En cierta mañana de 192., casi al mediodía
seis hombres nos internábamos en el Cementerio del Oeste, llevando a pulso un
ataúd de modesta factura (cuatro tablitas frágiles) cuya levedad era tanta que
nos parecía llevar en su interior, no la vencida carne de un hombre muerto,
sino la materia sutil de un poema concluido. (Adán Buenosayres - Leopoldo
Marechal)
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