El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

miércoles, 15 de junio de 2022

Maestros de blues…. Una historia de llanura en Lartigau y una del empedrado Porteño

 


Película documental sobre la serie de festivales realizados entre 2014 y 2018 en la estación Lartigau, partido de Cnel. Pringles. 

Producción integral: Radio Submarina 

Dirección: Fabio Mascioli Año: 2021





Historia Mínima… El Diccionario 

 




El Diccionario

 

Los que pintan canas deben recordar que a principios de los ochenta existió el auge de los pubs de juegos, lugares en donde a la par que se tomaba una copa o un café aromatizado (Irlandés, Vienés, Cubano, Café Corto, Cappucino con ralladura de Coco, Canela o Moca, Carajillo, etc.) acompañado por masas o un sándwich, se amenizaba la tardenoche y la noche hasta bien entrada la madrugada con juegos de mesa Yetem (Backgamon, Trivial, Burako, Teg, Bolonqui, Pictionary, Carrera de Mente, Damas Chinas, Jenga, 1000 Millas, etc), siempre con música de fondo, rock nacional, rock sinfónico y, desde luego, blues.  

Tal vez la más famosa de ellas era la Casa de Tomas y Enrique, ubicada en la esquina de Mansilla y Coronel Díaz, lugar en el cual había que reservar con varios días de anticipación si de viernes o sábados se trataba. Un viejo caserón reciclado en el cual predominaban la madera rústica y las baldosas coloniales. Lugar de murmullos privados, intempestivas cargadas estruendosas y festejos colectivos cuando por caso el recordado Tuqui se arrimaba al lugar a contar historias risibles.

También a la par se desarrollaron malas imitaciones en otros puntos de la Capital Federal, sitios que el sabio olvido ha decidido homenajear. No era un lugar para que las masas populares se sintieran arropadas, digamos que era un sitio en donde la juvenil burguesía ajena a la política y sin opinión sobre el devenir dictatorial se sentía a pleno y cerca de la rusticidad moral que propone la madera, cuando está decorando el piso, las sillas, las mesas, y en invierno, hasta en el crepitar de un hogar a leña.

Por ese entonces era docente administrativo en el Instituto de Tecnología ORT, al mismo tiempo estudiaba en Filo de la UBA, y confieso haber ido alguna que otra vez con gente de oropel, aunque no era un sitio en el cual me sintiera cómodo. Uno era más de barrio, asistente a zapadas callejeras, tal vez en el Bar o Bar (o el Bárbaro) de los maníes y la cerveza tirada ubicado en la calle Tres Sargentos de Retiro (primero estuvo ubicado en la calle Reconquista al 800) o de las caravanas tangueras de los billares a reloj de San Juan y Boedo, territorio dominado por tacheros, o los del piso superior del Odeón de Flores, me refiero siempre a la carambola, con sus variantes: tres o cuatro bolas y hasta osamos probar a tres bandas; nada de pool, por ese entonces era desestimado en estos lugares preñados de veteranos cientifistas de los verdes paños por su enorme componente azaroso, acaso como alternativa, debido al frío o a la lluvia, se optaba por alguna timba de intramuros por simbólicas monedas, siempre con la compañía de Vox Dei, Manal, Pappo´s Blues y algún que otro prohibido…

Cuando aparecen las películas en VHS y los videoclubs aquellos lugares de juego y reunión empezaron a sufrir los cimbronazos de las eternas crisis debido a que las juntadas comenzaron a hacerse fuertes dentro de las casas. Un par de pizzas, algunas cervezas, guitarristas de oído y dos o tres películas comenzaron a reemplazar a los bares lúdicos del encuentro, los unos y los otros.

Pero siempre queda algo en el tamiz. Recuerdo que en cierta ocasión, ante la ausencia de algún estreno interesante en el video y sin un mango en el bolsillo fuimos a la casa de uno de los nuestros sabiendo que sus padres habían decidido un viaje de fin de semana. Simon & Garfunkel de fondo girando en el combinado, y en espera a por la púa Yes, Pink Floyd, Serú, ELP, Creedence, Led Zeppelín, Claptón, BB King, más los infalsificables antes mencionados. No éramos tipos cuadrados en tanto géneros musicales más allá de nuestra predilección por el Blues y el Rock & Roll en sus distintos matices, nos gustaba lo bueno, incluso Piazzolla y Troilo aparecían de manera recurrente al igual que varios trovadores nacionales, españoles y cubanos.

Recuerdo que cierto día uno de los flacos, habitué de la casa de Tomás y Enrique, un esporádico de esos que pasó por nuestras vidas en aquellos días, tras la nube de humo que dibujaba el cigarrillo que tenía atrapado en el clavijero y cansado de no poder acertarle a un tono muy preciso que hacía poco había escuchado de Peter Green en una renovada versión del tema Man of the World del 69, dejó de puntear la viola en solitario e inspirado en sus recurrentes visitas a aquel sitio lanzó la idea de jugar al Diccionario, de ese modo fue bautizado, pues lo único que se necesitaba era uno de esos libros que generalmente descansaban en las decorativas bibliotecas de todas las casa y que por cierto siempre se hallaban en perfecto estado porque nadie lo utilizaba. Luego solo papel y tantos lápices como jugadores se prendiesen. La idea era simple y su formato más aún.

-         Uno de los jugadores, quien hacía las veces de Banca, tomaba el libro y escogía un término que le pareciese complejo o desconocido.

-         Escribía su definición en un papel el cual colocaba dentro de una vasija que estaba ubicada en el centro de la mesa.

-         Tras cartón le informaba al resto cuál era el término escogido.

-         Luego cada jugador debía estimar una posible definición, cercana o ficticia, pero convincente al oído rival, escribirla en un papel de medidas similares al que utilizó la banca, sin registrar su identidad, colocarlo en la misma vasija y resguardar la definición redactada en un borrador propio como prueba de derechos de autor.   

-         Una vez finalizado el trámite por todos, la banca procedía a la lectura de todas las definiciones que había dentro de la vasija y se efectuaba la votación individual. Cada uno escogía la que mejor le cuadraba a su entender.

-         Finalmente se revelaba el dueño de cada definición y se procedía al reparto de puntos

Puntaje de la mano:

-         Quien sabía la definición y lo hacía constar en su papel obtenía un punto

-         Quien acertaba en la definición luego de la lectura obtenía un punto

-         La banca obtenía un punto adicional si nadie acertaba en la definición

-         Quien por su definición recibía votos obtenía tantos puntos como las adhesiones receptadas

Por eso generalmente nadie que supiera la definición la dejaría expresada en el papel, prefería en su lugar escribir alguna definición que seduzca al oído ignorante para recibir votos y a la par obtener el suyo mediante el acierto.

-         Incluso algunos se votaban a sí para ser seguidos por otros.

-         La mano la ganaba quien obtenía mayor cantidad de puntaje.

-         La partida quien obtenía el mayor puntaje en la sumatoria de las manos.

Durante varios años nos juntamos con la barra, chicas y chicos, Blues y Rock & Roll mediante, para jugar al Diccionario hasta altas horas de la madrugada. La pasábamos fenomenal, no gastábamos un centavo y nos divertíamos mucho, descubrimos nuestra creatividad a la par que nos cultivábamos con nuevas y hermosas palabras, asunto que en mi caso aún conservo en el presente en donde términos y acordes se anuncian como ineludibles dentro de mi vocación. Existieron momentos en donde las risas superaban toda competencia, debido a que era imposible distinguir lo real de lo aparente, porque incluso ciertas definiciones de la academia aún mueven al desconcierto.  

Al tiempo la computadora nos hizo más individualistas y cada uno se metió en su superyó y en sus dominios de nueve metros cuadrados a media luz, como si aquello construido grupalmente nunca hubiera existido, o peor aún, hubiera sido nefasto.

En ocasiones sigo jugando al Diccionario, y lo hago cuando mis cuentos, cuando mis relatos, cuando mis ensayos, cuando algún acorde de Clapton o de S.R.V me despiertan del letargo. 

El Blues es mi catecismo a la hora de desarrollar lo que más me gusta hacer, escribir, mi obra es transitada omnímodamente por sus acordes, y rememoro la casa de Tomás y Enrique, y me acerco a esos desaparecidos billares de los taxistas, al Bar o Bar de Retiro, al Odeón de Rivadavia y Pedernera, y a los viejos amigos, en fin, a todos los que poco a poco nos estamos yendo tratando que el recorrido de ese sendero de descuento logre ser mediana y modestamente una buena posta, dejando algo de buena sombra para aquellos que más adelante se arrimen a zapar y se animen a escribir...