El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

jueves, 19 de mayo de 2022

Maestros del Blues …. Zachary Breaux.... y el relato Instinto de Conservación

 

Zachary Breaux nació el 26 de Junio de 1960 en Port Arthur, Texas y falleció tempranamente el 20 de Febrero de 1997 en las playas Miami, Florida cuando intentaba salvar a una bañista cuando se estaba ahogando. Eximio guitarrista de Jazz, incursionó con extrema solvencia dentro del Funk y del Blues. 






La determinante influencia de George Benson y Wes Montgomery reluce de inmediato ante su estilo, pulcritud técnica y prolijidad. Ha desarrollado una amplia carrera como músico de sesión colaborando en infinidad de trabajos de muy prestigiosos colegas, por caso con el vibrafonista, Roy Ayes, leyenda del Jazz y del R&B, considerado un profeta de la especialidad.





Sus solos de gran calidad exhiben un talento descomunal a la hora de la improvisación. Editó tres trabajos propios: Groovin´ de 1992, Laid Back de 1994, ambos para la NYC Records y Uptown Groove de 1997 para Zebra Records, lo que sería su despedida, álbum que llegó al puesto 14 del Billboard. 


Un gran músico, fallecido muy tempranamente, el cual aún no había llegado a su techo artístico, aunque si lo escuchamos con detenimiento imposible nos sería calcular hasta dónde se hubiera extendido su aurora dentro del firmamento musical.

 


 

Instinto de conservación… (Relato)

 

Tipo entre paréntesis Gabriel Altamira, buen hombre, de gran corazón, pero también de esos que suelen caminar sospechando que arribaron al mundo bajo el amparo de un destino oscuro, tortuoso, rodeado de tachos de basuras, niebla y alcantarillas humeantes.

Apenas el indicio de un proyecto esperanzador amaneciendo en el horizonte era razón suficiente para atormentarlo, su anhelo de fracaso lo superaba, pero al mismo tiempo deseaba que ese fracaso no admitiese vulgaridades, debía tratarse de un fracaso esculpido, moldeado, un desarrollo artístico, su creación original. 

El lamento a flor de labios delante del espejo durante cada mañana al afeitarse lo protegía del suicidio cosa que anestesiaba una suerte de inquisición asumida bajo el lenitivo de la mala fortuna. De semblante social acorde exhibía sus túnicas lúgubres sin remordimientos tanto con sus compañeros de trabajo, en la mesa familiar, con su esposa y sus hijos, en el café con sus amigos y con su amante, aliada incondicional en la nostalgia con la cual llevaba más de una década de anomalía clandestina. 


Se admitía resignadamente como la presa de un cazador inextinguible, desconocido, pero sumamente sanguinario. Ante la duda su búsqueda se concentraba en agentes externos, acaso algún “trabajo” maldito, un fisgón deseoso de aprovechar su indefensión.

Desesperado y al límite de quebrarse, sin hallar el auxilio deseado en los pocos afectos que aún luchaba por perseverar, la desesperación jugó su partida y repartió barajas sin seña. La mano le vino compleja: Debía superar el reto con la angustia, el temor y la ceguera, con ellas debía apostar por su supervivencia.

Era mano, y para hacerse macho en al primera puso en la mesa la angustia.

-         Tano, necesito el teléfono y la dirección de la tarotista que te atendió el año pasado.

-         Te paso los datos por mensaje, Gaby.

Con la angustia en el centro de la escena se subió al auto, de su mano estacionó en el domicilio consignado a la hora estipulada, aferrado a ella tocó timbre y sin soltarla se reservó para su orgullo el recelo que le ocasionó el encuentro cuando la puerta se abrió.

-         Venga, Gabriel, adelante, póngase cómodo, siéntase libre.

Y el turno pasó más rápido de lo esperado. Un par de proposiciones basadas en el sentido común y lo que se desea escuchar fueron suficientes para hacer trizas su primera carta. Algún acierto corriente y vulgar, alguna efímera coincidencia, cierto sueño insatisfecho sumergieron a Gabriel dentro de la atmósfera deseada. Altamira lo sabía, la segunda debía ganarla a como dé lugar, sino adiós partida. 

Y puso sobre la mesa el temor, un gigante indestructible. La prevención lo ayudó a forjarse, le obsequió enemigos inexistentes y desconfianzas insospechadas. La verdad absoluta anidaba, con el miedo recuperó el valor, reconocía sus fortalezas, las de siempre, disimulando sus debilidades había ganado la segunda, pero en la mano le quedaba la ceguera, baraja compleja a la hora de las decisiones críticas.

Su alter ego le rogó que la jugase, le exigió que no se la quedara en la mano, que apueste, la vida es un juego en el cual nada importa demasiado, que privarse de jugar es privarse de vivir.

Pero con la ceguera en la mano Altamira no lograba ver lo que su conciencia intimaba. Y la escondió, y su carta fuerte, el temor, la de la segunda, jugo a favor de su contrincante, de modo que no logró finalizar la partida.

Pasaron los años, la mesa de su casa dejó de estar servida, un sismo amnésico de gran intensidad derrumbó el café y sepultó a sus amigos, su amante siguió estando, pero en bocetos de borrosa eroticidad; a Gabriel solo le queda Gabriel, pateando tachos de basura entre alcantarillas humeantes y aureolas de mala fortuna, llevando en su mano izquierda, la misma que desmontó el mazo, la carta de la ceguera, esa que no se animó a jugar cuando la noche lo exigía…

La aguja cadenciosa del segundero que cobijaba el antiguo reloj de pared que había heredado de su madre mantuvo para él sus únicas certezas debido a la cruel prepotencia con la cual la crueldad suele reprender nuestras soberbias de eternidad. Sombras inmóviles, dentro de un entorno fijo, adusto, nostálgico. Poco más de cuarenta metros cuadrados y es Viernes 3 AM de Serú quién lo acompaña de fondo. Para ese entonces las transfusiones de cobardía habían colmado el torrente vital que muy lentamente circulaba por sus venas.

Si bien cierto es que había recibido golpizas duras de olvidar su deliberado encierro lo había transformado en un ser oscuro, opaco, nebuloso, hasta su sicalíptica anomalía dejo un día de percibirlo como existencia física y emotiva. El espanto se había revelado a modo de escudo con formato de armadura. Aun así intentó resistir de manera estoica utilizando armas nobles, hasta ensayó reconstruir buenos recuerdos, pero con poco contaba, era como batallar contra la naturaleza cuando esta se muestra implacable y decide exterminar en pos de su infinita estabilidad y persistencia. Altamira entendió que así como la muerte cuenta con la soberbia de la paciencia y la impunidad, el pánico nos maneja de la misma forma, acaso siendo menos concluyente en tanto la finitud pero siempre perverso en tanto vastedad temporal. Nos mata, pero le obsequia licencia a nuestro aliento.

Ante las continuas derrotas decidió darle mayor inmanencia y volumen al Viernes 3 AM de Serú decidiendo su propio negacionismo en donde el suicidio no le alcanzaba…

"… y no al amor por miedo al desengaño, y no al amigo por temor al fraude, y no la recuerdo por recelo a la nostalgia, y no al olvido por aprensión a la lágrima, y no al pasado por temblor a su presente…"

Altamira, por turbación y comodidad, creó su propia negación, sin creer, por desasosiego, en esa misma negación que construyó, acaso por eso sus cuarenta metros cuadrados céntricos, internos, oscuros, vista al hueco ventiluz y el Viernes 3 AM de Serú prosiguen siendo sus salvoconductos de conservación…