El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

jueves, 24 de diciembre de 2020

Maestros del Blues… Debbie Davis … y la apología del anonimato

 




Debbie Davis nació el 22 de agosto de 1952, en Los Ángeles California, es acaso la más destacada guitarrista de blues estadounidense. Participó en cuanto grupo femenil del género más allá de haber sido estable dentro The Icebreakers, banda que lideró desde 1988 hasta 1991 el mítico Albert Collins. Fue invitada de sesión y a la vez acompañó en presentaciones en vivo de músicos de la talla de Coco Montoya, Tommy Shannon, Chris Layton, y Duke Robillard. Lleva 14 trabajos editados en soledad y un compilado. En 1997 ganó el premio WC Hendy a la mejor guitarrista contemporánea y en el 2010 en premio Blues Music a la mejor artista tradicional. Su presente los alterna entre grabaciones y giras.





Apología del anonimato

 

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es una cruda novela picaresca de autor desconocido. Es una de las obras esenciales de la literatura universal. Su anonimato se debe fundamentalmente a la acidez y al cinismo con la cual describe algunas costumbres clericales. No olvidemos que transcurren los tiempos de la inquisición de modo que su autor sabía que de darse a conocer su apellido sería inmediatamente enviado a la pira purificadora. Algunos estudios se la adjudican a un religioso de la orden de los Jerónimos, orden monástica de clausura, esencialmente contemplativa surgida en el siglo XIV. Acaso tal contemplación y vigilia le sirvieron al autor para la observación de determinados fenómenos y luego exponerlos mediante una crítica brillante. Pero tal cosa nunca fue comprobada fehacientemente. Aquí tenemos entonces un anónimo, un buen anónimo. Un anónimo que ha dejado una obra maravillosa y que por suerte, al serlo, pudo disfrutar en secreto de una fama interior bien ganada. 


Es una pena que la institución del anonimato haya sido bastardeada. Existen muchas y buenas razones para serlo, sin embargo se la utiliza mal y por ende de ella siempre se piensa lo peor. La humildad, la ausencia de protagonismo, el intentar privilegiar lo que se escribe por sobre quién lo escribe, el pudor, la vergüenza, la timidez, la inseguridad, el temor a ofender, el temor a ser ofendido creo que son razones válidas, comprensibles y hasta si se me permite saludables. El peor castigo que sufre un anónimo es no poder disfrutar de un acierto intelectual o aún peor. Imaginemos por un rato que una bella dama se siente movilizada, acaso impactada, por un texto cuyo autor no se identifica. ¡Qué picardía la oportunidad perdida! Quién le escribía versos, dime quién era, quién le regalaba flores en primavera.... Cuando uno decide ser anónimo debería por lo menos tener la capacidad de emitir razonamientos importantes, esos que implican que el lector deje de lado la opción escogida por el autor, disculpándola tal vez, para pasar a darle valor a la lectura. Lamentablemente la mayoría de los anónimos utilizan el formato bajo el paraguas de la impunidad. Tonta impunidad, ya que de no mediar argumento relevante su mensaje valdrá lo mismo que un trozo de papel higiénico usado.