El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

lunes, 22 de junio de 2015

Una Razón - Cuento - Gustavo Marcelo Sala





Los peldaños iban pasando de manera intrascendente. Pensó en Cortázar y sus instrucciones para subir una escalera. A los flancos y a prudencial altura las barandas pulidas y lustradas eran simples espectadores de un habitual peregrinaje, repetido y angustiado. El edificio de la calle Bulnes casi esquina Lavalle mostraba las ruinas de una ciudad desconocida e imperturbable. Sus tres pisos, desencajados y penitentes, no toleraban inversiones de interés. El meritorio aseo era el supremo logro de un consorcio que prefería ignorarse por aquello nebuloso e impreciso de las relaciones humanas.
Ocho apartamentos distribuidos ilógicamente debido a la irregularidad del terreno simulaban mazmorras plenas de silencios y ausencias identificables. La sutil eficacia de lo mínimo indispensable y la consecuente imposibilidad de queja transformaban al templo en una estación de huella. Un sencillo parador por el cual no había porque comprometer esperanza alguna. La prolijidad inconsistente se abrazaba fraternalmente con el silencio de los osarios, la vida como mueca, como oscura realidad o como lo que realmente es: una trágica paradoja.
Los últimos cinco años de la vida de Pablo Benjamín Ulloa estaban marcados por ese ambiente desolador y subterráneo. Sus egresos y regresos tenían el común denominador de la subsistencia. Partir con destino a su trabajo y regresar de él era su fórmula básica, su protocolo. Por las noches quemaba sus insomnios con lecturas recomendadas por los críticos de los suplementos literarios semanales de mayor tirada. Sin temática definida y cada quince días aproximadamente solía recorrer, como evento extraordinario, las librerías de la Avenida Corrientes en busca de saldos edificantes y generosos, generalmente clásicos antiguos, textos por los cuales ya nadie se interesaba.
Una década había transcurrido desde su último intento como novelista y si bien se consideraba como tal, no lograba convencerse que dicho propósito valiese la pena. Sus viejos escritos alternaban telarañas y polvillo con algún rasgo voraz de los roedores de turno. El único borrador que no conservaba en su poder era el motivo de su actual infortunio. Todavía jugaba en la memoria de Pablo Benjamín Ulloa aquel intruso que ganando su confianza y estima, durante tres años de relación, se había apoderado de su novela de mayor elaboración artística. Esa que obtendría, de la mano del farsante, el Primer Premio Nacional de Literatura y por la cual alcanzaría un impensado e inmerecido prestigio como joven novelista.
Una Razón se titulaba el manuscrito. Trescientas veintisiete páginas divididas en ocho capítulos era su formato original. Corrijo, aún lo es. Transcurrido el tiempo todavía figura dentro de las propuestas que los libreros más avezados suelen recomendar con suma habilidad e indiscreción en las prestigiosas librerías de Barrio Norte y Recoleta. Circuito digno de ser recorrido, no sólo por la belleza de los ámbitos, sino porque además conservan la vieja impronta del café literario. La reciente novena edición publicada habla por sí de su vigencia en lo catálogos de ficción.
Una historia simple, examinada con notable eficacia, amablemente narrada y técnicamente irreprochable desde la lingüística y la gramática. Si bien la cantidad de ediciones no siempre señala, de modo taxativo, el valor y la calidad de las obras, en este caso el matrimonio se complementa a la perfección. La excepción a la regla, o la regla por incumplida como excepción. Debate que por el momento dejaré de lado por inoportuno, altisonante y fuera de lugar.

En su desarrollo un joven y talentoso escritor es timado por una persona de su confianza la que se apropia de uno de sus manuscritos. El paso del tiempo determinaría que ese boceto se trasforme en una notable obra para la crítica literaria nacional y que además cuente con la aprobación de las más altas elites de la ilustración de habla hispánica. A partir de allí, la pesquisa y la investigación a favor de hallar el paradero del plagiador, dar con él y proceder en consecuencia.

Hasta allí la ficción. En el marco de la realidad el conocimiento de ambos protagonistas sobre el final de la obra provocaba que Pablo Benjamín Ulloa desestime cualquier tipo de sondeo. Prefería desafiar intelectualmente a su antagonista asumiendo una supuesta actitud inocente y pasiva. Ambos sabían del inevitable encuentro. Más temprano que tarde el fraude debería dar paso a la inteligencia. Uno con el objeto de redención y justicia, el otro para eliminar al único testigo de la infamia.

En uno de sus tantos regresos rutinarios, Pablo Benjamín Ulloa, advirtió que debajo del tapete que descansaba delante de la puerta de su apartamento se asomaba una carta sin remitente ni sello postal. La tomó sin curiosidades extremas para ingresar luego a su morada cenobita. Como de costumbre colgó su gabán en el perchero, aflojó su corbata destrabando el botón superior de la camisa y se quitó los zapatos que durante todo el día soportaron estoicamente su desgracia y pesadez. De fondo, la música de Piazzolla y los poemas de Ferrer, acompañaban su derrumbe cotidiano en la vieja consola comprada, a mediados de los noventa, mediante una interminable financiación plagada de cláusulas punitorias y minúsculas prevenciones. Un té con edulcorante, diabetes mediante, y el sillón individual completaban su diaria claudicación.

Estimado Pablo


                                      Espero que en este largo tiempo de ausencias no se haya profundizado tu debilitada salud. Me afilio a pensar que más allá de la glucosa tu ser depresivo te ha dominado y construido de manera dictatorial impidiendo que ese enorme talento interior sea expuesto con todo su esplendor. 
“Nuestra” novela, y valen la comillas como metáfora, está desandando sus últimos interrogantes. 
Estos finales abiertos son una trampa letal que impide cualquier intento fílmico. Las ofertas recibidas siempre chocaron con la misma problemática, de modo que hasta el momento no pude afianzar el manuscrito de acuerdo a las normas y formato de texto cinematográfico. Además, y a fuerza de ser sincero, para dicho objetivo, necesitaría dos características que no poseo: creatividad y talento.
Te cuento que hace diez años que recorro las librerías esperando hayas encontrado algún salvoconducto literario. Me resisto a creer que Pablo Benjamín Ulloa sea uno de los tantos novelistas de una sola obra. Hallar tu nombre o algún seudónimo que te identifique en las estanterías, algo que mitigue cierta aureola culposa que todavía conservo. Nada de eso pude detectar. Bueno... en el texto estaba claro que así debía suceder.
En lo personal te diré que mi vida fue plasmada por tu creación; no es necesario demasiados detalles. Homenajes, foros de discusión, congresos, agasajos, mujeres hermosas e inteligentes a las que jamás hubiese accedido al igual que torpes funcionarios de cultura sirviendo de lógico equilibrio. En fin... tu plan.
Culpas compartidas y riesgos asumidos. Poco a poco estoy ingresando en tu embudo, en tu cinismo. No puedo ni debo huir del convite intelectual. Deseo gozar del único final posible. Sea cual fuere, te pertenece; nadie como nosotros sabe que así debe ser. El tiempo es indivisible, se nos vino encima y nada podemos hacer al respecto.

                  ... con afecto Gustavo Raúl Llorente



El final de la misiva coincidió con los últimos acordes de La Bicicleta Blanca. Amelita Baltar modulaba desconsolada los versos de Ferrer; “y le dieron como en bolsa” entonaba con firmeza descarnada. Y si de congoja se trata para eso estaba Pablo Benjamín Ulloa. Exactamente es el lugar y el momento indicado, la soberbia de lo previsible. En ese instante entendió, para su desgracia, que debía ponerse a trabajar en ese supuesto e irreversible último párrafo, a pesar de no estar convencido de ello...


Parque Lezama – 24 de Diciembre de 1999 – 6.30 AM


-     Aquí estoy – sentenció Gustavo – elegante, presuntuoso y con mi treinta y ocho cargada, esperando sobrevivir para agregarle a la obra el final que merece.
-      No te equivoques – reprendió  Ulloa – La novela no necesita de un final taxativo. Se evidencia que nunca dejarás de ser un mediocre copista.
-   ¿Cómo hago para contradecir tamaña verdad? Admito mis fronteras, mi torpeza intelectual. De todas formas deberías asumir que esas marcadas falencias las pude suplir con mis habilidades adicionales para hacerme de prestigio y reconocimiento en ámbitos tan desconocidos como hostiles.
-         Eso es indudable mi querido Gustavo. Debe ser por eso que este supuesto final te tiene como protagonista.
-         ¿Y después? – inquirió Llorente –
-    No hay después. Nunca lo hay. Y menos aún para quien conserve la vida. Este es un duelo sin retorno Gustavo. Digamos un suicidio compartido. Dentro de un rato ambos moriremos, y eso transforma a nuestras vidas encantadoramente. El sobreviviente quedará sin la Razón fundamental de su existencia, y el moribundo se habrá inmolado a favor de esa misma Razón. Cuando examinaste la obra no te percataste que ella te había escogido. Había optado por tus debilidades. Encima te embaucó obligándote a portar una culpa de la cual no tenías responsabilidad.
-         Me enmascaró con artificios... me condenó entonces
-         Una pequeña corrección. Ambos lo estamos desde hace diez años.
-         Nada puede mejorar este momento Pablo Benjamín Ulloa. Me enaltece haberte conocido.

Mientras la ciudad comenzaba a descubrir sus rutinarias vulgaridades navideñas los percutores sonaron al unísono. Al mismo tiempo, un estudiante que se dirigía camino a la Facultad de Ingeniería en busca de la calificación de su último final se encontró como testigo ocasional de la disputa. El muchacho, pasada la conmoción, luego declararía ante las autoridades policiales lo visto, afirmando que el antagonista del extinto, una vez corroborado el resultado de la puja, se confundió velozmente por entre la espesura de la fronda en dirección sudeste.


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