El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

jueves, 10 de febrero de 2022

La Pena del Fercho Salerno... Relato.. y blues a puro saxo, por el maestro Will Ray

 

 

 


 



Si el verdadero artista siempre crea en estado de beligerancia, resistencia o infinita pena, ergo, jamás lo hace desde el sosiego, el confort y la prosperidad, qué le sucede entonces cuando la dicha lo desborda. El dieciochesco y genial físico alemán Georg Christoph Lichtenberg, en su rol de escritor, sentenció en varios de sus aforismos sobre la necesidad de que exista un libro de primeros auxilios para escritores, de modo sanar estas heridas existenciales.

A su entender la idea cardinal era que un libro, cuando menos, sea entendido por aquel que lo diseña, lo reseña, lo imprime, lo vende, y si es posible también por aquel que lo escribe, pero para ello es necesario buscar la verdad con denuedo y esfuerzo de manera que luego de hallada no merezca ser abandonada en peor estado dentro de un texto acentuado por una redacción indigente.

Crear es saldar cuentas afirmó el genio nacido en Ober-Ramstadt, leer es tomar prestado. El verdadero artista, para poder serlo, debe lidiar contra su dicha apenas ésta lo invade con sus embelecos. Acaso por eso el único defecto que observaba en los escritores realmente buenos es que casi siempre ocasionan que haya muchos malos o regulares, no cualquiera es capaz de prestarle resistencia a su propia dicha. Si bien certificaba que con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo, no es menos cierto que no ser entendido debe resultar el máximo castigo que puede sufrir un artista.

Así de seriamente, y bajo los cánones de Lichtenberg, tomaba el Fercho Salerno su vocación literaria, a tal punto que ninguna alegría le era admisible porque de hacerlo estaría conspirando contra su propia desdicha creativa.

Su beatitud dependía de la pesadumbre, de las angustias, de sus congojas, de su fatiga, por eso escogía para enamorarse doncellas inaccesibles o prohibidas, en tanto sus amistades, optaba por compañías de dudosa integridad moral, para sus momentos de esparcimiento bares oscuros y ciertamente lúgubres, para sus caminatas barrios de baja calaña completos en calles sin salida, a la hora de la música acordes melancólicos, cuando lecturas las escogía sombrías y cetrinas, mientras que las noches con niebla le resultaban ideales a sus fines existenciales. Desde luego que yo, con mi vulgaridad, no ingresaba dentro de esos cánones existenciales del Fercho Salerno más allá que fui en único nexo que tuvo con la vieja barra de la calle Potosí, en tiempos en los cuales su familia vivía en Almagro, sobre la calle Francisco Acuña de Figueroa casi esquina Díaz Vélez. Cuando terminó el segundo año de la secundaria se mudaron a Caballito, y fui el único que mantuvo el interés en tenerlo como amigo, además cuando salía del colegio Calasanz pasaba por la vereda de su casa para tomarme el 155, de manera que una o dos veces por semana le tocaba timbre para saludarlo. Fue allí cuando empecé a notar su corazón de poeta. El Fercho comenzó abandonando las banalidades que suelen decorar a la adolescencia identificándose con la complejidad existencial, sus desafíos y sus propuestas, la finitud como verbo, sujeto y predicado de sus días, intentar derrotar esos ancestrales éxitos por los cuales se ufanaba, perforar sus inquisidoras vanidades. Poco a poco lo vi alejarse a pesar de nuestra fraternal cercanía, hasta que un día, desde esa puerta de la calle Directorio al cien, nadie salió a atender luego de que insistentemente tocara varias veces el timbre. Reiteré la operatoria durante el tiempo que duró ese ciclo lectivo obteniendo idéntico resultado, luego mis rutas cambiaron y nunca más porfié en la empresa.

Pasados los años, por obvias razones de afinidad, seguí su carrera como prestigioso escritor. Me resultaba afectivamente imposible hacerlo a un lado de mis intereses sensibles, de mis recuerdos más emotivos. Por eso no me extrañó que las noticias aseguraran que Fernando María Salerno, el Fercho, para la barra de Almagro, se haya quitado la vida apenas recibió la nominación para el Premio Nobel de Literatura. Su reacción ante semejante logro, ante tamaña dicha, merecía una refutación beligerante de similar intensidad; "hay ofensas que no tienen retorno", rezaba la breve nota de despedida, escrita de su puño y letra... 

 

 


G.M.S