Entre
poetas y mercaderes,
sospechosos
e inmolados
yacen
grises los mendigos
en
busca del sol y el pan.
Tallan
lutos y fortunas,
siembran
tercos su ruindad
celosos
por la ignominia
de
una vida que no es tal.
Vaya
capricho divino,
sortilegio
celestial,
no
me mires, no te pido,
que
te acerques a danzar.
Muerto
de miedo me miras,
muerto
por náuseas te vas
soy
presencia y te repugna,
mi
escultura no es tu paz.
Puentes
y sumideros
dan
cobijo a nuestras prosas
fantasías
que el averno
necesita
conjugar;
el
espanto bienvenido
da
placer con su presencia
una
calle, una crecida,
pajonales
y a rezar.
Suena
un tango de Piazzolla
y
alguien que prende un negro
azul
nocturno de humareda
melodía
de alquitrán,
aromas
de serenatas
silenciados
hace tiempo
y
la parca que atesora
su
precursora piedad.
Entre
mendigos sabemos
de
anzuelos y profecías
conocemos
de la vianda
que
el hombre viene a dejar,
nunca
nadie se cuestiona
ni
jamás cuestionarán
cuánto
de perro y de hombre
se
tumban en su zaguán.
Bajo
el fanal de la plaza
y
cargando filantropía
de
un Macedonio olvidado
damos
cuenta a viva voz,
el
profeta exhibe dotes
de
poeta y de cantor
los
demás somos silencio,
nitidez
y sumisión.
El
mendigo no protesta,
asume
su domicilio
no
pregunta si el suicidio
maquilla
una solución,
la
denuncia recurrente
del
vecino bien pensante
no
tolera en su paisaje
lo
gravoso de su rol.
Sabio
techo el de los crotos:
universo
y eternidad
siempre
cerca de un mercado
se
arroja la humanidad.
Alguna
bolsa que queda
con
restos a disfrutar
expiación
de gentiles
culposos
de inequidad.
Cabeceo
entre fardeles,
entre
bolsones y harapos
no
le pido a la penumbra
caricias,
comodidad,
embelecos
fantasiosos
cuestas
sin escalar,
y
un barcino que lamenta
mi
esperma de soledad.
Somos
mendigos que el tiempo
no
ha intentado licenciar
réprobos
del ostento
escorias
a descartar
banalidad
del urbano
que
acostumbra simular
vilezas
que por comunes
se
decretan ignorar.
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