El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

martes, 22 de diciembre de 2015

Intento sin Retorno, el boliche del Tin, y un Blues




El descanso era su amante imposible. Entre sábanas empapadas y desencuentros, cigarrillos y calmantes, Marcelo Salgado no hallaba el modo de conquistarla. Ninfa bocetada con carbones de idealismo y texturas embebidas con elixires dotados de cualidades solo propicias dentro de paraísos inexistentes. Las fórmulas utilizadas hasta la llegada de la solución final estaban enmarcadas en las costumbres del resto de los mortales. Escribir a media luz cartas de amor que jamás serán enviadas, leer magra y cansina poesía antes de acostarse acompañado por música sacra, cenar en forma desmedida y contundente con sobradas cantidades de vino y practicar actividades físicas hasta el agotamiento. Nada surtía los efectos deseados. Marcelo no recordaba la última vez que logró dormir en forma concreta y efectiva, estableciendo una suerte de compromiso con su cuerpo, con su alma y con sus sueños. Los médicos que visitó insistían con los usuales fármacos, inútiles medicamentos que digería por obligación debido a su elevado costo.
Salgado hacía ocho años que estaba radicado en José A. Guisasola, pueblo que a fines del siglo XX había caído en las generalidades de la crisis de un mundo globalizado que poco y nada entendía que la gente debía comer, educarse, trabajar, amar, sanarse y también descansar. Ubicado en el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires sufrió los avatares de la emigración, el precio de los granos, la concentración de la riqueza y la escasez y el olvido como políticas sociales.
En sus momentos libres, que eran muchos, Marcelo trataba de diseñar estrategias de supervivencia, tácticas que exigían de alta efectividad ya que sus días eran tan interminables como sus noches. La changa formaba parte del espantoso paisaje cotidiano en donde algún arco iris sortilegio ilustraba la postal muy de cuando en vez. Cuentan que durante el crepúsculo del 20 de octubre de 1999, estando en el boliche del Valentín García, lugar del que era habitué, comenzó a hojear una de esas revistas proclives a dar consejos básicos sobre la vida. Esas publicaciones que nos desasnan sobre banalidades, desde cómo armar un adorno navideño hasta cómo conciliar el sueño. Y allí se detuvo, en ese inciso, su título determinante y taxativo no le daba ninguna opción, la tentación hizo lo suyo ante lo evidente: Camine hasta encontrarse con el sueño… sentenciaba el copete de nota
Valentín García, el Tin, me confesó que jamás volvió a ver a Salgado. Aseguró con absoluta certeza que esa tarde-noche el hombre salió feliz y entusiasmado del boliche en dirección al paraje El Zorro dejando sobre la mesa lindera al ventanal que orienta al norte una medida de grapa a medio terminar, una carta de amor anónima con marcados tonos en sepia en cuyo encabezamiento se podía intuir el nombre de una dama de la aldea y una revista de propuestas prácticas… 






Autor GMS año 2005

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