Cárdenas, cosecha 90 - Novela Corta
Temática: Político - policial
Autor: Gustavo Marcelo Sala
Cárdenas,
cosecha 90
Novela
Negra
Finalista
Certamen Gregorio Samsa – Editorial Ápeiron – España - 2016
I
Estimó
que las veintitrés muertes provocadas durante el año a cuenta y orden de
contratos establecidos constituyeron razón suficiente para gozar de unas
postergadas y justas vacaciones. Mayormente no conocía a ninguna de las
personas ajusticiadas, tampoco se preguntaba si merecían o no la condena;
simplemente hacía su trabajo tal cual estaba obligado por convenios asumidos.
Mario Cárdenas era un eficiente asesino cuya fama había trascendido los límites
de los arrabales porteños, susceptible de ser convocado para las más diversas
comisiones: Temas pasionales, asuntos políticos, ajuste de cuentas, y hasta
incisos artísticos formaban parte de dilemas a resolver. Las mismas fuerzas del
orden utilizaban sus servicios cuando la situación lo requería. En cierta
oportunidad recibió en su casilla particular del Correo Central un sobre con
cincuenta mil dólares en su interior, adjuntando la foto y una ficha técnica en
donde estaban volcados los datos completos del sentenciado. Se trataba del
Oficial Pasucci, cuyo destino por entonces era el destacamento de Cañuelas.
Parece que el hombre se había apropiado, a espaldas de sus compañeros, de una
importante porción de la caja privada que la comisaría llevaba como norma de
sana urbanidad. Los compañeros de armas determinaron la contratación del gestor
dentro del marco de un supuesto enfrentamiento. Demás está decir que el deceso
del infortunado iba a constituirse como un práctico y taxativo mensaje de
escarmiento de cara al futuro. Así su cartera de clientes formaba un arco iris
en donde cada color aseveraba un componente social distinto y contrapuesto.
Cabe aclarar que las clases más postergadas de la sociedad no podían contar con
sus habilidades debido a lo elevado de sus honorarios. De todas formas su fama
en el rubro lo colocaba por encima de la consideración costo / beneficio, más
allá que la tarea fuera evaluada por el contratista como inversión o gasto
necesario.
Hacía
más de diez años que Mario no le regalaba a su esposa una buena temporada de
ocio y turismo. María Inés Fontanal a poco de ingresar a su cuarta década de
vida ostentaba una belleza llamativamente juvenil y cautivante. Era apenas dos
años mayor que su esposo. El matrimonio no había podido tener hijos, en
consecuencia, su vida transitaba por senderos
beatíficos y sosegados en donde los tiempos reservaban instancias de
concordia y burocrática afinación. Se habían conocido en la segunda noche del
baile de carnaval de 1976, organizado por el club Gimnasia y Esgrima de Villa
del Parque. Por aquel entonces la adolescencia, dentro del típico marco
burgués, les impedía constatar la existencia de realidades palpables y prontas
a ser expuestas. Esos dos años de diferencia a favor de la joven fueron toda
una provocación para Mario; la sospechaba experimentada y madura, de modo que
su elección lograba un doble propósito: En primer lugar usufructuar los
dividendos de su imaginario, y en segundo término ufanarse, desde la
arrogancia, delante de su caterva de amigos.
El
colegio San José de Calasanz del barrio porteño de Caballito, en donde Mario
curso su secundario, fue caldo de cultivo propicio para tales fanfarronerías.
La oquedad y la falta de compromiso como máxima expresión formativa de la época
y fiel reflejo de una clase media urbana cuyas lecturas sobrepasan escasamente
los límites de su propio ombligo.
Finalizada
la etapa de instrucción media María Inés y Mario deambularon durante varios
años entre empleos mal pagos y carreras superiores inconclusas, tanto
terciarias como universitarias. La joven descubrió su vocación como obstetra
tempranamente y un tanto de casualidad mientras que Mario solidificó sus
actividades comerciales inmobiliarias permitiéndole ingresos más o menos
regulares y en dólares. En tanto y en cuanto comprobaron que cierta calma los
estaba mimando decidieron formalizar su pareja a fines de 1985 casándose en la
Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes ubicada en el barrio porteño de Flores.
En un
principio y por unos meses vivieron en la casa de los Fontanal hasta que
pudieron alquilar un coqueto departamento de dos ambientes en la zona del
Parque Centenario. Esta ubicación fue buscada de ex profeso debido a su
equidistancia con respecto al destino de sus actividades y la buena disposición
de medios de transporte público de pasajeros. Más allá de disponer de varias
líneas de colectivos por la Avenida Díaz Vélez, gozaban del servicio de
subterráneo a poco menos de cuatro cuadras. Solían comentar que sus vidas eran
demasiado urbanas, ordenadas y aburridas. Los ingresos no eran magros como para
preocuparse, pero de ningún modo importantes como para ilusionarse con
inversiones relevantes, su régimen de inquilinato los mantenía fuera de ese
proyecto.
Por 1988
María Inés ya se había recibido de obstetra y desarrollaba su residencia en el
Sanatorio Lavalle de Villa Ballester. Mario continuaba con sus tasaciones y
operaciones inmobiliarias comenzándose a percibir los primeros indicios del
proceso inflacionario que azotará de manera determinante el final de la década
y que de algún modo delinearía el infame destino de la siguiente.
Un café,
en el bar Quitapenas ubicado en la esquina de Nazca y Rivadavia, a modo de
arbitraria necesidad fue motivo suficiente para que Mario deje de lado algún
compromiso pendiente y se disponga a disfrutar de un cigarrillo y un rato de
lectura de la novela Triste, Solitario y Final, de Osvaldo Soriano, Decidió
entonces someterse a la dictadura de una ventana soleada. El frío era lo
suficientemente intenso como para no desear ser acariciado por el prisma
calórico que ofrendaba el generoso cristal. Su impecable ambo de estación en
tonos pardos era acompañado con sumo decoro por un par de botas de elegante
corte, la corbata de lanilla cerraba filas con una traba dorada que incluía su
nudo, tomando el cuello blanco de una camisa completa de finas rayas en la gama
de los beige. Todo el conjunto asimilaba de gran forma a un gallardo portafolio
que guardaba presta colaboración profesional a su actividad. Dentro de él
hacían gala de imperturbable presencia una calculadora Casio FX 120, una cinta
automática de cinco metros de largo, fichas preparadas para hacer evaluaciones
de las propiedades, una linterna manual, bolígrafos, fibras y resaltadores de
variados colores, un fajo de tarjetas personales, el libro de Soriano y dos
paquetes de Gitanes.
-
Mario... ¡Tanto tiempo! ¿Cómo te va?
-
Luichi ¡Qué alegría verte! ¿Qué hacés por
acá?
-
¿Me puedo sentar un rato o estás esperando
a alguien?
-
Pero dejate de joder, por favor sentate,
tengo todo el tiempo del mundo. Justamente estaba haciendo un poco de huevo.
-
Hijo de puta, cómo te borraste. Nos bajamos
del micro y no supe más de vos.
-
Es verdad Luisito. Volvimos de Bariloche y
no vi más a nadie. Me metí en lo mío y todo terminó. ¿Te acordás de María Inés?
-
Si, por supuesto. Estaba muy fuerte,
hacíamos fila para envidiarte.
-
Bueno. Duerme conmigo todas las noches.
-
¿Te casaste con ella?
-
En el año 85.
-
¿Y tienen hijos?
-
No. La idea es disfrutar un poco hasta el
día que estemos en condiciones económicas de agrandar la familia. Vivimos en un
dos ambientes que alquilamos, eso te da la pauta.
-
Lo bien que hacen, la cosa está bien
jodida. ¡Debe estar bárbara María Inés!... Bueno, ahora es tu mujer, recuerdo
que era inevitable detenerse en su figura. ¿Qué hace?
-
Es obstetra en una Clínica privada. Hace
poco comenzó sus prácticas, se recibió el año pasado. Si bien desde muy joven
estaba segura de su vocación no se decidió a estudiar sino hasta pasados los
veinte.
-
Mirá esa pilcha, el maletín, los Gitanes.
¿Qué sos, ladri? – Preguntó Luis -
-
Más o menos – contestó Cárdenas -. Agente
inmobiliario. Supongo sabés de qué se trata. Esto es, gano guita con un
sobreprecio llamado comisión. Para ello les hago creer a los tipos que compran
y venden propiedades que soy absolutamente necesario para el buen destino de la
operación, de lo contrario aflorarían cuestiones personales que la harían
abortar. Una suerte de inevitable esponja de conflictos inexistentes o como
bien afirma un colega amigo: somos un mal necesario.
-
¿Y cómo anda la cosa?
-
El proceso inflacionario está sepultando
todo el optimismo que tenía; es evidente que el bolsillo de la clase media es
el termómetro de mi oficio.
-
Sacátelo de la cabeza Mario, con los
milicos esto no pasaba.
-
No lo sé Luisito. La economía de la época
también dejaba bastante que desear. Además pasaban cosas más graves.
-
¿Qué cosa puede ser más grave que la
economía Mario?
-
¿Me estás jodiendo? Lo que vivimos fue una
verdadera masacre, una tragedia si se quiere ver con cierta prudencia.
-
No te confundas Cárdenas. Depende de qué
lado de la vereda estés parado. En mayor o menor medida todos los países
sufrieron procesos de depuración; la consecuencia de todo conflicto de valores
trae aparejado un lógico planteo bélico que comienza sutilmente, no se sabe cómo
se desarrolla y menos aún con qué intensidad finaliza. Mirá que hablé con gente
de los dos bandos y ambos coinciden que el conflicto todavía no terminó y que
en algún momento volverá a surgir. Quedan cuentas pendientes y muertes no
concluidas.
-
Perdoná, pero hablar de esto me pone mal.
Puedo entender sobre cuestiones filosóficas, religiosas, o políticas a debatir.
No voy a admitir como recorrido natural para tales polémicas las
desapariciones, las torturas, los campos de concentración, el secuestro de criaturas,
el robo de pertenencias y demás delitos que se cometieron desde la impunidad
del poder real. Te puedo tolerar que los otros tipos estaban cebados y creídos,
pero se sabían al margen de la ley operando en consecuencia bajo la
clandestinidad. Los milicos y civiles que gobernaron crearon una legislación de
facto para delinquir so pretexto de instaurar un orden perdido. Si te querés
convencer de otra cosa es tu problema, será tu justificación, a mi no me
cuentes.
-
Veo que el tiempo te transformó en un moralista.
-
No Luis, no te equivoques. Pero hasta la
hijadeputez tiene un límite.
-
Ahí es donde le pifias. Los límites,
convencionalmente, no existen Marito. El límite lo va corriendo uno junto a la
sociedad y tiene que ver con la cantidad de cosas que se desean tener. Así
pues, si de mí depende tener una nueva Coupé
Fuego a fuerza de que una persona alejada de mi entorno deje de existir, me
tiene sin cuidado.
-
¿A qué te dedicás Luisito?
-
Soy personal de inteligencia de la Nación.
Desarrollo actividades dentro del ámbito del Ministerio de Interior.
-
Para… dejame entender... Un tipo que hace y
piensa lo que vos guarda directa relación con el actual sistema democrático; y
no sólo eso, además sospecho que debés cobrar muy bien y ese sueldo te lo paga
el pueblo.
-
¿Te das cuenta Marito? Todo es relativo. Te
digo más, hace un tiempito me compré un bulincito cerca del Congreso. Un
monoambiente con baño completo y kitchenet. Me hubieras venido bárbaro
entonces. Sigo. En la actualidad ese departamento es mi principal fuente de
ingresos.
-
¿Lo alquilas por día?
-
Podría ser una definición del negocio. En
realidad les armo contactos a una treintena de legisladores nacionales con un
grupo de modelos de tercera línea. Les cobro seiscientos dólares por turno
encargándome del resto. Le pago al recurso, procuro que la heladera siempre se
encuentre provista de insumos para el refrigerio y guardo líneas estrictas de
aseo y privacidad. El bulo pasa por una escribanía. Una amiga que anda en la
mala es la que se ocupa de la limpieza diaria del lugar. Me mando un promedio
de tres a cuatro negocios por jornada. Te dejo que hagas la cuenta, yo ya no
necesito hacerla. ¿Nada mal no?
-
¿Y cómo te hiciste de clientes?
-
Repartí tarjetas en el mismo Congreso.
Servicios personales para el caballero rezaba en el dorso. Luego del primer
interesado el resto lo hizo el boca a boca. Mis mejores clientes lo podés
encontrar getoneando por la radio o por la tele sobre las bondades de la moral
y la democracia. Al principio me cagaba de risa y los veía como hipócritas,
ahora rezo para que esto nunca termine.
-
¿Y las pibas?
-
Hay de todo. Atorrantas y atorrantes,
estudiantes, bailarinas. Hay veteranas, menores, casadas, patovicas. Todas y
todos pertenecen a una agencia de modelos. Yo le garpo al dueño de la agencia
doscientos dólares por servicio. Hay congresistas del interior que vienen
varias veces al mes buscando pernoctar acompañados. Ahí hago muy buena
diferencia.
-
¿Y tu laburo oficial?
-
Ese es el punto neurálgico y tragicómico de
la cosa. Mato dos pájaros de un tiro. Vigilo los movimientos de esos
legisladores y los tengo agarrados. Sus familias, amigos, conocidos y vecinos.
Me encargo de investigar vida y obra de cada uno. En qué negocios compran, qué
libros leen, bares que frecuentan, cómo y a quién le mienten. En fin, digamos
que las dos actividades se complementan.
-
¿Y ellos los saben? ¿Quién determinó esa
vigilia?
-
De ninguna manera conocen sobre la
operatoria. Por un lado creen que soy un simple relacionista público que
organiza encuentros privados considerándome como un gestor apolítico de los
tantos que andan dando vueltas por los pasillos del Congreso; por otro lado la
observación de legisladores a cargo de los servicios de inteligencia del estado
viene de arrastre desde los tiempos de López Rega y era debido a la cantidad de
zurdos que había por entonces. Como toda inercia, seguirá hasta que alguien se
avive de que tal medida constituye una soberana boludez. Mientras tanto tengo
laburo y gano buena plata. ¿Te suena Rodolfo Ortega Peña?
-
¿Pero el “Brujo” no estaba en Bienestar
Social?
-
El “Brujo” estaba en todos lados
-
¿Estás casado? – Preguntó Mario -
-
Me casé, me separé, me volví a juntar y me
volví a separar. En ese aspecto soy un fracaso, Mis ex no me quieren ver ni
dibujado. Arreglamos las cuentas y nunca más.
-
¿Y en el otro, no?
-
Veo que esa pseudomoralina de los discursos
democráticos te cautivó. Cuando te des cuenta que todo es falso te vas a
acordar de mí. Para las mayorías las cosas valen mucho más que las personas y
como decía el General el órgano más sensible del humano es el bolsillo. Sólo
falta que alguien se haga responsable de todos los males, dejando libertad para
que la cosa funcione y saque lo peor de cada uno sin que cuenten los
remordimientos. O vas a creer que la dictadura funcionó por la fuerza del fusil.
No te olvides que mientras se limpiaba de zurdos a la sociedad las mayorías
gozaban del deme dos sin cuestionarse nada. Te dejo mi tarjeta Marito, tengo
compromisos que no puedo obviar, sé que algún día me vas a necesitar. Mandale
un beso a tu mujer y decile que la recuerdo con mucho cariño.
-
Llevate la mía, no vaya a ser cosa que
tengas que vender bulín.
-
Sea como sea, estoy seguro que nos
volveremos a ver.
Si bien,
ni él ni nadie de su entorno habían sufrido personalmente persecuciones, tenía
un fuerte sentimiento de desprecio por aquellos que apoyaban o trataban de
justificar aquellas aberraciones del pasado. Tampoco aceptaba la teoría de los
dos demonios que impulsaba el gobierno radical como relato bíblico. Despreciaba
por sobremanera a aquellos que todavía seguían obteniendo rédito por tan
inmunda empresa. Recordaba el silencio de los medios que ahora se rasgaban las
vestiduras por cualquier tontera mientras años atrás no tenían vergüenza en
halagar en sus reportajes a los milicos genocidas. Eso de relativizar todo lo
existente no formaba parte de su ciencia. Sabía, tal como afirmó su amigo Luis,
que la mayoría de la sociedad colaboró para que tal fenómeno político se
desarrollase y que en muchos casos bendijo tal situación y hasta la disfrutó.
Sabía también que la delación y el silencio cómplice formó parte de la
artística y el maquillaje que dicho proceso necesitó. Y no es menos cierto que
esas características estaban por el momento descansando hasta que aparezca una
nueva y mejor oportunidad. Se quedó pensando en lo que se convirtió aquel pibe
con el cual solía ratearse, siendo el lugar de encuentro los billares de San
Juan y Boedo, cuando no tenían ganas de soportar en la dos primeras horas del
viernes, Merceología.
Por
aquel entonces los taxistas constituían la selecta clientela del bar; mientras
algunos aprovechaban para desayunar otorgándole combustible a una jornada que
comenzaba, otros, ginebra mediante, matizaban a tres bandas el final de un
ciclo que comenzó en la nocturnidad de la madrugada. El sistema no era por hora
ni se pagaba turno, cada mesa poseía un reloj individual; ese aparato era
activado por el mozo a través de una llave maestra. Cuando abría dicho reloj
emergían las tres bolas correspondientes a ese paño y comenzaba a correr el ciclo.
De ese modo uno podía determinar el tiempo que quisiera jugar, no había mínimos
ni máximos a respetar, incluso los que cerraban las mesas generalmente no eran
los mismos que las abrían; se comentaba en el salón que este mecanismo era
esencial para el armado de encuentros maratónicos, previamente programados, con
un variopinto plantel de billaristas, todos taxistas. La tarifa final resultaba
de la comparativa entre el valor nominal del minuto y la cifra definitiva que
mostraba el reloj al cerrarse. Los tacos y las tizas moraban en los laterales
del salón a disposición del público, más allá de los armarios privados de un
grupo selecto de habitúes del lugar exageradamente meticulosos.
Recordó
de inmediato cuando tuvieron que rendir física de cuarto. No tocaron un libro
durante toda la tarde so pretexto de no poder resolver en seis horas lo que
ellos mismos habían provocado durante todo el año lectivo, de modo que pergeñar
un sistema adecuado para salir airosos del compromiso era la única alternativa.
Las hipótesis y los planes circulaban a discreción y desordenadamente mientras
Claudia, prima de Luis, cebaba mate. Recordaba que con Claudia sentían una
notable atracción mutua, pero las ambiciones de la aspirante a modelo
reconocían al muchacho como un croto sin futuro, siendo su perfil de crónico
perdedor un factor limitante insoslayable. Morocha, alta, esbelta, siempre
provocadora, matizaba cierta cuota de inocencia bocetando un ingenuo maquillaje
en el marco de una geografía completa de imperceptibles pecas naturales. Sólo
un beso alcanzó para saber que nada se podía hacer al respecto. Siempre se
miraron con sed y apetencia; en circunstanciales encuentros se apartaban de sus
parejas de modo de continuar con ese perverso juego tomando como base cientos
de excusas olvidables.
Entre
mates y bizcochos establecieron postulados, desecharon métodos y estuvieron a
punto de rendirse. Claudia fue fundamental para que tal cosa no sucediese.
Sabían que la prueba era escrita y que consistía en tres problemas que a posteriori
deberían ser racionalizados oralmente delante de la docente. El grado de
complejidad de los ejercicios era proporcional al desempeño personal que el
alumno había tenido durante el año lectivo. Para el caso, tanto Cárdenas como
Montaña estaban en las mismas condiciones: las peores.
Esa
tarde Mario estimó como probable el siguiente boceto...
Primero: Despegar el plastificado
de las cédulas de identidad por uno de los laterales de forma muy prolija. La
idea es que quede definido un pequeño e imperceptible sobre. Segundo: La operatoria en sí consistía
en introducir dentro de la misma un diminuto papelito con los ejercicios a
resolver. Tercero: Contar con un
voluntario que ingrese al aula quince minutos después de comenzado el examen
para solicitar a la titular de la mesa el retiro de ambos documentos por pedido
del señor Fiore, secretario de la institución. Las identificaciones viajarían
con la suerte de los condenados en su interior. Cuarto: En las afueras debería estar Juano Ramirez, compañero de
andanzas y genio en física, de modo resolver los problemas lo más rápido
posible. Quinto: Una vez
resueltos los dilemas, debían ser reducirlos a su mínima expresión para
introducirlos dentro de los documentos. Sexto:
El mismo voluntario que retiró las identificaciones sería el encargado de
reintegrarlas ingresando al aula. Séptimo:
El resto era tarea del dúo. Recibir las cédulas, copiar los contenidos
ordenadamente y luego explicar, muy por arriba, lo realizado. Al estar los tres
ejercicios resueltos correctamente no existirían demasiados cuestionamientos
por parte de la joven docente
Recordaba
en aquel momento, a poco de terminar su capuchino en el Quitapenas, que al otro
día salían de aula con un siete en cada permiso de examen. Recordó también que
mientras Luis se ufanaba de la hazaña, él observó el asunto desde otro lugar;
percibió que tales comportamientos significaron un fraude del cual no sentía ni
una pizca de orgullo. Estimaba que fue una lucha con ventaja. Un ejército de
haraganes (pensó en los grupos de tareas) aplicando un plan para enfrentar a
una inexperta profesora y su conocimiento. Lo curioso fue que a partir de ese
momento se le manifestó a Mario un impensado y notable interés por la Física,
haciéndose muy aficionado a su lectura.
*
Esa misma
noche y durante la cena le comentó a María Inés su ocasional encuentro
detallándole lo conversado sin omitir dato alguno, mostrándose inquieto y un
tanto desconsolado, sospechando que es mejor evitar ese tipo de casualidades de
forma tal dejar esos recuerdos en el interior de un cajón del que nunca se
deberían fugar.
Meses
después todo el benigno microclima creado por la pareja estaba soportando
notorias tempestades. La situación económica y social de la endeble estructura
reinstalada a partir de 1983 se había resquebrajado mostrándose herida de
muerte. Los discursos deambulaban entre el fanatismo y el absurdo. Por un lado
se abogaba por la desaparición del Estado como administrador y ente regulador
de las diferencias existentes, se utilizaba como envión dialéctico la caída del
socialismo real y la atomización de la Unión Soviética. Se hablaba del fin de
la historia y de las bondades de la actividad privada como madre de todos los
logros. La desocupación y achicamiento del mercado interno produjo la
inevitable depresión del mercado inmobiliario. El propietario de la empresa en
la que Mario ejercía como Productor y Vendedor le recortó el básico, los
viáticos y las ganancias adicionales por los alquileres; rubros que eran
abonados de modo informal. Su renta definitiva estaba ligada directamente a las
operaciones que podía realizar. El resto de las actividades dentro del comercio
no eran valorizadas como trabajo productivo. Luego de tres meses sin ingresos,
de haber agotado sus ahorros, y debido a que el salario de María Inés era
todavía realmente exiguo decidieron en conjunto llamar a su viejo compañero de
secundaria.
-
Buenos días. Me puede comunicar
con el Señor Luis Montaña.
-
¿De parte de quién?
-
Mario Cárdenas.
-
Un segundo por favor.
-
¿Qué hacés hijo de puta, cómo te va? - Del otro lado Mario era sometido a una
nueva humillación por parte del sistema – Te debe estar yendo como el ojete
¿Por eso me llamás, no?
-
La verdad es que tenés razón Luis.
Mejor te dejo...
-
Pará pará, no cortés, no seas
boludo. Los amigos estamos cuando se pone fulero. En las buenas cualquiera se
prende. Decime el motivo de tu llamado.
-
Necesito laburo. Se cayó todo. No
le vendo un iglú a un esquimal y todavía María Inés no ha logrado un ingreso
estable. Pagamos el alquiler o morfamos. Así de jodida está la cosa.
-
No te preocupes, yo me ocupo.
Parece un juego de palabras pero no lo es. Esta noche paso por tu casa y
hablamos. Algo te voy a llevar como propuesta para que evalúen en conjunto.
Además tengo curiosidad por María Inés. Llevó un Savignon Blanc de Ruttini,
para festejar el reencuentro.
-
Dale, te esperamos. El menú será
acorde con el vino. Anotá: Otamendi 372 departamento F, entre Aranguren y
Avellaneda. Es un edificio de tres pisos sin ascensor, el frente tiene mármoles
oscuros
-
Boludo no soy, ya me diste el
número.
-
Perdoná... Nosotros vivimos en el
segundo piso.
-
Bárbaro, entonces nos vemos a eso
de las nueve y media.
El
departamento lucía como de costumbre, impecable. El orden y el buen gusto eran
privativos de la pareja. No necesitaban que un ocasional visitante promoviera
apuros desmedidos a favor de la distinción y la elegancia.
-
Hola, soy Luichi.
-
Aguantame que ya bajo.
-
¿Qué hacés, como te va? Nunca
pensé que me llamarías. Te vi tan resuelto y convencido.
-
Lo único que te pido es que no me
humillés y menos delante de María Inés. Vos sabés que este tipo de cosas
afectan la relación. Tus bromas son por demás pesadas y fuera de lugar.
-
Quedate tranquilo. Aquella charla
casual también me sirvió de mucho y hay cosas con las cuales no puedo estar en
desacuerdo. Lo que pasa es que la vida es una tragedia y convengamos que
nosotros nunca tuvimos oportunidad de diseñar el libreto. Tenés que asumir eso
para entender lo que se viene.
-
¿Y qué es lo que se viene?
-
Después. Ahora, quiero ver a María
Inés, cenar y tomar este vinito. Hay tiempo para hablar, no seas ansioso. Va a
estar todo fenómeno. Dale, subamos – insistió Luis – Tu mujer se va a pensar
que nos fuimos de putas.
Subieron
rápidamente las escaleras. La puerta del departamento estaba abierta
-
¡Pero qué bien se te ve! Estás tan
hermosa como entonces.
-
Muchas gracias Luis, un gusto
verte, bienvenido a casa.
-
Los felicito, que lindo tienen el
departamento. Parque Centenario es un barrio que siempre me gustó. No es tan
caro y tiene una buena ubicación con respecto al centro. Me alegra mucho
verlos. en serio les digo, para un solitario como yo, este tipo de
convocatorias no deja de significar un evento trascendental.
-
Bueno, dejate de cumplidos y vamos
a la mesa.
La cena
transcurrió sin mayores sobresaltos. Recuerdos, anécdotas, juegos, novias,
profesores, bailes, fiestas, chetos, gronchos, bolicheros, música progresiva,
todo formó parte de un compendio de visiones setentistas monocordes y un tanto
absurdas sobre un pasado supuestamente interesante.
-
Lo único atractivo es que éramos
jóvenes – sentenció María Inés -, todo era una soberana porquería. Vivíamos
culpables de pecados nunca cometidos y con miedos ajenos por cosas que nunca
nos pasaron.
-
Es cierto –afirmó Luis -, pero es
lo que nos tocó. Si no sabemos disfrutar de eso, qué mierda nos queda.
-
¿Y por qué necesariamente tiene
que quedar algo? – cuestionó Mario –
-
Qué se yo... ¿Acaso uno no se va
construyendo todos los santos días de su vida? ¿Uno no es la resultante de los eventos que
decidió escoger? – repreguntó Luis –
-
Definición sartreana por
excelencia – agregó María Inés –
-
Juro que no lo sabía – afirmó el
invitado –
El momento
del café los mostró bromeando y distendidos. Los piropos de Luisito a María
Inés ya no eran tenidos en cuenta por Mario. La velada había centralizado la
temática en aquellos tiempos de tontera y despreocupación. Las últimas gotas
del Ruttini sentenciaron la necesidad de conversar sobre el motivo central de
la convocatoria. Imprevistamente Luis les informó que debía retirarse, puesto
que al otro día, a primera hora, tenía la obligación de asistir a una junta
impostergable. Tal relato descolocó a la pareja, no obstante antes de cualquier
incomodidad Luis le señaló que al día siguiente Mario debía concurrir a su
oficina del Ministerio a las diez de la mañana para comenzar sus funciones como
colaborar y asesor personal en cuestiones inmobiliarias por un salario en
blanco equivalente a cuatro mil quinientos dólares mensuales. Trabajaría de
lunes a viernes de diez a diecinueve en un despacho contiguo al suyo, ubicado
en el tercer piso del edificio.
-
Espero no haberles fallado –
mencionó Luis -
-
Nada de eso. Dame un abrazo
hermano, mañana nos vemos – aseguró Cárdenas –
-
Te esperamos cualquier día de
estos – afirmó Fontanal –
-
Dale.. Chau chicos, que sigan
bien.
La
continuidad de la velada le propuso a la pareja disfrutarse y hacer que el otro
se descubra débil y efímero, sensible ante la caricia, ante el beso interesado.
Esa noche fueron un poco más que eso. La libertad los había amado dedicándoles
las más bellas estrofas nunca escritas, aquellas que nos mantienen cercanos a
la eternidad. Bebieron sus elixires sin vergüenzas ni complejos. Era la primera
vez que hacían el amor como deseaban, se mostraron generosos y egoístas,
contradictorios y auténticos a la vez. No omitieron distrito por indagar ni
inciso por auscultar, se sometieron a las musas del placer y la satisfacción,
fueron macho y hembra primitivos por acuerdo tácito, exponiéndose como si el
otro no fuera quién contabiliza los cotidianos quebrantos. Se vincularon
festejando con el cuerpo. La mañana siguiente los descubrió tímidos, dispersos
y contenidos, como si la víspera hubiera sido su primera vez; evidentemente
algo de eso había.
La
elegante traza de Mario era usual más allá de todo compromiso. Un baño
reparador, el rostro prolijamente rasurado y un apuesto traje de oscura
tonalidad marcaban su rango de presencia y distinción. El cabello
cuidadosamente peinado formaba parte de la armonía de un conjunto que trataba
de complacer una cadencia precisa y vital, en donde cada detalle estaba en el
lugar adecuado, previamente analizado y debidamente cotejado.
Marzo de
1989 lo encuentra desesperadamente inseguro y de alguna manera inconcluso rumbo
al Ministerio del Interior para que su amigo disponga de él a su antojo. No
estaba en condiciones de exigir ni de exigirse, cosa que mucho le molestaba. No
podía adjuntar entre sus cartas de presentación determinados postulados éticos
que, por formación, llevaba consigo desde que tenía memoria. La imperiosa
necedad de sospechar que una vida digna está relacionada con la cantidad de
bienes condiciona y permite que un ser diminuto y abyecto se apropie de nuestra
voluntad, manejando, por la fuerza que ejerce la carencia hasta la propia
moral. De eso se trataba el viaje que estaba pronto a emprender en la línea A
del subte hasta su destino final; sabía que ese sujeto era una verdadera lacra,
pero lo que nunca sería capaz de imaginar era que tal energúmeno sólo
representaba una ínfima muestra del iceberg que la sociedad estaba gestando y
de la que él mismo formaría parte de manera incondicional, transitado sus
senderos más oscuros durante el transcurso de la década siguiente.
-
Buenos días, tengo una cita con el
Señor Luis Montaña.
-
Un momento por favor.
La
señorita encargada del conmutador no superaba los veintidós años. La breve
minifalda color azul acompañaba una camisa blanca desabrochada hasta el tercer
botón, por lo que el atisbo de sus senos le daba al frío salón principal un
aire de encantador agasajo. Un chaleco abierto en la gama de la pollera no
impedía que los lunares asomasen solícitos de atención. La imagen de su rostro
angelical no guardaba relación con sus piernas fatalmente largas e
inaccesibles.
Mario no
tuvo más remedio que asociar a aquella jovencita con las que utilizaba su amigo
para el goce de la tropa democrática. Prefirió suponer que simplemente tenía un
familiar con un poco más de peso específico.
-
Su apellido señor.
-
Cárdenas, Mario Cárdenas.
-
Tome asiento por favor, de
inmediato lo vendrán a buscar.
-
Gracias.
Una
exuberante morocha de unos veintisiete años aproximadamente, con uniforme
similar a la señorita del conmutador se acercó en directa ruta a Mario.
Bastante más asentada que la recepcionista mostraba seguridades propias producto
de haber recorrido experiencias variadas y enriquecedoras. La realidad marcaba
que Cárdenas no estaba acostumbrado a ambientes laborales de semejante
envergadura, por lo tanto sus fantasías lo acercaban de manera certera hacia el
mito y la ficción.
-
Señor Mario Cárdenas.
-
Sí, soy yo, encantado.
-
Buenos días, mi nombre es Analía
Volpi, soy la secretaria del señor Luis Montaña. Sería tan amable de
acompañarme.
-
La sigo.
El
trayecto hasta el tercer piso no mostró singularidades a tener en cuenta. Si
bien la muchacha Volpi era realmente hermosa, no dejaba de formar parte de un
paisaje que a esa altura ya le resultaba común y recurrente. Imaginó como
condición indispensable que el departamento de recursos humanos debería estar
integrado en su totalidad por hombres, ya que las señoritas que circulaban por
los pasillos simulaban desfilar por suntuosas pasarelas. Mientras trataba de
curiosear las sedosas curvas por entre los broches de la camisa de Analía,
continuó navegando sobre aguas de preconceptos, teniendo que admitir que tal
dependencia selectiva no debería existir, de lo contrario él no estaría allí en
ese momento.
-
¿Cómo te va Mario, te estaba
esperando? La cena de ayer estuvo espectacular. La suavidad de la salsa quedó
plasmada en el hecho de que dormí como un angelito. La verdad te felicito. Tu
mujer, más allá de lo que es como persona, es una excelente anfitriona. Vamos a
los nuestro, veo que ya conociste a Analía
-
Si, tu secretaria
-
Bueno, a partir de hoy será tu
secretaria. Necesito que tengas un colaborador que te guíe en este antro de
turros. La Volpi conoce más escritorios que nadie y como económicamente supo
invertir sus utilidades mantiene fidelidades si encuentra valoración y respeto
por su persona. Vas a poder disfrutar de ella cuantas veces quieras y sospecho
que le agradaste, pero te recomiendo que no la traiciones. Es una buena mina.
Sabe usar sus dotes como nadie; tal instrumental puede volcarlo a tu favor y
beneficio si le vas de frente. Si la forreas todo ese material te va a jugar en
contra. Tenés que saber que no menos de veinte gerentes, incluidos milicos,
desearían tenerla bajo su paraguas. En almuerzos de trabajo mis colegas suelen
hablarme de su envidia por la secretaria que tengo
-
¿Y por qué te la sacas de encima?
-
Todo lo contrario Marito. Quiero
que te cuide. Mi futuro proyecto te incluye, por lo tanto necesito mimarte,
protegerte. Ella son mis ojos dentro del ministerio. Los hombres suelen revelar
en la cama cosas que nunca manifestarían en una junta protocolar.
-
¿Es de la agencia de modelos?
-
Estás loco vos. No, que va...
digamos que es una prima segunda. Vivía en Médanos. Cayó en casa poco menos que
desahuciada y sin un mango. Es la hija de una amiga de mi vieja, no la podía
dejar en banda. Esto fue hace ocho años luego que su madre falleciera. Te pido
que trates de mantener la reserva sobre el tema. Ojo al piojo, no es una
atorranta; es una mina que usa sus encantos a favor de sí misma y de su futuro,
de paso se divierte. Al no tener compromiso afectivo serio se considera libre
de elección. No abre las patas solamente por interés o especulación. Si el tipo
no le agrada, olvidate. Como predomina una cultura machista la tipa pasa a ser
una corrupta o una viciosa cuando en realidad se conduce igual que aquellos
puristas masculinos que se autodefinen como ganadores.
-
¿Y vos?
-
No te preocupes. Enseguida me
mandan una nueva. Tal vez más joven y más linda. Pero nunca tan eficiente, eso
ponele la firma. Vení acompañame a tu despacho.
-
¿Mi despacho?
-
Lógico Marito, tu privado. Allí
vamos a poder hablar tranquilos de tu laburo junto con Analía. A propósito,
supongo que ayer cuando me fui de tu casa festejaron en forma con la Fontanal.
Serías un caradura si te quejas de tu suerte y encima te entrego a la Volpi.
-
No mezclés las cosas Luis. María
Inés es mi esposa y estoy muy enamorado. Lo demás son alucinaciones tuyas.
-
Veremos entonces.
Contigua a
la oficina de Montaña, sin necesidad de salir al pasillo y por un acceso
lateral con puerta vidriada ingresaron al pequeño salón destinado para
Cárdenas. La dependencia de unos veinte metros cuadrados estaba recientemente
pintada en distintas gamas de beige con gargantas y molduras de estilo. Un
ventanal que daba a un enorme patio interno relativizaba la luz natural. Era
inevitable tener encendidas en forma permanente un par de coquetas lámparas que
hacían las veces de esquineros. Cortinas rústicas en los mismos matices
cerraban una decoración sobria y eficaz. En el centro se destacaba el amplio
escritorio acompañado por una cómoda silla ejecutiva haciendo juego, mientras
dos butacas enfrentadas, del otro lado de la repisa, aguardaban intervenir ante
ocasionales visitantes. Alineado perpendicularmente al escritorio principal se
alzaba un coqueto pupitre acompañado de un original taburete elevado que sería
el hábitat laboral de Analía. La idea de Luis era que ambos compartieran la
oficina formando un verdadero equipo de interconsulta. Dos computadoras, una en
cada escritorio, conectadas a una impresora común daban señorío y presencia al
pequeño ambiente. Los baños estaban ubicados en el pasillo principal,
distribuidos de manera estratégica de forma tal, ninguna oficina quede
demasiado alejada de los servicios. Las vituallas eran dosificadas por la
empresa contratada cada dos horas diseñando un recorrido preestablecido. De
todas formas una cafetera eléctrica individual formaba parte del mobiliario.
Cuando
ingresaron al salón Analía ya había servido dos capuchinos, dejándoles la
azucarera y el edulcorante a disposición. Se retiró formalmente hacia las
oficinas de Luis permitiéndoles con su ausencia gozar un marco de calma y
privacidad.
-
Con permiso Luis, cualquier cosa
que necesiten estoy en tu oficina.
-
Gracias Ani. Vamos a tener para un
rato.
-
Bueno Luis, espero tus
instrucciones
-
Bien... Como te dije vas a ganar
cuatro lucas y media mensuales, siempre en moneda americana y me vas a firmar
los recibos a mí. En primer lugar te aclaro que no vas a pertenecer
oficialmente a la planta permanente del ministerio, por lo menos al comienzo.
Una credencial especial te va a servir no sólo para aportar de modo
independiente al sistema previsional, sino además te será útil para la obra
social e inscribir a María Inés si así fuera tu intención. Tu seguridad laboral
va a caballo de una política interna encabezada por una treinta de jerárquicos
que acordamos asociarnos en pos de aventurar negocios inmobiliarios.
Resumiendo: filones privados dentro de un ámbito público. Sé que suena mal y
hasta un tanto inmoral. Pero es así, es lo que hay... ¿Continúo?
-
Dale seguí... por ahora no se me
cayó ningún anillo.
-
Básicamente estarás a cargo de
organizar administrativamente todo el negocio de los departamentos privados;
ver la posibilidad de nuevas y convenientes inversiones, deshacerse del
inmueble cuando el precio permita una diferencia importante, armar un
organigrama general en donde no haya omisiones en cuanto a gastos y costos, y
fundamentalmente hacer que el asunto crezca. Cada uno de nosotros tiene un
promedio de dos a tres inmuebles. Como verás el más pobre soy yo. En
consecuencia vas a tener que armar una suerte de inmobiliaria que arrancará con
más de ochenta unidades en movimiento. No queremos que nada se escape de
nuestra esfera. Nos sirve en dos aspectos: Primero, ganar muy buen dinero,
segundo, cumplir con nuestra labor oficial de contralor del cuerpo legislativo.
Todos estamos en la misma, actualmente nos encontramos inmersos en un despelote
administrativo que no nos permite controlar las cuentas. No sabemos el laburo
ni tenemos intenciones de aprenderlo, sólo queremos ganar guita. El trabajo lo
vas a hacer vos, inclusive el diseño de una logística que permita racionalizar
los gastos fijos. Tené en cuenta que si cada uno de los interesados puede sacar
una diez lucas verdes libres en forma mensual pasás a ser ídolo absoluto de la
tropa. Hoy por hoy perdemos negocios por falta de tiempo o porque el bulo no
está disponible o porque la putita se enfermó. Bueno, eso es lo que no debe
ocurrir. Acá, en los armarios, tenés completa la información individual de las
unidades y de las agencias con las cuales trabajamos. Te recomiendo cargar una
base de datos en el sistema y laburar a partir de allí. Analía sabe de la
técnica, y está comprometida a full con el proyecto. Un dato que no debés
ignorar es que Volpi gozará de un ingreso extra muy relevante por anexar esta
tarea ¿Me seguís?
-
Vale decir que voy a estar a cargo
de organizar una red de prostitución cuyos responsables son conspicuos
jerárquicos de carrera del Ministerio del Interior y cuya clientela encuadra
dentro del ámbito del Poder Legislativo de la Nación.
-
En efecto... ¿sueña obsceno,
no?...
-
Una enorme desilusión, durante
mucho tiempo pensé que determinadas situaciones habían cambiado; supuse una
sociedad revisora y sapiente, esmerada en pos de privilegiar ciertos valores
que dejamos de lado durante mucho tiempo. Imaginé que la democracia nos había
mejorado. Simples cortinas de humo para la gilada. No puedo evitar sentirme
soberanamente un pelotudo de aquellos. Por lo medios te venden una falsa
honestidad y para peor se instalan como moralizadores de la sociedad.
-
Y hay cosas que no sabés... Los
medios son lo peor de lo peor. Si te contara los negociados que aún conservan
te caerías de culo. Papel Prensa por ejemplo. Empresa literalmente afanada a
punta de picana. Fijate quiénes son sus actuales dueños, cuándo se efectivizó
el traspaso y qué personajes estuvieron en la inauguración de la planta. De
todas formas debemos admitir que en la actualidad no hay persecuciones ni se
mata. Para eso existen otros mecanismos más sutiles siendo innecesario ensuciarse
las manos con sangre zurda.
-
¿Lo sabemos con certeza? Y si así
fuera, es sólo por ahora. Lo que me acabo de enterar no es fácil de digerir; te
somete de manera inevitable en una atmósfera de pesimismo cuya obvia conclusión
es que todo hacía delante será para peor. A nadie le interesa que eso se
modifique, cambie o mejore, porque hay muchos que ganan con ésta realidad, por
acción u omisión. Siempre va a ser necesario idiotas que compren lo que debería
ser. Útiles indignados que servirán para la protesta direccionada en busca de
un módico e interesado objetivo. La invencible imbecilidad del ser, abaratar
las defensas por terrenales conveniencias. ¡Qué mierda, por Dios!.
-
Si te seguís dando manija no vas a
poder disfrutar junto con María Inés lo que se viene. Y te puedo asegurar que
nada de lo que hagas va a poder modificar la inercia existente. Supongamos que
no aceptás el convite. No sólo tu vida va a continuar siendo tan chata y
mediocre como hasta ahora, sino que además vas a añadir vigilancia permanente a
cada uno de tus días, para vos y para tu esposa.
-
No te entiendo.
-
¿No te parece que estás siendo
poseedor de información sumamente delicada y confidencial de personas que
pertenecen al ámbito de las fuerza de seguridad? Yo te revelé detalles porque
sos mi amigo y quiero que labures conmigo. Pero lo que no puedo es traicionar a
mis socios poniéndolos en riesgo y que salgan a flote negocios que son
ciertamente incompatibles con la función pública. Acá hay secretarios de
Estado, subsecretarios, funcionarios de alto rango metidos en el medio. No es
un amenaza, entendeme. Puedo ser una cagada como tipo y muchas cosas que hago
son pura basura; pero debés apreciar que me estoy jugando a favor de tu futuro.
Es lo único que tengo para ofrecerte, vos tenés la última palabra. Qué le vas a
hacer, no te vino a dar una mano Teresa de Calcuta, te está tirando un hueso un
especulador.
-
Quiero conversarlo con María Inés.
-
Desde luego, sabía que lo ibas a
necesitar.
-
Mañana nos vemos.
-
Dale. Y disculpá que te agregue
algo Marito. No es cierto lo que dicen algunos; el tren no pasa solamente una
vez en la vida. Puede pasar varias veces. El secreto es estar parado en el
andén en el momento preciso.
II
Los
primeros meses de trabajo sirvieron de adaptación al ámbito. Descifrar códigos,
mantener prudentes silencios en los momentos adecuados, no presentarse
histriónico, preguntar poco y sonreír mucho, aunque sea delante de sujetos
absolutamente despreciables. Analía, a la par que se encargó de volcar toda la
información al sistema, actuó como su sombra y lazarillo. No lo dejaba solo ni
un instante y ante el mínimo desatino procuraba llamar la atención para
disimular una potencial torpeza que pueda exponer a su inexperto jefe. Volpi
tenía por ese hombre un respeto singular; ni siquiera por su “primo” sentía esa
admiración que naturalmente proyectaba Mario. A poco de iniciar su relación
laboral la muchacha pintó en su cuerpo y en su corazón “un Cárdenas” indeleble
que le provocaría con el tiempo su más estrepitosa caída y depresión. La delicadeza
y corrección en el trato, la cortesía ante la consulta permanente, compartir el
café sirviendo siempre dos tazas, dedicándole a la suya el oportuno Marroc de
todas las mañanas, la fidelidad hacia sus convicciones y hacia su esposa María
Inés, habían transformado a ese hombre en una inmanejable necedad espiritual y
corporal. Lo amaba, pero más amaba no turbarlo. Únicamente aspiraba
reencontrarlo al día siguiente, eso le alcanzaba para darle sentido a una vida
patética, repleta en muñecos de torta escasos de expresividad y ausentes de
toda caballerosidad. Sabía que no necesitaba desprenderse de su intimidad para
conquistar a Mario, en todo caso él mismo iba a tomarse determinadas licencias
físicas cuando el momento lo amerite. Era lícito aguardar por la desesperanza
ajena a favor de la propia se preguntaba Analía. Se mostraba egoísta y
miserable, de todos modos suponía que el amor necesariamente debía contener
algo de ambas características. Tampoco lo imaginaba como amante generoso y
complaciente, vulgar boceto de los tantos que diseñaron su pasado. El tratar de
permanecer dentro del espectro de Mario era su sola estrategia a la espera de
una oportunidad que permitiese asociarlo a su cuerpo y a su sexo. La llegada de
ese hombre había aderezado su vida. En ocasiones la felicidad no es un lugar de
llegada sino un modo de viajar, se permitió recordar Volpi a propósito de un
texto que alguna vez había leído en un sobrecito de azúcar. No le sacaba ni le
privaba nada de lo anterior; por el contrario, se permitían compartir con él
sus historias a modo de cuentos o fantasías.
Esos
primeros meses fueron intensos y vertiginosos. En algún momento Cárdenas pensó
para sí ordenar la tarea, acompañar los primeros pasos de la empresa y largar.
Se avergonzaba por participar de tales paradigmas de corrupción, pero a la vez
entendía que nadie se ponía colorado, aceptando como si tal cosa fuera el único
mecanismo lógico de supervivencia. Al instante pensaba en María Inés, sus
ilusiones y proyectos... y continuaba.
Varias
veces se quedó pernoctando en su oficina del ministerio, noches coincidentes
con las guardias de su esposa, manejando sutilmente la situación con Analía. Lo
hacía por María Inés y por él, más que por Volpi. Sabía que no iba a poder
resistir los encantos de su fiel compañera de trabajo y menos ante una
condición de intimidad. Era cruelmente hermosa; ese atractivo no transitaba
recorridos de maldad, muy por el contrario, su crueldad vestía linajes que
disciplinaban los deseos de sus incidentales pasajeros, sabiéndose Mario uno de
los tantos peatones caminantes.
En una de
esas noches Cárdenas recibió el llamado de su asistente. Entre lamentos lo
prevenía sobre una situación delicada que se estaba gestando a sus espaldas. De
inmediato y ante la incertidumbre Mario le solicitó a la joven que callara por
temor a que las líneas estuvieran pinchadas indicándole que prefería conversar
personalmente sobre el tema. Volpi le insistió que por la reserva del caso su
casa era el mejor lugar para la reunión. De acuerdo con la propuesta le aseveró
que en treinta minutos estaría en su domicilio. Antes de partir le comunicó
telefónicamente a María Inés lo acontecido omitiendo la identidad del gestor
promotor del encuentro.
Analía lo
recibió tan informal como angustiada. Un jean sumamente ajustado y una camisa
a cuadros multicolores le daban un
aspecto sencillo y muy atractivo. El pelo recogido y un tanto desprolijo le
otorgaba un semblante hogareño desconocido para Cárdenas. La cara lavada le
permitía a Mario el descubrimiento de bellas imperfecciones, esas mismas que el
maquillaje oculta suponiendo que mejoran el cuadro. Esa mujer, en ese instante
y a esa hora presentaba un mensaje superior. Y el hombre estaba allí,
desarmado, desprovisto, entregado a la voluntad de la dama.
-
¿Un capuchino?
-
Dale Ani, te lo voy a agradecer.
-
Disculpe, no me di cuenta ¿Comió?
-
No te molestés. Un par de
galletitas servirán de acompañamiento.
-
¿Con manteca y dulce?
-
Bárbaro. Te felicito por el
departamento. Es muy coqueto, tenés muy buen gusto.
-
Le agradezco Mario. Lo pude
comprar hace tres años y de a poquito lo trato de mejorar.
-
¿Cuántos ambientes tiene?
-
Dos domitorios, living-comedor,
baño, cocina, balcón y cochera. Ochenta metros cuadrados. Alquilo la cochera ya
que no tengo auto, odio manejar. Con lo que sacó pago las expensas y me queda
un puchito para regalarme algo todos los meses.
-
Realmente hermoso.
-
Bueno, aquí está el capuchino, yo
voy a tomar uno mates.
-
Me hubieras dicho y mateábamos
juntos.
-
Todavía está a tiempo.
-
Te escucho Ani.
-
Espero me alcance a entender
Mario. No existen en mi, segundas intenciones. Antes de ir a lo concreto del
asunto me gustaría confesarle alguna situación personal de modo tal pueda
observar fehacientemente que mi actitud está acompañada por la honestidad que
su persona merece.
-
Bueno, me tenés ansioso y
preocupado.
-
La cosa es así. Durante estos
largos ocho meses de trabajo, usted ha edificado una pequeña estructura
empresarial de la cual sus socios están sumamente conformes. No sólo manejan
información completa y ordenada de sus inmuebles además han aumentado sus
rentas notablemente, no teniendo que ocuparse de nada concerniente al negocio.
Algunos lo consideran un genio merecedor de incluirlo de manera definitiva
dentro del sistema mientras que otros lo consideran un tipo peligroso, pero
lamentablemente necesario. Existe además otro grupo, por ahora minoritario, que
lo observa como un recurso demasiado vehemente, moralista y en consecuencia
reemplazable. Dentro de este grupo se encuentra Luis.
-
Vos estás segura de los que me estás
diciendo.
-
Por supuesto. Supongo que Montaña
le habrá contado mi historia y fanfarroneará con respecto a la relación que
mantiene conmigo. Como podrá sospechar cuento con información cercana y de
buena fuente. Me parece que su caballerosidad permitirá eximirme de contarle
como obtuve la información.
-
Te entiendo Ani. ¿Pero sos su
prima, por lo menos así lo aseguró, de alguna manera tu situación se mantiene
gracias a él? No me cierra.
-
Acá viene dos veces por semana de
manera regular. Sé que se acuesta con otras chicas del ministerio, el formato
no nos disgusta. Es más, espero que algún día se aburra de mí. Creo que esas
dos visitas resultan suficiente muestra de agradecimiento por todas las
molestias que se ha tomado. Estoy un poco cansada de no respetar mis
convicciones a favor de mantener cierta comodidad económica. No se equivoque
Mario, no soy lo que cree.
-
Eso lo comprobé hace rato.
-
Me alegro que se haya dado cuenta.
Comprenderá entonces mis reservas y razones.
-
En forma directa y sin anestesia
me estás diciendo que Luis, mi amigo, es un cínico hijo de puta que está
conspirando en mi contra.
-
Usted lo conoce mejor que nadie y
sabe que no miento. Su relación con él data de la niñez, además, como anexo, le
cuento que María Inés es su obsesión.
-
¿Obsesión?
-
La locura por su mujer me la
confesó hace un par de semanas.
-
¿Te la confesó directamente de
palabra?
-
Algo peor. Cuando estábamos
haciendo el amor la nombró como si estuviera presente. Así como lo escucha. Sus
ojos cerrados mantenían la imagen de su esposa, sin darse cuenta la mencionó
tres veces y una de ellas fue durante el propio momento del éxtasis. En lo
personal no me ofendió ya que no guardo, desde ese lugar personal, un interés
afectivo por Luis; me entristecí por usted y por la confianza depositada que
tiene en semejante personaje. Generalmente nuestras relaciones son bastantes
esquemáticas no existiendo necesidades extremas de cambiar o improvisar
placeres. Agregar matices o fantasías hace rato que dejaron de formar parte del
convenio. El viernes Montaña demostró pasiones desconocidas, de inmediato me di
cuenta que yo nada tenía que ver con el asunto.
-
Es muy delicado lo que me decís. Y
te pido, por favor, que abandonés la formalidad y me trates de igual a igual.
-
Al tuteo se refiere.
-
Precisamente.
-
Trataré. No va a ser fácil. ¿Un
mate?
-
Si gracias. Te pido que continúes.
-
Básicamente eso es lo que supuse
deberías saber. Y quiero, además, que estés enterado que siempre encontrarás en
mi una aliada incondicional. Para todos los efectos. Incluso para los más despreciables
y egoístas. No puedo negarte mis sentimientos, tal vez ellos actuaron como
disparadores imprescindibles para esta convocatoria.
-
¿Y si pienso qué lo tuyo es
intencional?
-
Te estarías equivocando. Pero ya
no sería mi problema. En lo personal habré obedecido a mi corazón y nada podrá
modificar tal circunstancia.
-
Dame un último mate, tengo que
volver al ministerio.
-
¿Qué vas a hacer?
-
Tengo que pensar, cuando lo sepa
te vas a enterar.
Los dos
meses siguientes se mostraron sin novedades aparentes. Cada uno desempeñaba sus
roles acorde a lo establecido. Analía y Mario habían conformado un bloque
laboral de suma lealtad y franqueza. Hacía fines de 1990 Cárdenas recibió
información directa desde la Cámara de Martilleros y Corredores Públicos sobre
determinados movimientos que habría en el mercado inmobiliario a futuro
teniendo en cuenta los drásticos cambios por venir. Sus colegas le aseguraron
que era el momento ideal para que grupos inversores salgan a comprar todo lo
respetable que existiera en el mercado porteño. La nueva ley que entraría en
vigencia en pocos meses revalorizaría las unidades triplicando su precio en
dólares, en consecuencia, invertir en el rubro se transformaría en un negocio,
en el mediano plazo, sumamente rentable y seguro. La idea, que plasmó por
escrito a sus superiores, era solidificar un grupo inversor que salga a comprar
unidades de uno y dos ambientes cuyos valores oscilaban en ese momento entre
los siete mil y doce mil dólares. Según estimaciones concretas luego de quince
meses esas unidades llegarían a cotizaciones de orden internacional teniendo en
cuenta los valores equivalentes de otras grandes metrópolis del mundo. La nueva
legislación que se estaba diseñando apuntaba a una impronta globalizadora y
dolarizada que arrastraría irremediablemente a todas las variables financieras
existentes. Un esquema eminentemente exportador de materias primas e importador
de productos manufacturados volaría en pedazos en menos de cinco años a poco
que se acaben los fondos de las privatizaciones, lo que obligaría a endeudarse,
con todo lo que ello implica, de modo que la operatoria debía realizarse dentro
de un corto período de tiempo. Días después de recibir la novedad Mario detalló
puntillosamente el plan de inversiones diseñado ante un auditorio de
jerárquicos que escuchaba con suma atención y sorpresa. Mientras Cárdenas
disertaba, Analía Volpi repartía carpetas prolijamente armadas en cuyo
interior, cuadros estadísticos y curvas ortogonales describían y completaban la
exposición del idóneo.
-
¿Cómo fue tu día querido? –
Preguntó María Inés mientras servía la cena -
-
Sin demasiadas novedades. Presenté
un proyecto de inversión, dicen que lo están estudiando. Viste como son estos
tipos. A veces me pregunto qué carajo estoy haciendo en ese lugar. Trabajo para
una banda impresentable, arropada y protegida por el mismo sistema, que para
peor tiene el tupé de tomarme examen.
-
En definitiva hacerlo para ellos o
para otros da igual. O te pensás que los dueños de los bancos, las radios, los
diarios, las financieras, los hospitales privados o las líneas de colectivos
tienen una moral superior. El promedio de la sociedad es pura basura, de allí
se desprenden sus dirigentes, por eso nada nunca va a cambiar – sostuvo
Fontanal -
-
¿Y el resto? Es decir nosotros.
-
No decidimos. Cada uno anda por la
vida dándole de comer a algún Capone suelto al que todavía no le probaron, ni
jamás le probarán, evasión impositiva. Eso sí, lo hacemos con denuedo y honesta
dedicación.
-
Estás en llamas mi amor –bromeó
Mario -
-
Si, y con muchas ganas que dejemos
de hablar boludeces y me llevés a la cama. Hace más de una semana que no me
tocás.
-
¿Una semana?
-
Si no lo hiciste por otro lado
deberías tenerlo en cuenta ¿no te parece?
-
Estoy arruinado.
-
No lo creo. Lo que me parece es
que estás preocupado por cosas que no podés modificar. Eso te tiene mal.
Dormiste un par de noches en el ministerio y eso no es bueno para nada. No
salís del círculo querido, no esperás que aclare, dejate de joder. Ya logramos
ser propietarios, tenemos un auto, ahorros... qué más.
-
Mari, tengo algo que contarte...
-
Bueno. Pero primero necesito unos
lindos mimos, después me contás. Prometo no dormirme.
Al día
siguiente Analía Volpi tenía preparado como siempre el usual capuchino con una
medialuna de manteca. Ambos sabían que de ellos dependía la suerte del trayecto
cotidiano y que si no hacían nada al respecto sería por falta de ganas, talento
o imaginación.
-
Ani. ¿Te puedo invitar a almorzar?
– preguntó tímidamente Mario -
-
Será un placer. Me va a encantar
que caminemos juntos, y si me dejás, del brazo.
Mario no
se atrevió a contradecir semejante licencia que se tomaba Volpi. La noche
anterior María Inés faltó a su promesa y se quedó dormida. Necesitaba hablar
con alguien y ante la ausencia de su esposa, Analía era la persona indicada.
-
¿Qué te está sucediendo?
-
Estoy preocupado. Hicimos un
laburo impresionante y todavía no hemos tenido respuesta de esta gente.
-
Tengo entendido que están buscando
inversores, estos tipos jamás arriesgarían su plata – aseguró Analía -
-
¿Por qué no me lo mencionaste? –
recriminó Mario de mal modo –
-
Esperaba que me invites a comer.
-
¿Y si no lo hacía? – repreguntó
más distendido –
-
Entonces de mi parte no te ibas a
enterar.
-
Qué personaje resultaste.
-
Prefiero que no entremos en
conversaciones íntimas si tal intimidad no se va a llevar a cabo. No te enojes,
pero que estemos juntos significa mucho para mí; hay veces que hago lo de tu
amigo: mientras duermo con un tipo pienso en vos. Soy tan cínica como él,
verdad.
-
Hablando de Luis y para cambiar un
poco de tema ¿cómo está? Hace algo más de tres meses que no lo veo fuera del
ámbito laboral, siento que me esquiva, me llama la atención.
-
A mí no me dice nada. Creo que mal
sospecha de nuestra confianza mutua, lo cierto es que no acepta como verosímil
que todavía no hayamos intimado. Sigue visitándome un par de veces a la semana,
hace lo que tiene que hacer y se va. Las charlas son frugales, moderadas y
nunca involucran temas laborales.
-
¿Te volvió a nombrar a María Inés?
-
Para nada.
-
¿Y qué pensas?
-
¿Me pedís sinceridad? – inquirió
Analía –
-
Por favor Ani.
-
Vigilá a tu esposa.
-
¿Qué me estás diciendo?
-
Lo que me preguntaste. Conozco a
Luis y sé que algo está elucubrando. De hecho, y ahora que lo pienso
detenidamente, ha modificado ciertos hábitos y costumbres que por pudor no
pienso revelar. Actúa como un hombre vengativo, como un ser desquiciado y sin
compromiso afectivo. Me toma como si yo fuera el complemento necesario de una
enorme frustración. Cosa muy usual en hombres engañados o no correspondidos.
-
Me estás sugiriendo que María Inés
y Luis...
-
Sólo es una percepción Mario.
-
Hoy María Inés tiene guardia en la
Clínica – afirmó Cárdenas –
-
Si querés te acompaño – propuso
Volpi –
-
No te quiero complicar. Quedate en
casa por si cae Luis.
-
Como quieras.
A
medianoche el Escort celeste metalizado permanecía estacionado a treinta metros
de la puerta de entrada de la Clínica Lavalle de Villa Ballester. Mario había
consumido, mientras sostenía la espera, una decena de Parissiennes livianos
ante la ausencia de Gitanes. El aroma a tabaco negro en la cabina era
insoportable. Poco le importaba. Si era necesario fumar otra cantidad similar
lo haría sin contemplaciones; en ese momento, sus pulmones, eran un detalle
menor. Desde hacía dos horas estaba frente a un terreno en donde una incipiente
obra en construcción mostraba sus primeras siluetas. Estuvo a punto de irse en
varias oportunidades, se percibía adolescente al otorgarle una nueva
oportunidad al semáforo que doscientos metros atrás estimulaba una nueva
largada, como si el tiempo pudiera ser asesinado por las novedades que
insinuaba un inédito malón. Durante su vigilia vio entrar y salir varias veces
a la ambulancia de la explanada principal. La pequeña Clínica se levantaba en
tres pisos muy coquetos, el lobby estaba perfectamente iluminado y señalizado,
un importante cartel en tonos azules mejoraba el frente. Nada hacía conjeturar
circunstancias anormales, todo estaba en su sitio justo conforme al servicio
que prestaba el lugar.
Luego de
cuarenta minutos pasada la medianoche decide encender el motor de su vehículo;
segundos antes enciende su decimocuarto cigarrillo mientras esperaba por el
calentamiento del impulsor. En ese preciso instante, frente a la explanada
principal, se detiene una Berlina Renault 18 color gris. Del lado del
acompañante desciende María Inés, quién lentamente hace un rodeo por delante
del vehículo en dirección a la ventanilla del chofer para saludar con un beso,
dar media vuelta, y dirigirse luego hacia el interior de la Clínica. Sólo
necesitaba constatar la titularidad del automóvil. Para ello se adelantó unos
pocos metros para tomar el número de patente. Pensó para sí que trabajar en el
ministerio debía incluir alguna ventaja en este tipo de incisos. Por el momento
no tuvo deseos de prejuzgar, optó por indagar a su esposa y a su supuesto
acompañante nocturno de manera metódica, sin escándalos; estaba seguro que este
tipo de cuestiones pasaban, asumiendo que la responsabilidad no caía solamente
en uno. Embriagado de pesadumbre y tristeza recorrió las calles de la ciudad
sin destino cierto. Desechó ir a su domicilio, tampoco utilizó la opción Volpi;
la joven no merecía tener que sostener las lágrimas y lamentos de quién era
culpable de sus propios infortunios afectivos. El solo pensarlo lo avergonzó
asumiéndose egoísta. Decidió que su oficina del ministerio era el sitio
adecuado para pasar la noche.
Apoyó
suavemente sus labios en los de Mario. Sintió ese cruel aroma del aliento
matinal completo en tabaco negro y austera humedad. Poco le importaba. Por un
rato esos labios le pertenecían y los iba a aprovechar hasta que su propietario
vuelva en sí. Los ojos de Mario abrieron persianas dejando que Analía
desarrolle sus visiones, no intentó interrumpirla, hacía tiempo que nadie lo
despertaba con tanta delicadeza y cortesía. Trató de no confundir venganza con
deseo. El sillón de dos cuerpos era suficiente albergue para derrochar tanto
erotismo contenido. Tomó a Ani de la cintura y la dispuso encima de él, las
manos de ambos comenzaron a trazas recorridos guiados por sus propios gemidos.
No les importó la forma ni el lugar, sabían que a esa temprana hora de la
mañana nadie podía incomodar la escena perfecta. Solamente la pollera quedó en
su lugar mejorando la exoticidad del momento. Fueron lujuria contenida. Una
hora después, semidesnudos y felices se prepararon el usual capuchino de todos
los días.
-
Sos perfecta Ani.
-
Espero te haya servido.
-
¿Por qué decis eso?
-
Prefiero no hablar sobre lo
ocurrido. Es imposible que sea perfeccionado con palabras. Te amo y lamento que
sea en tales circunstancias, tratá de no lastimarme. Contame que pasó anoche.
-
Vi bajar a María Inés de un auto
poco antes de la una de la mañana, cuando todo indicaba que estaba de guardia.
-
¿Tomaste la patente?
-
Si.
-
Dame los datos. En breve sabremos
el dominio. Mientras me compongo y arreglo un poco, conectá la computadora.
-
Como digas.
-
Veamos. Hay que entrar al padrón
del registro del automotor, ponemos el número de patente, enter y a esperar...
El barrido tarda lo suficiente como para echarnos otro polvo.
-
No creo que deba ni pueda oponerme
ante tal propuesta.
-
Lo dije de modo figurado Mario.
Aunque si cerrás la puerta con llave, todo puede ocurrir...
En esta
oportunidad no hubo vértigo ni urgencias. El juego fue amplio siendo el
repertorio variado. Se degustaron a placer; los espejos admitieron la alianza
erótica comportándose con tino y mesura. La juventud de Volpi y su pelo y sus
piernas y sus senos y su boca transportaron a Cárdenas hacia parajes tan
lejanos como olvidados. Hacía mucho que su sexo no era saboreado con goce y
satisfacción, y que a la vez no existiese vergüenza, y que las miradas se
entrecrucen en el ambiente, en los cristales, en las pantallas de las
computadoras o en un señuelo inquisidor. Quiso mojar esa boca en más de una
ocasión, pero era todo un caballero. La dama, egoísta y despechada, se sentó en
uno de los taburetes abriendo sus piernas exigiendo de modo taxativo que el
hombre probara de su exquisito manjar. Nada era más importante en ese momento
que sus cuerpos. Todo podía esperar, hasta la identidad del supuesto amante de
María Inés. A media mañana, extasiados e indemnes, no sabían si lo ocurrido era
la resultante de un error. Daban por verdadero que un intruso había metido la
cola entre sus miedos y prevenciones, convocándolos a vivir una experiencia tan
condenable como inevitable. Sus alientos empapados de humores ajenos se
atemorizaron ante la acidez de un jugo de naranja ardiente y provisto de áspera
maldad.
-
¿Ya finalizó el barrido del
sistema? – Preguntó Mario –
-
Ahora me fijo. Dame cinco minutos.
Necesito recomponer la imagen.
-
Veamos. Según el Registro del
Automotor el dominio del vehículo marca Renault modelo 18 Sedán año 1990
pertenece a un tal Javier Martínez Yuguens.
-
No conozco al tipo, aunque me
suena su nombre.
-
Yo sí. Eso te pasa por no ayurdame
a cargar la información en el sistema. – aseguró Analía –
-
¿De dónde lo conocés?
-
Es el nombre de guerra de tu amigo
Luis Montaña. Si no me crees fijate el título de propiedad del departamento que
tiene metido en el grupo. Nunca te olvides que es un “servicio”, tiene más de
una identidad para preservar su anonimato.
-
Hijos de puta. Traidores de
mierda.
-
Espera hablar con ella, no te
apresurés. No sería la primera vez que Luis manipula simulacros para provocar
situaciones de cuyas reacciones no se puede retornar.
-
No te entiendo.
-
En el fondo sos muy inocente. Hay
veces que estos tipos te quieren hacer pisar el palito. Es decir, te crean
condiciones, te hacen creer que pasó algo que nunca ocurrió. Por ejemplo. Si
quieren que aumente el presupuesto de inteligencia presionan fogoneando a un
par de pandillas para que hagan despelotes internos con un marcado sesgo
ideológico. Antes el MTP en La Tablada y ahora Quebracho en La Plata son una
muestra de lo que te digo. Si quieren que aumente el presupuesto de la Policía,
por ejemplo, te arman un par de tomas de rehenes que incluyen asesinatos de
lindos jóvenes de clase media imponiendo a través de los medios una sensación
de inseguridad que terminará presionando al ejecutivo a favor del aumento deseado.
Por eso no sería descabellado pensar que Luis, sabiendo de tus inseguridades,
te arma una puesta en escena de la cual no puedas volver, para finalmente
lograr su objetivo.
-
¿Y cómo sabés todo esto?
-
Muchas veces lo ayudé para este
tipo de políticas.
-
Pero esta vuelta Montaña sabe que
estás a mi lado para no pisar el palito.
-
En efecto. Veo que empezaste a
pensar como él.
El
teléfono suena en un par de ocasiones. Analía atiende con la formalidad
acostumbrada.
-
Qué hacés putita, me podés
comunicar con el boludito de tu jefe – ordenó Luis –
-
Ya te paso.
-
Mario amigo, cómo te va. Venite
que tengo grandes novedades que contarte.
-
En cinco minutos estoy allí.
-
Suerte mi amor, te quiero mucho,
cuidate – le advirtió Analía – y no olvides que es pura lacra. Cuando atendí me
tildó de putita y vos sos el boludito de mi jefe.
-
Confiá en mi, y gracias por no
creer que todos somos lo mismo.
Los
destellos solares ingresaban por el balcón francés que orientaba hacia la Plaza
de Mayo. Detenerse a observar las bandadas de palomas comprendía el mismo
interés que suspenderse ante el ir y venir de los abrumados transeúntes,
siluetas acostumbradas a premuras sin destino cierto. Mario tuvo la sensación
que la mentira formaba parte del orden social establecido y que todos estaban
de acuerdo que así fuera.
-
Querido Mario, tu proyecto fue
bochado. Veinte tipos votaron en contra de la propuesta, son conservadores que
prefieren no innovar, de modo tal seguí con tu laburo como hasta ahora que lo
estás haciendo maravillosamente bien, estamos muy contentos por los resultados
obtenidos.
-
Me podés dar detalles sobre las
conversaciones – consultó Mario –
-
Te cuento. En general la idea les
gustó, pero no confían en los datos más allá de estar seguros de tu buena fe.
No creen que se venga una dolarización de la economía, consideran que esa
supuesta ley de convertibilidad es un verdadero dislate.
-
Como quieran. Es su dinero. Como
vos decís yo debo continuar cumpliendo con mi parte del trato.
-
Me parece bárbaro. Hablando de
otra cosa ¿Querés un cafecito? Hace mucho que no conversamos de nuestras cosas.
-
Acepto. Volpi pueden manejar la
cosa sin problemas.
-
¿Ya te la cogiste, no?
-
En alguna oportunidad te dije que
no mezcles las cosas. Soy un tipo casado, muy enamorado de su mujer, que
considera a Analía una tipa excepcional y una excelente compañera. No te voy a
negar, la piba es muy estimulante. Es joven, bonita, independiente,
desprejuiciada y ciertamente seductora. Te admito que se hace difícil, pero de
allí a transformarla en mi amante hay una enorme distancia.
-
Terminaste de hablar boludeces.
-
No son boludeces, digo lo que
siento y pienso.
-
¿Querés qué te muestre la
filmación que tengo? Es fresquita, tiene un par de horas.
-
Nunca me debo olvidar que sos “un
servicio” por encima de un amigo-
-
No es para tanto. Celebro que
disfrutes de tu trabajo, lo que me sorprendió es el tiempo que te demoraste.
¿Pasó algo en tu matrimonio estos últimos días por lo cual volcaste?
-
Algo hay, no sé bien de qué se
trata. Tiene que ver con María Inés y su trabajo o con alguien de allí.
Realmente no estoy muy seguro-
-
¿Tenés ganas que lo averigüemos? Mirá
que tenemos métodos y sistemas que podemos usufructuar.
-
No gracias... prefiero indagar a
mi modo.
Estimó
sensato apartarse de toda sensación o sugerencia, sentía que nadie le estaba
diciendo la verdad y que él, al manifestarla, estaba dando enormes ventajas.
Desconfiaba de todo aquello que lo rodeaba: de Volpi, de Luis, de María Inés,
de sus jerárquicos. Percibía que cada uno de ellos estaba especulando con su
ignorancia, más no quería resignarse y aceptar que la miserabilidad formaba
paisaje rutinario de su entorno. Sus linderos más afectivos estaban vinculados
por tales secuelas; se veía ingenuo y fronterizo. Sin advertirlo comenzó a
desarrollar en su interior salvoconductos ajenos que en el mediano plazo le
serían de enorme utilidad. Al principio trató de resistir, pasado el tiempo
valoró sensato ceder sin encontrar incomodidades éticas ante la situación. El
medio comenzaba a delinear a un nuevo Mario, a un nuevo sobreviviente.
-
¿Cómo estuvo la guardia de anoche?
–Preguntó cándidamente Mario -
-
Muy tranquilo, hasta pude salír a
cenar. ¿Adiviná con quién?
-
Ni idea.
-
Con Luis ¿No te mencionó nada?
-
Ni una palabra.
-
Qué raro. Dijo que andaba por la
zona y decidió darse una vueltita para saludarme, surgió la invitación, pedí
permiso y eso fue todo, poco antes de la una estaba de regreso. No entiendo sus
razones para ocultar semejante tontera.
-
Apenas nos vimos unos minutos en
la oficina. Acaso por el despelote habitual que se vive dentro del ministerio
se le haya pasado, de todas formas convengamos que Villa Ballester no es un
barrio a donde Luis vaya de casualidad.
-
Es cierto, dos cosas me parecen
extrañas del asunto. Primero que el tipo estuviera por la zona y segundo el
escamoteo que hizo sobre encuentro sabiendo que en pocas horas te enterarías de
mi boca. Una de dos, es un boludo o un manipulador.
-
No podemos ignorar que siempre te
tuvo ganas.
-
Es cierto, pero me sigue sin
cerrar. Jamás se me insinuó y la charla transitó por un repertorio de delirios
incomprensibles. En algún momento sospeché que estaba bajo los efectos de
fármacos o algo parecido.
-
¿Y si quiso simplemente qué yo lo
sepa? ¿Y si intentó medir tu fidelidad? Nunca debemos olvidar que un recurso de
inteligencia vive como tal y no sólo para sí, su comportamiento lo hace
extensivo hacia quienes lo rodean.
-
¿Cómo está Analía? – Sorprendió
preguntando María Inés –
-
Bien, como siempre, trabajando
eficazmente.
-
Luis me comentó que es una de sus
chicas.
-
Si lo sé.
-
¿No estará cumpliendo la doble función:
Colaborar con tus tareas y vigilarte? Mirá que esta gente vive de ese formato.
Decenas de legisladores pueden dar fe.
-
No creo que puedan dar fe,
supuestamente ignoran el encaje.
-
¿Estás seguro que lo ignoran? –
Retrucó Fontanal – No será que hacen que lo ignoran porque el trato los
beneficia. Sin sacar los pies del plato un par de veces a la semana duermen con
una chica que ni en sus sueños alcanzarían.
-
Si bien no lo había pensado de ese
modo todo puede ser dentro de ese antro, pero quedate tranquila, estoy
preparado.
Esa misma
noche hicieron el amor por obvias razones maritales. La duda les alcanzaba para
sentirse contenidos, les disgustaba el ambiente y sus alrededores, pero los
réditos económicos pesaban demasiado como para intentar dignas rebeliones,
temían que acostumbrarse a esos linderos, perversos y asfixiantes, sólo era
cuestión de tiempo.
*
Cinco
meses después de ponerse en marcha la ley de convertibilidad la suerte de Luis
Montaña estaba marcada con timbres indelebles por sus socios del ministerio.
Nunca le perdonarían haber fustigado,
erosionado y menoscabado el proyecto de Mario Cárdenas sobre inversiones
inmobiliarias a corto y mediano plazo. Por ese entonces los reflejos tardíos de
Luis habían quedado expuestos, en consecuencia, ya no quedaba margen para el
logro de aquellos objetivos de máxima estimados por Mario debido a un mercado
atestado de inversores. Una excesiva demanda más un retroceso de las ofertas
hizo que los valores en dólares se disparan tal cual lo predicho por Cárdenas en
su detallada exposición. Los antecedentes del informe expuesto en su
oportunidad no dejaban lugar a dudas que Montaña había equivocado su
diagnostico quedando en sus colegas la sospecha de intenciones secundarias
sobre su accionar. Era evidente que Luis se había convertido en un potencial
peligro para la organización por lo que se determinó seguimiento y vigilia
permanente. Por unanimidad se estipuló que cuatro “servicios” de la Marina sean
convocados para efectuar la tarea con la obligación de presentar, en el término
de treinta días, un informe completo con respecto a las actividades oficiales y
extraoficiales de Montaña. Se buscaron recursos ajenos al ministerio de modo no
alterar al fiscalizado y a la vez guardar la necesaria reserva que la empresa debía
incluir.
Mientras
tanto y exentos de tales movimientos, Analía y Mario aceptaban sus eróticas
realidades dos o tres veces por semana en el domicilio que la dama tenía en el
barrio de Villa Urquiza, aprovechando las guardias de Fontanal en la Clínica. Luis
alternaba por temporadas el interés sexual por Volpi, en consecuencia, nunca se
enteró del cambio de cerradura que hiciera su prima adoptiva en la puerta del
departamento. María Inés continuaba desarrollándose como obstetra de la mano
del eminente doctor Montesano en la Clínica Lavalle.
Todo
parecía estar en orden, nadie detentaba suficiente tiempo para sincericidios.
Lo que ninguno de ellos imaginaba es que estaban protagonizando un examen que
desembocaría en un informe que cambiaría por siempre sus vidas y que
determinaría, de modo despótico, la suerte de sus defectos y de sus afectos;
todo esto en medio de lo que sería la segunda década infame de la historia y de
la que nadie, por el momento, daba por sentado.
A
principios de 1992 los avances tecnológicos habían proporcionado medios e
instrumentos comunicacionales novedosos en el ámbito de las empresas. Dichas
técnicas eran altamente eficientes y seguras. Teléfonos conectados a
computadoras a través de unos aparatejos llamados módem permitían mensajes
textuales que hacían las veces de valederos y fehacientes documentos;
imprevistamente un ordenador era el único elemento indispensable en el
escritorio de un recurso categorizado. Las carpetas se archivaban dentro del
sistema informático al igual que la agenda personal. Si bien por entonces era
oneroso, la eficiente prestación de la técnica hacía que el ahorro en tiempo
pague con creces las inversiones que se realizaban en la materia, más allá de
los vicios y corruptelas usuales de la época. El escritorio de Cárdenas
conservaba aún la elegante impronta que tuviera en su génesis. Los cortinados y
los beige continuaban imperando en el ambiente, sólo algunas dicroicas
importadas modernizaban la solemnidad de aquellos esquineros lumínicos que
oficiaban como gallarda guardia vaticana. La cámara de Luis había desaparecido
por mutuo acuerdo; Analía y Mario continuaban aprovechando de sus éxtasis sin
fisgones ni curiosos. El ordenador con su módem, el teléfono, un cenicero, un
anotador y un lapicero conformaban la legión bélica del funcionario para
afrontar la tarea diaria. Analía Volpi, perpetuada en su taburete, no poseía
ordenador personal, su jerarquía no lo merecía.
La
pantalla de su administrador personal puso en aviso a Mario sobre la llegada de
un mensaje destacado como urgente; Arturo Solano Rey, subsecretario de
inteligencia y operaciones del Ministerio del Interior y superior de Luis
Montaña lo estaba convocando para una reunión impostergable a las 17.00 horas
en dependencia del casino central, ubicado en el quinto piso del edificio.
Llegada la
hora Cárdenas ingresó al recinto en donde lo estaban aguardado el citado Solano
Rey en compañía de Guillermo Marino y Roberto Soria, dos integrantes más del
cuerpo colegiado que lo tenía
contratado. Un desconocido caballero, morocho y de bigote entrecano, era el
cuarto habitante del ámbito. Con una carpeta en mano y su portafolio sobre la
mesa esperaba la debida autorización para comenzar con su alegato. Horacio
Valdés Uribe era el vocero del equipo de la Marina contratado para efectivizar
la investigación que involucraba a Luis Montaña.
-
Cómo le va Cárdenas, adelante por
favor - lo recibió amigablemente Solano
Rey –
-
Buenas tardes. Con permiso.
-
Tome asiento. Lo convocamos debido
a que realizamos una lectura integral del informe preliminar y constatamos que
usted debía estar al tanto de determinadas cuestiones que le atañen y que
sospechamos ignora. Desde su ingreso a nuestra organización ha demostrado
destreza, capacidad y fidelidad. Sus conocimientos nos han permitido la
obtención de rentas acordes a nuestras expectativas, concretas en cuanto a la
cobrabilidad y sobre todo regulares en el tiempo. Además si hubiésemos atendido
a sus sugerencias nuestro futuro estaría por demás asegurado. Sabemos que
estamos frente a una persona que dista mucho, en cuanto a pensamiento y obra,
de pertenecer al ámbito palaciego ministerial. Habla bien de usted el hecho de
no haberse llevado su proyecto de inversión cuando el mismo fue rechazado
estúpidamente por el consorcio. En consecuencia, por respeto y por aprecio a su
persona, consideramos vuestra presencia inevitable en este lamentable y
menesteroso recorrido de novedades que estamos por comenzar a desandar. De aquí
en más el señor Uribe tiene la palabra...
-
Buenas tardes señores. Como
integrante y encargado informante del grupo de tareas que tuvo la encomienda de
investigar al señor Luis Montaña, paso a leer los datos puntuales comprobados y
las conclusiones arribadas que se desprenden de esa data obtenida. Estamos
hablando del señor Luis Montaña, alias Javier Martínez Yuguens, treinta y seis
años de edad, argentino, personal jerárquico de la secretaría operativa del
Ministerio del Interior desde 1984. Les adelanto que el seguimiento, cuya
extensión alcanzó los veinticinco días, obtuvo conclusiones que en breve estaré
exponiendo. Como la autoridad máxima del grupo actuante les adjunto las copias
de la documentación obtenida, incluyendo fotografías que actúan como prueba
irrefutable del informe. Descuento vuestro compromiso sobre la reserva de la
misma ya que algunos indicios fueron obtenidos en condiciones de irregularidad.
La lectura no será textual debido a que ustedes comprenderán lo tedioso que
puede llegar a ser detenerse puntillosamente en cada cuestión apuntada.
Relataré la totalidad de los datos relevantes obviando aquellos incisos
conocidos y en consecuencia superficiales. Primero: El señor Luis Montaña posee cuatro inmuebles. Uno de
ellos está a su nombre, otro bajo su alias, los dos restantes a nombre de la
señorita Analía Volpi, empleada del ministerio y actual secretaria del señor
Mario Cárdenas. Las cuatro unidades se encuentran dentro del radio del barrio
porteño de Congreso. Sabemos que la señorita mencionada sólo actuó como
testaferro prestando su firma en el momento de efectuarse la escritura
traslativa de dominio. Nunca la señorita Volpi recibió algún tipo de
contraprestación por el usufructo que hizo y hace el investigado de dichos
inmuebles. Segundo: La
unidad que está bajo el dominio de Montaña es su domicilio legal; el bien cuya
titularidad está bajo su alias está dentro del consorcio de inversiones del
Ministerio del Interior, mientras que los dos departamentos a nombre de la
señorita están incluidos dentro de otro grupo inversor de similares
características que desarrolló impulso dentro de la Superintendencia de
Seguridad Federal. Como podemos observar Luis Montaña violó el contrato
establecido ocultando la existencia de negocios paralelos fuera de vuestro
ámbito. Tercero: El
proyecto que presentara el señor Cárdenas fue, en su tiempo, vehementemente
rechazado por el investigado utilizando argumentos falaces. El objeto de su
fogosa recusación tuvo la intencionalidad, plasmada luego en concreto, de
presentarlo como propio frente a sus socios de la Superintendencia mencionada.
De ese modo obtuvo, dentro de ese ámbito, favores económicos notables que le
permiten ser poseedor de una cuenta muy importante en el recientemente
constituido paraíso fiscal británico ubicado en Islas Vírgenes, Centroamérica. Cuarto: El señor Luis Montaña
guarda un expreso celo personal, desde los tiempos juveniles, para con el señor
Mario Cárdenas. La doctora María Inés Fontanal, esposa de éste, es el motivo
central de tal encono. La realidad marca que durante el lapso investigado en
cuatro oportunidades se hizo presente en la Clínica en donde la señora Cárdenas
desarrolla sus tareas simulando casualidades inexistentes. Sabemos además que
Fontanal en varias oportunidades lo intimó para que revierta su conducta y se
abstenga de visitarla bajo amenaza de informarle a su esposo. Quinto: La razón de este rechazo
hacia Montaña no es la preservación de su matrimonio. Lamentablemente debemos
anexar como información complementaria que la señora Fontanal guarda una
relación de intimidad con el doctor Lorenzo Montesano, Director del área de
obstetricia de la Clínica Lavalle. Al ser ambos casados los encuentros se
desarrollan dentro del ámbito laboral, en las mismas dependencias de la
entidad. Esta relación tiene larga data ya que comenzó a las pocas semanas del
ingreso de la obstetra en condición de practicante. Sexto: Volviendo al señor Montaña nos resta por informar que
no solventa económicamente a ninguna de sus ex parejas y que mantiene una
relación liberal con la señorita Analía Volpi. Si bien hace bastante tiempo que
no existen encuentros furtivos, podemos asegurar que en las oficinas del
investigado encontramos pruebas tangibles que dicha relación no ha concluido.
Adjunto el presente sobre para su revisión. Séptimo: Sin más, les presento el resto de la documentación
adicional y los detalles menores de la investigación. Muchas gracias por su
confianza y atención, sabemos que nuestros honorarios serán depositados tal
cual lo conversado oportunamente.
Valdés
Uribe entregó a cada uno de los concurrentes una copia del informe. El sobre
lacrado con pertenencias de Montaña le fue cedido a Cárdenas por orden del
triunvirato encabezado por Solano Rey. El responsable del informe se retiró
dejando a Mario en soledad con sus jefes inmediatos para profundizar sobre el
tema.
-
Debemos sacarnos de encima a
Montaña – sentenció Marino –
-
No cabe duda. Este oprobio no
puede quedar impune – reafirmó Soria –
-
No solo como penalidad, también
como escarmiento y enseñanza – aclaró Solano Rey –
-
¡Qué tipo enfermo! No tenía necesidad
ni causalidad que justifique su comportamiento. Por fuera de sus frustraciones
individuales arruinó su vida de manera insensata y grosera. Tenía fortuna,
jóvenes amantes, libertad, posición; es inentendible – sostuvo Soria –
-
Hace rato que para mí no es motivo
de preocupación la cabeza de la gente. Solamente opero en consecuencia y como
tal me afilio a la idea de que es necesario eliminar a Montaña cuanto antes,
dejando un preciso y rotundo mensaje – decretó Marino –
-
¿Usted qué opina Cárdenas? – preguntó
Solano Rey –
-
Yo no opino, simplemente obedezco
– respondió Mario, para luego continuar - Además estoy embarcado afectivamente
en todo este asunto, entendiendo que debo tomarme un tiempo para analizar toda
la data. Prefiero asociarme a la noción de no apresurarme para no cometer
errores.
-
Estoy de acuerdo. Tiene una semana
para examinar la información y presentarnos un plan de operaciones – ordenó
Solano Rey –
-
Pero señor, si me permite el
atrevimiento, sospecho no ser el recurso más adecuado para semejante comisión.
Como le mencioné estoy afectado emocionalmente, cosa que me condiciona de modo
taxativo – reiteró Cárdenas –
-
Justamente por eso mi amigo. Usted
conoce a cada personaje, sabe de sus imperfecciones y quebrantos. No lo van a
tomar con las defensas bajas – afirmó Soria –
-
La orden no tiene vuelta atrás –
sentenció Marino –
Mario
prefirió la soledad por un par de días. Debía ordenar sus muros y sus
extramuros, confundirse en medio de la tormenta para ser partícipe de la mugre,
licenciado temporariamente a su, por demás, empobrecida conciencia. Darse
cuenta que si uno estaba allí era porque hizo todo lo posible para estarlo, que
de ningún modo era inocente, que nada podía considerarse sorpresivo. El trabajo
que le diera Luis a cambio de un fabuloso salario mensual portaba tantas
contraindicaciones como el sexo de Analía; cuestiones que no quiso leer, al
igual que la necesaria demanda que portaba la belleza de María Inés. Sospechó
entonces que había llegado el momento de hacerse cargo de sus decisiones.
Recordó por ejemplo con cierta vergüenza interior haber abandonado aquel
Triste, Solitario y Final por la vulgar Novena Revelación, o cuando reemplazó
Sesenta y dos Modelo para Armar de Cortázar por la fácil lectura de Coelho.
Comenzó a cuestionarse a sí mismo llegando a pensar que era demasiado tarde
para cambiar lo que reconocía estaba mal pero que a la vez le resultaba cómodo
y reconfortante. El problema no era cargarse a la basura de Luis. Lo bravo era
convivir con ello, con el riesgo de que
sus afectos, tarde o temprano, supieran la verdad. Pensó que si se cargaba a
Luis podía cargarse a Montesano, comenzando así con una profesión que imaginaba
un poco menos indigna de la que hasta entonces tenía.
La
inocente y trabajadora María Inés, amante y fiel esposa, mantenía una relación
paralela con su eminente y admirado superior desde los tiempos en que la
relación marital estaba supuestamente bien. Analía continuaba dependiendo
económica y sexualmente de su primo benefactor, y este era un traidor consuetudinario
sentenciado, que en breve debería dar un paso al costado por la invencible
fuerza de su propia imbecilidad. Sintió que no tenía nada de valor por
atesorar, pero también que eso despreciable era lo único legítimo que poseía.
No necesitó mirarse al espejo para añorar aquellos tiempos de tasaciones y
conversaciones inconsistentes con señoras gordas que pretendían que les
mintiese en mil dólares el precio de su solar. Metáforas y cabildeos dominaban
suburbios repletos de letrinas malolientes, en esos dos años y medio había sido
defraudado como nunca antes. Una publicidad televisiva le informaba que
pertenecer tenía sus privilegios; puta que los tiene pensó... A pesar de ello,
y a contrapelo de la realidad estaba convencido que un último acto de rebeldía
era posible...
III
Durante
las setenta y dos horas posteriores al episodio prefirió guardar discreción y
bajo perfil. La aparente desaparición de Luis Montaña no se veía como inusual.
En más de una ocasión el funcionario había realizado viajes de placer, con
jovencitas de su entorno, sin que medie notificación ni aviso, Cárdenas se hizo
traer los diarios durante toda la semana. Era su primera experiencia, por lo
tanto, necesitaba saber el impacto que el trabajo había tenido. Suponía, con un
cierto dejo de soberbia, que los titulares consignarían estar frente a un
hallazgo macabro producto del accionar de un profesional marcadamente superior
en la materia. Apenas un pequeño recuadro en el diario Crónica del jueves
afirmaba en negrita: “Cadáver hallado en camioneta”.
Conocía el
amarillismo del pasquín, pero también sabía que esa empresa periodística poseía
muy buena información policial debido a los contactos que tenía con voceros
dentro de los ámbitos de las fuerzas federales y bonaerenses. “En
un operativo de rutina llevado a cabo en la víspera, personal de la Policía de
la Provincia de Buenos Aires, regional Las Flores, halló abandonada en el
playón de la Estación de Servicio situada en la Ruta Nacional 3 kilómetro 188,
una camioneta Chevrolet modelo Silverado, color azul, propiedad del señor
Javier Martínez Yuguens, domiciliado en la ciudad de Buenos Aires. En su
interior se encontró el cadáver de un hombre, todavía sin identificación, de
mediana edad, con tres impactos de bala en la base del cráneo. No se registra
denuncia de robo del vehículo por lo que se presume que víctima y propietario
del rodado serían la misma persona. Según la pericia policial el deceso se
produjo el día domingo en horas de la madrugada motivado por los impactos
consignados. Los resultados de la autopsia determinarían precisiones vitales
para el esclarecimiento del suceso. No existen, por el momento, sospechas
conductoras que direccionen lógicamente la investigación”.
Cárdenas
se mostró un tanto desencantado por la falta de valoración ante tan pensado
asunto. La crónica periodística burocratizó el incidente sin la exposición de
los rasgos artísticos que la escena detentaba. No se cotizaron supuestos ni se
profundizó sobre posibles esfuerzos extras que el asesino tuvo que realizar
para obtener éxito en la empresa. Se sintió mancillado, plagiado.
Llamativamente no se hacía mención que para realizar un trabajo con signos
misteriosos es necesario poseer líneas de pensamiento y racionalidad que mariden con lo científico y hasta con lo artístico. Pensó en Thomas de Quincey y su
novela “Del asesinato como una de las bellas artes”. Cada tempo, cada orlado,
cada óvolo grecorromano, detenta un correlato lógico y deliberado que evita y
anula toda acción azarosa o casual. Por el momento lo atormentaba la idea de no
ser reconocido como un ente intelectual trascendente y si se quiere, de
cuidado, temía que sus superiores no lo consideren a la altura de las
circunstancias. Poco le importó haber degradado hasta los umbrales del
exterminio, admitiendo además como ciertas las máximas que el mismo Luis
conservaba cual postulados de vida. Sospechaba que no había razón para
refutarle a su amigo que los noventa estaban bosquejando en la piel y en el
corazón de la sociedad un esquema individualista con muescas mesiánicas y que
nada se podía hacer para cambiarlo, y que para mal mayor tal cosa costaría
mucho tiempo erradicar, incluso a pesar de su seguro fracaso. El favorecido por
el sistema tenía el deber de gozar sus mieles sin pensarse pecador, así lo instruían
los textos de autoayuda, y obligado a sentirse envidiado si el derredor le
censuraba haber tomado algún recodo miserable; mientras que el desafortunado
debía admitir con resignación su falta de astucia para aprovechar las ventajas
que el sistema le proporcionaba. La vida y la muerte se codeaban, se entregaban
como amantes, seduciendo a propios y extraños. Se puede asesinar y no importa,
no interesan las víctimas ni los victimarios, las causas, los efectos, las
consecuencias, daba igual, nadie se detiene a observar lo que está ocurriendo,
el vértigo y el apuro por llegar a ningún lado forma parte del boceto. Cada uno
está muy ocupado en sus individualidades como para demorarse en la
recomposición del tejido social. Y así va la cosa. Se desteje ominosamente una
malla que era imprescindible para que el infortunado no cayera al hondo de un
vacío irreparable, se construyen más huecos, y hay más caídas y hay mayor
cantidad de desdichados. También hay más testigos que no tienen ganas de
declarar y moralistas que bajaron definitivamente sus brazos porque es
necesario conservar. Las autoridades supieron hacer su tarea de manera
eficiente. Plantaron cientos de miles de absurdas zanahorias en el urbano
camino del invencible déspota interno que cada uno tiene guardado, haciéndole
honor al llamamiento que a fines del siglo XIX hiciera Ibsen: “Las
mayorías nunca tienen razón, no importa donde vayas en este mundo. Los tontos
son abrumadora mayoría”. Era imposible sentir algún tipo
de remordimiento dentro de ese contexto. Y Cárdenas no escapará a la generales
de la ley. Había cometido su primer asesinato. Y la vida seguía como si tal
cosa...
*
-
Un día de estos podemos irnos de
pesca. Tengo marcada debilidad por la lagunas del sur bonaerense – atinó a
proponer Luis –
-
Cuando quieras. Nos va a venir
bien estar juntos y fuera del bolonqui – afirmó Mario –
-
Avisame cuando podés. A esta
altura tenés más compromisos que yo.
-
Puede ser el fin de semana que
viene. María Inés tiene guardia completa.
-
No se discute más. El sábado, a las
ocho de la noche, te paso a buscar con mi nueva camioneta. Te vas a caer de
culo. Americana, doble tracción, polarizada, estéreo y detalles de alta gama.
Ochenta mil dólares me costó el chiche. Demás está decirte que la saqué en
cómodas cuotas. Apenas llevo saldado el anticipo.
-
Te felicito, espero me la dejes
disfrutar unos kilómetros – insinuó Cárdenas –
-
Dalo por hecho. Andá preparando
las cañas y las líneas para pejerrey. Monte, Lobos, Chascomús me parecen buenos
destinos. ¿Qué opinás? – preguntó Luis –
-
San Miguel del Monte me parece más
reservado.
-
Listo, no se habla más – asintió
Luis -. Hay buenos hospedajes y excelentes lugares para comer.
No le
había sorprendió la propuesta; un solitario como Luis era de tener arranques y
urgencias en busca de distensión y entretenimiento. Más allá de sus bajezas era
confiable en ese aspecto. Era bueno para la necedad, ímprobo para lo
trascendental. Vio la oportunidad de cumplimentar con su primer contrato; esos
doscientos cincuenta mil dólares hablaban por sí mismo de lo culminante del
trato. Los tiempos se estaba acotando.
-
¿Viste el andar que tiene? –
destacó Montaña –
-
Bárbaro. Lindo curro esto de los
peajes. Tus amigos están haciendo estragos.
-
Todo lo que de guita debe ser
explotado Mario, viva la cara de quién lo aprovecha. Los demás hablan de
envidia por no haberse enterado a tiempo. Hay mucho turro suelto, compiten
entre sí utilizando todo tipo de alegatos. No es de extrañar oírlos hablar de
ética y moral a favor de argumentos despreciables y abyectos.
-
Y si todo es tan así, y sabés que
es una basura... ¿De qué jugás? – Cuestionó Mario –
-
Me motiva tu misma razón: La
guita. ¿O vos crees que alguno de tus jefes lo hacen por vocación de servicio?
En lo personal estoy liquidado. La camioneta era el último gusto que quería
regalarme. Sé que contrataron a gente de la Marina para investigarme y te
aseguro que me van a encontrar de todo. Fui demasiado boludo, la tengo clara,
me cebé y caí como un gil. Creerse impune es un error imperdonable. Hay que
darse cuenta a tiempo que en este ordenamiento no existe nadie totalmente
indemne porque, de alguna manera, todos somos recursos de un sistema que
necesita, de vez en cuando, algún culpable para purificarse y de ese modo
seguir con vida. El “Turco” tuvo, muy a su pesar, que sacrificar a su
amigo Erman González para poner, en su lugar, a un verdadero fundamentalista
del neoliberalismo. Nadie nos va a poder decir el día de mañana que no sabíamos
quién es Cavallo y qué intereses representa.
-
¿Decís qué te quieren limpiar? –
Preguntó Mario –
-
Saqué los pies del plato
hermanito. Los traicioné y eso se paga.
-
¿Qué hiciste?
-
Me corté solo. Robé tu proyecto de
inversión y se lo llevé a otra gente que la está levantando con pala. En
definitiva no deja de ser una puja entre bandas; lo único que aspiran es hacer
guita. Espero que lo entiendas. Además creo que ya es hora de encarar de frente
el asunto.
-
¿Qué me estás diciendo Luis?
-
Lo que ya sabés. La pesca fue una
excusa para que hablemos del tema.
-
¿Qué asunto?
-
Te propongo que pongamos blanco
sobre negro Mario. Evidentemente no sos la misma persona que encontré en el
Quitapenas. Te encuentro muy parecido a nosotros, cosa que lamento. Hoy serías
capaz de cualquier justificación para cometer la más ruin de las empresas, es
probable que mi responsabilidad radique en haberte mostrado el camino, pero
fuiste vos quién decidió caminar por ese sendero. Fijate que hasta me importó
un huevo que María Inés te cagara con su jefe; lo supe una semana después de
aquella charla en tu casa. Los investigué de cabo a rabo, me complacía verte
engañado, timado. Mi dicha se duplicó cuando comenzaste a intimar con la Volpi.
Como habrás podido comprobar, al no decir nada, yo fui mucho más fiel con
ustedes de lo que ustedes fueron con sus propios sentimientos. De ese modo
éramos todos muy parecidos: Miserables y auténticamente absurdos.
-
¿No te parece qué esta confesión
llega demasiado tarde? – cuestionó Cárdenas –
-
Nunca se puede tildar como tardía
una confesión sincera, además me alegra que hayas sido el elegido.
-
Elegido ¿Para qué?
-
Para matarme. Tu insistencia por
traer el tráiler con la moto no configura otro objetivo que un regreso sin mi
presencia. ¿Cuánto valgo para esa manga de hijos de puta? Cien, doscientas
lucas... Pero también sé que estás dudando.
-
¿Quién te dijo que estoy dudando
sobre lo que tengo pensado hacer?
-
Yo dudaría, aún considerándome el
peor de los tipos. Me temo que lo execrable que te puede llegar a pasar es no
dudar. Que veas como normal lo que estás viviendo y a la vez no percibas a
nuestra realidad como un despiadado e inverosímil laberinto.
-
¿Borges? ¿Qué te pasa Luis? Te
vino un ataque de humanidad o lo dicho es la resultante de tu acostumbrado
cinismo.
-
No qué va... Soy demasiado terco
para arrepentimientos. Admito un error simplemente.
-
¿Error?
-
Si. Obsesionarme con María Inés me
costó tu amistad. Tenía que haberte mantenido de mi lado olvidándome de su
existencia; hay miles de mujeres dando vueltas por ahí. Incluso nos podíamos
haber divertido mucho planificando fines de semana y trampas con nuestras
dispuestas compañeras del Ministerio. Todo lo tiré al carajo por un capricho.
Por eso merezco los tres balazos que tenés planificados. Y no por cagar a esa
manga de pelotudos a los que el sistema seguramente le preparará alguna
sorpresa, sino por haberte desechado como compañero de ruta. Se vienem tiempos
oscuros Mario; cuando puedas, escapate; hacé la diferencia y larga.
-
¿Qué debo hacer? ¿Cumplir o no
cumplir?
-
Vos sabrás. Es tu vida. La mía ya
terminó.
Decidió
pernoctar en un hospedaje rutero ubicado en las afuera de la ciudad de Las
Flores de modo volver a la Capital al día siguiente fresco y desayunado. La
noche no estaba para un viaje en moto; la fría brisa se mezclaba con algunos
bancos de niebla que de manera imprevista aparecían y desaparecían de modo
fantasmal. Mario Cárdenas había cumplido con el primer contrato, su cuerpo
necesitaba amnistía, indulto obligatorio a instancias de una jornada tensa y
fatigosa. No tuvo inconvenientes para lograr ubicación individual, sólo un par
de viajantes de comercio componían la cartera de clientes nocturna. El
encargado del albergue se comportó como un verdadero delator comentándole a
Cárdenas vida y obra de sus ocasionales pasajeros mientras completaba su ficha
de admisión; cartulina plagada de datos fraudulentos e inexistentes. Ya en su
habitación apoyó los Parisiennes sobre la rancia mesa de luz; la carucita y el
reloj ocuparon el resto de la superficie. Un velador con pantalla de tela color
nicotina dominaba la escena acertando con el talante fúnebre y luctuoso que
presentaba el cuarto. Había eclipsado a un amigo y eso no es cuestión que uno
acepta con vicios de rutina. Prefirió descansar sin desvestirse, colgó su
campera de cuero en el perchero que estaba amurado tras la puerta del baño, se
desabrochó el pantalón, se sacó las botas y así como estaba depositó su carcasa
encima de un colchón irrespetuoso, tan fino y débil como su penitencia y
remordimiento; no le fue sencillo reconciliarse con el sueño. Había cumplido
con su misión y la víctima no le había presentado reproches, todo lo contrario,
humildemente y sabiendo el devenir le manifestó los pro y los contra con las
correspondientes resultantes. Sospechó que nunca existiría nadie que le
facilitara tanto la tarea como el bueno de Luis; en el fondo era su amigo y lo
demostró en su momento límite, cosa que le reconocería de por vida.
A la
mañana siguiente, bien temprano, pagó las cuentas en la pensión y se fue a
desayunar a la confitería Plaza Montero, distante un par de cuadras del
albergue. Café con leche, tres medialunas de grasa y un jugo de naranja
exprimido, fueron el vital combustible para encarar el regreso. La Yamaha
cuatrocientos, añosa y primitiva, viejo antojo de juventud, otorgaba notables
certezas sobre futuros destinos. Se sentía protegido cuando estaba cerca de
ella. Fue lo primero que compró apenas se hizo de unos ahorros manteniéndola
por encima de todas las modas y tendencias posmodernas. El formato original del
tanque y las llantas con gruesos rayos de magnesio eran los signos característicos
de una máquina que aún conservaba los encantos estéticos y el rigor mecánico de
los ochenta. La ruta 3 revelaba un paisaje remoto y apático. Tardó casi tres
horas en recorrer los ciento ochenta kilómetros para llegar a su domicilio; la
demora fue motivada por los desvíos que tuvo la obligación de provocarse para
evitar las cámaras de los peajes. Era domingo, pasado el mediodía. La zona del
Parque Centenario presentaba el mismo tinte melancólico que el resto de sus
suburbios. Los progresos económicos del matrimonio Cárdenas promovieron que
dejaran su estatus de inquilinos para pasar a ser propietarios, aunque por el
momento el barrio no era cuestión a negociar. La ciudad estaba tan imprecisa
como la autopista, como el conurbano, como cada uno de los orificios que se
dejaban ver en el cráneo de su primera víctima.
*
Los
diarios del viernes no mostraban ninguna noticia al respecto, ni siquiera
Crónica continuó con el tema. Era una de
las tantas muertes irresueltas, anécdotas de una sociedad que no se interesaba
demasiado por esas cuestiones. Sospechó que las teorías de los investigadores,
como era frecuente, circularían por distritos recurrentes: ajuste de cuentas,
crimen pasional, asuntos hereditarios, robo común. Jamás se les ocurrirá
ponderar que el incidente transitó por los senderos de un acuerdo entre partes.
Luis y Mario, sabiendo de sus inexorables destinos compartieron no empeorar la
coyuntura. Una buena dosis de somníferos, una mágnum limpia de culpa y cargo
con silenciador incluido, un par de guantes tutores de identidad y un abrazo
patético fueron la sufriente carta de despedida para entender que vivir
equivocado es más común de lo que se cree y que siempre existe tiempo para un
último acto de rebeldía. Cárdenas entendió que su primer contrato había sido
diseñado por la víctima y que paralelamente Luis había oficiado como su mejor
docente. Tal aprendizaje le sería de mucha utilidad para el desarrollo de su
futura y venturosa profesión.
-
¿Qué sabés de Luis? Hace más de
una semana que no lo veo - preguntó
Analía –
-
Usaré su mismo vocabulario. Es un
recurso desactivado – sentenció Mario –
-
¿Y eso qué significa?
-
De la noche a la mañana mi querida
Analía Volpi sos la única propietaria de los dos inmuebles de Congreso que Luis
tenía ubicados dentro del grupo inversor de la Superintendencia de Seguridad
Federal. Recordá tus firmas como testaferro. Te recomiendo que de forma urgente
los retires de ese grupo inversor; podés ingresarlos a nuestro grupo o en su
defecto comercializarlos, pero hacé algo rápidamente. Esa fue una de las causas
de su desactivación: El armado de negocios paralelos del mismo tenor fue
considerada una traición que además ponía en riesgo a la organización.
-
¿Me estás diciendo qué lo mataron?
-
Te puedo garantizar que hasta
Luisito estuvo de acuerdo con la operatoria. Con estos tipos no se jode Analía.
¿Te acordás de Estenssoro, Director de YPF?
-
Creo – dudó Volpi –
-
Este directivo se oponía
fervientemente a la venta de la Empresa utilizando dos argumentos irrefutables:
Primero su probada rentabilidad y segundo que el petróleo es un recurso
estratégico no renovable.
-
Recuerdo un accidente aéreo ¿puede
ser?
-
Si pensás que fue un accidente
allá con tu inocencia. Haciendo memoria repaso cuando vos misma hablabas de mi
candidez y necedad. Otro dato; los seis balazos en las piernas de Solanas no
fueron un asunto esporádico, tuvieron toda la impronta de una advertencia hacia
otros Diputados. Pino también se oponía a esas políticas. Esta gente no tiene
límites ni reparos.
-
¿Quién mató a Luis entonces? –
preguntó Analía en medio de lágrimas y desconsuelo –
-
Fue desactivado por el sistema
para el cual trabajamos, el sistema al cual obedecemos, el que nos permite
vivir como bacanes, aquel que en definitiva ordena retirarnos a tiempo de lo
contrario nos va a eliminar utilizando sus peores armas – afirmó Cárdenas -
-
¿Y vos, porqué seguís? – inquirió
Volpi –
-
No sé. Supongo que tengo las
mismas razones que Luis. La temible seducción que los bienes ejercen en uno.
¿Sabés qué? Hace tiempo no logro percibir que a alguien le importe lo que a
otro le sucede. Me acuerdo cuando hablamos de eso tiempo atrás, estableciéndolo
como basamento de una sociedad solidaria. Aunque te parezca mentira, y si bien
era apenas un adolescente, por fines de los setenta creíamos en eso. A pesar de
la dictadura éramos rebeldía pura, y ese fue el problema. Confundimos
credibilidad con veracidad. Era más importante lo que nosotros suponíamos
debería ser que la propia realidad. Por eso será que valoramos más a los
creíbles que a los veraces y nos termina engañando cualquier miserable con
flemático discurso. Consideremos que Corso Gómez fue electo Diputado Nacional
con ochenta mil votos en nuestro pensante y supuestamente culto distrito
capitalino. No jodamos Analía, por favor.
-
Hace una semana que no venís a
casa –reprochó la mujer –
-
Ves, es indivisible. La vida sigue
a pesar de uno. Luis ya no está, y nuestra cama nos sigue reclamando.
-
Te pregunté algo – insistió Analía
–
-
Esta noche voy, yo también te
necesito – aseguró Cárdenas –
IV
Recibió
las felicitaciones de sus superiores con la seguridad de merecerlas; el cinismo
en su máxima expresión interpelaba el rasgo de los tiempos. Unos y otros
mantenían sus convicciones con la firmeza que la impunidad edificaba. La
limpieza en el trabajo, la ausencia de pesquisas y la desorientación de las
autoridades presagiaban un futuro saludable para Cárdenas en su nueva
profesión. En este aspecto las retribuciones por cada servicio venidero iban a
crecer en progresión geométrica en la medida del grado de dificultad,
potenciando enormemente sus ingresos más allá de algún convite sencillo que
pueda surgir en el medio. El desarrollo económico aseguraba acotar todas las
preocupaciones terrenales, solamente la prudencia y el buen tino en las
inversiones eran fuente de inquietud. Mario sabía perfectamente que debía estar
atento a las señales del mercado, la variable de la convertibilidad, en algún
momento, volaría por los aires y no quería estar allí para recoger el lastre,
el propio y el de su gente. Al ser una mentira asegurada con alfileres oxidados
debía mantener muy buena relación con sus contactos en el Ministerio de
Economía para deducir en qué momento oportuno fugar los fondos hacia mercados
más serenos y menos cuestionadores.
Pensó que
su próximo trabajo debía tapizar cuestiones particulares. Solicitó permiso a
sus superiores obteniendo apoyo de manera inmediata; les pareció justo y
coherente colaborar con Mario para eliminar al amante de su esposa. El gestor
no sólo había demostrado eficacia y aptitud, además puso en juego la
característica más valorada en el quinto piso del Ministerio del Interior: La
lealtad. Lo que pidiese estaría a disposición siempre y cuando la organización
no corriera riesgo de inmutabilidad.
Nunca tocó
el tema con María Inés. Prefirió que ella se maneje como si él fuera ignorante
de la situación. Entendía que una relación paralela de tantos años contenía
elementos afectivos importantes y que por alguna razón muy particular ninguno
de los amantes estaba dispuesto a desgarrar sus vínculos formales. La atracción
física es la forma más notable e irreversible que detenta el amor; si los
amantes se amaban nada se podía hacer al respecto. Al final de cuentas ella
jamás le había insinuado intenciones de separarse; el reclamo sexual cotidiano
de Fontanal lo invitaba a creer que todavía algo de él la seguía movilizando,
advirtiendo además que la intimidad había mejorado notablemente con el correr
del tiempo.
Por el
momento para Cárdenas era mucho más sensible en su espíritu un potencial incidente
que ponga en riesgo la relación con su esposa que la dolorosa coyuntura de
tener que compartirla. Solía utilizar como pretexto interno aquella teoría que
manifestaba como mucho más doloroso ser abandonado que ser engañado, obviamente
sabiendo que la mayoría de los mortales entienden a esta última como una ofensa
superior. Hasta tuvo el atrevimiento de pensar que en realidad el corazón de
María Inés pertenecía a Montesano y que él, su esposo, era sólo un amante
furtivo; en consecuencia el sexo y la pasión actuaban como imanes para la
relación. No le parecía mal tal cosa, se sentía ciertamente orgulloso por el
lugar que Fontanal le asignaba y más teniendo en cuenta la ausencia de
obligación para mantener dicho formato. No había “hijos-excusa” por lo cual
mantener un álbum fotográfico inexistente. Más allá de esto la calidad de las
relaciones eran supremas y se acercaban a los contornos lujurioso que
experimentaba con la joven Volpi. Físicamente se complementaban a la
perfección. A la angelical y madura presencia de Fontanal con rasgos
disimulados y casi adolescentes se oponía la notoria prepotencia física de su
secretaria. Sabores y aromas divergentes le proponían fantasear son un trío de
confuso resultado. Por mucho tiempo había pasado por alto que determinadas
negativas de María Inés se constituían en extremas solicitudes del presente,
evidentemente su amante la había liberado de las tenebrosas pautas de placer
que la hacían culpable. La libertad sexual que Fontanal manifestaba en el
presente guardaba sincronía con su belleza, por primera vez Mario la observaba
gozosa de ser mujer, disfrutando de sus humores y delicias. Supuso entonces que
con el correr del tiempo la tarea del doctor Montesano había sido de suma
importancia para mejorar la sensualidad y el erotismo de su esposa. De manera
inconsciente lo había honrado con un favor de enorme valoración, en definitiva,
se contentaba admitiendo que un Psicólogo la hubiera disfrutado de la misma
forma, pero gastando por añadidura una fortuna por culpa y cargo de los
aranceles correspondientes a las sesiones semanales. No le costó demasiado
entenderse fronterizo y absurdo luego de tamaña conclusión, completa de resaca
recelosa y optimismo conformista. De todas formas consideró que licenciar, de
modo permanente, al jefe de su esposa se imponía de manera perentoria. La
coyuntura actual no toleraba la existencia de Montesano entre sus vidas, ya
había hecho demasiado por ellos, en consecuencia la planificación de su segundo
incidente estaba en marcha.
*
Nuevamente
escasa mención hicieron los periódicos sobre el suceso. Apenas un breve y
compacto artículo en el suplemento policial daban por sentado el deceso del
doctor Lorenzo Montesano responsable del área de obstetricia de la Clínica
Lavalle ubicada en Villa Ballester. Según detalló el artículo del diario Página
12, el
desafortunado y prestigioso profesional, de cuarenta y seis años de edad,
casado y padre de tres hijos fue hallado dentro de su vehículo, el cual se
encontraba estacionado en la puerta de un predio deshabitado ubicado en las
intersecciones de la Avenida Mitre y la calle Roca de la localidad de Florida,
partido de Vicente López, con cuatro disparos calibre treinta y ocho en la base
del cráneo. Al estar en plena etapa de investigación el secreto de sumario
impide toda extensión informativa. Por el momento no existen pesquisas que
determinen posibles causas y responsables del homicidio. Según fuentes
preliminares de la Policía bonaerense, a las que accedió nuestro medio, el
móvil de robo simple sin otras connotaciones encuadraría dentro de las
características del suceso. Desechan que la autopsia pueda ofrecer indicios a
atender.
Asistió al
velatorio acompañando a su esposa, tal como marcan las normas de sana
urbanidad. Saludó a la viuda y a sus hijos con el mismo grado de consternación
e hipocresía que lo hizo María Inés. Las vio llorar juntas y abrazadas de
manera desconsolada palpando la bizarra puesta en escena que sin eufemismos
montaban, con distintos libretos, cada uno de los personajes. Pudo percibir que
las mujeres ostentaban una relación amistosa de larga data, sorprendiéndose al
constatar lo poco que él sabía de Fontanal y su talento para el embuste.
Prefirió mantenerse apartado; encendió un cigarrillo, se sirvió un capuchino de
la máquina que estaba en el pasillo principal y se acomodó en uno de los
sillones asignados para la vigilia de los concurrentes. Entendió que las muecas
de los noventa ya estaban absolutamente instaladas en sus linderos; los méritos
habían cambiado y nadie se sorprendía por cuestión alguna. A esta altura no
tenía autoridad para aseverar que tal cosa fuese negativa distinguiendo desde
su humildad racional no apresurar postulados. Por ahora su obligación era
adaptarse tratando de entender sin denostar; pensaba que existían personas más
capacitadas que él para analizar los fenómenos sociales que se estaban
manifestando. En apariencia la comunidad aceptaba de buen agrado las pautas que
el sistema dominante proponía, evidentemente los administradores políticos,
democráticamente elegidos, representaban fielmente los paradigmas de las
mayorías populares; los resultados electorales sucesivos mostraban a las claras
que determinados postulados éticos sólo interesaban a minorías testimoniales y
un tanto adolescentes. Mientras los lamentos y el desfile de familiares y
amigos se sucedían recordó a su viejo compañero de secundario Gustavo Silva con
quién se encontrara días atrás en el Café Tortoni. El tipo había sido hasta
hacía poco tiempo oficial de negocios y auditor en un banco internacional. Su
labor era desactivar todo circuito de corrupción interna que propiciara
sobreprecios y retornos de toda clase y especie. Como buen socialista no
entendía de tiempos y momentos tomándose el laburo en serio. Fue despedido
repentinamente a instancias de un informe que él mismo presentó sobre un cúmulo
de desvíos que una pequeña organización interna conformada por tres gerentes
realizaba sobre montos asignados para compras y contrataciones del área de
mantenimiento de edificios. El hombre estaba destruido. Era un convencido que
determinados valores estaban siendo jaqueados y que nada se podía hacer al
respecto. Había quedado en la calle y sin trabajo en un país que se achicaba,
con casi cuarenta pirulos y dos pequeños hijos por los cuales velar. Gustavo le
contó su historia como si su interlocutor fuera una persona válida y sincera.
Cárdenas le tuvo lástima y envidia a la vez. A pesar de todo su compañero de
secundaria mantenía preceptos éticos más allá de la derrota; lo vio penitente y
desvalido, náufrago de los noventa y vocero en soledad de una crónica
anunciada. Estaba convencido que nada podía hacer por él, no porque no pudiera
darle una mano, sino porque jamás aceptaría determinadas reglas propias de los
tiempos. Tenía razón en todas sus apreciaciones y afirmaciones pero
lamentablemente esas instancias verdaderas no le interesaban a nadie: el uno a
uno, los viajes al exterior y la tilinguería eran, por el momento, lo
apetecible y lo legítimo. Gustavo cerró el círculo que Mario necesitaba para
terminar de entender la década. Un auténtico caído que nunca podrá recuperarse
y que por suerte, para la conciencia de Mario, jamás volverá a cruzar.
*
-
¿Tuviste algo que ver? – preguntó
Analía –
-
Algo – sentenció Mario –
-
Ya van dos y ambos conocidos. Se
te está haciendo habitual la metodología.
-
¿Me vas a denunciar?
-
No. Simplemente pienso en tu
próximo trabajo.
-
Me gustaría entenderte.
-
Simple. El sistema te comió la
cabeza tal como a Luis. El barro y la mierda te llegan al cuello, y estoy
segura que pensás que en cualquier momento podés pegar el portazo y largar.
Tengo miedo por vos.
-
¿Preocupada?
-
Es probable que no cometas los
mismos errores que él, te sospecho más inteligente, pero me abruma la invasión
que estoy sufriendo de pensamientos fatales.
-
Te voy a despedir.
-
¿Despedirme? ... Estás loco.
-
Para salvarte. Eso no implica que
vamos a dejar de frecuentarnos. Como te dije, vendé urgentemente los
departamentos que te dejara Luis y reinvertí en algún negocio rentable que te
permita vivir dignamente por fuera de esta porquería. Aparte te llevarías una
buena indemnización. Durante un tiempo te van a vigilar, pero con el correr de
los meses te van a desatender. Personalmente es el mismo plan que tengo para
mí. Hacer una buena diferencia para luego permitirme escapar; siempre habrá algún otro Cárdenas que cubra mi retirada ansioso por ocupar el lugar.
-
¿Qué argumento vas a utilizar para
licenciarme?
-
La necesidad de contar con un
recurso femenino más joven y dispuesto.
-
Recurso más joven y dispuesto ¿Te
van a creer?
-
Al principio no. Por eso te digo
lo de la vigilancia. No hagas ninguna boludez; la vida nos va con ello. La
guardia decantará sola en la medida que se verifique inútil.
-
No podrías venir a casa.
-
Considero que como están las cosas
un poco de distancia nos vendría bien.
-
¿Qué me estás diciendo?
-
Lo que escuchaste. Arribaron los
momentos de la supervivencia. No estará para nada mal que nuestra relación pase
por un período de calma y sosiego, un cuarto intermedio si se quiere. Hemos
pasado juntos demasiadas instancias que nos hermanan, es hora de elaborar y
ordenar. Este último trimestre ha sido vertiginoso.
-
Puede ser que tengas razón pero no
soporto la idea de tu ausencia.
-
A mí también me costará la tuya.
Pero debemos asegurar el futuro pensando que la basura está instalada a nuestro
alrededor, es necesario entender como imprescindible que despeje para que
aclare. Además tengo que evaluar cómo afectará a María Inés la muerte de
Montesano. No te olvides que al ser mi esposa conserva derechos sobre mis
pertenencias. Van a ser momentos anárquicos y desprolijos.
-
Debo asumir que esos momentos que
llamás críticos te van a servir para que disfrutes de su exclusividad todas las
noches de tu miserable vida. Sos un hijo de puta. Eso es lo que querés,
reconstruir tu matrimonio; aprovechar la coyuntura para instalarte en el lugar
afectivo que Montesano dominaba.
-
Y si así fuera, qué. No me vengas
con pendejadas. La relación que tenemos es hermosa, te pido no la arruinés con
cuestionamientos y reclamos, no te confundas. Podemos ser compinches toda la
vida pero no nos exijamos los que nunca nos prometimos. Te quiero mucho y lo
sabés. Justamente por eso te voy a despedir; para que te abras en el momento
justo de esta mierda con una buena diferencia. Sos joven y bellísima, te ruego
que pienses antes de hablar. No quiero sospechar que te estés transformando en
un riesgo innecesario. Sabés que el
sistema te destrozaría.
-
Un sistema llamado Mario Cárdenas.
El mismo que mató Luis.
-
Te equivocás... Y algún día te vas
a dar cuenta de tu error. Por el momento, encerrate en tu casa y meditá. Sos
demasiado inteligente para fallarte.
Durante su
primera semana como desocupada Analía apenas pudo dormitar gracias a la diaria
dosis de somníferos que ingería casi por placer. Sus hombres ya no estaban a
disposición: Luis desactivado como le gustaba decir a Mario, éste tratando de
sobrevivir. Ni siquiera tenía voluntad para la práctica de sus juegos eróticos
habituales; tampoco el gimnasio se mostraba como opción, la botella del Vat 69
le solucionaron buena parte del dilema.
*
El correo
electrónico era taxativo y conciso. Cárdenas, lo esperamos en el casino del
quinto piso a las 15.30 horas. Por favor sea puntual.
El quinto
piso del Ministerio era el que portaba los detalles más lujosos, la realidad
marcaba que la arquitectura y el mobiliario eran acordes con las autoridades
que allí residían. Las secretarias, los auxiliares y los ordenanzas se
diferenciaban del resto por la sobria y elegante presencia. Parecía una
atmósfera superior cuya clase promediaba el nivel profesional. Ascensores
particulares y guardia permanente completaban un marco de prosapia y abolengo.
-
Estimado Cárdenas, adelante por
favor.
Solano Rey
recibió al convocado con sincera expresión afectiva y semblante cordial
mientras Marino y Soria se acercaban para estrecharle la mano.
-
Lo hemos convocado debido a que el
Servicio de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires nos
solicitó, por excepción, un recurso capacitado y altamente eficaz en asuntos de
delicada resolución – manifestó Solano –
-
Ustedes dirán, los escucho con
atención – respondió Cárdenas -
-
No sabemos del tema, sólo tenemos
órdenes precisas que cumplir con nuestros colegas, y lo queremos hacer de la
mejor forma, por eso lo hemos escogido – sentenció Soria –
-
Desde ya les agradezco y considero
que los halagos son inmerecidos.
-
Por favor. No sea modesto, usted
ha comprobado con creces los merecimientos y cada uno de los elogios
consignados – aseveró Marino, para luego agregar –, le comentamos que deberá
presentarse el jueves, a las diez de la mañana, en la recepción del edificio de
la SIDE portando esta credencial que le entrego. La misma será necesario que la
exhiba al momento de ingresar en la dependencia.
-
Créame Cárdenas, lamentamos mucho
que por un tiempo no se encuentre a nuestro lado, esperamos que esta distancia
juegue a favor de su crecimiento económico y progreso profesional – finalizó
Solano Rey –. Lo que le pedimos es que instruya a sus colaboradores para que
proyecto de los departamentos no se vea afectado.
Tal como
estaba pactado el jueves a las diez en punto Mario ingresó por la entrada de la
calle 25 de Mayo al edificio de los Servicios de Inteligencia del Estado, justo
frente a la casa central matriz del Banco de la Nación Argentina. Credencial en
mano se dirigió hacia la recepción en donde un caballero de uniforme lo
esperaba con una planilla en mano y estrictas recomendaciones.
-
Buenos días. Mi nombre es Mario
Cárdenas, esta es mi credencial.
Un par de
llamadas del uniformado alcanzaron para aprobar la entrada, invitándolo a que
espere en el salón contiguo. Diez minutos pasaron hasta tener novedades, tiempo
justo y necesario para el noble Gitanes de la media mañana.
-
Señor Cárdenas – interrumpió otro
uniformado –
-
Así es, buenos días.
-
Le molestaría seguirme.
-
Después de usted.
Pasillos
vacíos y puertas cerradas de posibles oficinas fue el paisaje reiterado. El
diligente simulaba un impostado paso marcial bastante ajado y sospechosamente
insolvente. No parecía integrante de ninguna fuerza oficial; corpulento y
cauteloso disfrazaba portar una rectitud lindante con el ridículo. Mario tuvo
la leve idea que estaba ante personal no regular o lo que vulgarmente se
llamaba por entonces mano de obra reciclada.
-
Señor Cárdenas, ingrese al
elevador y presione el número siete, al arribar aguarde en el lobby.
-
Muchas gracias.
El
ascensor Tyssen gozaba de un desplazamiento desacostumbrado para un ámbito
estatal. No era común esa tecnología en dependencias públicas, generalmente
había que luchar con mecanos cuyas puertas bandoneón se trababan
periódicamente, promotores de temblores inesperados y una lentitud que
determinaba largos momentos de inseguridad y zozobra; llegar a destino era todo
un signo de fortuna. En este caso las puertas se abrieron automáticamente de
par en par. Un amplio salón totalmente vidriado mostraba la inmensidad del Río
de la Plata, el edificio del correo, el puerto y una buena cantidad de obras en
construcción que se levantaban frente a los viejos diques remodelados. Viendo
lo fastuoso del complejo se felicitó por haber invertido, junto a sus colegas
del Ministerio, en esos destruidos y baratos diques. El boceto Puerto Madero
estaba en marcha. Algunos restaurantes y confiterías comenzaban a adornar el
ficticio paseo diseñado por los emblemáticos vencedores de los noventa. Volvió
a recordar a Gustavo. Sabía que Silva jamás pisaría ese impúdico derroche de
obscenidad bananera. No entendía la razón, pero asumía como válido el hecho de
pensar en su estimado compañero cada vez que necesitaba redención o cierta
disculpa por su perversa realidad. Se juzgaba menos basura por conocer a un
tipo así; al igual que esos racistas que aseguran tener un amigo judío y otro
negro.
-
Señor Cárdenas, encantado mi
apellido es Marcucci.
-
Un gusto.
-
Venga por aquí, faltaba usted para
comenzar la reunión.
-
Si llegué tarde le pido mil
perdones.
-
Nada de eso. Cada recurso fue
citado con cinco minutos de diferencia. A usted le tocó la última citación.
Cosas del azar.
Ambos
ingresaron por una de las puertas linderas al lobby recepción. La oficina tenía
corte posmoderno, completa en mobiliario de caño y vidrio, con copias de obras
famosas enmarcadas en coquetos cuadros que decoraban las blancas paredes de un
salón plagado de ventanales que orientaban hacia el primer mundo. Alfombra celeste
y luminarias dicroicas distribuidas en forma simétrica coronaban el ambiente.
Seis concurrentes mostraban silencio y austeridad aparente; cada uno poseía una
carpeta cerrada en su sitio de comensal, otra carpeta similar esperaba ansiosa
al último asistente. Los ocho participantes estaban dispuestos a comenzar con
el convite; Marcucci, en rol de
anfitrión, fue el orador principal de la reunión.
-
Señores: Este grupo de tareas especiales fue armado de ex
profeso en función de ciertas operaciones que el Gobierno Nacional nos tiene
asignadas. Dichas comisiones están englobadas dentro de un contexto geopolítico
en donde el conflicto forma una de las patas de negociación y encaje. Vivimos
momentos de alineamiento, en consecuencia, nuestras autoridades creyeron conveniente
la formación de un grupo que active sus intereses a favor de puntuales
políticas de orden interno y externo. Cada recurso aquí presente pertenece a
una fuerza de inteligencia distinta. Se trató de buscar aquellos gestores que
han demostrado mayor lealtad y eficacia. Como ya sabrán mi apellido es Marcucci
y pertenezco a los servicios de inteligencia de la Policía Bonaerense, cabeza
del proyecto; a mi derecha se encuentra Federico Irrazabal en representación de
la Marina, a su lado de hallan Javier Peirano de la Fuerza Aérea y Joaquín
Morales Quindío del Ejército. En el extremo de la mesa Pablo Rebagliatti de
Gendarmería, a su izquierda Daniel Fuentevella representante de la Policía
Federal, aquí a mi lado Juan Cereijo de Prefectura y nuestro recién llegado
Mario Cárdenas del Ministerio del Interior. Como verán en nada cuentan los
grados y los cargos ostentados individualmente. Este novedoso y extraño formato
de selección de recursos tiene como objeto primordial lograr la más absoluta
reserva de acción. Cada integrante será responsable de la filtración
informativa si la hubiera. Por ejemplo, si determinadas acciones son develadas
en el ámbito de la Gendarmería sabremos quién es el responsable de tal error.
Estamos, señores, frente a un grupo de elite creado a favor de potenciar
políticas de Estado. Ustedes son los más calificados, sus salarios dan por
sentado la importancia de la futura actividad. Los próximos veinticuatro meses
determinarán el posicionamiento que nuestra Nación tendrá dentro del contexto
mundial. Los objetivos serán claros y precisos; nos serán revelados en tiempo y
forma con la debida anticipación para su pensada planificación. Cada integrante
portará en forma personal un único dispositivo comunicacional. Este novedoso
instrumental tecnológico llamado celular no puede ser rastreado por el momento,
de todas formas es para exclusivo uso ejecutivo. Como pueden observar son
elementos cómodos y sencillos de encubrir. Anexo a esta tecnología dispondrán
de móviles y moradas para su utilización en los operativos. En las carpetas que
se encuentran frente a ustedes están los listados con el detalle preciso, rubro
por rubro. Reitero, este grupo de tareas de elite tiene como premisa importante
accionar a favor de estrategias nacionales, en consecuencia no existe opción ni
discusión posible, ya que las órdenes las recibiremos directamente desde la
casa de gobierno. Tendremos absoluta autarquía y sólo reportaremos al código
que figura en cada uno de nuestros celulares. Somos pares y estaremos al tanto
de todo al mismo tiempo pudiendo debatir las tácticas operativas en conjunto.
Sospecho que no necesito aclarar que cualquier intento por evadir el presente
esquema equivale a la desactivación definitiva del recurso. ¿Alguna pregunta?
-
¿Ya está prevista nuestra primera operación? – preguntó
Peirano –
-
Creo que no he sido claro – afirmó Marcucci mostrándose
disgustado -. En esta oportunidad soy un mero vocero. Reitero que somos pares,
sospecho que en breve nos esteraremos enterando, en conjunto, sobre los pasos a
seguir.
-
Vale decir que debemos actuar como célula en forma coordinada
y estableciendo pautas de coexistencia – sentenció Cárdenas –
-
Si esto es así deberíamos reglamentar nuestro contexto
agregando instancias de acuerdo y protección mutua – alegó Fuentevella –
-
Ya lo creo. Propongo nos reunamos fuera de nuestro ámbito,
incluyendo parejas e hijos para conocernos y entablar formal relación – propuso
Irrazabal –
-
No me parece y pido disculpas – condenó Marcucci – Creo que
establecer relaciones puede resultar contradictorio tendiendo a la atomización
al grupo. Debemos ser profesionales cien por cien. Los setenta y cinco mil
dólares mensuales de honorarios a cobrar por cada integrante avalan dicho
razonamiento.
-
En lo personal estoy de acuerdo – manifestó Cárdenas,
mientras el resto asentía –
-
Sepan disculpar mi torpeza – apuntó avergonzado Irrazabal –
-
En otro orden, me resta informarles que el presupuesto
asignado alcanza para los dos años venideros a veintisiete millones de dólares,
de los cuales catorce millones cuatrocientos mil corresponden a nuestro
salario, el resto es para logística y gastos varios – señaló Marcucci –
-
Convendría determinar un administrador – insinuó Morales
Quindío –
-
Me parece lógico – indicó Rebagliatti – sin bien son fondos
reservados que no se rinden ni se auditan es preferible que llevemos un
estricto dominio de la cosa. No debemos dejar detalle sin controlar.
-
Me postulo para tal comisión – sugirió Cárdenas –. Tengo
experiencia en el tema, considerándome probo y honesto.
-
¿Alguna oposición? -
Consultó Marcucci –
-
En lo personal no tengo objeción – ratificó Cereijo – (el
resto acompañó la opinión).
-
Al no tener otro tema que informar les propongo un cuarto
intermedio hasta nuevo aviso – invitó Marcucci –
Un cordial
refrigerio acompañó el final de la reunión.
La
Embajada de Israel y la mutual judía de la AMIA comenzaban a testimoniar sus
fatídicos destinos.
V
Estimó que
las veintitrés muertes provocadas durante el año, a cuenta y orden de contratos
establecidos, fueron suficientes para gozar de unas postergadas vacaciones. No
conocía mayormente a ninguna de las personas ajusticiadas, tampoco se
preguntaba si merecían o no la condena; simplemente hacía su trabajo tal cual
estaba obligado por convenios asumidos. Mario Cárdenas era un eficiente asesino
cuya fama había trascendido los límites de los arrabales porteños, susceptible
de ser convocado para las más diversas comisiones. Temas pasionales, políticos,
ajustes de cuentas y hasta artísticos formaban parte de su cartera de clientes…
Hacía más
de diez años que no le regalaba a su esposa una buena temporada de ocio y
turismo. El primer lustro de los noventa fue tremendamente aciago y escabroso,
sobre todo potenciado por la multiplicidad de tareas dentro de aquel grupo de
inteligencia que lo tuviera comprometido dentro de las esferas estatales. Si
bien la retribución obtenida por su actuación fue espléndida, la realidad
marcaba que dichas responsabilidades lo habían apartado de sus afectos de
manera notable. Se había ganado con creces la acelerada jubilación que el
Ministerio le propusiera luego de su último trabajo. Aquellos tres puntuales
aciertos a un helicóptero en la zona de Ramallo habían dado colofón a una
carrera por la cual complicó los mejores años de su vida. Luego de tal empresa
sus superiores decidieron prudentemente desactivar la célula definitivamente,
con la consecuente gratitud por los servicios prestados. El sistema necesitaba
reconvertirse para continuar con vida. Si bien no era necesario un cambio de
identidad le recomendaron rehuir de las esferas oficiales para pasar al ámbito
privado de forma tal banquear su situación. Conforme esta estrategia ingresó
vía contactos ministeriales a una empresa de seguridad, propiedad de uno de sus
jerárquicos, cuya especialidad era cumplir con determinadas comisiones
especiales a favor de clientes singulares. De este modo, durante los últimos
años, presentó eficientes credenciales a instancias de contratos relevantes y
complejos. Su trabajo era simple y concreto: Revisar su buzón personal, extraer
la información sobre la identidad de la víctima y comenzar a planificar la
tarea. Sus honorarios los cobraba por medio de la empresa que lo tenía
contratado. Era una suerte de recurso terciarizado, modalidad que el paradigma
de la reingeniería proponía por entonces. Febrero del 2002 determinó su último
trabajo, necesitaba rearmar sus suburbios. Desde la muerte de Montesano, María
Inés deambulaba por su vida como circunstancial turista. Cárdenas estimó que el
viaje podía llegar a favorecer su desgastada relación. No se llevaban mal,
simplemente se ignoraban, sólo la genitalidad los comprometía dos o tres veces por
semana, a oscuras y tratando de escaparle a los besos. Económicamente los años
transcurridos sirvieron para acumular una excelente cuenta bancaria en una
financiera de Montevideo, un par de propiedades en Capital Federal insertadas
dentro del mercado de alquileres, una hermosa casa de dos plantas en la
vanidosa Avenida Pedro Goyena y un complejo turístico compuesto de seis cabañas
en la serrana localidad de Villa Ventana, al sur de la Provincia de Buenos
Aires. Todo a nombre de familiares indirectos o testaferros con la segura
apoyatura de contradocumentos avalados ante escribano público. De todas formas
Cárdenas sabía perfectamente que nadie se atrevería a traicionar su buena fe.
Un Golf
GTI alemán, color verde Inglés, completaba un panorama envidiable. Mientras
tanto María Inés siempre se mantuvo al margen de las actividades de su esposo.
Así como ignoraba los medios utilizados para lograr tan pronunciado progreso,
ignoraba también muchas de las utilidades obtenidas. A partir del asesinato de
su amante prefirió asentarse como fiel ama de casa desaprobando toda hipótesis
de sufrimiento futuro. Su profesión y compromiso vocacional no hacían más que
enorgullecer la elección de vida que había asumido desde adolescente. El resto
no importaba demasiado. Su único y verdadero amor había recibido, años atrás,
cuatro disparos calibre treinta y ocho en la base del cráneo. De alguna manera
sus instancias emotivas y vehementes habían sufrido, desde aquel día, heridas
que nunca podrán ser suturadas; cicatrices perennes, dolorosamente presentes
ante cada beso, caricia o acercamiento que la obliguen a desempeñar el
desagradable rol de fingir. Papel que con el tiempo la acercará sigilosamente
al desplacer y a la vergüenza. De todas formas aceptó con agrado pasar una
buena temporada en una de las cabañas de Villa Ventana. Sabía de la existencia
del complejo como proyecto a largo plazo, el costo de la inversión en lotes no
había sido elevado debido a que todavía la aldea no estaba explotada
turísticamente; de todas maneras si había algo en lo cual confiaba de su marido
era, por un lado, en sus criterios comerciales y por el otro, en el trabajo de
sus asesores inmobiliarios. Raramente equivocaba sus pronósticos sospechando
que en la mayoría de las ocasiones jugaba con cartas marcadas, no descartando
alguna buena dosis de fortuna. Lo notorio, a su real saber y entender, era que
la rentabilidad estaba asegurada invariablemente y eso siempre le pareció muy
extraño en el marco en un país que se caía a pedazos. Mientras sus alrededores
presagiaban apagones y tormentas inminentes ellos no hacían otra cosa que
acrecentar y solidificar su posicionamiento económico social.
No le fue
complicado determinar obligaciones para sus reemplazantes durante las próximas
tres semanas. Desde el asesinato de su jefe, María Inés era la persona a cargo
de la sección obstetricia de la Clínica, de modo que el servicio de la
especialidad continuaba estando a la altura de sus históricas prestaciones. Sin
bien al principio existió una traumática transición el tiempo fue corrigiendo
toda imprecisión inicial. La doctora Fontanal de Cárdenas poseía la autoridad
suficiente para diseñar y planificar conforme a su criterio la dependencia
heredada.
Cinco
horas y media de confortable viaje separaron su casa colonial ubicada en el
barrio de Caballito del complejo serrano La Amistad. El coche se comportó con
la perfección que la tecnología alemana exhibe en el rubro automotor. Breves
diálogos inconsistentes acompañaron la música celta que de fondo propiciaba el
telón adecuado para los quinientos setenta kilómetros recorridos. A poco de arribar el imponente paisaje serrano
no dejaba de sorprender a María Inés. La rusticidad de esos plegamientos
ancestrales y desconocidos para sus ojos encontró en la pareja el común
denominador para entablar algo más de una amable conversación. Hacía mucho que
no acordaban asombro y maravilla. En plena charla competían por el hallazgo se
sinónimos que clarifiquen y expongan la majestuosidad de la vista la cual
era testigos excluyentes. Villa Ventana era una pequeña población cimentada
entre dos de los cerros más imponentes del sistema montañoso. Varios complejos
de cabañas, raleados y dispersos daban al paisaje un aspecto reposado e
imperturbable. Caminos y senderos laterales con frondosas arboledas pintaban un
fresco apto para recorridos cansinos y sosegados. Mario estaba convencido que
no existía mejor lugar para recargar energías si éstas habían decidido
abandonar al espíritu. Los quince kilómetros que la separaban de Sierra de la
Ventana daban la suficiente posibilidad de encontrar, rápidamente, desde un
centro de salud o un buen restaurante, hasta un casino para el esparcimiento.
El predio
La Amistad estaba ubicado en el propio centro de la villa. Ocupaba cuatro lotes
sobre una superficie total de tres mil doscientos metros cuadrados. Estaba
compuesto por seis cabañas de dos plantas, estilo alpino. Cada unidad disponía
de unos ochenta metros cuadrados sumando ambos niveles; la parte superior
incluía los dos dormitorios que descansaban sobre un entrepiso de madera
emulando el porte tirolés. La planta baja presentaba un amplio lobby a modo de
living-comedor con una estufa hogar complementaria al sistema de calefacción
por caldera; baño y cocina, coronaban el sector. Cada residencia, con capacidad
para seis visitantes, poseía un garrafón de gas de emergencia, espacio
guardacoches, quincho y fogón-parrilla. Dichos servicios eran particulares y
exclusivos. En el centro del predio se alzaba la piscina de ocho metros de
frente por quince de fondo con el agregado de reposeras y sombrillas a
discreción. Juegos de plaza para niños remataban el confort del complejo. Un
prolijo parque rodeaba a cada unidad
manteniendo prudente distancia de la vivienda contigua; privacidad para el
descanso y buen gusto eran las características distintivas de la propuesta
turística. La tarifa diaria era lo suficientemente abultada como para
justificar el servicio que se ofrecía; un eficaz cuerpo de mucamas guardaba
presta colaboración para que el desayuno, la leña y la ropa blanca, no fueran
motivo de conflicto. Un tanto apartada se alzaba la vivienda del casero. La
coqueta y pequeña finca conservaba el mismo estilo alpino con algún detalle
discordante producto del propio gusto de sus moradores.
Sin más
demoras el matrimonio Cárdenas se dirigió en dirección hacia la residencia del
encargado. Un jeep doble tracción línea moderna estacionado en el garaje
determinaba presencia segura en la casa. Mientras María Inés recorría la
arboleda lindante, Mario accionó el original llamador de la estancia dotado de
una herradura pulida firmemente abulonada a un disco de algarrobo barnizado y
que presentaba el nombre del complejo en bajorrelieve. De su interior sale una
cara demasiado conocida como para que la felicidad evite jugar una mala pasada.
-
Era hora que vinieras pedazo de
sorete. Me alegra mucho verte, dame un abrazo turro, hace tiempo que te estoy
esperando... Marito querido.
El saludo
prolongó momentos de duda e incertidumbre; hacía diez años que no se veían. La
Estación de Servicio de Las Flores fue el último ámbito testigo. Allí acordaron
abandonar una camioneta Chevrolet cero kilómetro dejando en su interior el
cadáver de un mendigo inocente con tres balazos en la base del cráneo e
imposibles claves para su identificación. Luis era un erudito en el tema y
Mario no podía asesinar a su amigo. El resto fue un convenio que nació producto
de la gratitud y esa extrema y humana necedad por sobrevivir. Cárdenas y
Montaña eran socios en el complejo turístico La Amistad de Villa Ventana, pero
también lo eran en el mantenimiento de secretos propios y extraños. La vida de
uno dependía de la del otro, no cometer errores fue la base del afecto. En su
último acto de rebeldía Mario había jugado su carta más alta a favor de la
protección de su amigo en aquel abandonado solar de la pampa bonaerense.
Cualquier indicio hubiera sido fatal para Luis, para María Inés y para él. Se
debían mutuamente rindiéndole culto a ese preciso equilibrio que suele
obsequiar la impunidad. Ambos sabían que aquellos tipos del Ministerio no eran
imprescindibles y que más temprano que tarde iban a ser reciclados y en el peor
de los casos desactivados para que el bendito sistema siga funcionando a la
perfección, higienizándose a sí mismo, para que ningún inspirado tenga la leve
idea de prescindir de él. Luis y su compañera de siempre Analía Volpi, eran una
cordial y benevolente pareja de anfitriones en el marco de un paraíso que no
estaban dispuestos a abandonar. Habían logrado diseñar una vida a pesar de sus
propios suburbios, saturados de alcantarillas humeantes, inodoras, senderos
húmedos, ensangrentados y anónimos gritos de auxilio por piedad. Ningún
visitante del predio podía llegar a sospechar que tamaña belleza natural
toleraba el precio que pagaron cientos de cadáveres que supieron participar de
manera involuntaria para su deleite y contento. De todas formas Mario suponía
que a nadie le afectaría tales presunciones, el paso del tiempo le confirmó que
los paradigmas de la década anterior se esmeraron por erosionar notablemente
las conciencias imponiendo al individualismo como base y sustento social. Los
textos de autoayuda, Osho y Coelho habían reemplazado definitivamente en el
mercado literario de preferencias a los filósofos humanistas y a los reflexivos
existencialistas más notables del siglo veinte. Las novedosas revelaciones o
las historias desbordantes en metamensajes egocéntricos hicieron retraer de las
vitrinas de las librerías tanto a los
clásicos de todos los tiempos como a Jauretche, a Galeano o al mismo Dolina,
aunque este último podía conservar aún, a modo de resistencia, su espacio
radial de cada medianoche. Fontanarrosa pasó a ser objeto de culto y tipos como
Castelo eran únicamente admitidos como partenaire de una nueva clase de
periodistas devenidos a vedettes. La creatividad y la inteligencia quedaron
congeladas dentro de los refrigeradores de última generación que regalaban
Tinelli y Sofovich en sus absurdos programas televisivos. Si el colectivo
social, de modo mayoritario, avalaba dicho ordenamiento y apoyaba el sistema
dominante sin esbozar protesta, por qué razón Mario y Luis debían sentirse
culpables o responsables por haber abrevado de ese mismo mandato. El año
noventa y cinco, y en cierto modo, los procesos electorales subsiguientes,
habían confirmado en las urnas una forma de sentir y de vivir, resultó un
acuerdo tácito y si se quiere vergonzante, rasgarse las vestiduras reconociendo
miserias arropadas celosamente no tenían ningún sentido. Nadie estaba dispuesto
a ceder y menos ellos; habían puesto el cuerpo, habían estado en la trinchera
de este acuerdo no firmado pero aceptado virtualmente, repleto en elogios y
exclusión.
-
No sólo me salvaste la vida,
también se la salvaste a Analía. Debo reconocer que tu capacidad me sorprendió
gratamente – admitió Luis –
-
La idea fue tuya, y todo partió
aquella noche de pesca inconclusa. Recuerdo que me expusiste con supina
claridad la realidad de un sistema que nos utiliza como fichas de un juego sin
brillo y ciertamente disparatado. No había razón alguna para sacrificarte, al
fin de cuentas me diste una mano en la mala y eso no se puede omitir, más allá
de las tonteras y caprichos que te solían contaminar – reconoció Mario –
-
No te podés imaginar la
fascinación de Analía al arribar. Sesgada por el afecto que te tenía y que
todavía te tiene, hasta se compró un auto y aprendió a manejar para ser la mano
ejecutora de tus negocios. No entendía nada cuando luego de bajar del vehículo
hizo sonar la cancela, y dispuesta a entregar la encomienda que le diste
aparecí yo. Estuvo meses penando por lo injusta que había sido con vos. Jamás
pensó encontrarse con semejante novedad esperando desde ese día el momento para
disculparse – confesó Luis -. De todos modos tené en cuenta que hasta hace muy
poco tiempo sintió con resignación que hayas optado por recomponer tu relación
con Fontanal.
-
El tiempo cura todas las heridas.
Aunque... no me des demasiada bola al respecto, ni yo me creo lo que acabo de
decir. Si Analía supiera lo que es mi matrimonio debería sentir lástima más que
desilusión. Duermo con una verdadera extraña, además sospecho que sabe la
identidad del asesino de su amante. En tu caso y por lo que me contás pudiste
convencer a Volpi para aprovechar esta nueva oportunidad.
-
Los dos aprendimos algo de lo
vivido.
-
¿Se puede saber? – preguntó Mario
–
-
Dudar de lo primero que se nos
ocurre; tratar de meditar por detrás de los sentidos, dándole oportunidad a la
inteligencia y al conocimiento. Como alguna vez mencionaste, dejar por un rato
que el sentido común le permita paso al sentido inteligente. Es una buena
fórmula para acotar el margen de error, aunque ambos sabemos que no estamos
exentos de caer en él.
-
¡Mierda qué el aire serrano es
fuerte! Luichi, soy Mario... eh! – bromeó Cárdenas –
-
No te hagas el boludo, hablo en
serio. Hice demasiadas cagadas para aceptar tus sandeces; no te estoy pidiendo
el indulto, solamente un par de orejas que acepten sincera confesión, o catarsis,
como quieras – sostuvo enojado Montaña –
-
Disculpame, considero que una
sincera confesión debe partir irremediablemente de un sincero arrepentimiento.
Y percibo no verte compungido como para creerte. Me parece que estás en medio
de una crisis de identidad; durante años te esmeraste por armar tu propio
imperio personal llegando a tu cometido a partir de tu propia inexistencia. Eso
es lo que te jode. Todos los caminos que tomaste te llevaron a la pérdida total
de tu individualidad. Nunca podrás volver a ser Luis Montaña. Ese tipo murió
para que su cuerpo e intelecto puedan sobrevivir, teniendo la obligación de
reconocer y asumir que vivir es otra cosa. Temo que tu error radica en repensar
lo acontecido a partir de los resultados obtenidos y no de tu responsabilidad
sobre la fiesta que optaste por disfrutar durante tanto tiempo. Todavía te
queda la opción de reinsertarte socialmente como Luis Montaña si la conciencia
así te lo exige - retrucó Mario –
-
¿Cómo?
-
Presentándote ante la justicia.
Aunque me pese desde lo individual, sería fantástico.
-
¿Qué sentido tiene? La ley no me
busca. Aparte mi problema no es legal. Hipotéticamente es con un grupo de
mafiosos que deben estar tan escondidos como yo, reciclados en cualquier otro
paraíso, natural o fiscal, disfrutando sus dólares.
-
No te olvidés del harapiento que
ocupó tu lugar en la camioneta. Además también sos responsable, aunque sea de
modo indirecto, de los planes desarrollados en aquella época que incluyeron
acciones punibles a favor de políticas internas estatales. Si bien la ley no
imputa a Luis Montaña por delito alguno te podrías constituir en un baluarte
testimonial a modo de arrepentido.
-
¿Y vos crees que eso le puede
interesar a alguien? – pregunto Luis
-
Temo que no. Tal vez cierto sector
del periodismo te utilizaría un rato para quemar minutos de radio y televisión
o centimetraje en los periódicos. Recuerdo que por entonces la progresía
periodística estaba muy interesada en el maquillaje y muy poco en el verdadero
saqueo que estaba sufriendo el país. El modelo los seducía, el uno a uno les
permitía grandes producciones y viajar por todo el mundo. Los patrocinantes y
los productores comerciales de sus programas hablan por sí mismos del verdadero
posicionamiento de esos personajes. Si tenés ganas de probarlo empíricamente
proponé una ley que democratice los medios de comunicación y podrás constatar
el real progresismo de esos progresistas audiovisuales. Me parece que a la
sociedad poco le importa enterarse de lo que ya sabe; durante años estuvo como
un avestruz y para lavar sus propias responsables va a solicitar culpables a
gritos por los desaguisados cometidos. ¿Cuánto tiempo puede llegar a pasar
hasta que el neoliberalismo vuelva a ser propuesta? Hoy es el anticristo y
mañana habrá cientos de miles, votándolo, añorando el uno a uno. Con el grupo
volamos una mutual, una embajada y una ciudad para cubrir un contrabando; lo
patético es que algunos de los mismos afectados terminaron el ciclo silenciados
por buenas indemnizaciones. Y no fueron pocos. Sacátelo de la cabeza Luis, esto
es como el fútbol: El simpatizante no quiere que el árbitro imparta justicia,
desea fervientemente que lo favorezca y en el más ético de los casos escoge no
ser perjudicado independientemente si la falta existió o no.
-
Veo que te adueñaste de una visión
bastante apocalíptica de nuestra Europa sudamericana.
-
No me parece que el resto del
planeta se comporte de manera distinta – afirmó Mario. Con observar los
personajes que emergen como representantes paradigmáticos en los países centrales,
verás que poco a poco, todo será para peor. No te olvidés que también uno es lo
que admira, lo que lee, lo que vota, lo que piensa, lo que dice y lo que calla.
-
¿Me estás diciendo qué cualquier
arrepentimiento es tardío?
-
Así es, Luisito. Creo que bastante
castigo tenés. Eso de no poseer identidad, en algún sentido es como no existir.
No sos libre, estás preso de tus propios errores. Tu ceguera es el supuesto
paraíso que armaste con el auxilio exclusivo de Analía, tu seguro lazarillo.
Que respires es un mero detalle personal, para el mundo dejaste de hacerlo
aquella madrugada en La Flores. Eso es indefectible. Si por mí fuera te
aconsejaría que comiences asumiendo tu realidad tratando de enaltecer lo poco
digno que te queda hasta que llegue el momento en que la sociedad tenga ganas
de sacar la basura que escondió debajo de la alfombra durante años y deseé
mirarse al ombligo. Cuando esto suceda, es probable que la vara de la justicia
te convoque; pero a no preocuparse, tenemos algo a favor.
-
¿Qué es?
-
La autocrítica que sirve y que
hace crecer, nace a partir del conocimiento y la inteligencia, como bien
afirmaste. Esto es, conocer y entender los errores cometidos para luego
comenzar a analizar las causas, circunstancias, momentos y demás variables que
puedan determinar responsabilidades históricas. Esa, a mi entender, es la única
forma de rearmar un tejido desquiciado. En lo personal no creo que la sociedad
se tome ese trabajo, encontrará algunos cuerpos para lapidar y a poco de andar
declinará producto de sus más urgentes asuntos. Somos prisioneros de una década
que decidió por nosotros y a la cual ungimos con esa facultad. ¿Vientos de
Cambio se llamaba el tema que pasaba “Berni” en su programa, no? ¿Quién se va a
interesar por señalar a un par de gestores terciarizados? Cuando ese día llegue
hasta los mismos progresistas estarán muy comprometidos cuidándose su propio
culo, y el culo de las corporaciones para las cuales trabajan. Puede que
aparezcan fundamentalistas afirmando que este país necesita un millón de muertos
más, personas que jamás sufrieron la instancia de tener que ejecutar o de verse
delante de un pelotón, de tener que hacer una cola de una cuadra por un laburo
de dos mangos con cincuenta, que están en perfectas condiciones de seguir una
dieta o de inmiscuirse dentro de un libro de autoayuda. Estúpidos burgueses que
les encanta escucharse y que no entienden que eso de los egoísmos es común a
todos los humanos. ¿A vos te parece qué algunos de esos imbéciles dialécticos
nos enfrentaría? ¿Qué clase de personas te crees que me contrataron hasta que
me retiré? Sacatelo de la cabeza, es un mundo plagado de personas “decentoides”
que se la pasan postulando verdades a kilómetros de las trincheras. Te repito,
lo mejor que podés hacer es disfrutar de lo que te rodea, sin detenerte en
merecimientos, tal cual hace el resto. ¿Vos suponés que existe algún mortal que
devuelva aquello que considere un premio excesivo? no Luisito, lo disfrutará
doblemente pensando además que un plan divino lo hizo merecedor de semejante
galardón.
-
Me dejás helado Marito. Tu
capacidad para enroscar y dar vuelta argumentos te ha transformado en una
persona despiadada. No niego que algunos de tus conceptos contienen absolutas
certezas, pero seamos francos, somos un par de delincuentes que fueron
empleados por otra banda de facinerosos y que todos, al unísono, hicimos una
buena diferencia con dineros públicos.
-
Hace un tiempo la dulce Fontanal,
inconscientemente, me aclaró pensamientos que tenía desordenados. Simplemente
me dijo que todos operaban para algún Capone contemporáneo: Medios de
comunicación, Bancos, Financieras, Clubes, Laboratorios, Corporaciones,
públicas y privadas, estaban en manos de los hacedores del modelo que me tenía
contratado.
-
¿Y qué me decís con eso?
-
Que los pocos censores o
moralistas existentes con capacidad de crítica no tendrían nunca llegada a las
mayorías debido a la dependencia de éstas con el sistema. Todavía me acuerdo de
Gustavo Silva. Ya te conté. A nadie le importó lo que le sucedió, ni siquiera a
sus supuestos amigos progresistas, menos aún a los delegados sindicales, y ni
que hablar de las supuestas enamoradas que morían por tenerlo en la cama. Todos
se borraron. ¿Y sabés la razón? El tipo con su conducta, con su ética, puso en
riesgo el sistema que les pagaba el sueldo.
- ¿ Supiste algo de él?
-
Creo que se radicó junto a su
compañera en un pequeño pueblo de la zona. Si mal no recuerdo armó un
emprendimiento comercial con el despojo de la indemnización que le quedó luego
de la pesificación. Vos lo conocés tanto como yo, el tipo sigue siendo un
animal literario.
-
Si, y sigo pensando que es un
boludo irrecuperable – sentenció Luis –
-
No me extraña que pensés de ese
modo. En todo caso tené en cuenta que es un boludo con identidad, vos apenas un
piola que no existe y encima adjunta un frondoso historial como criminal de
guerra. Ni registro podés tener; sin Analía vos sos un...
-
Está bien, no sigas, me cagaste.
Si querés lo voy a buscar y le regalo cien lucas verdes. Podemos comenzar a
lavar responsabilidades con él.
-
No seas cínico. Gustavo forma
parte de esa porción de la sociedad que no importa, que no es escuchada, ni
siquiera percibida. Como decía Ibsen: “la vida no es desesperante, es ridícula” – condenó Mario –
-
Parece que lo envidiaras.
-
Sabés que no. En lo personal sostengo
que la envidia no existe. Puedo admirar sus valores y su manera de encarar la
vida, pero no me gustaría pagar los gravosos precios que tuvo que abonar por el
mantenimiento de esos valores. Hay que ser demasiado valiente para plantear
combate sabiendo que vas a ser derrotado – admitió Mario –
-
Durante mucho tiempo te envidié a
María Inés.
-
Eso no es cierto, lo que vos
sentías era otra cosa.
-
¿Qué cosa?
-
La necesidad de acceder a algo que
no estaba a tu alcance. Dudo que me envidies su falta de fidelidad, sospecho
que no te gustaría vivir dentro de esa tremenda atmósfera de ausencia de
afectividad y menos aún la nula intención de tener hijos conmigo. Te digo que
si verdaderamente existiese la envidia, ésta se manifestaría sobre distritos
específicos y puntuales, pero para ello es necesario lo otro, y eso nadie lo
desea.
-
¿Entonces admirás a Silva?
-
Digamos que me caen bien aquellas
personas fieles a sus convicciones más allá de la suerte que puedan correr. Me
reconforta hallar oasis plenos de lealtad y honradez – insistió Cárdenas –
-
¿Crees que el tipo piensa lo mismo
que vos?
-
Es probable que sienta debilidades
y contradicciones, pero ante la calma sabrá tamizar y verá con satisfacción la
permanencia intacta de sus valores.
-
Puede ser. Pero en mi opinión sigo
pensando que es un boludo y un cobarde – subrayó Luis-
-
¿Cobarde? Ah no... eso es
demasiado, me superan tus conclusiones serranas.
-
Si cobarde. Silva no lo soportó y
plantó una puesta en escena para escapar. Debió haber llevado su caso hasta las
últimas: Lucro cesante, daños y perjuicios y demás yerbas; un buen abogado le
saca un montón de guita al Banco.
-
Seguís cometiendo el mismo error
Luichi. Silva no quería plata, buscaba otra cosa superior. Su compromiso
resulta invisible para tipos como nosotros. Hablo de principios.
-
Gustavo salió del mismo lugar que
nosotros Mario, dejate de joder. Tuvo la misma educación ¿Me vas a decir que
posee una tabla de valores más elevada?
-
Evidentemente sí. Es probable que
haya sido formado, desde su entorno familiar, a partir de incentivos éticos con
un alto gravamen moral. Acordate que siempre fue un humanista, anduvo por
Filosofía y Letras y demás circuitos que nosotros ni siquiera sospechamos como
son.
-
¿Y ese entorno cómo le respondió
ante la situación límite? –preguntó inquisidoramente Luis –
-
Muy al estilo de la década. Más de
un afecto lo sacudió con una frase que según me confesó lo dejó maltrecho y
confundido: “¿No
lo podías haber evitado?”…
-
“Triste época la nuestra, es más fácil
desintegrar un átomo que un prejuicio” aseguró Einstein…
-
Parecemos intelectuales de cuarta
mencionando frases obvias para decorar nuestros mediocres alegatos. Y pensar
que te creí, con alguna prevención pero te creí cuando hace minutos me hablaste
que habías eliminado esa torpe tendencia de aceptar lo primero que se te
ocurría. Seguís administrando como siempre ese anacrónico y vulgar pensamiento
fronterizo que te caracteriza. Ves, tengo razón, lo que te molesta son los
efectos y no las causas de tu conducta.
-
Bueno Mario ya basta. Me diste con
un caño, la seguimos en otro momento. Te propongo que después de almorzar
paguemos nuestra deuda pendiente y nos vayamos a pescar a la laguna de Sauce
Grande. Son unos cuantos kilómetros, está pegada a Monte Hermoso, vale la pena.
Embarcado se sacan muy buenas piezas, sobre todo pejerrey. La idea sería volvernos mañana a la
noche. ¿Qué me decís?
-
Me gusta. A propósito ¿Por dónde
andarán las chicas? –Preguntó Mario -
-
Supongo que dando vueltas por la
fronda, haciendo lo que todo el mundo hace: Procurando no mencionar
mezquindades y desandando hipocresías. Como dice Goucho: “si no te gustan mis
principios, tengo otros”. Si ya sé, no
me digas nada, soy obvio – afirmó bromeando Luis –
-
¿Y esos principios cuándo me los
vas a confesar?
-
Es una cuestión de tiempo, ya que
debo tropezar con ellos.
Ambos
estaban convencidos, lo único que podían hacer a su favor era transitar
aquellos senderos en donde la historia y la memoria encuentren serias
dificultades para su asentamiento. Debían esforzarse para evitar apellidos y
nombres conocidos, ser capaces de sostenerse en ámbitos anónimos y ciertamente
hostiles. Luis tenía parcialmente resuelta la situación. Su no-vida implicaba
la constante y forzada creación de un imaginativo tormento. Analía, alejada de sus eróticas instancias,
oficiaba de dulce y madura celadora, esmerándose para que su protegido no
cometiera errores. Tal como le mencionara Cárdenas, su destino serrano le daba
un estatus de criminal de guerra similar al de aquellos veteranos y entusiastas
cuadros del Nacional Socialismo que diariamente y durante mucho tiempo
prepararon a escondidas sus viandas artesanales entre las sombras boscosas de
Bariloche y Villa General Belgrano.
El
panorama de Mario era bastante distinto. Sabía que María Inés estaba al tanto
de la mano ejecutora que había asesinado a su amante, pero a la vez advertía
que la dama jamás abordaría el tema debido a que la colocaría ante la admisión
de una falta imperdonable. Un exacto mecanismo de relojería haría que el
equilibrio de intereses promueva silencios eternos e imperturbables. El mundo
exterior no interesaba demasiado.
Los
muertos de Cárdenas eran cuestión de Estado y como tal hallarían redención a
fuerza de las políticas implementadas. Su conciencia no participará del castigo
por las atrocidades cometidas, necesidades que las autoridades estatales
asumirán como relevantes a favor de la victimización que toda Nación del área
occidental debe mostrar como credencial para pertenecer al primer mundo. Un par
de notorios atentados darían atractivas justificaciones para cometer los más
absurdos negociados. Sobre los asesinatos posteriores los tomará como residuos
inevitables bajo el formato de monotributista. Ninguno de los ejecutados
contaba con avales importantes que respaldaran su existencia. Los había
estudiado muy bien, paso imprescindible para el éxito de la encomienda. En su
mayoría marginales de alta clase, abusivos sujetos que solían traicionar
confianzas de postín, abyectos que nunca iban a lograr mayor consideración.
El caso
que nunca lo dejó de angustiar fue el del doctor Montesano. No había sido un
trabajo pensado ni desde lo operativo ni desde lo racional; aquí la emotividad
se colocó como protagonista, en consecuencia, le quitaba a la comisión la
belleza y la artística exigida. Fue una simple venganza y eso lo desencantaba,
lo hacía descender hasta los magros y oscuros contornos de la imbecilidad.
Consideraba a esa característica como la más inverosímil e intrusa que podía
portar un ser humano. Solía afirmar que un imbécil no entiende, de modo que
entablar una discusión con él resultaba una banal epopeya, algo así como
mirarse al espejo...
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