Del libro La Chacra Suazo y otros Cuentos - Artes Gráficas Líber -
Puente del Cuis
I
A medida que el automóvil avanzaba sobre el
sorpresivo e inesperado banco de niebla y cada metro en una incógnita solo
develada por alguna esporádica y despintada señalización central del pavimento,
la única referencia viable lo dibujaba el fugaz pasó de los haces lumínicos vehiculares,
que apenas percibidos y a velocidad, circulaban por la mano opuesta a
intervalos prolongados. Durante ese instante recordé un viejo texto el cual
estaba inserto dentro de una novela que una entusiasta editora me publicara a
mediados de los noventa.
Desde
siempre codicio cruzar puentes sin suspicacias, envidio a los que sufren y
gozan pasiones, a los que ante la sangre no quitan la vista del cauce
bermellón, propio o ajeno, y se hacen cargo de sanarlo, a los que transpiran
deseos, a los que se emborrachan por una ausencia irreversible, a los que se
enojan y luchan sin especulación ante la ignominia dominante, a los que lloran
a moco tendido una despedida, a los que ríen sin cinismo, a los que se miran al
espejo y se siguen preguntando con humilde humanidad de qué se trata la vida.
Pasado el tiempo mantengo las mismas codicias, envidias y anhelos solo que al
parecer estamos viviendo tiempos en donde estas sentidas y humanas cualidades
han pasado de moda y por tanto nadie se permite exponerlas por temor a ser
considerado un simple y vulgar epílogo. Hay siestas, que por profundas y
prolongadas, solo son explicables, cuando al abrir una ventana, en lugar de
observar un crepúsculo percibimos un amanecer. La vida se parece mucho a esas
siestas. Y se llega por azar y confusión, cansado de ser monosílabo, de
inmediato uno es nomenclado sin consentimiento, lo poco que dice y hace durante
ese sendero es tomado en cuenta vagamente o es literalmente ignorado. Mejor
entonces levantarse y retirarse por una puerta lateral, cancela marginal que
usualmente se desestima o en el mejor de los casos nadie repara debido a que
tras ella solo aguarda la pregunta más incómoda, escribí por entonces sin mayores méritos.
Pues iba a por uno de ellos, a por uno de esos
puentes, lo que nunca pude prever es que el camino me iba a presentar
suspicaces y peligrosas contraindicaciones.
La escasa visibilidad me hacía sospechar que
esas curvas interminables en dirección constante hacia la derecha del vehículo
no hacían otra cosa que retrotraerme al comienzo, maridando con los cuatro
cardinales, cual si fuera un laberinto que ponía a prueba mi templanza, mi
firmeza y también mi audacia. Nada podía resolver dentro de ese banco de
niebla, debía esperar que se disipe o en su defecto aguardar paciente y con
prudencia la quimera del amanecer.
Detener la marcha a la vera de la desigual
carpeta asfáltica era más peligroso que transitar, aun advirtiendo con las
balizas, y más en esas condiciones. Dos razones impedían que mi lógica aceptase
la alternativa, primero porque debido a la nula visibilidad era imposible
hallar un lugar firme a varios metros de la banquina que me asegurase no correr
riesgos de posibles despistes ni complicar a los restantes conductores y
segundo porque ese tipo de señalización suelen confundir provocando
distracciones que bajo ese escenario es mejor evitar.
La sensación de ir transitando en círculos era
inevitable y, por cierto, vulgar al mismo tiempo.
La sorpresiva aparición tras la bruma, sobre
la misma mano, de tres columnas lumínicas de sodio, muy tenues, me permitió
intuir con alguna precisión un sendero de ingreso hacia lo que metros después
se reveló como una estación de servicios, con restaurante y posada. No dudé un instante
en tomar la decisión y detenerme más allá de no entender las razones por la cuales
el sitio estaba sin concurrencia, esto es, ningún viajero había aparcado en
dicho parador teniendo en cuenta la inclemencia meteorológica, con la excepción
hecha de un modesto micro de larga distancia, cuyo nombre corporativo e
iconografía desconocía, ómnibus que estaba estacionado mirando al mesón con las
puertas de acceso abiertas, luces de posición encendidas y el motor regulando. No
estaba consciente en el punto de la ruta en el cual me encontraba, tal vez
dentro del restaurante obtendría las respuestas a mis dudas y acaso, luego de
comer algo, cabría la posibilidad de tomar un cuarto hasta que aclare. De modo
que estacioné en el lugar indicado para tales efectos, cerré el vehículo
comprobando que ninguna puerta haya quedado libre y me dirigí hacia el parador
con toda la intención de, primero, pasar por los sanitarios y segundo tomar un
buen café con leche en compañía de un pebete con doble ración de jamón y queso.
Al ingresar observé cierta desolación, apenas
cinco personas moraban el lugar, más los choferes, los cuales estaban en una
suerte de reservado a la izquierda del mostrador, esfera la cual era gestionada
por una mujer, en apariencia solitaria, madura y extremadamente atractiva.
-
Qué tal cómo le
va, buenas noches – Ante el paisaje opté por sentarme es unas de las butacas
del bufete-. Puede ser un café con leche doble y un pebete de jamón y queso
completo.
-
Buenas noches, de
inmediato – respondió la anfitriona.
Una pareja joven intercambia sonrisas y
banalidades en una de las mesas que lindaban al brumoso exterior, en una de la
centrales un aparente viajante de comercio estaba concentrado en el orden de
sus pedidos calculando sus comisiones, cercano a los sanitarios, un hombre
mayor finalizaba de cenar el menú del día, y en la mesa más apartada y oscura
una mujer mayor de gesto adusto y rictus poco amigable terminaba con su té
digestivo. Inmediatamente que los choferes salieron de su reservado con destino
al autobús, pusieron en conocimiento del pasaje que en cinco minutos
reiniciarían la marcha, tiempo que ellos utilizarían para fumar en los jardines
del predio. El pequeño grupo primero abonó sus cuentas en la caja de la
confitería para luego retirarse y ascender al rodado perdiéndose en su
oscuridad interior. Perdido el ómnibus en medio del banco de niebla quedé en
soledad con la anfitriona, mujer que cumplía eficientemente con los tres
incisos a atender, esto es, la recarga de combustible, el restaurante al paso y
la posada.
-
Estoy
maravillado, le confieso – me atreví a reconocerle algunos minutos después, y
en voz alta, cuando el silencio y la soledad compartida se hacían insostenibles
en el ambiente –
-
No le comprendo –
me respondió desde detrás el mostrador –
-
Una mujer muy
bella, en un paraje desértico, prestándole con eficiencia servicios de extrema
calidad al viajero. Realmente la admiro. Espero que cuente con compañía y que
la vida le sea un tanto más placentera.
-
Solo mi hijo, el
cual me releva dentro de una hora. Debe estar a poco de despertarse, vivimos en
el hospedaje, por eso de los doce cuartos tenemos diez a disponibilidad.
-
¿El padre del
muchacho?
-
Mi primer marido.
Lo asesinaron cuando intentaron robarnos. Fue hace quince años.
-
Lo lamento. Aun
así se quedaron.
-
Esta es nuestra
vida, nos gusta.
-
Supongo que desde
entonces han tomado algunas prevenciones y cuidados.
-
Supone bien. Los
malandras conocidos de la zona ni se acercan porque saben la que les espera y
los que arriban casualmente de inmediato se dan cuenta que la mano será con
riesgo.
-
Me alegro
entonces no ser ni lo uno ni lo otro.
-
¿Pero usted quién
es, su rostro me es familiar?
-
Mi nombre es
Patricio Villacuestas, soy escritor, le adelanto que vaya tomando nota porque
pienso pasar la noche en la posada, no me le animo a la ruta en estas
condiciones.
-
El mío es María Luz
Delgado. Pero claro, oí hablar bastante de usted, además mi hijo me lo ha
mencionado, es muy aficionado a la novela negra, como lector y vocacional
escritor.
-
Sería muy
provechoso para ambos conocernos, entonces.
-
Hace bien al afirmar
sus prevenciones como conductor, de pernoctar en la posada no faltará
oportunidad de cruzarse con él. Nicolás es el encargado de preparar el desayuno.
Pero lo escucho, continúe.
-
Hace tres años
enviudé y como no tuvimos hijos, desde ese día, me dediqué a recorrer el
país con el auto tratando de descubrir sitios calmos e inspiradores en donde,
por una temporada, pudiese socializar y de paso continuar el desarrollo de mi
obra literaria.
Vivo de las regalías, las cuales si bien no
son cuantiosas, alcanzan sobradamente para mis objetivos. Ser un escritor
prolífico siempre permite ingresos constantes más allá de no haber sido nunca best seller. Como estoy bancarizado con
solo pasar de cuando en vez por algún cajero es suficiente, de manera que soy
de los que le escapan al vértigo y al bullicio urbano. Mis trabajos se los
envío vía red a la editorial, y desde ese mismo modo me comunico con el
contador que atiende mis asuntos impositivos. ¿Tiene conectividad para la red?
-
Si, desde hace
seis meses. Los reclamos de los pasajeros me convencieron que era un costo
inevitable, además debo reconoce que Internet y sus prestaciones también me
entretienen cuando las épocas de poco tránsito.
-
¿Dónde estamos
exactamente, porque perdí toda referencia cuando hace más de una hora penetré en
el banco de niebla? Lo último que recuerdo es haber ingresado al puente que
pasa sobre el arroyo Del Tenor, explanada de ingreso al Paraje Luna, Distinto
del Mazorquero. Al salir del puente ya me encontraba dentro del banco.
-
Pues en esa hora
no hizo más de treinta kilómetros. Evidentemente sus prevenciones en la
coyuntura le hicieron bajar la velocidad notablemente y sin darse cuenta. Sigue
estando dentro del mismo distrito y paraje, de hecho el arroyo Del Tenor pasa
por detrás de nuestra finca luego de pegar un importante rodeo.
-
¿Por qué Del
Tenor?
-
Por mi segundo marido,
fallecido en un accidente automovilístico hace cinco años, era tenor, y solía
participar artísticamente en todos las eventos que se organizaban en la comarca.
El año pasado el municipio y el Concejo Deliberante aprobaron bautizarlo con su
nombre. Antes se llamaba El Cuis, como el arroyo, debido a la numerosa colonia
de cuises que vive a su vera. Cuentan que es la más densamente poblada del
país. Si sale a caminar por los senderos vecinales verá centenares de ellos a
su paso, los cuales no le prestarán la mínima atención.
-
Ha sido un placer
conversar con usted, María Luz, pero me parece que es hora de irme a descansar
y dejarla también hacerlo. Veré como amanece para tomar una decisión. Me gusta
su posada. ¿Cuánto le debo?
-
Mañana lo vemos,
vaya, su cuarto es el número seis, planta baja, al final del pasillo. Aquí
le dejo la llave. En él tendrá todo lo que precisa. El desayuno es a partir de
las siete y hasta las diez. Cualquier urgencia o necesidad no tiene más que
llamar a mi interno, la guía de referencias está adosada a la mesa de luz en
donde está ubicado el teléfono.
-
Muchas gracias,
entonces me retiro, buenas noches…
-
Buenas noches,
que descanse.
II
-
¿Durmió bien? –
preguntó María Luz a modo de saludo apenas vio al escritor aparecer por el
pasillo –
-
Maravillosamente,
el silencio de la posada tiene armonía – respondió Villacuestas – Además veo
que es una mañana radiante.
-
Le presento a mi
hijo Nicolás.
-
Un gusto Nicolás
– interrumpió Patricio - tu madre me
habló de tu vocación por las letras y que además tu biblioteca acoge algunos de
mis títulos.
-
¿Y cómo no
hacerlo? Patricio Villacuestas es un ícono de la novela negra. Coto de Caza
creo que es su obra cumbre.
-
No niego que me
ha dado muchas satisfacciones pero te debo confesar que en lo personal disfruté
mucho escribiendo Medianoche en Blues, obra que no tuvo tanta repercusión comercial
ni buena crítica, pero con la cual me sentí pleno artísticamente.
-
Maravillosa. Es
una de las que tengo en mi biblioteca.
-
Por el momento
los dejo en la intimidad de la literatura – irrumpió María Luz - debo ir a
recomponer los cuartos.
-
Por la seis no se
preocupe – advirtió Patricio – el vivir solo tiene sus vicios. Dejé la pieza
tal cual la recibí, acaso solo necesita una muda de toalla de mano.
-
Gracias, tal vez
considere un descuento.
-
Será bienvenido.
En ese instante dos vehículos, a diferencia de
un minuto, se estacionaron en el playón para cargar combustible. Nicolás no
tuvo más remedio que cancelar la reunión literaria e ir prontamente a cumplir
con sus obligaciones. Un único surtidor subdividido en tres productos,
debidamente techado y protegido, estaba emplazado en el centro de la explanada,
desde él se podía cargar nafta súper, especial y también gas oíl. Por el movimiento vehicular rutero no se
necesitaba más, además tanto María Luz como su hijo eran muy eficientes y
expeditivos en ese rubro. El camión cisterna acudía solo cuando María Luz
advertía sobre el punto de reposición, cuestión que podía variar según la época
del año. Si bien madre e hijo se manejaban con solvencia Patricio observó que
en determinados momentos era necesaria otra persona como auxilio. Por caso en
ese instante Nicolás estaba en el surtidor mientras que su madre aseaba los
tres cuartos utilizados en las vísperas, de manera que no había recurso
disponible ante la disyuntiva de que algún pasajero, con ansias de comer o
beber algo, demandara servicio. Cosa que ocurrió casualmente de parte de uno de
los ocupantes del primer vehículo, en la misma ocasión de ser imaginada, cuestión
de la cual se hizo cargo el propio escritor con suma presteza y soltura,
detalle que no pasó por alto teniendo en cuenta su futuro inmediato.
-
Lo felicito
Villacuestas – lo sorprendió María Luz desde el tercer peldaño de la escalera
que conduce a los cuartos del segundo piso – parece que tiene experiencia en la
atención a clientes.
-
Alguna vez de
joven lo tuve que hacer para poder solventar mi carrera universitaria en
Letras. A propósito de la consulta me gustaría ver cómo podemos cerrar una idea
que se me acaba de ocurrir.
-
¿Le agradaría
conversar mates de por medio?
-
Con mucho gusto,
me gustaría también que esté presente Nicolás.
-
Ahora cuando
termina de atender en el surtidor le avisamos. Mientras voy preparando la
mateada.
Cinco minutos después los tres estaban
cómodamente instalados en la mesa que mejor perspectiva tenía hacia el exterior,
disfrutando de la soleada y templada media mañana campera.
-
Lo escuchamos
señor Villacuestas – retó María Luz -
-
Por favor,
Patricio es menos distante. La cuestión es así: Mi intención es quedarme una
temporada, cuando menos hasta que finalice el libro en el cual estoy
trabajando. Me parece que este es un paraje ideal por muchas razones, su
tranquilidad, su geografía, su conectividad, su relativa cercanía a la cabecera
distrital, pero por sobre todas las cosas por vuestra candidez y atención. Por
supuesto exijo precio real y el cuarto menos tentador comercialmente, de ese
modo no les ocupo una plaza que para el pasajero exigente podría ser tentadora.
A la par me comprometo durante ese lapso a colaborar con vuestra empresa en el
lugar que dispongan, sea como ayudante, en el restaurant, higienizando baños,
lo que ustedes consideren necesario.
-
¿Le parece bien
nuestro altillo? – interrumpió María Luz - No se trata de un lugar disponible
al pasajero, por lo cual no hay pérdida, y posee todas las comodidades que
sospecho usted requiere. Además lo haremos bajo un formato justo en donde las
contraprestaciones posean agregado de valor.
-
La escucho con
atención – reafirmó Patricio -
-
Nicolás, te pido
por favor me dejes en privado con Patricio.
-
Si mamá. Me voy a
acomodar la mercadería.
-
Estamos ante una
negociación, de manera que ahora me toca a mí contraofertar – sentenció María
Luz -.
-
De eso se trata.
-
Le confieso que usted
me gusta como persona, es muy agradable su conversación, su cadencia y tono al
hablar, los términos con los cuales se maneja, de manera que su oferta la
considero un regalo inmerecido. Lo que más deseo en este tiempo es que Nicolás
encuentre una guía confiable para su vocación. Acaso sé que es mucho pedir.
-
En lo absoluto
María Luz. Será un placer.
-
Entonces el trato
debe incluir su tarea como formador exclusivo, indulgencia docente que jamás
podría solventarle a Nicolás, ni de modo personalizado ni en una academia, y
menos con alguien de su jerarquía, de manera que el tema del hospedaje quedaría
saldado por ese lado. Creo que como complemento puede dedicarse a la atención
del buffet en sus momentos libres, para nosotros será suficiente. Lo que le
pido es que nos informe las horas sobre las cuales se dedica a su tarea
artística, la intención es no superponer horarios y armar una grilla acorde a
nuestras necesidades y responsabilidades tanto individuales como colectivas.
-
Lo veo abusivo de
mi parte.
-
No si todas las
noches me regala una hora de su tiempo para un café a modo de sobremesa antes
de irse a su cuarto.
-
Estoy maduro para
creer en las lisonjas, pero jamás he sentido tanta valoración personal.
-
Tal vez usted sea
una novela en sí cuyas páginas es necesario releer habida cuenta del placer que
ocasiona hacerlo.
-
¿Y por cuál
página de la novela anda transitando?
-
La he leído en
una noche, no la pude dejar, corrijo, no me permitió hacerlo, hoy, en la cama,
la vuelvo a releer.
-
¿Y cómo se suele
ir a descansar, si no le molesta la deslealtad de la pregunta?
-
Nada del otro
mundo, apenas una remera holgada. Usted ha allanado los tiempos de las lisonjas
al igual que yo los tiempos sugestivos. Creo que la edad nos permite no
embaucarnos.
Durante los meses subsiguientes la armonía y
la prosperidad fueron el común denominador del parador. Apenas difundida la
novedad el ilustre forastero comenzó a concitar la atención de los habitantes
de la comarca aumentando notablemente la cantidad de paseantes locales que iban
a consumir, a disfrutar del día en el coqueto recreo, espacio el cual poseía mesas y
asientos de concreto al que le añadieron juegos infantiles y parrillas, o
directamente a pasear por los Pagos del Tenor. Pasaron solo tres meses para que
María Luz y Patricio unificaran sus cuartos y comenzaran a exhibirse como
formal pareja, durante ese lapso Nicolás logró afianzar su vocación gracias a
las clases que le proporcionaba el escritor diariamente; varias menciones y
premios en certámenes nacionales le reforzaron la idea de que ese era su
camino.
III
Desperté sereno, hacía rato que no dormía tan
placenteramente y menos dentro del auto, de seguro el cansancio y la tensión
acumulada por la niebla multiplicaron mis urgencias de reposo. El lugar parecía
deshabitado, la estación de servicio decorada con la vieja iconografía del
Tigre presentaba un estado de abandono ancestral, los carteles de la posada y
el restaurante colgaban a la deriva y nada hacía suponer que alguna persona hubiera
morado en ese inhospitalario paraje desde hacía varias décadas. La sirena del
móvil policial me perturbó, el patrullero estacionó junto a mi auto con sus
azules luces preventivas superiores encendidas. Dos uniformados bajaron de la
camioneta…
-
Buenos días
caballero, por favor, registro, cédula verde y tarjeta del seguro – ordenó uno
de los oficiales –
-
Buenos días
oficial, enseguida.
-
Patricio
Villacuestas. ¿El escritor?
-
El mismo.
-
¿Qué anda
haciendo por estos Pagos tenebrosos? ¿Buscando historias?
-
Poco después de
la medianoche me acobardé con la niebla, vi las luces de este ingreso y decidí
parar hasta que aclarase un poco. Se ve que el sueño me venció.
-
Hizo bien, a
cinco kilómetros, más o menos a esa hora un micro de larga distancia con cinco
pasajeros mordió la banquina, dio unos vuelcos, cayó dentro de una zanja y se
incendió al instante. No hubo sobrevivientes. Fue una noche horrorosa. De todos
modos tuvo enorme fortuna.
-
¿Por qué me lo
dice?
-
Como le dije,
estos Pagos tienen su leyenda. Los coleros de la comarca aseguran que los
espectros de una madre con su hijo adolescente, primero abusados y luego asesinados
a mediados de los setenta por la dictadura, rondan los dominios del puente y el
arroyo El Cuis hechizando a los viajeros desprevenidos con seductoras
propuestas de querencia para luego apropiarse de sus almas. En estas tres
últimas décadas se han encontrado varios cadáveres, parece que es el lugar escogido
a la hora del suicidio, se han hallado cartas de los inmolados que dan cuenta
de sus motivos y explican las razones del lugar.
-
Muy buena
historia, oficial.
-
Vaya tranquilo
hombre, la ruta está parcialmente despejada, el ómnibus aún se encuentra en el
lugar. Suerte.
-
Gracias,
igualmente.
Cuando el patrullero partió, salí de mi
vehículo a propósito de ciertas urgencias naturales por las cuales debemos
responder apenas nos despertamos. Una vez libre de la culpa y el cargo matinal regresé
al auto para continuar con mi travesía, ahora sí, en la claridad del día, solo
un clan de cuises, bastante curiosos, repararon en mi presencia. Sin embargo decidí
regresar por mis huellas, no tenía deseos de ver ese ómnibus incendiado el cual
se me había presentado demasiado definido y viviente la noche anterior. De
manera que tomé en dirección hacia el puente, para cruzarlo sin prevenciones
como escribió Benedetti. Recorrida esa breve distancia y pocos metros antes de
ingresar a su añeja estructura una mujer madura, muy atractiva, junto a un
joven hacían dedo en mi misma dirección. No dudé un instante y me detuve, el bello
y fresco recuerdo de la noche anterior aún me seguía acechando …
G.M.S