Reconozco que –entre
otras cosas– fui a buscar el choripán que se supone me darían si cantaba
presente. Obré de acuerdo con las expectativas meramente alimentarias del
“ganado humano” definido como tal por el esclarecedor Marcos Aguinis, un
colectivo del que no puedo negar que me siento parte. Qué bárbaro, el escritor
civilizado; qué bien ha descripto la condición popular argentina y la
motivación de sus adhesiones. Y tan original, lo suyo.
Hacía mucho que no iba a una
movilización/convocatoria, pero en este caso, en esta coyuntura, me pareció que
ameritaba sacar los cómodos huesos a la calle (y seguir la ruta del humo,
claro) porque está todo tan falsamente confuso, tan artificialmente enrarecido,
tan alevosamente emputecido, que tal vez valía la pena verificar con mis
propios ojos bovinos si era cierto que iba a haber francotiradores como en
Ezeiza, tipos con la cara tapada y con palos intimidantes, un clima opresivo de
inminente catástrofe, tensión de violencia y erupciones de resentimiento
proverbiales en este tipo de “ganado humano” cuando se lo suelta.
Y la verdad que –que Aguinis me perdone si lo
desmiento– bastante bien, el ganado. Mucha alegría, musiquita, bombos y
camisetas de diferentes equipos, banderas de todos lados, muchos carteles
artesanales, parejas de gente grande, muchísimos pendejos, familias tipo y
familias numerosas, muchos militantes organizados y muchísimo pero muchísimo
ganado suelto como uno. Nos la pasamos encontrando y abrazando a amigos y
conocidos de por lo menos tres generaciones diferentes. Es que uno, en casa
–como el buey que mal se lame– está muy solo. Y si prende la tele, más.
Después de la larga ida y vuelta de la Plaza de
Mayo hasta el Congreso, fue el momento de escuchar el discurso ya empezado y a
veces discontinuado –por razones domésticas– de la Presidenta. Y la verdad, más
allá de ciertas cosas de estilo que siempre nos han incomodado en Cristina
–cierta coloquialidad fuera de tiempo y lugar, excesivo personalismo, retórica
evitista–, la Presidenta de todos los argentinos demostró, una vez más, que es
un fierro. Un fierro todo terreno. Como estadista y como militante sin contradicción:
sólida, consumada. Un lujo para la investidura, sobre todo si uno mira los
cuatro de copas con cara de vaca mirando al tren de ciertos presuntos
presidenciables de la oposición que estaban ahí, inimaginables –aunque hemos
tenido cada muñeco de presidente...– acomodados en otro sillón más importante.
Pese a que a veces fue inoportuna en el tono, o
excesivamente prolija en las enumeraciones, o se puso demasiado adelante del
tema –menos que otras veces, es verdad–, siempre estuvo a la altura, que es lo
que uno pide a alguien cuando lo elige para que gobierne, no para que haga los
deberes. Bajó conceptos, explicó cuestiones, describió políticas, se metió en
terreno minado, salió, se detuvo en cuestiones tan justas y peregrinas como la
operación gratuita del labio leporino o la situación política en Medio Oriente
en el ’92-’94, salió, se calentó –brillante y sin eufemismos– al explicar la
relación con China, y terminó arengando retóricamente a propios y extraños con
la cuestión de la incomodidad que se avecina para quienes –vengan de donde
vinieren– quieran modificar radicalmente el rumbo y la esencia del modelo.
Lo que me pasa es que, más allá de diferencias en
cuanto al estilo de gobierno –caída recurrente en el sectarismo y la soberbia–,
a la manera de bajar mal políticas buenas, a la forma casi ridícula de perder
aliados naturales por confrontación gratuita, a todo lo que hace que una
gestión de gobierno extraordinariamente beneficiosa para el país (y no para los
grupos minoritarios) pueda ser puesta en tela de juicio o ignorada por las
voces cantantes del poder concentrado y sus chirolitas, quiero decir, a pesar
de todo eso, no pude dejar de calentarme una vez más con ella, de ilusionarme
como debe ser.
Por eso, reconozco que al terminar el discurso me
había olvidado del chori que me quedaron debiendo. Debe ser porque soy parte
del ganado suelto, que elige dónde y con quién pastar cada vez. Y gracias, don
amargo Aguinis, por darme el pie.
En cuanto a la Presidenta, la vamos a extrañar. Qué
duda cabe.
DECIR MUY BUENO ES QUEDARSE CORTO , NO DECIR NADA(IMPOSIBLE) MUY LINDO Y BIEN ESCRITO DAN GANAS DE SEGUIR LA RUTA DEL HUMO AUNQUE SOLO SE TRATE DE UNA LEYENDA
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