décadas, muy bien llevadas por cierto, compilado etario experimentado, saludable,
expectante. La exuberancia de la fronda y el frenesí de la hiedra les impedían
observar la silueta de la vivienda, menos aun sus fondos. Solo el alambrado
perimetral se asomaba esporádicamente por entre el exaltado matorral, por lo
cual decidieron contratar a dos individuos de la aldea que tenían su taller a
dos veredas de la casa, vecinos desconocidos para ellos, especializados en
desmalezar locaciones parquizadas. Al momento del acuerdo Camilo les hizo hincapié
en la necesidad de preservar los árboles frutales que hallasen en su recorrido
debido a la íntima relación que guardaban con esos recuerdos. Durante el lapso
que durasen los trabajos el matrimonio estaría instalado en el único hotel de
la ciudad cabecera del distrito, urbe distante veinte kilómetros de la villa,
con el objeto de liquidar las deudas estatales acumuladas durante su ausencia, aguardar
por el fin de la tarea, y tal vez sorprender a algunos viejos amigos, idea que
prontamente fue desestimada debido a que nada les hacía suponer ser recordados y
menos en una ciudad a la cual, por entonces, solo visitaban para hacer alguna
compra ocasional y puntuales trámites de rigor. El intercambio de números de
celulares con los jardineros les iba a permitir un estado de comunicación
instantáneo ante cualquier duda que pudiera surgir con relación a ciertos
detalles no explicitados, dilemas que se descubren en la misma medida del
avance de obra. Dos semanas después recibieron la llamada telefónica por parte
de los especialistas con la confirmación que ya podían acercarse para
supervisar el trabajo o en su defecto efectuar las correcciones que creyeran
convenientes. Durante ese tiempo habían recorrido la comarca sin ningún tipo de
curiosidad. La cosmética era similar, parecía una región detenida geográfica y
humanamente, de modo que no sentían ni siquiera la vocación por visitar a sus
viejas amistades, más allá de que ninguna de ellas había mostrado indicios
verificables de interés cuando decidieron partir. Su único hijo, Rubén, estaba
radicado desde sus épocas universitarias en Tandil. Se había recibido de
Odontólogo en La Plata formando familia con una compañera de estudios. Desde su
corte umbilical siempre habían teniendo con él una relación, aunque distante,
muy afectiva. En los inicios de la joven pareja solían visitarlos una o dos
veces al año para apoyarlos con alguna contingencia, siempre pernoctando en
algún hotel cercano. No les gustaba invadir. Justamente por esos días se
hicieron una escapada hacia la ciudad serrana, luego de varios años de
abstinencia, y aunque no pudieron encontrarlos, comprobaron por referencias
vecinas que el matrimonio no necesitaba de molestias adicionales.
Exceptuando la
fachada de la construcción, lógicamente erosionada, pletórica en verdín y con
su revoque mayoritariamente caído - en algún rincón se dejaba descubrir el
ladrillo - el jardín anterior, limpio de malezas abusivas, lucía como en los
mejores tiempos, momentos en los cuales los cuidados diarios de Rosario
pintaban una acuarela de elegante traza. Desde luego que los ornamentos
naturales estaban ausentes, y me refiero puntualmente a los rosales multicolores
que el matrimonio había dispuesto de manera simétrica. Los postigos, herrajes y cancelas no habían
sufrido los avatares impetuosos de malandras y afines, incluso se mostraban
poco amigables ante los intentos de Camilo por abrirlos, de manera que para
ingresar a la vivienda tuvieron que forzar la tarea con herramientas pesadas. Una
vez en el interior pudieron constatar que todo empeño a favor de la pulcritud
había resultado escaso. Tanto el polvo en suspensión, como el depositado sobre
el mobiliario superaron las
expectativas, al igual que el cortinado de telarañas, telón indispensable de
apartar para continuar con la revisión. De inmediato notaron que algunos
menajes no estaban acomodados como ellos los recordaban, en primer lugar
adjudicaron dicha impresión a sus laxas memorias, pero a poco de continuar con
el recorrido dicho rastro se fue acentuando hasta que las dudas se disiparon
totalmente cuando observaron que en los tres dormitorios los cabezales de las
camas no orientaban hacia el norte, tal como tenían por costumbre siguiendo las
premisas del Feng Shui, sino hacia el oeste, en donde el despertar así
orientado, según la creencia, resultaba depresivo y desvitalizado. No había
dudas que alguien, o un grupo de personas, había ocupado la casa durante ese
tiempo, o por lo menos durante un lapso de él, más precisamente en sus primera
épocas de ausencia. Rosario recordó el cuento Casa Tomada, pero desechó la idea
de inmediato ya que no creía en la existencia de un aluvión zoológico imaginario
y fantasmal como describiera Julio Cortázar en su extremo y polémico, pero
excelente relato. Asumiendo la compleja situación y aún sorprendidos por la
revelación decidieron abrir la puerta trasera de la casa para verificar los
trabajos realizados por los jardineros en el parque posterior de manera dar por
concluida sus tareas y abonarles los honorarios correspondientes. Ambos
trabajadores aguardaban pacientemente la revisión en el interior de su modesta
camioneta prontos a cumplir con un nuevo contrato a ocho calles del lugar. Para llegar a esa parte del predio no era
necesario ingresar a la vivienda ya que una vereda lateral, paralela al
alambrado, comunicaba el frente con el fondo por lo cual nunca los operarios
ingresaron a la misma. La mayor sorpresa se produjo cuando la puerta finalmente
cedió ante la insistencia de Camilo. En el centro de un bello parque recién
acondicionado, predio que todavía guardaba el aroma lozano del césped recién
cortado, rodeada de doce hermosos y frondosos árboles frutales se erigía una
elegante bóveda, cripta construida con relieves y bajorrelieves tan austeros
como contundentes. Incluso en su parte superior ostentaba óvolos de llamativa
artística grecorromana. Respiraron profundo ante la imagen y sin perder tiempo
Camilo fue hacia donde se encontraban los jardineros para cumplir con el
contrato; una vez consumada la empresa y liberados los hombres, y luego de
guardar su vehículo en el garaje, volvió a lado de Rosario, que inmutable,
observaba la cripta sin atreverse acercarse a sus dominios.
Parece que
acabáramos de despertar de una siesta vespertina profunda, pensó, esas que solo
son posibles de ser asumidas, si por la ventana, en lugar del crepúsculo,
percibimos un nuevo amanecer. Ambos iniciaron la caminata, juntos, esos diez
metros hasta el lúgubre frontispicio fueron tan extensos como el tiempo que
duró su ausencia del lugar. Subieron los dos breves escalones descubriendo que
sobre la puerta una siniestra placa de mármol, datada en el mes de abril del
año 2011, es decir un lustro antes, indicaba: Rosario Inés Bosco de Feijo y
Camilo Andrés Feijo – QEPD. Ingresaron
al recinto de la mano cerrando con firmeza sus herrajes y cancelas interiores
luego de corroborar que sendos ataúdes se presentaban en paralelo, a menos de
medio metro de distancia el uno con el otro, advirtiendo para su gusto que los
cabezales de ambos orientaban hacia el venturoso norte, tal cual como establecía
el paradigma del Feng Shui.
El Inconfesable éxito de escritor fracasado
Promediaba
diciembre. Se acercaba esa época recurrente y escasamente original en donde la
simulación aseguraba venturas insostenibles. Recordó a Kundera cuando se
atrevió a desafiar desde su pluma a aquellos moralmente superiores que se
jactan de sus magras valentías: “Algunos
se alegran de que la inflación de cobardía trivialice su actitud y les devuelva
el honor perdido. Hay otros que ya se han acostumbrado a considerar su honor
como un privilegio especial al que no quieren renunciar. Por eso tienen por los
cobardes un amor secreto; sin ellos su coraje se convertiría en un esfuerzo
corriente e inútil que no suscitaría la admiración de nadie”. Edgardo
pensaba que nadie es del todo valiente simplemente por sus actos, el condimento
que necesita la gallardía es el renunciamiento, el silente rechazo a todo
aquello sobre lo cual, para el hombre vulgar, resulta imposible la resignación.
Lo inconfesable es la virtud máxima, el mayor honor, la obra maestra, una
suerte de postgrado humanístico existencial, diploma crítico en la intimidad de
su ser universo.
Edgardo Morán, como
siempre para estas fechas, se permitía licenciar todo aquello relacionado con
balances y auditorías anuales, cuestiones que por comunes y corrientes las
observaba como banales e incluso como costumbres improcedentes. De manera que
alejado de los arqueos vivenciales y de esos sospechosos asientos libro diario
intentaba no transformar la memoria es un simple relato contable. Además no
tenía razones por las cuales engañarse, sus fracasos personales y literarios
eran tan contundentes que no valía la pena ni el sacrificio ponerlos al
descubierto en aras de una simple fórmula estadística. Todos sus allegados, entre
los que me incluyo, conocían de manera detallada cada poema no leído, cuento
postergado o novela inconclusa. Aún así un inconfesable arcano lo mantenía en
estado de optimista espera. Su mayor éxito como escritor, un ensayo
historiográfico que examinó sus talentos literarios de manera exponencial.
Edgardo Morán tuvo una compleja exigencia: desaprender varios incisos de sus
conocimientos poéticos adquiridos para poder desarrollar la encomienda
solicitada, sobre todo en el área de la lingüística, ya que debía instalarse en
el mundo intelectual y comprensivo de un niño de doce años de edad. Sus dudas
estaban instaladas dentro de ese campo informativo, no tanto en la temática.
Cómo podía cumplir con su compromiso si ya, en el marco de la quinta década de
vida, no alcanzaba a tener referencias ni memoria sobre aquel tiempo vivido,
precoz y lejano decil etario en el cual se debía instalar, en cuerpo y
espíritu, como relator y ensayista...
La propuesta de
trabajo recibida por una familia que bien sabía de sus dotes literarias rezaba
sobre el armado de una reseña historiográfica acerca del Combate del Cerro de
la Caballada y la resistencia del pueblo maragato, evento acontecido en las
cercanías de la localidad bonaerense de Carmen de Patagones, en el marco de la
Guerra contra en imperio brasileño en el año 1827. Este trabajo estaba
destinado a participar en un certamen literario nacional representando a la
escuela en donde su pequeño solicitante cursaba, el evento estaba organizado
por el Ministerio de Educación de la Nación, la Biblioteca Nacional y el
Ejército Argentino, al conmemorarse durante ese año 2007, el centésimo octavo
aniversario de la épica gesta. El premio constaba de equipos informáticos de
última generación para el establecimiento educativo ganador y un equipo
similar, más un viaje de una semana, para el alumno y su familia, a la
localidad de Carmen de Patagones para asistir a los festejos conmemorativos, en
donde el ensayo sería leído y luego publicado de manera oficial, texto original
que moraría por siempre en dependencias del museo local, y una tirada que
incluiría un ejemplar para cada casa de estudios a lo largo y a lo ancho del
País. De manera que existía una doble selección. Primero tratar de elaborar un
escrito que sea valorado entre tantos por las autoridades de la escuela para
bien representarla y en segundo término otorgarle una dimensión historiográfica
y literaria equilibrada para poder ser competitivo teniendo en cuenta que no
menos de cinco mil ensayos estarían sujetos al dictamen del jurado. Y digo
ensayo a pesar de la edad de los concursantes debido a que las exigencias, en
cuanto al formato y extensión, daban cuenta que no se trataba de una simple
monografía a mano alzada, cuestión que podía afrontar cualquier buen copista,
se demandaba un desarrollo que debía comprender prosa y relato en grácil
matrimonio temático teniendo siempre en cuenta la edad del aspirante. Edgardo
Morán nunca debía dejar de lado la prevención que los docentes y jurados,
acostumbrados a dictaminar sobre los empeños de los jóvenes, lo hacen en
función de una premisa tan elemental como determinante: “Si no hay errores, no
lo hizo el alumno”. La ausencia de fallos es la máscara delatora más eficiente
para detectar el fraude. Por mínimo que sea es necesario exhibir erratas
inmediatas que convenzan al evaluador que la identidad de autor no debe ni
puede ponerse en duda, de forma tal su consciente determine que es un
inciso menos para atender, cuestión que favorece la concentración del
magistrado. Acaso un acento, una conjugación algo confusa, tal vez alguna
redundancia. Cuestiones menores para el vulgo pero que ofende los ojos de
cualquier lector avezado. Dilucidado el primer punto a desarrollar y no
conforme aún emprendió el camino hacia la espesura de la complejidad:
desaprender. Edgardo Morán no podía escribir el ensayo como Edgardo Morán, lo
debía hacer como Mariano Cucaro y para ello pensó que la solución estaba en
manos del pequeño Mariano Cucaro. Frecuentarlo dos o tres horas diarias durante
un mes so pretexto de sus dificultades escolares le daría un acabado
conocimiento sobre el manejo del lenguaje del joven lo que le posibilitaría
desaprender su léxico personal y regresar a la lógica de su olvidada niñez. Una
tarea psicológica existencial aderezada con un inestimable compromiso altruista
lo instalaba a Edgardo Morán dentro de una atmósfera de sano temor. Desaprender
es una experiencia riesgosa, compleja, oscura y desconocida, con resultados no
previstos. De manera que tomada la decisión sobre la mecánica a
implementar comenzó a trabajar sobre el segmento de sus emociones; allí, en esa
porción de la memoria es donde instalaría su presente cognoscitivo, dejando el
resto de su masa virgen y a la espera del escarnio intelectual.
Dos meses le llevó
la dura tarea de sospecharse internamente como Mariano Cucaro, instancia que
determinó oportuna para comenzar con el ensayo en sí propio. La
bibliografía recomendada era extensa debido a que la mayoría de los
textos clásicos le dedicaban menos de una carilla a la gesta, excepto el
trabajo realizado por el revisionista Adolfo Saldías, material que le fue
enviado a su pedido por una sobrina nieta del eximio historiador. Debido a ello
centralizaban sus atenciones en las crónicas y gacetillas maragatas, sobre todo
a los testimonios de los descendientes de quienes combatieron aquel 7 de marzo
de 1827. Vaya coincidencia, un 7 de marzo pero de 1976, moría el padre de Edgardo
Morán en una sala umbría y cruel del Hospital Muñiz. Nunca me lo confesó pero
creo que esa concomitancia temporal lo ayudó mucho para aceptar la encomienda. Mariano
y Edgardo acordaron no realizar una reseña estricta y tradicional sobre la
Batalla del Cerro de la Caballada sino desarrollar una historia paralela
tomando a uno de los protagonistas de la gesta, imaginando cada circunstancia
vivida en el frente de combate. Desde luego que no serían omitidos los datos
centrales e indiscutibles, pero se haría en el marco de una suerte de ficción
historiográfica en donde nadie tendría autoridad para alegar que lo relatado
allí no ocurrió, justamente porque el texto le daría credibilidad y
probabilidad a la historia. Evidentemente Mario no había logrado desprenderse
de todos sus conocimientos pasados. Sabía que el jurado iba a prestar suma
atención a todo aquel escrito que por su originalidad lo saque de una rutina
plagada de datos conocidos, copiados y pegados casi de manera obscena. Uno de
los ítems insoslayables era la exposición de dos ejemplares. El primero debía
estar escrito de puño y letra por parte del alumno, con tinta azul, presentado
en las tradicionales hojas de carpeta, y un ejemplar gemelo pero tipeado en
computadora según indicaciones y formatos específicos. Edgardo suponía que la
idea era mantener el manuscrito ganador como el histórico original en el museo
de Carmen de Patagones y su copia estaría destinada a la impresión del trabajo
para su posterior encuadernación y distribución. Los tiempos se habían acortado
vertiginosamente de manera que era momento para comenzar a desarrollar el
ensayo historiográfico planificado.
La merienda, luego
de la siesta, fue la hora acordada por el binomio, esto le permitía a Mariano
cumplir con sus obligaciones escolares durante la mañana y a Edgardo consumar
sus contratos como traductor, profesión de la cual vivía, de manera muy modesta
por cierto. Dos semanas alcanzaron para bocetar el borrador del trabajo, las
diez carillas exigidas rezaban sobre las vivencias, redactadas en primera
persona, del marino norteamericano Juan Bautista Thorne, miliciano
voluntario que tuvo la osadía de asaltar al buque del imperio bautizado como El
Itaparica, exhortar la rendición a su capitán y arriar de inmediato el pabellón
del navío agresor. A los pocos días de comenzar la tarea Edgardo se vio en el
deseo de explicarle a Mariano las razones por las cuales, habiendo muchos otros
valientes, acaso más destacados y criollos, escogió al marino Thorne como
protagonista del relato. Los azares de la literatura y la investigación
nos llevan a revelaciones inesperadas, le comentó. Para luego extenderse.
Cuando tenía tu edad vivía en el barrio porteño de Caballito, casi al límite
con Flores, más precisamente en la esquina de José Bonifacio y Malvinas
Argentinas. Era una casa modesta pero amplia, muy luminosa con varios
ventanales al exterior. Como era un terreno de esquina no tenía patio interno,
apenas un fondo que mi madre utilizaba como lavadero. De manera que la calle
era el hábitat natural para jugar y disfrutar con mi barra de amigos. A una
cuadra nacía una cortada que emergía escondida por entre la fronda imponente de
la Avenida Pedro Goyena. Como era muy poco transitada, y más en aquellos
tiempos, se imponía sin protesto como nuestro lugar elegido para recreo. Esa
cortada, que tiene la característica de morir y nacer varias veces en su
recorrido razón por la cual los vehículos la solían evitar para nuestro
beneficio lúdico, se llamaba Thorne, y nunca tuve la curiosidad por saber las
razones de su nombre. Hermosa manera de aprender y recordar. Una vez finalizado
y corregido el borrador leyeron el ensayo no menos de diez veces. El dilema era
ubicar con precisión quirúrgica esas dos o tres erratas que no pusieran en duda
la autenticidad del texto y su correspondencia con la identidad del joven
autor. Escollo que fue solucionado por el propio Mariano al momento de
transcribir el borrador hacia el original, debido a que en el amanecer de la
obra pasó por alto un par de acentos, además de establecer un confuso pero
legible recorrido de signos ortográficos. La corrección final por parte de
Edgardo subsanó cualquier reiteración. Como anexo, Morán le propuso al
muchacho, a modo de epílogo incluir en ambos ejemplares algunas copias de
imágenes y lienzos pictóricos que rememoraban la gesta épica. De esta manera
quedaba graficada la investigación realizada. Completados los pasos armaron las
dos carpetas y las introdujeron en el sobre bolsa para que Mariano lo presente
ante la Directora de la escuela lo más rápido posible, teniendo en cuenta que
en pocos días se estaba venciendo el plazo estipulado. El tiempo transcurrió
sin mayores novedades. Edgardo le había advertido al Mariano que en este tipo
de cuestiones no valía la pena ilusionarse ni crearse falsas expectativas. El
intento y el conocimiento adquirido ya eran suficiente premio. Aún así el joven
vivía sus días con marcada ansiedad debido a que su guía había estimulado de
manera exponencial placeres para él desconocidos. La literatura, en especial la
ficción, fue uno de ellos. La primera tarde, luego de entregado el trabajo,
sintió una extraña sensación de ausencia, una suerte de duelo, instancia de
congoja que no tenía manera de dar a conocer. No estaba interesado en salir a
jugar con sus amigos ni en ver televisión, carecía de ese hábito que lo había
acompañado buenamente durante las últimas semanas, su determinación estaba
centrada en la tarea creativa y esbozar esa experiencia en el papel. Así
comenzó, en el silencio de la siesta, a descubrirse tímidamente como aprendiz
en las artes literarias, emulando, sin dejar inciso de lado, a Edgardo Morán,
un escritor desconocido, ducho en las ciencias del fracaso, un freelance que se
ganaba la vida desde su oscura y solitaria morada, realizando traducciones de
variado tenor.
Cierta mañana, a
poco de ingresar al aula, la maestra le indica a Mariano que debe ir de
inmediato a la dirección bajo requerimiento de las autoridades del
establecimiento. Su corazón comenzó a latir a ritmo acelerado. No podía ser
otra cosa que recibir la información que estaba aguardando desde hacía dos
meses. Un boletín impecable y una conducta ejemplar no ameritaban otra cuestión
que no fuera el concurso literario. Efectivamente, luego de golpear la puerta
del despacho y recibir el visto bueno interno observó que su madre y su padre
estaban apostados a los costados de la Directora, ambos sonriendo como nunca
antes los había visto. Varias cajas, de buen porte, herméticamente
cerradas les hacían firme vigilia cual guardia pretoriana. Te queremos dar
la buena nueva que tu ensayo historiográfico ha obtenido el primer premio en el
concurso nacional sobre la Batalla del Cerro de la Caballada, - inició su
alocución la Directora -, no te avisamos sobre la preselección que hicimos
en la escuela para no crearte desmedidas ilusiones. Sabíamos que estábamos ante
un extraordinario trabajo literario, pero a una, como formadora, siempre la
serena la prudencia, por eso dejamos que el tiempo se encargue de responder.
Como ves a tu derecha, la escuela ya recibió los premios acordados, cosa de la
que haremos mención durante el acto de fin de curso, estas cajas que están a tu
izquierda son de tu pertenencia, y la presencia de tus padres se debe a la
entrega que les hago en este mismo momento del pack correspondiente a los
pasajes y la estadía en Carmen de Patagones, en la fecha consignada, a los
efectos de los actos conmemorativos de la gesta histórica. Felicitaciones,
Mariano, no solo le has hecho un gran aporte a la institución desde lo
tecnológico y educativo, además has logrado posicionarla en el ámbito de la
cultura nacional. Estamos muy orgullosos de vos, de tus padres y de alguna manera
de nosotros mismos, ya que en buena medida somos los responsables de tu
formación. Luego del empalagoso rito de los usuales besos y abrazos Mariano
pidió permiso para retirase más temprano ya que deseaba comunicarle la novedad
a su entrañable mentor, amigo del barrio que hacía varias semanas no visitaba y
que lo sospechaba tan ansioso como él por saber del destino que había corrido
tamaño esfuerzo intelectual. Con la anuencia de sus padres, conocedores pero
silentes del embuste, la Directora prestó su autorización. Agitado, Mariano,
arribó a la casa de Edgardo, tocó el timbre en varias oportunidades, nadie le
respondió. Le llamó la atención, el escritor era hombre de vida muy ordenada,
metódica y casi sistemática, sus mañanas estaban dedicadas a las traducciones
cumpliendo con un horario formal y establecido. Supuso de algún trámite o
cuestiones por el estilo. Prefirió no esperar y volver en otro momento. Esa
misma tarde hizo un nuevo intento hallando la misma respuesta. Así pasaron
varios días, el mismo silencio, la misma ausencia. A la cuarta jornada, a poco
de observar que la vecina contigua a la casa del escritor estaba
hermoseando sus rosales del jardín aprovechó la ocasión para preguntarle si
sabía algo de Edgardo Morán. Tristemente y en el lapso de una semana Mariano
había recibido la mejor y la peor noticia de su corta vida. Y ambas tenían
relación con la misma persona. La primera de boca de la Directora, la segunda
de boca de la vecina de Morán. Edgardo había fallecido hacía un mes por causa
de un cáncer pancreático fulminante. Nosotros, sus deudos, familiares y amigos,
siguiendo sus precisas indicaciones, hicimos cremar el cuerpo y diseminamos sus
cenizas prolijamente por entre el empedrado de la calle Thorne, entre José
Bonifacio y Avenida Directorio, uno de los pocos lugares en donde Edgardo Morán
había sido feliz. Antes de partir y como colega, Morán me encargó acercarme al
joven Mariano Cucaro, me explicó la relación literaria que tuvieron, explicando
con lujos y detalles la hermosa experiencia vivida, solicitándome de manera
específica que le insista en no olvidar que durante un tiempo maravilloso
fueron artísticamente uno, que no había razón alguna para confesar
absolutamente nada si es que la suerte lo premiaba y que se iba de este mundo
convencido de que el joven iba en camino de ser una versión muy mejorada de sí,
transformarse en el volumen original de la historia. Así lo hice, tanto Mariano
como sus padres accedieron con tristeza a la última voluntad de Edgardo,
conversamos un largo rato y se comprometieron a cumplir taxativamente con el
inconfesable acuerdo, unión literaria que el muchacho trataría de honrar en
cada acto de su vida.
Es diciembre de
2016, pasaron nueve años desde la muerte del escritor fracasado y aquel bello
logro inconfensable, y guardo para mí el mismo sentimiento que Edgardo Morán
tenía por estas fechas. Por ventura varios cuentos y poemas de Mariano Cucaro
han obtenido menciones y amplia valoración en los círculos literarios juveniles
más importantes, ganándose una merecida beca como escritor en el Fondo Nacional
de la Artes. Pasados los años, Edgardo sigue siendo su mentor, su mejor fuente,
tanto es así que semanalmente el muchacho dispone de algunas horas para caminar
por la calle Thorne, por el empedrado de la calle Thorne, cuando la rima le es
esquiva, cuando no logra que el cuento se transforme en una obra
inconfesable...
Devotos del Temple
Gilbert Hérial
ingresó a la orden siendo muy joven, durante el período tibiamente pacífico que
se desarrolló entre la segunda y tercer cruzada, avanzada la séptima década del
siglo XII, convencido que servir a Dios, sin dejar inciso de lado, incluso la
espada, debía ser el paradigma de todo aquel que comulgara unívoca y
universalmente con la fe cristiana. Esta actitud de vida lo premió en el año
1193 llegando a erigirse como el decimosegundo Gran Maestre Templario. Gilbert
procuró, durante su liderazgo al frente de los Pobres Caballeros de Cristo del
Templo de Salomón, reafirmar la paz que Ricardo Corazón de León había logrado
con los musulmanes, acuerdo que el propio britano había sellado con el mítico
Saladino, el 2 de septiembre del año 1192. Sus desacuerdos con el Papa
Inocencio III, debido a esta política de consenso con los infieles y herejes,
generaron que la orden fuera desplazada de las prioridades pontificias, dilema
que logró remediar luego de haber participado y destacado en la reconquista de
la península Ibérica. Hasta aquí el sumario oficial que la historia pontificia
nos legó sobre Gilbert, reseña que cualquier curioso puede encontrar en los
textos corrientes que describen la historia del Temple. Manuscritos en
caracteres griegos y latinos, hallados en el monasterio de San Polo, ubicado a
las orillas del Duero, en la ciudad de Soria, España, veinte años después del
final de la orden, acaecida en el año 1314 con el calvario del último Gran
Maestre Jacques de Molay, aseveran que Gilbert Hérial, además de los votos
cardinales que la orden demandaba, se reservaba para sí la tarea de formar
espiritual e intelectualmente de manera personalizada a jóvenes con proyección,
aspirantes que debido a su entereza, altruismo y constricción religiosa eran
llamados a ser los futuros líderes de la orden. La difusión de estos
manuscritos le dio la posibilidad a los juglares del medioevo a recrear sátiras
desdorosas en contra de Gilbert, en donde la sodomía y una extensa variedad de
perversiones le eran adjudicadas a modo de comedia. Justamente los llamados
gollardos era la troupe de artistas
itinerantes más virulenta debido a su génesis clerical. Los cazurros, los
remedadores y los zaharrones, acaso menos violentos, no omitían exponer con sus
imitaciones grotescas escenas sobre las imaginarias obscenidades endilgadas a
los Templarios, en especial haciendo mención de su decimosegundo Gran Maestre.
En los escritos citados consta que uno de sus discípulos más avanzados, acaso
con el que Gilbert tuvo mayor intimidad, fue Pedro de Montaigú, joven que,
posteriormente, desde el año 1219 y hasta el año 1230 fuera ungido como el
decimoquinto Gran Maestre de la Orden. Ya en nuestros días Umberto Eco, en su
brillante novela El Péndulo de Foucault, de manera satírica, hace referencia a
ciertas prácticas en donde la obediencia y la subsumisión sexual se imponían
como condición indispensable para acceder a los estadios superiores de la
orden. Lo cierto es que nadie, en pleno auge del Temple, hubiera osado replicar
estas versiones tan fantasiosas como ofensivas, solo fue posible cuando los
Caballeros cayeron en desgracia papal mediante los ignominiosos y mendaces
procesos a los que fueron sometidos sus últimos integrantes, incluido el
mencionado de Molay. Se los acusó de herejía, sodomía y paganismo, de
sacrilegio, de escupir la cruz y negar a Cristo mediante ritos heréticos, y
también se los acusó de tener, como norma de convivencia y evolución interna,
prácticas homosexuales. Se cuenta que uno de sus integrantes, Godofredo de
Charnev, admitió en el juicio haber oído, siempre bajo amenaza de tortura,
versiones sobre el asunto: “el besar y
lamer tanto el ombligo como otras partes inconfesables del Gran Maestre, a
saber los glúteos, eran excesos que los jóvenes aspirantes debíamos complacer
para las ansias de los superiores. Dichas acciones estaban incluidas en un
vademécum no escrito, pero arropado por una meritualidad tácita”. Estas
confesiones bajo amenaza de tortura sirvieron de pretexto para que el papado
concluyera que la orden era un nido de impudicias y atrocidades antinaturales,
actividades sumamente indignas que intentaban extender maliciosamente a toda la
población. Nada de lo relatado consta fehacientemente, los casi ocho siglos
transcurridos nos permiten dudar de aquellas visiones medievales plagadas de
fetichismo, falsas creencias y fanatismos religiosos muy alejados de nuestra
actual lógica, incluso esta afirmación la podemos extender dentro del presente
vaticano. Me afilio a creer que Gilbert y Pedro experimentaron algo que por
entonces se observaba como infame y abyecto, pero que a instancias del corazón
se traducía como la imperiosa necesidad de amar a un par, de sentirse
complementario y complementado, de no descubrirse tan solo entre cruces
dominantes, hábitos andrajosos, horas de plegarias, tajantes espadas, sangre y
la angustiante espera por la muerte sarracena. Amar más allá del género y la
condición, aún bajo esas circunstancias, y a la vez duplicar ese amor a favor
de sus creencias superiores. Gilbert y Pedro fueron víctimas post mortem de la
burla, indecoro que solamente puede entenderse a partir del prejuicio y la
cobardía. Sospecho que muchos de los chungones de la época, en su intimidad,
tenían como conducta corriente militar su amor con el cuerpo, libremente, sin
que nadie insistiera en pedirles explicaciones sobre determinadas exploraciones
físicas. Por suerte para ellos, acaso por una cuestión etaria, ni Gilbert ni
Pedro, tuvieron que soportar en vida el martirio, la ignominia de la
humillación que penosamente sufrió de Molay. Tal vez alguna pequeña redención
puedan hallar en este breve relato, manumisión que hasta el momento aún no ha
encontrado grandeza en las entrañas de la Santa Sede.
El Prometeo Fabrice
Sin prevenciones
Fabrice encadenó su decoro al escritorio en donde reposaba desde hacía varios
meses el vetusto ordenador personal, incluyó los épicos cronopios que durante
los últimos cinco años apuntara al margen del texto cardinal y comenzó a
bocetar su íntimo culto a Prometeo, acaso una peculiar metamorfosis, procurar
reconocerse como invención y novedad. Dejó parcialmente de lado las
vulgaridades ligadas al sentido común como ser ordenar prendas en las maletas,
viajar sin carta cierta, modificar su estética, cambiar de sexo, hasta
desaprender el idioma para reemplazarlo por uno extranjero, por el momento
ellas no formaban parte de la fórmula. La transmutación debía incluir incisos
nunca antes sometidos al escarnio que proponen tanto la controversia como la
incompetencia. Por caso la memoria y la cultura, y ésta desde lo antropológico,
es decir hábitos y costumbres, desde luego que las bellas artes y la ciencia no
podían ni debían ser omitidas. La necesidad de deconstruirse para destruirse
con eficacia sin llegar al absurdo límite de un no retorno, para más tarde y
como final de juego volver a construirse metódicamente sin dejar párrafo de
lado.
Durante las primeras
semanas Fabrice inició el proceso escrutando su moral y su ética. El asunto no
hendía por exhibirse banalmente despiadado, era necesario internalizar la
perversión hasta ubicarse dentro de los mundos de la psicopatía más extrema,
ausente de toda conciencia y vergüenza. Cada acción debía ser minuciosamente
pensada, desde el sabotaje a las instalaciones de las viviendas linderas,
pasando por la desaparición de las mascotas de sus vecinos hasta la propia
muerte de algún parroquiano de la cuadra. Y siempre, como eficaz coartada,
exponiendo su agradable imagen como auxilio y testimonio del acertijo a
descifrar. Una vez concluida la primera etapa el devenir fue más sencillo
debido a que la moral, usualmente, acostumbra a podar nuestros más bajos
instintos. Sin su onerosa carga la espontaneidad afloraría naturalmente.
Los seis meses
siguientes los invirtió para proveerse de una dosis terminal de sentido común.
Para ello y al igual que el señor Chance en el film Desde el Jardín confió en
la capacidad de la televisión para que la transfusión se llevara a cabo
completa y sin interrupciones. Luego de colegir sus alternativas estimó que los
canales de aire de los medios corporativos serían las herramientas más adecuadas. Su calidad de rentista e
inversionista bursátil le daba la posibilidad para dedicarle tiempo completo a
la empresa de modo que dividido el día en cuatro cuartos de seis horas
utilizaba tres de ellos en su instrucción destinando el restante para el
descanso, detalle que se reservaba a partir de las dos de la madrugada. La
dieta alimenticia y el tabaco en cigarrillos armonizaban su praxis en función
de la tarea debido a que había acordado con
Médéric, en su doble rol de primo y vecino, para encargarse de la diaria
provisión según horarios preestablecidos, a cambio de una suculenta
gratificación semanal, cuestión exigida por el servidor más allá de los lazos
sanguíneos. El joven solo debía dejar la vianda en el segundo recinto del
compartimentado zaguán de la casa, sitio en donde Fabrice disponía de una elegante
hornacina religiosa que, debido a su agnosticismo, usufructuaba como buzón de
correspondencia. De la bebida se hacía cargo su recoleta bodega personal, cava
que supo atesorar durante los últimos diez años a razón de cinco unidades
semanales, existencia sobrada si la administraba con delicadeza y moderación.
Descartaba en este punto la posibilidad de una mínima claudicación gourmet.
Ser acreedor de
raíces francesas, extremadamente incorporadas, debido a una formación muy
cerrada por parte de su familia, en latitudes tan distantes como encontradas
culturalmente, no dejaba de ser un dilema que Fabrice debía resolver con
idéntico afán. La poética de Artaud y de Éluard, la filosofía de Sartre y de Camus, la música de Debussy y de
Berlioz, la pintura de Delacroix y de Proudhon, la escultura de Rodin y de
Claudel, debían ser borradas de su consciente y acaso lo más complejo, de su
inconsciente. Sus lugares en la preferencia debían ser ocupados por expresiones
de limitada complejidad, por caso literatura de escaso vuelo poético, siendo
los textos de autoayuda los más aconsejables, música de rítmica no pensada,
cumbia, acaso cuarteto, plástica paisajística sin doble lectura, formarían el
índice de su nuevo catálogo.
Finalizó los dos
últimos meses de su primer año de abjuración individual mutando sus linajes y
elegancias por prendas rústicas y de avería, pero sin exagerar. Aún así sentía
que no estaba preparado, intuía que apenas había cubierto menos de la mitad de
la asignatura, cuestión que lo ponía bastante incómodo debido a que su nivel de
exigencia consigo mismo era de una escala muy superior que para con los demás.
De manera que su cuerpo Prometeo continuaba encadenado al escritorio en donde
seguía reposando su vetusto ordenador personal, lo cierto es que pactó no
incomodarse tratando de recordar el destino de las llaves libertarias, optó por
seguir pensando las fórmulas más adecuadas y convincentes para llegar con éxito
al final de su sucio sendero.
El segundo año de
su programa de desleimiento personal lo comenzó soliviantando su lenguaje,
tanto el oral como el escrito. En este punto estaba convencido que su misión
era obtener el beneplácito interpretativo del mundo con el cual iba a
interactuar, de manera que necesitaba urgentemente allanar la totalidad de sus
complejidades dialécticas y si era posible derrocarlas desde todos los planos
sanchopancescos posibles de modo evitar cualquier tipo de renacimiento o
insurgencia imprevista. Lo que Fabrice desconocía era que dicha empresa le
llevaría treinta meses de constante y esforzado estancamiento intelectual
debido a que previamente era menester derretir su raciocinio hasta la mínima
expresión ya que el lenguaje en gran medida es el vocero del pensamiento.
Pasados casi cuatro
años consideraba que la contrahecha obra ya estaba coronada desde la praxis. El
Prometeo Fabrice gozaba de las mieles de la vulgaridad sin corduras tal cual el
plan que había proyectado cuando varios adherentes encumbrados del distrito
ligados a la Unión Cívica Republicana y Liberal le habían ofrecido ser
candidato a la intendencia en los venideros comicios. Conforme todas las
pericias efectuadas y garantizadas, el Prometeo se desencadenó de su
escritorio, se miró con detalle al espejo, acomodo el teclado de su vetusto
ordenador, bebió la enésima copa de vino del día y comenzó a redactar en Arial
16 y a doble espacio su primer discurso de campaña.
El Curcu Pomares y el triciclo de reparto
Finalmente el Curcu
pagó por su obsesión. Aunque no le salió caro, apenas su vida. Parcela que para
él no parecía ostentar un valor extraordinario ya que sacando su persona, a
nadie le importaba, y todos sabemos que en estos tiempos en donde el mercado
impera, lo que no tiene demanda no cotiza, y lo cierto era que la vida del
Curcu Pomares no figuraba en la tabla valorativa de absolutamente nadie. No
había quién lo demandara por sus ausencias, y menos quién le ofertare compañía,
sendos eventos que disfrutaba con suma holgazanería. Pero era lo único que
tenía para convidar, de manera que aún enfermo y desprolijo se dijo para sí,
allá vamos. Para despejar prematuras incógnitas debemos aclarar que el Curcu no
era un devoto de la inmolación, apreciaba la heroicidad pero siempre que no
comprometiese sus culitos de ginebra, de media mañana y del crepúsculo, en el
boliche de Correa, bodegón de vituperables traza e higiene ubicado en la ochava
opuesta y en diagonal al almacén del viejo Krubescu, un rumano ciertamente
siniestro, hosco y descortés, del cual poco se sabía ya que había llegado al
pueblo, en soledad, entre gallos y medianoches poniéndose en menos de una
semana tamaño comercio, mercadito que para mal del vecindario era el más
surtido y barato de la aldea.
Algo no le cerraba
al Curcu de este inmigrante dacio de mirada entre paréntesis y fidedigna honestidad
comercial, a tal punto que la curiosidad pudo más comenzando a bocetar a mano
alzada el dibujo de un pretexto sólido y creíble que le permitiese acercarse
sin que el hombre desconfíe sobre segundas intenciones. Desde la mesa que daba
a uno de los ventanales del boliche el Curcu podía observar todo el movimiento
del mercadito, tomar apuntes y señalar aquello, a su criterio, perfectible.
Sospechaba que el único tema de interés para el rumano debía ser su negocio, de
modo que no se distrajo en otros expedientes. Espíritu empecinado el del Curcu.
Luego de veinte días de observación y dos libretas de apuntes completas en
tesis elaboradas y cronopios, no alcanzó a refinar su astucia para poder
detectar alguna excusa de valor que le posibilitara interrumpir ese sesgo
anacoreta que guardaba para sí el silente vecino Krubescu. No causaba espanto,
ciertamente imponía un respeto superior, extraño en la aldea, tan exótico como
su origen, debido a ello, ingresar a sus infiernos era todo un dilema. Esos
notorios indicios no amedrentaron en lo absoluto el espíritu inflexivo e
insistente del Curcu, de manera que como el rechazo ya lo tenía asegurado fue
sin mediar prevenciones a irrumpir al rumano con una propuesta en donde se
ofrecía como prenda de amistad y prosperidad comercial.
Cierta noche de
invierno lo esperó a la hora del cierre. Krubescu solía bajar la metálica
americana a las nueve y media para dar definitivamente las hurras del día luego
de que el último cliente saliera del local. En ese momento reforzaba las
cancelas y corría los cortinados de manera nada, sobre lo que ocurriese en el
interior, se viera desde la nocturnidad exterior. No había habitante en la
aldea que en ese momento desconociera que el rumano estaba realizando el arqueo
del día para religiosamente guardar el dinero en lugar seguro, acaso llevar una
parte importante a su casa, vivienda distante tres veredas. La seguridad era un
tema menor y sin relieve para él, por cuanto el comercio era lindero a la
comisaría por los fondos en tanto descartaba cualquier tipo de tropelía. Si tal
cosa ocurría todas las miradas caerían de forma irremediable sobre el personal
policial.
-
Señor Krubescu, cómo le va, lo incomodo si
le comento algo, creo que le puede llegar a interesar – requirió el Curcu –
-
Buenas noches. ¿Le parece qué es hora? –
respondió el rumano, con su habitual media lengua dacia y algo molesto -
-
Pero usted está todo el día ocupado en el
mercado, incluso los domingos, no tengo muchas alternativas.
-
Y usted hace casi un mes que se la pasa,
mañana y tarde, observándome desde el boliche de Correa. ¿De qué vive me
preguntaba por estos días? No se preocupe, no responda, ya me dijeron que no es
de peligro y que suele aprovechar bien las changas cuando las épocas de siembra
y cosecha. ¿Cenó? – finalizó Krubescu -
-
No todavía, en realidad no suelo hacerlo,
la noche y la soledad no son buenas compañeras de mesa – sentenció el Curcu –
-
Vamos, venga y acompáñeme si no tiene otro
programa, me quedaron más de dos raciones de ropa vieja del mediodía.
-
Faltaba más, será un placer – respondió el
Curcu con un marcado rictus de estupor -
-
Esperé un momento, voy a buscar una
botella, mejor dos, de un Tannat edición limitada que recibí directamente desde
Canelones, Uruguay. Será una buena oportunidad para probarlo y obtener una
opinión adicional a la que pueda dar mi paladar. No se asuste, estoy enterado
lo que se fabula y se dice con respecto a mi persona. Mañana confírmeles la
hipótesis, dígale a todos que es cierto, que soy un ogro, es una muy agradable
y eficiente manera de ser discriminado y a la vez rendirle homenaje a mi
soledad.
Veinte minutos
después estaban cenando en la cocina de la pequeña casa colonial, morada de
Krubescu, inmueble que alquilaba desde hacía media década, y que más allá de
poder adquirirlo sin necesidad de tener que afrontar ningún problema financiero,
prefería no hacerlo y rentarlo por razones humanitarias. La propietaria era una
señora octogenaria, con dos hijos tan voraces como irresponsables. El rumano
suponía que si le compraba la casa a la dueña ese monto le sería saqueado al
instante por los dos malvivientes terminando sus días en soledad en un oscuro
frontispicio para gerontes. Con este formato ella manejaba su mensualidad más
la pensión por viudez con serena autarquía. Los hijos no se acercaban más allá de alguna formalidad familiar y una vez por mes se embellecía para recibir
al hombre confiable y apocado que le administraba con orden y cuidado su
vida. Ella era la única en el pueblo que
conocía perfectamente quién era ese rumano ermitaño al que todos recelaban.
-
Pero dejemos un momento lo mío de lado –
exigió el dacio -, quiero escuchar lo que vino a proponerme.
-
Mire Krubescu. En estos días de observación
pude comprobar que usted y su mercado requieren de un alivio en la tarea. Trabajar
con menos presión y sin tanta congestión dentro del local. Y creo que yo lo
puedo ayudar en eso sin que usted resigne un peso de rentabilidad y al mismo
tiempo poder ganarme la vida de manera honesta teniendo ingresos regulares. Por
mi parte pongo a disposición de su comercio mi viejo triciclo de reparto, única
herencia recibida, y estas dos buenas piernas para llevar pedidos a domicilio.
Usted no le añadiría ni un centavo por el servicio al monto global de la
cuenta, mi ganancia estaría en la buena voluntad del cliente. Bajo esas
circunstancias le puedo asegurar que la propina superaría holgadamente
cualquier adicional. Además podría llevar hasta tres pedidos por viaje. Creo
que usted, por entonces, aún no estaba en la aldea, mi papá lo utilizaba en primavera,
verano y parte del otoño para vender helados Laponia y en invierno metía en la
caja varios termos de café para luego aprovechar cualquier circunstancia de
agrupamiento callejero popular y pasear
con su oferta entre la multitud: Procesiones, partidos de fútbol, misas, mitins
políticos, carreras cuadreras, kermeses, son algunos de los eventos que recuerdo. Usted me dirá si continúo.
-
Siga por favor, que aún no hemos abierto la
segunda botella de vino.
-
De todas maneras la debo acondicionar un
poco debido a que todavía conserva la iconografía de aquellos años. Aún
recuerdo su fervorosa arenga publicitaria, cantito que lo dejaba afónico hasta
que mi vieja, a la tardecita, le preparaba una sopera ración de leche con miel:
“Helao, helao. Helao tacita palito bombón crema chocolate helaoooo”. Siempre
quise continuar el legado de mi viejo, pero la modernidad y el vértigo nos
sacaron de circulación, a mí y al triciclo. Eso del delivery, creo que así se
dice, ha impuesto reglas de velocidad con las cuales uno no puede competir.
Pero como aquí no se trata de recibir el encargue a una determinada hora y
menos a una temperatura de ingestión considero que la cosa puede funcionar. Su
negocio tendría menos gente dentro del salón y tal vez hasta comercialice más
artículos ya que la comodidad del no acarreo incluiría insumos que acaso se
abstengan de llevar por exceso de equipaje. Hablo siempre de sus clientes de a
pie. ¿Cómo lo ve?
-
Medio siglo atrás hasta lo hubiera tomado
como empleado efectivo. Pero no estoy muy seguro. La calle está peligrosa,
incluso aquí. Años atrás, y no le digo muchos, el entoscado regulaba bastante
el entusiasmo de los automovilistas, hoy con el asfalto la aldea es una pista,
sobre todo para los “niños bien” que gustan de las picadas – reflexionó
Krubescu –
-
Usted deje eso por mi cuenta. Sé por dónde
circular y cuáles calles o senderos evitar. Lo que es imposible de sortear es
el siniestro plano inclinado ascendente de la vía y ese “uno y otro lado” que
nos distingue de las grandes ciudades. En ese sentido, dentro de lo que
significa no tenerlo como servicio, menos mal que hoy pasa un solo tren por
día, aunque muy lento y con cereal, por suerte viene avisando desde un par de
kilómetros, mínimo, lo digo debido a que los cruces peatonales son en realidad
huellas que fue diseñando la gente con los años y no existe ningún tipo de advertencia
segura – aseguró el Curcu -
-
Es cierto. Pero bueno, confío en sus
corazonadas. Vamos a probar dos semanas, si le sirve, la exclusividad será
suya, y me comprometo a que si la cosa funciona las propinas no serán su único
ingreso, de acuerdo al movimiento adicionaremos alguna suma a modo de canon
fijo. ¿Qué le parece? – agregó Krubescu -
-
Más a mi favor. Seguramente los días de
mayor trabajo serán aquellos en donde la lluvia o el frío se hagan presentes.
Yo como estrategia comercial me pondría una computadora para recibir los
pedidos por correo electrónico. Usted los armaría, yo llevo y cobro. Le seguro
que el triciclo es un auténtico acorazado, un blindado ligero y veloz, además
no entra una gota de humedad.
-
¿Y el teléfono? - cuestionó el rumano -
-
Descártelo. Le interrumpiría su trabajo en
el local. Con el correo electrónico usted maneja los tiempos. Además no se le
van a acumular a tal punto de atosigarlo. Es un pueblo de tan solo dos mil
habitantes, don Krubescu.
-
Usted será entonces el que maneje la
logística.
-
Lo que me deja tranquilo es que se trata de
una prueba que no le saldrá un centavo.
-
Eso espero, no deseo perder capital ni
clientes.
Durante las dos
semanas en las cuales transcurrió el ejercicio comercial pudieron comprobar que
casi todas las presunciones del Curcu se presentaban de manera textual, más
allá que se añadieron imprevistos que multiplicaron sus expectativas
geométricamente. Por caso el sorprendente impacto que les causó la notoria baja
de clientes físicos durante los días de inestabilidad climática. De hecho el
ingreso de algún parroquiano se mostró esporádico y con un nivel de compra bajo
producto de la manifiesta incomodidad que significa cargar bolsas bajo esas
condiciones. Al mismo tiempo, y durante esas jornadas, el triciclo de reparto y
la operatoria vía correo electrónico reemplazaron literalmente lo usual y
cotidiano de la atención personalizada. El usual arqueo de final del día a
manos del rumano no dejaba lugar a dudas sobre el crecimiento exponencial; el
cansancio del Curcu y el dolor sus piernas al final de cada jornada daban fe
del asiento libro diario. No hubo necesidad de volver a litigar sobre el tema,
tanto Krubescu como el Curcu arribaron a un acuerdo económico en apenas cinco
minutos. Salario básico de convenio en el marco de la formalidad y un diez por
ciento de las utilidades que genere cada envío, las propinas, por supuesto,
eran de exclusivo gobierno del Curcu.
Le explotó el corazón,
fue lo primero que afirmó el practicante al detenerse en la observación del
cuerpo inerme del Curcu, a poco de arribar éste a la unidad sanitaria del
pueblo, luego de ser cargado por el rumano en la parte trasera de su
rastrojero. Una ahora antes y preocupado por la demora, en un ocaso
exageradamente destemplado, Krubescu cerró el negocio y salió en su búsqueda ya
que le llamaba mucho la atención tal circunstancia. A metros de cruzar la vía
la silueta del triciclo de reparto resultaba inconfundible. Sobre ella, y a la
distancia, el Curcu aparentaba estar descansando debido a que se lo podía
percibir con la cabeza apoyada por sobre uno de sus brazos, y éste por encima
de la cajuela en donde tenía ordenados los pedidos según su exclusiva hoja de
ruta. El dinero estaba completo y conforme según los pedidos entregados, no
había signos de violencia y nada hacía presumir algo por fuera de un desenlace
natural. Un exceso de confianza en sus fuerzas fue la conclusión del médico de
turno. El esfuerzo para subir la extensa explanada ascendente rumbo al
callejero cruce del ferrocarril con un peso desmedido fue letal para el
esmirriado y escasamente entrenado físico de un hombre que hizo muy poco en su
vida a favor de su salud y menos aún por su tonicidad muscular. El Curcu apenas
había pasado los cuarenta y cinco años pero nadie a golpe de vista podía
sostener la idea. Se lo observaba como una persona muy mayor al frente de una
tarea demasiado exigente. Incluso un rumor malevolente, surgido dentro del
espíritu chusma del centro de jubilados de la aldea, aseguraba que el
desagradable y perverso rumano Krubescu estaba aprovechándose de las
necesidades de un viejo solitario, ignorante y marginal.
Algunos dicen que
pocos días después de las exequias Krubescu vendió el local con la inclusión
del fondo de comercio y volvió a Rumania, otros afirman que sencillamente se
mudo de pueblo. La única persona que sabe la verdad, ahora indefensa, no se
embellece más y está muy ocupada procurando que sus hijos no la estafen ni la internen.
El triciclo de reparto, con su iconografía original, se expone detenido, sujeto
con una cadena a modo de publicidad en la vereda del kiosco que Correa armó en
uno de los ventanales del boliche, el mismo en donde solía asolearse el Curcu
Pomares cuando la hora precisa de su culito de ginebra. Se equivocó el Curcu
Pomares, nadie pregunta por la historia de tan pintoresco armatoste, porque no
es necesario, todos la conocen, acaso sea el relato más narrado por los
coleros, y cada uno le adiciona algo como seña personal, de hecho el nuevo
propietario del mercado desde hace un año, más cordial y simpático, pero menos
leal como comerciante, al enterarse de los usos y costumbres del rumano asimiló
la estrategia, haciendo reparto domiciliario pero en un tricargo, una suerte de
vieja motoneta con cabina cobrando un adicional de veinte pesos por el envío,
independientemente de su volumen.
Responso y después...
El medidor de
combustible señalaba un tercio de su capacidad, la presión de aceite, el amperímetro
y la temperatura no destacaban anormalidades en sus respectivos niveles, sin
embargo el paso del contacto hacia el encendido automático exhibía su
rotundo fracaso ante cada intento. Su camioneta, de última generación, y
recientemente adquirida, se había plantado en medio de la huella sin aviso y no
mostraba reacción en contrario. Le urgía una solución inmediata, su joven
acompañante no podía sostener demoras prolongadas, el cuerpo lacerado comenzaba
a emitir señales indisimulables de su natural erosión.
Renzo Mírcoli había
escogido correr el riesgo. Los parroquianos de El Milagro le advirtieron con
severidad, a modo de súplica, que tomase por el Camino Real, que de ningún modo
utilizara “El sendero de los extremos sucios”, bautizado así por los lugareños
desde tiempos remotos, debido a sus siniestras y aterradoras leyendas, más allá
que dicho atajo acortaba el camino en dirección a Paraje Cueto casi quince
kilómetros, lo que por trochas de tierra o huella constituye un anexo temporal
demasiado oneroso. El sendero de los extremos sucios y la nocturnidad sin luna,
aseguraban, solo presagiaban infortunio, sufrimiento y olvido para el viajero
improvisado. Los coleros aseguraban sobre la existencia de viajeros que jamás
habían regresado de su travesía.
Aún así Renzo no
dudó, debía depositar a “su” fatalidad, Lorenzo Catáneo, antes de la medianoche
en el cementerio del Paraje Cueto tal cual éste le había solicitado como último
deseo. Lorenzo representaba el inciso final de una dinastía que había llegado a
ese rincón de la llanura en el amanecer del siglo XX. Los Catáneo, de Lamezia
Terme, provincia de Catanzaro, Calabria, eran sumamente estrictos a la hora del
responso, de ningún modo podía extenderse el estatus post mortem de un
integrante más de treinta y seis horas de producido el deceso. En definitiva a
Renzo le quedaban apenas noventa minutos para cumplir la encomienda, su
vehículo seguía sin responder y el sendero de los extremos sucios aseguraba la
más absoluta y oscura soledad. Ni luces en el horizonte ni sombras en las
cercanías, además estaba lo suficientemente lejos del destino como para
intentar cualquier tipo de sacrificio físico, tan solo los focos de la
camioneta y su unívoca dirección le servían a modo de referencia; el cuerpo
laxo y aletargado de Lorenzo aguardaba en una de las butacas traseras, sujeto
con firmeza por los cinturones reglamentarios.
- Estimo
que necesita ayuda mi amigo – una voz gruesa proveniente de tras la maleza
interrumpió la enésima pitada del interminable puro cubano –. No se asuste y
escuche con atención. Soy uno de los cancerberos espectrales del sendero, me
apellido Catáneo, y estaba en este punto del camino a la espera de su llegada.
Creo que lleva en su vehículo algo que me pertenece, corrijo, algo que le pertenece
a la familia. Lorenzo nos informó hace horas que usted, Renzo Mírcoli, sería el
recurso escogido y confiable que cumpliría con la misión.
- Perdón,
le ruego se identifique, no logro distinguirlo tras la fronda – refuto
confundido el viajero –
- No
perdamos tiempo – le conminó la voz, de manera taxativa – baje a mi sobrino del
vehículo, recuéstelo sobre la hierba, luego siéntese a su lado, le prometo que
en una hora usted estará nuevamente en dirección a su destino con la
satisfacción de haber cumplido y habiendo, sobre todo, honrado el noble sentir
de la amistad.
- ¿Podrá
arreglar mi camioneta? – inquirió Renzo, cínicamente –
- Su
vehículo no tiene ningún desperfecto, se lo garantizo. Este lugar deificado
labora a voluntad de la familia a través de sus espectros heráldicos como una
suerte de espacio atemporal en donde las leyes físicas y químicas tienen
validez dentro del marco natural. Aquello que escapa de sus dominios no
responde, a menos que cualquiera de los preceptores del clan arbitre los medios
para que determinados fenómenos se reviertan, por caso el funcionamiento de un
mecanismo artificial.
- Usted
dirá entonces en qué puedo servirle – concluyó Renzo luego de seguir las
instrucciones de la voz –
- Soy
yo quién se pondrá a su servicio, usted ha hecho mucho por la familia; y lo
hizo de manera desinteresada, con compromiso y sin medir riesgo. Lorenzo era el
último Catáneo con vida terrenal en estas latitudes, paradójicamente su muerte,
no deseada desde luego, significa la llave liberadora para varias generaciones
y en consecuencia el regreso a esa Calabria infinita y universal de nuestros
ancestros, lugar que nos aguarda paciente para lograr la purificación omnímoda
y virtuosa por siempre, más allá del transcurrir de los tiempos. Esta virtud,
acaso dote distintiva que sobrevivió invasiones y guerras de toda clase y
razón, tuvo su génesis en la Calabria de la Magna Grecia, tiempos en donde
Síbaris, Kroton y Locri se erigían como las ciudades más importantes de la Osca
región. Por tanto y como puede comprender nuestro retorno contiene elementos
que ameritan ciertos cuidados y reservas, de allí que nos concentramos para
aislar de curiosos el sendero y manipular sus extremos, a los cuales
calificamos y denominados como sucios. Este sendero significa nuestra
eternidad, nuestra vida. Una vida que nace, y como todo nacimiento, sucio y
viscoso, así es El Milagro, lo ha podido comprobar, de manera que no es
necesario que redunde. Promiscuidad, pereza e inmundicia son el preámbulo y la
constitución del lugar. Hacia el final del sendero, un cementerio y como tal la
suciedad de la muerte. Nuestro pueblo, el pueblo de los Catáneo, una aldea cuyo
salvoconducto es la inexistencia productiva, por tanto y como consecuencia, el oportuno
desinterés del resto de la comarca. Una villa que aparece eventualmente en
algunos mapas ruteros y geográficos, en donde incluso se detallan accesos y
trochas que nunca nadie podrá transitar.
- Perdone
que lo interrumpa. Debo entender que me encuentro en medio de un firmamento
paralelo, atemporal, a la espera que finalice mi vindicación debido al trágico
accidente en el cual, por azar, estuve inmerso, ventura que indirectamente
causó la muerte de Lorenzo, y el posterior compromiso que asumí al momento de
los primeros auxilios, segundos antes de la expiación y a favor de su voluntad,
de forma tal depositar sus restos en Paraje Cueto, vía ruta de El Milagro. No
sé quién es usted y qué hay detrás de su misterio, intuyo en él cierto acertijo
esotérico, le confieso que tampoco preciso detalles. Sospecho que no tengo
demasiadas alternativas, si mi tarea está cumplida le suplico libere mi
vehículo, si es que tiene esa potestad, de manera pueda regresar a mi
rutina.
- Como
le mencioné hace unos minutos estoy para servirle. Hace más de dos mil años que
los Catáneo de Lamezia Terme, dispersos por la historia y sus circunstancias,
aguardamos atentos y con ansiedad descubrir el encanto y la bonhomía de esos
espíritus altruistas que, como usted, nos favorezcan para regresar a Calabria.
Puede seguir su ruta mi amigo. Ingrese a su camioneta y cierre los ojos
relajadamente hasta que la claridad lo contenga, serán segundos, luego accione
el encendido y circule con precaución por las mismas huella de arribo en
dirección a El Milagro, ha sido un placer y gracias eternas por su
benevolencia.
Tal lo asegurando
por el espectro calabrés la claridad no se hizo esperar. Cuando abrió sus ojos
notó que el cuerpo de Lorenzo ya no estaba en la discreta hierba que oficiaba
como natural banquina, tampoco había indicios de que otra persona hubiera
estado en el lugar. El motor se encendió con total normalidad, de inmediato
maniobró para retrotraer sus estelas conocidas; grande fue su sorpresa cuando
advirtió que al arribar a ese supuesto destino estaba en realidad en las
puertas del cementerio de Puesto Cueto. Rápida y violentamente accionó la
reversa volviendo a pisar esas mismas huellas transitadas por ese mismo sendero
de los extremos sucios, arribando nuevamente a esas mismas puertas del
cementerio de Puesto Cueto, a ese mismo extremo. Una y otra vez repitió el
intento hasta que el cansancio y la rutina lo convencieron que la resignación
era la mejor aliada. Ingresó al cementerio y buscó cobijo seguro en una de las
bóvedas, necesitaba pensar y sobre todo descansar más cómodamente y reparado,
para ello dispuso de su bolsa de dormir, elemento que por costumbre siempre
tenía en la baulera de la camioneta. Escogió la construcción más destacada, una
cuyo exterior exhibía finos mármoles de Carrara azulado y que como las demás
tenía en la parte superior del frontispicio el nombre de la Familia Catáneo. Al
ingresar, la dinastía en pleno estaba reunida en verbena, esperándolo. Lorenzo
no tardó en ofertarle un sentido y fraternal abrazo, actitud que el intruso
acepto confusamente, con marcadas prevenciones. Vito, la inconfundible voz tras
la fronda, se expuso en cuerpo presente y reiteró la escena; Renzo, era el
nuevo y último integrante del clan a incorporar para iniciar el retorno a
Calabria, cuestión que se concretó sin mayores demoras una vez finalizadas las
presentaciones formales.
El Paraíso de Orsino Fusco
Amaba la oscuridad,
el silencio y la soledad, pero entiéndase, Orsino Fusco era amante de la
oscuridad inevitable, del silencio natural y de la soledad casual. Hombre de
monosílabos Orsino Fusco. No necesitaba más que expresar gestualmente, con el
agregado de una mínima interjección, su desprecio visceral por aquellos que
observaban a sus amantes como prostitutas de compañía paga y temporal. Estimaba
mucho a las prostitutas, sobre todo a las napolitanas, hermosas damas que
invitaban placer en la vía del mercado Porta Nolana, debido a ello no
consideraba prudente ni inteligente poner ambos afectos dentro de un mismo
plano, y menos aún toleraba cualquier tipo de desplante hacia aquellas mujeres
que lo acompañaban desde su precoz adolescencia.
Orsino Fusco amaba
el paraíso tal cual como lo concebía, dibujado con trazos de melancólica
oscuridad, armónico silencio y amable soledad. Ámbito de Dios, sitio reservado
para aquel capaz de leerlo, no indagarlo con desconfianza y gozarlo con devota
astringencia. Para su gobierno sospechaba que la resuelta y amable soledad del
paraíso estaba determinaba por el carácter exclusivo que poseía. Orsino Fusco
entendía que debía existir un paraíso para cada persona y que una vez arribado
se construía de acuerdo a fundamentos subjetivos, quizás vividos. En tanto el
silencio no incluía la sordera del vacío. Se trataba de armonías envolventes
aún no pentagramadas que lograban caducar a todos los sonidos conocidos,
incluso sonrojando a las más bellas páginas del romanticismo alemán. Como buen
italiano, Orsino Fusco, disfrutaba mucho de las tristezas bávaras. La
inevitable oscuridad era, acaso, el inciso más complejo para comprender y
deconstruir. Bruma aliada, cómplice, enemiga de la vulgaridad y del sentido
común; aguzar la mirada era la única cláusula que no se debía insolentar.
Orsino Fusco juzgó
a ese momento como el oportuno para verificar los conjuros y sortilegios de su
paraíso. Si mediar burocracias, de manera bucólica y serena, sentado en su
silla de ruedas, como siempre desde su regreso de la guerra, y orientando sus
ojos en dirección al crepúsculo, bebió de un trago el insípido elixir, néctar
que en un diálogo casual conoció a través de su vecino el boticario, pócima
indolora, que produce somnolencia y muy expedita desde la temporalidad. De
inmediato, al despertar del letargo sibilino, comenzó a poner en duda la
eficacia del brebaje; la oscuridad no era inevitable, el silencio había que
conquistarlo, y la soledad era necesario exigirla. Su paraíso se parecía mucho
a su vida. Por suerte, pensó para sí, semidesnuda y delante de él, una de las
prostitutas napolitanas más bellas de la vía del mercado Porta Nolana estaba a
segundos de atraparlo utilizando como armas sus marcadas, extensas y liberales
piernas...
El inútil imperio de los Lamelza
No sos vos soy yo,
le confesó el espejo al sentido común de Claudio Lamelza evitando así que éste,
con su iracundia, lo pulverizara en miles de astillas. Con esta cita simple y
vulgar, completa de falsedad e hipocresía, la imagen logró imponer sus
condiciones y continuar sobreviviendo. El combustible para tan exigua ambición
era darle al soberbio la versión que más cautivase a sus oídos, ni siquiera
debía molestarse por indagar en el campo del intelecto, de este modo la
realidad de Claudio Lamelza quedaba preservada y subsumida por una suerte de
sombría manipulación asimétrica.
Hacía siglo y medio
que el pretérito espejo andaluz viajaba junto al clan de los Lamelza. César
Lamelza, chozno de Claudio, lo había robado cuando sus tiempos de tahúr en los
suburbios de Aljeciras, Málaga, y digo bien, ya que el hombre se ganaba la vida
como timador, siendo un profesional en la asignatura jugaba con la ventaja que
facilita la destreza para el engaño y la impunidad que otorga la ignorancia
ajena. En cierta ocasión, y luego de ser retado por un Coronel de la Guardia
Real y temeroso que el militar expusiera sus enojos de perdedor violentamente,
decidió optar por moderar sus ambiciones lúdicas y más allá de los duros
obtenidos le solicitó, apenas como tesoro y saldo de partida, un espejo que
moraba sin ningún tipo de lucimiento en un tabique apartado de su mansión,
pieza que lo había cautivado a primera vista. El espejo, según el militar, era
de origen moro, y fue propiedad del primer señor de la Taifa de Algeciras, el
califa Al-Qasim Al- Mamud, quien gobernó el reino a comienzos del segundo milenio
de la era cristiana. La leyenda familiar asegura que el Oficial no puso ninguna
objeción advirtiéndole, al por entonces joven César, que aceptaba la solicitud
solo con la condición de que por ninguna razón le fuera devuelto. Así como el
muchacho Lamelza era un hábil y promiscuo tahúr, el militar era igual de ducho
en las artes del fraude a la hora de pagar las cuentas. El espejo no resultaba
ser un elemento valioso por incluir virtuosismo a pesar de su singular belleza,
sino un objeto perverso por sus indescifrables hechizos. Alguna vez el abuelo
de Claudio y bisnieto de César, de nombre Augusto, le confesó que el timador de
la prole se fue de este mundo muy satisfecho por sus proezas sin saber que
había sido víctima de un embustero superior cuyo objetivo era deshacerse de tan
cruel accesorio y como consecuencia condenar durante varias generaciones o por
lo que el tiempo determine a la familia de quien deseara engañarlo, para luego
revertir la tendencia. Acaso por este último inciso Claudio entendió que nadie
en la familia deseó jamás desprenderse de tamaño guiño esperanzador.
Bajo el espejo
andaluz y sobre una repisa de mármol descansaba en soledad otro de los
particulares fetiches que por compromiso heráldico coleccionaba Claudio
Lamelza. Se trataba del único legado material que le había dejado a la familia
su bisabuelo Marco Lamelza, marino mercante en su juventud hasta que formó
familia. Como vocacional amante de la libertad solía pasar apenas dos meses en
tierra firme, durante el resto del año el Mediterráneo y sus ciudades-puerto
eran el hogar.
De una de ellas,
más precisamente Kotor, pequeño puerto montenegrino bañado por las aguas del
Adriático, obtuvo como recompensa, por parte de un ilusionista y mago esloveno
llamado Bogomir Loncar, al cual había salvado de un atraco callejero, un
portarretratos de origen Cátaro, secta cristiana considerada hereje que durante
el siglo XIII había logrado cierto desarrollo territorial. Dicho cerco, de fina
cerámica dálmata, cuya característica cardinal era hacer olvidar inmediatamente
a la imagen que en él se colocaba, moraba sobre la mesada, vació desde luego,
debido a que la lógica de su nacimiento contradecía de manera taxativa la
impronta de su hechizo. A tal punto era la fortaleza de tal sortilegio que a
Claudio se le hacía imposible recordar si ese portarretratos, en alguna
ocasión, cumplió con la función para la cual había sido creado. Cuentan los
voceros de la familia que el mago esloveno fue el autor de tamaña jactancia
profesional para favor de su salvador, de manera que éste lo utilizara como
arma de defensa.
Bajo el angosto
front de mármol, el mismo en donde descansaba en soledad el portarretratos
dálmata del olvido y que era escoltado por el espejo andaluz del sentido común
que siempre daba la razón, se hallaba un recipiente de cobre cuyo brillo hacía
imposible sostenerle la mirada. Desde cualquier ángulo estaba asegurada la
ceguera, su encandilamiento era terminal, amén de contar con la protección de
un eximio par de cristales oscuros, preferentemente las prestigiosas gafas
italianas polarizadas Persol, accesorio que a pesar de su probaba eficiencia
menguaba de manera relativa los efectos demoníacos. Todo daba a entender, según
le contó su padre Lucio Lamelza, que se trataba de un ancestral orinal francés del
siglo XVIII que su bisabuelo, y en consecuencia tatarabuelo de Claudio, Flavio
Lamelza, había adquirido a precio vil, debido a que no se presentaron oferentes
en un remate que se celebró para el centenario de la Patria en una de las
viejas casonas porteñas propiedad de la aristocrática familia Guerrero, clan
por entonces caído en desgracia debido a la tragedia de la que fue objeto una
de sus más notorias integrantes, la bella e histriónica Felicitas Guerrero de
Álzaga, asesinada por su amante Enrique Ocampo en enero de 1872. La pieza que
también podía hacer las veces de escupidera oficiaba en este caso, con
limitaciones, como objeto decorativo, debido a su capacidad para encandilar,
incluso varias veces Claudio estuvo tentado para ponerse en contacto con el
museo de los orinales ubicado en Ciudad Rodrigo, Salamanca, España. Cuenta la
leyenda que nunca jamás ese orinal fue rozado por humores de ninguna clase,
según afirmó Flavio Lamelza en su lecho de agonía, su creador se esforzó tanto
para diseñarlo y desarrollarlo que veía un despropósito utilizarlo para tan
bajos fines, de manera que le incluyó una suerte de alquimia a modo de
impedimento.
Claudio estaba
seguro que había llegado el momento para deshacerse de todos aquellos
artilugios maléficos que sus antecesores, migrantes y no migrantes, atesoraron
cual si fueran piezas de colección bajo historias ciertamente muy poco
creíbles. Pensó en César, en Flavio, en Marco, en Augusto y en su padre Lucio y
pensó en sí mismo y en la continuidad de la dinastía. Su pequeño hijo
Constantino estaba destinado a cambiar ese banal determinismo heráldico. Debido
a ello se colocó las gafas italianas, tomó el virgen orinal del siglo XVIII y
lo introdujo sobre la pira de madera embebida con gasolina, fogata edificada en
el interior de su hogar a leña. Luego hizo lo propio con el espejo andaluz del
sentido común y con el portarretratos del olvido. Minutos después encendió la
hoguera. Detrás de él, su hermano Nerón, recostado bajo la penumbra, en el
sillón del cinismo, improvisaba y recitaba versos de mala poesía en voz alta,
sabiendo que en esta ocasión nadie se atrevería a responsabilizarlo por el
magno incendio que se estaba gestando…
Propato sabía…
Propato sabía,
aunque bien lo disimulaba. Poco le importaba pasar por palurdo, ignorante, o
acaso descolgado, descreía del juicio ajeno y más cuando este formato básico y
banal lograba mimetizar esos escasos detalles elegantes y virtuosos que posee
la inteligencia, incluso cuando la pobre intrusa es utilizada en su rango
inferior, el más soez por cierto. Propato sabía, aunque bien lo disimulaba, se
empecinaba en exhibirse subrepticio, ciertamente clandestino, sobre todo cuando
sus linderos comenzaban a vulgarizar razonamientos y conclusiones motivados por
lo que solía denominar el conocimiento enciclopédico irracional, proceso
mnemónico que no relacionaba pericias, simplemente las acumulaba, hipótesis
sobre la cual juraba no ser autor, debido a que no solía arrogarse absolutos;
por devoción a Platón se manifestaba como un modesto espectador de lo real y lo
aparente, con marcado interés por una categoría adicional no siempre detectada
por el homo consumidor de la modernidad la cual se basa en una estructura de
supuestos sociales que nos hacen proceder mecánicamente según pautas no escritas
por lo vergonzantes, pero que circulan por nuestras mentes sin solución de
continuidad desde que nacemos, digamos el vademécum del condicionamiento.
Propato sabía que en la actualidad no era necesario invertir en anestésicos ni
recurrir a cirujanos lobotomistas de categoría Nobel para tiranizarnos, alcanzó
con que un par de generaciones tuvieran algo pequeño y terrenal que perder,
real o ficticio, para iniciar un proceso dominante, cobardía de subsistencia la
bautizó, molde que nos acompaña sin solución de continuidad desde nuestro
extremo sucio inicial, la placenta, hasta que, con el temor definitivamente
instalado, tomamos nuestra primera decisión.
Propato sabía que
la humanidad estaba al borde de dar el último paso hacia su anticlimax, punto al
que le costó arribar luego de casi medio siglo de confortable sadismo y que
finalmente daría como resultado el último de los borgeanos extremos sucios: el
exterminio. Propato sabía que la humanidad se había acobardado, pero no por
amor y apego temporal a la vida, sino por la cruenta dimensión y enorme
valoración que le otorgaba a los bienes que obtenía durante su transcurso y que
abandonar con hidalguía ese transcurso y el peso de sus cosas no merecía digna
temeridad; en definitiva ese era el plan madre para lograr el objetivo de una
total subsumisión de la voluntad y sobre todo anular cada una de las
capacidades cognitivas que nos sirvan para entender ese formato, de manera tal
nunca incomodarlo con preguntas críticas.
Propato sabía, y lo
sabía en silencio, y lo sabía en la soledad de su cincuentenario
ausentismo social, tal vez cínico,
anacoreta y melindroso, pero lo sabía, y ese era su intangible capital, su
apotegma, sutil y afinado adagio que compuso luego de décadas de vitales
insomnios…
¿Pero qué hacer con
ese conocimiento? se preguntaba Propato a modo de censura y reproche. Tenía
varias opciones en su imaginario, ninguna lo reconfortaba. Estaba seguro que
militar políticamente no era una de ellas debido a que lo ubicaría en el mismo
lugar difuso que venía experimentando desde siempre, la soledad de su verba y
una argumentación que posiblemente sería menoscabada y soslayada como
testimonial. Tomar las armas sin organicidad, sin masas y sin estrategia
banalizaría la tesis, a punto de instalarla como una nueva idea extrema dentro
del recurrente universo revulsivo de los excluidos, más allá que los objetivos
señalados sean observados como vigorosos símbolos libertarios para la sociedad
de consumo y el sistema. Lejos estaba Propato de erigirse como un anarquista o
un fundamentalista tardío. De la misma forma desechó de plano la instancia de
posicionarse como un intelectual en la materia desarrollando textos literarios
a modo de ensayo que exhibieran las cualidades y las calidades de sus
razonamientos, y que al mismo tiempo lo instalasen como un teórico digno de
excelentes montos retributivos a cambio de eruditas conferencias. Por ahora, la
idea de Propato de ungirse como una suerte de predicador itinerante era la que
más lo seducía. La sumatoria de su importante pensión por viudez – hasta el
trágico accidente que le costara la vida, su esposa había sido durante 20 años
Gerente de sucursal en una importante empresa de Seguros - más una prematura
jubilación estatal obtenida merced a un leve y exagerado padecimiento cardíaco,
le permitía contar con la suficiente solvencia y liquidez para no padecer
rigores económicos y poder recorrer los pueblos del interior en su auto, previo
análisis de los recorridos, y transmitir su mensaje humanístico, sociológico,
antropológico y político bajo el aura de los atavíos y disfraces pastorales. El
atajo: llevar su científica palabra con el auxilio de Dios, y como escribió
Cortázar en Rayuela, para luego licenciarlo y dejarlo ir. Propato sabía además
que las personas, basadas en ese sentido común que tanto detestaba, poseían la
suficiente capacidad de absorción para no darse cuenta en donde descansaba la
subliminalidad y la intencionalidad de la propuesta. Vale decir, de ordenar
cada una de las variables, desarrollaría su estrategia utilizando las mismas
herramientas que deseaba combatir. Propato lo sabía, abandonar al “identitario”
ser subrepticio era su mayor dificultad y en segunda instancia crear un
lenguaje adecuado, sencillo, original, emotivo, que castigue los instintos más
básicos, en consecuencia aquellos reflejos ajenos a su ser existencial. De
manera que una vez tomada la decisión acerca de cómo desarrollar su último
intento libertario, comenzó la visita de varios sitios digitales en donde podía
hallar respuestas certeras a sus cavilaciones materiales. “El Taller de
Entusiasmo” de Rozitchner y la conferencia de Manes del año 2015 titulada “Para
Funcionar Bien, el Cerebro Necesita Desconectarse” fueron los postigos de
ingreso a su sesuda investigación. Propato lo sabía, precisaba de los más
sádicos y eficientes agentes del sistema dominante para crear ese idioma, ese
relato normatizado, un guión que no permitiese poner en duda ninguna de sus
premisas. Seis meses tardó aproximadamente para plasmar su conferencia en texto
impreso. La tarea de desaprender le resultó más fatigosa que la de aprender,
sobre todo cuando eso que se debe desaprender es extremadamente más valioso, de
allí que fuera imperativo su definitivo reemplazo. Ensayada en varias
oportunidades, relato, actuación y música componían una puesta a la cual solo
le faltaba un partenaire femenino cuya modesta presencia contribuyera a la
subliminalidad dejando traslucir inocente seducción y solapado erotismo. Para
ello publicó un aviso en su muro de facebook solo de acceso directo a personas
que compartiesen con él grupos cerrados, puntualmente foros literarios, sitios
melómanos de blues, nichos acotados compuesto por mujeres independientes y con
ciertas características que especificaba en la propuesta: “Dama de excelente presencia y elevado nivel cultural, no es necesario
documentar estudio alguno, un título es un detalle menor para la selección,
entre 40 y 50 años, sin compromisos familiares ni lazos afectivos que ponderar,
para propuesta societaria innovadora, itinerante y revulsiva. Las interesadas
deberán enviar sus datos por privado a este mismo muro durante hoy y mañana
inclusive”.
Dos usuarias con
las cuales tenía fluido diálogo cibernético respondieron a la propuesta,
señoras con las cuales no tardó en reunirse personalmente en sendas confiterías
cercanas a los domicilios de las damas, intentos que tristemente se vio
obligado a desechar debido que ambas adolecían de la vocación histriónica que
la empresa ameritaba más allá del entusiasmo que exhibieron con la idea. Por lo
demás, tanto Patricia como Roxana, esos eran sus nombres reales, daban a la
perfección con el “physique du rol” a tal punto que la belleza de las mujeres
hicieron dudar a Propato sobre lo conveniente de continuar con el proyecto
teniendo como gravamen el doloroso deber de abandonar tan hermosas y seductoras
posibilidades. Pero su compromiso con la misión superaba cualquier deseo
terrenal por lo cual prefirió continuar con su búsqueda. Luego de sus
entrevistas, Propato sabía que la mujer ideal para la empresa no debía tener
mucho que perder y una vida a reemplazar, acaso a eliminar, debido a eso
comenzó un recorrido por los más selectos cabarets y bares de compañía del
microcentro porteño. Luego de varias semanas de agotadora nocturnidad y ya
frustrado debido a que aún nadie se había destacado ni siquiera como amena
comitiva para un mísero trago rebajado, puso su atención en una madura y
bellísima mesera de rostro angelical y figura lucida que se desempeñaba como
tal en un magro burdel de la calle Maipú casi llegando a Lavalle. Tres noches
seguidas amaneciendo en el apestoso e indecoroso congal alcanzaron para
entablar fluida conversación con la mujer. La dama misma había observado que
ese misterioso hombre de funyi pardo y sobretodo, bebedor corriente, por noche,
de tres copas del Merlot patagónico más caro, jamás se retiraba acompañado del
lupanar y que solamente ponía atención en ella. Previa consulta con el
propietario del lugar y obtenido su permiso, acaso algo dominada por la
certidumbre y sus miedos, decidió encarar al extraño. Propato sabía, más
temprano que tarde, que ella y sus temores decidirían. Divorciada, de 43 años,
sin hijos ni relaciones que atender, Claudia manifestó de inmediato su
entusiasmo con el proyecto, incluso podía dar rienda suelta liberando su
adolescente vocación como actriz, impronta que tuvo la obligación de abandonar
producto de las urgencias de una vida sin herencias ni albaceas. Propato sabía
lo que no debía preguntar, sin embargo esas intensas y entrecortadas tres horas
de conversación le dieron la pauta de estar delante de la persona textual. Se
fueron juntos del burdel, del brazo, para sorpresa de los parroquianos, luego
que Claudia, de manera gentil y amable saludara una por una a las chicas que
alternaban en el lugar. Más allá que la mesera no formaba parte de ese staff,
les tenía un cariño casi maternal, para finalmente presentarle su renuncia al
proxeneta en jefe no sin antes desearle lo peor para su futuro. Propato sabía
que exhibir una imagen de pareja conformada y consolidada le daría sustento al
acting pentecostal. La gente, por sentido común, considera a la familia formal
como un valor admirable y que habla por sí de la estatura moral de las
personas. Ambos estaban de acuerdo que no debían contradecir ese lisérgico
sentido común si deseaban lograr que el mensaje llegase a puerto, de manera que
comenzaron a ensayarse como conyugues sin dejar inciso alguno de lado. Si a su
paso la pareja lograba enmendar los deseos insatisfechos de sus
circunstanciales anfitriones no habría barrera que impida una reconvención positiva
de sus valores. Su dialéctica, su actuación y sus capacidades empáticas eran los
protagonistas exclusivos de esta meticulosa y susceptible revolución. Antes de
finalizar la semana estaban conviviendo en el departamento propiedad de Propato
ubicado en el barrio porteño de Villa Urquiza. La cuestión no resultó para nada
traumática ya que la dama vivía desde hacía dos años, a modo de velada
inquilina, en la casa de una prima segunda, separada, cuya única exigencia era
que Claudia se responsabilice de los vencimientos, impuestos y servicios, no
del dinero, sino del organigrama, oficiando como una suerte de administradora,
tarea que a la propietaria le resultaba tan fatigosa como aburrida. Además
hacía un mes que Inés, así se llamaba la prima, había comenzado una relación
estable con una compañera de trabajo de manera que Claudia, a esas alturas, se
estaba percibiendo como una contrariedad.
Propato lo sabía,
el fracaso estaba casi asegurado, pero caminar hacia él por ese sendero y muy
bien acompañado sería extremadamente excitante por lo incierto y si se quiere
por lo infiel, aunque se reservaba para sí alguna leve confianza. Claudia
merecía que la tuviera, de manera que dejar las llaves y firmar la autorización
para alquilar el departamento en la inmobiliaria de su amigo Vilches fue la
última tarea burocrática en la metrópoli. El gestor sabría qué hacer y en qué
cuenta realizar los depósitos.
Lo primero a
establecer era el recorrido, no tanto en su hipotético desarrollo sino en su
comienzo. Propato sabía que posiblemente cualquier planificación resultaría
obsoleta rápidamente debido a que era imposible traducir de manera taxativa las
circunstancias de un ilusorio devenir, y en consecuencia, la temporalidad que pudiese
demandar cada parada, pueblo o estación. Estaban de acuerdo en no pisar centros
urbanos superiores a los treinta mil habitantes, la idea dominante era limitar
la terciarización del pensamiento evitando la intromisión de los medios, a
éstos solo les cabría una función meramente publicitaria en donde incluso,
llegado el caso, se podía llegar a pautar una suerte de reportaje guionado.
Propato sabía que con una respetable cantidad de billetes frescos y una buena
producción se podía improvisar un relato asequible y persuasivo.
El sur fue el punto
cardinal escogido; el sendero, la ruta nacional número tres. Partían de Buenos
Aires, el primer extremo, el más sucio si cabe continuar con la borgeana
asociación; no tenían prisa para investigar cuál sería el otro extremo.
Acordaron que Cacharí, localidad de casi tres mil habitantes, perteneciente al
Partido de Azul, sería la experiencia inicial, pueblo cuya equidistancia de la
propia Azul, ciudad cabecera del distrito, de Las Flores, de Tapalqué y de
Rauch, les permitía sospechar de la existencia de una fuerte identificación con
relación a su impronta histórica y a su genealogía. Luego de verificar el
asiento de una sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, entidad en
la que Propato tenía depositados sus fondos, consideraron que la aldea cumplía
con todos los requisitos para enfrentar una suerte de primer ensayo dialéctico.
Los casi 250 kilómetros recorridos pasaron rápidamente muy a pesar de no haber
exigido en ningún momento al viejo pero bien conservado Ford Escort de fines de
los noventa. Luego de consultar con el primer parroquiano visualizado se
dirigieron directamente, a instancias de su recomendación, al Hotel Cachari,
construcción de época, original y muy coqueta. Una breve charla con el encargado,
café mediante, los puso en autos sobre la manera más eficaz de manejarse dentro
de la villa en función de la actividad a realizar. Ingresar su mensaje al
espíritu de la población vía la señal de la radio FM Impacto les daría un valor
agregado de confiabilidad con buenas posibilidades de credibilidad, poniendo
énfasis en aconsejarles, llegado el caso, al Club Porteño como centro
neurálgico de reunión popular.
Propato sabía que
debían ordenar la data, ir al Banco, tomarse el resto del día y tratar de caminar
por el pueblo, a modo de breve reseña, para acercarse a esa primera impresión
determinante. El trato con la emisora no trajo aparejado gravosos conflictos.
Económicamente estaba dentro de lo calculado. Un micro diario de diez minutos a
media mañana durante cuatro días les posibilitaría decorar dialécticamente y
difundir el encuentro público que se celebraría en el gimnasio del club, en el
quinto día de estadía. La pareja había desarrollado diferentes rutinas y
guiones según fuera el ámbito anfitrión. Tenían claro que un teatro, una radio,
un club, una plaza, una estación, un canal local, poseían lenguajes propios,
tanto desde la oratoria como corporales. Si bien esta primera experiencia no
podía imponer contundentes conclusiones, y más allá de un supuesto éxito de
convocatoria, Propato sabía que por el momento no debían aventurarse hacia
poblaciones de mayor envergadura. En esta etapa visitar poblados de hasta cinco
almas era el objetivo de máxima. En la lista, además de Cacharí, estaban
consignados Chillar, De La Garma, Cascallares, la comarca
Oriente-Marisol-Copetonas, José A. Guisasola, para finalmente arribar a Coronel
Dorrego, sacar las debidas conclusiones y reorganizar la gira, momento adecuado
para analizar si daban el paso superior hacia densidades más importantes y como
consecuencia de esta decisión modificar el recorrido a seguir.
Sin bien Propato
sabía que buena parte del capital se recuperaría con los acostumbrados
donativos de ocasión y comercializando los cuadernillos dogmáticos impresos
para tales efectos, trabajo que por tres mil ejemplares le realizara al costo y
cómodamente financiado su compadre Bonacechi, viejo linotipista experto en
Minervas clandestinas durante la proscripción del peronismo, era menester
mantener cierta prudencia en los gastos, sobre todo con lo concerniente a las
vituallas.
Propato sabía que
la radio era el ariete para la conquista, luego todo se desarrollaría por
añadidura. El vecindario del interior confía en su radio, su radio no les
miente, su radio es parte esencial de la familia y es el nexo vital con el
mundo exterior. Para ello la voz gustativa de Claudia y cierta cadencia bíblica
en su forma de expresión, impostada desde luego, eran las herramientas a
usufructuar. A la sensualidad para despertar el dormido espíritu erótico de los
parroquianos, hombres ciertamente aburridos de ver siempre los mismos paisajes,
se sumaba esa cadencia religiosa ensayada hasta el hartazgo para incitar la
curiosidad de los fieles ante las nuevas formas de recibir la sagrada palabra.
Justamente esas nuevas formas, ese nuevo lenguaje, eran los elementos
cardinales para iniciarlos dentro de un proceso sentido, pensante e
internamente deliberativo. De todas maneras Propato no descartaba que la
cuestión pudiese deconstruirse de manera inversa motivada por incisos aún no
previstos, acaso menos sospechados. La madura belleza de Claudia cautivó de
inmediato a los jóvenes vecinos que con llamativa solvencia llevaban adelante
la segunda mañana de la radio. El programa, típico de esa franja horaria,
exhibía su miscelánea de manera muy prolija y con marcado buen gusto, lejos de
la procacidad en la que suelen caer otras emisoras, incluso aquellas
catalogadas como nacionales. Ellos fueron los primeros en hacer correr la voz
dentro de la aldea sobre la seductora sofisticación de la dama y el elevado
nivel cultural de Propato. Con el transcurrir de los días era un secreto a
voces que el predio del Club estaría colmado en sus 400 butacas. Javier y
Marcelo, los chicos de locución en la FM, se ofrecieron como anfitriones para
colaborar en todo lo que la pareja necesitase durante el evento. Tomado el
ofrecimiento, Claudia los proveyó de la misma cantidad de publicaciones como
sitios había en el salón para que sean entregados a cada visitante a cambio de
un óbolo sugerente pero no vinculante. Los muchachos exhibían un encantamiento
abrumador por la mujer, de manera que no pusieron ni una mínima objeción a su
solicitud. La deseaban, como cada uno de los hombres que cruzaban a su paso y
Propato lo sabía. Los rústicos jóvenes no solo sumaban su edad sino que además
mostraban ser apolíneos, viriles, elegantes y sumamente caballeros. De todas
maneras Propato lo sabía, nada debía temer. La vida de Claudia había estado
repleta de individuos semejantes llegando hasta sus días conocidos en soledad,
de manera que si la ventura determinaba perderla no iba a ser por cuestiones
tan vulgares como una mera razón física o sexual, sino deberían existir cuando
menos pretextos existenciales superiores para atender y entender. La noche fue
un éxito completo y absoluto. No solo la pareja se vio obligada a firmarle al
público los ejemplares de su dogma titulado “Filosofía del tercer milenio”,
sino que además recaudaron en concepto de donaciones el triple de lo invertido
en tanta cantidad de ejemplares, incluso el propietario del Hotel Cachari no
tuvo mayor satisfacción que negarse rotundamente a cobrarles la estadía ya que
el propio Delegado Municipal fue el encargado de abonar la adición al
declararlos, a instancias del Honorable Concejo Deliberante, visitantes
distinguidos e ilustres ciudadanos del Distrito, honor que les abriría
automáticamente las puertas de la vecina aldea de Chillar, localidad por ellos
previamente listada, distante ciento veinte kilómetros hacia el sur y perteneciente
al mismo Partido de Azul.
Propato lo sabía,
la miseria humana no tarda mucho en aparecer cuando ve la luz una nueva verba
humanística, sin antecedentes ni prontuarios, sin cargas onerosas ni escándalos
mediáticos, sin famas ni cronopios, sin doble mensaje ni doble moral. Varios
integrantes de las fuerzas vivas e instituciones intermedias de Cachari, luego
de asistir al evento e informar a sus colegas de la ciudad cabecera sobre el
contenido ideológico del encuentro se reunieron para debatir lo escuchado y
llegado el caso, ante el anunciado arribo de la pareja a Chillar, tomar las
medidas pertinentes. La dialéctica exhibida por la pareja, su significado y su
significante, preocuparon sobradamente al establishment local luego de haber
comprobado la penetración que había tenido el mensaje en el público
concurrente. Las damas representantes de los distintos credos abogaron
directamente por prohibirles nuevos eventos dentro del distrito, los
presidentes de las asociaciones de cultura, de comercio, industria, agricultura
y ganadería, le exigieron de inmediato
al Intendente dar por finalizados estos mensajes subversivos y no permitirle a
la pareja reeditar la experiencia. El propio Intendente y su esposa, asistentes
al cónclave, habían quedado seducidos por ese sereno recado humanista elaborado
con pasión y con inteligencia, con respeto y con vocación pontificia, asamblea
delicada y modestamente decorada por los exquisitos compases del blues melódico
instrumental, compilado de hora y media que la pareja misma seleccionó y que
servía como fondo a la palabra: Ronnie Earl, Snowy White, Joe Satriani, Mick
Taylor, entre otros, fueron apreciados por personas que no solo desconocían sus
existencias artísticas sino que mayoritariamente nunca habían escuchado acorde alguno
del género. Propato sabía, más allá de la aplicada estética y del cuidado
sensorial de sus reuniones, que la filosofía para el tercer milenio, su dogma
de vida solidario e integral, debería enfrentar la ignominia de quienes se
consideran propietarios de los valores morales, imperio que no puede ni debe
ser puesto en tela de juicio. Justamente esa era la razón cardinal para ordenar
su recorrido a partir de las pequeñas localidades. Todo lo que en ellas
sucediera daría como resultante un breviario de experiencias intransferibles,
urgentes de atesorar en el marco de un proceso acumulativo de aprendizaje,
acopio de conocimientos sobre las reacciones naturales de los foros dominantes,
los cuales exhibirían como común denominador, por fuera de sus particulares
locales, impulsos piramidales de poder en donde éste se sostenía apuntalado por
leyes ancestrales de subsumisión. En algunas aldeas la heráldica y el abolengo,
en otras un descarnado sistema feudal explícito, ambos formatos insertados no
solo en las instituciones intermedias sino también dentro de las organizaciones
políticas. Propato sabía que esta extrema experiencia de trinchera era la más
fuerte para sopesar debido a que la miserabilidad humana, imposibilitada de
mimetizarse, los miraría a los ojos, cuestión que raramente podía suceder en
los grandes centros urbanos, lugares en donde este ordenamiento sabe disimular
sus obscenidades mientras la muchedumbre se distrae sin el agobio del
pensamiento crítico y ociosos dentro de un estatus de cotillón. Los textos que
enamoraron al pueblo y que con la misma intensidad despertaron la ira del orden
establecido y su correlato inquisidor ante las autoridades fueron escritos por
el mismo Propato durante los dos últimos años inspirado en la ausencia de una
dialéctica que al mismo tiempo definiese con precisión el dilema humanista de
la sociedad, proponiendo lineamientos éticos, estéticos y morales en donde los
contenidos filosóficos bocetados por un idioma lógico le permitiera descubrir
por sí solo al concurrente que en una sociedad humanista el otro es nuestro
antecedente, nuestro presente y nuestra posteridad, de manera que la alteridad
no es un principio político es una conducta social de carácter celestial, en
donde la caridad individualista no tiene cabida debido a que la solidaridad
pensada lo es todo. Una filosofía afectiva que no venía a imponer íconos ni
necesitaba crearlos, una búsqueda del saber que invitaba a una verbena de
creencias y de ideas.
La pareja partió en
su auto rumbo a Chillar a media mañana del día siguiente, desde luego que
huérfanos e ignorantes de todo aquello que por debajo de la superficie
cachariense sucedía. Como en la maravillosa “Crónica de una muerte anunciada”
todos en la aldea sabían de la existencia de una próxima víctima, incluso sus
afectos más cercanos; todos, menos la víctima: Santiago Nasar. Aunque en este
caso Propato sabía.
Luego de dos horas
de viaje por una ruta geográficamente compleja por sus desniveles y sin mayores
atractivos arribaron a Chillar. De inmediato observaron que cierta frialdad
asomaba en el semblante de los parroquianos requeridos. Se sintieron malamente
conocidos, y como tales rechazados. En los dos alojamientos consultados no les
dieron respuestas favorables para su estadía a pesar de que por esos días no
había ninguna fiesta ni evento que implicara sospechar de una plena ocupación;
los clubes estaban cerrados y tanto la emisora FM Del Espacio como la FM
Ilusiones se negaron a negociar la propuesta de la pareja. Propato sabía lo que
estaba sucediendo, por tanto, luego de explicarle la situación a Claudia,
decidieron emigrar del lugar no sin antes pasar por la YPF que estaba ubicada
en el cruce de la diagonal de ingreso principal al pueblo con la ruta nacional
tres. Cargar nafta y comprar algo para comer y beber durante el viaje hasta
arribar a De La Garma, distante otros ciento treinta kilómetros, era el
terrenal objetivo. Apenas ubicado el auto en la isla de surtidores se les
acercó un joven de unos veinte años exponiendo una sonrisa tan amplia como cordial.
Mientras Claudia se bajó del auto para ir rumbo al maxikiosco habilitado a la
vera de los baños, entre el lubricentro y el lavadero de camiones, el muchacho
le pide las llaves a Propato para liberar el tanque de combustible.
-
Buenos días, súper, por favor.
-
¿Se lo lleno?
-
Si, le calculo que debe andar por la mitad.
-
Usted debe ser el predicador. Los describieron muy bien. El
modelo del auto, la llamativa belleza de la pastora.
-
No exactamente. No soy predicador ni mi compañera pastora,
nuestra palabra no es religiosa.
-
Si me enteré. Se comentó mucho desde ayer que hoy pasarían
por el pueblo. Hubo órdenes de incomodarlos para que no se queden. Negarles
alojamiento, que las radios muestren desinterés, que las instituciones
permanezcan cerradas. Los caudillos locales manejan todo, menos la Estación de
Servicio. Esta YPF no está dentro de sus dominios, encima no es oficial, es
privada, el dueño vive en Tres Arroyos y debemos trabajar estrictamente de
lunes a domingo de 7.00 a 21.00. Somos dos parejas que nos repartimos la
semana, mi novia está atendiendo a su esposa en este momento. Nosotros vivimos
en Benito Juárez, cincuenta kilómetros más para el sur, acaso por eso no
estamos contaminados y puedo estar hablando con usted.
-
Así que estamos censurados, prohibidos.
-
Yo diría que son personas a evitar. Aquí no son tan
valientes para prohibir o para censurar. Solo sugirieron no atenderlos debido a
que su mensaje era pernicioso e inmoral, que atentaba en contra de los valores
chillarenses.
-
Me ahorra el trabajo de insistir, mi amigo. Amén que usted
forme parte de la trama y haya sido puesto aquí para que justamente no insista.
-
Le hubiera dicho que no había nafta y listo. Total, si
continúa para el sur tiene otra YPF en la rotonda de Benito Juárez, y si va
para el norte en Azul. Ambas a la misma distancia, con cinco litros llega
cómodo.
-
Discúlpeme, ciertas cuestiones aún me enojan.
-
Lo entiendo. Pero debe seguir con su ruta, ustedes les hacen
muy bien a las personas. Uno de mis hermanos vive en Cacharí y presenció su
asamblea. Quedó maravillado. Estaba muy emocionado. Lo primero que hizo cuando
llegó a la casa, sabiendo que venían a Chillar, fue escribirme un correo
electrónico contándome la tardenoche vivida, el mensaje, la música, y la
experiencia inédita de un sereno ambiente de festividad humanista.
-
Le agradezco.
-
En todo caso a mi hermano.
-
¿Usted cree que en De La Garma nos sucederá lo mismo que
aquí?
-
Despreocúpese, pertenece a otro distrito. González Chaves.
Además es un pueblo con vida propia ya que para colmo está bastante lejos de la
cabecera. Es algo hermoso. Pasarse un fin de semana vale la pena. No tiene
playas ni sierras, pero es una postal de llanura. Una pena que pase de largo
Benito Juárez.
-
Todavía nos queda grande, estamos experimentando en
poblaciones pequeñas. Tal vez lo visitaremos cuando hagamos la vuelta.
-
Si nos dan los horarios póngale la firma que vamos a estar
en la asamblea. Mi novia Diana, que vive con su padre en Juárez, tiene a la
madre viviendo en De La Garma la cual hace tiempo nos insiste para que vayamos
a visitarla. Está separada del papá de Diana, incluso hace pocos meses hizo
pareja con quien es actualmente el Delegado del pueblo. Gente muy piola. Además
en Chávez gobierna el pueblo peronista, aquí gobiernan los patrones radicales.
Sería un excelente pretexto.
-
Mire, yo le calculo que vamos a estar cinco días. El de la
llegada para afincarnos, caminar el pueblo y asimilar sus aromas, tres días
haciendo prensa y sociales, y el quinto sería el día del evento. A la mañana
siguiente, bien temprano, estaríamos partiendo para Micaela Cascallares.
-
Bárbaro, generalmente los fines de semana trabaja la pareja
de relevo. Cuando lleguen a De La Garma pregunten por un tal Julián, es dueño
del hotelito José María. Si no tenemos lugar en lo de mi suegra, cosa que dudo,
de lo contrario no nos insistiría para que vayamos, seguramente pararemos en el
hotel. Son seiscientos cincuenta pesos de nafta señor Propato
-
Suyo.
-
¿Agua, aceite?
-
Metalé amigazo, revise, le abro el capot, yo aprovecho para
ir al baño.
El camino de
regreso hacia el auto fue compartido por la pareja ya que los sanitarios eran
linderos al maxikiosco. En el breve recorrido Propato puso en conocimiento de
Claudia lo conversado con el servicial playero. En la bolsa de compras un par
de tiras de pan francés, embutidos a discreción y dos botellas de gaseosa sin
azúcar completaban la vianda para el futuro inmediato. Propato sabía que no
debía ilusionarse. Una generosa propina al joven por la revisión y la limpieza
de los cristales y un apretón de manos fraternal fue el único buen recuerdo que
le dejó Chillar a la pareja.
Los veinte días
subsiguientes conformaron un collage de hermosos momentos nihilistas. Cada una
de las pequeñas localidades visitadas recreaba a la vieja Sinope de Diógenes y sus ágoras y sus
libertarias masturbaciones al aire libre. Ese cinismo poético, aquel que había
nacido como visceral rechazo a la materialidad. No se habían reeditado
experiencias ingratas como las de Chillar. El entusiasmo, la sensibilidad y la
afectividad recibidas en De La Garma, en Cascallares, en la comarca que
animaban Oriente, Marisol y Copetonas, en Guisasola, los entusiasmó para pasar
a densidades más importantes, aventurar sus asambleas en ciudades pequeñas,
cabeceras de distrito, comunidades que no superen los veinte mil habitantes,
por supuesto que sin dejar de lado los pueblos, el mensaje no debía nunca
escindir realidades ni contemplar la posibilidad de una mínima discriminación.
De manera que solo se trataba de incorporar al listado nuevos centros urbanos y
modificar substancialmente el proyecto, tal vez lo más importante para la
pareja era buscar una radicación estable en algún poblado que sirviera como
centro de operaciones. Casi al unísono acordaron que Coronel Dorrego, por su
ubicación, era el enclave justo para afrontar el programa diagramado ya que
poseía todas las características geográficas, sociales y urbanísticas necesarias. Tres días en el
Hotel América les costó temporalmente conseguir una pequeña casa de barrio en
alquiler por el lapso de seis meses. La ciudad se encontraba dentro de la
franja de poblaciones típicas de llanura, escasamente desarrollada y con una
economía de subsistencia de acuerdo a una impronta primaria que aborrecía toda
posibilidad de industrialización. Jóvenes que emigraban en pos de aventuras
humanas, médicos clínicos que derivaban tratamientos por obligación debido a que no existía tecnología que los pudiese
afrontar, liquidez monetaria que se invertía fuera de sus fronteras, un
comercio de limitada variedad y escaso movimiento, era el paradigma ciudadano
elegido por sus habitantes. Propato lo sabía, a sus fines era el sitio ideal, y
como todo ideal, peligroso a la vez. Desde esas latitudes dorreguenses, como
bunker, podían peinar todo el sur bonaerense, el noreste rionegrino y el este
pampeano. Estaba resultando todo demasiado bien, había llegado el tiempo de las
prevenciones, de abrir los ojos, pensó Propato.
La bella Claudia
vivía su rol con extremada pasión. Amaba amar todo lo que Propato amaba, aunque
a Propato no lo amaba. Propato sabía que a Claudia su cuerpo amante le pesaba,
la realidad le señalaba que desde hacía muchos años los hombres habían dejado
de promoverle inquietudes y sensaciones. La gratitud y un sincero afecto
compañero, acaso la palabra preferida de ambos, lubricaban una relación que aún
no había sido sometida a exámenes exigentes. De igual modo Propato amaba todo
lo que Claudia escogiese amar, y aunque sabía que no era amado se consideraba
bien pagado por la ventura. En cierto punto del sendero Propato sabía que para
ser feliz con una persona no era necesario obligarse, esfuerzo absurdo por sus
nulos resultados más allá de que generalmente sofocaba y aceleraba cualquier
tipo de finitud.
La comarca serrana
de la Ventana, Coronel Pringles, Monte Hermoso, Tornquist, Coronel Suárez,
Pigué, Puan, serían las futuras asignaturas de estudio, dejando para más
adelante todo lo referido a la ruta tres y la línea sur, desde Bahía Blanca
hasta Carmen de Patagones. Obviamente el comienzo sería en Coronel Dorrego y
más teniendo en cuenta la excelente acogida que habían experimentado tanto en
Oriente como en Guisasola, localidades pertenecientes al distrito. Para el caso
sospechaban que si bien las distancias eran importantes, sobre todo con la
primera de las aldeas, ambos antecedentes los harían menos extraños. En efecto,
pocas horas después pudieron verificar que no se equivocaban ya que en las dos
entrevistas pautadas, una en la AM local y la otra en una de las FM, recibieron
decenas de llamados laudatorios y de afectiva salutación desde aquellas
localidades, cuestión que laboró como publicidad espontánea, mimo natural. Lo
cierto es que las sendas entrevistas extendieron en exceso los minutos pautados
justamente por la cantidad de caricias recibidas a la distancia.
Propato sabía que
no debían banalizar el inesperado fenómeno y que muy probablemente, así como
existían fervorosos celebrantes, deberían ocultarse agazapados en las cañadas
de la llanura censores e inquisidores que no tendrían reparos en exteriorizar
sus disgustos. El primer signo de esotérica malevolencia lo vivieron ante la
negativa del conservador Club Independiente al no permitir realizar en sus
instalaciones la asamblea humanística. Un acuarelizado pretexto formal en
cuanto a la habilitación municipal del salón principal para eventos fue el
argumento expuesto. No tuvieron mejor fortuna con el Club Sarmiento, de manera
que ante las evidencias decidieron no insistir con las entidades deportivas,
resignar capital y tratar de negociar con el propietario del Cine Teatro San
Martín, predio céntrico muy poco utilizado socialmente, con capacidad para más
de novecientas almas. Les asustaba el tamaño del ámbito, pero ante la
hostilidad percibida optaron por mantener su libertad de acción. Al acuerdo se
arribó sin mayores dificultades, un hombre urgido por deudas y
responsabilidades no estaba en posición de aguzar sus ambiciones; rápidamente
Propato dio conformidad al valor del arancel y con un apretón de manos sellaron
sus mutuas confianzas. Los dos días subsiguientes sirvieron para difundir en
los medios de comunicación la fecha y el horario de la asamblea aprovechando
los micros publicitarios pautados. El sábado a las 20.00 horas sería la
cita.
Propato sabía que
el establishment de Coronel Dorrego era de cuidado. Hacía un tiempo había leído
la historia del martirio de Juan B. Maciel, caudillo radical y popular,
emboscado en el año 1937 en la plaza central y que cayera muerto víctima de dos
certeros disparos conservadores provenientes del campanario de la parroquia.
Asesinato que quedó impune por siempre. De hecho, durante la tarde, visitó el
monolito que recuerda la masacre y aunque no era su costumbre, rezó por el
hombre y sus compañeros caídos. Estar frente al dolmen provocó que mantuviera
intactas sus prevenciones, advertencias internas que procuraba no contagiarle a
su compañera. Sentía no tener derecho de trasladarle a Claudia sus insolvencias
y temores.
Midió su entusiasmo
cuando el propietario del cine teatro San Martín, quien se ofreció
desinteresadamente para colaborar, les informó que el ámbito, inesperadamente,
había quedado chico, incluso tuvieron que permitir que la gente se acomodara en
los pasillos, con el detalle anexo que no quedaban más ejemplares de las
gacetillas para distribuir por lo que la cifra recaudada en concepto de dote
superaba ampliamente todas las expectativas. La primera experiencia en una
ciudad cabecera de distrito parecía entregarle un mimo bastante súbito para el
escéptico y desconfiado paladar de Propato.
El ambiente y la
verbena habían diseñado un matrimonio en donde no existía posibilidad alguna de
discrepancia, cambio de opinión o leves antagonismos. Los elaborados y bellos
textos poéticos y humanistas de Propato eran acompañados por la nigromancia
seductora de su bella compañera, corporalidad espectral, hechizo absoluto que
Claudia dominaba a voluntad. Sus danzas eróticas bajo los gobiernos del blues
estaban notificando de la buenaventura existencial. No era preceptivo bendecir,
ni pontificar, ni solicitar milagro alguno, el prodigio era vivir ese instante,
estar allí y continuar de otra manera. Acaso por ese estado de éxtasis todos
los presentes demoraron varios minutos para comprender que primero Claudia y
luego Propato habían sido heridos de muerte en plena asamblea humanista delante
de un auditorio colmado y feliz, producto de cuatro disparos expulsados desde
un potente rifle de aire comprimido marca Gamo Whisper 4.5 mm con silenciador provenientes desde la cabina de
proyección. Propato lo sabía. En el breve lapso de tiempo que medió entre el
melancólico y sangrante reposo de Claudia, en uno de los laterales del
escenario y el primer impacto recibido en el cuello, recordó a Maciel, y a sus
compañeros caídos Costa, Vera y Navarro, y a las emboscadas y a las traiciones.
Antes de recibir el segundo impacto en la frente, Propato lo sabía, había
escogido con precisión el sepulcro, el extremo sucio y final, tal vez el más
eficiente. Coronel Dorrego no defrauda si de aquellas ninfas se trata y aunque
no se conozca a nadie, es un muy buen lugar para ser ultimado.
La exótica ensalada de frutas
Hacia finales de la
década del noventa desarrollaba funciones en el sector Logística del Banco
Francés, entidad que por entonces había pasado a manos del grupo financiero
internacional BBVA. Este sector estaba compuesto por varios compañeros que se
dedicaban a organizar, analizar y gestionar las licitaciones de los distintos
rubros: construcción, seguridad, mantenimiento, mobiliario, útiles, en función
de una planificación de compras establecida desde las más altas jerarquías.
Yo venía desde un sector al que podíamos definir como economato, submundo
dentro de la misma área que se dedicaba al inciso de la distribución de esos
mismos insumos hacia todas las sucursales del país. Llegado al lugar, de inmediato,
me encargaron la tarea de controlar la gestión administrativa. Por mis manos
pasaban todas las facturas del sector las cuales debía cargar no solo en el
sistema contable central sino además en una planilla diseñada en Excel para
control interno, además de hacer todo el recorrido de firmas, establecidos por
norma interna, teniendo en cuenta los montos. Al poco tiempo fui ascendido al
rango de gestor de compras del área construcción, remodelación y mantenimiento
de sucursales. Era responsable de las compras y contrataciones por un global
que ascendía a los 30 millones de dólares anuales, además de proseguir
con mi tarea de control de gestión del presupuesto.
Llegadas las
primeras fiestas navideñas en mi nuevo lugar de trabajo noto con cierta
desconfianza que comienzan a llegar a mí nombre infinidad de regalos
empresariales. Relojes, ropa, electrodomésticos, órdenes de compra, anteojos
ahumados, finas agendas, lapiceras de excelsa calidad, cajas de habanos
cubanos, encendedores, set de instrumental para vinería, vinos y espumantes de
las mejores bodegas nacionales, canastas con productos para la época,
encurtidos, embutidos, detalles estos que ciertamente me incomodaron ya que
venían de parte de las empresas que participaban en las licitaciones que yo
llevaba adelante. Hablo de empresas constructoras, fábricas de muebles,
corporaciones de mantenimiento, de electricidad, de revestimientos. Tristemente
ningún libro, ni siquiera un CD. Lo primero que hice fue consultar a mis
superiores sobre la situación. No me interesaba recibir dádivas, estaba muy
contento con mi trabajo y con mi salario como para permitirme pensar en atajos
que choquen de frente con mi forma ética de pensar y de sentir la vida. No te
preocupés, me dijo el subgerente. Todos reciben regalos empresariales, acaso
vos, por el lugar que ocupás vas a recibir más, pero no te calentés, aceptalos.
Nadie lo va a tomar a mal. De hecho a mi me los mandan a casa, y te puedo
asegurar que son de otro target. Además la totalidad de los proveedores
los envían, de manera que a nadie vamos a beneficiar ni a perjudicar, creo que
en el fondo lo hacen para no quedar descolgados y en desventaja. De todas
formas me alegra que me lo hayas preguntado, habla bien de lo que sos como
tipo, no me equivoqué al traerte al piso, finalizó mi superior.
Pasaron los días y
era imposible intentar consumir o utilizar las atenciones que gentilmente me
obsequiaban las empresas, me daba vergüenza tener que tomar diariamente
un taxi para irme a casa por la cantidad de bultos a cargar y no volver, como
de costumbre, en el subte Línea A de las 6.15 PM, de manera que comencé a
socializar el arca de la buenaventura con algunos de mis compañeros, sobre todo
con aquellos que no tenían tanta suerte ya que su ítem de contratación no
contaba con una lista de proveedores extensa. Para qué quería yo diez relojes,
por más Seiko, Omega, Tressa, Citizen, Tissot o Bulova que sean, lo mismo
sucedía con los anteojos ahumados o con la ropa, o con la comida o con la
bebida. Así familia y amigos comenzaron a disfrutar, junto conmigo y con
Dorita de nuestro modesto gordo de año nuevo. Nunca me lamenté por haberlo
hecho, incluso cuando tiempo después nos llegó la mala y muchos de ellos
comenzaron a darnos la espalda. Éramos felices compartiendo, valía la pena
disfrutar de esa mueca de asombro cuando la mano se extendía.
Pero hubo un
detalle que guardamos con sumo sigilo. Era nuestro secreto. Una tarjeta Gold
para dos personas en el suntuoso y reservadísimo restaurante Lola, ubicado en
el porteño barrio de Recoleta. La cita no tenía fecha de vencimiento por tanto
decidimos esperar el momento acorde para aprovechar la invitación. Recuerdo que
la empresa que nos obsequió la tarjeta fue La Europea, proveedora de
revestimientos y alfombrados, desconozco si en la actualidad aún existe. La
vendedora era una chica muy amable por cierto, su belleza estaba en su
gentileza y simpatía. De hecho si no hubiera estado comprometido con Dorita y
en soledad, acaso quién sabe... Tal vez ella esperaba eso, es lo primero que me
dijo Dori, nunca lo supe... Todo contrafáctico.
Dejamos pasar
algunos meses confiando en la palabra de la vendedora con la cual seguía
manteniendo contacto laboral. De alguna manera ella apresuró nuestra visita al
lugar. Su insistencia determinó nuestra decisión, abril sería el mes, viernes
el día. De alguna manera la media estación nos permitía obtener ciertas
seguridades con relación a la indumentaria debido a que nuestro
guardarropa exhibía mayoritariamente prendas de un tenor atemporal. Vale decir,
no debíamos hacer inversiones extras para la ocasión. Llegamos al sitio en
nuestro modesto Gacel modelo 1985 luciendo impecable traza otoñal. Los
prejuicios jugaron en la partida y conscientemente obviamos el playón que
proponía el restaurante abandonando el rodado a tres cuadras de su
emplazamiento. No había necesidad que nuestra austeridad sea expuesta a los
ojos bisoños y discriminatorios de los ventanales linderos.
Ingresamos al lugar
e inmediatamente presentamos la tarjeta ante un caballero de
refinado jaquet quien supusimos el maître. En efecto, de él se
trataba, su elegante investidura y presencia lo colocaban en un sitio
descollante en el salón. Con suma gentileza nos guió hacia un pequeño reservado
vecino compuesto por ocho mesas bien separas en donde sillas y sillones
conformaban un placentero maridaje, mobiliario, cortinados y mantelería hacían
juego en discretas tonalidades beige. Una vez ingresados al apartado, el joven
giró sobre su eje y nos invitó a que escogiéramos nuestro lugar de preferencia.
Optamos por el más pequeño, uno que estaba a la vera del ventanal que daba a
los jardines internos; éramos dos, de manera que no valía la pena derrochar en
banales superficies. Antes de tomar asiento - ya estábamos corriendo las sillas
– el maître convocó a tres mozos los cuales serían a la postre
nuestras referencias exclusivas durante la noche. Luego de la bienvenida, dos
de ellos nos quitan los abrigos haciéndose cargo de movilizar las sillas para
nuestra comodidad, mientras que el tercero comenzó a completar con panes
finamente saborizados, delicados entremeses y dos copas generosas de un
exquisito Jerez Amontillado, una pequeña mesa lindera que estaba instalada
entre el ventanal y la mesa principal. Algunos breves y apocados vocablos nos
dieron la certeza que los tres jóvenes provenían de Pagos mesopotámicos. Todo
el ámbito parecía ostentar un nivel de insonorización excluyente. No se
detectaban estridencias contiguas que pudieran ocasionar interrupciones en el
diálogo.
La música clásica acompañaba nuestra incomodidad. Y digo incomodidad
inicial ya que íntimamente nos percibíamos ajenos a ese mundo selecto, cosa que
por cierto los mozos hicieron todo lo posible para menguar. Mi primera sorpresa
fue la llegada de ambas cartas, elegantemente doradas, no podía ser de otra
manera. Ninguna de las dos tenía precio, era lógico, se trataba de una
invitación. Dejamos la elección del Cabernet Sauvignon a criterio
del sommelier que gentilmente se nos acercó para tales efectos a la
par de consultarnos qué menú habíamos escogido como entrada, plato principal y
postre. Luego de una clase magistral al respecto nos conminó a que modifiquemos
el cepaje y optáramos por un Merlot Patagónico cosecha 1994 para la cena
propiamente dicha, y otro más joven cosecha 1999, debido a que para el final de
la velada nuestra decisión se había volcado hacia un antojo que tenía cobijado
desde hacía añares: una tabla de frutas exóticas.
El servicio fue
impecable durante toda la noche, hasta sentimos algún cosquilleo aristocrático
mal habido ya que, más allá de las gentilezas, nuestra perturbación pasaba por
un petulante grado de subsumisión impuesta a los trabajadores, de parte de la
firma y a favor del cliente, que no se correspondía con nuestras visiones
sociales igualitarias. Hasta en algunos instantes nos percibimos invadidos,
acaso adulados en extremo.
Las crepes de
variadas verduras acompañando unos langostinos con salsa americana, los
fiambres y quesos artesanales y los riñoncitos de cordero patagónico salpicados
en ciboulette resultaron insondables delicatessen a la hora de
degustar. Pero aún quedaba lo esperado. Combinar ese joven Merlot previamente
recomendado con la ansiada tabla de frutas exóticas. Paroxismo adicional que
tenía individualmente ya que Dorita, cuando sus tiempos de soltería, había
viajado por latitudes caribeñas en donde tuvo la fortuna hasta el hartazgo de
consumir todo aquello que para mí significaba una novedad. Incluso ella rechazó
compartir el convite optando por una copa helada.
Y llegó el momento
esperado. El deslizamiento de la rústica y laqueada madera hacia el centro de
la mesa y lo que pude observar sobre ella promovió una de las desilusiones más
notorias que en lo personal haya tenido como comensal. La tabla, muy artística
y cuidada en simetrías, exponía cortes gemelos de banana, donosos gajos de
mandarinas y pomelo rosado, bastones de manzanas y peras en macedonia
formación, círculos de duraznos, ciruelas, damascos y pelones, uvas bicolor
estableciendo una suerte de flor en cuyo centro se dejaba descubrir un frutilla
de fuerte bermellón, cuatros bolitas, dos de sandía y dos de melón, parecían
oficiar como residentes ultimados de una exoticidad que brillaba por su
ausencia, una hoja de menta caía melancólica por uno de los laterales. Me quedé
mirando el centro de mesa sin comprender la situación. Años esperando por el
mango, el maracuyá, la guayaba, la papaya, la piña baby, el coco, la tuna, la
platonia, acaso hasta eran conversables algunos frutos rojos de los bosques
andinos. Ante mi consulta, a modo de curiosidad y lejos del reproche, se me
explicó que dicho plato estaba diseñado a favor del turista y que la tabla fue
elaborada por el jefe de cocina con productos exóticos para los extranjeros,
comunes y corrientes para nosotros. Todas estas frutas están seleccionadas y
provienen de quinteros que trabajan para Lola, con exclusividad, sentenció
el maître. El sabor amargo no se disipó con la explicación, tal vez
esa era la única oportunidad que de cara hacia el fin de mis días tendría para
aprovechar de aquel colage de manjares deseados. El término de la velada nos
reveló que el vino no había hecho mella en nuestras capacidades intelectuales y
motrices de manera que nos retiramos del lugar no sin antes dejarles como
propina a nuestros gallardos anfitriones el equivalente a una pizza grande de
muzzarella de El Bancero acompañada por una par de cervezas, detalle que agradecieron de manera
muy respetuosa.
A los pocos días me
reencontré en la oficina del Banco con la gestora de la empresa que me obsequió
la tarjeta, a la cual le agradecí por tan hermoso detalle, ahora si con el
fundamento de la praxis. Nada le comenté sobre mi desilusión.
Diecisiete años
después recordé esta historia. Me vino a la cabeza a poco de observar que en la
verdulería de Coronel Dorrego, de la cual soy cliente y cuyo propietario es mi
amigo Mariano moraban entre los cajones ciertas especies que desconocía. Ante
la consulta y de forma natural me respondió con aquellos nombres buscados en mi
otra vida, aquella de los presuntuosos oropeles recoletos y dádivas empresariales.
Y las piñas baby, los mangos, las papayas, los maracuyás comenzaron a formar
parte de mis postres cotidianos. Ya no era necesario vestirse de elegante sport
ni dejar estacionado el auto a tres cuadras. Lo exótico no descansaba en los
frutos en sí, sino en el subjetivo imaginario que nosotros tenemos sobre la
cuestión. Lo exótico no existe, lo único que pervive es el trivial deseo por
aquello que desconocemos, incisos que sospechamos están radicados en lugares
tan extraños y tan vulgares como los nuestros...
Las suertes
En tiempos en donde
la gente se postula, se mide, se propone y hasta se impone.. digo..
“Las suertes que la
vida me ha regalado, le dije al tipo. Como en toda suerte ni siquiera cabe la
responsabilidad. Por suerte no soy periodista, de manera que nadie va tomar en
serio mis pensamientos, análisis, informaciones y menos aún seré invitado a
tediosos encuentros que apenas finalizados quedarán en el olvido. Por suerte no
soy escritor. Por eso mis novelas, cuentos y poemas no tienen la obligación de
llevar el fatigoso peso de una firma sospechosa. Si uno se choca casualmente
con alguno de ellos no se verá forzado a saber quién es el autor. Además se
ahorra vida al no sentirse parte de tertulias y convites en donde generalmente
la literatura queda a un costado, como en estado de espera, hasta que vuelva a
recuperar su rol fundamental. Por suerte uno no es inteligente ni sagaz,
cuestión que me permite obtener licencias de modo no molestar a mis cercanos y
lejanos con postulados fundantes y frases de almanaque. Por suerte no
tengo ni la ambición ni el desvelo de superarme y menos aún de superar a mis
linderos. Por suerte no estoy en ningún listado cuando de valorizaciones se
trata. Por suerte nadie cuenta conmigo en su imaginario. Es una excelente forma
de no defraudar y a la vez le permite a uno dar el guiño inesperado sobre
algún inciso no pensado. Por suerte no me esfuerzo por agradar. En ocasiones
dicha carga conlleva cierta dosis de hipocresía que lacera, y mucho, a medida
que los años avanzan. Por suerte ni el deber ser, ni ser políticamente
correcto, cuentan en mi vademécum. Por suerte no creo en supersticiones.
El amor para toda la vida, el amigo incondicional, la verdad revelada, la
credibilidad, los pueblos nunca se equivocan, el hombre es bueno, el olvido, la
memoria, Dios existe, Dios no existe, la existencia de los imprescindibles, la
vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida o que cada día que pasa nos
parecemos más a ese cadáver que alguna vez seremos. De todas maneras llevar las
maletas cargadas con semejante fortuna por este sendero de los extremos sucios
es el precio que uno debe asumir y pagar para tratar de ser, como decía el
recordado Osvaldo Ardizzone, un hombre común, sin aspiraciones extraordinarias
ni ordinarias, de ser una persona fácil, sin limitaciones formales, sin que
pese el veto o la aprobación exterior, sin ser invasor ni ser invadido, de ser
feliz de a ratos, de hacer feliz de a ratos...”
Vértigo
Era la
primera vez que experimentaba tal sensación. Viajar siempre estuvo entre sus
planes y prioridades, de hecho para eso había llegado a este mundo, incluso
conocía que su diseño antropométrico incluía dicho pretexto. Sus extremos
sucios mediaban por sobre distancias cortas de manera que hasta podían
considerarse límites hermanos. El ingreso al habitáculo, acomodar los sentidos,
verificar que nada se interponga al comienzo, instruirse debidamente sobre su
rol en tan breve espacio físico, era el visado preliminar.
A
minutos de la salida estaba todo en orden, a tal punto que tuvo tiempo para
relajarse y disfrutar escuchando de fondo la extraordinaria guitarra de Stevie
Ray Vaughan interpretando Lenny, una de sus melodías instrumentales más
célebres.
Imprevistamente
la pólvora estalló en el rostro, su nariz se oscureció, y un cansino aroma a
quemado invadió su atmósfera individual. El viaje había comenzado, casi al
instante la sangre del muerto estaba lavando esas impúdicas señales de cuna. A
toda velocidad nació, y como lo exigía su egoísmo viajó, y como su pretexto
demandaba, mató. La bala puede dar fe, para sí, de su vértigo y de sus extremos
sucios, por ventura poco nos puede informar sobre ellos y el sendero que
recorre.
Estúpidos
"En la actualidad
cualquier estúpido con recursos económicos escribe y publica un libro y eso de
ninguna manera lo convierte en escritor”. Esta sentencia cuyo autor prefiero
mantener en reserva presenta a mi entender flancos que es necesario desglosar.
Tras el carácter taxativo de la afirmación se esconde un sofisma sencillo de
refutar con el siguiente razonamiento: “En la actualidad cualquier entusiasta
de las letras o escritor profesional, bueno o malo, estúpido o no, con
suficientes recursos, está en condiciones de publicar un libro”. Estimo
que la estupidez, la literatura, y la posibilidad de publicar no son términos
equivalentes ni guardan relación entre sí y más teniendo en cuenta que los
hermosos textos del gran escritor estadounidense Lovercraft vieron la luz recién
pasada una década de su extremo final, sin mencionar el trágico derrotero del joven talento John Kennedy Toole y aquella obra magistral titulada La Conjura de los Necios, por lo cual no queda mucho para agregar
sobre de qué se trata ser un escritor.
Como dijo
Stevenson “El encanto es una de las cualidades esenciales que debe
tener el escritor, sin el encanto, lo demás es inútil”. Borges sostenía: “Cuando
yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un
concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy
descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas,
no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son
así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”.
En consecuencia al
adolecer de encanto no me considero escritor más allá que algunos de mis textos
hayan tenido buena estrella y reconocimiento en varios centros literarios
nacionales. De modo que por fuera de la profesionalidad que la tarea
requiere, ésta exige de cualidades que no siempre están ligadas con las ansias
y deseos de expresarse mediante la palabra escrita.
El lector elige, al
igual que es elegido por el texto que escoge. El escritor nunca está al margen
de la cuestión, sabe perfectamente a quiénes trata de apuntar con su encanto.
Al igual que
escribir no es ser escritor, leer no significa ser lector. El lector es la
esencia del escritor en sus dos facetas: No se puede ser escritor sin ser
lector, y no se puede considerar lector al sujeto que leyendo no relaciona ni
intenta incluirse por igual dentro del espíritu de la historia (infiernos del
escritor) y la jerarquía del lenguaje. Sucede lo mismo con la música y con el
cine. Ni nos convertimos en melómanos por escuchar melodías, ni nos podemos
considerar cinéfilos por el simple hecho de ver películas. Interviene aquí un
elemento que marca la diferencia: La complejidad. Nuestro propio placer
por la complejidad exigirá que vayamos en busca del encanto, y como
consecuencia, tendremos la capacidad para determinar si ese texto al que
arribamos está escrito por un escritor o por un simple entusiasta de las
letras. Discernir con placer dentro del ámbito de la complejidad es tarea del
verdadero lector.
En alguna ocasión
un amigo, también entusiasta de las letras, criticaba la apertura libre y
discrecional que hacía de mis títulos en sitios públicos de la red, insistiendo
que debía poner más atención sobre cuestiones de reserva y cosas por el estilo.
Según su razonamiento estoy mal exponiendo mis cuentos, poesías y novelas para
que sean utilizadas, usurpadas y si se quiere malversada por propios y extraños
(se ve que el hombre me aprecia demasiado). Sin duda que vale la pena el reto
del que buenamente era víctima, pero a mi entender, en la actualidad, como en
ningún otro momento de nuestra contemporaneidad, se hace necesario reforzar los
conceptos de libertad y de igualdad mediante la acción concreta. Es probable
que mi estupidez quede de manifiesto inmediatamente luego de efectuada la
lectura, por lo menos nadie podrá acusarme de distraer dineros de terceros en
textos que resultan más interesante de encontrar casualmente que, en el peor de
los casos, tener que pagar para acceder a ellos.
El físico y
filósofo italiano Strato de Lampsacus afirmó que sin pensamiento nos es
imposible percibir la belleza que atesora la complejidad. Estando de acuerdo
con la cita se puede afirmar que cuanto más fronterizo es el menú artístico a
percibir menos necesidad de elaboración inteligente requiere. Cuestiones de
pertenencia política y cuestiones de resignación artística hacen a la
problemática cultural. Ambas conspiran contra la posibilidad de educar y formar
al soberano, respetarlo elevando el tenor conceptual, de familiarizarse con la
hermosa desmesura de la complejidad, por encima de conformarse con la
vulgaridad rutinaria que nos ofrece la seguridad de lo probadamente digerible.
Al mismo tiempo, y
como bien sentenció Albert Camus, después de expresar la nobleza del oficio de
escribir, “querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros
títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero
tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni
orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza;
consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta
levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia”.
En lo personal
cuando leo y cuando escribo, blues...
Inciertos desaciertos
Sábanas obscenas,
el hilo del sol invade y vela tu halo sagrado, te veo dormida, me omites, acaso
eres más libre. Y fue nuestra primera cita, noche del estreno, los dos lo
sabíamos, adiós seducción, la poesía es la única muestra de perpetuidad que nos
une, por eso abre tus ojos para estar segura de mi ausencia. No te expongas, no
es necesario, el cielo y el averno por igual nos esperan, nos ofrecen lo mismo, el olvido, en tu caso aquella marca causante del insomnio hoy es
silencio, en lo que a mi respecta soy de los que van detrás de los fallidos pasos
de esporádicos y azarosos aciertos. Pienso, suspendo, pienso lo que suspendo, sigo pensando
que para los cínicos, el paraíso tiene dos caras absurdas: ni el infortunio es
necesariamente mala suerte ni ser intuitivo tiene que ver con el talento.
Siento defraudar a tus esperanzados desintereses, insisto, prever el devenir es
tarea de insolentes, tengo respeto religioso por todo aquel hombre que edifica
su abandono, por tanto no persistí en la cruel fatiga que invita la ventura de
tu huella...
Sin los flamencos
los lagos estarían desencantados, sin los lagos los flamencos solo serían
ocaso. Pobres las aves, observan las miserias sin omisiones, mientras los peces
tienen el poder de sumergir penas y risas. Naturaleza de mi, de ti...
Las despedidas son
péndulos, inercia inevitable, a la par voy bocetando contornos de olvido al
verte partir, más luego veré tus ojos comulgar con los míos, a pesar tuyo, mi
cuerpo débil y torpe se resquebraja en tu invierno, detrás del prisma esos modestos
reflejos marcan tu ruta, no me entiendo cuando las soledades no te perciben
bella y sublime, como cuando te dibujé en mi ceguera. Estás distante, sin
osadía, ausente, excomulgada, fuiste placebo y tersa clama. Si pretendemos
avales para el amor seremos fraude, en tus abismos siento que mis infiernos
enmudecen, por tu ventana se intuye vacío, desoriéntate, por las estrellas
descubro que tu cuerpo todavía es, amnesia de ti y nuestros desencuentros,
ausencia de mí...
Los eufemismos
pasan de mano en mano, tercos, sin dueño, acaso el sortilegio fue intentar
desvestir a tus miedos con linos de celo asumiendo la eternidad cual fórmula de
romanticismo. No te ocupes de mis fiebres y mis nauseas, impidamos que este
amor nos sepulte, tampoco me indagues, ya estoy demasiado desencontrado por ese
sano vicio que persiste en amarte. Mi escenario boceta tu ausencia, bruno
destino. Cuesta entender, más lo inexplicable se te adueña, atino pues a que
tus placeres abreven de mis sudores. Quizás llegue el tiempo en el cual me
ames, y así, sin argumentos y de modo casual, sin pretextos ni “postextos”, decidiré
olvidarte, y caminaré bajo la lluvia de mi granizo tormenta, tras mis pasos, insomnios
y misterios, a por la trampa y final, paraíso pensado, edén que solo existe
para morirse en paz. Estamos detrás de todo aquello que jamás buscamos, siempre
llegaremos tarde, la única seguridad de cara al futuro es que nuestros nichos a
perpetuidad estarán cercanos al dolor, podemos compartir el cielo y el
infierno, nada que valga un recuerdo, escaparse no es otra cosa correr y no
encontrarse, de alguna manera toda ausencia instala al olvido como aliado. Así
me desperté una noche, mojado, y se me ocurrió desandar mi vida, el sendero y
sus extremas suciedades, con cuántas sorpresas tropecé. Viajé por atajos en
donde los nómadas sueñan fantasmas, partí sabiendo con certeza mi no regreso,
me secuestré y me liberé, y fui feliz, sabiendo que lo mejor de lo peor me
estaba ocurriendo. Asesiné al muerto que llevaba dentro, espectro que intentaba
incomodar mi conciencia, no permito que nadie domestique mis nobles pasiones,
solo los mares son capaces de procrear sales de bondad, ningún humano recrea
pleamares de ilusión y menos aún bajamares de pureza. El amanecer propone
acertijos y crueles preguntas de poca luminosidad, creo en tu voz, descreo de
vos, de mí, somos engaño, muy a pesar estoy acostumbrado a tu memoria, contigo
soy capaz de no ser, y amo no ser, porque estoy contigo...
De noche no todos los gatos son pardos
(Historias de militancia)
Me había levantado
temprano de la siesta, estaba feliz sabiendo que el conocimiento se hallaba a
la postre de unos mates y dando vuelta la ochava. Con las lecturas previas de
El Loco Dorrego de Hernán Brienza, Fusilaron a Dorrego de Raúl Fradkin y de
Manuel Dorrego, el Héroe y sus cavilaciones de Antonio Calabrese, supuse
encontrarme a la altura de las circunstancias para valorar y respetar en su
justo término la real dimensión intelectual de nuestro eminente disertante.
El ámbito era
perfecto. Cierta intimidad, una treintena de personas de valor y compromiso
social daban el marco adecuado a una charla debate en donde la política y la
historia se esforzarían por diseñar sus acuerdos y desacuerdos amablemente,
dejando de lado esas detestables y eruptivas pulseadas que solemos observar
cuando un par de lectores, más o menos avezados, le rinden culto deshonesto a
sus supuestas sospechas eruditas. Tipos que aman escucharse, onanistas de sus
propios escritos.
Pero qué va... el
alma de Beatriz Sarlo se hizo presente, y por un rato me sentí Orlando Barone
en aquel recordado programa de la televisión pública.
Sorpresivamente me
desasné allí que Juan José Hernández Arregui presenta lecturas marxistas,
sesgadas y europeizantes con respecto a nuestra historia reciente, por lo cual
me encontré en la feliz obligación de leer nuevamente La Formación de la
Conciencia Nacional, Imperialismo y Cultura, ¿Qué es el Ser Nacional? y
Nacionalismo y Dependencia.
Considero que el
eminente disertante debía sostener razones valederas y científicas de las
cuales no puedo ni debo dudar. Tal vez lo leí con cierto preconcepto, tal
vez por pertenecer al campo del pensamiento popular la figura del converso
haya enamorado a Hernández Arregui de modo lograr mimetizarse con Arturo
Jauretche, Homero Manzi y Raúl Scalabrini Ortiz. No sé, es apenas una sospecha;
soy simplemente un apasionado y humilde lector.
En otro orden de
cosas estimo que José Pablo Feinmann no espera devoción de parte de nadie ni
aspira lograr santidad alguna. Supongo que su inteligencia propone disparadores
que nos permiten ampliar nuestra base de debate y discusión con
fundamentaciones honestas, tan permeables y recortadas como otras, pero con un
índice de racionalidad que hacen relevante su figura como filósofo, historiador
y analista.
También nos
enteramos que la violencia política no formaba parte del vademécum del General
Perón. Y eso es cierto, su revolución fue en paz; los cambios sociales
efectivizados luego de 1946 modificaron notablemente la vida de todos los
argentinos, sobre todo la vida de los trabajadores y la de los sectores más
vulnerables. Lo que no podemos ignorar es que dentro del movimiento se desarrollaron
brazos armados, tanto de derecha como de izquierda, que ni el mismo General
pudo acotar luego de haber sido factótum irreemplazable de su propia
génesis. No olvidemos las reuniones en Puerta de Hierro que sostuvo en
varias ocasiones con aquella juventud maravillosa en las lamentables épocas de
la proscripción. Esto no configura en absoluto un reproche. Nada más lejos de
mi intención. Es una realidad histórica que no debemos ocultar si de criterios
políticos y científicos se habla. Tampoco creo que la inteligencia del General
haya sido engañada o sometida burdamente por las brujerías del mediocre y
tristemente célebre cabo José López Rega.
La taxativa
definición sobre la pasividad juvenil de los ochenta no me parece contener
condimentos probatorios irrefutables y más teniendo en cuenta que uno, como
testigo y protagonista, fue participe de aquella resurrección estudiantil
postdictatorial. Recordemos solamente que las páginas de los diarios exhibían
como noticia de tapa los resultados de las agrupaciones universitarias
partidarias en cada claustro. Franja tenía significado y significante, al igual
que la Juventud Intransigente, la Funap, Upau, la JPU, el FJC, la JS y demás
agrupaciones trotskistas, maoístas, humanistas y hasta ecologistas. Es cierto,
fuimos una juventud fiambre que, políticamente, se rindió demasiado rápido ante
la adversidad y el desencanto con aquellos que hablando de coraje se agacharon
a la primera de cambio, casi sin dar batalla intelectual, ahora llamada
cultural; pero eso no desmerece el entusiasmo y lo explosivo de su génesis.
Recordemos bajo las faldas de quién terminó sus días el político e historiador
de la izquierda nacional Jorge Abelardo Ramos.
Nada garantiza que
el actual encanto juvenil se consolide a través de una militancia permanente
ante otro desencanto o ante una nueva adversidad. El actual formato social será
clave para entender el futuro. Coincido con nuestro disertante. Con la
democracia no se cura, ni se educa, ni se come. Se cura con una política
sanitaria popular, con médicos de excelencia y un modelo de inversiones de
carácter universal dejando de lado el "Modelo Médico Hegemónico" que
sostiene la variable costo/beneficio como capricho institucional. Se educa con
planes acordes y progresistas a favor del conocimiento general y particular,
con docentes bien pagos y centros de instrucción y formación, integrados a un
proyecto de país, y se come con una distribución justa de la riqueza. Esto es:
La democracia con sustancia política y no solamente como modelo gestionalista.
Sospecho que la
ausencia del Coronel Manuel Dorrego en esta interesante tardenoche no se debió
a una cuestión de censuras ni de olvidos. Estimo que prefirió no asistir
entendiendo que su sacrificio y las manchas de sangre en su casaca aún no eran
suficientemente respetadas.
Hubo intentos de
algunos presentes para arroparlo y traerlo a la fiesta intelectual. Pero no
hubo caso. La política internacional, Kadhafi, Mao, Reagan y la crisis de una
sustancia llamada petróleo que ni siquiera conoció, lo convencieron que asistir
no tenía demasiado sentido. Y fue una verdadera pena la decisión. Intuyo que
prefirió tomarse unos mates con Juan Maciel, crepúsculo mediante, en algún
rincón del pago en donde nadie con soberbia intelectual tenga la pretensión y
el poco tino de rubricar incómodamente alguna inútil sentencia universal. El “después
te firmo” del disertante constituye el resultado de una pulseada de la
que nunca participé. Me llamó mucho la atención que del campo popular emerjan
esas chispas elitistas que hacen más a la actualidad de la antes mencionada
filósofa aliancista y no tanto al apasionamiento de un compañero que con
esfuerzo y voluntad se nos acercó para pasar un buen momento de charla y sana
discusión.
Junto a mi señora
recorrimos cuarenta kilómetros entre ida y vuelta para escuchar y aprender. No
nos arrepentimos en lo absoluto. Gracias al "Profesor" pasamos una
estupenda velada de aprendizaje en el Bar No Tires Lavalle, junto a los amigos
Carlos y Susana. Al rato cayó el Coronel, encantado con el nombre del boliche,
junto a Juan Maciel, seguro por estar a salvo de las sombras de la
parroquia. Y estuvo presente la vernácula política y la historia de nuestros
dolores y nos encontramos, tal vez sin tanta pompa ni boato con aquello que
vinimos a buscar: el sendero. Demás está aclarar que a nadie se le ocurrió
firmar ningún protocolo intelectual al finalizar la reunión. El asunto fue
mucho más simple, mucho más humano, mucho más político. Quién sabe... hasta con
algún rigor científico ciertamente casual.
Mudanza
Me he mudado varias
veces. Y también me he mudado de mis insolvencias para luego volver a mudarme y
poder recuperarlas. Me he mudado del devenir, para luego caer en él sin mayores
resistencias. Uno puede mudarse cientos de veces en la vida, lo que nunca podrá
es mudarse de la vida, porque de alguna manera la vida es un estado de mudanza
permanente. Personas y lugares que llegan, amores y desamores, personas y
lugares que se van, amores y desamores, y todo es un comienzo que anuncia un
nuevo final. La vida es un mesurado promedio de sinsabores, y allí estamos
recorriendo esas mesuras y esos sinsabores, esperando por lo que nunca va
llegar, tratando de postergar lo inevitable, la mudanza final... a final....
La banalidad pura
Viajo desde lo
banal hacia lo importante para que lo importante me enseñe las claridades de lo
banal. No hay modo de imputar a la banalidad sin conocer el sendero de la
complejidad. Mi objetivo es ser banal, racionalmente banal para no perderme
detalle alguno. Para eso preciso conocer acabadamente cada meandro, cada
recoveco, conocer la banalidad de lo banal es una tarea fatigosa que requiere
de concentración, atención y cierta dosis de necedad. No alcanza con los
sentidos, embusteros por excelencia, no alcanza con los estados de ánimo,
fantasmas poco creativos a la hora de vivirla. No hay que confundir la
banalidad con la frivolidad, son dos categorías distintas. La banalidad
requiere ser pensada debido a que expresa algo que pretende exponerse como de
nula importancia. Para arribar a esa conclusión entonces es necesario pensarla.
En cambio la frivolidad no se piensa ya que se manifiesta superficial y sin
peso específico.
La banalidad posee
perversiones y malevolencias maduradas, ignorancias predeterminadas, mejor
dicho sabidurías escondidas, ecuaciones y figuras que bien explican su razón de
ser, su contenido y su continente. No es inocente a pesar de su morigerado
disfraz, se trata de un enemigo extremadamente poderoso, eficaz en sus estrategias,
difícil de vencer con armas nobles. La banalidad arropa con sus mantos durante
el invierno y refresca con sus frutas en verano, de allí su éxito en el campo
de lo cotidiano. Si bien en el mundo de las ciencias duras tiene algunas
dificultades, sabe perfectamente que el científico no lo es durante toda la
jornada, justamente para capturar esos espacios diseña mundos paralelos pensados
para momentos lascivos. No hay manera de conocer el poder de la banalidad sino
mimetizándose dentro de su razón pura. Y esa razón pura no está elaborada ni
edificada por circuitos banales, todo lo contrario, si bien abogan
fervorosamente por el sentido común, este inciso está cimentado doctamente
desde un propósito dominante: dejar sin razón pura al sentido inteligente. Y
esto lo hacen atribuyéndole sospechosas incomodidades, extremando sus agobios,
exponiendo a la sencillez como la mayor virtud. La banalidad, en nuestra
contemporaneidad, ha logrado victorias épicas dentro de la filosofía, la
religión, la historia, la antropología, la sociología y la política, y no por
sus valentías o gallardías. Las ciencias humanísticas han cedido ante la
opinión y la interpretación de modo que se han transformado en materias
discutibles en donde todo está sujeto a comicios, incluso las probanzas
taxativas, ergo incluso la memoria como valor. La banalidad necesita del
individuo banal, SER que con el correr del tiempo ha sido domesticado a favor
de un exitoso proyecto de banalización global, paradigma imprescindible para
que la conciencia social y colectiva no tenga nunca jamás la oportunidad de
exhibir su humanista razón pura...
Círculo cansino…
Cuando me canso de
besar, descanso y continúo besando, cuando me canso de acariciar, descanso y
prosigo acariciando, cuando me canso de abrazar, descanso y sigo abrazando;
acaso de eso se trata el amor. Cuando me canso de amar, descanso, para seguir
amando…. Descanso, víspera necesaria, estado de mudanza y espera que recrea
aquello de lo cual se estaba dudando, ansiedad recuperada, vértigo, sendero, rima
insolente, versos cansados de estar cansados por no besar, acariciar y
abrazar, cansados por seguir cansados de amar, de no amar, de esperar amar.
Hasta la víspera cansa porque ese no besar, no acariciar, no abrazar y no amar,
cansa, y es derrota, y la derrota cansa, agota, sumerge, inmoviliza, y estar
inmovilizado cansa, los músculos se duermen, hormiguean, y ese hormigueo cansa,
corrompe, con la misma intensidad y cansancio que cuando se cansa de amar...
Traficante
Deseoso de olvidar,
recordaba; ansioso por recordar, olvidaba. Pensó en Borges, en Funes y su
intangible calvario mnemónico. Pensó también en la pócima del olvido y en el
estupendo relato del Ángel Gris. Ambos textos le fueron acercados por un viejo
amigo argentino, escritor exiliado en tiempos de la dictadura de los años
setenta. Vencido, buscando un salvoconducto, estimó prudente traficar el
significado de los verbos. Así Charles J. Samuels se indujo a no tener
compasiones de modo crear una nueva codificación, un nuevo lenguaje en donde
toda evidencia debía desaparecer, en donde la revisión era motivo y clave
universal. Londres abandonó definitivamente su tinte de ciudad niebla, tanto
Estambul como Praga comenzaron a minar sus ancestrales atractivos, París cegó
sus luces imprevistamente y Roma abandonó su bronce de doncella vaticana. Al
mismo tiempo esas taxativas definiciones eran inmediatamente olvidadas dando
paso al recuerdo de lo que nunca fueron. Para Samuels la realidad era tan sólo
una percepción fraudulenta compuesta por cientos de chantajes que decidieron
coexistir para no agredirse; porque el asunto es perdurar utilitariamente. La
necesidad era desarrollar un nuevo relato, un nuevo motivo que merezca ser
enterrado. Entonces apareció en llamas una ciudad todavía no creada, moría en
un baldío de La Habana una bella mujer todavía no nacida y el aire no
contaminaba porque se había encontrado el modo de conservarlo impune a través
de un sistema de purificación asimétrica. El mundo real era reiteradamente evocado
por el olvido. La obra de Samuels no encontró seguidores ni entusiastas;
decenas de editores se abstuvieron de publicar sus manuscritos y los pocos que
accedieron a los bocetos preliminares desecharon sus conceptos a pesar de
reconocer una fina y atildada prosa.
Charles se suicidó
en Edimburgo, su ciudad natal, arrojándose al cauce principal del Water of Leite, el
uno de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve al cumplirse el cincuenta
aniversario de la invasión nazi a Polonia. Amaba Varsovia; lo laceraba aquel
reflejo sepia y en ruinas. Sus contados confesores afirmaron que el amor de su
vida aún caminaba por los despojos de aquella ciudad; se sospecha que el
imborrable recuerdo de aquella invasión encontró plena justificación para dejar
de especular. La evocación y la memoria vencieron el espíritu traficante de
Charles J. Samuels, tanto es así, que los espectros de Robert the Bruce y de
Walter Scott fueron los únicos privilegiados en asistir a sus exequias. En
definitiva, dejar de ser escocés no era cuestión a traficar.
La cátedra de los gatos
Estoy extenuado,
algo acostumbrado quizás, acaso levemente rendido ante los males que como
hipoteca humana uno tiene la obligación de disfrutar por gravamen temporal.
Resistirse es cuestión absurda; arribar al final del sendero y que ese finito
sea una vaga parodia del camino no me parece seductor. Borges se colocó ante la
muerte con una actitud de acatamiento, carente de humildad, miedo o
desesperación. Yo no puedo, y la mayoría de las personas que quiero y conozco
tampoco. De alguna manera envidio sanamente al maestro. El crepúsculo es muy
bello, sólo si la mañana siguiente continúa siendo un evento irreversible. Sigo
repasando sus historias. Leo una certera definición de la Muerte: Sucia como el
nacimiento del hombre. Pienso. Qué soberbia provocación resulta higienizar
buenamente aquello que se encuentra entre márgenes tan sórdidos. Me sirvo una
nueva taza de café al cual le añado tres gotas de edulcorante - quema, espero - repaso viejas fotos, noto que algunas me
cuentan novedades. Paisajes que no recordaba conocer, personas ajenas que me
abrazan con una dosis de incomprensible afecto. Distingo varias mascotas, más
precisamente gatos, animales que mejoran y facilitan exponencialmente la visualización
de mi nuevo pasado. No alcanzo a recordar las razones que motivaron abandonar
aquella sana costumbre de ser elegido por un gato. Y es lógico que ignore algo
que no sucedió, debido a que si bien cumplen el rol de mascota uno no las
elige, ellos son los que deciden. Vale decir que yo no abandoné la costumbre,
en realidad ellos optaron por excusarse. Sabiduría felina me atrevo a
sentenciar. El café está templado y a punto. Excepto por el asunto de los
gatos, aún no he logrado purificar el sendero. Continúo con el recorrido. Un
chiquito de unos cuatro años me avisa que alguna vez fui padre, una nena de dos
me lo ratifica. Algo mejora. No mucho. No es responsabilidad de ellos, espero
evitar cualquier confusión al respecto, en todo caso es por una visión muy
particular y un tanto extraña que tengo de la cosa. No les gustó mi propuesta,
dejé que decidieran, no luché – no estoy muy convencido que la lucha se
constituya como válida en estas cuestiones - acaso siempre pensé que la mejor
manera de estar con un afecto es evitando toda obligación, sea del modo que
sea, mimetizada o taxativa, lo trascendental es el placer de la presencia,
cuando eso no sucede mejor no forzar. En estas otras fotos los veo algo más
crecidos, en la playa y en el campo, eran tiempos en los que viajaba a Buenos
Aires cada quince días, luego, a medida que fueron creciendo y asumiendo
obligaciones y gustos lo comencé a hacer una vez por mes, pasados diez años la
travesía se fue diluyendo de modo imperceptible. Ya no hay fotos en la playa,
ni en el campo, ni siquiera en el pueblo donde vivo. No tengo ganas de seguir,
acaso observo que el recorrido es tan obsceno como los extremos. Comienzo a
repensar los dichos de Borges. No veo muchas diferencias entre los extremos y
el camino. Me sirvo otro café, estos artilugios modernos que lo mantienen
templado y a punto trabajan malamente a favor de las adicciones. “He visto un
arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes”
decía Borges, y cada foto es un arrabal, una carta repleta de espejismos,
errores ortográficos que se reiteran con la soberbia que ostenta la infinitud.
Rechazo la constancia de los ponientes, alucinaciones que no vamos a tener la
fortuna de padecer, al igual que hacen algunos mezquinos cuando deciden rehusar
de la mujer que nunca será. De algún modo los odios comienzan a bosquejarse
bajo la geometría de lo imposible. Aunque pensándolo bien una cosa en nada se
relaciona con la otra, hay que ser muy poco hombre para estigmatizar a una dama
que ni siquiera percibe nuestra existencia. El tema de la finitud encierra
incisos más complejos, por lo menos así lo creo. Ruskin afirmaba que para la
arquitectura y la música: La Noche.
Nunca dijo qué tipo de noche. Invernal o estival, clara u oscura, acaso
lluviosa, tal vez con niebla. Reconozco que estoy disfrutando de esta noche.
Puedo agregar entonces que para recorrer ciertas cañadas es mejor hacerlo en la
nocturnidad y en solitario. Me gusta leer de noche, también escribir, aunque
esto último cada vez lo realizo con menor asiduidad. En definitiva observo mi
aridez como un homenaje personal e inconsciente que le hago a la literatura, no
herirla con publicaciones banales es algo que muchos escritores modernos
deberían hacer, sobre todo aquellos que pretenden transformar el arte en una
crónica periodística. Y hablé de odios. Que suerte no tenerlos. En ese sentido
estimo que los gatos me fueron de gran ayuda para obviar tamaña carga. Debe ser
muy penoso transitar por el sendero de los extremos sucios contaminando el paisaje,
envileciendo un horizonte que en si propio sostiene un desdoroso final. Ellos
parecen no tener capacidad - o
incapacidad - de odio, si están a disgusto directamente escapan a merodear, no
proponen conflictos terminales, buscan embellecer su recorrido, arriesgarse, y
lo hacen conscientes, debido a que no dudan sobre la precisión de la fórmula.
Delinear un estado de víspera permanente resulta el modelo a seguir, casi nada
es definitivo, sólo el final, por lo demás, el resto es perfectamente
modificable. Un poco de comida, arrojarse bajo alguna planta, mantenerse
higienizado y estar siempre esperanzado ante la posibilidad de una presa,
atención permanente que el gato se reserva para sí como anhelo de vigilia.
Álamos y Toscas
La claridad de un amanecer sombrío formaba
parte del fresco de cada día. La bruma abraza la cúpula de la parroquia que no
cesa de lamentar lo temprano de su informe. Son las 6 a.m. del ayer, de hoy y
de mañana. No importa mucho el orden ni el nombre. El tiempo es una inusitada
visita al cementerio, que como en todo pueblo, está en las afueras y cuyo nexo
es un sendero de toscas poblado de álamos que se besan en altura, que llaman al
descanso y al sosiego por tanto olvido acumulado. Aníbal Mendoza aún se
percibía un forastero. A pesar del tiempo transcurrido y de su amor por esa
tierra no advertía síntoma alguno de posesión. Años atrás tuvo que exiliar su
cuerpo, ánimo e instinto; esas treinta manzanas lo enamoraron sin saber a
ciencia cierta si tal idilio se engendró por encantamiento o abandono. Aunque
para el caso da igual. Encantamiento y abandono se suelen disfrazar y maquillar
con las mismas túnicas y con los mismos tonos, en ese orden. Fantasmas de lo
que pudo haber sido y no fue, o de lo que fue, y no debió haber sido.
El exilio voluntario le otorgó medallas de
contradicción.
Esas condecoraciones le provocaron revisar cada uno de
los acontecimientos vividos en cientos de oportunidades. Lo llevaron a implorar
a sordas y a ciegas; le enumeraron decenas de fórmulas aritméticas plagadas de
simbologías tenebrosas que le hubieran permitido recorrer instancias de
adaptación.
-
No debo lidiar más
el pasado - se reprochaba a modo de sentencia – necesito licenciarlo, y dejarlo
ir...
Pero las imágenes lo acuchillaban en forma despiadada
sospechando, más temprano que tarde, su éxito deseado.
Supo Mendoza de cruentas batallas. Sus heridas
intensificaban los tonos morados cuando el espejo lo descubría de manera
imprevista. Su odio hacia los espejos crecía como su odio a un ayer colmado de
desprecios e injusticias. Ayudado por la brisa matinal y el badajo del campanario
pugnaba para que desde muy temprano su piel recorriese los ansiados distritos
que lo ayudasen a liberarse y poder así sobrellevar la definitiva derrota que
hace años le fuera propiciada.
Un día de Enero de un año que nadie recuerda se lo vio
por última vez. El rumor parroquiano afirma que llevaba la foto de su amada, un
diploma de contador, algo similar a un premio/reconocimiento y un telegrama de
despido. No transpiraba. No rezaba. La brisa le acariciaba la cara aireándole
las lágrimas que de manera prepotente le recordaban su hoy. No llevaba
equipaje, ni abrigo, ni vianda. Cuentan los anecdotarios del pueblo que los
álamos y las toscas acompañaban su paso mientras uno de sus gatos, acaso el más
fiel de sus camaradas, lo acechaba a prudente distancia.
..
El asunto es vagabundear
“Si después de los
cincuenta, una mañana te levantás de la cama y no te duele nada, quiere decir
que estás muerto, y las cosas ya no se arreglan con un baño caliente”, me dijo
hace muchos años “El Gallego” Llenderrozas; un compañero del Banco portador de
todos los achaques propios de la penosa profesión. Fumador de atado y medio
diario durante cuarenta años, vicioso por los embutidos y amante del buen vino,
sufría de artrosis y diabetes, su colesterol mostraba tres cifras con redoblona
a los cinco y la tos no lo dejaba finalizar frase alguna. Supe que así y todo
el tipo logró disfrutar de su jubilación durante veinte años. Partió de este
mundo a los ochenta, y cuentan que su receta, apenas se despidió de Contaduría,
fue simple y sencilla: Vagabundear...
Por entonces
todavía no figuraba la marcha como el vademécum esencial del buen y moderno
galeno. En la actualidad todo se cura caminando: cuarenta y cinco minutos a
buen ritmo o una hora a paso de esparcimiento. En las plazas, en los parques,
en las costaneras, en las explanadas vemos personas a todo vértigo, sudorosos y
aislados, en búsqueda de la salud perdida vaya a saber en qué cajón del
Medioevo.
“El Gallego”, un
pionero en la materia, lo hacía como excusa y sin que medie receta profesional.
Vagabundear para él significaba quitarse años de rutina, viajes en subte,
sacos, corbatas y diarios arrugados. Aún así, las mañanas le seguían doliendo,
cosa que consideraba un excelente mensaje corporal.
La calle se le
abrió como un hito liberador, una suerte de arma emancipadora, a la postre
curadora incompleta de melancolías, un amor sombrío y desdichado, y decenas de
males que necesariamente debían seguir existiendo como signo esperanzador.
A poco de andar el
faso dejó de ser una prolongación insustituible de su cuerpo para pasar a
ocupar un espacio de moderado placer para puntuales y precisos momentos; la
diabetes y el colesterol marcaron retrocesos inesperados y la artrosis comenzó
sus desregulaciones permitiendo agacharse sin temores a quedar duro, dicho esto
en el peor de los sentidos.
La conclusión
científica a la que se arribó le determinó que la vagancia es el mejor y más
rápido modo de curación. Tener tiempo para no hacer nada es la mejor ocupación,
reasegura instantes en donde la ausencia de excusas le permite a uno vivir
décadas sin mayores sobresaltos. El trabajo enferma se dijo. Blasfemó duramente
contra su padre por haberle inculcado aquello de que el trabajo dignifica. Sí,
dignifica, pero arruina. ¿De qué sirve la dignidad individual en medio de un
terremoto? Se reía de sí mismo y de su historia, y de tanto convencionalismo y
frase hecha. “El Gallego” como buen español republicano, era un avezado lector
de ensayos políticos y filosóficos. Su frase de cabecera se la había robado al
Bertrand Russell: “El concepto de la responsabilidad nos fue impuesto
brutalmente por los detentadores del poder para lograr explotarnos con la
conciencia tranquila”.
Resultó que cierto
día, cuando comenzaba a despuntar su séptima década de vida arrancó su
recorrida, como quién no sabe a ciencia cierta lo que está haciendo, desde su
barrio en el Parque Centenario, por la Avenida Díaz Velez, finalizando su
circuito en Ángel Gallardo. Alguien me dirá que son sólo cuatrocientos metros
la distancia entre ambos puntos. A priori dicha afirmación es cierta, el
detalle fue que el tipo siempre caminó en sentido contrario a su destino final.
Tomó Rivadavia hasta el bajo, luego Além, subió por Córdoba, siguiendo por sus
continuaciones Estado de Israel y luego Ángel Gallardo. Algo más de ciento
veinte cuadras, doce kilómetros vagabundeando, exhausto por momentos, pero
firme y constante en su decisión, aunque como antes mencioné sin tener la menor
idea en qué se basaba tal dictamen.
Su médico personal
Luis Alberto Balestra comenzó a notar que el “Gallego” espaciaba sus visitas en
la misma medida que su química interna se acomodaba a valores normales. Ni
siquiera acudía por placebos como era su histórica costumbre. Meses después
este mismo profesional publicó varios tratados sobre la relación directa que
tiene la actividad física regular con la vida sana, cosa que le trajo como
consecuencia dejar la medicina práctica y colocarse al frente de una fundación
nacional que dispuso discrecionalmente de micros radiales y televisivos. La
subsidiada ONG “Viva Bien” recataba la caminata como elemento recuperador
insuperable para todo tipo de males que la rutina, el trabajo y el estrés le
provocan al hombre moderno.
A principio de los
noventa dicha terapia constituía una verdadera revolución ya que impactaba
directamente en la economía de la medicina tradicional. “Viva Bien”, en poco
tiempo, se transformó en una empresa multifacética y federal, con centros de
atención en las principales ciudades del país.
A propósito
Macedonio Fernández afirmó cierta vez que los médicos son, en ocasiones,
usureros de la curación espontánea.
Por un tiempo y
hasta que las patas le dieron, el “Gallego” fue la imagen de la ONG cobrando
suculentos dividendos por no hacer nada. Su vagabundeo era filmado y convertido
en publicidad tanto directa como subliminal. Fue cara y silueta de ropa
deportiva para la tercera edad que nunca utilizó y supuesto catador de
alimentos dietéticos que nunca degustó.
Sin deudos ni prole
a beneficiar, el “Gallego” Llenderrozas murió a raíz de un paro cardíaco metros
antes de cruzar Puente Alsina. Se dirigía a Fiorito. Había arrancado de su
barrio de toda la vida, Parque Centenario. Meses después el encargado del
edificio donde vivía me comentó que esa mañana se le había metido entre ceja y
ceja que no iba a dejar este sendero sin conocer el barrio donde había nacido
el Diego.
Réquiem del poeta
Lyon, Octubre 20 de 1790
Estimado
Christian Trouviller...
No se trata de un sentimiento vacante. Tampoco de
perezas ni de ausencias. Me he propuesto escribir el último poema. Hay
matrimonios que suelen dilatar sus destinos esperanzados que algún día aquella
imagen que descansa en la memoria recobre su color original. Y uno intenta
interpretarla de otro modo, se esfuerza por disimular sus sepias, se inclina en
dirección al contraste conveniente. La pasión literaria conlleva las mismas
reglas de juego, el mismo desgaste. Un fatigoso derrotero cuyas huellas
simbolizan fracasos, tanto no deseados como irremediables. La idea de
trascendencia va decreciendo en expectativa dando lugar a la finitud como
prodigio invulnerable. He decidido romper el vínculo; divorciarme sin protesto
de aquello que amé profundamente. Noches de graníticos encierros, recuerdos no
anhelados y penumbras persistentes; silencios partícipes, coautores de faenas
que nadie tendrá voluntad de leer. Y temo que no puede ser de otro modo. El
responso es una buena forma de despedida, momentos en los cuales se suelen
evocar las mejores obras y los mejores rasgos del flamante difunto. Le ruego
que el día 27 de Octubre concurra al penal de forma tal de poder confiarle, en
mano, mi último poema...
...Marcel Fernot
El
recado le fue entregado a Christian por el Teniente Diupernau, interino de la
guarnición de Lyon. Hacía dos meses que Marcel estaba detenido en dicha
fortaleza por orden del propio Saint Just, “el arcángel del terror”, en
condición de traidor a los principios revolucionarios, paradigmas por los
cuales había luchado desde el campo de la intelectualidad durante los últimos
quince años. Fernot era autor de las publicaciones más entusiastas a favor de
las consignas libertarias. No sólo aportaba su convencimiento ideológico, sino
también ponía su formidable prosa al servicio de la causa. Al igual que
Aristóteles apreciaba la verdad por encima de sus afectos personales de modo
que las consecuencias no se hicieron esperar. A poco de instalado el gobierno
revolucionario se mostró en desacuerdo con las persecuciones y los vejámenes
que las autoridades constituidas practicaban como sustento político. Sostenía
que habían sido bastardeados aquellos principios que dieron fin al despotismo
monárquico. Alzó su voz contra la política de la guillotina, manifestando que
de ese modo se ejercía una suerte de gatopardismo, cambiar para que nada
cambie, teorizando que la resultante de tales eventos sólo podía desembocar de
manera siniestra. Su amigo Dantón trató de convencerlo que en breve la
racionalidad de los paradigmas libertarios se instalaría definitivamente en
Francia, sin saber que poco tiempo después él mismo caería bajo la segadora
inercia del cadalso.
Para Marcel Fernot, libertad,
igualdad y fraternidad, eran módulos imprescindibles, sustancia que corría por
sus venas al igual que la misericordia y la solidaridad ante el dolor ajeno.
Pensaba que la revolución se estaba comiendo a sus propios hijos a través del
destierro o el patíbulo y que nada se podía hacer al respecto. La fortaleza
estaba custodiada por cientos de pestilentes andrajos hambrientos de sangre y
venganza. Conforme se recorrían sus pasillos, la percepción de un incierto
futuro se hacía sentir; masas fanatizadas y permeables a la espera de un
discurso cómodo y malversado. Dentro de las mazmorras, decenas de viejos
luchadores por la libertad eran sometidos al insulto y al oprobio. Un tal
Bonaparte era el Comandante de la guarnición. Joven muy alejado de los
principios revolucionarios, era fiel amante de sus propias palabras y
discursos. Fernot soñaba con una Galia solidaria y participativa; Bonaparte con
una Europa imperial y determinante que tuviera a Francia como protagonista
exclusiva. Odio y admiración al mismo tiempo. El Comandante del presidio, en
sus momentos libres, solía bajar hasta la celda de Marcel para conversar sobre
filosofía y política, analizaban juntos textos de Rousseau, Montesquieu y
Voltaire; discutían sobre el valor de la opinión pública y cómo ésta debía
encauzarse a favor de objetivos concretos. No obstante la animadversión que
sentía por su ocasional antagonista, Fernot percibía en el pequeño militar un
carisma dominante. En varias oportunidades Bonaparte le insistió que haría todo
lo posible para salvarle la vida debido a que tenía demasiado respeto por su
inteligencia, cualidad que consideraba como un bien escaso. Lo cierto es que a
través de sendas cartas escritas, de propio puño y letra, pedía encarecidamente
tanto a Robespierre como a Marat por la vida del condenado, detallando que el
poeta detentaba atributos intelectuales por sobre la media, debiendo ser
aprovechada su capacidad para enfrentar la futura reorganización de la
República.
En el crepúsculo del día 26, el
Comandante de la guarnición le informó a Marcel Fernot que su sentencia se
llevaría a cabo al amanecer del día siguiente. Conforme a las normas
establecidas para antiguos militantes de la causa condenados a la pena capital,
se les permitía solicitar aquello que reconfortara sus almas. En la ocasión el
poeta fue simple y escueto...
-Por favor. Deseo tenga a bien le entregue al ciudadano Christian Trouviller el presente manuscrito. Teníamos pendiente un encuentro, que por desgracia va a quedar trunco por razones de fuerza mayor. -Confíe – aseguró Bonaparte- en persona me encargaré de la encomienda.
-Por favor. Deseo tenga a bien le entregue al ciudadano Christian Trouviller el presente manuscrito. Teníamos pendiente un encuentro, que por desgracia va a quedar trunco por razones de fuerza mayor. -Confíe – aseguró Bonaparte- en persona me encargaré de la encomienda.
La pena fue ejecutada ceñida a
las normas burocráticas en curso. Luego de llevada a cabo, el Comandante de la
guarnición elevó el informe a sus superiores tal cual observaban las formas
revolucionarias. El encargue nunca llegó a manos de Trouviller, quien arribó tres
horas después de efectivizarse la condena.
Pasados treinta y cinco años, y
en uno de los arcones que el viejo Emperador tenía en su dormitorio de la
fortaleza de Santa Elena, entre las hojas del Cándido de Voltaire, más precisamente en el
capítulo XII “La Separación”, se halló un poema cuya autoría, en un principio,
le fue adjudicada por error. A poco de comparar la caligrafía los
investigadores desestimaron que Bonaparte fuera el responsable de tales versos.
Quizás, una clandestina admiración; algún camarada tal vez, no había
posibilidad de precisiones... El título del soneto era ilegible; sus estrofas
expresaban las marcadas y encontradas sensaciones que propone el crepúsculo
como estado de espera, angustia y resurrección...
Crepúsculo
de cumbres inasibles
cuéntame de tu miel y de tu espanto
no nos hieras con tu hiel y con tu llanto
por cuenta del amor y lo imposible...
crepúsculo y tu necia
soledad
que invita a sostener una mirada
aquella que convierte en estocada
el celaje que arropa tu verdad.
que invita a sostener una mirada
aquella que convierte en estocada
el celaje que arropa tu verdad.
Crepúsculo de turbias
imprudencias
te advierto que me duele tu talante
fuiste juglar de indultos y clemencias
te advierto que me duele tu talante
fuiste juglar de indultos y clemencias
divulgando tan sólo en un
instante
que el amor también vive de indecencias
y el dolor se atesora en el Levante.
que el amor también vive de indecencias
y el dolor se atesora en el Levante.
El Alta
La cirugía no había
sido dificultosa. El ayuno al que fue sometido durante las setenta y dos horas
posteriores a la operación no modificó su estado de ánimo. Más que dolor,
alguna molestia interrumpía de a ratos la lectura de la obra poética de Paco
Urondo.
Ernesto era un
apasionado lector de poesía. Había tomado la precaución de acopiar unos cuantos
volúmenes del género. En su repisa, lindera al lecho hospitalario, descansaban
ejemplares de Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, Horacio Ferrer y Homero Manzi.
A modo de pisapapeles, la bala calibre treinta y ocho que le habían extraído
trabajaba a favor de contener una buena cantidad de señaladores. No era
de aquellos que solían comenzar y terminar con un texto; prefería confiar en su
temple emocional y libre albedrío. No esperaba ni recibía visitas, de modo que
descartaba de plano cualquier tipo de incómoda interrupción.
El imperceptible
sonido de su pequeña radio era suficiente contacto con el mundo exterior
combinando el dial de la FM clásica con las audiciones de tango y folklore de
Radio Nacional. Descansaba su oído al gusto selectivo de Héctor Larrea y de
Antonio Carrizo; por las noches Alejandro Dolina era su doliente compañía en la
oscuridad de su morada.
Los médicos de
guardia, conforme iban rotando, daban el visto bueno a medida que el proceso
evolutivo se desarrollaba. Sin terciar explicaciones visaban la carpeta y se
retiraban, tratando de ahorrar todo tipo de comentario. Las enfermeras, un poco
más atentas, solían intercambiar algunas palabras que el paciente procuraba no
escuchar.
El alta debía ser
autorizada por su médico cirujano. Sólo este investía entidad para tal
encomienda; de todas formas ningún profesional hubiera comprometido su firma
sin la anuencia del galeno en jefe.
Hacía ocho años que
el perdigón estaba recluido a centímetros de su corazón. Aquel frustrado
intento de suicidio lo había sentenciado a vivir con el valor agregado de un
plomo en estado puro. A corta distancia, algunos calibres pierden efectividad
porque no llegan a su velocidad final, esa que determina certezas universales e
inútiles respuestas. En los años posteriores dedicó sus tiempos libres al
estudio de la situación. Maravillado y desilusionado a la vez, trataba de
analizar lo acontecido desde lo sensible y lo científico. No sospechaba del
destino; cuestiones de las cuales descreía, tampoco el evento lo catapultó
hacia visiones metafísicas de fatigosa índole.
La decisión tomada
por Alejandra era causal suficiente para su infortunio, y ese casquillo
encerrado en el cuerpo, muy cerca de sus entrañas, daba siniestro cobijo al
recuerdo.
Durante un tiempo
sintió la necesidad de mantenerlo en su interior. Una parte de ella reposaba
junto a él. Sentía su compañía a través del molesto pinchazo mañanero que de
modo irreversible amanecía sin solución de continuidad. No era la forma de
olvidarla; no había forma de olvidarla.
Al mediodía de su
quinto día de internación, el Médico Cirujano en Jefe Doctor Luis Alberto
Montserrat le firmó el alta correspondiente. Recibió la noticia del Clínico de
guardia Doctor Julián Ahumada. De inmediato, preparó su equipaje. Acomodó
prolijamente sus libros, colocó la pequeña radio dentro del estuche diseñado
para tales efectos y completó su bolso con las prendas y atavíos personales.
De la mesa de luz,
tomó la munición recientemente extirpada en la intervención quirúrgica; le sacó
brillo con la pequeña franela que utilizaba para el aseo de sus gafas y la
volvió a colocar dentro del revólver calibre treinta y ocho que permanecía
oculto en el bolsillo interno de la maleta. Un nuevo intento lo estaba
aguardando. Con el alta en la mano, rezaba por no fallar.
Chelo de Bacacay
Multitudes ciegas
entre biombos opacos, algo de oscuridad y acostumbrado simulacro. Paisaje
urbano. Vidrios maquillados, crueldad y sutilezas fantasmales. Crujir de ferroviarios
metales, roturas aisladas y un tiempo que reproduce la tristeza de los
carnavales de antaño: máscaras invisibles, casi inhumanas, extremos sucios sin
senderos por los cuales merodear. Y por ahí transitaba el Chelo De Filipo, como
un simple portador. Uno de los pocos tipos que aún creía posible en la
consistencia de los impulsos lejanos a la especulación, levemente indemne al
libre albedrío que destaca la prepotencia de los intereses y la vergüenza de
los egoísmos ilegítimos. Algunas de esas miles de historias remotas estaban a
kilómetros de la vista de Dios; y no porque el Chelo fuera ateo, todo lo
contrario. Se sabe de él que hasta sentía enorme celo y temor divino lindante
con la extrema impiedad de lo etéreo. Solía optar por el sol de Flores para sus
caminatas vespertinas. A poco de caer la tarde y por miedo a las sombras
crepusculares de la estación se orientaba hacia los cielos de Floresta
finalizando su ventura cotidiana a la vera del Maldonado. Entre muchas otras
cuestiones era un portador de sueños y hechizos, poesías y relatos, un espectro
inconcluso, acaso un fantasma borroneado, chofer y pasajero de su propio
boceto. Lo notable en él era su capacidad de contagio. A su lado todos éramos
un poco mejor, brillábamos sin saberlo. Cargaba su carisma bajo la lupa del
insomnio; se descuidaba bastante, no era bueno para sí; dormido o despierto,
entero o quebrado, lo mismo daba. Sospecho que dentro de algunos años se
narrará que sin testigos abandonó Yerbal, el empedrado de Condarco, el paso
peatonal de Gavilán y las turbias urgencias que corren bajo la Avenida Juan B.
Justo. Se comentará que dejó alguna medida de caña sin tomar en el Tío Fritz de
Correa y una cerveza en el Balón del Tano; otros afirmarán que abandonó
súbitamente la plaza dejando a los pibes abusados por sus padres en banda a la
espera que otros voluntarios empujen sus hamacas o arribe algún ángel como él y
les regalen vueltas en la mugrienta y menesterosa calesita de la calle
Argerich, lindera a las vía del Sarmiento. Y estarán quienes mencionen con
nostalgia sus ingresos disimulados de entretiempo a la cancha de Ferro durante
los domingueros y suicidas cero a cero. Sin embargo, y lo sé porque estuve
allí, cierto es que el Chelo De Filipo ordenó prolijamente sus maletas
acomodando en ellas cientos de historias ajenas. Aclarando previamente las
cuentas partió de la pensión de la calle Bacacay portando su vieja boina blanca
radical y entre sus labios la mitad de un Imparciales apagado. Lo último que me
dijo fue que llevaba encima un invitado de lujo que con suma prepotencia había
ingresado a su cuerpo sin previa consulta durante una incierta noche de Flores
en la que sentía marcada angustia y excesiva soledad. Recuerdo que me preguntó
qué línea de colectivo lo dejaba en el Muñiz; le comenté que el 133 finalizaba
allí su recorrido. Supongo que mi respuesta, en coincidencia con su infortunio,
la tomó para sí.
Una Razón
Los peldaños iban pasando de manera intrascendente.
Pensó en Cortázar y sus instrucciones para subir una escalera. A los flancos y
a prudencial altura las barandas pulidas y lustradas eran simples espectadores
de un habitual peregrinaje, repetido y angustiado. El edificio de la calle
Bulnes casi esquina Lavalle mostraba las ruinas de una ciudad desconocida e
imperturbable. Sus tres pisos, desencajados y penitentes, no toleraban
inversiones de interés. El meritorio aseo era el supremo logro de un consorcio
que prefería ignorarse por aquello nebuloso e impreciso de las relaciones humanas.
Ocho apartamentos distribuidos ilógicamente debido
a la irregularidad del terreno simulaban mazmorras plenas de silencios y
ausencias identificables. La sutil eficacia de lo mínimo indispensable y la
consecuente imposibilidad de queja transformaban al templo en una estación de
huella. Un sencillo parador por el cual no había porque comprometer esperanza
alguna. La prolijidad inconsistente se abrazaba fraternalmente con el silencio
de los osarios, el sendero como mueca, como oscura realidad o como lo que
realmente es: una trágica paradoja de extremos barrosos.
Los últimos cinco años de la vida de Pablo Benjamín
Ulloa estaban marcados por ese ambiente desolador y subterráneo. Sus egresos y
regresos tenían el común denominador de la subsistencia. Partir con destino a
su trabajo y regresar de él era fu fórmula básica, su protocolo. Por las noches
quemaba sus insomnios con lecturas recomendadas por los críticos de los
suplementos literarios semanales de mayor tirada. Sin temática definida y cada
quince días aproximadamente solía recorrer, como evento extraordinario, las
librerías de la Avenida Corrientes en busca de saldos edificantes y generosos,
generalmente clásicos antiguos, textos por los cuales ya nadie se interesaba.
Una década había transcurrido desde su último
intento como novelista y si bien se consideraba como tal, no lograba
convencerse que dicho propósito valiese la pena. Sus viejos escritos alternaban
telarañas y polvillo con algún rasgo voraz de los roedores de turno. El único
borrador que no conservaba en su poder era el motivo de su actual infortunio.
Todavía jugaba en la memoria de Pablo Benjamín Ulloa aquel intruso que ganando
su confianza y estima, durante tres años de relación, se había apoderado de su
novela de mayor elaboración artística. Esa que obtendría, de la mano del
farsante, el Primer Premio Nacional de Literatura y por la cual alcanzaría un
impensado e inmerecido prestigio como joven novelista. Una Razón se
titulaba el manuscrito. Trescientas veintisiete páginas divididas en ocho
capítulos era su formato original. Corrijo, aún lo es. Transcurrido el tiempo
todavía figura dentro de las propuestas que los libreros más avezados suelen
recomendar con suma habilidad e indiscreción en las prestigiosas librerías de
Barrio Norte y Recoleta. Circuito digno de ser recorrido, no sólo por la
belleza de los ámbitos, sino porque además conservan la vieja impronta del café
literario. La reciente novena edición publicada habla por sí de su vigencia en
lo catálogos de ficción.
Una historia simple, examinada con notable
eficacia, amablemente narrada y técnicamente irreprochable desde la lingüística
y la gramática. Si bien la cantidad de ediciones no siempre señala de modo
taxativo el valor y la calidad de las obras, en este caso el matrimonio se complementa
a la perfección. La excepción a la regla, o la regla por incumplida como
excepción. Debate que por el momento dejaré de lado por inoportuno, altisonante
y no ha lugar.
En su desarrollo un joven y talentoso escritor es
timado por una persona de su confianza la que se apropia de uno de sus
manuscritos. El paso del tiempo determinaría que ese boceto se trasforme en una
notable obra para la crítica literaria nacional y que además cuente con la
aprobación de las más altas elites de la ilustración de habla hispana. A
partir de allí, la pesquisa y la investigación a favor de hallar el paradero
del plagiador, dar con él y proceder en consecuencia.
Hasta allí la ficción. En el marco de la realidad
el conocimiento de ambos protagonistas sobre el final de la obra provocaba que
Pablo Benjamín Ulloa desestime cualquier tipo de sondeo. Prefería desafiar
intelectualmente a su antagonista asumiendo una supuesta actitud inocente y
pasiva. Ambos sabían del inevitable encuentro. Más temprano que tarde el fraude
debería dar paso a la inteligencia. Uno con el objeto de redención y justicia,
el otro para eliminar al único testigo de la infamia.
En uno de sus tantos regresos rutinarios, Pablo
Benjamín Ulloa, advirtió que debajo del tapete que descansaba delante de la puerta
de su apartamento asomaba una carta sin
remitente ni sello postal. La tomó sin curiosidades extremas para ingresar
luego a su morada cenobita. Como de costumbre colgó su gabán en el perchero,
aflojó su corbata destrabando el botón superior de la camisa y se quitó los
zapatos que durante todo el día soportaron estoicamente su desgracia y pesadez.
De fondo la música de Piazzolla y los poemas de Ferrer acompañaban su derrumbe
cotidiano en la vieja consola comprada a mediados de los noventa mediante una interminable
financiación plagada de cláusulas punitorias y minúsculas prevenciones. Un té
con edulcorante, diabetes mediante, y el sillón individual completaban su
diaria claudicación.
Estimado Pablo
Espero
que en este largo tiempo de ausencias no se haya profundizado tu debilitada
salud. Me afilio a pensar que más allá de la glucosa tu ser depresivo te ha
dominado y construido de manera dictatorial impidiendo que ese enorme talento
interior sea expuesto con todo su esplendor.
“Nuestra” novela, y
valen la comillas como metáfora, está desandando sus últimos
interrogantes.
Estos finales
abiertos son una trampa letal que impide cualquier intento fílmico. Las ofertas
recibidas siempre chocaron con la misma problemática, de modo que hasta el
momento no pude afianzar el manuscrito de acuerdo a las normas y formatos cinematográficos. Además, y a fuerza de ser sincero, para dicho objetivo,
necesitaría dos características que no poseo: creatividad y talento.
Te cuento que hace
diez años que recorro las librerías esperando hayas encontrado algún
salvoconducto literario. Me resisto a creer que Pablo Benjamín Ulloa sea un escritor de una sola obra. Hallar tu nombre o algún seudónimo que
te identifique en las estanterías, algo que mitigue cierta aureola culposa que
todavía conservo. Nada de eso pude detectar. Bueno... en el texto estaba claro
que así debía suceder.
En lo personal te
diré que mi vida fue plasmada por tu creación; no es necesario demasiados detalles.
Homenajes, foros de discusión, congresos, agasajos, mujeres hermosas e
inteligentes a las que jamás hubiese accedido al igual que torpes funcionarios
de cultura sirviendo de lógico equilibrio. En fin... tu plan. Culpas
compartidas y riesgos asumidos. Poco a poco estoy ingresando en tu embudo, en
tu cinismo. No puedo ni debo huir del convite intelectual. Deseo gozar del
único final posible. Sea cual fuere, te pertenece; nadie como nosotros sabe que
así debe ser. El tiempo es indivisible, se nos vino encima y nada podemos hacer
al respecto.
... con afecto Gustavo Raúl Llorente
El final de la misiva coincidió con los últimos
acordes de La Bicicleta Blanca. Amelita Baltar modulaba desconsolada los versos
de Ferrer; “y le dieron como en bolsa” entonaba con firmeza
descarnada. Y si de congoja se trata para eso estaba Pablo Benjamín Ulloa.
Exactamente es el lugar y el momento indicado, la soberbia de lo previsible. En
ese instante entendió, para su desgracia, que debía ponerse a trabajar en ese
supuesto e irreversible último párrafo, a pesar de no estar convencido de
ello...
Parque Lezama – 24 de Diciembre de 1999 – 7.30 AM
- Aquí estoy – sentenció Gustavo
– elegante, presuntuoso y con mi treinta y ocho cargada, esperando sobrevivir
para agregarle a la obra el final que se merece.
- No te
equivoques – reprendió Ulloa – La novela no necesita de un final
taxativo. Se evidencia que nunca dejarás de ser un mediocre copista.
- ¿Cómo hago para contradecir tamaña
verdad? Admito mis fronteras, mi torpeza intelectual. De todas formas deberías
asumir que esas marcadas falencias las pude suplir con mis habilidades
adicionales para hacerme de prestigio y reconocimiento en ámbitos tan
desconocidos como hostiles.
- Eso
es indudable mi querido Gustavo. Debe ser por eso que este supuesto final te
tiene como protagonista.
- ¿Y
después? – inquirió Llorente –
- No hay después. Nunca lo hay. Y menos aún
para quien conserve la vida. Este es un duelo sin retorno Gustavo. Digamos un
suicidio compartido. Dentro de un rato ambos moriremos, y eso transforma nuestras
vidas de manera encantadora. El
sobreviviente quedará sin “La Razón” fundamental de su existencia, y el
moribundo se habrá inmolado a favor de ella. Cuando examinaste la obra no te
percataste que la propia novela te había escogido. Había optado por tus
debilidades. Encima te embaucó obligándote a portar una culpa de la cual no
tenías responsabilidad.
- Me
enmascaró con artificios... me condenó, entonces
- Una
pequeña corrección. Ambos lo estamos desde hace diez años.
- Nada
puede mejorar este momento Pablo Benjamín Ulloa. Me enaltece haberte conocido.
Mientras la ciudad comenzaba a descubrir sus
rutinarias vulgaridades navideñas los percutores sonaron al unísono. Al mismo
tiempo, un estudiante que se dirigía camino a la Facultad de Ingeniería en
busca de la cartelera y su calificación del último final dado el día anterior se
encontró como testigo ocasional de la disputa. El muchacho, pasada la
conmoción, luego declararía ante las autoridades policiales lo visto, afirmando
que el antagonista del extinto, una vez corroborado el resultado de la puja, se
confundió velozmente por entre la espesura de la fronda en dirección sudeste.
Un tipo
- El Tipo estaba convencido que su tiempo en aquel
pueblo había pasado. Nada tenía por hacer, nadie lo requería, de modo que
resolvió honrar sus cuentas, despedirse de algunas pocas confianzas y
demasiadas desconfianzas, y partir de la misma manera que había llegado. Los
cinco años de residencia en aquel sitio casual le otorgaron apenas algún que
otro entredicho de bodega, un amor accidental e insolvente del que nunca guardó
recuerdos y cientos de noches kerosén. El Tipo era bien dispuesto y hábil como
alambrador, sin embargo vos bien sabés que en la actualidad esa tarea artesanal
no es para nada valorada debido a que exhibe tardanzas que la modernidad no
está dispuesta a tolerar. Fumador de negros cortos siempre andaba con un pucho
entre los labios, cuando se daba cuenta que lo tenía lo encendía. Una caña en
ayunas y otra a la tardecita completaban su batería de vicios. Vivía en la
vieja casona de los Trápani, familia de la que no quedaban rastros en el
pueblo. La propiedad está a cargo del Tuerto Bolaños. Nunca supimos con certeza
las razones por las cuales el Tuerto usufructuaba la vivienda. Algunos afirman
que por simple antigüedad. El Tuerto, capataz de un establecimiento ganadero
lindero a la villa, era el último habitante que quedaba desde los tiempos de la
fundación. En realidad era el hijo menor de una de las familias encargadas de
lotear los solares; dicen que al no venderse todos se apropió de algunos por
izquierda y que justamente en uno de ellos construyó la propiedad que luego le
vendió a los Trápani, gente humilde que arribó del conurbano, predio que más
tarde les arrebató a fuerza de baraja marcada. No... un hijo de puta el Tuerto.
Desde ese día, y te estoy hablando de hace no menos de cincuenta años, le saca rédito
a como dé lugar. Nada de lo que allí se instaló duró mucho o directamente
quebró, porque también lo alquilaba como comercio. Me comentaron que en ese
predio funcionaron: Una casa de comida al paso, una bicicletería, un taller de
reparación de electrodomésticos, un puterío, un enorme kiosco de diarios,
revistas y libros usados, una casa de velatorios y hasta un taller literario a
cuyo frente estuvo una ex funcionaria de cultura del distrito de Capitán Ordóñez; dicen
que la vieja no formaba con todos los jugadores. No había caso, todo lo que
allí caía: fracasaba. Las familias duraban menos de lo esperado, por eso este
Tipo del que te hablo había logrado alguna dosis de afecto, siempre en términos
relativos, al respecto de su relación con el vecindario. La Piedad, así se
llama la aldea, creo que no te lo había mencionado, tuvo la mala fortuna o la
poca visión pionera de ser loteada sobre una geografía que en aquel entonces
estaba en medio de un conflicto limítrofe entre los partidos de Potosí, Coronel
Isidoro Palacios y Teniente Fructuoso Corvalán. En realidad ninguno quería
hacerse cargo administrativamente del poblado debido a que está asentado
bastante lejos de todas las ciudades cabecera, de modo que hasta resolverse el
litigio la villa anduvo como paria. La cosa mejoró algo cuando definitivamente
quedó bajo la tutela de Coronel Palacios, pero muy poco, ya que ni siquiera le
otorgaron rango de Delegación. La única autoridad visible es el Sargento Farías, milico
que cayó al pueblo castigado por buchonear a una red de piratas del asfalto de
la cual varios de sus superiores, luego exonerados, obtenían rentas
adicionales. Tipo honesto Farías, por fuera de que chupa como esponja, nada
hay para endilgarle. El único servicio que tenemos es la luz, el resto hay
que buscarlo como se pueda. Te debo ser sincero. La luz la recibimos de manera
irregular debido a un acuerdo que hicimos con un operario de la Cooperativa
Eléctrica de Coronel Palacios. El hombre tiró unos cables a partir de la línea
que pasa por el camino vecinal. Todo trucho. Dicen en la cooperativa que esa
operatoria es menos costosa que colocar medidores y cosas así. Recuerdo que
monitorearon durante un par de meses el consumo general para saber el gasto
aproximado y prorrateárselo a los usuarios de la ciudad cabecera. De alguna
manera tenemos subsidiado el servicio. Cuando hay cortes, el Zurdo Rosales, de
profesión mecánico y con algún conocimiento de electricidad, es el único
autorizado para meter mano. Con respecto al tema del pago te cuento que para
guardar las formas nos envían bimestralmente una factura por el alumbrado
público; la papeleta siempre la recibe el Sargento Farías quién se encarga
personalmente de juntar la guita. La cuenta es fácil ya que el total casi
siempre es el mismo. Puede haber alguna mínima variación; los de la cooperativa
nos informaron que lo hacen para que no salte la liebre. Las siete manzanas que
conforman el villerío reciben el servicio sin problemas debido a su básica
planificación: una calle principal entoscada que empalma directamente con el
camino real. Seis manzanas enfrentadas, alineadas de a tres más un solar final
centralizado en donde está ubicada la plaza. Dentro de ésta se levantaban el
colegio y la comisaría. Dos calles paralelas a la arteria principal, tan
extensas como ésta, ubicadas en los laterales del ejido que junto a las cuatro
arterias perpendiculares le dan al poblado una correcta e íntegra circulación.
Cada manzana posee ocho lotes con sus respectivas construcciones de modo que si
le sumamos el colegio y la comisaría llegamos a las cincuenta viviendas que
recién te mencioné. En el edificio del colegio funciona el jardín de infantes y
el primario, todo junto. Hay dos maestras. La Yolanda Cufré y la Aurora
Moriente. Ambas vecinas de La Piedad. Ninguna recibida, pero dicen que hicieron
como que sí. Cufré está a cargo de preescolar, primero y segundo grado; del
resto se encarga Moriente. El secundario no es necesario, al Estado le sale más
barato poner un transporte y llevar a los pibes hasta Coronel Palacios. El
pueblo tiene toda la apariencia de un barrio municipal tirado en medio de la
llanura. Según el último censo somos 179 habitantes. No sé de dónde sacaron la
cifra, nadie nos censó. Supongo que habrán tirado algo aproximado sobre la base
del censo anterior. Cada dos años, con las elecciones, el paisaje se modifica.
Ese día las estrellas del pueblo son el Sargento Farías y las dos maestras
truchas. Setenta votantes registra el padrón local, varios asados y mucho vino
corren por entre las toscas. Generalmente la cosa sale repartida entre
Peronistas y Radicales. Del asunto no se habla. A la seis clavadas se termina
la fiesta, cierran planillas y los Gendarmes se llevan las urnas. Que yo sepa,
desde la ciudad cabecera, nunca llamaron para conocer los resultados por
adelantado.
- ¿Y
el tipo?
- Ahora
te digo, dejame terminar. En el medio de la plaza hay un mástil y en uno de los
laterales un Cristo, de modo que tanto las fiestas patrias como las patronales
y los aniversarios se realizan al aire libre. Hasta las misas se celebran allí.
Si llueve todo se suspende. Ambos pilones fueron acondicionados y reformados
por “el Tipo” del que te hablo sin cobrar un mango, de todas formas a quién le
iba a cobrar. Lo hizo a poco de llegar al pueblo, supongo que fue una buena carta
de presentación dentro de una comunidad bastante encapsulada a la que no le
importa nada de nadie. Y eso es lo que tiene de bueno La Piedad a mi real saber
y entender. Acaso lo único. El chisme, como corriente y usual institución
pueblerina, no existe; y aquí me quiero detener. Sólo se hablan pelotudeces, y
ninguna de ellas guarda relación con las personas que viven en la aldea.
Fútbol, algún programa de televisión, algo que dijo la AM de Coronel Palacios,
el clima, la quiniela, el debate no sale de allí. Como la gran mayoría está de
paso nadie intima, sospecho que debe ser para evitar encariñarse y luego sufrir
absurdamente con las despedidas. En definitiva convengamos que el chisme no
deja de ser una muestra de cariño, el problema es que en algunos sitios esa
afectividad se desquicia. Te dije televisión. Allí no hay cable ni nada que se
le parezca. Si mirás los techos abundan las lanzas con las parrillas en alto;
esa tecnología precaria te permite agarrar, con buen clima, los dos canales
abiertos de Puerto San Martín y la TV pública. Ahora con el Fútbol para Todos
nos hacemos un festín. En otro orden de cosas, por suerte, han colocado cerca,
y no porque estuviera el pueblo, una antena de celular de modo que no tenemos
problemas en ese sentido.
- ¿Y
el agua?
- Pozo.
Cada uno tiene un pozo en los fondos. El agua es horrible, no le falta nada,
tiene un poquito de todo, pero según nos dijeron no es perjudicial para la
salud: arsénico, flúor, es salitrosa y sulfurosa. La hervimos durante bastante
tiempo sobre las cocinas a leña y listo. La leña nos la trae el Tuerto Bolaños
desde el mismo campo en el cual trabaja. Nos podría romper el culo con el
precio al tener el monopolio, pero no lo hace. El Tuerto es un reverendo hijo
de Puta, ya te lo dije, pero no es boludo. Sabe que el abuso se paga. Eso sí,
te trae los toscones grandes, después arreglate como puedas. Cuatro gambas la
tonelada. Una vez me dijo que le tenía que dar la mitad al trompa por el uso de
la motosierra y el camión. Además tenía que garparle a un ayudante de la
estancia. Me dijo que entre pitos y flautas le quedaban setenta mangos por
tonelada. No le creí, pero qué importa. Más o menos cada casa consume cuatro
toneladas al año debido a que en invierno se usa mucho la estufa eléctrica;
acordate que no hay control sobre el consumo eléctrico. También usamos la
garrafa de diez kilos. El precio social que le ha metido el Estado es muy
bueno, el tema es que el proveedor viene una vez al mes y todo pasa por el
almacén de Doña Elena Vladich, quién siempre le agrega al asunto cuatro o cinco
mangos más. No sé para qué, si no hay en qué gastarlo, de vicio nomás. Pero que
va, a la croata se le perdona todo, coge como los dioses la viuda. Una
cuarentona espectacular que cayó hace veinte años de la mano de un prestamista
armenio, hombre que se tuvo que rajar a la mierda poco tiempo después de llegar
a La Piedad debido a que saltó su pedido de captura; como te dije, en esas
cuestiones Farías es inapelable. Luego la Vladich se amachimbró con quién era
el dueño del almacén, el judío-polaco Isaac Rudman, hombre bastante mayor que
ella. Al año el pobre partió para el otro mundo producto de un paro cardíaco.
Parece que lo dejó seco después de una noche de descontrol. No le vas a
encontrar una arrugar a la mina, tiene un cuerpo sobrenatural, ajeno para esta
geografía. Por lo que ofrece no es para nada costosa, aunque te confieso que
tranquilamente le pagaría el doble y más. Esos doscientos mangos están muy bien
invertidos. Creo que al igual que el Turco no es boluda, sabe que lo mejor es
no joderle la vida a nadie. Lo que me resulta curioso es que los habitantes más
antiguos del pueblo son los comerciantes. Si bien no salen de la media
económica con respecto al resto de los habitantes, han sabido construir un sentido
de pertenencia incluyente. Se me ocurre que tener el monopolio de cada
actividad hace a la cosa, cuestión que asegura ingresos constantes y seguros
durante todo el año. Eso termina siendo bueno para el vecindario ya que al
tener instalados los comercios en sus propias casas tienen abierto entre
catorce y dieciséis horas al día por lo que el abastecimiento está garantizado.
Con contadas excepciones la provisión de la mercadería la realizan en la ciudad
cabecera, eventualmente San Martín, pero así y todo, y a pesar de las
distancias recorridas, los precios en La Piedad y en Coronel Palacios son
equivalentes debido a la enorme diferencia a favor que tiene nuestro pueblo con
relación a los gastos fijos. La nula carga impositiva, no tener costos de alquiler
que mantener y la ausencia de impuestos indirectos que asumir permite compensar
el gasto de gasoil, de modo que los precios no se disparan exageradamente a
pesar de lo pequeño del mercado. Además cuando uno de ellos tiene la obligación
de ir a comprar siempre aprovechan uno o dos más para hacerle la gamba y
repartir los costos. Por suerte todos los rubros básicos están cubiertos en La
Piedad. Ya te hablé de la despensa de la Vladich y el taller del Zurdo Rosales.
Te agrego la farmacia del médico y boticario Cáceres, la ferretería del Chapa
Núñez, la panadería de la familia Cúcaro, la tienda de ropa y mercería de
Sara Mourelle, el kiosco y librería de Juan Bengoechea, y el bar del Coco
Tulcosetti. El resto de los padres de familia trabajan en los establecimientos
agrícolas que están en los alrededores del pueblo. Estos establecimientos son
los que corrientemente suelen proveer de combustible a la población. El litro
de nafta o gasoil cotiza en euros para estos tipos, pero cuando no queda otra
alternativa hay que apechugar. De todas formas con cinco o seis litros uno zafa
hasta llegar a la ciudad cabecera, una vez allí se llena el tanque y de paso,
como solución a mediano plazo, podés acarrear tres o cuatro bidones de veinte
litros. Esto último es posible si no se encuentra presente en la Estación de
Servicio su propietario, Luciano Marinelli. El hombre es un garca. No te larga
un litro si no es adentro de un vehículo. Si vas con un bidón te manda a la
mierda, excepto que demuestres fehacientemente que te quedaste en el medio de
la ruta. Te defino a La Piedad como un pueblo de clase media cuyos habitantes
no tienen la menor idea qué hacer con la guita que ganan, que no pueden
disfrutar de sus ingresos y que tienen permitido salir al recreo solamente
cuando llueve.
- ¿Y
el Tipo?
- Ya
va, estoy llegando al Tipo, aguantá. Yo creo que por eso la gente emigra de La
Piedad. Nadie llega sin ingreso fijo. La familia que viene al pueblo lo hace de
la mano de alguno de los establecimientos de los alrededores. Las casitas, como
te dije, son de estilo barrial, parecidas a las que construyen los municipios o
la provincia. Sin bien tienen apenas ochenta metros cuadrados poseen lotes muy
amplios para hacer jardín, huerta y hasta para instalar un gallinero. Lo que
pasa es que si no tenés opciones tangibles a la vista todo huele a final. Más
que un pueblo parece un depósito de mano de obra, una colonia, en donde a nadie
le interesa cambiar nada porque sabe que La Piedad es sólo una estación o
parada en el sendero de los extremos sucios. Hasta los muertos emigran para
Coronel Palacios ya que no hay cementerio. El velatorio y el cortejo quedan a
cargo de los vecinos. Tenemos ante la contingencia cuatro cajones acopiados en
la comisaría. Recuerdo cuando el Coco Tulcosetti, dueño del bar, intentó armar
un cuerpo vecinal que entienda y atienda sobre las problemáticas del pueblo.
Metió cartelitos por todos lados. La reunión estaba programa para un sábado a
las siete de la tarde, nadie podía excusarse por obligaciones laborales. Sólo
asistimos el Turco, la maestra Cufré y yo. Terminamos delante del televisor del
bar, mirando por la señal abierta que repite Telefe, Duro de Matar 2. Una
vuelta a Juan Bengoechea se le ocurrió armar una escuelita de fútbol; no sólo
en función del juego en sí propio sino además para tratar de socializar a las
familias a través de la actividad del piberío. Dos chicos se anotaron. A mí me
da bronca porque en el pueblo se vive bien, por lo menos en relación con otros
lugares. No hay dramas de seguridad, no existen vértigos ni azares, ni tampoco
conductas extemporáneas. No importamos miserias ni estamos en boca de nadie.
Hasta nos hacemos cargo de la basura que generamos mediante procesos de
reciclado clasificando los desechos de acuerdo a las últimas recomendaciones de
la Organización Mundial de la Salud. En la actualidad hay cinco perros en la
villa. Animales itinerantes que circulan por el pueblo sabiendo que ningún
hogar despreciará la compañía. Los trajo el Tuerto Bolaños del campo donde
labura cuando cachorros. Son pastores ingleses, no puros, claro. El grosor de
sus blancas corbatas y las características particulares del nevado de las patas
sirven para su identificación. Tres hembras y dos machos: Lupe, Zama, Pola,
Roto y Tolo. El boticario Cáceres se encargó de castrar a los machos y
esterilizar a las hembras, de modo que queda garantizada la no proliferación de
animales salvajes. Gatos hay a cagarse. Cada familia tiene sus mascotas en
impecable estado, y hablo en plural porque hay gente que tiene hasta tres
animalitos. Esto es fantástico debido que no vas a encontrar en el pueblo ni
una laucha a pesar de estar muy cerca de dos enormes plantas de acopio de
cereal. Los bichos andan por la villa en absoluta libertad y guay de hacerles
algún daño. El Sargento Farías es rigurosísimo al respecto. ¡Cómo se nos pasó
el tiempo con la charla!, ahí viene el micro que va para Palacios, te dejo...
- Pará,
pará... esperá un segundo, ¿Y el Tipo?
- Ay
sí el Tipo. No... El Tipo era un Tipo cualquiera, nunca supe su nombre, uno de
los tantos que se van como llegaron. Pasa que los paisanos de La Piedad sabemos
que si no arrancamos la charla con una incógnita, con una duda, nadie se va a
interesar por nosotros.
- Por
qué no te vas al carajo
- En
eso estoy, o con todo lo que describí no te queda claro; chau... y disculpame
si te jodí. ¿Tu nombre?, digo, para matar el tiempo y tener algo qué contar
cuando llegue a La Piedad.
- Hablales
de un Tipo cualquiera, como hiciste conmigo, total en La Piedad el chisme no
cuenta...
- Ja
ja... me cagaste...
Mi viejo, el tango y el peronismo
He sido poca cosa,
para qué más, sin obviar que el itinerario, y en consecuencia el resultado,
pudo haber sido bastante peor. ¿Resulta aceptable pretender arrogarse supuestos
merecimientos?. Temo que la cuestión no pasa por allí; apenas una vida como
tantas, plagada de magros condimentos, circuito compacto de momentos que nadie
tiene derecho a juzgar, acaso ni uno mismo tiene potestad y menos aún sabiduría
para hacerlo, los extremos del sendero resultan inmodificables, pasado y
destino son las únicas certezas. Como habitante de las clases medias urbanas no
tuve mayor alternativa que escuchar durante mi infancia – casi toda la década
del sesenta y parte de la del setenta - el mismo discurso. Instancia quejosa,
inconformista, repleta de aburrimientos propios y ajenos. Un período social en
donde todos parecían disfrutar de sus lamentos. Tiempos de percepciones
difusas, nadie ponderaba que lo peor estaba por venir.
¿He sido feliz en
ese contexto? Sospecho que sí. ¿Es relevante acaso? Y digo sospecho ya que no
se puede – y creo que no se debe -
establecer comparativas. Respiré todos los aromas que pude respirar,
visualice todos los colores a mi alcance. Dolores, los de todo el mundo: alguna
pérdida prematura, un quebranto, una puerta de salida, otra sin salida, algo
confinada, apartada, que al pretender abrirla no se comportaba como tal.
Por entonces la
política era mala palabra, cuestión que históricamente una buena porción de las
clases medias tienen incorporada de manera visceral como elemento de jactancia.
Recuerdo que mi
viejo murió el 7 de Marzo de 1976. Era joven, 66 años tenía. En lo que a mí
respecta, aquellos 15 años que entonces ostentaba con ufana insolvencia y
marcada torpeza los evidenciaba en cada acto de la vida. Pocos días antes de
morir, postrado en el hospital, me dijo algo que nunca pude olvidar: – Los
milicos jamás solucionaron nada, siempre fue para peor -. Aún siendo un acérrimo
antiperonista, y cuando digo acérrimo nobleza obliga destacarlo - a tal punto
que prefería evitar a su familia paterna -, no consideraba sana la interrupción
de los procesos democráticos aún cuando detestaba aquello que calificaba como
barbarie. Nació en 1909 y era Radical de Yrigoyen. Con veintitrés años fue uno
de los tantos que asistió a sus masivas exequias. Por entonces la adolescencia
no se extendía tanto como en la actualidad. Al Peludo se lo comió su falta de
confianza en el pueblo afirmaba. Tipo honesto mi viejo, siempre teniendo en
cuenta el concepto social que se tenía entonces sobre el asunto. Contador
idóneo. En esas cuestiones manejaba el lápiz como nadie constituyéndose como un
verdadero docente de varios chicos que recién salían de la Facultad con sus
títulos bajo el brazo. Con el tiempo esos pibes – salidos de las universidades
peronistas, según él - dejaron de serlo
y fueron quedándose con su cartera de clientes sin mostrar reparos ni
arrepentimientos. Después se enfermó, se jubiló y se puso a mirar la televisión
hasta el día en que se murió. Diabético, legado que nos dejó a mi hermano y a
mí como sello genético. Hombre de escasísima visión para las inversiones y los
negocios. A poco de casarse con mi vieja – para él eran sus segundas nupcias –
compraron, por planos, un departamento en el barrio de Almagro. Era un tres
ambientes muy pequeño ubicado en un segundo piso. Los planos aseguraban
balcones de ocho metros corridos en su
frente y en su contrafrente. Los balcones nunca aparecieron; jamás presentó sus
quejas. Apenas un par de ventanales eran útiles para que pasase varias horas
del día asomado y curiosear de ese modo el paso de la gente. Tenía por
costumbre conversar desde las alturas con conocidos al paso de asuntos tan
menores como olvidables: La actuación de Racing del domingo, el último show de
Nicolino en el Luna y todas las
novedades enunciadas en el Fontanashow, La Vida y el Canto y Rapidísimo,
por Radio Rivadavia. Desde la media tarde hasta la noche, la tele...
Dejo por un rato a
mi viejo. Acaso vuelva, aunque lo dudo, no es el tema...
Años después pude
comprobar que hay intelectuales que aman a la humanidad y odian a la gente. Por
entonces la mass media pensante hablaba de la necesidad de humanizar a la
sociedad a la par que aceptaba de buen modo que la mitad de la población
tuviera privada la participación política. Para ellos esa mitad no formaba
parte de la humanidad, era solamente gente, barbarie, plebe, peronistas. Si bien mi viejo – vio, no cumplí con la
promesa – no tenía rango de intelectual ni mucho menos, era un analista por
excelencia. En sus tiempos de postración llegó a ganar seis millones de pesos,
a pura deducción, jugando al turf a la distancia y de ojito, además de revivir
viejas partidas de ajedrez del Gran Maestro Cubano José Raúl Capablanca, su
ídolo en la materia. Solía quedarse horas y horas estudiando sus jugadas
buscando un quebranto, alguna mínima grieta. Era lector de novelitas. Enorme
colección de breves historias que se adquirían en el kiosco de diarios las
cuales tenía ordenadas temáticamente. Westerns, policiales relacionados con la
Ley Seca y crónicas de suspenso eran sus publicaciones preferidas.
Antes de comenzar
el ciclo lectivo solíamos pasar las mañanas en el Maracaibo, bar ubicado en la
intersección de Medrano con Díaz Vélez. Todo un canto a la independencia. Un
Cinzano decorado con una picada minusválida y una gaseosa de pomelo era el
pedido cotidiano. – Lo de siempre don Sala – era el usual “buenos días” con el
cual el mozo Roberto nos daba la bienvenida. Mi viejo era experto en cuestiones
de bebidas. Me refiero a que más allá de algún desequilibrio aislado, el tipo
conocía a la perfección los secretos del placer. Una vez cada quince días
pasábamos por la peluquería de Ibáñez; la media americana exigida como norma de
higiene y urbanidad no tenía derecho a mostrarse desprolija. Aunque aquel lugar
era tan espantoso como su pesado olor a gomina, la situación era sumamente
ventajosa con relación a Gabuzzo, un sitio impresentable – ámbito escogido por
mi vieja para idéntico fin - . Allí te cortaban el pelo tan mal que te
regalaban un globo para que no te detengas delante del espejo cuando te
retirabas del local. El helio que estaba dentro del globo compensatorio ante la
ignominia duraba la suficiente cantidad de cuadras para no tener que soportar
ningún tipo de reclamo.
Mi viejo era el
típico representante de un porteño de los años cuarenta. El Hombre que está
sólo y espera de Scalabrini, el hombre de Corrientes y Esmeralda. Pilchas de
Gath & Chaves, zapatos de cocodrilo, pañuelo de seda, los billares del
Cóndor, la Richmont o el restaurante Loprete, gustos distinguidos para el
hombre común que bien nos describe Osvaldo Ardizzone.
Hasta el año 1972
mi vieja solía llevarlo con el Fiat 600 - él no manejaba - todos los domingos
que Racing jugaba de local hasta el cruce de Belgrano y Alsina, esquina
distante tres cuadras del cilindro de Avellaneda, por entonces no se llamaba
Estadio Juan Domingo Perón. Era socio vitalicio de la Academia, en consecuencia
tenía la potestad de una platea. Paternóster, Perinetti, Ochoa, Simes, Ohaco,
Marcovecchio, Benitez Cáceres, Boyé formaban parte de la familia, al igual que
el tricampeonato del 49 al 51 y por supuesto la intercontinental contra el
Celtic.. A principios de los setenta aún no tenía problemas para caminar esos
trescientos metros de distancia.
Fumador y
mujeriego, tipo de impecable traza. A criterio de las damas de enorme atractivo
físico y llamativa simpatía. Eximio bailarín de tango. Era frecuente habitué en
la tertulias sabatinas de Nino, confitería ubicada en Vicente López que durante
la década del cincuenta convocaba a muchos entusiastas del género. Mi vieja
recuerda que varias veces lo acompañó debiendo ser testigo del enorme carisma
que el hombre tenía para los ojos femeninos; como mi vieja no gustaba de
bailar, él lo hacía ante cualquier ofrecimiento. Creo que aún conserva en su
intimidad cierta presea obtenida en uno de los tantos concursos de baile a los
que el hombre solía asistir.
Reconozco que no me
quedaron pendientes con él debido a que nunca tuve demasiadas esperanzas. Más
allá de estas pequeñas historias que se van sedimentando en la memoria, la
relación con mi viejo, mayoritariamente, siempre anduvo entre hospitales y
sanatorios. El Muñiz de Parque Patricios inmortalizado por la poesía de Luis
Acosta García, y el Italiano de Gascón y Potosí. Algún partido de truco, otro
de ajedrez, artes que me enseñó con suma paciencia y tolerancia.
En varias ocasiones
lo acompañamos a pescar a Punta Rasa cuando íbamos de vacaciones a San
Clemente. Junto con mi hermano Guillermo éramos los encargados de acopiar
almejas a los fines de carnada. Entre balde y balde mi viejo se aprovechaba de
algunas las cuales rociaba con bastante limón. No saben lo que se pierden nos
decía el viejo mientras las saboreaba, el día que se retiren de la costa se van
a acordar de mí. Nuestra mirada de asco era notoria. Lo dicho. Hace cincuenta
años un simple agujerito en la arena húmeda nos daba cuenta sobre la presencia
del bivalvo, en la actualidad encontrar una almeja en la costa constituye todo
un desafío biológico. Ya por entonces estaba convencido, a pesar de no ser un
estudioso en la materia, que la presencia del hombre en ese territorio que él
conoció virgen hacia fines de la década del veinte sería irreparable. Viene a
mi memoria el día del descomunal Melgacho. La foto en blanco y negro de
semejante captura todavía anda dando vueltas por ahí. Una especie de eslabón
perdido entre tiburón y raya, pez enorme y alargado, cuya carne rojiza a la
parrilla era exquisita.
Si una tormenta de
verano nos sorprendía en plena vacación, proponía recolectar una buena cantidad
de caracoles de tierra de modo trabajarlos culinariamente para preparar una
picada. Los bichos, a poco de parar la lluvia, comenzaban a instalarse en los
paredones de las construcciones en cantidades industriales. De purgarlos,
cocinarlos y macerarlos, proceso que llevaba no menos de tres días, se
encargaba mi tía Margarita. Ante nuestra negativa de probarlos la frase recriminatoria
reiteraba su mismo tenor inquisidor.
Hasta el momento no
lo mencioné. El hombre se llamaba Francisco, le decían Tito. Me llevaba cincuenta
y dos años, menos de los que tengo ahora. No dudo que hubiese sido muy
enriquecedor e interesante discutir con él de política y de otras cosas, pero
sobre todo de política. Nos hubiésemos peleado mucho. Reitero que no me gustan
aquellos pensadores que dicen amar a la humanidad odiando a las masas. Las
diferencias que existen entre un antiperonista visceral, que como último acto
de rebeldía y por bronca a Balbín llegó a votar a un milico como Manrique, con
un socialista que observa la realidad de acuerdo a lo concreto y lo tangible
existe un abismo insalvable. Acaso nunca me hubiese disculpado mi ferviente adhesión
al Kirchnerismo; pero que va, era mi viejo. De todos modos no tengo dudas que
de encontrarse con Cristina no hubiese dejado pasar la oportunidad de bailar un
tango con ella. Lo imagino presto para cortejarla con su bagaje de talentos,
cortes y quebradas al servicio de la belleza, haciendo todo lo posible para
simplificarle la faena. En ese sentido es lo que uno intenta fortalecer desde
este humilde espacio. Porque de eso se trata bailar el tango, y de algún modo
la política: el compañero debe hacer todo lo que esté a su alcance para
colaborar con su compañera, aunque sabiendo que luego de mencionar la palabra
compañera, aquel hombre que está solo y espera, no tenga la misma voluntad para
repensar su verdadero significado.
Las Cartas
Desaparecieron de la faz del planeta hace años y nos
hay quién pregunte por ellas. Dicen los eruditos que las últimas vistas
estuvieron redactadas por vetustos y oscuros escritores, fieles entusiastas de
amores imposibles o perdidos. No se sabe con certeza sobre el destino de tales
misivas, ignorándose su éxito o su fracaso. Lo cierto es que los empleados del
correo afirman que desde fines de los ochenta no pasan por sus manos
correspondencia que contenga algún dolor o alguna lágrima escondida. Tales
dolores o lágrimas eran fácilmente detectables por los rasgos temblorosos de la
sección remitente. Afirman los peritos en la materia que usualmente el sector
destinatario cuenta con un rasgo firme y de marcada osadía mientras que el
inciso remisor conlleva el nerviosismo de la falta del anonimato.
En charlas recurrentes se debatía sobre la
desaparición de las cartas de manera afanosa y apasionada. Las discusiones al
respecto eran virulentas y derivaban en conceptualizaciones desde
antropológicas hasta económicas, pasando por la caracterización del
comportamiento humano.
Ernesto Saldivar sostenía a pie juntilla la idea que
en la actualidad nadie ama lo suficiente como para perder veinte minutos de su
vida en escribir aquello que no puede decir y menos aún gastar unos magros
pesos en un sello fiscal.
Dalmiro Manfreditti en cambio responsabilizaba de tal
situación a la desaparición de los buzones. Sostenía que el misterio y
encantamiento que estos ambientes cilíndricos poseían eran esenciales para el
éxito del cometido que la misiva portaba. Todo remitente estaba persuadido
sobre la existencia de musas colaboracionistas, moradoras silenciosas de sus
inhóspitos interiores, depositando su fe en ellas. Al retirarse del escenario
urbano estos sigilosos cómplices ya nadie estimaba conveniente dejar librado al
azar sus mensajes melancólicos.
Javier Bussetti achacaba esta ilógica desaparición al
poco tiempo que la gente tenía para las cosas importantes de la vida. Sostenía
que lo terrenal le había ganado casi todo el espacio al espíritu siendo las
reglas del mercado los paradigmas a seguir. La conservación del empleo, mejorar
el estándar de vida, procurar no estar al margen de cada novedad para no quedar
a la vera de las modas, eran razones imperiosas para malgastar el tiempo sin ningún
tipo de vergüenza.
Gerardo Faldo agregaba estadísticas muy ricas a la
charla. Con cuadros y fórmulas dignas de ilustres matemáticos demostraba que de
cada cien unidades repartidas, setenta correspondían a publicidad u
ofrecimientos de servicios y el resto a facturas de impuestos, telefonía, gas,
luz y demás deudas que la gente normal tiene que afrontar por la sola razón de
haber nacido.
Los pocillos de café invadían la mesa a medida que el
debate iba creciendo en contenido, impidiendo con su presencia el espacio
físico esencial para depositar la obligada vuelta de Fernet con el
acompañamiento del tradicional ejército de platitos.
El mozo del bar, Segura, mientras despejaba el
terreno, aseveraba que la aparición del correo electrónico, las redes sociales
y del celular eran los factores más importantes. Sostenía que en la actualidad
los mensajes de amor o de amistad circulan vía Internet.
- No me jodás, gallego – se quejaba Faldo a modo de reproche -. ¿Te
parece que una mina puede sentirse atraída por un mensaje que aparece en
una fría pantalla?
- Y si es igual que el tipo, sí - afirmaba Segura -. No te olvides que en
la actualidad todos se parecen mucho; la personalidad ha quedado en el olvido y
tanto la imaginación como la originalidad brillan por su ausencia.
Con sus guardias vencidas y añorando aquella hermosa
sensación que experimentaban cuando llevaban, puerta a puerta, cartas que
“decían cosas” terminaron sus Fernet y su picada, buscando en el humo del
tabaco que los cubría alguna explicación asequible sobre las causas o razones
que explicasen con inescrutables certezas la mortalidad de ese maravilloso
arte. Sus lamentos y dudas eran acompañados por un silencio de velatorio
plagado de rumores propios y ajenos, lejanos y cercanos, como entendiendo que
no había atajo en el sendero, que sus extremos eran inexorables, y que ya nada se podía hacer al respecto.
6.15 PM Buenos Aires
6:15 PM Buenos
Aires...
Un día muy Buenos
Aires...
La humedad y el
vértigo acobardaban a las palomas de octubre y a los desconocidos habitantes de
un microcentro, hermano del infierno...
Y por ahí
deambulaba... Sin dejar de ser un desconocido mas, sin entusiasmos, sin esperar
más que abordar un subte que molesta, con escaleras que no llegan al cielo y
molinetes que castigan un vientre que ya ni siente...
El primer vagón es
la costumbre, y como tal, se acepta indiferente...
Subí como todos los
días, sin esperanza y cansado, muy cansado de cargar desinterés.
De pié... me
instalé de espaldas al recorrido, como negando la misma ruta de vías y túneles
grises que pinta no con poca efectividad a este Buenos Aires de las 6:15 PM...
Nada para ver, nada
para que los ojos descansen...
A poco de andar,
entre ruidos de madera y metal, me di cuenta que ese viaje no era un viaje; era
una extraña mezcla de premio, acaso una oportunidad, un depende de vos, un
sueño irrepetible... Ya no me dolía el vientre, las palomas de octubre no
escapaban, y las escaleras se acercaban tanto a las nubes que alcanzaban a
besarlas... la humedad era brisa y el vértigo comenzó a diagramar ilusiones
inconclusas...
Fueron veinte
minutos tristemente módicos dentro de un presente tosco y creíble... Fue ver
que lo más hermoso jamás visto, existía. Que lo soñado era presencia... Que su
simple existencia transformaba a ese mecano de ruido y madera en la Táctica y
Estrategia de Benedetti... Que su piel acorde con sus ojos y con su cabello
dibujaba contornos y sombras que solamente los corazones que la pintaron
resultaban competentes para tamaña descripción. Vaya uno a saber las fantasías
que por su cabeza pasaban...De ningún modo podían ser igual a las mías...
Sinceramente no
poseo sortilegio alguno ni prodigio equivalente que hicieran que esos ojos me
miraran tan atentamente... Pero lo
cierto es que nada impidió atendernos... Hasta nos esforzábamos para evitar los
cuerpos de los ignotos intrusos que irrespetuosamente se interponían en nuestro
diálogo visual... testigos inconscientes de una secuencia irreal, tan única
como irrepetible...
- No es el ámbito
apropiado... pensé.
- Tampoco conozco
del arte de la seducción...
- No tengo y de eso
si me lamento, la suficiente autoestima para afrontar con cierta elegancia y
decoro el irrumpir en la intimidad de aquella que yo mismo he bosquejado y
soñado entre sábanas de olvido.
Toda exageración es
poca, el diálogo visual fue intenso. Una perdurable mirada de veinte minutos
puede más que esa rancia y machista falacia porteña llamada verso.
Dejé de disfrutar
en Loria... me faltaban dos estaciones para descender...
Me imaginaba solo
en el andén de Río de Janeiro viendo como un monstruo de rieles y fracasos
llevaba en su interior mi paraíso, mi éxtasis inconcluso.
Pero ninguna
historia que se precie de tal puede terminar entre túneles y grises, entre
oscuros y humedad...
Pasó Castro Barros
y ya resignado por la pérdida que en segundos iba a sufrir, me instalé delante
de la puerta... El vidrio seguía siendo la ayuda imprescindible; y vaya mi
asombro... Estaba detrás... hermosa y elegante, intrigante y curiosa
Descendimos
juntos... Mi lento andar provocó su
lento andar... Caminábamos a la par, cualquiera nos hubiese intuido pareja.
Ninguno extremaba el paso, ninguno quería perder contacto... Nuestros
movimientos en los molinetes fueron coordinados y armoniosos; el no saber fue
el enemigo del momento... Hasta nuestras piernas coincidían simétricamente en
el ascenso de una escalera que ahora sí, nos acercaba al cielo... Dudando qué
recorrido seguir nos perdimos entre la muchedumbre hasta omitirnos
definitivamente. Desprovisto de anhelos eternizo mi diaria rutina esperando que
el deseo vuelva a convocarme, en ese subte, el de la 6.15 PM, en medio de una
ciudad-túnel, imaginada e inventada para el perpetuo desencuentro. Cuando
llegué a casa mi esposa me preguntó cómo me había tratado el día; como siempre
le respondí... nada para destacar...
Boulevard
Fascinado y un tanto holgazán lo
observaba apoltronado en su silla de siempre. Aquella que forjó de joven,
entrelazando mimbres, tiempos en los cuales sus manos no oscilaban, donde el
frío era sólo una cuestión de costumbre. Tiene el caserío disponible, vacío de
rumores; viejas cicatrices y nuevas arrugas rodeadas de asfalto, pesado
asfalto. Nunca entendió la necesidad de la obra; a medida que el tiempo
avanzaba menos vecinos circulaban. Pensó en algún favor político. No estaba
seguro; de todas maneras se percibía a sí mismo demasiado rancio como para
gastar sus últimos cartuchos masticando broncas. Sus ojos cansados y
negligentes habían sido cruelmente limitados por el avance y el progreso.
Recorrió por su mente aquella imperativa tormenta que años atrás había violado
y volado de manera impiadosa las chapas superiores de su casa.
-
Temo que nunca alcanzaron a entender que estoy surcado por
el calor de lo que significó apisonar nuestro sendero principal, nuestro
“camino real”. Hoy lo miro y me siento extranjero, tal vez extra, acaso ajeno.
Ni el tren nos toleraron. Por suerte la estación quedó luciendo su normal
tilinguería y al menos sirve de cobijo para aquellos jóvenes que todavía se
recrean con amores prohibidos. El día de la inauguración del Boulevard el
Intendente cortó la cinta augurando futuros de bonanza y bienestar, el cura
bendijo a vivos y a muertos, mientras el médico decretaba el certificado de
defunción de la tosca en un largo y por demás aburrido discurso. Todos
aplaudieron. Yo no podía. A esas alturas el Parkinson exhibía taxativas
credenciales. De todos modos dudo que lo hubiese hecho. Les aseguro que nadie
de los que vitoreaban en esa jornada pasean por el lujoso sendero sus dichas;
sigo pensando que los disertantes de entonces aprobaron la obra para poder
escapar más presurosamente aprovechando las menores prestaciones y más
delicadezas que tienen los vehículos modernos. No recuerdo que alguno de ellos
haya escogido dormir su eternidad aquí, luego de haber disfrutado de sus
“merecidas” vidas. Dicen que por viejo soy pesimista, y por pesimista,
desconfiado; no sé, ya no existe nadie que me escuche, acaso que me pueda
responder...
Cuestión de Clases
(Taller literario
Biblioteca Popular José A. Guisasola)
La fronda no dejaba
vislumbrar en su totalidad la magnitud de la tragedia. Aunque decir tragedia es
un tanto falaz. Aquí la impericia provocó el incidente. Tragedia implica la
lucha ancestral de lo justo contra lo justo, del desconocimiento contra el desconocimiento (pienso en Edipo Rey); fenómenos que el género humano
sólo puede apreciar a través de las artes, en especial el teatro, cuando se
decide espectar sobre intereses ajenos. Impericia e incidente comparten el
vínculo de la competencia, caminan por senderos en donde lo evitable permanece oculto
tras el siempre dispuesto sofisma accidental o culposo. De modo que anhelar el
hallazgo de los responsables que tuvieron participación en el evento era una
aspiración tan disparatada como utópica. Ni el mantenimiento de las vías, ni el
estado de los durmientes, ni la prestación de los vagones eran asuntos a
considerar. Las cámaras y los informes periodísticos se centralizaban en las
víctimas del sector súper pullman, eslabón
que había contado con el azar a su favor. El furgón de los virtuosos
pudo mantener su equilibro contando con algunos pocos y leves contusos que
lamentar. Si bien sufrió el mismo cimbronazo, su estructura conservó la
verticalidad gracias a los dos carros pullman que se alineaban delante de él,
permitiendo contener su desordenada inercia. En éstos el caos era factor
predominante. La severa inclinación impedía a sus pasajeros un correcto y
ordenado éxodo. La preocupación sobre el equipaje era motivo de coloquios y
discusiones acaloradas. Más de un reportero tuvo que afrontar el papel de
mediador para abortar todo posible conato de violencia. Podría afirmarse que
las pérdidas humanas en la sección pullman de la formación fueron mínimas. Muy
pocos atendían que la criada de la familia Durañona había fallecido tras rodar
por las vías en momentos que salía del sanitario público. Lo tangible era que
parte de sus restos mutilados fueron hallados momentos después de cumplirse con
el traspaso de los efectos personales correspondientes a cada excursionista.
Los tres vagones de primera clase mostraban un aspecto imponente. Decenas de
órganos amputados permanecían inmóviles y escondidos bajo las maletas y atavíos
particulares. Las familias sobrevivientes procuraban colaborar con los
aquejados debido a que la prioridad de auxilio oficial estaba reservada para
las víctimas de los coches precedentes. Gritos y lamentos desgarradores
provenían del nivel turista. Sus tres carros volcados y hundidos en los bañados
linderos daban por sentado que por fuera del voluntarismo era muy poco lo que
se podía hacer. Las organizaciones de socorristas no estaban preparadas para
semejante contingencia. La corruptela se hizo presente de inmediato. Aquellos
pasajeros con efectivo disponible tenían mayor oportunidad de abrigo y
asistencia. Como consecuencia de ello su evacuación se produjo rápidamente bajo
la honorable excusa de despejar el sitio, garantizando de ese modo la eficacia
del operativo. La cámaras televisivas y los compungidos cronistas acreditados
en la zona por los medios de comunicación acompañaron con suma dedicación a los
primeros afectados que arribaron al Hospital Regional. Entre tanto en los
pantanos, el silencio y el desamparo habían ganado la escena; sólo unos cuantos
cuervos quedaron supervisando, en la turbiedad nocturna, el estado de los tres
vagones clase turista, hundidos bajo la ciénaga.
La Pelusa en el Ombligo
2011
…En
memoria de Osvaldo y Leónidas Lamborghini…
Huesos sin
identificación aparente formaban colinas de residuos malolientes, por tanto, la
vista resultaba tan poco atractiva como laboriosamente olvidable. Miles de
centauros habían sido eficazmente asesinados sin que medien juicios ni
alegatos; el orden, las cantidades y las mezclas de sus cuotas daban cuenta de
la eficiencia del trabajo realizado por las fuerzas represivas defensoras del
nuevo orden. Una vez más, en la historia de la humanidad, un genocidio para
atender, entender, criticar y lamentarse en el futuro. Por el momento, el
vocerío mediático asentía que el derrocado gobierno debía dimitir a como de
lugar. Las recetas democráticas habían demostrado ser absolutamente inoperantes
para tales fines contra una mayoría que ostentaba amplios rangos de firmeza
ideológica y convicción político-militante. Desde los más destacados foros
televisivos y radiales la vernácula “intelligentzia” daba a conocer su
descontento según propia percepción debido a los claros signos de autoritarismo
que mostraba la saliente administración elegida por el pueblo. Se afirmaba que
todo aquel que acordaba con sus principios básicos lo hacía desde la renta o
escondía amplios indicios de interés y corrupción. Los preclaros y prejuiciosos
hombres del futuro, liberales y progresistas, no podían aceptar el regreso de
la barbarie populista. La “intelligentzia” estaba nuevamente en riesgo por una
chusma imprecisa, vocinglera, que amaba encontrar alguna redención, que gustaba
de bailar y festejar en público, en las calles con las murgas, en los barrios,
en las playas, escuchando un recital a cielo abierto o canturreando el himno
con la pasión irreverente que marca un coro tribunero. La vida es el futuro,
nunca es el hoy afirmaban los pensantes. El hoy es sólo una coyuntura que
debemos aceptar entendiendo que lo único que nos queda por hacer es trabajar
sumisamente para que el “Capital” se reproduzca exponencialmente y sus
benefactores se fortalezcan de modo puedan otorgar a nuestros hijos alguna
posibilidad o alternativa de vida. No era racional que ante la incertidumbre
por venir y la ausencia de seguridad jurídica la plebe disfrutase con
sospechosa desmesura, sin peajes, sin vergüenza, con los botones de la camisa
desabrochados, volviendo a remojar las patas en la fuente, sintiéndose
nuevamente parte de un colectivo real, de un nuevo social imaginario. Acaso la
progresía y los libre pensadores no consideraban que el paso del tiempo, es
decir el futuro, nos acercaba indefectiblemente a ese cadáver que alguna vez
seremos. Desdentados y harapientos susurrando al “Indio” en Vencedores
Vencidos, revoleando el poncho con la Sole, llorando a moco tendido mientras se
entonaban las estrofas dolorosas de El Ángel de la Bicicleta.
No era posible… “Me
tienen harto con la dictadura” afirmaba alguien que durante un buen tiempo
estuvo dentro de un nicho tan conveniente como incómodo; hasta que por fin pudo
salir del closet, gritar libertad, y defender lo que siempre fue de su interés.
No se puede mentir a tanta gente durante tanto tiempo pensó; es hora de
descollar y tomar la posta que me dejara el bueno de Bernardo. El gasto es un
deseo indecoroso de los bárbaros en manos de los bárbaros y síntesis de
progreso en manos de la ilustrada burguesía. El gasto es gasto en manos de la
barbarie suburbana que se atreve a considerarse similar a la tierra que habita
dejando sin billetes a nuestros cajeros y necesidades cotidianas. Sin embargo
es consumo inteligente en manos de los que no se juegan la asignación a la
quiniela, sino que se juegan el sudor y el hambre de los que no pueden esconder
la pelusa en el ombligo a las patas de un caballo en las coquetas pistas de San
Isidro… Me tienen harto con sus pañuelos blancos, sus ausencias, sus
portarretratos baratos y sus lágrimas políticas… ¿Por qué no cuidaron a sus
hijos, a sus nietos?... Los hijos de Ernestina son nobles y débiles, por eso
desean perjudicarlos… Papel Prensa es mojón de nuestra mejor historia
sentenciaba la “Naranja Mesiánica” publicitaria oficial del Apocalipsis… Hay
que matar a esa yegua rezan los blogs… reteneme ésta… Se murió el tipo, es hora
de ir por todo… Un certero y televisivo bofetazo seguido de una mentira operada
vale como argumento para erosionar, desgastar, ocultar, engañar. El 24 de
Diciembre la chusma inmigrante tomará el Parque Rosedal del porteño barrio de
Palermo afirmaba convencido y con adusta dicción un económico correveidile, parlante
muy bien patrocinado de una radio del Sur Bonaerense basado en sus pesquisas
electrónicas de cabecera. - ¿Qué riesgo corre el pajero? – Afirmaba con sorna
el escritor Oriental Eduardo Galeano – A lo sumo, recalcarse la muñeca… La
pelusa en el ombligo no es signo ilustre para el burgués bien pensante. La Sociedad de Letras
tendría que revisar ese perimido concepto que sostiene la existencia de lo
Nacional y Popular. - Me harta esta banda supuestos intelectuales que se niegan
a trabajar a favor de la intolerancia y el fastidio colectivo. Parece que estos
tipos no comprenden que el miedo es una excelente noticia y que generalizar
comportamientos absuelve de todo pecado cometido. La solución final… el
exterminio… No era posible reiterar errores del pasado. Bradbury por un lado,
Gurzos y Zarpos por el otro, como fuente de inspiración para que todo
testimonio de la época se transforme en cenizas; los renovados y débiles
oligopolios junto a sus dispuestos esbirros se encargarán gustosos de templar
el horno hasta los F451 grados de eficacia. Mientras los mogotes de huesos
postergaban su duermevela en las afueras de los centros urbanos, la
rejuvenecida sensibilidad de la progresía, tanto liberal como de izquierda,
reinstalaban con alborozo la idea de libertad como insoslayable paradigma de la
modernidad. Una idea concluyente. A los conocidos incluidos y excluidos
económicos se sumaban los visibles e invisibles sociales como nuevas categorías
establecidas por la “intelligentzia” gobernante. Los que tienen siempre la
palabra, pletóricos de albaceas y los que nunca podrán expresarse debido a que
la voz volvió a detentar matrícula y propiedad determinada. La ley de Servicios
Audiovisuales resultará una anécdota risueña en las mesas de la Sociedad Rural mientras que la
Asignación Universal por Hijo dejará de motorizar vicios indecentes.
-
Esos hijos de puta se iban a terminar chupando y jugando la
guita de las retenciones. Hay que eliminar el subsidio y anular trompas…,
total,… no se publican estadísticas que tomen en cuenta a los que están
sometidos al abandono y al silencio. - Mientras no exista normativa podemos
seguir esclavizando golondrinas - Continuar con aquel modelo hubiera resultado
suicida - No podíamos seguir desperdiciando una coyuntura internacional tan favorable
– El mundo “tiene hambre”... es la nuestra…
y murieron a
millares,
los mejores
murieron,
por una vieja
ramera desdentada
por una
civilización llena de remiendos…
el encanto de la
bella boca sonriente,
los vivaces ojos,
yertos bajo el párpado de la tierra
por dos gruesas de
estatuas destrozadas
por unos pocos de
miles de estropeados libros...
Ezra Loomis Pound
Noche de Blues
(Taller literario
Biblioteca Popular José A. Guisasola)
Contabilizar
fracasos no era faena que Roberto se esmeraba por ejercer. Tiempo hacía que
había decidido archivar sus libros de balance, olvidando, vaya a saber en qué
cajón de qué casa, su colección de electrodomésticos oxidados, colchones
marchitos y escrituras al cincuenta por ciento.
Irina,
paradójicamente, estaba estructurada de otro modo. Llevaba un estricto control
de sus columnas deudoras y acreedoras, con asientos exánimes, paréntesis
oblicuos, llaves con tinte de amparo y corchetes sin señuelos. Conjunto de
fórmulas aritméticas que le describían, sin omisión alguna, sus momentos de
amargura, apartando de su evocación a los placeres; instantes que por cierto,
consideraba de menor trascendencia.
Estimo verificar
que pasados los cuarenta uno tiene esa extraña y risible certeza de haber
vivido más de lo que cuenta. Supongo que deben existir mandatos sociales que
empujan a sustentar esa impresión. Y a pesar de la tan insistente afirmación:
“Ahora empieza lo mejor”, digamos que tal sentencia no tiene demasiados
entusiastas, sobre todo dentro de la cohorte afectada.
Lo real es que se
encontraron como se encuentran la mayoría de los mortales: buscándose sin
buscarse, intuyéndose sin intuirse, culpables sin haber sido responsables de
nada.
De inmediato, fueron
sorprendidos por el asombro y la desconfianza.
- Dudo
que a esta altura de nuestras vidas alguien como yo te pueda conmover - alegaba
Roberto, bocetando un macabro modo de resistirse -
Sus pestañeos
acercaban considerables pérdidas como para soñar con sorpresas que no estaban
dispuestos a exonerar. Hasta sus cruzadas concesiones les causaban cierta
admiración y sospecha interna.
Irina, por cierto,
aborrecía el blues; ritmo que le parecía aburrido y monótono. Él sin saberlo,
mezclando jactancia y egoísmo, escogió para ambientar el momento “If you
love me”, un hermoso tema de B.B. King cantado por Van
Morrison. Casi seis minutos de insuperable belleza y armonía. Digamos que
a Irina algo la traicionó, confesándole que la balada era perfecta.
- Jamás
pensé que el blues tuviera la virtud de emocionar.
- Es
más factible desintegrar un átomo que un prejuicio, decía Einstein - comento
Roberto con ironía -.
Más allá de la inoportuna observación tuvo que creer y rendirse ante el alegato de la dama.
Entrada la noche
comenzaron a resignarse, no sin oposición, permitiéndose pensar en una futura velada
interminable.
Roberto estaba
harto de las amas de casa... por experiencia de vida se les presentaban como
señoras de servicio o como cocineras de lujo; ausentes de toda fuente de
inspiración. Sin embargo, no pudo menos que consentir que el lomo con
champiñones a la crema preparado por Irina avergonzó su básica racionalidad,
pero a la vez se sintió venerado, ascendiendo inevitablemente por escalones sin
recuerdos, plagados de amnesia y de frescura.
Gozaron sus
inventarios sin pensar en ellos.
Se embarcaron en
vuelos nocturnos sin regresos aparentes.
Se amaron más que a
sus olvidos.
Fueron
desesperación y transpiración.
De a ratos bailaron
desnudos, riéndose hasta el dolor de sus lógicas y notorias imperfecciones.
El obsceno amanecer
dictó la esperada sentencia, acompañando la última nota del último blues de
Koko Taylor.
El desayuno los
invitó a destruirse en jirones, citando con lujos y detalles sus póstumos
arqueos, exponiendo sin pudores fracasados balances y amarillos inventarios.
Nunca sabré si lo
hicieron adrede. Mi viejo nunca me lo dijo. Lo cierto es que lo sigo viendo
solo; de lunes a domingo, de cero a veinticuatro.
Relato de una profesora de Matemáticas, Física y Química
El cuadrado del
primero, más el doble producto del primero por el segundo, más el cuadrado del
segundo, es el postulado que resuelve de modo preciso mis últimos veinticinco
años de vida. Sin desearlo, una va perdiendo identidad a costa de la disciplina a
cargo, nos ocurre a todas; pasamos a ser la de Geografía, la de Literatura o la
de lo que sea. Me pregunto en ocasiones si tales premisas científicas interesan
a los estudiantes por fuera del significado que tiene aprobar la
asignatura.
En lo personal, las Matemáticas y
sus compañeras más cercanas, la Física, la Química y la Informática
entrelazaron mi vida imponiendo condiciones de manera inexorable.
Recuerdo que el mismo día en el
cual me enteré que Adolfo Castelo había fallecido (noticia que me instaló en un
notable ámbito de tristeza) una colega me advirtió que la mayoría de los
alumnos del curso, en plena instancia de exámenes, tenían la capacidad
adicional de transmitirse los resultados de los ejercicios por mensaje de texto
vía teléfono celular. Poca atención le presté en ese momento a la novedad
tecnológica, la noticia sobre la desaparición de Adolfo me había colocado fuera
de mi habitual circuito lógico. Debo admitir que ese tipo de artificios no
formaba parte del programa curricular para recibirse de Profesor de Ciencias
Exactas en la Universidad de Buenos Aires. Era demasiado oneroso, desde la
temporalidad, volver a empezar. Además no estaba diseñada intelectualmente para
la sospecha, la malicia y la suspicacia dentro de un ámbito formativo y menos
aún compitiendo en lucha despareja enfrentando tecnologías hasta ese momento
desconocidas. Esa misma
noche Einstein me recriminaba entre sueños que la educación y el conocimiento
son tópicos que se asientan cuando uno se desliga de lo aprendido en la
escuela. No estaba de acuerdo con tal afirmación del maestro; pero me lo decía
uno de mis arquetipos, el padre de la Física moderna, el mismo que revolucionó
mi disciplina de cabecera. Cómo hacía desde mi efímero lugar para ignorar
tamaña recomendación. Sospecho, muy a mi pesar, que el genio hubiese utilizado
todo su arsenal de conocimientos tecnológicos a la par de sus compañeros, y yo,
su eventual docente, sería la cándida e ignorante víctima de tamaña
habilidad.
Siempre me resistí a comprar un
celular. La excusa: Simples y rústicas prevenciones personales que, en estos
tiempos, circulan por fuera de lo entendible si tomamos como parámetro el
frívolo sentido común. Si bien, y por formación científica, no soy una
insensata litigante de las novedades tecnológicas, me afilio al concepto que
todo insumo cotidiano debe portar, cuando menos, un pequeño índice de necesidad
que lo hace útil para quién lo adquiere. Aunque esta definición constituye toda
una obviedad, considero que reafirmarla no es una cuestión menor. El mundo que
me rodea es lo suficientemente pequeño para no ser invadido por la publicidad y
esa suerte de obligatoria necedad que el mercado impone a modo de sentencia
colectiva. Evidentemente era portadora sana de un pretérito y marcado error
posmoderno; para el caso vale el oxímoron.
El consumo y el conocimiento de
determinadas novedades no sólo sirven para su mera utilización, sino también
para no ser estafados por ellas, pensé. Como consecuencia de ello opté por
aceptar el reto adquiriendo un celular de forma tal explorar los hábitos más
comunes que los alumnos practicaban a favor del fraude y el embuste. La
importante inversión no sirvió ni tan siquiera para satisfacer una suerte de
venganza individual. Pocos días después y por resolución ministerial se
prohibió terminantemente el uso de telefonía inalámbrica dentro de los
establecimientos escolares. En la actualidad el miserable aparatejo contempla
mis noches desde la mesa de luz contigua a la cama desarrollando funciones de
mordaz despertador. Mi mundo sigue siendo tan pequeño como entonces y tal cual
afirma Serrat: “uno llega siempre tarde donde nunca pasa nada”.
Ser “la de Matemáticas”, en un
pequeño pueblo del interior contiene más perjuicios que beneficios. Una, por lo
común, está unida a lo intangible sin protesto ni posibilidad de queja. La
instancia laboral se cruza con la decisión política de abrir o no el curso,
siendo la resultante que los módulos de la asignatura en cuestión pueden
esfumarse de modo imperceptible. La variable matrícula y el cálculo costo /
beneficio determinan la estabilidad laboral del docente y las consecuentes
distancias que deberá recorrer el alumnado. Si la cantidad de concurrentes no
justifica el cálculo presupuestario los ciclos se concentran en los centros
urbanos más cercanos, siendo por lo general la movilidad particular el factor
limitante para poder cumplir con las horas asignadas. De no contar con dicha
posibilidad individual se debe renunciar irrevocablemente a esas horas de modo
obligatorio. Alguna vez y por motivos de traslados cierto dirigente gremial,
poseedor de varias licencias yuxtapuestas por su condición representativa me
manifestó muy suelto de cuerpo “si no puede viajar es problema suyo”. Al solidario y combativo
representante de los trabajadores poco le importó que no hubiera medio público
de transporte, menos aún que la contratación de un auto de alquiler comprometía
el doble de los ingresos salariales. Como antes mencioné, al no existir
interlocutor válido para esgrimir un intento de reclamo rubriqué la cesación
tal cual la burocracia formal exigía con urgencia.
Mientras esto sucede y para bien
de la humanidad tres o más paralelas seguirán siendo cortadas por dos
transversales. Durante un tiempo y hasta que me intimaron a abandonar la
metodología, desarrollaba la explicación del Teorema de Thales y del Principio
de Arquímedes utilizando el talento de Les Luthiers. Siempre me pareció que el
humor es un muy buen mecanismo educativo y formativo. Alejandro Dolina y su
programa nocturno radial es una clara muestra de tal afirmación. Con mi vieja
grabadora en mano y las cintas correspondientes hacía escuchar a los alumnos
las piezas artísticas que el notable grupo exponía con ingeniosa idoneidad. Era
como memorizar una página musical. Inevitablemente por repetición y por
asociación las letras terminaban por ser asimiladas y aprehendidas en un breve
lapso de tiempo sin tener la necesidad de encapsularse en un ámbito tedioso.
Luego, con los textos ya incorporados musicalmente, comenzábamos a desandar las
teorías. Resultaba mágico y sorprendente. Por medio de un “atajo” cultural la
inteligencia rescataba la concentración a favor del conocimiento. Curiosamente
esta metodología la impulsé en el Ex Nacional Número 2 de Bahía Blanca. Los
asistentes eran, por entonces, alumnos provenientes del correccional de menores
Vergara. Lo frustrante fue cuando, meses después, traté de incorporar
dicha mecánica en un Instituto Privado de otra ciudad, bastante más pequeña,
que no vale la pena mencionar; fui denunciada de inmediato por prácticas ajenas
a las curriculares por lo cual tuve que abandonar el intento ante la insistente
advertencia de las autoridades de la entidad. De todas formas no hay razón para
preocuparse, Las Leyes Fundamentales de la Química y el Teorema de Pitágoras no
cuentan, por ahora, con músicos, poetas y favorecedores.
A propósito de este último. Se me
ocurre que nadie duda, en la actualidad, de la afirmación pitagórica que
sostiene que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de
los catetos. Debemos admitir que el brillante griego fue un adelantado en su
época; porque si de cuadrados se trata, el sistema educativo que nuestra
sociedad supo edificar durante la última década del siglo pasado presenta
ejemplos que confirman a diario el teorema. Observando los resultados
preuniversitarios nos damos cuenta, lamentablemente, que el conocimiento no
forma parte de un maravilloso acto de curiosidad que toda persona debería sostener
a favor de su propia libertad. Hemos concebido como normal a la educación
de manera utilitaria y no como ejercicio formativo e inteligente. Las artes y
la instrucción se confunden dentro del demagogo sofisma que sostiene que todo
lo realizado por el hombre es cultura, siendo muy pocos los que se atreven a
rebatir semejante blasfemia por temor a ser considerados sectarios.
Volviendo a Pitágoras se me ocurre
que en la educación formal las cosas circularon por los mismos carriles. El
cuadrado de los planificadores educativos resultó igual a la sumatoria de los
cuadrados de nosotros los docentes, más el cuadrado de los alumnos de
entonces.
La Matemática es la madre de todas
las ciencias; para que una pericia alcance entidad científica es necesario que
pueda ser ejemplificada sistemáticamente por medio de un postulado, teorema o
fórmula que la contenga de modo universal. Desde aquellos tiempos un docente
recibido a través de cursos por correspondencia, homologados y avalados por los
gremios, obtiene un puntaje equivalente para competir con el mismo grado de
certidumbre con un docente recibido mediante una carrera oficial y
universitaria.
Se me ocurre discernir que la
cultura y el conocimiento motivan a la inteligencia; todo aquello que no la
ponga a prueba, que no la desafíe, poco tiene que ver con la excelencia. Por
eso procuro motivar a mis alumnos a favor de la curiosidad. La Matemática, la
Física y la Química proponen agilizar el pensamiento. Recuerdo que en
cierta oportunidad un alumno, en plena clase, despreciaba la utilidad del
teorema argumentando un sesgado mercantilismo banal. El “Para
que sirve” era la despiadada sentencia que
debía soportar el milenario postulado. Un compañero, ciertamente disgustado,
interrumpió tamaña censura; se dirigió al pizarrón y expuso con lujos de
detalles como se empleaban, en su trabajo, las variables que la tesis
pitagórica presentaba. Resultó que el muchacho desempeñaba tareas en una de las
olivareras de la zona y explicó en forma sistemática que el sembradío de plantines
debía seguir un ordenamiento armonioso resultante de la aplicación de dicho
concepto geométrico. De este modo razones científicas y naturales comprobadas
determinaban que catetos e hipotenusas se entremezclaran afectuosamente con las
aceitunas y el aceite de oliva. No pude mejorar la exposición del joven
disertante. Fue la mejor clase no dictada de mi vida.
El reto más complejo que tiene mi
profesión es procurar mantener salvoconductos dentro de un medio que desde hace
mucho tiempo es bastardeado por propios y extraños, corrompido desde adentro a
través de la especulación miserable que ve en la docencia un entretenimiento
con formato de ingreso extra y mancillado desde afuera a través del
aprovechamiento político que se hace ante la ausencia de la necesaria
valoración cultural y formativa que la crucial actividad posee.
Mi marido, un enroscado de
aquellos, cuando conversamos sobre el tema, insiste que uno debe hacer lo mejor
que puede desde el lugar que le toca, resistiendo y manteniendo indemne la
trinchera que le tocó defender. Sostiene que las grandes revoluciones
culturales, sociales y políticas de la humanidad se desarrollaron de menor a
mayor y casi siempre a pesar de las mayorías conservadoras y
burocráticas.
La creatividad no como distinción
ufana sino como herramienta de curiosidad y de progreso.
Disculpen... Pero hasta aquí
llegué... Debo seguir trabajando, los chicos me requieren, la Muestra Anual de
Ciencias acaba de abrir sus puertas... Los alumnos están por presentar una
detallada explicación teórico / práctica de cómo se elabora el pan y sus
derivados, y los fenómenos químicos que intervienen en el proceso. Al final de
la exposición los concurrentes al evento están invitados a degustar los
bocadillos resultantes..... Buenos días...
Solo de Progreso
El Pantera era sólo de Progreso. Si loco, no te miento, solamente de
Progreso.
¿Y qué hay?... O acaso uno no puede ser portador de amores sencillos,
terrenales y más cercanos a nuestra historia. Esos que nos seducen por goteo,
por costumbre tal vez, si se quiere faltos de toda inspiración.
La hija de la modista por ejemplo, esa misma que nos dedica un sensual
cabeceo a modo de cordial saludo cada vez que pasa con su bici camino a la
panadería del “Corto”. Si, ya sé, no es necesario que lo repitas; que la Z
Jones, que la Salma Hayek, que la Sharon Stone... si, si.. tenés razón. Pero
que querés que te diga... uno es de acá y anda por este sendero, indefectiblemente. Si te suena chato
es cosa tuya, poco me importa lo que vos considerás relieve. Sé que no te voy a
convencer al decirte que las gambas de la piba no tienen comparación, que su
andar y sus contornos son dignos de la modelo del momento, que su rostro guarda
mágicas delicadezas y secuencias irrepetibles. Es así macho, uno es reflexivo y
sabe, pero me caben las generales de la ley. Esa piba es tangible, la veo, me
mira, me saluda, la saludo, es de carne y hueso, es serenamente real.
Y con el fútbol pasa igual... Tanto en verano como en invierno el tipo
vivía con la verdinegra grabada en el pecho. Si hacía calor a crina limpia,
cuando el frío acusaba urgencias una tricota delgada y bastante maltratada
alcanzaba como aislante imprescindible. Debió ser el único fanático cierto y
auténtico que tuvo el club, por lo menos el único que conocí. Esos que todo lo
dan, sin pedir nada a cambio, como decía Discépolo en la película El
Hincha.
No tenía como los demás una o dos alternativas a modo de salvoconducto
de alborozo. Las grandes camisetas porteñas lo tenían sin cuidado, al igual que
el Olimpo bahiense o el Huracán de Tres Arroyos.
Los pibes de ahora son más vivos, menos comprometidos, viste... Pintan
en sus torsos cualquier camiseta extranjera, y listo. Pragmatismo le dicen. Son
felices a la distancia a la par que no sufren las derrotas, porque en
definitiva las dimensiones y las lejanías suelen menguar los dolores, pero
también las alegrías. Apagan la tele y se acabó la malaria. En el peor de los
casos, al otro día, se ponen la camiseta que más convenga y a otra cosa
mariposa yo de acá me voy volando. Si perdió el Barça y ganó el Inter, salgo
con la nueve de Crespo y todo solucionado. Porque en Italia soy del Inter., en
España del Barcelona, en Inglaterra del Manchester United, en Francia del Lyon,
y en Alemania del Bayer. Y de acá soy de Boca, y de la zona de Olimpo... y
bueno... si juega Progreso quiero que gane...
El Pantera no era sí. Estaba menos “globalizado”. Su mundo y sus
sensaciones futboleras circulaban por linderos conocidos y cercanos, afectos
reales, humanos, al alcance de sus sentidos. Alrededores palpables y mediatos,
seguramente transitables, visibles, el sendero con sus extremos, esos que lo hacen irrepetible y su más bello fresco; como las
piernas, los ojos color miel y el suave meneo mañanero de la hija de la
modista...
No soñaba con el Bernabeu, ni con la Bombonera ni con Wembley. La
canchita de la calle San Martín era razón suficiente para estar seguro que nada
podía superar una soleada y fresca tarde dominguera de victoria verdinegra,
aferrado al alambre, invadiendo con su prominente nariz los permisos y vacíos
que obsequiaba el precario mallado divisor.
Lo conocí poco tiempo después de haberme radicado en el pueblo, más
precisamente cuando me hice cargo de las divisiones infantiles del club. Como
había jugado de joven y venía con pergaminos como conocedor y entusiasta en la
materia me ofrecieron armar la cosa desde el llano, lo que se dice desde cero.
Nada de plata, todo a pulmón. Por entonces no había un mango partido al medio.
La Dirigencia - unos pocos vecinos altruistas - hacía magia para mantener vivo
algo que supuestamente ya tenía reservado un seguro certificado de defunción.
Viste como es la cosa... el fútbol y la purretada estimulan hasta
aquellos tipos ya quebrados cuya retirada resultaba irremediable. Qué sé yo... lo
básico. Enseñar la técnica de traslado, siempre con la cabeza erguida, manejar
naturalmente ambos empeines, impactar con izquierda y con derecha teniendo en
cuenta potencia y precisión utilizando los distintos perfiles que nos ofrece el
pie, cabecear con los parietales y con ojos bien abiertos para darle destino
cierto al balón, parar la pelota con la multiplicidad de opciones que nos
ofrece el cuerpo y fundamentalmente guiarlos hacia una conducta deportiva en
donde dentro de un marco reglamentario estricto sea considerado el juego como
un válido mecanismo de entretenimiento, diversión y socialización. Formarse y
educarse desde el placer tratando de no burocratizar el deporte, respetando el
espíritu del potrero, a mí entender la más eficiente de las universidades que
tiene el fútbol.
Creo que no me equivoco al arriesgar que el único que entendió el
mensaje fue El Pantera. Me afilio a pensar que el flaco tenía una receptividad
y una sensibilidad superior para absorber determinadas propuestas por encima de
los propios padres o algunos dirigentes ocasionales. Pasado el tiempo no tengo
dudas al respecto. Era el único que entendía el sentido lúdico de la oferta.
Recuerdo que regularmente solía presenciar los entrenamientos. Llegaba
luego del calentamiento físico preestablecido que evite molestias, tirones o
posible desgarros, de modo observar con atención los juegos recreativos y los
movimientos futbolísticos. Montado en su bicicleta de viejo y pesado cuadro
italiano y portando su descolorida camiseta, se mantenía vigilante a todo
detalle técnico; hasta los goles gritaba, de modo ciertamente extemporáneo y fuera de lugar.
Eran tiempos de vacío. Progreso no participaba en los torneos oficiales
dorreguenses producto de ciertos desaguisados administrativos del pasado. Hay
campeonatos que salen demasiado caros y luego queda un tendal financiero que
muy pocos tienen el coraje de afrontar. Durante el año y medio que desarrollé
el proyecto fue el único visitante interesado que mostró concreta visibilidad.
Tanto Padres como Dirigentes brillaron por su ausencia, excepto cuando el jetoneo
del evento inaugural. Ese día comencé a darme cuenta que hay cuestiones y
maquillajes que seducen más allá de toda latitud. Así es la cosa... En
ocasiones para que nada quede en el tamiz no necesitás un granulado demasiado grueso. Con un poco de compromiso y responsabilidad alcanza y sobra para que ni
el loro quede merodeando.
Te la sigo. Para el Pantera la verdinegra seguía viva en las piernas de
esos pibes, sin que le importara demasiado la ausencia de competencia, las
pajas vizcacheras de la cancha y la precariedad o mejor dicho la miserabilidad
de las dos únicas pelotas existentes. Progreso era, en ese momento, eso que
estaba delante de sus ojos, junto a sus linderos cercanos, medianero a sus
sentimientos, aguardando pacientemente por los goles de aquel futuro crack que
nos saque definitivamente de esa suerte de ocaso permanente.
Cuando no venía a presenciar los entrenamientos era por culpa de un
físico que muy poco lo ayudaba. Extremadamente delgado y cercano a los cuarenta
contaba con pocas defensas para afrontar los duros cambios climáticos típicos
de la llanura. Algunos decían que no era del todo cuerdo o que le faltaba algún
jugador. En cuanto a nuestra relación no me consta, y si así fuese, qué. La
definición de cordura es bastante relativa en estos tiempos, y más en
Guisasola.
Macedonio Fernández afirmaba que toda vez que había intentado una
definición de la locura buena parte de la cordura quedaba abarcada en la misma
definición. Por lo menos no había maldad que endilgarle ni era responsable de
trastada conocida; en pueblos de estas características no ser tema de
conversación en las cocinas ni ser sentenciado por el chusmerío conforma un
saludable y meritorio panorama individual. Afable y respetuoso siempre tuvo un
porte observador y participativo del que emanaba un entusiasmo envidiable;
algún pucho entre los dedos y un grito a destiempo completaba su idea de la
vida. Habiendo concluido la jornada futbolera me ayudaba apagando las luces del
predio, cerrar el portón y recoger las pelotas; como íbamos para el mismo lado
solíamos caminar juntos en silencio. En varias ocasiones, cuando no traía la
bici, hacíamos esas dos cuadras tocando uno de los desgajados y sórdidos
balones, haciendo paredes geométricamente impredecibles y difusas por entre la
bruma y las toscas, tratando de tirar rabonas imposibles para dos veteranos en
desuso. El “chau Profe” cotidiano era un auténtico premio crepuscular.
Un día me tuve que ir. La cosa no andaba para nada. No conseguía
laburo, la modesta ferretería que había puesto no terminaba de despegar comercialmente, el club seguía sin colaborar y a ningún padre se
le ocurrió que uno tenía el derecho de vivir. Me fui a la Capital buscando una
suerte que no encontré; seis meses duró mi estadía en Buenos Aires. Como no
podía ser de otra manera todo iba de mal en peor. Lo primero que me dijeron
cuando regresé al pueblo era que las divisiones menores del club se habían
desactivado y que el Pantera se había muerto. No pude evitar relacionar una y
otra desaparición, creo que las dos formaban parte de un mismo mensaje, de un
mismo castigo. Me contaron también que la verdinegra lo acompañó hasta el
final.
Te cuento que al igual que él, jamás volví a pisar el club. Ni siquiera la cancha. Alguna vez, ya con presupuesto y albaceas, me invitaron para que
presente una propuesta de trabajo. Lo hice sin demasiados entusiasmos ni
ilusiones. Jamás me contestaron. Cuando la guita aparece también lo hacen caras
extrañas. Después me chusmearon que usaron mis números para calcular los
ingresos de quién finalmente conchabó, el tipo era de Bahía y estaba todo
cocinado de antemano; cosas que pasan. Enroscarse no tiene sentido. De todas
formas, en la actualidad y desde hace un buen tiempo, encaran los programas
formativos de otro modo y no creo que pudiera adaptarme. Cobrarles a los chicos
un canon para representar al club me resulta raro, al igual que eso de los
derechos de formación. Toman a los pibes y a su familia como rehenes, no vaya a
ser que un día un chico explote y hagamos un buen negocio; y no te digo nada
del cuidado físico/médico de la purretada. Justamente no te puedo decir nada
porque nada existe a modo de prevención... Mi pregunta es simple ¿Quién se hace
cargo si por desgracia un chiquito se rompe o necesita de un determinado
tratamiento específico? Hablo de ligamentos, hablo de una fractura... supongamos
un chico diabético o celíaco... te lo digo por experiencia. A los veintidós
años estaba con los cruzados colgando esperando el tren en el medio de la
estación Quequen-Necochea con la sola compañía de mi bolso y una muleta,
gentileza del club interesado. Como verás siempre existió el descuido, pero por
lo menos antes no te sacaban un mango... Qué querés que te diga... Eso en el
marco de libertad que proponía el potrero no pasaba y mirá que salían
talentos...
Meses después Progreso volvió a las competencias oficiales
dorreguenses. Como te dije El Pantera ya no estaba afirmado al alambre y la
escuela gasolera era historia antigua y medieval. Ni los pibes recordaban que
alguna vez existió... Los conos, el campeonato, las pecheras coloridas, las
camisetas, los viajes, las doce pelotas, los calzados de última generación y
los parantes e iconos fosforescentes eran razón suficiente para no recordar
algo tan miserable como aquello. Pero cuando aparece la guita, como te dije,
también se asoman oscuros tipos portando contraindicaciones... Disculpame...
pero eso... eso te lo cuento otro día...
Viste como es, cuando la modernidad adquiere el necesario equilibrio
conceptual ya viene corriendo lo nuevo atropellando con otros formatos tan
desequilibrados como eran aquellos de entonces. No creo que todo tiempo pasado
fuera mejor; si creo que es necesario conservar lo que probadamente nos dio
sustento social. Reparar, detenerse en lo bueno para pulir la
incertidumbre de lo que viene.
Lo que más duele del asunto es no haber podido disfrutar juntos el
debut en primera de varios de aquellos chicos, por otro lado me alegra que no
fuera testigo de la caída de ese fenómeno que se estaba gestando. El pibe
sufrió una lesión bastante jodida en medio de un partido pedorro por la cual tuvo que abandonar definitivamente la práctica intensiva del fútbol. Dicen que
le rompieron el bazo o algo parecido...
Recuerdo que cuando lo vi por primera vez encarar se me cruzó por el
marote llevarlo a Huracán. Por aquel entonces un amigo con quien compartimos de
pibes inferiores en Buenos Aires tenía fluidos contactos con quien manejaba sus
divisiones menores: Claudio Morresi. Fijate los guiños de la vida, quien luego fuera
Secretario de Deportes de la Nación. El pibe tenía catorce años y era fantástico
verlo cabeza erguida acariciar la pelota con ambos empeines, nunca larga, nunca
corta, siempre justa, además le pegaba con las dos con igual eficacia; si es
cierto, era muy morfón y para que largara la bocha había que pisarle los
cordones, pero no jodamos, es la usual característica de los que más saben.
Como te dije, por suerte, si es que la suerte existe, El Pantera nunca se
enteró de tamaño desencanto: alguna vez me dijo en forma cómplice sonrisa
mediante “De la mano de este, Guisasola va a ser famoso”. Recuerdo haber
asentido su deseo con alguna prevención.
¿Sabés qué? Ya no me quedan dudas al respecto... Es el sendero, con sus
extremos y su sentido trágico, es Unanumo y es Borges, es Schopenhauer y es el
Negro Fontanarrosa coqueteando un cabeza con una Pulpo en una canchita pelada,
polvorienta, sin tribunas, alejada de la mano de Dios, en medio de una pampa
húmeda y privada.
La hija de la modista sigue cincelando con su belleza una geografía
sembrada por la amnesia mientras una milonga permanece de fondo solicitando
tímidos permisos... No te miento, loco. Creo que me debo estar poniendo viejo.
Hay noches en las cuales sigo tirando paredes, entre la bruma y las toscas,
intentando que aquella rabona inconclusa y poco elegante encuentre del otro lado
de la calle y a modo de redención, el último enganche atolondrado de El
Pantera.
Domingo 7
Si no has encontrado nada extraño durante el día,
no ha sido un buen día...
John Wheeler
-
Vea mi amigo, por delante tenemos un tratamiento extenso y
notoriamente invasivo. Los estudios evidencian que la patología se ha
desarrollado por fuera de lo previsto razón por la cual es necesario
profundizar un régimen específico y a la vez más enérgico. Si bien, hasta
momento el cuadro no se presenta como irreversible es probable que así se
manifieste si no comenzamos cuanto antes evitando de ese modo un escenario
generalizado de incierto futuro
-
¿Cuánto me queda Doctor?
-
Dos años aproximadamente
-
¿Y con el tratamiento?
-
Con el tratamiento
-
No entiendo su dialéctica esperanzadora entonces
-
En dos años la ciencia avanza más de lo que usted supone mi
estimado. Teniendo en cuenta su poder adquisitivo esa esperanza se multiplica
exponencialmente. Además posee la enorme ventaja de haber llegado a los sesenta
y dos años sin traumas severos por lo cual considero que el impacto de la
medicación puede llegar a tener un efecto menor al corriente
-
¿A qué llama usted impacto?
-
Este tratamiento aqueja expresamente al proceso mnemónico ya
que el complejo terapéutico invade directamente ciertos nichos fisiológicos
instalados en el cerebro. La memoria, desde este punto de vista, no está
puntualmente localizada, algunos científicos suponen que cubre amplias franjas
de ambos hemisferios, otros que está diseminada aisladamente, debido a ello me
es imposible acertar sobre el supuesto grado de afectación
-
De modo que ante la incertidumbre también cabe la posibilidad
que no me vea afectado
-
Imposible
-
¿Pero usted me habló de sus dudas?
-
Dudas sobre el grado de afectación, sobre el impacto, no
tengo dudas sobre la contraindicación
-
¿Hasta qué punto puede llegar a manifestarse esa
contraindicación Doctor?
-
Hasta la cuarta sesión la normalidad será absoluta. A partir
de allí y hasta la vigésima el deterioro será paulatino dependiendo de su
estado físico general
-
Dicho de otro modo a Rodolfo Montillo le resta un semestre de
vida y no dos años como antes mencionó
-
Esa subjetividad no me compete
-
¿De modo qué al ser una cuestión psicológica tendría que
consultar con un profesional en la materia?
-
No sería descabellado; insisto, de usted depende
Rodolfo esperó el ascensor que lo
llevaría a la planta baja de la clínica sin atender que cuando menos debía
pulsar el artificio electrónico de llamada. Su estado de ausencia fue
arteramente interrumpido por una señora que con marcado disgusto y mismas
intenciones efectuó por él la imprescindible tarea. Su pareja de toda la vida
lo estaba aguardando con suma ansiedad en la casona que ambos compartían desde
hacía treinta años en la zona más distinguida del coqueto barrio de Belgrano R.
Le costó encontrar el playón en donde había dejado estacionado su vehículo. A
su habitual desorientación natural anexaba el desconocimiento que tenía del
centro porteño sumándose a la coyuntura una suerte de estrabismo generalizado
lo que provocó una buena cantidad de insultos y ofensas por parte de algunos
transeúntes que circulaban por sus linderos extramuros. Sabía que no estaba en
condiciones de conducir, aún así, estimó que no dejaba de ser un aceptable
entretenimiento para salir de esa alteración asfixiante y ciertamente patética.
Mientras los usuales embotellamientos urbanos demoraban el retorno pensaba
sobre aquellos recuerdos que supuestamente debía resignar para continuar
permaneciendo. La hipótesis de acopiar señales del sendero no le pareció descabellada;
formidable manera de conservar el nexo con su historia entendiendo que no todo
estaba perdido si ordenadamente y con ayuda de su pareja podía reemplazar la
memoria por concretos preexistentes, nítidamente asimilables, transformando el
raso plano mnemónico, típicamente romo y desordenado, en un relieve aritmético
de presente y tangible exactitud. Se solidarizó, en las antípodas, con la
tragedia de Funes; los extremos en ocasiones, se hacen concesiones pensaba.
Tenía poco más de un semestre para reconstruir sus imperios y dar con las
precisas muecas que lo distinguían como sujeto inteligencia. Su álbum personal
de fotografías colaboraría como ordenador y a la vez podía reinventarlo
discriminando lo esencial de lo aventurado obligándose a ser absolutamente
riguroso en el análisis de su historia. Debía atender que la tarea requería
severidad científica ya que no podía permitirse datos menores que auxilien a la
confusión, documentando de modo concreto cada instante relevante.
Carlos Fisher, desde la casona,
evidenciaba su angustia mediante la reiteración de mensajes que enviaba vía
celular. – Preparate un té con masas que estoy a diez minutos de casa – es lo
único que recibió como respuesta por parte de Rodolfo.
-
Me permitís disentir Rodolfo
-
Te escucho
-
Esa fatigosa y un tanto desdorosa tarea que te surgió como
idea no hace otra cosa que sacarte de lo esencial. Estando yo a tu lado no hay
motivo para absurdas recopilaciones y armados de archivos. Puedo
ser tu memoria, tu instancia de consulta, tu escriba y preceptor. Además, si
tal fenómeno se desarrolla tal cual presume el médico, el único nexo con el
pasado sería nuestra propia realidad y ésta se irá edificando naturalmente, en
forma conjunta con tu nueva identidad. Perderás recuerdos pero no deseos,
adolecerás de referencias pero en tu interior continuarán laborando las mismas
motivaciones que te acompañaron hasta aquí. ¿Cuánto tiempo tardarás en volver a
enamorarte de mí?
-
¿Y si no me acuerdo lo que es el amor? ¿Y si no sucede? ¿Y si
me desentiendo del tema?
-
Son probabilidades de las que me puedo hacer responsable.
Esto es un problema nuestro, no solamente tuyo
-
Me resulta demasiado oneroso para vos. No me parece justo
-
La justicia no cuenta en estas instancias. En cuestiones de
salud nadie es merecedor de un suceso; ni lo bueno ni lo malo, simplemente
ocurre. Lo importante es que nosotros tengamos las cosas claras y comencemos
con el tratamiento lo antes posible. Me gustaría tener una conversación con el
médico, espero me des tu aprobación. Necesito tener referencias exactas sobre
la topografía del sendero que debemos recorrer
-
Vas a encontrar el número telefónico de Landeua en la agenda.
Buscalo directamente en la O. La agenda médica la tengo armada por especialidad
-
Siempre tan ordenado. ¿Está al tanto Landeau de tu condición homosexual y de
nuestra relación?
-
No
-
Será necesario entonces poner sobre la mesa esa parte de la
realidad
-
¿Con qué sentido?
-
Digamos... para evitar cuestionamientos y preguntas fuera de
lugar. Es por nosotros... la idea es evitar que nos incomoden con prejuicios,
supuestos o convencionalismos preexistentes que suelen saturar las formas
burocráticas. Además quisiera que no soslaye mi presencia tomándola con el
rango que verdaderamente ostenta
-
No entiendo
-
Por ejemplo. Ante una situación
límite seré yo quien determine. El médico tendrá que proceder de forma tal
darme la identidad que por ahora la ley ignora. Supongo que para esto deberemos
firmar documentación acorde a las circunstancias; hablo de los seguros y demás
trámites corrientes
-
Sospecho que estos momentos son los
que justifican plenamente haber estado durante treinta años juntos. En estos
términos no está mal entenderlo a través del poco romántico pero eficiente
relato empírico que acostumbrás exhibir
La
entrevista entre Carlos Fisher y el Doctor Landeau se acordó para el día
siguiente en el consultorio de este último, en horas de la tardenoche luego de
finalizar con los turnos del día.
-
Cuénteme señor Fisher a qué debo el
honor de su visita
-
Antes que nada le debo agradecer el
lugarcito que me hizo en su nutrida agenda. El tema es simple y concreto. El
Señor Montillo y yo somos pareja desde hace más de treinta años; me parece
oportuna la advertencia debido que al adolecer de familia sanguínea me voy a configurar
como responsable de Roberto ante cualquier evento que requiera algún tipo de
autorización. Le suplico lo tenga en cuenta y amparar administrativamente el
tratamiento para evitar complejidades futuras
-
No sólo me alegra su confianza,
además antes de comenzar las sesiones debemos rubricar una buena cantidad de
permisos y autorizaciones. Formalmente las mismas deben ser firmadas por el
paciente y un allegado directo debidamente acreditado. Usted debe saber que
ésta es un clínica cuyo mayor aportante es la Curia metropolitana guardando muy estrecha relación con el
nuncio, en consecuencia vamos a intentar que la cuestión circule por ámbitos
estrictamente legales. Temo que la figura del apoderado legal es la mejor respuesta
para evitar molestas indagatorias sobre supuestos grados de filiación. Los
seguros exigen puntuales aclaraciones. Hasta ahora no hemos tenido que resolver
este tipo de dilemas, cosa que sería fantástico de una buena vez constatar las
reacciones institucionales ante el conflicto, pero lamentablemente no estamos
aquí Carlos para luchas por la igualdad, deploro por sobremanera que el cuadro
de Montillo no nos permita heroicidades de ese tenor. Cuente conmigo para la
reserva
-
Muchas gracias Doctor por su humana
comprensión. Entrando en el tratamiento en sí le ruego especificaciones más
concretas acerca de lo que estamos enfrentando
-
Por supuesto. Básicamente Rodolfo
tiene un avanzado cuadro oncológico que afecta su sistema fisiológico, es decir
el sistema nervioso central. Este proceso degradante impactará paulatinamente y
sin pausas de modo directo a varias de las funciones vitales. Al haberse
hallado en los estudios que los nódulos están alojados en el cerebro es
necesario acelerar un proceso inverso de modo eliminar en lo posible esta serie
de tumores, por lo que el tratamiento resulta sumamente invasivo y violento. La
memoria se verá afectada casi inmediatamente; con respecto a la evolución del
resto de sus capacidades habrá que esperar un tiempo prudencial. Luego de cada
sesión permanecerá inconsciente durante no menos de seis horas, es allí en
donde aprovecharemos para realizar monitoreos meticulosos, además de todos los
exámenes regulares. En la práctica y luego de la cuarta sesión sufrirá un
ostensible retroceso de todos sus saberes básicos además de no poder relacionar
su persona con el ámbito que lo rodea. Se sentirá confundido y agobiado ante
cualquier estímulo y no tendrá capacidad para racionalizar sus deseos. Le
sugiero que durante el primer mes no apresure ningún tipo de aprendizaje, será
tan inútil como psicológicamente ofensivo. Mi equipo lo irá guiando en la
misión. Le recomiendo que acuerden el traslado de sus activos financieros de
forma tal liberar cualquier tipo de traba futura. Desde los números el costo
del tratamiento está cerrado, lo que desconocemos es la inversión económica que
llevará su recuperación motriz. En este inciso debe considerar seriamente que
la opción de rehabilitación motriz definitiva pueda encontrarse fuera de
nuestras fronteras. Cuba, Estados Unidos, Suecia tienen excelentes centros para
estas problemáticas
-
¿Y la memoria?
-
Ya se lo mencioné al Señor
Montillo. Desde la fisiología no es localizable, por lo tanto no les puedo dar
esperanzas concretas
-
Nada más entonces, le reitero mi
agradecimiento por su tiempo
-
Que le vaya bien, y recuerde: El
Lunes ocho a las siete en punto es nuestra primera sesión. Por favor, es
necesario asistir con un ayuno de doce horas
-
Aquí estaremos Doctor...
Un breve
mensaje de texto de Carlos desde el taxi que lo llevaba hacia la casona de
Belgrano le indicó a Rodolfo que debía apresurarse con la cena. El Merlot se
estaba refrescando convenientemente; a
consideración de la pareja dicho cepaje es el único tinto que merece estar
atemperado entre ocho y diez grados, el resto se toma a temperatura ambiente.
El mousse de chocolate tenía varias horas de descanso en el refrigerador.
-
Espectacular el conejo Rodolfo
-
Vi la receta en canal Gourmet, me
pareció interesante y sencilla
-
La salsa sobre una base de cerveza
negra le otorga increíble cuerpo y distinción
-
Me alegra que te haya gustado.
Convengamos que este vino del Valle mejora cualquier comida
-
Hablando de otra cosa, el médico me
recomendó varias cosas
-
Por ejemplo
-
Traspasar la totalidad de los
activos a favor de mi tutoría bajo el formato legal del apoderado. De ese modo
me delegarías formalmente toda la responsabilidad futura, desde lo
estrictamente administrativo, de tu recuperación
-
¿Qué hay de eso?
-
Según me comentó tu rehabilitación
tendrá varias etapas y en consecuencia un costo adicional. Cuestiones que
todavía son una incógnita debido a que se desconoce cómo te va afectar el
tratamiento. Luego de finalizar las sesiones será necesario afrontar estudios
puntuales y específicos que determinarán los pasos siguientes. De hecho me
adelantó que la parte final de esa rehabilitación sería positiva realizarla
fuera del país.
-
Veremos ¿El Lunes arrancamos?
-
El Doctor Landeau me confirmó que
el Lunes ocho a las siete nos esperan en la clínica; en lo que respecta a
nuestra relación no debés preocuparte, no sólo se manifestó comprensivo y
abierto, además para nada acuerda con los basamentos tradicionales
supuestamente moralistas de la entidad, por lo tanto hará todo lo que esté a su
alcance para mantenernos al margen de los inquisidores de turno
-
Me alegra, Landeau es un buen
hombre. Durante la semana me encargo de todo lo referente a los activos y te
voy a dejar un poder particular para tomar todas las decisiones. Lo único que
te pido es que el Domingo anterior no dejés tus actividades deportivas corrientes;
me harías sentir como una molestia, como inválido preexistente
-
Como quieras
Domingo 7
Mi querido Carlos:
Me hubiera gustado despedirme, pero conociéndome sabrás que ante situaciones extremas prefiero abstenerme de la congoja. A esta altura de mi vida y a poco de terminar el siglo no debato decisiones, solamente las acato. Y no está mal hacerle caso a la certidumbre. Cuando la convicción es profunda el resto es dejarse llevar. Prefiero no andar metido en absurdos cabildeos e inquisidoras tribulaciones existencialistas, menos aún me intereso por lo que le propone la ciencia al futuro; porque se lo propone al futuro, no a mí. Este quien soy no va a participar de la fiesta. Sabrás que las fiestas me incomodan y más cuando el homenajeado ignora los causales del jolgorio. Te dejo mi gratitud y todo lo que pediste; los papeles están en
el estudio de nuestro abogado de siempre a la espera de tu rúbrica. Prefiero no
ser sometido a la ignominia. Espero haber tenido el cuidado suficiente y no
deshonrar nuestra hermosa casona con miserias espirantes; demás está aclarar
que detesto la falta de aseo, si a esto le sumamos un característico espíritu
solidario creo no haberte ocasionado traumas y desdoros excesivos. Para estos
casos el veneno sostiene hidalguías en varios planos, debido a ello me pareció
la opción menos denigrante y si se quiere más respetuosa. Te ruego no reduzcas
nuestra intimidad y mi padecer organizando espectáculos banales; los velorios,
además de ser groseramente falaces forman parte de una puesta en escena que
nunca toleré. Que tengas una buena vida Carlos, has sido un muy refinado
compañero, justamente por eso prefiero que no comprometamos tiempo y capital en
cuestiones que más tienen que ver con un modelo médico hegemónico que con la
dignidad del hombre... Última cosa: No menosprecies a la soledad, por fuera de
ser una excelente amiga, conserva en oportunidades la sutil elegancia de la
gracilidad...
con
amor Rodolfo
Arroyo Los Gauchos: Crónica
ayer quiso matarme la mujer de mi vida,
apretaba el gatillo cuando se despertó... Joaquín Sabina
Fueron envidia y orgullo de El Perdido.
El Perdido o Estación José A. Guisasola es una de esas aldeas de la Provincia de Buenos Aires, acuarelizada en llanura, de traza pequeña y timorata, en donde en cada ventana, en
cada puerta o en cada claraboya están ocultos sentidos bisoños y parlantes de
acueducto.
Él, el Delegado Municipal Carlos Orellana; joven, buen mozo, probo y
honesto, abogado recibido brillantemente en la Universidad Nacional de La
Plata. Ella, Paula Rivera Olmos, la criatura adorada; resignada de antemano por
sus padres, con el futuro tallado en sus ojos color miel, miel espera, miel
deseo. Piel muy blanca, casi transparente al sol o cambiante de rubor según el
espectro que la abrace.
Eran ejemplo, intimidad y coincidencia. Las matronas fundadoras
garabateaban sonrisas y placeres cuando la pareja alternaba cumplidos y saludos
en su rutinaria caminata sabatina por el sendero, de visita al cementerio, o
durante el tradicional encuentro religioso dominical.
Ni el peluquero, ni el boticario, ni el médico, ni la maestra sospechaban
de un rencor disfrazado de requiebro al momento que sus ojos se encontraban en
algún punto del paisaje. Su verdad era silenciosa, ceñida con la firmeza de
candados.
Tiempo hacía que no compartían sábanas. El fantasma del desamor amaneció
durante cierta primavera cuando Paula comenzó a poetizar paroxismo y sudores con el
solitario escritor radicado en una alejada finca, lindera al camino real, a
orillas del arroyo de Los Gauchos. Ignoraba el escritor que Orellana lo
sabía... desconocía Orellana el propietario de esas rimas... Ajenas, las
matronas no sospechaban que en breve estarían de riguroso luto y llorando,
completando un prolijo cortejo en dirección al sendero sur.
Y no medió palabra, ni agresión, ni roce... no existieron reproches ni
violencia, no hubo error, ni omisión, ni angustia; sólo un poco de temor y un
suspiro de derrota.
Una mañana de marzo, en el caudal más profundo del arroyo, con la primera
bruma de testigo apareció sin vida el cuerpo de Orellana. Los medios locales titulaban “Muerte por
asfixia”, destacando en cursiva “agua
en sus pulmones”... El Perdido completo conjuró desconsoladamente
argumentando que el arroyo lo había traicionado. Pasado el tiempo me parece
oportuno eximir de cargos al arroyo de Los Gauchos. Una parte de la traición
continúa con su caminata sabatina durante el crepúsculo, por el sendero, hacia
el extremo sucio y final, portando, al igual que la canción, las sietes espinas y la flor de su
adulterio; la otra parte de la traición acaba de narrarles la historia.
Todo tiempo
pasado fue peor
Peregrinar por comarcas alegóricas suele
ser una instancia válida para la explicación de situaciones en donde la
ingenuidad nos puede jugar una mala pasada. Con un alto grado de certeza se
puede afirmar que, de manera proporcional, cuánto más asombroso es el relato
mayores pautas indiscutibles admitirá. Una suerte de historia subliminal;
sospecho que la psicología debe detentar explicaciones científicas atinadas
sobre las causales de este curioso fenómeno. La verdad no alcanza, es necesario
dimensionarla. Trataré que este relato incluya el adecuado salvoconducto
imaginario que permita la compresión de los eventos por los cuales tuve que
pasar cuando niño durante mi necesaria asistencia en el micro escolar número
seis, unidad que por recorrido estaba a cargo de mis traslados desde y hasta el
Instituto San José de Calasanz, entidad ubicada en el barrio porteño de
Caballito. Espero que el lector, con las prevenciones del caso, encuentre
interesante el desafío que implica la lectura anexa de El Eternauta de
Oesterheld y Solano López para que esta narración sea entendida dentro del
ámbito de su trágica dimensión.
Por entonces, hacia
fines de la década del sesenta, Ellos,
Manos, Cascarudos, Gurbos, Zarpos y frágiles víctimas viajábamos
diariamente en el interior de un mecano con reglas ajenas y torturas propias
sin que medie posibilidad cierta de liberación, con la llamativa ignorancia de
un exterior que no percibía, o no deseaba hacerlo, la real envergadura de lo
que allí íntimamente se vivía. El micro escolar número seis, insisto, era el
que por recorrido tenía asignado, no existía otra opción. Recogía el alumnado de
las barriadas de Almagro y Boedo, ingresando al área del colegio por el Este,
vía Avenida San Juan y su continuación Directorio. En aquellas épocas la
circulación de ambas arterias era de doble mano. Su propietario era un
auténtico Ellos. Su nombre:
Vicente Leotta. Un genuino déspota, dueño de una impronta psicótica, depravada y maliciosa
cuya impunidad se la otorgaba el temor por la amenaza de no volver a casa,
además de poseer la potestad que le adjudicaba el mando de la nave. Su
principal arma, el pánico, lo utilizaba a favor de poseer una legión de Manos, estos formaban el ejercito que
servía para el logro de sus fines; al igual que en la historieta, la mencionada
especie poseía características singulares siendo fundamentales para conformar
un económico conjunto de piezas de utilería, dóciles y renovables, bajo el
chantaje de la supervivencia. Generalmente eran los mayores; aquellos que años
atrás habían pasado por los mismos abusos se encontraban en la coyuntura
seducidos por un exagerado comportamiento revanchista, mezcla de saña y malicia
de exaltada graduación. Entrenados en las aguas del derecho de piso eran firmes
defensores del veredicto supremo que el mentor del micro imponía. Los de cuarto
y quinto grado formaban el surtido grupo de Cascarudos, Gurbos y Zarpos. Un tanto limitados, acaso con menos
saña incorporada, servían de mano de obra secundaria; con su fronterizo talento
solían ser provocadores de situaciones límite. En ocasiones recibían las
heridas de tales conductas cuando alguno de los héroes colectivos, los más
pequeños, reaccionábamos a propósito de un marcado estado de revulsivo
hartazgo. Esto sucedía más de lo habitual. De todas formas la diferencia física
era demasiado notoria como para cobijar alguna esperanza de victoria. Los
padres, tutores y demás responsables, docentes y no docentes, formaban la
manada de Hombres Robots. Un
chip de amabilidad y falsa cordialidad insertado en algún sitio indescifrable,
aderezado con una generosa sonrisa de
oreja a oreja, hacía imposible cualquier argumento denuncista en contra del
mayoral. Por último estábamos nosotros, las víctimas; seres inferiores y
endebles, alumnos de primero, segundo y tercer grado, mano esclava y
minusválida que aseguraba suma diversión. Por aquel entonces me encontraba
entre los sufridos transeúntes de un calvario que nadie tuvo voluntad de
apuntar.
La nave era el
primer inciso a tener en cuenta. En una primera etapa se trataba de un
colectivo marca Chevrolet de fines de los cuarenta, color celeste cielo, con
metales prolijamente cromados, detalles de seguridad y un aseo que lo
distinguía notoriamente en la fila de doce unidades, vehículos que se disponían
del primero al último, por orden numérico, a lo largo de la extensa cuadra de
Senillosa, calle donde estaba emplazado el acceso principal al establecimiento.
A la hora de la salida cada micro esperaba por sus alumnos estando el cochero
apostado en su butaca cotejando no omitir pasajeros. La hora de entrada era un
tanto más caótica debido a que los micros se disponían de acuerdo al azar que
presentaba el arribo, de modo que el orden numérico se hacía imposible de
respetar. El coche número seis ocupaba justo el medio de la cuadra enfrentando
rigurosamente el portón de ingreso y egreso al colegio. Nuestro Ellos, bajo esa coyuntura, se mostraba
sonriente y gentil acariciando las molleras de cada integrante que ascendía a
la nave saludando a diestra y siniestra tanto a las autoridades como a
circunstanciales concurrentes que se desplazan por su zona de influencia. Su
refinada imagen personal coincidía notoriamente con la traza de la nave; la
prolijidad y el recato eran percibidos de manera indivisible. El suntuoso
talante de Leotta y la pretenciosa belleza del autobús conspiraban contra la
posibilidad de hacer conocer la verdad que encerraban sus metales. Cualquier
atisbo de denuncia era deshechada de inmediato. El chip instalado en nuestros
padres o tutores poseía en apariencia un extraordinario poder. Mis quejas por los
abusos recibidos en el navío eran desestimadas de forma intempestiva. Recuerdo
haber exhibido, en varias oportunidades, desagrados, pesares y hasta huellas
físicas; nadie reparó en nuestras súplicas. Su mano saludando desde la pequeña
ventila de la nave, la expresividad y el histrionismo en el trato a los mayores
y su enorme sonrisa jugaban a favor de la creencia que se estaba frente a una
suerte de firme cancerbero y eficiente protector de nuestras pequeñas y
frágiles siluetas, hechuras desprovistas de toda defensa en medio de la cruel
metrópoli. No contábamos, lamentablemente, con los valerosos combatientes Salvo, Favalli, Franco o Mosca, ni tampoco estaba Héctor Germán para narrar nuestra
epopeya colectiva, por lo tanto el estado de indefensión era absoluto. No
poseíamos líder ni organizador. Éramos un conjunto de víctimas a la espera de
nuestra suerte, o lo que era lo mismo, a la espera del albedrío del déspota y
su impresentable comparsa de adulones.
A las siete de la
mañana comenzaba su recorrido. Debido a que mi domicilio estaba bastante
alejado del Instituto era el segundo en la nómina, en consecuencia, la nave se
mostraba vacía y fría; el silencio era desplazado del ambiente inmediatamente
que los demás viajeros eran retirados de sus respectivas moradas. Los estímulos
dictatoriales y abusivos comenzaban a medio recorrido desarrollándose
conjuntamente los primeros conatos de violencia; las órdenes del Ellos no se hacían esperar. El
entretenimiento se iniciaba con las víctimas presentes, siendo en lo personal,
a propósito de mi debilidad e inocencia, uno de los receptores preferidos para
tales encomiendas. Debo reconocer que nunca me destaqué por ser un niño
brillante y despierto. En varias oportunidades fui obligado a completar el
recorrido encerrado en el portaequipaje que el coche poseía en el nivel
superior mientras mis útiles eran diseminados por cada rincón del mismo. Entre Gurbos, Zarpos y Cascarudos me
colocaban a la fuerza en esa estrecha cavidad interior a la par que las
risotadas poblaban el ambiente. Gritos de aprobación de los Manos completaban el tortuoso panorama
que los pequeños “disponibles” teníamos la obligación de sufrir. En ocasiones
dos o tres vasallos arremetían imprevistamente quitándome las zapatillas; acto
seguido eran arrojadas al hueco que dibujaba el estribo de la nave. Cuando me
proponía ir a buscarlas el Ellos
abría violentamente la puerta accionando los comandos manuales que tenía a su
disposición. Aterrorizado por el vértigo y a los tumbos, esto último producto
del natural movimiento del vehículo, volvía sobre mis pasos temeroso a ser
despedido hacia el exterior. Recuerdo con suma precisión el rápido transitar de
los bloques adoquines de un empedrado que se mostraba ciertamente hostil y peligroso. El
temor y el horror se apropiaban de mi diminuta ausencia teniendo la sola opción
de continuar mi odisea descalzo, inmovilizado y a merced de mis captores. Luego
de haberse divertido un tiempo con los más pequeños y sin reparar en los daños
cometidos, los Manos, siempre
bajo el albedrío del Ellos,
comenzaban a disponer de sus soldados provocando encarnizadas peleas entre sí.
El caos y la violencia se mezclaban entre vítores y gritos a favor de unos y
otros. Cualquier similitud al circo de Vespasiano resultaba una mera
coincidencia. Las luchas eran iniciadas a expensas de precisas órdenes del
chofer en donde la provocación constituía el modus operandi de la empresa:
Certeros coscorrones con los nudillos en el centro de las molleras hacia los
más desprevenidos o el literal robo de sus pertenencias servían para justificar
el desarrollo de un autentico campo de batalla. Cuando algún inocente viajero
se quedaba dormido firmaba automáticamente su sentencia y tormento. Apenas
descubierto por el Ellos a
través de su enorme espejo superior, este impartía la orden para que el súbdito
más cercano, sin discriminar categoría, llenara la boca de la víctima con
papeles cortados en trozos pequeños de modo no sólo afectar su respiración,
sino además y de ser posible, propiciar un incipiente vómito que sería debidamente
higienizado por el mismo mártir. El despertar de la víctima encerraba momentos
de éxtasis para los opresores advirtiendo que el sufrimiento del pequeño
ostentaba elementos de inigualable satisfacción.
A escasas cuadras
del destino la orden de silencio absoluto por parte del Ellos se hacía sentir. Era el momento preciso para que todo vuelva
a la normalidad. De estar en el portaequipaje me bajaban inmediatamente y en
caso de no contar con mis zapatillas me las reintegraban presurosos. Los útiles
escolares eran devueltos a sus propietarios originales y todo se transformaba
como por arte de magia en una ambiente apacible y generoso, propio para el
comienzo de una jornada en donde la formación y la educación constituían el
principal objetivo. Ya en la puerta del Instituto el Ellos, impostando su exagerada sonrisa, nos daba un beso de
despedida en la frente acariciando nuestras seseras dando por inaugurado de
esta forma un nuevo y maravilloso día. La ida había concluido. El cura Prefecto,
en la puerta de ingreso, oficiaba de anfitrión cada mañana estrechando la mano
del chofer agradeciéndole su diaria, puntual y eficaz tarea. Mientras esto
sucedía una mueca de alivio se apropiaba de nuestros espíritus, los más
pequeños. Por lo menos para volver al mecano faltaban algunas horas y varios
recreos por disfrutar.
El regreso a casa
mostraba similares características en cuanto a las relaciones interpersonales
dentro de la nave. En lo que a mí respecta el doble turno me instalaba dentro
de un estado de cansancio inevitable que promovía, a poco de iniciado el viaje,
la típica somnolencia de la siesta. La resultante y aún asumiendo los riesgos
conocidos no podía ser otra que mantenerse apartado de todo conflicto para
tratar de dormir hasta nuevo aviso. La estrategia que aplicaba para el logro de
la empresa (por lo general fracasaba) era recostarme en el último asiento doble
tratando de pasar lo más veladamente posible. No estar visible era la única
posibilidad que tenía para que los criados del Ellos se olvidaran por un rato de mí. Esa táctica resultaba inútil
por completo, y esto quedaba claro cuando al despertarme notoriamente
perturbado presentaba mi boca repleta de papelitos que impedían la normal
respiración, esto acontecía mientras decenas de Cascarudos a mí alrededor mostraban su bizarro y desmadrado
festejo. Sabía que si esbozaba algún tipo de enojo o ira la lección a recibir
sería implacable, siendo todo para peor. Recuerdo que en una ocasión le acomodé
un bife a uno de ellos; estaba sacado y lo manifesté de ese modo. El sonoro
bofetazo llegó hasta los dominios del Ellos,
de inmediato uno de los Manos
advirtió la tensa situación y se colocó muy cerca de mí. El dictador le ordenó
a su esbirro que me trasladara con urgencia hasta el primer asiento. Tras la
operación, entre Gurbos y Zarpos
me dominaron a voluntad quitándome de inmediato las zapatillas Flecha para
evitar todo tipo de resistencia, calzado el cual mantenía con suma pulcritud.
Minutos después el Ellos detuvo
el vehículo bruscamente, abrió la puerta y ordenó arrojar el impecable calzado
al exterior; el par de zapatillas fueron a parar, boca abajo, en medio de un
lago de aguas barrosas linderas a una obra en construcción. De inmediato se me
ordenó bajar de la nave e ir a buscar el calzado; así como estaba cumplí con la
consigna sin protesto. Apenas di la espalda, el autobús arrancó en veloz
carrera quedando en medio de la calle sin asunto y aterrorizado. Nunca olvidaré
aquel empedrado de la calle Castro, corriendo descalzo en procura de alcanzar a
la nave llevando en la mano mis zapatillas húmedas y plenas de podrida
suciedad. Dentro del mecano sufría tormentos a diario pero la soledad de la
ciudad me aterraba por sobremanera. Cada vez que lograba acercarme el autobús
se adelantaba unos metros proponiendo un juego diabólico que fomentaba el
jolgorio de los alcahuetes de turno. Recuerdo que mis lágrimas profundizaban el
festejo. Por aquel entonces y con seis años estaba incapacitado para descubrir
que más allá de sus vehementes imbecilidades el colectivero tenía la obligación
de llevarme a destino, en consecuencia, quedarme parado aguardando que pase por
mí era lo único que debía hacer arruinando de ese modo el festival de su tropa.
Los miedos superaban cualquier tipo de lógica. Debo reconocer que mi estereotipo
de niño era sumamente acorde para el aprovechamiento integral de las pesadas
jugarretas. No era de los “vivos”, todo lo contrario, manejaba una inocencia
bastante inoportuna en el marco de un medio demasiado adverso. A mis nulas
fortalezas físicas se sumaban rasgos endebles que evidenciaban una fragilidad
que quedaba de manifiesto no sólo a través de una vocecita casi femenina sino
además por las propias características ridículas del uniforme. Era inútil
insistirle a mi santa madre que no era oportuno, a esa altura de mi vida,
continuar utilizando pantaloncitos cortos de lana, ajustaditos, y zapatos
charolados tipo Guillermina. Por suerte, promediando mi segundo grado, se
convenció de la cosa.
A medio recorrido,
cuando la caída del sol proponía notorios cambios de tonalidades, la diversión
del Ellos pasaba por las peleas
entre los pesos pesados. Con la nave un tanto raleada consideraba que al
existir mayor espacio disponible las luchas serían más despiadadas, dignas
recuerdos de las mejores crónicas romanas. Los Manos, entonces, justificaban de ese modo su existencia
devorándose en increíbles encuentros en donde la primera sangre indicaba el
final de la contienda y por ende el resultado de la misma. El regreso poseía en
sí propio la impronta de la prisa. Todos, de alguna manera, deseaban llegar a
sus hogares para permitirse olvidar tanta estupidez globalizada.
Así transcurrieron los días, los
meses. El paso del tiempo me otorgó algunas licencias; sospecho que cachetear
siempre al mismo muñeco al fin de cuentas aburre. Y más cuando ese muñeco casi
no presenta resistencias. Por suerte a mitad de segundo grado mi familia pudo
adquirir un Fiat 600E motor Spider 750 color gris, del año 1966. Aún recuerdo
la patente: C050582. Eso permitió que mis sufrimientos bajasen en un cincuenta
por ciento. Mi madre, al llevarme todas las mañanas, me obviaba males que el
resentido dictador programaba para el ayuno. De todos modos su revancha
vespertina resultaba rutinaria. Me daban como en bolsa y justamente utilizaba
para la venganza la mano ejecutora de aquel que tuvo la mala fortuna de ser el
elegido para ocupar mi lugar en las mañanas. El Colorado Agustín y su inquina
eran implacables.
Por fuera de ser un
elemento despreciable y tiránico el Ellos
era un auténtico provocador. Viene a mi memoria cuando decidí invertir algunos
ahorros en una caja de figuritas cuya temática era el fútbol. Todavía viajaba
por las mañanas. La misma traía cincuenta unidades. Con mi hermano solíamos
juntarlas debido a una doble finalidad: en primera instancia jugar en los
recreos y como segunda intención apostar a ganar algunos de los premios que por
entonces eran bastante importantes: Pelotas de cuero, bicicletas, pósters de
encumbrados jugadores de la época formaban un menú muy tentador. Recuerdo que
en aquella jornada y ante la espera que obligadamente teníamos que afrontar
como consecuencia de que un compañero aún no estaba presto en el hall de su
edificio, solicité permiso para acudir al kiosco que estaba lindero al mismo;
allí adquirí, tal cual lo había decidido, una caja compacta, repleta de sobres
y precintada en su contorno. Para mi sorpresa y desencanto dicha caja me fue
expropiada por el Ellos apenas
ascendí al estribo so pretexto de averiguar personalmente si ese dinero
invertido lo había sustraído indebidamente de mi hogar y si mis padres estaban
al tanto de la operación. Mis afirmaciones y juramentos no fueron escuchados,
incluso tuve que soportar alguna agresión física por parte de uno de los Manos para que mitigara mi cólera. No
le encontraba explicación a la confiscación. En el regreso y luego de un día
olvidable, al llegar a la puerta de mi hogar el Ellos hizo sonar su bocina instando a mi padre para que bajara al
hall del edificio con el objeto de hablar privativamente con él. Finalizado el
trámite y estando al margen de la reunión observé que el chofer, para mi
felicidad, le entregó la caja a mi Papá, reanudando luego su recorrido. Yo tuve
que esperar hasta las siete de la tarde para disfrutar de mi compra, más
precisamente hasta el arribo de mi madre debido a que mi padre deseaba
constatar con ella mi versión. De más está aclarar que quién decía la verdad
era yo pero a ambos les pareció muy correcta la actitud del cancerbero
asumiendo que dicha acción multiplicaba exponencialmente el grado de confianza
que tenían por él observando con entusiasmo su atenta preocupación por nuestras
juveniles e impensadas conductas.
Creo que en ese
momento confirmé que me encontraba en el mayor de los desamparos. La nevada
tóxica continuó hasta finalizado el tercer grado. En el medio, el Ellos logró modernizar su nave
adquiriendo otro Chevrolet, pero esta vez de principios de los sesenta, móvil
que tuvo que pintar de blanco y anaranjado a propósito de una específica
resolución porteña para el transporte escolar.
Con la nueva nave y
estando el Ellos como piloto
viajamos junto a mi familia (los
Hombres Robots) a San
Clemente del Tuyú contratado deliberadamente con motivo del usual viaje de
vacaciones de principios de año. Salvo,
Franco y Favalli, nunca aparecieron.
Cuando
Pompeya era París
El tiempo y su consecuencia entre nosotros: la
finitud. Cual gota de transpiración corre mágicamente por cada poro sin que nos
llame demasiado la atención, excepto cuando nos enfrentamos al espejo que sin
eufemismos nos tramite su delación, haciéndonos notar que la vida es poco menos
que un breve recorrido de ausencias, un sendero con extremos sucios, que no mienten. Se
fusionan, se confunden el pasado y el presente, mientras la nostalgia juega a
la evocación, tratando de convencernos que todo lo vivido resultó poco menos
que insuperable. A decir verdad es una confusa cuadrícula de pasajes, calles y
avenidas de doble mano que incluye, a modo de caricia cómplice, algún semáforo
cancelado.
Desde chico Diego tenía claro que su misión era
acontecer a pesar de sus propios quebrantos. Alrededores y suburbios atendían
escasamente sus reclamos, más preocupados por resolver eso de los egoísmos
ilegítimos; y así aquellos trece años sufrían tempranamente el peso sostenido
del devenir, el cuidado, el progreso y la fama. Digamos a favor del talento que
Diego era capaz de hacernos reposar durante horas, dibujando con sus pies
extensos recreos con cualquier cosa esférica de impronta futbolera. Tientos
desgajados, frutas desechables, pelotitas de ping-pong y bolitas de naftalina
cumplían el humilde rol como partenaire de inagotables danzas circenses
mientras la música de fondo sólo era acercada por alguna canilla comunitaria
mal cerrada. Esta cósmica ceremonia, en el marco de una geografía desdeñable,
sólo era interrumpida cuando el ocaso señalaba: “hora de cenar”... y cuando
digo cenar hablo en el amplio y relativo sentido que implica la palabra dentro de
ese contexto social. Es que en la villa hay cuestiones que no se andan con
amnistías. Luego de ese rito volvíamos alocadamente a la calle para robarle
algunas horas al descanso. Y supongo que para demostrar su intención de ser
igual a nosotros dejaba de lado el ballet, rechazando todo aquello que deseaba
ser besado por sus pies, proponiendo jugar a la escondida... Con sangre, piedra
libre para todos, inclusive sugería invitar a chicos de pasajes vecinos.
Sospecho que su intención era el lucimiento colectivo, en cierto modo compartir
con nosotros la posibilidad concreta y cercana del error... Esta solicitud
generalizaba una tremenda repulsa por parte de la barra. Debo reconocer nuestra
miserabilidad y egoísmo, la arrogante necesidad de verlo ejecutar malabares
superaba la interna mezquindad que significaba cachetear la piedra en pos de
una salvación momentánea. Era nuestro héroe. Máximo orgullo en un sitio muy
alejado de la realidad visible, a kilómetros de las fastuosas vidrieras y sus
accesos prohibidos, y sus miles de estrellas intocables. La reacción y el
horror grupal ante tan convencional propuesta convencían a Diego que debía
reiniciar su función. Entonces, cada uno de nosotros depositaba en su espalda
una mezcla de admiración, fracaso, lágrimas y bocas abiertas. Era maravilloso
apoyar la cabeza sobre una húmeda y flaca almohada pensando que uno de nosotros
zarparía del infierno.
Y es probable que él lo supiera, pero si no, es
algo que jamás podré perdonarme. En ocasión de ausentarse por tener que cumplir
con los entrenamientos en las inferiores de Argentinos aprovechábamos y
jugábamos a la escondida, y éramos como veinte. Sangre, galopadas infernales
modificando nuestro destino, mudarnos de remeras para provocarle confusión a la
piedra, salteos por los techos, rodadas y apostar al error: librar a todos
los cumpa...
Acá el talento duraba lo que el sonido de la mano
cacheteando la pared. Lo trascendente era sólo zafar.
Pensándolo bien y a decir verdad nunca lo dejamos
zafar... Peor aún, tampoco lo dejamos contar o esconderse y menos aún librar.
Nunca lo dejamos ser nosotros, por miserable que parezca... Su obligación era
trascender, hasta le llegamos a decir, muy convencidos de lo nuestro, que ese
juego era solamente digno de señoritas aburridas y vaya a saber cuánta mentira
intrusa o cuánta excusa ligada a la miseria.
Es indivisible. Nuestro tiempo se acerca
indefectiblemente a la finitud, ya transitamos más de la mitad del sendero. Diego pudo y fue mucho más de lo que cualquiera
de nosotros sospechaba.
Salió de la villa, levantó estandartes y
esmeraldas, hizo revolcar ingleses como nadie y hasta Dios le besó la mano.
Hace algunos años fue tapa de los diarios porque casi se muere... Como él,
algunos pudimos salir de la villa, otros juegan todavía a la escondida sin una
regla que los salve; los demás se fugaron entre porros y caños disfrazados de
laburo. Conoció lo mejor y lo peor. La villa fue el país que depositó en su
espalda, tal como nosotros lo hicimos a los trece: fracasos, admiración, bocas
abiertas y lágrimas... No cabe duda, hay cosas que nunca cambian. Hoy son otros
los que insisten en no dejarlo jugar; tipos más jodidos sin duda. No sólo le
obligan a ser ejemplo, también lo acosan y es brutalmente exhortado desde lo
pulpitos de la tilinguería para que libere con su genio a miles de acólitos que
nada hicieron por su infancia cuando los tiempos de las narices embarradas y la
higiene por goteo, tiempos en los cuales para nosotros, la barra de
Fiorito, Pompeya era París...
Flores no tuvo la
culpa...
Como tantos recién
llegados Rogelio respiraba la ciudad con aires de pánico. Hacía pocos días
había regresado de Paris, capital sembrada de recuerdos aparentes y amores de
turismo. Paisajes fríos, inertes, un idioma sin caudillos a evocar, adolescente
de guerras intestinas y traiciones compartidas. Tendrán las suyas pensaba, no
son las mías. Lejos estaba de la asociación ilícita que lo viera nacer, crecer
y escapar. Urbe que le concede a los premios y castigos el mismo rango,
metrópoli permisiva, intrigantemente anfitriona. En Buenos Aires no habitan
Dioses antagonistas en pugna de la eterna redención, tanto ángeles como
demonios coexisten amablemente, concediéndose perdones mutuos, aún sin
necesidad.
Entre su extensa
lista de prioridades – justamente esa extensión morigeraba de manera
substancial la categoría prioridad – figuraba tratar de completar su carrera de
Psicólogo, estudios que tuvo la obligación de postergar a mediados de los
setenta por cuestiones de fuerza mayor, o como siempre comenta en confianza:
“por culpa de un Mayor con demasiada fuerza”. Errasti, milico de la Federal, se
había encargado personalmente de cagarlo bien a trompadas, picanearlo e
intimarlo para que en un plazo no mayor a siete días abandonase el país. Su
compañera de entonces, Claudia Azorey, había oficiado de nexo para que la
emboscada se precipite en el propio departamento de alquiler que compartían.
Nunca se interesó por saber si la forzaron o se trataba de un servicio. La
había conocido en la facultad a fines del año setenta y cuatro, ambos militaban
en el PRT. Se llevaban muy bien, era bonita, supuestos problemas en la pensión
en donde la joven vivía apuraron una inesperada convivencia. Rogelio se había
independizado a comienzos del setenta y tres, seis meses antes de que su mamá
falleciera, y a pesar de la insistencia de su padre no deseaba regresar al hogar,
de algún modo se entendía como una molestia importante.
La vida parisina
congelada en un lustro, y un lustro a los veintitantos es la eternidad en
solitario. Un lustro sin Piaget, sin Freud, sin Lacan, sin pasión, sin culpa ni
remordimientos, pateando para más adelante las cartas, las llamadas, conocer
sobre la suerte de los compañeros, la salud del viejo, cosas que a su criterio
podían esperar... Tampoco gustaba de relacionarse con exiliados argentinos, no
quería saber nada de su tierra, prefería socializar con chilenos u orientales. Gracias a su compañero de
pensión, “El Tupa” Wilson Núñez, aprendió a manejarse con el idioma pudiendo
emplearse como repositor en un supermercado del barrio latino. El mismo Tupa
fue quién lo presentó. El propietario del lugar, Profesor de Filosofía, había
sido uno de los tantos que protagonizaron el movimiento universitario de Mayo
del sesenta y ocho.
A principio del
ochenta y uno las comunicaciones con Ismael, su padre, eran asiduas y
distendidas. Por intermedio de él se enteró que el regreso no constituía una
utopía. Más allá de que la situación política no se había modificado, la
cacería de opositores había mermado notoriamente luego de aquel triste episodio
de la contraofensiva del setenta y nueve, operatoria que apenas llegara a sus
oídos, gracias a datos que le suministrara el propio Wilson, la consideró
bastante siniestra. A esas alturas los vencedores consideraban como enemigo
menor a todo aquel que no coincidía con sus principios: soberbia, impunidad,
país sitiado, todo controlado...
Bajo de estatura,
algo afrancesado y sombrío, acaso resignado y con infinidad de preguntas que el
tiempo se encargó en palidecer, observó aquel momento como el oportuno para
emprender su regreso. Volver a ser porteño, cuestión por la cual no sentía el
mayor de los orgullos, pero que por aislados instantes lo acercaba humanamente
a la nostalgia. Nostalgia que aprendió a valorar a la distancia y que de pibe
aborrecía por su marcado disgusto al tango, fastidio musical que los años de exilio
se encargaron de sanar.
Descendió del avión
observando el nuevo mundo entre paréntesis, como quien va descubriendo la
soledad y el desamparo, asumiendo que pasajeros y transeúntes cargaban su misma
desesperanza, su mismo desinterés quizás. Sólo su padre estaba al tanto del
regreso al cual le pidió encarecidamente no divulgar. Desde hacía cinco años se
había acostumbrado a no importunar. Abrió la puerta del primer auto disponible
indicándole a chofer con suma precisión la ruta de olvidos y certezas que debía
seguir. Conocía los vicios y las dispersiones de los taxistas porteños cuando
de turistas se trataba gracias al recuerdo de su amigo de la infancia Lucho.
Rogelio y Lucho cursaron la secundaria en el José Ingenieros de Flores, allí se
hicieron amigos, compartieron toda la adolescencia y hasta jugaron juntos en
las inferiores de Velez. Finalizado el secundario Lucho se metió a tachero,
cuestión que siempre lo deslumbró y Rogelio ingresó en la Facultad. Nunca
hablaron de política, ambos sabían que el tema los iba a enemistar, no por
pensar distinto sino por el marcado desinterés que Lucho mostraba en la
materia, asunto que ofendía el espíritu militante de Rogelio.
Flores seguía tan
triste y oscuro como en los tiempos de los Falcon. Los borrachos de Plaza y las
putas de Bacacay se habían procreado exponencialmente, Memphis, gracias a su
enorme talento musical logró escaparse de Tarot y el gran imitador correntino
Sapucai se había transformado por obra y gracia de la tele en un tal Nito
Artaza. Un Cinzano en el Odeón fue el descanso obligatorio, diez minutos de
recuerdos y un par de carambolas a tres bandas sumergieron a Rogelio en la
necesidad de descubrir nuevas viejas caras, nuevas viejas voces, acaso esos
nuevos y viejos olvidos.
Por Varela, a
treinta metros de Rivadavia, se instaló en el porche del edificio en donde
recordaba vivía su viejo amigo Lucho. De inmediato tocó el timbre
correspondiente al departamento “C” del quinto piso.
-
¿Quién es? – se escuchó preguntar a una voz femenina -
-
Estoy buscando a Lucho Cifuentes. (Cómo disfrutábamos con ese hijodeputa de las
noches sabatinas en la puerta de Musicats a la espera de ser responsables de
que alguna veterana desquite sus fantasías con nosotros. Cosa que por cierto
nunca sucedió.)
-
¿De parte de quién? - inquirió la voz –
-
Rogelio Verón. Soy un viejo amigo de Luis. Cursamos juntos
en el “Pepe” Ingenieros.
-
No señor. El Señor Cifuentes no vive más aquí.
-
Disculpe...
Hubo confusión. Le
llamó la atención el previo pedido de identidad para luego negar de manera
intempestiva. De inmediato concluyó que las prevenciones de la época provocaban
en las personas ciertos recorridos extremadamente sinuosos. Descartó toda
acción desdorosa. No podía ser que la infección colectiva haya quebrado
aquellas sonrisas y placeres del pasado, cuestiones adolescentes que no había
razones para maldecir. Si bien la cosa estaba jodida Lucho no era de esos,
pensó. Era como mi hermano... y un hermano no te caga, no te niega. Un hermano
sufre con tu dolor, le arden tus cicatrices... Vuelvo otro día, se dijo, pues
la señora parecía enfadada. Por lo menos intentaría indagar su nuevo domicilio.
Prefirió pernoctar
en un hotel de la zona. Estaba todo el día con el viejo, pero aún mantenía sus
deseos de nocturna privacidad. Le pidió a su padre una portátil y el ejemplar
que tenía en su modesta biblioteca de El Banquete de Severo Arcángelo de
Marechal. No necesitaba mayores excusas. Música y lectura: el arte como placer
ecuménico.
- Imposible
Señor Verón. Lamentablemente el paso del tiempo y los cambios programáticos
determinan que aquellas asignaturas no rendidas hayan caducado; esto por fuera
de que algunas otras aprobadas ya no cuentan en el presente formato de la
carrera. De modo que es mi obligación advertirle que de las veinte materias que
usted tiene acreditadas deberá rendir equivalencias de doce. Calculó que con
esas ocho asignaturas reconocidas usted podrá incorporarse sin inconvenientes
al segundo cuatrimestre del tercer año de la carrera, siempre y cuando rinda
las equivalencias de esas doce que le mencioné. Esta carrera es una de las que
ha sufrido mayores modificaciones estructurales.
-
¿Y si decido no rendir dichas equivalencias?
-
Deberá comenzar a cursar el segundo año como alumno regular. Una opción
que le recomiendo, y que muchos ex alumnos que estuvieron fuera del país han
adoptado, es compilar la documentación y presentarla en alguna de las
universidades privadas que han proliferado últimamente. Esas casas de estudios
ostentan flexibilidades que la UBA hoy no tiene. Es probable que le reconozcan
todo lo aprobado - finalizó el encargado del departamento de alumnos de la
facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires –
Un país privado
pensó Rogelio, con negocios privados, con senderos privados, con ilusiones y
amores privados. Un país privado de su libertad. Y todo continúa como si nada
lo fuera...
-
¿Quién es? – la misma voz femenina reiteraba la pregunta -
- Buenos
días, soy Rogelio Verón, la misma persona que vino la semana pasada. Me
gustaría saber si usted tiene el domicilio actual de mi viejo amigo Luis
Cifuentes.
- Lamento
informarle que hace tiempo hemos perdido contacto con él y su familia. Nosotros
somos apenas inquilinos de modo que nuestra relación con esa persona existió
hasta que se cancelaron todas las cuentas que tenía el inmueble. Discúlpeme,
estoy muy ocupada...
El brutal sonido
del portero eléctrico descolgado fue asociado de inmediato con aquella ráfaga
de metralla que tuvo la suerte de evitar hace un lustro en la esquina de
Caracas y Bogotá. Disparos que dieron por tierra con Romero, con Fito y con la
Turca. No quiso volver a esa esquina, sabía que las manchas de sangre todavía
estaban allí, más allá que doña Carmen, dueña de la casa, seguramente seguía
baldeando la vereda como todos los santos días de su miserable vida.
Rogelio quedó
mirando en dirección a Rivadavia, se prendió un Parisiense. Antes de partir
hacia la casa de su padre dio unas vueltas por el barrio, la galería San José,
la Boulevard, observó los restos mortuorios de los boliches bailables Crash y
La Naranja Mecánica, y los de La Cuyana, pizzería de dos plantas que enfrentaba
de plano al centro neurálgico del barrio. Ingresó también a la descomunal Basílica pero como amante de la arquitectura, no como ámbito de fe, cuestión
que había licenciado en sus años militantes. Percibía que nada había cambiado
demasiado, permanecían indemnes los quebrantos del pasado, no existían lectores
predispuestos a leer esas viejas historias recientes, de hecho notaba a la
gente extrañamente feliz, acaso malamente habituada.
De regreso por
Varela y sin ninguna intención de constatar olvidos observó que en la vereda
impar, frente al edificio de la negación, un hombre de rasgos familiares
plumereaba su taxi mientras el motor tomaba temperatura. Se quedó contemplando
como sacudía las alfombras, como repasaba con un paño los vidrios, espejos y
cromados, como finalizaba la tarea lanzando en el interior del vehículo una
buena cantidad de desodorante de ambiente. Trató de comprenderlo, no pudo. Al
percibir que está pronto a descubrir su banderita para iniciar su jornada
laboral reclamó con firmeza por sus servicios...
-
Taxi
Al escuchar la
advertencia el chofer se abstiene, no mueve el vehículo, esperando por su
primer pasajero del día, el de la buena suerte. En ocasiones el retrovisor del
taxista ostenta más pulgadas de las habituales: la belleza de una dama, alguna
persona del ambiente artístico, cuestiones que promovían atenciones
adicionales. Esta era una de esas oportunidades pero no por las mismas razones.
Y aparecieron vergüenzas, infracciones, mentiras y agonías, ilustrando la
imagen de un festejo mundialista que no pudieron compartir. Rogelio también
festejó aquella victoria deslucida en su soledad parisina, amaba el fútbol,
supo y pudo separar los tantos. No estimaron necesario recordar las carambolas
del Odeón, menos aún las chicas de Bacacay, los libros, los muertos, las
inferiores en Velez y las amarillentas ilusiones truncas. De hecho Cifuentes,
de manera repentina, censuraba toda posibilidad de diálogo.
-
¿Adónde te llevo, Verón?
-
¿Verón?.. Como quieras... Primero llevame al Hotel Royal. Allí recojo mis
pertenencias, arreglo las cuentas y seguimos para lo del Viejo. Espero te
acuerdes la dirección.
-
Por supuesto que la recuerdo.
-
Le doy un abrazo y seguimos para Ezeiza. Regreso a Paris en el primer vuelo
-
Excelente viaje. Prometo hacerte un buen descuento.
-
No es necesario Cifuentes. Nuestros distantes apellidos atentan malamente
contra aquella historia adolescente. A estas alturas no existe ninguna razón
para tan sublime acto de gentileza, de lo contrario vas a obligarme a prescindir
de tus servicios...
-
Hecho... el cliente siempre tiene razón...
-
Sólo te pido que cumplas con tu parte en silencio, muchas gracias...
Colonia Esperanza
Lo
que nunca ocurrió
(Historia real)
-
En este sencillo acto le queremos dar la bienvenida a nuestra
querida Mariana, y a su vez ponerla al frente de este novedoso programa
deportivo y formativo a favor de nuestros pequeños de Colonia Esperanza.
Con
estas palabras el Intendente daba por finalizado el evento de asunción de la
nueva Directora de la Escuela de Deportes de la localidad. Colonia Esperanza es
una pequeña aldea ubicada dentro del partido de Coronel Savio distante veinte
kilómetros de la cabecera y ciudad principal.
Siete horas de
automóvil la separan de Buenos Aires circulando hacia el sudoeste siguiendo la
línea de la ruta nacional número tres.
Cuenta con la
agresividad de una naturaleza que pocas veces se muestra como aliada. Los
calurosos veranos recrean con sus despiadadas sequías el devenir de moscas a
discreción mientras que durante los inviernos las heladas suelen destruir los
bellos rosales que la mayoría de los vecinos laboran con escaso convencimiento
y suma presunción. Un tranquilo paisaje de llanura sin noticias relevantes; las
emociones mínimas se dan la mano con el dolor de la desesperanza deseando
sospechar que el sendero de los extremos sucios es una cuestión de
merecimientos y no lo que realmente es: un finito relato plagado de
casualidades y eventos inevitables.
La querida Mariana
ostentaba la sabiduría de una profesión ciertamente reconfortante. Ser
Profesora de Educación Física con jerarquía de Funcionaria en un ámbito casi
familiar y ser remunerada por ello en forma satisfactoria le dibujó un panorama
diseñado con la precisión de los deseos. Había encontrado un lugar en el mundo
que le permitía hacer y deshacer utilizando solamente el libre albedrío. Su
exagerada belleza, poco común en la villa, la liberó de los cerrojos más
precavidos. Los pocos cabos sueltos que desconfiaban de la musa eran personajes
marginales al sistema feudal existente. Había seducido al poder por méritos
propios. Y el poder dejó que esa seducción desarrollara sus incorruptibles
maravillas.
Gerardo era su
pareja y encargado de la Escuela de Fútbol Infantil del único Club existente en
la población. El Atlético Vanguardia moraba desteñido y sobreviviente sobre una
de las veredas del bulevar Carmona. De sus mayores orgullos quedan pocos
sobrevivientes. Historias de boliche. El recuerdo de algún campeonato que el
tiempo transformó en epopeya y miles de ladrillos castigados por la humedad
proveniente de cimientos rebosantes de vergonzosa ingratitud.
Ambos, a costa de
simpatía y juventud, supieron seducir a las mayorías trashumantes y aburridas
que hasta ese entonces dilapidaban sus momentos como televidentes de una
realidad ajena y miserable. Mucho ayudó para ello el proyecto de un salón de
estética corporal. En él decenas de mujeres distraídas y olvidadas hallaron en
lo efímero de la figura-espejo su ideal de supervivencia. El ámbito erotizante
les proponía un nuevo paradigma, una precaria ilusión. Acercarse, aunque más no
sea por un rato, a ese paraíso inaccesible y ciertamente deseado. Aquel lugar
utópico desplegaba en sus retrovisores un modelo más concreto y probable para
reforzar el devaluado egocentrismo existente. Mariana se mostraba pudorosa
mientras el séquito masculino, cual guardia partizana, comenzaba a interpretar,
a modo de flagelo, que todo tiempo pasado fue peor, el sortilegio de no ser, la
alquimia de lo que pudo haber sido y no fue. Un transpirante y permanente deseo
contenido y continente.
La joven pareja
sentenciaba aquello que el pueblo deseaba escuchar, mostraba lo que el pueblo
deseaba ver y ocultaba su mayor miseria tras los párpados de aquellos hermosos
ojos claros.
En una pequeña
habitación del Hospital Garrahan de Buenos Aires una niña de diez años
dormitaba con el sesenta por ciento de su cuerpo quemado. Víctima de una atroz
violación y posterior intento de homicidio había sido hallada por un
transportista, semidesnuda y mal herida, en un descampado de las inmediaciones
del pueblo. En sus sueños unos hermosos ojos claros, mediante artilugios, le
proponían llevarla al hospital de Coronel Savio producto de un incidente por
ellos mismos provocado.
-
Por favor dejame llevarte al hospital, estás lastimada
No tenía ganas de
acordarse, sin embargo la prepotencia de los hechos se presentaba con formato y
orden absoluto sin omitir detalle en tiempo real.
Los breves
instantes de lucidez eran sometidos por la dictadura de los recuerdos.
Argumentando extremas dolencias inducía a los médicos para la aplicación de
sedantes que estimulasen a situarla dentro de un marco amnésico y reparador.
Descanso que duraría hasta la presentación recurrente y reiterada de cada
escena. Un par de amables ojos claros, y el pasto, y el olor a quemado, y los
golpes, y el dolor, y el ultraje, y el frío, y el camionero, y el hospital, y
la ambulancia y el avión y los gestos de horror, y los llantos. Una cronología
ciertamente ordenada como para no ser considerada.
Esos hermosos ojos
claros estaban insertados mágicamente dentro de un ambiente social ingenuo y
limitado. De la mano de su hermana, Mariana, supieron integrarse a un mundo sin
prevenciones y marcadamente admirativo hacia todo aquello alejado de su
historia y su memoria. El severo sofisma
afirmaba que el portador de pasaporte extranjero olía a nobleza y todo
lo que emanaba de su estructura nativa poseía errores insalvables de carácter
sanguíneo. Ancestrales enojos trasladados generacionalmente eran la suficiente
excusa para subestimar cualquier intento de proyecto local.
La precisa y detallada lectura por parte de los integrantes
de la familia provocó su decisión de filiación permanente. Las facilidades
otorgadas para su desarrollo social fueron innumerables y para algunos vecinos
ciertamente escandalosas. Esta última coyuntura fue muchas veces utilizada por
determinados refutadores como única excusa para denostar a la pareja. No por
cuestiones éticas sino por no participar de la encomienda. Sin embargo el
éxtasis de un amor a primera vista y la fascinación en su máxima expresión
solventaban fuertemente la integración social del matrimonio. Las autoridades
locales, tan hechizadas como el vulgo, colaboraron sin protesto ante cada
requisitoria. Los encuentros y reuniones surgían cotidianamente de manera espontánea.
La caterva poseía crédito y privilegio. Cualquiera que alzara la voz para
oponerse a alguno de sus deseos era taxativamente eliminado de los estamentos
sociales.
Vecinos y socios
que durante años lucharon y aportaron económicamente a favor del Club, en
tiempos de vacas flacas, fueron exonerados de la institución por opinar
contrariamente al ordenamiento vigente. De este modo, sin mediar contingencias
azarosas ni esfuerzos flagrantes, la posición de la familia fue desarrollando
instancias de notoriedad absoluta. Cada solicitud era duplicada y cada
sugerencia sobredimensionada. Una suerte de misticismo helénico lindante con la
admiración terrenal rodeaba un tránsito confortable y ordenado.
La pequeña tuvo el
infortunio de una madurez inmediata. Se dio cuenta, en medio de su
convalecencia, que muy a pesar suyo las muñecas, los dibujos animados, el
básquet, el rango y las escondidas eran cosas de un pasado reciente. Aquellos
hermosos ojos claros dieron cuenta esa tarde de junio de su vida y sólo el
transcurso del tiempo tenía permiso para responder a sus interrogantes.
El trágico evento
disparó en la población, opiniones varias, marchas, rezos, conferencias y
cientos de miserias. La conformidad de algunos por haber encontrado rápidamente
al culpable chocaba de frente con aquellos que aspiraban a un compromiso más
serio, evitando mediante la prevención, sucesos similares en el futuro. La
respuesta fácil de las autoridades propiciando debates a favor del aumento de
penas fue la primera hipótesis de trabajo. Ante lo vivido quién podía oponerse.
Se buscó una salida rápida, efectista y precisa que calmara los humores más
exaltados.
Mientras esto
sucedía la población de Colonia Esperanza dirimía sus diferencias con respecto
a la responsabilidad por la omisión en la que habían incurrido los Dioses de su
Olimpo. Años atrás esos hermosos ojos claros protagonizaron un evento de
similares características en su tierra natal, Coronel Suárez, y como
consecuencia de ello había morado tras las rejas durante algún tiempo. Un
integrante de la caterva que desarrollaba funciones en la Corte Suprema de
Justicia de la Provincia facilitó mediante su cargo e influencia su salida del
penal. Un simple cambio de carátula, acompañado por un informe psicológico
tolerante determinó el fin de su proceso penal. En aquella oportunidad, la
dinastía, empeñó todos sus bienes para afrontar los gastos que sobrecargaron la
operatoria.
Los adoradores de
los Dioses comprometieron su fe trabajando a favor de la pareja, insistiendo en
deslindar sus responsabilidades en el evento. Los pocos ateos eran denostados y
agraviados mediáticamente.
Como en la antigua
Grecia, el Olimpo contaba con impunidad de acción y poco se podía hacer al
respecto.
Los calmantes
seguían diseñando la suerte de la niña. Ejemplo y heroína sin desearlo. Los
medios le pronosticaban entidad de caso testigo, cosa que poca gracia le
causaba. La vida le empezó a doler sin merecerlo. Varias veces pensó sin
comprender lo que estaba pensando, varias veces quiso volver a sus dibujos y
juguetes. No pudo. Aquellos hermosos ojos claros continuaban obstruyendo su
niñez.
A la semana del
suceso los Dioses del Olimpo retomaron su vida cotidiana. El día de su
reingreso a la función pública, Mariana, tuvo la suerte de ser escoltada por el
Delegado Municipal hasta su lugar de trabajo. Fortuna que no tuvo la pequeña.
Prevenir para evitar males mayores. En el campito de la villa Gerardo fue
recibido con sumo delirio y beneplácito por los padres de sus futboleros
alumnos.
La silente
indignación quedó asentada en los arrabales de la aldea; desprestigiada,
timorata, a la espera que la niña nos comience a preguntar lo que hicimos para
evitar su permanente estado de tristeza.
Una sinfonía patética
completa de palabras escritas con timbres de oquedad fue la resultante de un
evento que muchos tomaron como inesperado, dando por sentado que nada se pudo
hacer para evitarlo.
Las masas más
radicalizadas sostenían la necesidad de la aplicación de la pena de muerte para
el propietario de aquellos hermosos ojos claros añadiendo la inmediata
erradicación de la caterva que lo cobijaba bajo su manto. Otros, un tanto más
liberales, admitían la gravedad del caso otorgándole al criminal el cien por
cien de la responsabilidad, debiéndole a la sociedad el código penal completo.
Los racionalistas
del derecho apuntaban al marco judicial por atenerse a dictámenes
interpretativos de dudosa integridad.
Existieron aquellos
que optaron por evaluar el evento a nivel macro de forma tal mimetizar la
responsabilidad política local que encerraba el dramático suceso. Para ello
desarrollaron una serie de conferencias en donde el divague y la perorata
exhibieron sus mejores galas. La niña pasó a ser un caso más de debate y discusión.
Su particular dolor comenzó a formar parte de absurdas generalidades y
siniestras palabras que en pleno estado de postración no alcanzaba a
comprender.
Los miserables de
turno afanaron sus instancias para la redención y posterior victimización de Mariana
y de Gerardo, exponiendo argumentos varios que aportasen a favor de mantener el
status quo vigente. Varios elementos fueron utilizados al respecto. Entre
ellas, cadenas de mensajes de textos remitidos a los celulares de los chicos
manifestado la necesidad de mantener a la pareja dentro de ejido de la aldea,
acallar las voces, mediante el desprestigio mediático, de aquellos que
sostenían que el estado municipal le debía a la población un control más
estricto sobre los funcionarios que trabajan con infantes, entendiendo que era
obligación de la funcionaria advertir sobre la peligrosidad del sujeto teniendo
en cuenta sus antecedentes y la información que la misma detentaba.
En Coronel Savio
los creyentes rezaban por la niña, en Colonia Esperanza los creyentes rezaban
para que la adorable pareja no emigrase del lugar. En el blog de la radio
cientos de desaforados hablaban de muerte diseñando un campo minado de
psicopatía anónima. Los medios, evidenciaban su incomodidad, asumiendo aquello
que no debían preguntar, permitiendo que el Intendente en pleno incendio, se
explayara sobre los próximos cursos de martillero público. La aceptación de una
agenda previa como mecanismo de supervivencia.
Una niña de diez
años puso blanco sobre negro, nos habló de moral y de ética, de responsabilidad
y de afecto, de dolor y de imbecilidad. Una adorable criatura vive su angustia
en soledad, percibiendo que su mundo no es aquel ámbito que pensaba,
insistiendo que nadie puede ponerse en su lugar y que nadie tiene derecho a decidir
por ella. La pequeña nos mostró nuestras miserias y mezquindades y de alguna
manera comenzó a entender porqué aquellos hermosos ojos claros se habían
cruzado en su camino. Comenzó a pensar en su estado de indefensión a partir de
la actitud de los grandes. Esos mismos que le aseguraron desde siempre un
espacio de tranquilidad y armonía.
Es probable que
algún día sepa en forma fehaciente el rol que le cupo a cada protagonista de su
historia, es probable que algún día nos pregunte que hicimos por evitarlo.
Desinteresada por el futuro comenzará a cuestionar el antes y el durante del
evento, instalando la permanente y triste sensación que lo vivido
individualmente no es transferible y que sus odios tendrán el valor agregado de
saber que todos aquellos que pudiendo haberla prevenido no lo hicieron.
Por ese entonces ya
sabrá de intereses y de complicidades y entenderá que el egoísmo supera
cualquier variable humanista. Aceptará que la solidaridad es un eufemismo
electoral y que la verdad es tan relativa como aquella felicidad que tenía esa
tarde de junio cuando montada en su bicicleta, soñaba con acertar un triple a
segundos del final...
El Ruso y eso de condiciones subjetivas
La Coyuntura
El Ruso era un tipo
raro. Callado El Ruso. Observador y suspicaz, prudente y dueño de sus
silencios. El Ruso supo mantener un agudo interés durante el año que duró la
construcción del natatorio municipal del pueblo. Proporciones, medidas e
imaginarias profundidades lo tenían ciertamente abismado y un tanto confundido.
La pronunciada inclinación hacia uno de los laterales a partir del centro de la
base del armazón dispersaba su idea de la obra. Ningún habitante de la aldea
mostró tamaña curiosidad por la gestación del novedoso emprendimiento
ufanamente divulgado y publicitado por las autoridades de entonces. Las
mayorías se mostraban urgidas por su inauguración y no por su montaje, cosa que
relegaba a El Ruso casi al borde del insomnio. Lo que diariamente observaba era
plasmado, en su soledad nocturna, por medio de dibujos y gráficos analíticos
prolijamente encuadernados, siguiendo el mismo orden según avance real de obra.
Planos que desafiaban su inteligencia a favor de conocer los secretos que
serían indispensables en el mediano plazo, cuando la obra terminada quede como
un inciso vulgar dentro del cotidiano paisaje.
Sólo conversaba del
tema con El Loco Virgilio. Hombre versado El Loco Virgilio. Sabedor que dudar
del pensamiento inicial forma parte de la base fundacional del conocimiento
científico. Fundamentalista de la duda cartesiana aceptaba con buen tino el
oportuno llamado de atención de Kant dudando hasta de su propia duda. Poseedor
de una biblioteca envidiable El Loco Virgilio. Su pasión por la filosofía, la
antropología, la sociología y por la epistemología fue excusa suficiente para
que sus vecinos, ignorantes por elección, consideraran a su apodo como parte de
una verdad irrefutable. Todavía se recuerda aquella famosa historia, por él
mismo difundida, a modo de rumor, en la cual aseveraba haber dado cobijo, por
varios días, a dos extraterrestres olvidados por su cuadrilla en un encuentro
del tercer tipo nunca detectado por los expertos de la NASA. Se burlaba El Loco
Virgilio de la estupidez de los parroquianos.
Un tipo respetado
por el dueto, aunque con ciertas prevenciones, era Cocoroco. Hombre de lógica
extrema Cocoroco. En cierta oportunidad supo desarmar, de modo íntegro, el
impulsor de su motocicleta con el objeto de deducir las causas y razones de su
buen funcionamiento. Sostenía Cocoroco que la facilidad era mala novia, y a
pesar de no saber quién fue el creador de la frase, la tomaba permisivamente
como propia con la estricta promesa de no dejar este mundo sin saber quién
había sido el autor de su máxima de cabecera. Hombre temeroso por el recuerdo
de aquellos crudos inviernos que supo sufrir de pequeño, permanecía abrigado
durante todo el año. Sobretodos oscuros y gruesos gabanes eran exhibidos sin
complejos más allá de las temperaturas reales. Cocoroco tenía una sensación
térmica dolorosa e irremediablemente propia.
Las prevenciones de
sus compañeros radicaban en su permeabilidad a la bebida, canalizando dicha
debilidad a través de la palabra. In extremis había que pegarle para que se
callara. En los períodos dictatoriales y a pesar de identificarse como socialista
nunca fue detenido por las fuerzas del orden establecido por entender que sus
incoherencias alcanzaban niveles planetarios. Mezclaba Cocoroco sus
conocimientos científicos y técnicos con su embebido imaginario; de todas
formas las limitaciones intelectuales de los funcionarios policiales
colaboraban para su amparo y resguardo. Tanto El Loco como El Ruso trataban de
estimar el nivel etílico de su compañero para determinar el programa a
desarrollar. La profundidad del temario era directamente proporcional al nivel
de lucidez de Cocoroco.
Por el momento el
natatorio en construcción era el tema de debate...
Las tres notas
remitidas por el grupo a la empresa encargada de la obra a propósito de dudas y
aclaraciones con respecto al proyecto fueron categóricamente ignoradas.
Soberbia y capitalismo laboran en sinonimia calificaba El Ruso exponiendo un
léxico digno de un versado sofista ateniense. Por fuera de no recibir
respuesta, por cierto que previsible, no se sintieron derrotados. Sabían que no
podían ni debían contar con la providencia de los adjudicatarios de la prebenda
y menos aún con la buena disposición del Estado contratista. Las medidas
registradas y plasmadas en los bocetos testimoniaban certezas innegables: La
utilización futura del natatorio no era para toda la población.
- No le
demos más vueltas al asunto Loco. O sabés nadar o te ahogás – afirmaba El Ruso
de modo airado – Si la mitad menos profunda tiene un promedio de dos metros de
calado, para luego ir descendiendo hasta una profundidad máxima de cuatro
metros, se hace evidente que existirán factores limitantes concretos para la
mayoría de nuestros vecinos. Esta es una obra para pocos que pagamos todos.
- ¿Y si
armamos un petitorio a considerar por la población para qué, con firmas
mediante, se revean modificaciones al proyecto original? – preguntó sin
demasiadas expectativas Cocoroco –
- La
idea contaría con mi afirmativa si viviéramos en el marco de una comunidad
comprometida con el futuro y no con la coyuntura – sentenció El Loco Virgilio
-. Lamento informarles que nadie expondrá su rúbrica. Quiero recordarles que de
los cuatrocientos trabajadores existentes en el pueblo, ciento cincuenta están
afectados directa o indirectamente con la obra, y los restantes son familiares,
amigos o conocidos. Además, a fuerza de ser sinceros y sin ningún tipo de
eufemismos, podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que no estamos pasando
por tiempos plenos de convicción ética y heroicidad. Sin ir más lejos recuerden
la nula condena social de la cual somos aún testigos, a pesar del posterior e
inapelable veredicto que la justicia les propinó a los propietarios de la
Planta de Cereales, por haber estafado a la Cooperativa de Acopiadores. Nada se
dijo. El silencio fue el compromiso aceptado. Todos, y cuando digo todos, es
todos, continúan comerciando con el titular en cuestión como si tal cosa no
hubiera sucedido, tipo salvado gracias a una magra probation reciclada con
formato de multa. El sujeto no puede firmar ni una tarjeta de navidad, tiene
inhibido hasta el saludo el tipo. Fundamentalistas del feudalismo, esclavos por
vocación o someros cómplices baratamente asalariados.
- Hubo
momentos en la historia en donde el foquismo jugó un rol fundamental para la
modificación de ciertas conductas oficiales.
- ¿A
qué te referís Ruso? –inquirió Cocoroco –
- Pequeños
atentados, llamadas de atención, panfletos esclarecedores, denuncias concretas
sobre la corrupción existente, sobreprecios y demás desaguisados que esta obra
de escasa prioridad conlleva en su letra chica.
- Si
bien tendría una mayor efectividad –admitió El Loco- considero que correría la
misma suerte que el petitorio. El Estado Municipal y la Empresa han sabido
captar la voluntad de las mayorías, en consecuencia, esta suerte de
concientización quedará arrumbada en los abismos de la omisión y nos expondrá
inútilmente. Pongamos por caso los emprendimientos industrialistas que
conspiran contra el medio ambiente. Existen poblaciones enteras sumidas en la
más terrible de las poluciones, soportando enfermedades terminales, respirando
inagotables dosis de oxígeno viciado, sin embargo parece ser que la
remuneración mensual es razón suficiente y precio adecuado para que la
conciencia social no desarrolle iniciativas de rebeldía ni anticuerpos
protectores.
- ¿Y
entonces? - preguntó desconcertado El
Ruso -
- En lo
personal y revisando el estado de situación considero que debemos esperar hasta
el día de la inauguración –sostuvo con énfasis El Loco – y en medio de la
verbena hacer la demostración empírica correspondiente para que no queden dudas
sobre la necesidad de modificar la obra de forma tal no sea un club privado de
unos pocos avezados nadadores pudientes sino un complejo dinámico para el
recreo popular.
- Estoy
parcialmente de acuerdo – opinó El Ruso – observo tu propuesta como instancia
extrema. Si las circunstancias lo exigen será necesario preparar un golpe de
efecto que no deje dudas al respecto, que movilice al unísono inteligencias y
sentidos, provocando que tanto el Estado Municipal como la Empresa comiencen a
bosquejar las modificaciones necesarias para socializar el proyecto. Propongo
que pensemos cada uno y en soledad, guardando el mayor de los sigilos, planes
de acción detallando en forma precisa cada movimiento a ejecutar. Debemos tener
en cuenta que en nuestras manos descansan las esperanzas de un natatorio para
todos, por ende, cada detalle se hace insoslayable e imprescindible. Calculo
que la obra quedará finalizada para principios de Diciembre, coincidente con la
fecha de los comicios locales, debido a esa razón estimo prudente que nos
juntemos treinta días antes del evento para debatir los bocetos, tomar las
decisiones definitivas y planificar pormenores.
Con el compromiso
asumido cada integrante de la junta partió rumbo a sus quehaceres, pensantes
del devenir y ansiosos por exponer su inteligencia a favor de un plan que les
permita revertir un destino poco menos que inmutable. La imaginación, la curiosidad
y el conocimiento comenzarían a jugar sus fichas durante las largas noches
invernales, a la espera de arribar a una primavera con más certezas que
interrogantes. El Loco, El Ruso y Cocoroco estaban convencidos que comenzaba a
gestarse una jornada inolvidable para la aldea y que debían estar a la altura
de las circunstancias, no sólo para demostrar que se puede enfrentar al poder y
su corruptela, sino también para quedar en la historia y en el corazón de cada
uno de sus vecinos. Es humano y legítimo entender sobre intenciones colaterales
cuando uno cree que está protagonizando cuestiones relevantes. Imagino a alguno
de ellos soñando, por entonces, con cierto amor nunca correspondido y que esa
posibilidad de trascendencia lo instalase en situación favorable para intentar
algún tipo de acercamiento de carácter personal. Un hipotético triunfo en la
batalla podía llegar a otorgar un respeto colectivo hasta el momento ausente,
modificando substancialmente ese perfil de desvarío y dislate que el trío
portaba desde tiempos remotos. Lo cierto es que las nobles y altruistas
intenciones del equipo superaban ampliamente esas pequeñas ambiciones
individuales de carácter terrenal.
Promediando la
primavera y a instancias de El Ruso, improvisaron una reunión extraordinaria
para intercambiar ideas, observar el grado de avance de las investigaciones y
verificar el estado de situación. La convocatoria, a pesar de hallarse fuera de
programa, no encontró reparos ni protestos. El galpón de El Loco Virgilio fue
el lugar elegido para la cita. La versión hecha circular por él mismo sobre
aquellos marcianos invasores que supo cobijar en su finca aseguraba la
suficiente y necesaria privacidad. A principios de Noviembre el clima de la
llanura no mostraba indicios de regularidad atmosférica. Eso no era problema
para Cocoroco y su escasa amplitud térmica. Sus habituales gabanes se
distinguían a modo de marca registrada. A propósito de ello y para confort de
El Ruso, El Loco Virgilio había apresurado el armado de un brasero con suficiente
leña de reserva por si el frío castigaba. Si por caso el calor y su tozudez
ejerciera inusitado protagonismo una buena cantidad de porrones de cerveza
negra dentro de un tanque de doscientos litros refrescados con dos barras de
hielo molidas templarían, en la previa, la sequedad de las gargantas. Para la
cena, medio costillar de un capón recientemente carneado y un buen patero
artesanal completarían el cuadro nocturno que el anfitrión organizó en honor a
la caterva. La hipótesis de trabajo y el desarrollo de los planes era expuestos
y dejados de lado en la misma medida que hallaban fisuras insalvables. Si bien
el expositor de la idea defendía su proyecto como jurista ante un estrado, las
refutaciones y las evaluaciones eran aceptadas habida cuenta del objetivo
principal; honestidad intelectual, pensamiento crítico y sentido inteligente
como agentes del conocimiento.
- Estamos
dejando de lado algo que me parece trascendental – aseveró El Loco –. El
destinatario del mensaje es un elemento que no podemos ni debemos soslayar.
Recordemos que nuestros conciudadanos rechazan de plano cualquier indicio que
los coloque incómodos ante sus patrones, sean estatales o privados. Nuestra
acción debe incluir evidencia definitiva de forma tal no quede duda alguna y a
la vez imposibilitar que le abra la puerta, en un futuro, a una respuesta
oficial que derrumbe nuestra argumentación. En definitiva es como una partida
de ajedrez; debemos tener visualizadas con certeza cinco o seis posibles
respuestas ante la contingencia, de lo contrario, sería desastroso, pues
determinaría un no retorno debido a nuestra escasa credibilidad popular.
Seríamos tildados de falaces y embusteros más allá de los razonamientos lógicos
y veraces exhibidos. No olvidemos que nos estamos arriesgando a exponer
detalles que la sociedad no está deseosa por escuchar. Además de poseer una
elevada cuota parte de ignorancia encontraremos inteligencias sesgadas en
función de sus propios intereses y egoísmos. Se me ocurre que debemos asumir
este fenómeno como el ítem fundacional del plan definitivo.
- Es
muy cierto y es muy triste – ratificó El Ruso –
- Entonces
no es descabellado pensar en duplicar el riesgo – disparó Cocoroco – El golpe
de efecto debe ser lo suficientemente irrebatible para impedir el hallazgo de
gateras evasivas.
- Por
ahora hemos cometido el error de no tomar en cuenta la variable mencionada.
Debemos esmerarnos e incluir este elemento que estimo mucho más trascendente
que nuestro propio coraje – aseguró El Ruso -
La velada
transcurrió por senderos hipotéticos. Los supuestos y las certezas chocaban de
frente contra revoluciones inconclusas y asonadas fuera de tiempo. La
experiencia de los Comuneros parisinos fue tema de un largo debate al igual que
el Plan de Operaciones, El Ser y la Nada y El hombre que fue jueves... El
pueblo y sus circunstancias, el hombre y sus circunstancias. Ortega, Sartre,
algo de Heidegger, bastante de Benjamín y Adorno, Moreno, Chesterton, Popper,
Marx y Cooke en un mismo plano, nadando en un estanque abisal repleto de vino
patero y un pedante trampolín con perfil de costillar. La ratificación de la
reunión definitiva a principios de Diciembre, el apuntar sobre las advertencias
mensuradas y el mantenimiento irrestricto de la discreción fueron las pautas
acordadas hasta el próximo encuentro. Las cenizas que sirvieron para dorar el
delicioso manjar menguaron su calidez, el vino comenzó a mostrar su borra de
fin de fiesta y los porrones quedaron para una mejor ocasión buceando dentro de
un mar de olvidos y deshielo. Todo estaba en su lugar. La geografía presagiaba.
Como afirmaba Borges en el cuento El Fin: “Hay una hora determinada en que la
llanura, está por decir algo”
El Plan
3 de Diciembre
Esta vez no hubo
clima de verbena. El galpón de El Loco Virgilio simulaba representar un
auténtico estudio de arquitectura: Láminas adosadas a los vidrios, tableros
inclinados con bocetos borroneados, una decena de lapiceros completos en
insumos milimetrados distribuidos por todo el salón, ceniceros a discreción,
dos calculadoras científicas de última generación marca Casio y ocho lámparas a
Kerosene, sumamente necesarias para asegurar de modo eficiente el alumbrado
durante la nocturnidad. Tres catres en impecable estado eran presentados al
servicio del descanso. En las afueras, el fogón disponía de combustible para
varios días; un borrego apartado estaba a la espera de su turno mientras
purgaba su achuraje a la par que varias botellas de aguardiente mantenían firme
vigilancia. Una colosal pava de hierro fundido, un bolsón de diez kilos de
yerba y dos porongos generosos presagiaban jornadas de permanente mateada. Los
planos de la construcción estaban ordenados cronológicamente según el avance de
obra, numerados y por fecha. El monto de la inversión, la cantidad de
jornaleros, la situación impositiva de la empresa y los apellidos y
antecedentes de los funcionarios firmantes del decreto estaban asentados en un
libro diario convenientemente timbrado y rotulado como “pronto despacho”. El
Loco Virgilio había montado el lugar de trabajo sin dejar nada librado al azar.
La importancia de la tarea imponía condiciones imposibles de sortear.
Las primeras
cuarenta y ocho horas de debate y planificación no agregaron ningún aspecto
positivo. Las madrugadas se confundían con las mañanas y el cansancio
rivalizaba con ventaja ante la desesperación y el desconsuelo. Cierto
abatimiento y un sentimiento de previa derrota merodeaban en el ambiente. La
sospecha de estar abandonados en medio de un laberinto diseñado por ellos
mismos mermaba la confianza y la esperanza del preludio. Comenzaron a dudar de
sus propias capacidades, de sus inteligencias. El desánimo y la baja estima
iban deteriorando paulatinamente la atmósfera del recinto.
Abruptamente, sin
mediar aviso y en la mañana del cuatro día de labor un grupo comando integrado
por siete encapuchados irrumpió con despiadada voracidad en la propiedad
de El Loco Virgilio destruyendo todo lo actuado, llevándose la documentación,
los planos y apuntes, el aguardiente y lo que quedaba del borrego. Polifemo y
Catriel, sendos cancerberos de temible aspecto que El Ruso había apostado
de ex profeso para montar guardia en las afueras de la finca habían sido
sigilosamente narcotizados con carne “recargada”. El galpón exhibía una
geografía desoladora; un fresco de extremo, paroxismo y calamidad, un
metafórico y doloroso Guernica de campaña,... evidentemente la cautela tomada
no había sido suficiente.
Los personeros
burocráticos poseían servicios de inteligencia con agudos criterios deductivos
e inductivos acompañados por una importante inversión en logística. Cada uno de
los integrantes del trío había sido vigilado por un recurso profesional muy
bien pago por la empresa adjudicataria desde los tiempos en los cuales las
cartas de protesta circulaban a discreción. Asumieron como un error capital
haber subestimado la malicia del antagonista. Para vencerlos, para lograr el
objetivo había que pensar como ellos, ser un poco ellos, extremar medidas,
inmolarse de ser necesario.
- Nos suponen
definitivamente derrotados – comentó Cocoroco – Creo que es algo que podemos
aprovechar ya que es posible que de aquí en adelante nos dejen de considerar
tipos de cuidado. Las victorias, casi mecánicamente, hacen relucir la soberbia
de los déspotas.
- Es
muy interesante tu razonamiento – interrumpió El Ruso mientras trataba de
ordenar lo poco que quedaba con algún signo de utilidad – es probable que esa
supuesta creencia sea la llave que nos permita desandar este laberinto plagado
de silogismos e indecisión.
- Ir al
frente el mismo día de la inauguración con las cartas que tengamos en la mano
asociando algo de desesperación con bastante de convicción – sentenció El Loco
Virgilio, para luego agregar – Estos tipos ni sospechan lo que es enfrentarse a
elementos que no tienen nada que perder. La osadía y la peligrosidad se
potencian geométricamente.
- Sin
lugar a dudas – recalcó Cocoroco – Propongo que descansemos un rato utilizando
ese tiempo para que la angustia y la bronca no nos perturben. Una vez
reinstalados en el marco del pensamiento dejemos paso a que nuestras
inteligencias procedan a favor del objetivo. Todavía estamos un tanto
alterados.
Cinco horas de
pleno descanso fue tiempo suficiente para ordenar ideas y reforzar las
maltrechas utopías. El grupo sabía que sin la mediación de aquella acción
armada parapolicial hubieran sido derrotados sin miramientos por sus propias
incapacidades. El principio de acción y reacción reavivó sus espíritus
combativos. El comando de encapuchados arrojó nafta a un fuego que se estaba
extinguiendo de modo natural. La torpeza y la jactancia del poder encendieron
nuevamente la desgastada mecha. El Ruso pidió la palabra...
- “Hay
una sola manera de llegar a la inteligencia de la población y es demostrando in
situ que la obra contiene defectos y factores limitantes que la hacen
inservible para los sectores populares. Propongo que el día de la inauguración
uno de nosotros se lance al natatorio y exponga, con el peso de su cuerpo, que
es necesario revisar su molde definitivo. Arrojarse a la piscina es la mejor
manera de comprobar nuestra teoría, ello nos otorgará la razón de modo
inexorable. Me ofrezco para el operativo. El asunto es demostrar que de pie, un
individuo de estatura media se ahoga; es necesario que nuestros vecinos
visualicen lo indispensable que significa ser un avezado bañista para disfrutar
del predio, que no existen opciones para jugar, para socializar el espacio,
para realizar tratamientos kinesiológicos... Luego de eso la muchedumbre,
sorprendida, no será capaz de objetarnos la experiencia para finalizar
acordando con nuestras posturas. El municipio y la empresa no tendrán más
remedio que acatar la decisión popular. Estamos en presencia compañeros de las
famosas condiciones subjetivas por las que tanto renegaba el Comandante con
Fidel. Es una cuestión de encarnadura. Pequeñas curaciones, ergo victorias...
concientizan, tienen efecto de cascada. La masa se dará cuenta
irremediablemente del rol irremplazable que les cabe como actor colectivo vital
e inexcusable de los movimientos populares elaborando per-se procesos
prerrevolucionarios irreversibles. (Mientras El Ruso se quedó tildado pensando
en la utilización abusiva de prefijos privativos que había desarrollado en su discurso,
un cerrado aplauso del diezmado auditorio – sus dos amigos - acompañado por vítores e insultos al
intendente y a la empresa dio por finalizada la arenga).
- En
principio estoy de acuerdo – asintió El Loco Virgilio – Pero debemos mostrarnos
hasta ese día alejados de toda pesquisa. Es más. Será necesario exhibirnos
cabizbajos, depresivos y sumidos en la impotencia. No se olviden que a la
semana siguiente de la inauguración es el acto comicial. La caterva del
intendente y los empresarios van a estar con todos los sentidos puestos para
darle la mejor pompa y el más digno boato al caudillo, hombre que va por su
“enésima” reelección.
- Aprobado
entonces – aseveró Cocoroco –
El Salto
Cuando El Ruso se
arrojó a la pileta promediando la romería el bullicio aprobatorio modificó de
plano su rictus de jolgorio. El estupor fue el principal invitado poco después
que por uno de los laterales del feudo observaran una sombra que tomaba por
asalto el trampolín y se arrojaba sin remilgos bajo el grito entrecortado de “
a ver si floto”. Ese vuelo interminable y ese grito con acento fueron sus
últimas experiencias científicas, la prueba irrefutable de su generosa
sabiduría puesta al servicio de las impávidas mayorías. El aplauso y los
vítores de sus dos compañeros por la faena exhibida duraron hasta que tomaron
nota de que El Ruso había desestimado su ignorancia en el arte de la natación y
que su metro sesenta y cuatro de altura era ampliamente superado por la
profundidad de la piscina. Detalle no menor y nudo existencial del operativo
militante. La ausencia del correspondiente socorrista dejaba demostrado a las
claras que ese acto revestía solamente burocráticas excusas electoralistas.
La apología del
intendente, las palabras alusivas del propietario de la empresa constructora y
un vino de honor para los “culosucios” del terruño completaban el orden
protocolar. La ceremonia incluía una detallada recomendación por parte de uno
de los concejales oficialistas para reflexionar sobre el venidero acto electoral.
Toda esa pompa, todo ese ritual quedó mutilado imprevistamente por las agallas
de El Ruso. Unas pocas brazadas desesperadas y un físico nada atlético
sentenciaron sus últimos cinco minutos de ciencia. Lentamente y extenuado se
rindió ante la fortaleza de las aguas. Su cuerpo, grotesco, sombreaba un fondo
celeste e insondable. El silencio invadió el predio sin mayores elocuencias;
sólo las voces de Cococoro y Virgilio se escuchaban clamando por el sacrificio
de su colega y amigo a favor de una verdad que nadie quería escuchar. A la hora
y media del suceso cuatro buzos tácticos de la Prefectura Naval, por orden del
juez de instrucción y con presencia física del ayudante del fiscal extrajeron
la masa inerte, blanquecina y germánica de El Ruso, de ahora en más recordado
irónicamente con el mote indeseable que aún lo persigue en el marco del
anecdotario popular. Finalizada la pesquisa, la justicia determinó suicidio por
inmersión. El médico forense de la regional testimonió que la víctima sufría
notables índices de alineación, neurosis y un estado de elevada enajenación.
Como si una autopsia efectuada con tibieza y celeridad pudiera desembocar en
tales conclusiones.
Al extremo final
asistieron sus dos compañeros de aventuras y varias planeras pagadas por la
empresa constructora.
El natatorio de
origen no sufrió modificaciones pero habida cuenta de lo sucedido se construyó
otra piscina, lindera a la original, cuya profundidad no superaba el metro y
medio, y que poseía un sector cercado para uso exclusivo de menores. Dicho
armazón adicional fue realizado por la misma empresa bajo el método de
adjudicación directa con financiamiento del Estado municipal. Los titulares de
la razón social beneficiada con el gerenciamiento del predio fueron apellidos
cercanos al entorno del intendente. La población de Coronel Dorrego ratificó el
mandato del veterano caudillo por cuatro años más en comicios libres y
transparentes, siete días después de las exequias en honor a El Ruso
Versifloto.
Anexo temático.
Dos cuentos cortos en una sola entrega o viceversa
Dos
diamantes esmeralda
- ¿Cuánto?
- Doscientos
mil.
- ¿Pesos?
- No
estoy para bromas, señora. Dólares. Sé que esa cifra no es un problema para
usted.
- Tampoco
se trata de un monto menor, de hecho me obliga a concurrir al Banco y extraer
buena parte del monto de la caja de seguridad que comparto con mi marido,
cuestión que me puede poner en evidencia. Hablo de las cámaras de seguridad,
firmas y demás trámites bancarios que quedan registrados.
- No
es mi problema. Nuestro contacto le habrá informado sobre mis cualidades, de
modo que no tengo nada para agregar. Hay doce viudas que en este mismo instante
están disfrutando de sus lujuriosas y orgiásticas vidas gracias a mis
capacidades, por lo tanto y a la sazón del tiempo transcurrido mis honorarios
logran amortizarse mucho más temprano que tarde. Además no es condición
indispensable que me abone la totalidad antes de llevar a cabo la operación.
Podemos pactar un adelanto razonable y el resto puede cancelarlo cuando sus trámites
de sucesión finalicen. Sospecho que al no tener herencia la cosa se simplifica
notablemente.
- Aquí
y ahora cuento con cincuenta mil dólares en billetes americanos, además puedo
redondear unos cien mil pesos en moneda nacional, con un par de gemas más llego
al cincuenta por ciento de sus honorarios.
- ¿Gemas?
- Dos diamantes
color esmeralda antiquísimos, me los obsequió mi marido el día de nuestro
compromiso.
- Debería
hacerlas tasar para corroborar su valor.
- No
tengo inconvenientes que se las lleve para comprobar lo que le digo. Justamente
hace menos de un año las hice cotizar por tres peritos en la materia y
coincidieron con el valor. Ciento cincuenta mil pesos cada una, en
consecuencia, si acepta, le estaría adelantando, tal cual le mencioné, más de
la mitad del precio pactado.
- De
ningún modo, señora. Esa supuesta diferencia no se traslada hacia mis
honorarios debido a que voy a tener que afrontar los gastos de depreciación que
encierra su comercialización. Estimo que todo lo ofrecido asciende a un
cuarenta por ciento del valor total.
- Confío
en su honestidad.
- Señora,
le ruego ahorrase ese tipo de comentarios. Usted ha llegado a mí debido a
ciertas características que me son propias, peculiaridades avaladas por un
comportamiento intachable. No voy a tirar mi prestigio por mendrugos.
- Siento
haberlo ofendido. Lo dejo con su café, enseguida regreso, voy en busca de lo
conversado.
- Suyo.
La futura viuda exhibía sus genuinas bondades sin
ironías. Cercana al medio siglo, Blanca Cecilia Sastre de Luna, refrescaba su
calendario personal con sesiones estéticas en los centros más acreditados de la
ciudad de Buenos Aires. Solía invertir un promedio de cuatro horas diarias en
su figura. Parte de esas actividades las desarrollaba en su propia casona de
Belgrano contratando profesionales de indiscutible seriedad. En su finca poseía
un pequeño gimnasio moderadamente equipado, una piscina de quince metros de
largo, cubierta y climatizada, y un salón para baños de vapor. Sólo contrataba
mujeres a modo de asistentes domiciliarias. No deseaba incomodar a su marido
con cuestiones que tranquilamente podía resolver fuera del hogar. De modo que
su personal trainer,
su masajista y su profesora de yoga eran de sexo femenino y no por imposición
marital sino por decisión propia. Fuera de su hogar era miembro activo del
Centro de Desarrollo Físico Alvear, acaso el círculo privado más distinguido de
Belgrano en materia deportiva. Allí completaba su rutina con electrodos, pesas
y dos sesiones semanales de danza clásica. Todos los días corría treinta
minutos a buen ritmo, cosa que hacía a media mañana en la cinta que tenía
dispuesta en el jardín de su casa. No se percibían exagerados retoques
quirúrgicos más allá que la perfección de sus senos ingresaba por los senderos
de la sospecha. La soberbia resultante de dicha inversión estaba en ese momento
camino al estudio en busca de cumplir con la mitad de convenio. El hombre,
asesino de profesión, no pudo evitar una cierta y oblicua dispersión.
- Le
ruego cuente el dinero.
- No
sería elegante de mi parte, señora, confío en su honorabilidad.
- Le
agradezco, aquí están los diamantes. Como puede observar son bellísimos.
- Ya
lo creo, algo conozco del tema. Tal vez le haga caso y los recotice, quizás
desestime comercializarlos de modo no se vean castigados por la depreciación
del mercado paralelo. De esta manera, al incorporarlos a mi patrimonio, no nos
veríamos cercados por discusiones bizantinas.
- ¿Acaso
existe alguna destinataria merecedora de las gemas?
- Quizás,
- mintió – (evitando de esa forma cualquier tentación mutua)
- ¿Le
puedo preguntar detalles sobre el operativo, fechas, modos, en fin...?
- Sencillamente
un día lo dejará ver, eso es todo.
- ¿El
cuerpo?
- Es
decisión suya si quiere que aparezca.
- ¿Es
una opción?
- Hay
viudas que escogieron velar a su finado esposo en pomposas y extremas
ceremonias, hay otras que aún simulan aguardar por su regreso. Supongo que el
modo de resolver los problemas financieros tiene que ver con el modelo elegido.
Un cadáver que no aparece es presunción de vida, por lo tanto no hay
posibilidad de subdividir bienes en caso de existir otros herederos.
- ¿Cambia
el honorario?
- No,
Señora. Eso sí, le solicito me informe con la mayor brevedad sus preferencias.
- Ya
mismo le confirmo que no me interesa que su cuerpo aparezca. Si bien no tenemos
familia ni posibles demandantes no tengo deseos de soportar cualquier
intento solapado de rapiña.
- Le
advierto que esta decisión no tiene reclamo ni retorno. La operatoria encierra
incisos irreversibles.
- De
acuerdo. Además puedo liquidarle sus honorarios mucho más rápidamente debido al
ahorro de tiempo y dinero que incluyen los trámites de sucesión.
- Como
usted diga.
- Me
retiro entonces. En setenta y dos horas tendrá noticias mías, en dicha reunión
le informaré los pasos legales a seguir.
- ¿Pasos
legales?
- Por
supuesto. Hablo de hacer la denuncia correspondiente cuestión que le impedirá
al núcleo de relaciones de su marido sospechar de su participación en el
asunto.
- Veo
que es muy expeditivo.
- No
necesito más. Tengo los datos completos de su esposo y la mitad de los
honorarios, sólo resta que cumpla con mi parte del acuerdo.
Hasta ese momento el sicario sabía que Juan Cruz
Luna, la víctima, era un hombre de traza corriente, podía afirmarse que nadie
prestaría atención en su persona. Llevaba su cincuenta y cinco años con muy
poca hidalguía corporal, de hecho lejos estaba del misticismo estético de su
mujer. La rutina laboral constituía el centro de su mundo. Era propietario de
una importante y prestigiosa empresa dedicada al rubro inmobiliario ubicada en
el mismo barrio de Belgrano, emprendimiento que heredó tras el fallecimiento de
su padre de forma directa por ser hijo único. Martillero y Corredor Público
Nacional consiguió potenciar y diversificar los negocios hasta posicionarse
como un hombre de consulta permanente por los más destacados grupos de
inversores porteños. Los activos y las cuentas bancarias daban fe de su éxito
profesional, cuestión que le garantizaba a la futura viuda una vida sin
angustias ni preocupaciones. Lo cierto es que no menos de una decena de
inmuebles alquilados le posibilitaban ingresos fijos que cubrían largamente los
vicios y caprichos de su mujer. Todos los bienes estaban a nombre de Juan Cruz
Luna en condición de casado, con doble rúbrica marital, en consecuencia, ante
su posible ausencia, Blanca tenía disponibilidad sobre ellos sin mediar
trámites ni gestiones adicionales.
Su mano derecha en la inmobiliaria era Joaquín de
Marco, joven apuesto y ambicioso, promisorio y hábil abogado que solía
dispensarle atenciones especiales a Blanca, sobre todo cuando Juan Cruz debía
viajar tanto al interior como al exterior del país invitado por las
asociaciones que lo tenían como miembro honorario y referente indiscutido
dentro del rubro. Evidentemente la intención de la mujer era demasiado obvia a
los ojos del contratado: deshacerse definitivamente de su marido para poder
disfrutar su madurez con un joven más acorde a sus expectativas de vida.
Otra cuestión que debía tener en cuenta el verdugo
era el amplio arco iris conformado por las relaciones de Juan Cruz
derivadas de su profesión. No podía ni debía soslayar que Luna era un hombre de
contactos políticos y jurisdiccionales muy concretos. Sus entrevistas con
diputados de la ciudad, con adherentes a las cámaras empresariales y con
dignatarios de los colegios de abogados y escribanos eran tan corrientes como
el cierre de una simple operación de compraventa. De modo que luego de
retirarse del domicilio de su contratante se dirigió directamente hacia la
inmobiliaria de Luna con el objeto de presumir una posible inversión. Intentaba
conocer con más detalle a su víctima de manera tal acotar todo riesgo posible.
Llegado a destino una hermosa recepcionista le
brindó la bienvenida instándolo a que aguarde unos minutos por su entrevista.
Pasado lo que duró su café, detalle que gentilmente aceptó de la joven, tres
personas de mediana edad y ropas elegantes se retiraban del local acompañados
hasta la puerta por el propio Juan Cruz. Este, de camisa y corbata, ambas
prendas de moderada calidad, volvió sobre sus pasos poniendo atención en
quién lo estaba esperando...
- Usted
me buscaba, señor. Encantado Juan Cruz Luna, soy el titular de la empresa, en
qué puedo serle útil – de inmediato, aplicando lenguaje gestual, lo invitó a
ingresar a su privado mientras la conversación continuaba desarrollándose
normalmente -
- El
gusto es mío, me apellido Martins – mintió el asesino –, estoy interesado en
participar en un fondo de inversión; allegados con experiencia en el tema me
informaron que nada mejor que su empresa para hacerlo de modo confiable.
- Me
halagan sus consideraciones – Juan Cruz interrumpe la conversación unos
segundos y le indica a su secretaria, por línea interna, que no debía ser
molestado bajo ninguna circunstancia -. Disculpe Martins pero la charla va a
derivar en temas delicados que usted debe conocer antes de efectuar una
inversión de semejante tenor.
- Le
hablo de dos millones y medio de pesos.
- Más
a mi favor entonces. Le cuento, la situación está muy complicada. No hablo del
mercado inmobiliario, ese inciso camina relativamente bien, me refiero a mi
actual solvencia para afrontar determinados emprendimientos. La última
experiencia, acaso la más ambiciosa, ha sido un fracaso total y me encuentro
rodeado por litigios y embargos varios. Tuve la mala fortuna de confiar en
socios de marcada malevolencia que han dejado un tendal de cheques de los
cuales debo hacerme cargo por cuestiones de honorabilidad; no puedo ni debo
defraudar a personas que de buena fe, como usted, se acercaron a la empresa
descontando cualquier posible contingencia. Por varios años tendré comprometido
mi patrimonio personal. Estimo como intención de máxima mantener la fuente
laboral de mis colaboradores y cumplir con la totalidad de los compromisos
asumidos. De hecho ni Blanca, mi señora, sabe de la cuestión, no deseo
preocuparla. Los tres caballeros que vio salir hace un rato de aquí oficiarán
de futuros albaceas.
- ¿Qué
sucedió puntualmente?
- Asuntos
políticos. Seré breve. Hace un año presenté ante las autoridades de la ciudad
un programa para la construcción de condominios populares en terrenos fiscales
ubicados en la zona de Mataderos. Se trataba de cuatro núcleos habitacionales
con cuarenta y ocho departamentos cada uno que supuestamente saldrían a la
venta mediante líneas de créditos blandos dirigidos al programa “primer
vivienda”. El proyecto logró la unanimidad legislativa, razón por la cual
comenzamos a desarrollar la idea trabajando en los movimientos de tierra,
licitando la compra de materiales, alquilando las maquinarias etc., vale decir,
asumimos compromisos económicos teniendo en cuenta las seguridades que nos habían
brindado. Ocho meses después un veto inesperado del jefe de gobierno hizo que
todo vuelva a foja cero, de modo que de ahora en más debo afrontar las costas
como cabeza responsable del fideicomiso.
- El
jefe de gobierno es el socio malévolo al cual se refería.
- Es
uno de ellos. Juan de Marco, mi ex colaborador es el otro. Esta misma mañana lo
tuve que despedir al descubrir su participación en una operación en contra del
proyecto dentro de la misma legislatura. Además no tuve otra alternativa que
poner a la venta mis activos no financieros, cuestión que pude resolver previo
acuerdo económico con los inquilinos. De los diez inmuebles sólo me quedan dos.
De todos modos tendré las cuentas inmovilizadas hasta que la cámara en lo civil
y comercial lo considere. Le estoy hablando de varios millones de pesos
- ¿Y
no pudo acudir a Nación?
- Justamente
gracias a ellos estoy encauzando la cosa. Si bien no soy oficialista el
proyecto tenía una enorme aceptación política en sintonía con el modelo
vigente. Algún funcionario nacional me comentó a modo de comparativa que lo
ocurrido se asemejó mucho al proyecto Tecnópolis cuando hubo que reubicarlo. El
tema es que yo no cuento con otros solares alternativos. Lo único que deseo es
mantener a mi esposa ajena de estos problemas. Hace casi un año que he
descuidado la relación y prefiero que piense que soy un mal esposo antes que
una mala persona. No me gustaría que su nombre se vea mezclado entre fraudes y
estafas. Por eso amigo Martins, si desea realizar ese tipo de inversiones le
recomiendo asegurarse muy bien que los proyectos tengan la debida aprobación.
No confíe, coteje los papeles y revise puntillosamente la información que le
suministran.
- Le
agradezco mucho su sinceridad y espero que pueda salir airoso de la coyuntura -
un fuerte apretón de manos dio por concluida la reunión, la mirada extraviada
de Juan Cruz Luna fue lo último que necesitaba el asesino para comenzar a
bosquejar su tarea -
Tres certezas se llevó el criminal de la
inmobiliaria. La primera de ellas era que iba a matar a un buen hombre,
cuestión que no lo conmovía en lo absoluto debido a que ya le había sucedido en
otras oportunidades, la segunda, acaso la más significativa, era la escasa
probabilidad que tenía para cobrarle a la esposa el saldo del contrato. Con los
fondos embargados no era ella la persona más capacitada para revertir, en el
corto plazo, la cuestión financiera. A la vez y como tercer dilema no podía ni
debía rescindir el compromiso ya que dicha actitud, al divulgarse, conspiraría
en contra de su futuro como eficiente ejecutor. Su sensación inicial era muy
confusa.
Estimó prudente encerrarse en la soledad de su
hogar; una pequeña chacra ubicada en la zona de Cañuelas. Al llegar decidió
pegarse una ducha, prepararse una minuta y analizar muy bien los caminos
posibles a tomar. Estuvo un largo rato con la mirada perdida en dirección hacia
los diamantes; los tomó, jugó con ellos, los pasó de mano en mano, los
guardaba, los arrojaba como dados sobre la mesa, de algún modo trataba que esas
gemas lo ayudasen a aclarar sus oscuridades conceptuales.
Luego de varias horas delante de su ordenador
entendió que no iba a encontrar allí las respuestas que buscaba; ellas estaban
incluidas dentro de un segmento desconocido, escasamente escrutado en el marco
de su vida criminal: El humanismo. Debía matar, pero a quién... Y la respuesta
apareció inmediatamente, sin refutaciones, sin tangibles quebrantos. Blanca
Cecilia Sastre de Luna y su joven amante valían mucho menos que la mitad de lo
que valía Juan Cruz, de modo que el objetivo se había modificado, no sólo por
cuestiones de mercado, ya que se dio por bien pagado, sino también por dilemas
de carácter ético.
A la mañana siguiente depositó en el buzón de la
casa del matrimonio Luna una esquela sin remitente, escrita a máquina
convencional, dirigida a la señora de la casa, en ella le solicitaba una
reunión urgente para finiquitar los detalles del convenio. Al momento de darse
por enterada Blanca se puso en contacto telefónico con el asesino determinando
ambos como óptimo lugar de cita la propia chacra del matador; las cinco de la
tarde fue la hora convenida. El punto de encuentro sería la Estación de
Servicio ubicada en la intersección de la autopista Buenos Aires-Cañuelas con
la Ruta 205. Durante la conversación el hombre le aclaró a su contratante sobre
la importancia de la reunión y la expresa necesidad que Joaquín de Marco
estuviera presente.
Conforme lo conversado el contratado llegó al sitio
conduciendo su camioneta media hora antes, de modo no verse sorprendido por
ninguna contingencia. A las cinco en punto arribó la pareja en el diminuto
automóvil importado del joven abogado. Luego de los saludos corrientes ambas
unidades partieron en caravana con destino a la chacra, simulador ubicado a
diez kilómetros de distancia del cruce. Pasadas las dificultades de los caminos
vecinales llegaron por fin a la vivienda; chacra ciertamente aislada, pequeña,
propiedad que aún conservaba la elegancia de lo que otrora fuera un centro
dedicado a la producción lechera. La finca estaba conformada por cuatro
ambientes amplios, confortables, escasamente amueblados; el predio estaba
rodeado por una tupida arboleda, parque de dos hectáreas de amplitud colmado de
cercos naturales y añosos eucaliptos prolijamente encausados.
La reunión duró apenas treinta minutos. Antes de
los certeros balazos que terminaron con la vida de ambos visitantes los temas
transitaron como excusa so pretexto de instalar a la pareja en las cercanías
del lugar en donde el propietario suele depositar el despojo de aquella víctima cuya viuda ha decidido olvidar. Blanca y Joaquín, como el
resto de sus anteriores mártires, serían bañados post mortem en cal viva de modo
reducir sus dimensiones. Los excedentes cubrirían apenas los límites de dos
bolsones termo-sellados. Los mismos concluirán sus universales inexistencias
dentro de unas masas de concreto, diseñadas de ex profeso, con moldes acordes a
las anchuras humanas, todo esto en el interior de una suerte de bóveda
subterránea construida bajo los pisos de pinotea de uno de los ambientes, acaso
el más fresco. Durante la noche, el pequeño Mini Cooper azul del abyecto abogado fue totalmente
desmantelado, distribuyendo sus piezas de modo azaroso en el transcurrir de la
madrugada, y a lo largo de los quince kilómetros de uno de los tantos caminos
vecinales del distrito, senderos improvisados y extremos, tan descuidados y
sucios como escasamente transitados. Los paneles de chapa más voluminosos,
limpios de huellas, fueron depositados subrepticiamente en los tres cementerios
de chatarras de la propia localidad de Cañuelas.
Al día siguiente Juan Cruz, que por cuestiones
laborales se había quedado a pernoctar en la inmobiliaria, encontró detrás de
la reja de protección del local una encomienda en cuyo interior había una carta
escrita a máquina convencional; el paquete adolecía de sello postal y
remitente. En la misiva Blanca le hacía saber sobre su indeclinable decisión de
abandonarlo. El texto era claro y contundente. A su entender la pareja había
dejarlo de serlo desde hacía mucho tiempo no encontrando razones sólidas para
continuar simulando. Le agradecía los momentos vividos y declinaba cualquier
intento por dividir bienes teniendo en cuenta que todo el sacrificio había sido
aportado por él. Le pedía disculpas por no haberlo acompañado como es debido
deseando que conserve sus dos diamantes esmeraldas como recuerdo de los veinte
años compartidos. Juan Cruz, con suma tristeza y dolor, volcó encima del
escritorio el sobre mayor, de inmediato cayeron ambas gemas, su regalo de
compromiso, una de ellas se deslizó delicadamente lindera al cenicero, la otra,
de manera vertiginosa, cayó al piso quedando alojada tras el cesto de residuos.
*
- ¿Qué me puede informar sobre su esposa? Me refiero a sus
últimos encuentros y otras cuestiones, le advierto que por menores que sean no
dejan de ser significativas – preguntó el Inspector Arrieta con marcado tono
inquisidor -
-
Le reitero lo que hace una semana declaré ante a su ayudante.
Hace tres meses recibí una nota escrita a máquina, supuestamente de ella, en
donde se despedía sin dar mayores precisiones. La carta estaba acompañada por
el obsequio que le había hecho el día de nuestro compromiso: dos diamantes
color esmeralda que conservo en mi poder – respondió Juan Cruz Luna -
-
¿Tiene la nota?
-
No. La rompí diez minutos después de leerla. ¿Pero a qué se
debe tanta insistencia sobre el tema?
-
¿Conoce al doctor Joaquín de Marco?
-
Fue mi más cercano colaborador durante cinco años. Lo despedí
justamente por esos días.
-
Le debo informar que sospechamos sobre cierta conexión entre
ambas personas.
-
¿En qué se basa para tan injuriosa afirmación?
-
Un familiar del abogado nos habló que su esposa y de Marco
mantenían una relación clandestina. Resulta que todo comenzó hace un mes cuando
recibimos de parte de este allegado un pedido de investigación de paradero. Según la denuncia,
el joven se encuentra desaparecido desde hace tres meses. Pocos días atrás
obtuvimos las imágenes que las cámaras de las cabinas tomaron de su auto
cruzando el peaje que se encuentra ubicado en la autopista Buenos
Aires-Cañuelas a la altura de Ezeiza. Me gustaría que observe la serie de
fotografías que traje, y si puede, intente identificar a la persona que
acompaña al abogado.
-
Con mucho gusto.
-
Le confirmo, el coche es el de Joaquín, no tengo dudas. Solía
ufanarse hasta el cansancio de su diminuto automóvil importado.
-
Aquí tiene otra.
-
Si es él. En esta imagen se observa claramente su rostro. Le
debo confesar que no percibo con claridad a su acompañante. Parece una mujer.
-
A ver qué nos puede decir sobre esta otra.
-
Es Blanca. Mi esposa.
-
Confirmado entonces.
-
¿Qué fecha tienen las fotos, inspector?
-
6 de Noviembre.
-
Recuerdo perfectamente que al día siguiente recibí la nota
que le mencioné. Y lo recuerdo debido a que ese día, en medio de la tristeza,
recibí el bálsamo que significó el otorgamiento de una línea de créditos
oficiales que me permitieron levantar una decena de embargos.
-
¿Me puede informar las razones por las cuales despidió al Doctor Joaquín de
Marco?
-
Descubrí que hizo gestiones en la legislatura en contra del
plan de inversiones que yo mismo había armado a favor del proyecto inmobiliario
denominado Primer Vivienda.
-
¿En algún momento sospechó que su esposa podía estar
involucrada con este hombre?
-
Jamás. Si bien la relación se había desgastado producto de
mis problemas financieros, trataba de mantenerla al margen del asunto.
-
Le cuento Luna que no tenemos imágenes fotográficas de un
posible regreso por vías pagas, tampoco tenemos registros que hayan circulado
por los peajes Cañuelas y Lobos. De modo que nuestra zona de pesquisa la hemos
centralizado en los límites cercanos a la autopista. Estamos barriendo el
terreno cinco kilómetros a los lados de la autovía, de momento descontamos
cualquier incursión por senderos alternativos.
-
¿Cuál es la hipótesis, inspector?
-
Varias. Desde una luna de miel interminable hasta un
secuestro que se complicó. Lo cierto es que nos resulta muy llamativo no poder
dar con el auto. Desde que aquel allegado nos informara que Joaquín era
propietario de un Mini Cooper azul
hemos detenido cuanto vehículo similar circula por el país, de cualquier color,
de cualquier año. Ni rastros del coche. Además ese modelo no está dentro de las
franjas del mercado del repuesto. Los autos de alta gama cruzan las fronteras.
Horas viendo videos, imágenes, secuencias.
-
¿Los desarmaderos?
-
Tampoco. Esa es información de primera mano, Luna. Todo lo
que cae en los desarmaderos lo sabemos.
-
¿Gastos en tarjetas?
-
Nada.
-
¿Usted sospecha de mí, inspector?
-
En lo absoluto. Todo lo que nos declaró ya lo sabíamos, de
modo que su soledad, sus deudas, sus relaciones empresariales, sus problemas
financieros, sus contactos políticos, no nos resultaron novedad. Hubiese sido
extraño que nos ocultase algo de esa información. Quédese tranquilo. Usted es
un hombre que fue abandonado por su esposa y al mismo tiempo timado por un
joven abogado sin escrúpulos que se relacionaba íntimamente con ella.
-
Algo así como un pelotudo.
-
No. Una víctima. A propósito, me dijo que aún atesoraba las
gemas.
-
Sí.
-
De todos modos no abrigo muchas esperanzas que se conserven
huellas o vestigios.
-
No, olvídese, las limpié y las guardé en mi caja de
seguridad.
-
Nada más para decir entonces. Habrá que esperar los rastreos,
no nos queda otra alternativa.
-
Estoy a sus órdenes Inspector.
-
Buenos días y gracias por su atención.
Mientras manejaba hacia sus
dependencias oficiales, Arrieta observaba que no tenía otro horizonte que
chocarse con alguna circunstancia azarosa. Dos personas mayores, de buena
posición económica, desaparecidas hace tres meses; un par de fotos en un peaje
en donde se los observa juntos y casi doscientos kilómetros cuadrados rurales
para sondear... muy poco, casi nada, pensó... Llegado a la oficina, luego de
colgar el saco en el perchero y antes de arrojarse en su sillón sonó el
teléfono fijo.
-
Jefe, tengo algo sobre el autito.
-
Ya mismo te venís para el despacho – en menos de dos minutos
el oficial Carrizo estaba ingresando en el privado de su superior -
-
El móvil de Ayersa y Bonetti pincharon justo frente a un
cementerio de chatarras que queda sobre un camino vecinal, a ciento cincuenta
metros de la Ruta 205. Mientras Ayersa cambiaba la goma, Bonetti se fue a mear
en un pajonal lindero. Bajo unos chapones oxidados descubrió los paneles
laterales delanteros de un automóvil pequeño, color azul marino. Según lo que
me dijo no tiene dudas que pertenecen a un Mini
Cooper. Vienen para acá con los repuestos.
-
Estupendo. De paso comunicate con los demás móviles y les
ordenás, de mi parte, que revisen al detalle todos los depósitos de chatarra de
la zona. Quiero que los revisen de palmo a palmo. No me extrañaría una
dispersión de repuestos.
-
¿Con qué objeto, Jefe? Es un auto al que se le puede sacar
mucha plata.
-
Si es como sospecho, esto no fue un asunto de guita, o en su
defecto la guita se consiguió de otro modo y el auto representaba un tema
menor, acaso una carga que era imprescindible sacarse de encima.
Efectivamente, a la mañana siguiente
tenían prácticamente completa la carrocería del auto, incluso hallaron en un
descampado cercano a uno de los cementerios de metales los paragolpes y las
cuatro llantas con sus respectivos neumáticos colocados. Si bien los repuestos
estaban con notorios rastros de la erosión, producto de haber estado a la
intemperie, los investigadores tenían buenas esperanzas en encontrar alguna
huella que les permitiese recabar
indicios sobre lo ocurrido. Mientras esto sucedía Arrieta comenzó a descartar hipótesis. Desechó de plano toda la batería de delitos comunes y a la
vez desestimó que el abogado estuviera con vida. El automóvil era su única
inversión concreta de modo que observaba como absurdo, en caso de estar con
vida, sacrificar algo que en nada incidía en su suerte individual. Ese desmembramiento
del vehículo daba por sentado que alguien se había tomado la gravosa tarea de
tratar que esa prueba dejara de existir, en línea con lo que supuestamente le
pudo haber sucedido a su propietario. La mujer aún no encajaba dentro del
dilema.
Durante las cuarenta y ocho horas
siguientes otros asuntos entretuvieron la atención del inspector Arrieta.
Cuestiones no tan complejas: finalizar con formas burocráticas atrasadas,
determinar las licencias de su personal, rendir los gastos corrientes, obligaciones
que por menores no dejaban de ser responsabilidades importantes de cara a sus
superiores. Arrieta sabía que un evento criminal podía resultar una incógnita
insondable, eso era absolutamente admisible dentro del ámbito policiaco, pero
olvidarse de las obligaciones administrativas constituía, dentro de la fuerza,
poco menos que un crimen de lesa humanidad.
-
¿Está ocupado, Jefe? – Bonetti, por la bocina interna,
interrumpía de ese modo el estado de concentración que invadía en ese preciso
momento al Inspector –
-
Te escucho.
-
Tengo el informe sobre el auto, me lo acaba de alcanzar
científica.
-
¿Algo interesante?
-
No lo leí.
-
Leelo con sumo detalle, resaltá los puntos interesantes, en
media hora venite al despacho para analizarlo juntos.
-
Entendido.
Efectivamente. Arrieta necesitaba ese
tiempo para finalizar sus obligaciones administrativas. Aburrido y cansando de
estas minutas puso todo su empeño para dejar libre el escritorio de manera tal
afrontar sin preocupaciones anexas la tarea que realmente le interesaba.
-
Permiso Jefe.
-
Dale pasá, sentate. ¿Algo para destacar?
-
Poco, casi nada le diría. Cuando menos yo no he podido
observar nada relevante.
-
¿Resaltaste alguna cosita que te haya llamado la atención?
-
Las chapas están muy invadidas por la erosión, no encontraron
ningún tipo de huella humana, los paneles iniciaron su proceso de oxidación.
Con los paragolpes sucede lo mismo. En donde los investigadores ponen su
atención es en los neumáticos. Aparentemente observaron en los surcos de las
gomas rastros grasientos provenientes de tejido animal. Fíjese Jefe, página
seis.
-
Veamos. “Se observan entre las hendiduras de los
neumáticos rastros de cuajo o grasas lácteas adheridas a las superficies de las
gomas ocultas bajo capas de tierra. Dichos hallazgos se reiteraron en los
cuatro elementos investigados”...
-
Fuera de esta aclaración no va a encontrar nada interesante
en el informe.
-
No es poca cosa Bonetti. Hay dos opciones. Este auto circuló
por sobre una ruta inundada en leche o pasó algunas horas dentro de una suerte
de tambo.
-
Bueno Jefe, no debemos olvidar que Cañuelas es zona lechera.
Estoy seguro que si nos paramos en los peajes cercanos y revisamos los surcos
de todos los autos que circulan más de uno tendrá rastros como los que describe
el informe.
-
Es cierto lo que decís. Pero fijate que los científicos
aclaran que algunos surcos están cubiertos en su totalidad. Se me hace que este
coche estuvo estacionado durante varias horas sobre un fangal lechero en donde
su propio peso hizo el resto. Pensemos en voz alta Bonetti; pero antes de
seguir ubicamelo a Ayersa, este pelotudo nunca está en su sitio de laburo.
-
Ya se lo traigo – Bonetti salió de la oficina y con un solo
grito logró el objetivo deseado. Ayersa, apurado ante tan fervorosa
convocatoria no tardó más de diez segundos en entrar a la oficina del Inspector
–
-
Escuchame Ayersa. ¿Vos encontraste los neumáticos? – inquirió
Arrieta
-
Sí Jefe.
-
¿Notaste algo raro?
-
Estaban totalmente engrasados, diría que viscosos. Recuerdo
que los recogí sin guantes. Se me resbalaban de las manos.
-
Quizás tu error de procedimiento desemboque en una pista –
aseguró el Inspector -
-
Espero que no me informe.
-
Quedate tranquilo. Volviendo al asunto es evidente que
debemos centralizar nuestra búsqueda en aquellos predios tamberos de la zona.
Para ello no existe mejor informante que el Municipio. Vamos a comenzar por
allí. Bonetti, ponete en contacto con el intendente y con las fuerzas de
seguridad de Cañuelas. Quiero en veinticuatro horas el listado completo de los
establecimientos. La información debe incluir razón social, identidad de sus
propietarios y ubicación exacta de cada uno. Que no omitan ninguno, sean ellos
emprendimientos industriales o chacras familiares. Vos Ayersa, averiguá si las
dos personas desparecidas tenían celulares. De contar con la afirmativa
conseguí los números y llamá, quiero ver qué sucede,
-
De acuerdo Jefe – ambos auxiliares luego de contestar al
unísono se retiraron de la oficina con la celeridad que las órdenes incluían –
Arrieta tuvo la impresión de haber
encontrado una veta, acaso pequeña. Sabía que el tiempo transcurrido conspiraba
en contra de la investigación, de todas formas algo es algo, y en estas
cuestiones nunca se sabe. Decidió hacerle un llamado telefónico a Juan Cruz
Luna. Su idea era ponerlo al tanto de cómo se desarrollaba la investigación y
de paso platicar e informarse acerca de algunas particularidades de su señora
esposa. Costumbres, hábitos, relaciones, cosas por el estilo. Luna aceptó el
convite con sumo agrado proponiéndole al Inspector un amistoso almuerzo no sin
antes avisarle que su colaborador Ayersa, ya se había puesto en contacto con él
por el asunto del celular. Un pequeño restaurante familiar ubicado sobre la
Avenida Juramento, frente a las Barrancas de Belgrano, fue el lugar escogido.
-
¿Cómo marchan los negocios Luna?
-
Hablando mal y pronto, tapando agujeros. Creo que es el
destino que me espera de aquí a varios años.
-
¿De salud?
-
Tirando. Trato de controlarme la diabetes. El médico me
recomendó que salga a caminar durante una hora de tres a cuatro veces por
semana. ¿Lo suyo?
-
Intentando, siempre intentando.
-
A propósito, el celular de mi señora lo tengo en casa. No sé
si lo olvidó o decidió dejarlo. Le aclaro que Ayersa sólo me solicitó el
número.
-
Si, fui la orden que le di. ¿Se lo puedo mandar a buscar?
-
Mire que está fuera de servicio.
-
No importa. Quiero constatar que no haya quedado nada en su
memoria. Me gustaría que el aparato sea analizado.
-
Cuando quiera. Prefiere que se lo lleve.
-
No se preocupe, lo voy a mandar al mismo Ayersa para que lo
retiré. ¿Qué me puede decir sobre las costumbres de su mujer?
-
Típica señora de clase media acomodada; muy preocupada por su
estética personal y la vida sana. Socialmente mantenía un perfil apocado
estando totalmente al margen de mis actividades, de hecho nunca se enteró, por
lo menos de mi parte, del estado financiero de la empresa.
-
No deseo desencantarlo amigo Luna, pero si como presumimos
estaba relacionada con Joaquín de Marco no se extrañe que ella supiera mucho
más de lo que usted supone.
-
Hable claro Arrieta.
-
No me extrañaría que entre los dos hayan intentado sacarlo
del medio Luna, y que el diablo, es decir un tercero, metió la cola debido a un
mal reparto. Por eso es de vital importancia contar con la memoria de su
celular y relacionar esos datos con los lugares en donde se hallaron los
repuestos del auto. Le digo un tercero a modo de ejemplo, ya que pudieron ser
una o más las personas implicadas en la cuestión.
-
Si de intereses económicos se trata llama mucho la atención
que Blanca me haya devuelto los diamantes. La cotización de cada uno de ellos
no baja de los siete mil dólares. Le hablo de piezas esmeralda cuyo formato y
quilates los hacen únicos en el mundo.
-
Son contradicciones que desacomodan. Fíjese que quien desarmó
el automóvil de Joaquín no tuvo reparos en liquidar casi con desprecio un bien
que en el mercado del usado de alta gama sale unos cuarenta mil dólares. Le
hablo de gemelos, muy cotizados fronteras afuera por supuesto. Evidentemente
aquel que lo hizo no tenía otra alternativa.
-
Entre las dos variables estamos hablando de un millón y medio de pesos, Inspector.
-
Le confieso que este caso me ha seducido enormemente debido a
su complejidad, me avergüenza decírselo, pero lo observo como un dilema digno
de Chesterton. De hecho deseo con todas mis fuerzas lograr alguna señal
atrayente que interese al fiscal. La justicia desestimó el caso por falta de
elementos probatorios. Vamos a ver si podemos ahora impulsar la causa. En otro
orden de cosas me gustaría saber si su señora disponía de dinero en efectivo.
-
Por supuesto. Y eso se lo llevó todo. Calculo que entre
moneda nacional y americana contaba con un cifra cercana a dos millones.
-
Ve que no hay relación Luna. No es el dinero el móvil. Aquí
hay algo que sale de la vulgaridad. Repasemos. Dos peronas que desaparecen con una cifra millonaria en su poder;
al mismo tiempo, un auto de alta gama es sacrificado, algo que resulta razonable desde el punto de vista probatorio, siempre y cuando tuvieran una alternativa de transporte, pero lo
de las gemas es absolutamente absurdo.
-
¿Qué piensa?
-
Lo que pienso encuentra prontas refutaciones antes de ser
elaborado, dichas refutaciones aparecen como posibilidades, estas
posibilidades, de inmediato, se desvanecen ante una nueva refutación. Es una
espiral infinita de sortilegios.
-
Encima no hay certezas sobre si están con vida.
-
No hay consumos registrados electrónicamente ni movimientos
bancarios, hablo de tarjetas de crédito o débito, cosa poco creíble en gente de
clase media. No hay cenas, almuerzos, compras de ropas, mercados, micros. Le
soy sincero, si usted me pide una opinión, observo un panorama luctuoso. Me
duele decirlo, pero no puedo engañarlo. Ahora bien, si me solicita precisiones
navegaría por aguas profundas en morosidad. A estas alturas tanto el asesinato
como la inmolación cuentan con un mismo rango de probabilidad.
-
En el marco de su razonamiento no me parece descabellado que
se estén manejando con el efectivo y que al mismo tiempo no deseen dar señales
de vida.
-
No lo descarto. Pero le pregunto ¿Si esa es la intención, qué
objetivo tienen al disparar una denuncia de desaparición sobre la persona de
Joaquín? Con un llamado de éste alcanzaba para que sus allegados no se
inquieten y de ese modo evitar que la ley intervenga. No mi amigo. Nadie que no
desea ser buscado propiciaría una movilización policíaca. Nuestras esperanzas
descansan sobre los datos que obtengamos en la zona y la información que puede
tener escondido el celular de su señora.
-
¿Usted es un hombre de fe Arrieta?
-
En lo absoluto.
-
Me lo temía.
El almuerzo entró en su inevitable
crepúsculo en la misma medida que los temas se fueron acotando. Una cordial
despedida con la promesa de mantener mutua comunicación determinó el final del
encuentro. A las tres de la tarde Arrieta ingresaba a su despacho presto y a la
espera de recibir las encomiendas ordenadas.
En menos de tres horas y motivado por
el tedio liquidó un paquete completo de Camel, cigarrillo que había adoptado
desde joven por determinismo norteamericano; sólo había interrumpido su consumo
durante los ochenta a costa de los luego discontinuados Parisiennes livianos,
tabaco negro de fina elaboración, muy propio para aquellos fumadores que
deseaban contar con algo más que matar el vicio. Sin el marketing y el carácter
invasivo de su hermano más popular, los Parisiennes livianos fueron de rito
riguroso para los que deseaban un cigarrillo de elevada calidad. Más allá de
ser un desenfrenado consumidor resultaba muy extraño que Arrieta se quedara sin
tabaco. Varios cartones de Camel solían descansar dentro de sus ficheros,
cuestión que manejaba bajo estrictas reglas de logística, incluyendo un punto
de reposición que le permitía abortar todo posible desabastecimiento.
Faltando poco para las ocho de la
noche el Departamento de Investigaciones Operativas comenzaba a vivir su
paisaje nocturno. Sin personal administrativo los pasillos parecían ofrecer
algo más de oxígeno, menos murmullos y nula congestión.
-
Voy para su oficina Jefe, le llevo el celular de Luna –
Ayersa, desde el otro lado de la línea, interrumpía de ese modo una pequeña
siestita que Arrieta se estaba regalando –
-
Y para qué lo quiero pelotudo – contestó enojado el Inspector
-, llévaselo a los técnicos y que lo den vuelta como una media.
-
Pero hay alguien a esta hora.
-
Debería.
-
Espero que me den bola entonces.
-
Manejate con segura autoridad y si no te dan pelota
informales que, personalmente, me encargaré de masacrarlos en asuntos internos.
-
Haré lo que pueda.
Diez minutos pasaron hasta que
nuevamente el teléfono interrumpió su paz.
-
Jefe, soy Ayersa. Ya están trabajando con el celular de Luna.
En dos horas, según me dijeron, le acercan el informe –
-
Buen trabajo, y me retracto por lo de pelotudo. Perdón y
gracias. Otra cosita Ayersa: ¿Sabe algo de Bonetti?
-
Conversamos hace un par de horas, todavía andaba por
Cañuelas. Según me comentó lo estaban forreando bastante en el Municipio.
-
Era previsible. En las pequeñas localidades nadie le pone el
cascabel al gato. Hasta es probable que haya gente de la política local en ese
listado. Deben estar con el culo a cuatro manos ante la incertidumbre.
-
Le agrego que la subdelegación regional tampoco lo está
ayudando demasiado.
-
Más de lo mismo. Bueno Ayersa, teneme al tanto de todo.
El aviso de un correo electrónico
puso en alerta al Inspector. Al abrirlo un escueto “para su información”
precedía los nombres de quince empresas, tanto industriales como familiares,
dedicadas a la actividad lechera. El archivo contenía los datos completos de
las firmas: nombres de titulares, proveedores y clientes. Otro escueto
“atentamente” con el nombre del
intendente de Cañuelas cerraba el mail. Un “gracias recibido” fue lo único que
se le ocurrió como respuesta protocolar. Prefirió no extenderse demasiado
sabiendo lo limitado de su prosa.
Hasta las diez de la noche estuvo
concentrado en el análisis del listado. Estableció prioridades investigativas y
planificó toda la tarea por venir. Durante esas dos horas no había sido
interrumpido, de modo que pudo trabajar como tanto le gustaba: “sin que le
rompieran las pelotas”. Asumiendo que nada dura demasiado y menos lo bueno se
dispuso atender a quién en ese precioso y preciso momento estaba adulterando su
paz. Al abrir la puerta del despacho uno de los jóvenes del departamento de
tecnología le devolvió al Inspector lo que sólo era una simple carcasa vacía
debido a que el chip no estaba dentro del aparato, advirtiéndole que no le
preparó ningún informe por escrito producto que no había nada para informar.
Luego de que el joven se retiró y en la soledad de su despacho, Arrieta guardó
el celular haciendo borrón y cuenta nueva dedicándose con exclusividad al
análisis que el “tecnológico” había interrumpido.
Arrieta no tenía parentela.
Consideraba incompatible su pasión por la criminología con las exigencias que
siempre tienen las cuestiones familiares. Sus relaciones ocasionales estaban
insertas dentro de la misma fuerza, mujeres que entendían la vida acaso de la
misma manera, de modo que su departamento particular era una prolongación de su
despacho, o viceversa, hasta ciertos incisos de la decoración resultaban
coincidentes, en consecuencia, dormir en el privado del Departamento de
Investigaciones Operativas o en su casa, lo mismo daba.
Poco antes de medianoche y cuando se
disponía a descansar - su intención era hacerlo al menos cuatro horas – el
incómodo tañido de su ordenador personal le anunció que un correo electrónico estaba
en la bandeja de entrada para su lectura. A priori no lo relacionó con la
investigación, de todos modos decidió atenderlo en ese mismo momento por
cuestiones de curiosidad. El usuario que remitía el extenso mensaje era un tal
Trisman1955@gmail.com
Estimado inspector Carlos Arrieta:
Lo quiero ayudar a que no siga
perdiendo más tiempo, su talento no merece caer en fosas abisales. Le advierto
que ni siquiera intente rastrear este mensaje. Al momento de leerlo la máquina
que lo disparó ya no existirá, debido a que fue destruida luego de ser
utilizada con exclusividad para este fin. Si bien el sitio de envío puede
acercarle alguna precisión le cuento que he tomado las adecuadas precauciones
para que tal cosa no guarde ningún tipo de relación conmigo. Estamos promediando la segunda década del tercer milenio, usted sabrá que capturar
señales de Wi-Fi es demasiado sencillo y no se necesita un lugar físico
determinado para realizar una puntual conexión.
Estoy enterado que me está buscando.
Soy efectivamente quién secuestro y luego asesinó a la señora Blanca Cecilia
Sastre de Luna y al señor Joaquín de Marco. Le debo confesar, como profesional
en la materia, que el trabajo en cuestión resultó de lo más vulgar que he
realizado hasta la fecha. De hecho asumo ciertas vergüenzas artísticas al
respecto. Acostumbro otorgarle a mis encomiendas elementos distintivos, dilemas
y encrucijadas que suelen colocar a la ley en sitios incómodos. Usted y yo, en
el pasado, hemos cotejado talentos, realmente tengo profunda admiración por su
perseverancia y destreza. Lamentablemente para usted siempre he salido
vencedor, cosa que en algún rincón del espíritu me mortifica.
Pero este doble crimen tiene motivos
extraordinarios que considero debe conocer. En primer lugar le informo que fui
contratado por la señora de Luna para asesinar y hacer desaparecer el cuerpo
del señor Luna. Doscientos mil dólares estadounidenses fueron los honorarios acordados. Blanca Cecilia Sastre, en
complicidad con el señor de Marco, deseaba quedarse con la fortuna del futuro
occiso y al mismo tiempo disponer de esos bienes sin necesidad de trámites
jurídicos. Vale decir, mantener, desde los papeles, un matrimonio inexistente. Lo cierto es que el señor de Marco complotó
contra los proyectos de Luna con la intención aviesa de bajarle las defensas y
facilitar su manipulación. La señora, rejuvenecida y hermosa, pretendía tomarse
para sí lo que supuestamente afirmaba merecer.
Usted se preguntará las razones por
las cuales modifiqué mis objetivos. Acaso me estaré poniendo viejo y
melancólico, quizás al conocer a Juan Cruz Luna, por obvias razones
profesionales, decidí que ese hombre era demasiado noble como para que nada
quede de su historia. No lo sé con certeza, lo tangible es que hice lo que hice
por convicción, no por dinero. Uno de los detalles que corrobora lo antedicho y
que sospecho debe rondarle en su cabeza con formato de pesquisa fue la
devolución que le hice al señor Luna del par de diamantes color esmeralda. En
efecto, las gemas constituían parte del anticipo que la señora Blanca abonó al
momento de cerrar el contrato. Fíjese que hasta con el auto del ruin abogaducho
pude haber hecho buena diferencia. No es mi estilo estimado Arrieta. La cotización
de esos dos miserables estaba bien cubierta por el anticipo y el efectivo que
llevaban encima. Entre uno y otro sumaban poco más de millón y medio de pesos. Con
relación a los cadáveres le informo que descansarán su extrema y sucia eternidad
en buena compañía. Una suerte de osario privado, acaso virtual, debido a que
los propios deudos desconocen su ubicación. No le doy el nombre de sus seis
acompañantes por obvias razones de reserva, sospecho que mis otros clientes no
me perdonarían develar dichos convenios. Como podrá observar estoy muy
interiorizado sobre sus pasos, usted mejor que nadie sabe que para ejercer mi
profesión de modo eficiente debo poseer fluida relación con la fuerza.
Inclusive le confieso que mi formador, mi hacedor como eficiente verdugo,
perteneció durante más de treinta años a la Policía Federal ocupando un alto
cargo, ejerciendo ambas actividades en paralelo. Me duele desilusionarlo. Sé
que es un entusiasta de los dilemas y los acertijos. Pues olvídese puntualmente
de este caso. En la coyuntura no hay jeroglíficos por dilucidar. Entiendo su
desazón al leer la presente, no hay peor castigo para un honesto devoto de las
charadas que encontrarse con las respuestas sin mérito personal alguno. No se
moleste con los establecimientos lecheros de la zona de Cañuelas; personalmente
me encargué de recubrir los neumáticos con el objeto de proponer algo de
confusión y dislate. Incomodará a personas y familias sin ningún asidero
ganándose el descontento de una buena porción de ciudadanos totalmente ajenos
al evento. Sin más lo saludo con todo mi respeto. Le confieso que en esta
oportunidad estuvo muy cerca; acaso esa cercanía haya motivado la presente,
pero usted sabe perfectamente que en estas cuestiones existen vecindades que
nos terminan alejando. Es probable que nos volvamos a encontrar en el marco de
un nuevo dilema. Si bien soy un hombre de fortuna desestimo que haya llegado el
momento del retiro. Espero que al finalizar la lectura del presente texto
disfrute de su Camel, conjeturo que el humo del cigarrillo y su volatilidad
pueden ayudarlo a dar por concluido el caso de manera definitiva.
Atentamente Trisman
El Inspector Arrieta leyó varias
veces el texto recibido. Intuía que dentro de él se escondía una nueva charada.
Entre lectura y lectura caminaba por su despacho para clarificar conceptos:
salía de la oficina, reingresaba para volver a salir, iba y volvía del baño, le
echaba un nuevo vistazo al escrito; en algún caso devoraba sus cigarrillos o en
su defecto los dejaba encendidos y olvidados en distintos puntos del recorrido.
Finalmente el inspector Arrieta comprendió que su oponente era digno de
admiración, pero al mismo tiempo sabía que esa admiración no podía conspirar en
contra de su profesionalismo como investigador. Tenía dos opciones: creer
taxativamente en el mail o tomarlo como una farsa. Optó por la primera
hipótesis. No tenía elementos para dudar de la versión que le estaba regalando
ese tal Trisman y más teniendo en cuenta el detalle de las gemas. El camino
recorrido por esos dos diamantes esmeralda cerraba el caso definitivamente.
Estaba claro el delito cometido, el móvil de dicho delito y el resultado final.
La identidad del responsable era el único dilema por dilucidar, de modo que se
dio por satisfecho aún sabiendo que el gran acertijo continuaría
persiguiéndolo, acaso hasta el fin de su actividad como criminalista, tal vez
hasta llegar al final de su sendero.
De inmediato se colocó frente a su
ordenador personal abriendo un correo de nuevo envío. En él incluyó el archivo
recibido agregando como asunto: Caso Cerrado. Dos minutos después el mail, con
acuse de recibo, estaba disponible en la bandeja de entrada de Juan Cruz Luna.
El enigma que seguramente le estaba proponiendo el remitente con dominante
soberbia le resultaba imposible de perforar.
FIN
Gustavo Marcelo
Sala
El Sendero de los
Extremos Sucios
Cuento y relatos
breves
2017 – Coronel
Dorrego
Comentarios
Publicar un comentario