El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Maestros del Blues.. Big Daddy Wilson.. y algo sobre la tolerancia




Nació el 19 de agosto de 1960 en Edenton, Carolina del Norte. De familia muy pobre mantenía una vida de extrema sencillez.
Es en la iglesia, y a pesar de su timidez, en donde comenzó a desarrollar públicamente su vocación por la música. A los 16 años abandonó los estudios incorporándose al ejército. Su destino Europa.  Radicado definitivamente en Alemania luego de haberse dado de baja, y con la doble nacionalidad, se producen dos eventos que le cambiarían la vida de manera definitiva, conocería a la chica que se convertiría en su esposa y comenzaría a desarrollar su pasión por el blues, y con él desapareció la timidez y esa suerte de miedo escénico que lo dominó desde pequeño. 


En Alemania comenzaría su carrera como cantante y compositor. Sus giras son un clásico dentro del tour europeo del género. Esto es un sueño  afirma este padre de tres cuyo deseo principal es poder llevar su música al lugar de sus raíces. Una decena de trabajos componen su discografía, y varios premiso lo enaltecen como le principal músico alemán de Blues.






Solo tolera el ansia de no tolerar

Tolero el saqueo
al cual invita la evocación,
expolio cuya indecible
felonía permanece punzante,
acaso en algún retrato sepia,
tal vez en la astilla
de una copa ajada
que aún conserva
en su estría lacerada
la impaciente inmortalidad
de una huella bermellón.
Tolero el despojo
al cual invita el olvido,
abuso cuya promiscua perfidia
persevera corrosiva,
tal vez en alguna pócima hiriente,
elixir rociado entre
las rimas de un poema
que se niega a tutelar
el entalle injuriado
y la extrema perpetuidad
de su trazo bienhechor.
Tolero la estafa
que procura la soledad,
inasible enfermera, perversa mácula,
ácaro presente,
que cual grato somnífero,
ampara desde la argucia
el verbo horrorizado
de la buena compañía,
cincel agnóstico, porfiado,
que perdura aún
con la elipsis de un acorde
que merece perecer.
Tolero el punible silencio
del camposanto
el cual se nos finge cancerbero,
que nos ofrenda nirvanas,
brumoso predicado
inhabilitado al lenguaje
majestad sin un dialecto
venturoso en sus axiomas
como oprobio: su algazara,
y la luctuosa soberbia
de un promiscuo vencedor.