Vespucio solía afirmar, apelando al
campo de la metáfora, que el rostro humano es tal vez la vicisitud geográfica
más sugestiva y reveladora que ofrece la naturaleza, uno de los pocos accidentes
nobles y no violentos que posee el planeta, aun con sus erosiones, sus frunces
y repliegues, sediciones que desfilan a medida que el tiempo sucede. De todas
maneras sus seguridades al respecto habían menguado con el paso de los años, acaso
el espejo le estaba dando señales contradictorias, la violencia de lo que veía,
la irascible degradación, reunía la misma amargura que le producía un
cataclismo natural.
A poco de cumplir sesenta y siete no
le costaba mucho sentirse un exiliado en vida, el sistema así lo indicaba,
apenas un recurso a decantar. Llevaba en las estrías de su rostro, en su papada
y en sus ojeras la derrota de los setenta.
Vespucio había sido un cuadro de
propaganda y difusión de las FAR. A pesar de su corta edad participó como
observador y cronista de la toma de Garín, golpe maestro que luego relataría espléndidamente
a modo de folletín. Había arribado a la localidad una hora antes mimetizándose
entre la población pero sabiendo desde qué lugar era conveniente apostarse para
tener una visión exacta del operativo.
En 1973 con la fusión de las FAR y
Montoneros, queda dentro de la organización cumpliendo la misma función,
comenzando a destacar como editor, diseñador gráfico, responsable de la imprenta,
linotipista y además ensayista. Siempre fue, aún lo es, un sesudo y esquemático
autodidacta, poseedor de una cultura general muy superior a la media. Sus
amplios saberes no fueron obtenidos en ninguna casa de estudios, cuestión que
por supuesto se lamenta, sino debido a su constante avidez y tesón por la
lectura, hábito que mantiene como una necesidad básica. Cuando la organización
ingresó nuevamente a la clandestinidad, luego del impase provocado por el
advenimiento de la democracia con el triunfo de Cámpora, más la nueva esperanza
que significaba el arribo del General, Vespucio continuó desarrollando sus
funciones habituales dentro de ella, incluso adicionó una estrategia de
distribución de los folletines y revistas militantes dentro de ámbitos
secundarios, terciarios y universitarios que condujo a que muchos jóvenes se
concientizaran sobre la coyuntura, las pulsiones, contradicciones y dilemas, de
puño y letra de sus pares.
La imprenta quedaba en la zona de
Parque Patricios, más precisamente en Rondeau y Deán Funes, mimetizada públicamente
bajo el amparo de su propio rol. Es decir, era una imprenta funcionando como
tal con el agregado de una vivienda taller el cual era utilizado para producir
el material de circulación. De hecho varias veces Vespucio ofició comercial y
profesionalmente trabajando de manera directa con algunos agentes de la
comisaría que estaba ubicada a dos cuadras, por Avenida Caseros, en épocas de
comunión, cuando algún bautismo o confeccionando partes de enlace, imprimiendo tarjetas
en bruto que adquiría en Papetti por catálogo, famosa empresa de papelería fina
que estaba a pocos metros de la imprenta. Las actividades clandestinas que se
desarrollaban en el local estaban encubiertas por las labores corrientes de
manera que nunca ese estratégico bunker fue motivo de sospechas.
No reportaba bajo las órdenes de
ningún comandante ya que no era cuadro militar, pero recibía semanalmente
material a publicar y los destinos de ese material, él, con el auxilio de sus
tres colaboradores, dos de ellas chicas, era el responsable de cumplir con el
mandato superior.
Hasta principios de 1974 la cosa
venía más o menos encauzada, aunque la tensión recrudecía ante cada evento
violento, y más luego de los acontecimientos de Ezeiza y el atentado en el
barrio de Flores que le costara la vida, en septiembre de 1973 al dirigente sindical
José Ignacio Rucci, hecho que fue muy funcional a la derecha local, a los que ansiaban
una restauración conservadora de tenor fascista y a la Embajada norteamericana,
y que a la par produjo un quiebre radical entre el pueblo y los movimientos
revolucionarios de izquierda, incluso provocó fisuras dentro de ellos. Dos
semanas antes Salvador Allende había sido derrocado en Chile. Jamás ninguna
organización se adjudicó la masacre de la calle Avellaneda, por eso muchos
militantes y cronistas creen que los servicios de inteligencia, bajo las
órdenes de un departamento de estado entusiasmado con el éxito tras la
cordillera no fueron ajenos al asesinato, era una operación muy conveniente en
muchos frentes sobre alguien cercano a Perón y notoriamente enemigo de los
paradigmas socialistas. Luego de la
muerte del General la cuestión se puso mucho más densa debido a que los grupos
parapoliciales que actuaban dentro de las esferas del Ministerio de Bienestar
Social a las órdenes de López Rega propusieron directamente una cacería de
“zurdos” a través de la Triple A, organización clandestina con cobertura y
logística oficial. Los asesinatos del Padre Carlos Mugica el 11 de mayo de 1974
y del diputado y director de la revista Militancia, Rodolfo Ortega Peña, el 31
de julio de 1974 en pleno centro porteño mediante un operativo de zona liberada
convencieron a Vespucio que era hora de exiliarse y regresar a su pueblo, villa
de la que había emigrado con apenas 14 años para probar suerte en la gran
ciudad. La imprenta había dejado de ser funcional a la organización debido a
que estaban inmersos dentro de la lucha armada y no cabía derrochar recursos en
la formación de cuadros, de modo que ahora sí como pantalla comenzaron a
utilizar el inmueble de Parque Patricios y su iconografía como pañol y lugar
seguro, además siempre estaba latente la posibilidad de un operativo
parapolicial debido a una delación, información que habitualmente se obtenía
bajo torturas. Si bien muchos compañeros no se quebraban y acudían a la
pastilla letal como recurso no todos tenían la entereza y la fuerza para
hacerlo, aguantando hasta donde podían. Lo cierto es que a la semana siguiente
el local fue allanado, destruido casi en su totalidad, el material secuestrado y
varios de nuestros militantes marcados que estaban guardados fueron capturados.
El viejo rancho de sus padres está ubicado en Rosas, pueblo de algo más de un
centenar habitantes perteneciente al Partido de Las Flores, Provincia de Buenos
Aires, distante ciento noventa kilómetros de la Capital Federal por la ruta
nacional número 3. Nada mejor que un lugar social y políticamente ignorado para
mimetizarse y pasar desapercibido, además era muy seguro para sus intereses
debido a que la mayoría del vecindario lo recordaba, sus padres habían dejado
muy buena huella en la aldea. De hecho Vespucio partió con destino a la ciudad luego
del fallecimiento de su madre, en tanto su padre, un cotizado jinete de la
zona, había muerto dos años antes al caer bajo un reservado en el marco de una
fiesta gaucha en Ayacucho.
A fines de 1974 ya estaba reinstalado
en su casa de Rosas intentando ajustarla de acuerdo a sus módicas necesidades.
Muchos años cerrada traen aparejados perjuicios no siempre contabilizados. Por
suerte el vecindario siempre tuvo la vista atenta de manera evitar intrusiones
y deslealtades sabiendo que la propiedad estaba desocupada pero con
propietarios en vida. Por eso el arribo de Vespucio a la aldea trajo cierto alivio
y alegría a la vez, por supuesto que allí no lo conocen por el alias que
utilizaba en tiempos de la organización, su nombre real es Américo Lucero Rey,
nosotros lo bautizamos con el nombre de guerra Vespucio.
Ya es tiempo, tenemos un par de horas
hasta Rosas, compañeros, este infame debe dar cuenta por su traición y por la
vida de aquellos cuadros combatientes de la imprenta que delató y que nunca
aparecieron, ruindad que utilizó para salvar el culo ante sus conocidos de la
comisaría. Como les comenté al principio del relato Vespucio siempre sostuvo
que el rostro humano es la vicisitud geográfica más sugestiva y reveladora que ofrece
la naturaleza, uno de los pocos accidentes nobles y no violentos que posee el
planeta, aun con sus erosiones, sus frunces y repliegues, sediciones que
desfilan a medida que el tiempo sucede. Pues vayamos en busca de ese rostro, y
corroboremos sus estrías segundos antes de gatillar.
G.M.S