El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

martes, 5 de mayo de 2020

Compilado de Blues Romantic, el arte de Mariusz Lewandowski y una novela breve.. ET IMMATURA MORS. y sus fangosos pretextos celestiales







Novela





Gustavo Marcelo Sala


Índice

-        Referencia: Tapa y carátula… 5



-        Inducción…       7
-        Señuelo…        61
-        Artificio…       80
-        La Partida…   94
-        Despedida… 104



Tapa y carátula Mariusz Lawandowski

Mariusz Lewandowski nació en 1960 en Działdowo, Polonia, dentro de la región conocida como Masuria. Desde joven ya empezó con sus primeras pinturas, tratando de plasmar en ellas su pasión por la música, los fenómenos paranormales y las teorías del inconsciente humano. Actualmente vive y crea en Górowo Iławeckie, un pequeño pueblo del condado de Bartoszycki. Sobra decir que su arte está claramente influenciado por Zdzislaw Beksiński, ambos autores son una parte importante del surrealismo polaco. En cierta medida, su arte puede considerarse una continuación del de Beksiński, sin embargo, más que la visión postapocalíptica o la transformación que es fundamental en este otro artista  ya fallecido, en las obras de Lewandowski permanece inalterada la figura del hombre, empequeñecida ésta en virtud de los terroríficos símbolos y misterios que la rodean.







Los cobardes agonizan ante la muerte,
los valientes ni se enteran de ella
(Julio César)

Inducción

Arribé a la cita acosado por varias maletas cargadas con errores y apenas una cartera de mano con algunos brumosos aciertos. El coche de alquiler se situó frente al predio, tal cual tenía ordenado en su hoja de ruta. El amable conductor bajó el equipaje, sin perder tiempo ni modales, depositando el bagaje en el umbral que limitaba con la puerta principal, último estadio de una breve escalera de mármol. Una generosa propina, desautorizada
y prohibida de aceptar por sus mandates, fue el arcano que nos quedó como reserva, premio y pago por su respetuoso y altero silencio; muchas cosas que tienen precio no tienen valor, corrijo, casi todas, y viceversa. La casona no poseía rasgos distintivos a destacar. De hecho si un escritor deseaba comenzar un relato por su fachada se hubiera encontrado, seguramente, con la fastidiosa complejidad de la hoja en blanco, acaso el mayor y más repugnante desafío con el cual un narrador puede tropezar de cara a un supuesto imaginario y sufrido acto creativo. Cientos de ellas y sus senderos parquizados, saciados sus linderos por hojas secas provenientes de múltiples y longevas especies, están muy bien retratadas en otros tantos cientos de relatos brillantes que la literatura universal atesora de forma generosa para nuestro júbilo lector, de manera que no nos detendremos en absurdas redundancias epistolares. Estaba allí, en las vísperas, como lo es gran parte de nuestra vida, a poco de iniciar la redacción de mi testamento, epifanía mediante, percibiendo que el olvido de mí era el máximo y único valor a legar. Nada más había de vergonzante para un trágico, poeta que codiciando ser leído, se había traducido como vulgar y con ello logrado como prima, atributos mayores a sus virtudes. No existe mayor rigor lírico, más emocionante, triste y excitante que las vísperas de la finitud, provocarle atención a la vejez. Hay que ahorrarle palabras a la verdad, a la tragedia, al infinito y comenzar a actuar, ya lo vemos, marchamos hacia él, somos muy similares a ese cadáver que nos tomó de la mano, que nos sonríe. Hace tiempo que soy el módico insomnio de un texto que desaparece con jadeante sarcasmo al despertar. En todos los aspectos de la vida la desesperanza nunca defrauda. Resulta maravilloso aferrarse a ella, hasta permite bocetar relatos y poemas aceptables. Por eso al irnos a descansar, luego de una de esas jornadas olvidables, debemos procurarnos la compañía y el consuelo de la pesadilla, espectro que jamás deberá ser interrumpido hasta su trágico desenlace, esto es, más allá de estar inerme o alerta, si es que, bajo esas circunstancias, las diferencias existen. A pesar del dispar balanceo de mí equipaje desaconsejo de manera inflexible esa suerte de revisionismo cool que ha logrado cimentar en el presente a la soledad. El culto a la soledad, oscura fe de la postmodernidad, es el alegato burgués por el cual el individualismo y el egocentrismo in extremis explican por colectora el éxito de la soberbia. Y es esa jactancia la que formatea conciencias hasta anularlas, exhortando a juzgar que el monólogo está por encima del diálogo, y que el soliloquio es heredero putativo de un decil superador. La soledad no es estar solo ante la disyuntiva de una tristeza o una alegría. La soledad es caminar en solitario hacia ese destino. Acaso, y pienso para mí, te ha tocado estar mal acompañado, eso para nada significa que estar acompañado es una jerarquía trivial.
Me quede perplejo observando la artística aldaba de hierro que moraba en el lateral izquierdo de la puerta, pieza de gran porte que chocaba sobre un hexágono metálico de generosas medidas cuyo bajorrelieve exhibía en distintos niveles la imagen de un cuerpo y su sombra. Pieza trabajada de manera personalizada seguramente, detalle de distinción que no se corresponde a las reglas de mercado. En mi caso jamás hallé la forma de disfrutar mis sombras. Hace apenas dos días me desperté en la oscuridad de la madrugada a poco que comenzara a sonar el milagroso timbreo del placer. Estaba sobre mí, dándome la espalda, protegiendo y a la vez controlando con sus espléndidas piernas mi sencilla humanidad. Su cuerpo se hallaba inclinado un poco hacia adelante para lograr tener una perspectiva cardinal del juego que había diseñado con la ayuda de un espejo que en la cabecera le iba  a mostrar con rudeza la marca de cada gemido en su rostro. Los dos flancos de luz laterales que le daban aire a la danza formalizaba la masculina rigidez del miembro, el cual era absorbido y liberado por su libre albedrío y sensualidad. En ocasiones llegaba hasta sus límites, los cuales acariciaba levemente, para de inmediato deslizarse hacia arriba de manera recorrer en círculos y con suma delicadeza un glande tan firme como rendido a su voluntad. De mi parte la perspectiva me exhibía cada uno de los movimientos de un universo en plena rebeldía y su matrimonio con el arte, sexo armónico, poético. Y avanzaba y se detenía, todo al ritmo del temblor de mis piernas, dilema que ella tabulaba hasta el paroxismo. Incluso, en cierto momento aquietó su vértigo, y tal como estaba se retiró en dirección a mi boca colocando su sexo de manera simétrica, estableciendo con el mío la perfecta armonía erótica. Nada debía secarse, la humedad de nuestros humores y fluidos naturales era el lubricante imprescindible de un motor que solamente funcionaba gracias al ardor de nuestros cuerpos entrelazados. Y otra vez mis piernas temblorosas le indicaron que debía aplacar la expulsión, pero las suyas, temblorosas, y ahora dominadas por la excitación, le impidieron resolverlo con solvencia arbitraria, mi lengua le estaba robando hasta el último olvido, hasta el último dolor, la última mentira de la que fue víctima, la última tristeza… Y no pudo, y no dejé que retomara la perspectiva llevando su desesperación a los límites de la sed, y tuvo sed y me bebió íntegro e intenso, cálido y reparador… Me volví a dormir, menos cansado, lagrimeando... Ella no estaba, como cada día desde hacía casi treinta años.
Luego de la breve digresión emocional y evocativa accioné con firmeza la pieza de llamado que tanto me había dispersado.

-Encantado, lo estábamos esperando, por favor, adelante, todo está preparado, el señor lo aguarda en el salón Paul Éluard, para aderezar la bienvenida con algunas delicatessen de media tarde. Nuestro colaborador Charles lo guiará, su voluminoso equipaje de errores quedará a nuestro cargo, creo que usted puede holgadamente con la tara de sus modestos aciertos. Mi nombre es Verlaine.

-¿Verlaine?...No le voy a preguntar por el tiro que le dio a Rimbaud, agresión que le valió la cárcel.


-Mejor así, aunque si gusta puede hacerlo usted mismo al propio Rimbaud dentro de la casa, lo va a hallar en el vivero. Por favor, le pido que prosiga los pasos de Charles.

-¿Charles? Intuyo que Baudelaire.

-Es cierto.

-Baudelaire, Verlaine, Éluard, Rimbaud, genios todos, acaso malditos, ninguno llegó a la vejez.

-El señor lo aguarda.

La casona sostenía la entereza de un pasado estético en donde el arte formaba parte del mínimo detalle cotidiano. Aún el costo/beneficio no había concebido ese surco, esa mella cultural en donde hasta el oxigenante espacio es sinónimo de rentabilidad. Varios salones me vi obligado a cruzar hasta llegar al “señor” siguiendo las huellas de Baudelaire. En el primero Mozart departía con Schubert, con Bizet, con Mendelson y con Federico Chopin sobre la evolución de la música clásica desde sus tiempos hasta nuestros días. En el salón contiguo Lennon, Elvis, Pappo, Joplin, Morrison, Amy Winehouse, Robert Johnson, Otis Redding, Mercury y Cerati escuchaban atentos y con rictus de admiración los solos de guitarra que improvisaban Vaughan y Hendrix. Julio Sosa, Gardel y Discepolín, prefirieron matizar recuerdos criollos bajo la parra contigua al aljibe, texto frondoso ubicado en el patio interno.
En el siguiente espacio y a media voz, para no molestar a los artistas Belgrano, Moreno, Castelli, Monteagudo, Dorrego y Quiroga departían cínica y risueñamente sobre el fin de las ideologías y de la historia. En las afueras y tras los elegantes vitreaux se podía ver pelotear en los espacios deportivos al Búfalo Funes y en la cancha de básquet a Koby y a Drazen en un mágico duelo uno contra uno. Del otro lado del predio, Ringo y el Mono hacían sombra bajo un frondoso sauce, mientras que en una improvisada pista, Ayrton y Gilles probaban sus kartings de la adolescencia.
Bayron, Poe, Keats, Percy B. Shelley, Ale Pizarnik, Austen y Kennedy Toole, discutían acaloradamente sobre aquel axioma que le adjudica al cesto de basuras ser el primer mobiliario que debe comprar un escritor a la hora de equipar su estudio.
En una pequeña sala contigua Dantón, Alejandro, Luisa Michel, Luther King, Guevara, Evita, Malcom X, las Mirabal y Walsh trataban de entender y deconstruir un presente timorato, sin revoluciones ni asonadas contundentes, ante el criminal proceso de deterioro social que se vivía a partir de la escandalosa desigualdad existente. En cada salón un artista plástico dejaba testimonio de la verbena, así pues entre escultores y pintores pude distinguir a Van Gogh, Rodin, Caravaggio, Klimt, Vermeer, Warhol, Pollock, Rafael, Frida Khalo, Juan Gris, y Samo. A pocos metros Marilyn y James Dean jugaban desde un improvisado balcón con párrafos de Romeo y Julieta, mientras que desde una segunda instancia Bob Marley y Luca Prodan cantaban en coordinado dueto No Woman no Cry.
Dos cuestiones me llamaron la atención segundos antes de lo que se suponía era el final del trayecto habida cuenta que el propio Charles, antes de retirarse, me solicitó que aguardara en una suerte de antesala en donde solamente una puerta de madera artísticamente labrada le daba sentido al lugar. Todos ellos sin excepción no habían arribado a la vejez, algunos tan solo pudieron desarrollar sus talentos y audacias artísticas durante menos de una década, otros no habían superado los treinta y cinco años de edad, al mismo tiempo, y en ese mismo sentido, el principal ícono histórico de la muerte prematura, Jesús, por el momento, no tenía lugar en el recoleto frontispicio.

-Becerra, es un gustazo conocerlo, me puso muy feliz que haya aceptado sin prejuicios lo que sabemos es una extraña invitación, es un inmenso placer tenerlo en casa – manifestó con acentuado júbilo quien instantes antes había abierto la puerta de lo que parecía su despacho –

Un hombre alto, esbelto, de rasgos moriscos, barba incipiente, geométrica y prolijamente recortada, de impecable y moderna traza, interrumpió abruptamente mis cavilaciones y fantasías. Llamaron mi atención su elegante sombrero de ala corta y sus guantes de cuero negro, modas ajenas cuando de ámbitos domésticos se trata. Lo leí como parte de su sibilina personalidad.

-El placer es mío, y más, luego de la reciente experiencia al recorrer la casona. Su exterior clásico y añejo, y su interior de colección. Lo que he visto vaya si me ha sorprendido. He cumplido de cabo a rabo con el instructivo. Pero, cómo lo debo llamar y a qué se debe el honor de su invitación – manifesté si temor a posibles embustes –

-Antes que nada – interrumpió el altruista anfitrión – le debo aclarar que sus maletas cargadas con errores serán, de llegar a un acuerdo, debidamente incineradas, aquí no interesan los posibles quiebres de las personas elegidas, es muy usual la desproporción entre los aciertos y los errores, sucede que muy pocos se hacen cargo, de hecho usted trajo un bagaje completo, pero escueto en comparación con algunos de nuestros huéspedes, si supiera el trabajo que nos dieron otros. Lo suyo Becerra ha sido bastante apocado. Aquí nos interesamos por la buenas obras y sus autores, eventos hecho síntesis y sustantivo, diseños que el tiempo no logrará erosionar, virtudes sean ellas artísticas, humanísticas, científicas o políticas. Puede llamarme Isa.

-El Cristo profeta del Islam – afirmé -

-Al cual el tiempo no logró humillar a pesar de “la pasión”. Observo que no le sorprende la revelación.

-Le confieso que estaba en proceso de pesquisa. Los habitantes de la mansión son un claro camino hacia usted. Los más brillantes seres que han pisado la tierra en cada una de las actividades humanas, y todos ellos fallecidos tempranamente, con la vejez negada, sin la posibilidad de cuantificar y calificar sus sarros y hongos, preservados por esa misma muerte ante los ojos cándidos e ignorantes del vulgar mortal.

-Los genios cuentan con suficientes credenciales a la hora del riesgo, acaso podemos afirmar que viven más rápidamente, no son conservadores, no abusan de las previsiones, de los silencios cobardes y menos de los cuidados.

-¿Y qué hago aquí entonces?

-Veremos, por ahora es solo un borrador entre miles de escritores.

-No lo comprendo.

-Está siendo evaluado como tal para ingresar sin mayores mohos al territorio de la eternidad.

-Pero mis obras han sido un rotundo fracaso, nadie las compra, incluso aquellos a los cuales se las he obsequiado no se han interesado por leerlas. De hecho y debido a ese desinterés he editado mi obra completa por cuenta propia.

-Nada que no le haya ocurrido a muchos de los artistas, científicos, pensadores que usted descubrió cuando recorría la casa. De corriente las cohortes no tienen el tiempo suficiente ni la capacidad para valorar su propia actualidad justamente porque están allí, su protagonismo es más importante de lo que sucede alrededor, sus vértigos producen ceguera, y más cuando se trata de vanguardistas. Un atrevido, un artista osado, un aventurado a su tiempo guarda todos los requisitos para ser un llamado de atención a la humanidad como especie hasta el fin de sus días. Porque le aviso mi amigo, eso sucederá inexorablemente. Llegará el día en el cual no existirán ni la negación ni la oscuridad, porque no habrá testigos que puedan dar fe de ellas. De todos modos cabe la duda, si por la muerte temprana fuera hasta hace dos centurias la redención de la humanidad estaba asegurada debido a que la esperanza de vida no superaba las cuatro décadas, de manera que no le voy a andar con tonteras.

-Usted me está ofreciendo una muerte terrenal temprana para obtener el beneficio de una vida artística ilimitada.

-Yo no soy quien se lo ofrece, se lo está evaluando

-¿Quién, entonces?

-Es un cuerpo colegiado irreprochable en la materia, ajenos a las pautas de la muerte temprana, usted los conoce más y mejor que yo: Aristófanes por caso, experto en retórica, Demetrio, un amplio conocedor de los estilos, Plutarco y su teoría sobre el rol educativo que subyace en la poesía, Plotino y el concepto literario de lo bello, y los romanos Quintiliano en oratoria y Horacio entendiendo e incluyendo al lector como parte fundamental de la literatura, todos ellos de manera asociada con la colaboración del Dante, de Petrarca y de Bocaccio. Le advierto que no se trata de un jurado, la literatura en este ámbito no está sujeta a sufragios sobre gustos y cuestiones subjetivas, aquí se evalúa una obra, un legado, un aporte a la humanidad, bajo ningún concepto pesa el azar de un relato virtuoso. No es un reality show mi estimado, en todo caso el premio mayor, esto es, la muerte temprana para el logro de la inmortalidad artística, dista bastante de los paradigmas vulgares que proponen dichos espectros contemporáneos. Estoy al tanto que algunos de sus textos relatan sobre el dilema. Si la resultante de la evaluación fuera negativa no habría opción y usted sería devuelto a su mundo tangible asumiendo la instancia vivida tan solo un simple y vulgar sueño, ahora bien, si el efecto fuese positivo por parte de nuestros expertos tendríamos dos alternativas: La primera sería su rechazo personal, su negativa a morir de manera prematura, para por caso seguir escribiendo o tratar de encontrar ese amor perdido o inalcanzable, cuestión que se resolvería en idénticos términos a los antedichos en caso de ser rechazado por nuestra colegiatura en letras; la segunda, esto es, su aceptación, involucraría la eternidad en su sentido más estricto, el prestigio, la eminencia, su nombre se transformaría en sujeto, acaso en adjetivo con solo mencionarse, sería idioma, término, teniendo usted mismo la discrecional oportunidad de escoger no solo la forma de su muerte, la cual puede ser trágica, valerosa, lastimosa, incidental, sino además a una persona para que lo acompañe en su cielo exclusivo, incluso puede ser alguien que haya perdido, fatalidad mediante, hace muchos años. Por ejemplo, con la dama inspiradora del erótico relato que bocetó hace algunas horas al quedar perplejo delante de la aldaba.
-Los músicos de Blues tradicional denominan a estos acertijos mefistofélicos como encrucijadas. Esto aparece cuando ellos asumen la situación angustiante de no haber creado y tocado aún sus mejores acordes, los más complejos, tal vez los preexistentes a su yo creador, los que nacieron con ellos y esperan de manera paciente. Pues en mi caso no considero aún haber escrito mi mejor obra, y aceptar la propuesta implicaría abandonar el ardor artístico que supone esa búsqueda. Al mismo tiempo obtener el reconocimiento universal, algo que no sucede en mi escenario vital, cuestión que realmente me mortifica, y que sea en compañía de mi amada le daría a mi vida ese sentido lúdico y existencial que aún no tuvo, aunque paradójicamente se trate de un escenario luctuoso e inexistente, ausente de deseos, como lo es el nirvana oriental. Aun así le confieso que necesito pensarlo con suma modestia y cautela. No me gustaría pecar de soberbio para tan solo pertenecer a una elite cuyo elemento significativo es la muerte temprana.

-Y lo qué significó para la humanidad ese talento, más el altruismo y la propia osadía a la hora de exponerlo – interrumpió Isa –

-Como elemento secundario mi estimado. No los veo a los longevos Schopenhauer, a Sócrates, a Cervantes, a Papini, a Chesterton, a Borges, a Picasso, a Dalí, a cientos de talentosos que han dejado buena sombra, acaso más y mejor de la provista por muchos de sus entenados.

-No se equivoque Becerra, no es solo el talento, es como ellos leyeron su don y lo transmitieron al mundo. No pongo en duda la genialidad de los que mencionó, forman parte de mi biblioteca desde siempre, pero hay un valor agregado que a nuestros eternos los hace distintos. Nunca midieron las consecuencias de sus emociones, jamás se hicieron las preguntas que usted se está haciendo, por eso fueron escogidos.

-Entonces me doy por desechado debido a que no considero a la pasión formando parte de la belleza, todo lo contrario, sucede que la banalización de la palabra le ha marchitado su sentido existencial. Usted lo sabe mejor que nadie. La pasión no es amor, la pasión es dolor extremo.

-No soy yo quien lo decide. Además es muy frecuente escuchar esos mismos planteos, le confieso que algunos de los que usted nombró lo hicieron de la misma forma cuando fueron invitados, hasta que finalmente decidieron rechazar la oferta en algún caso, o en otros directamente, no pasaron la prueba.

-¿No pasar la prueba. Me va a decir que esos nombres no pudieron superar la prueba?

-Algunos de ellos no lo lograron. Ya se lo mencioné, no es solo el talento. Hay soberbias que irritan y desmejoran, orgullos que envilecen. Ser ícono es aceptar la pesada carga de los tiempos, sobre todo de los malos momentos, y es allí en donde encontramos el quiebre. No todos están dispuestos a sacrificarse para dejar buena sombra, el egocentrismo y el individualismo no son novedades ni pecados de la modernidad como algunos creen. Le puedo hablar horas sobre Antistenes, Diógenes, y el resto de la muchachada cínica. Aun con sus egoístas petulancias mancebas y estigmatizaciones generalizadas pudimos lograr que la mártir y estigmatizada Hiparquía acepte nuestra invitación. También le puedo contar de muchos mediocres con pretensiones, que ansiosos por trascender sospechan que una muerte temprana los redime, que sin su presencia, tanto el mundo como la contemporaneidad reciben un castigo aleccionador, son los que piensan que sus vidas valen la pena un escrito, una novela en el peor de los casos. Por eso le confío, mi amigo Becerra, que no es solamente un inciso el que se toma en cuenta para pertenecer a tan destacado panteón humanista, de hecho un elemento que no se descarta son las dificultades coyunturales con las cuales cada candidato en proceso de valoración tuvo que convivir. No es lo mismo desarrollar un arte en la miseria más absoluta, en donde el fervor por obrar es el oxígeno que le da vida al talento, que aquel arropado por un mecenas el cual le pone todas las comodidades y no necesita más que liberar sus fuerzas creativas. Aquí Edison, más allá de su inteligencia, sabiduría y de sus legítimas aspiraciones individuales, nunca hubiera podido ingresar debido que tras sus centenares de patentes y supuestas invenciones estaba la billetera de J.P Morgan, empresario que se las adquiría a precio vil a los verdaderos inventores, pobres desde luego, para más tarde inscribirlas a nombre del bueno de Thomas Alva para su posterior desarrollo científico y comercial.

-Durante la recorrida he visto personas con notorios puntos oscuros en sus vidas, quebrantos probados y hasta en algún caso con delitos y condenas.

-Sin duda alguna. Por eso le mencioné que su equipaje de errores no era de lo más gravoso que hemos visto.  Bueno usted le recordó a Verlaine su abyecta actitud en perjuicio de Rimbaud, cosa en la cual me detuve porque a nuestro amigo poeta no le gustó para nada. Ahí lo tiene a Koby, recién arribado, aceptó a regañadientes, uno de los cinco más grandes de la historia del básquet, ícono y ejemplo en todas las latitudes, pero nadie olvida su causa por abuso. Ni Bonavena ni Gatica eran dechados de virtudes, y así podríamos repasar cada músico, cada pintor, cada científico, cada estadista, cada deportista. Aquí se trata de entender que en contados casos las mejores obras disimulan perfectamente sus bajezas a tal punto de licenciarlas de tales incorrecciones, justamente son estas erratas cercanas las que nos acercan a sus genialidades. No se trata de la justicia terrenal, largamente puesta en duda desde los albores de la humanidad, se piensa una justicia prodigiosa. Usted es argentino, varias veces intentamos traerlo a Maradona, acaso no exista un corazón tan expuesto, tan débil y tan genial en lo suyo. Si Borges nos hubiese prestado seria atención allá por la década del cincuenta acaso no hubiera sufrido su ceguera y el resto de sus males, es cierto también es probable que varios de sus textos no existirían, o acaso tan solo para su goce personal.

-¿Me permite recorrer el predio y entablar conversación con dos o tres de los moradores?

-Si, por supuesto. No se aleje mucho, aquí nadie alza la voz, inexistimos en un estado de susurro permanente. Manténgase localizable, los celulares son obsoletos y las fotos no salen, de manera que absténgase. Haga caso, todavía los superiores de lugar reprochan mi laxitud con don Miguel de Unamuno. Hombre bravo don Miguel, sólido en la formación y en la argumentación. Del Sentimiento Trágico de la Vida ha sido una fuente de refutación de muy alto nivel, texto el cual nos condujo a hacer muchas correcciones dentro de nuestro programa. Lamentamos enormemente haber fracasado al no poder ofrecerle pruebas irrefutables sobre la existencia de la fe y sus bondades.

-El choque entre la ciencia y la fe y ambas sin darle certezas a la existencia. La muerte dándole sentido y brillo a la vida, la finitud como estigma, tragedia, desesperación y combustible creador.

-Un viejo ateo y cabrón al cual por inteligente y brillante no se le pueden perdonar las omisiones cuando el amanecer franquista, y su arrepentimiento tardío. Algo similar sucede con Heidegger, no haber visto a Hitler en su génesis, es no haber querido ver a Hitler, fue una elección personal bajo paraguas académico. Pero vaya mi amigo Becerra, no se demore demasiado, espero que un par de horas le alcancen.

-Si ustedes nunca se hicieron responsables de las nefastas  horas de las cruzadas y la inquisición menos lo harán de cuánta genialidad de estas personas le hicieron perder a la humanidad.

-No se demore, por favor – sentenció Isa con gesto de disgusto por lo que acababa de escuchar, poco antes de ingresar al alcázar -

La espesura de la fronda, el alineamiento casi perfecto de los cercos siempre verdes perfilaban las múltiples estéticas del parque, un collage digno de un jardinero cuya vocación artística se lograba percibir en cada ornato, sombra y cantero; cuando la mano del hombre auxilia a la naturaleza, la embellece y corrige sus frecuentes erratas y desmadres. Pude fisgonear en la zona del vivero que Kafka, García Lorca y Camus eran los responsables artísticos, intelectuales y prácticos de esos exquisitos laberintos botánicos. De hecho, a poco de ser descubierto llamé a sus atenciones y de inmediato me invitaron a dialogar. Un breve e intimidante gesto del bohemio alcanzó para que mi interés se trasforme al unísono en derecho y obligación. Era el genio de Praga quien me invitaba compartir con ellos un té de descanso bajo el aroma seductor de los jazmines primaverales en la glorieta victoriana en honor a las hermanas Bronté, las escritoras Charlotte, Anne y Emily, sin obviar a las pequeñas malogradas María y Elizabeth, todas fallecidas a muy temprana edad.

-Buenas tardes – interrumpió Becerra –, los felicito, el más bello y acogedor de los rincones que tiene el predio.

-Tratamos de hacer lo mejor posible – se apresuró a responder Camus -, las damas Bronté merecen esto y mucho más. Demasiado es lo que nos hemos perdido de ellas con sus prematuras desapariciones físicas. Encantadoras, sensibles, bravías, indomesticables, bellas por todo eso. Algunos de nuestros camaradas en desgracia querían bautizar a este espacio inspirador Hermanas Mirabal, hubiera sido muy merecido por cierto, pero ellas ya tienen su lugar, sospecho que las habrá visto departiendo por allí, en los salones políticos, junto a Guevara, Evita, Juana de Arco y el resto. Suelo pasarme algunas horas en esos foros de controversia, de manera que doy fe que son tres almas maravillosas, de todos modos, en el inciso de la polémica y el debate, nada me entusiasmó más en la vida que hacerlo con Sartre. Cómo extraño aquellas batallas dialécticas con ese monstruo del pensamiento existencial, y los años que me perdí de ellas por pactar con esta falsa inmortalidad, a pesar de que en cierto momento lo odié con todo el calor de mi inteligencia. Las hermanas Bronté, como Jean Paul, no accedieron al pedido de Isa, acaso por eso fueron castigadas con el tifus y la tuberculosis, de ahí nuestro atrevimiento y tributo, cosa que ni el propio Isa se atrevió a objetar – finalizó el autor de La Peste –.

-Incluso, mi estimado Becerra, hasta el modo de ingresar a este sospechoso y particular nirvana tiene sus reservas – interrumpió Kafka-, por eso si escoge, hágalo bien. Federico ostenta una muerte valerosa, épica, una muerte pía, tan grande como su obra y como su vida, y para colmo en manos de los peores seres que respiraron el siglo XX, cosa que le da mayor volumen a su ya enorme magnitud como persona y poeta, al igual que nuestro admirado Saki, caído a manos de un francotirador en la batalla de Beaumont durante la primera guerra. Un accidente o una enfermedad causan pena, no admiración y menos devoción, una contingencia azarosa que imana solo un poco de misericordia. Perdóneme Albert si lo desilusiona o lo enfada mi manera de pensar, su accidente automovilístico o mis males tienen esa misma entidad menor en comparación con las muertes ocasionadas por la lucha a favor de causas nobles y humanas.

-No me parece - arremetió Federico -, ni el modo ni la edad pontifican, acaso le estemos ahorrando a nuestros ocasionales admiradores la observación de nuestras arrugas, no más. Arrugas que a ellos molestan, no a nosotros. Usted Albert 57, usted Franz 40, yo 38, todos nos equivocamos al creer que la muerte joven exonera y preconiza cierta superioridad olímpica, la muerte joven solo nos quita vida, nos roba la posibilidad de relacionarnos más y mejor con nuestras devociones y afectos terrenales, aborta la posibilidad de crear poesías, nos priva de amar y de ser amados, y algo peor aún, nos priva de sufrir por no ser correspondidos, y de eso que se nos quita, Isa cobra intereses y punitorios. Es cierto, uno en este ámbito tiene la fabulosa fortuna de interpelar y ser interpelado por talentos inmejorables sin que la época sea factor limitante. Aquí siempre es presente, aún el pasado, aún el futuro y de manera usual departir un interminable coñac reserva de la mismísima región del Charente, con el Dante, acaso el mejor de nosotros, y con Pushkin y con Espronceda y con Poliziano.

-El joven Novalis, la hermosa e increíble niña Ana Frank, Appolinaire, Artaud, Crevel, Desnos, Schiller, Leopardi, Wilde, London, Proust, qué desperdicio, no me jodan con la muerte blanca, para colmo una metáfora con tintes racistas – sentenció Camus –Complejo es ese momento en el cual uno se entera que murió hace rato y allá lejos.

-¿Y el suicidio, cómo juega dentro de la lógica de Isa? – Preguntó Becerra – Porque es una muerte que escapa de los cánones de un padecimiento físico o enfermedad, de un incidente o de un simple y vulgar accidente. Me he cruzado con varias personas que sobrellevan tan pesada carga.

-Es el inciso más delicado a la hora de estos debates, y más cuando de ellos participan afectados directamente por tal desenlace. Kennedy Toole, Storni, Plath, Rigaut, Ganivet, Pizarnik, Pavese, entre tantos – agregó Kafka –, y sus distintas razones desde luego.

-Es un debate estéril debido a que todos los que estamos aquí, de manera culpable o culposa, somos suicidas. ¿Acaso no hemos elegido cada uno de nosotros, embelesados y ante Isa la forma de llegar? – cuestionó Federico –.

-No vale la pena mi amigo Becerra, la muerte no asciende el tenor de nadie, sea tardía o temprana, es más, usted es que perderá años de vida, de arte, de amor, la soberbia es mala novia – interrumpió Camus -. La inmortalidad no existe, es un oxímoron, la vida está ligada a nuestros afectos, de manera que sin ellos no puede existir la inmortalidad. No les crea a los mercaderes de supersticiones, lo único que hacen es darle la posibilidad de que escoja el modo de no ser, y aceptando no ser uno toma el camino más corto hacia el suicidio, operatoria que siempre encontrará una explicación, un incentivo o una motivación que lo exonerará. Pero olvídelo, aquí y entre nosotros no puede engañar a nadie. Hace poco, conversando con Carlos Gardel me decía que hubiera regalados varias giras y casi todos los contratos de sus larga duración por poder interpretar La Bicicleta Blanca de Piazzolla, con el mismo Astor en el bandoneón, y que debido a su propia estupidez y unos pocos años de diferencia la cosa no pudo ser.

-Pero mi amor está aquí, me confirmó Isa – confesó Becerra –

-Qué tramposo resultó el profeta – exclamó Kafka -. Eso no se le hace a un hombre sitiado por el recuerdo. ¿Qué le ocurrió a su amada, Becerra?

-Falleció al tercer año de casados por una infección interna cuando estaba en el quinto mes de embarazo. Íbamos a ser padres de una nena – respondió Becerra –

-Usted escribía por entonces – repreguntó Camus –

-Borradores tan solo. Ella escribía muy bien – aclaró el invitado, para luego continuar -, incluso algunos de sus relatos los compilé y los publiqué post mortem con su verdadero nombre, siendo la beneficiaria absoluta de las regalías la Sala de Primeros Auxilios y la Biblioteca Popular que están ubicadas en la villa Zavaleta, asentamiento de la ciudad de Buenos Aires en el cual nació y creció.

-Les apuesto mi botella de Jerez Amontillado Tío Pepe Cuatro Palmas – irrumpió Federico –, que la niña debe andar dando vueltas por algunos de nuestros apartados nirvanas, y que la fantasía de Isa es poseerlos a los dos, sin excepción.

- Con  qué propósito – cuestionó Becerra - 

-Isa es el Cristo profeta del Islam, es el Jesús hombre, estimo – comenzó su disertación Federico – que debe estar muy desilusionado y acongojado por lo poco que sirvió su sacrificio, la pasión que le impuso su Padre. Siente que su calvario y sus dolores fueron inútiles, de manera que intenta traer para sí y su regocijo esas muestras notables de humanidad que justifiquen sus tormentos, sus para qué a tanto dolor, y a la vez salvarlos de la injusta y cruel posteridad. Me acuerdo de La Última Tentación, gran película de Scorsese. Estoy seguro que la muchacha está entre nosotros, búsquela, y reencuéntrese con usted y sus dudas, hable con ella, escúchela, y si necesita apoyo somos varios los que con mucho gusto le daremos fraternal ayuda. Para empezar cómo se llama su amada.

-Mercedes – respondió Becerra -

-¿Mercedes Alamilla? – irrumpió en vos alta Kafka sin dejar finalizar al invitado –

-Así es – ratificó Becerra – su apellido significa pequeña alma. ¿La conoce?

-Todos aquí la conocemos y la deseamos mi estimado – sentenció Camus – Inexpugnable doncella, Isa la cuida como si fuera una gema poética de su pertenencia.

-No todos la deseamos – aclaró Federico en tono de broma –, es cierto, es una gran prosista.

-Suelo distinguirla diariamente durante mis caminatas vespertinas, leyendo, sentada en uno de los bancos que se observan en el camposanto, siempre en el mismo, descanso rústico que está situado en el comienzo de la galería del jacarandá, planta multicolor que bien trabajada por los artesanos de la jardinería diseña una sombra no tan espesa y moderadamente reparadora, ideal para la luminosidad que precisa la lectura – aseguró Kafka –.

-Camposanto me suena a cementerio – comentó Becerra

-De hecho ese es su significado literal, desusado por cierto – aclaró de inmediato Federico -, pero no aquí. Sería una redundancia artística la existencia de un cementerio. Le llamamos Camposanto a un extenso predio contiguo al camino real que está a disposición de la necesaria soledad que nos urge en ciertas ocasiones. Es una suerte de laberinto cuyos arbitrarios pasillos están perfilados con distintas especies arbóreas, privilegiando en tanto mayor cantidad de superficie a aquellas que están en peligro de extinción, calco y copia con el género humano, continuidad lógica tal vez, de hecho casi todos sus senderos están tapizados con hermosas flores de campanillas, pasadizos cuyos colores y aromas, gracias a ellas, se modifican según la época del año... Reafirmo lo que acaba de contarnos Franz, también la he visto en el Camposanto, leyendo.

-Acaso entonces tenga la posibilidad de encontrarla allí en este mismo momento – elucubró Becerra -. ¿Cómo hago para llegar hasta el Camposanto?

-Son penas diez minutos de caminata – respondió Camus - yo lo acompañaré hasta el ingreso al laberinto. De ahí en más usted deberá resolver el trayecto y llegar hasta Mercedes. No soy creyente, de manera que no me interesan las ordinarias pulsiones que proponen los deseos, la fe y sus fetiches. Solo le diré que mirando las copas arboladas llegará en menos de lo que se imagina al banco en donde tal vez se encuentre Mercedes reposando bajo el añejo y tupido jacarandá, como todas las tardes desde que llegó, siendo muy joven.

-Entonces debo entender que ingresar a ese laberinto encierra algún peligro – comentó Becerra a poco de comenzar la marcha –

-Entiende mal mi amigo –apuró Camus–. Aquí no existe el concepto “peligro” debido a que los mismos ya han sido saldados por cada uno de nosotros, nada nos puede suceder a lo que ya nos ocurrió, y eso es lo que sabemos cruelmente tangible, ojalá tuviéramos la dicha de que nos importara no saber. No saber, tristemente, no nos inquieta, y eso no es otra cosa que estar muerto. El laberinto que va a transitar en breve no sostiene su complejidad de manera vulgar, es decir, se puede ingresar y salir de él sin mayores destrezas en tanto su exploración y posterior orientación, el lugar posee varias vías de escape, no esgrime su soberbia en su aparente sombra inexpugnable, su petulancia radica en atesorar elementos de mayúscula fascinación, cautivadores y atrayentes hechizos que disminuyen las defensas del mortal a tal punto de no poder resistir a sus encantos los cuales provocan en el peregrino la abdicación ante todo intento de fuga.

-¿Y en qué se basan esas seductoras sugerencias que hace el laberinto, sobre qué plataforma o propuesta humanística, o acaso intelectual boceta sus atractivos? – preguntó con un dejo de ironía Becerra –

-La irresistible demostración que exhibe sobre el encanto que encierra morir para ingresar al mundo de la infinitud universal, existencia que está mucho más allá del cosmos conocido o por conocer – exclamó con firmeza Camus -. Su voluntad y su carácter serán puestos a prueba en el bucólico meandro boscoso y aromatizado por elixires celestiales nunca antes disfrutados. Hay antecedentes, hubo quienes lograron resistir y pagaron un alto precio en vida por su descortesía, Borges por caso, pero prefiero no darle más detalles para no influenciarlo. Aquí es, lo dejo, como verá la entrada no promueve curiosidad alguna, acaso se la podría pasar por alto. No sé si deseo volver a verlo, Becerra, o prefiero seguir leyendo sus historias en ausencia. Para los solitarios nos resulta una compleja dualidad cuando las personas nos comienzan a caer bien.

Albert emprendió el regreso con la firme decisión de reencontrarse con Federico y con Franz, si bien el abandono consentido por el trío estaba plenamente justificado no había razón para especular con la misión y extender por sobre lo necesario su ausencia en la glorieta hermanas Bronté. Además, mientras las labores, disfrutaba mucho de ambos talentos y sus inteligencias. Por el lado de Becerra, fue la cautela ante las bifurcaciones, ramificaciones y vías muertas quien guió sus primeros pasos dentro del laberinto manierista del jardín. Estaba en un sitio en donde el pasado se había fosilizado como presente y futuro, y no estaba muy seguro de querer ser una de sus esculturas aún bajo el seductor encanto que significaba reencontrarse con Mercedes y adoptar su carácter infinito. No creía en Dios, pero comenzó a sospechar que lo andaba necesitando. Luego de la segunda divergencia que encontró en el camino real observó que en la superficie de en uno de los dos senderos comenzaban a primarlas violáceas flores del jacarandá, de modo no dudó que ese debía ser el rastro a seguir.
Cien metros después ese tapizado eran tan tupido que ni una moqueta artificial persa podía mejorar el aspecto. A poca distancia de su asombro, a solo veinte metros sobre la vereda derecha, un rústico y extenso reposo de parque tallado sobre un imponente tronco de viejo arrayan colorado, bajo una añosa y ligera planta íntima se encontraba concentrada en su lectura la juvenil Mercedes, y con ella el rostro que recuerda, y los labios que nunca dejó de besar, y los ojos que jamás dejaron de cegarlo, y las manos que vencieron al olvido. A pocos pasos de la joven estimó primordial no molestarla, circulando delante de ella bajo la mayor discreción posible. Con el objetivo logrado, traspasó su línea y se sentó, dibujando un paralelo corporal, del otro lado del añejo ornado, a unos ocho o diez metros de distancia. Deseaba y a la vez necesitaba que ella lo descubriese de manera natural luego de tres décadas de nostalgias. Estaba bellísima, exhibía un rictus de plenitud virginal muy alejado de ese estado de petrificación con el cual el propio Becerra prejuzgaba tanto al vergel como a sus residentes.
No quiso importunar la concentración que Mercedes exponía en la ocasión. Becerra era de esas personas que procuraban pasar inadvertidas en todos aquellos sitios en donde se hallaba, algo de timidez y una exagerada devaluación personal componía el menú de su nula autoestima. No poseía los corajes del poeta intenso, prefería ostentar los cepajes lánguidos y timoratos del Cyrano de Edmond Rostand. Tres décadas, y su piel argumentando probadamente esa estricta devoción extendida en celibato por aquella niña amor que en ese mismo instante ignoraba de manera celestial su hálito omnipresente. Dos veces cruzaron miradas, y en sendas oportunidades Mercedes optó continuar con su texto, no lo reconocía, acaso no podía o no deseaba hacerlo. Becerra no era un fisgón de la voluntad ajena, para él, lo que no sucedía en el intervalo preciso jamás iba a ocurrir, de manera que forzar situaciones era tarea de necios e insensatos. La vio bella, joven y beata, sintiéndose más viejo aun, no había razón valiosa para interrumpir con nostalgias magras, infelices y no ha lugar la artística que presentaba aquel fresco. No estaba en posesión de su mejor versión, aquella que había logrado enamorarla tres décadas atrás. Convencido de que la joven no lo había rescatado de su pasado, Becerra se levantó del añoso arrayan, procuró mantener la discreción y no agredirla con su transcripción presente, a tal punto que no fue percibido por Mercedes, continuando su camino instintivo en busca de la salida de tan siniestro y gallardo laberinto, la cual no le costó grandes rastreos hallar, el diseño de tal inmaculado meandro no era tramposo, todo lo contrario, tal como le había asegurado Camus, no buscaba el martirio del forastero, acaso solo una modesta lección. De todos modos Becerra nunca sabrá que Mercedes lo reconoció, no sin esfuerzo, cosa que la atormentó. Esos  años de diferencia entre su muerte, la de su hija, y la vida de su amado descansaban de manera vejatoria y mortificante en su corazón desde el preciso momento en el cual fue seducida por Isa para iniciar el camino hacia una anticipada y egoísta inmortalidad. Infinitud que solo le trajo desdichas y albures espurios. La permanencia por siempre de todos los horrores, de todos los fracasos, de todos los dolores, porque en el campo de la infinitud, eso tampoco muere. No había razón para hacerle más daño del que ya le había hecho. Becerra siguió siendo su fiel enamorado en ausencia, reaparecer cuando ciertos ocasos amanecen no es la mejor ni la más poética de las paradojas que pueden construir quienes alguna vez fueron amantes. Mercedes estaba segura que no tenía derecho de corromper ese tesoro que maravillosamente eternizaba Becerra en su corazón, escogió licenciarlo, dejarlo ir, para que viva y muera sin eufemismos sibilinos. Tuvo la gracia de verlo por última vez, acaso la peor de las gracias. Al igual que el beso, cuando es el último resulta el más complicado. Estuvo a punto de implorarle “ni se te ocurra, no lo hagas. No aceptes esta trampa. No existe nada que mejore o reemplace a la vida y su sentido trágico de finitud”. Esta suerte de Arca universal bocetada por Isa posee la tortura de la cosquilla y la caricia de la herida, no existe discriminación, lo mismo da, y cuando lo mismo da, el estado de víspera y espera dejó de ser esperanza para transformarse en rutina, muriendo, tanto como el arte lo hace en este sitio. Nunca dejó de amar a ese hombre que hoy, en los umbrales de la vejez, estaba recorriendo los metros finales de un laberinto diseñado por y para ellos de manera exclusiva. Becerra se perdió de vista tras la fronda, Mercedes, perturbada,  con lágrimas en sus ojos continuó la lectura de último libro publicado por su amado, un compendio de relatos que narran sobre la metáfora borgeana de la vida, el sendero de los extremos sucios, algunas bahorrinas terrenales, y luctuosas historias sobre ausentes y otras ausencias. La joven estimo que más no podía hacer para intentar desbaratar los planes de Isa y quedarse con la vida de Becerra, aún sin cumplir con los requisitos juveniles que el propio Isa había impuesto como mandamiento cuando aceptó la tarea: Tomar las más bellas almas terrestres en tanto, talento, conocimiento y juventud.
Lo asumía como una excepción, desde luego que no era el único con ese formato. Si bien estaba finalizando su quinta década el hombre era merecedor de dichas y halagos que hacía mucho tiempo no disfrutaba. Mercedes se responsabilizaba por ello, de manera que sus esfuerzos fueron direccionados en ese sentido. Por un lado, y con el inestimable auxilio de Federico, Franz y Albert, perforar sus quiméricos anhelos y desilusionarlo son relación a sus visiones bucólicas y celestiales del lugar para finalmente, y con las defensas bajas, encargarse ella misma de instalar al olvido como invitado inesperado de una velada que Becerra debería soportar con noble estoicismo para no quebrarse y evitar ser recordado de manera ruin y miserable. El plan de Isa, el propósito de apropiarse de la muerte de un alma sensible y altruista para toda la eternidad estaba a punto de fracasar, solo el desaliento de Becerra podía impedir que ello ocurriera.
Mercedes, expectante, esperaba con cierta fatiga emocional las decisiones de su amado sabiendo que con su silencio el hombre ya había descubierto que dentro de la inmortalidad es imposible que existiese arte, porque el poeta o el escritor necesita siempre de la tristeza, porque no se puede ser poeta o escritor si no se ha perdido algo, una ilusión, la juventud, incluso el recuerdo de un encanto; y allí, en ese sospechoso nirvana no existía la pena, o  acaso algo peor, también era inmortal.

-No nos queda mucho tiempo mi estimado, espero que la demora haya sido aprovechada – le señaló Isa al invitado, caminando apurado y agitado, a poco de encontrarse con él, luego de recibir el aviso que había arribado al casco principal del predio –Vamos, sígame Becerra, nuestros letrados no son personas a irrespetar.

-Disculpe, no lo sabía, no tuve noción del tiempo – se excusó Becerra –

Los dos pisos de la marmolada escalera semicircular fueron transitados con inusitada prisa por el dúo, de hecho el balaústre lateral servía de ayuda para mejorar la performance y arribar a destino lo más rápido posible. Becerra no estaba a la altura de esas exigencias físicas por lo que la llegada a la meta lo encontró exigiéndole al oxígeno, jadeo mediante, una presencia que por sus propios medios no encontraba.

-Nos alegra y halaga su aturdida y sudada puntualidad, Becerra, y lo agradecemos doblemente. Tenemos una agenda bastante estrecha, y son varios los candidatos a analizar de las distintas actividades artísticas y científicas que hasta el momento ha desarrollado la humanidad - prologó Aristófanes – y que aguardan con ansias los alegatos. Esta reunión, con nuestro hermano Isa de testigo, será muy breve ya que por unanimidad hemos decidido su ventura. Deseamos ser sinceros con usted. No nos llevó fatiga ni tiempos desmedidos resolver su permanencia o no en nuestro Parnaso.

-Si me lo permite maestro Aristófanes – interrumpió Plotino dirigiéndose a Becerra– habida cuenta de lo que aquí se ha resuelto le solicitamos que sus deseos individuales, emociones o creencias, no se inmiscuyan en los campos de la razón y la honestidad artística e intelectual, senderos que este parlamento transita de manera objetiva a la hora de sus laudos.

-Por favor Quintiliano, - apresuró Aristófanes – que su elevada oratoria alegue y le informe al señor Becerra nuestro dictamen y sus fundamentos.

El orador a cargo, el romano Quintiliano, al igual que los restantes componentes del supremo no necesitaban poseer en sus manos, o sobre sus escaños, textos de soporte, su lógica y sus conocimientos era adecuados para afrontar la misión. El pequeño salón simulaba un escenario senatorial de la antigüedad en donde el centro era el punto de atención del debate, allí estaba Becerra. Dispuestos de manera aleatoria y sin ningún tipo de orden visible se distribuían, en un estrado de varios peldaños construido en mármol y de forma semicircular, los integrantes del concilio.

-Stevenson afirmó con acierto mi estimado Becerra – comenzó con su alegato el orador –que el encanto es una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor, sin el encanto, lo demás es inútil. De modo que por fuera de la profesionalidad técnica que la tarea requiere, ésta exige de cualidades que no siempre están ligadas con las ansias y los deseos de expresarse mediante la palabra escrita. Usted cumple de manera destacada con los formatos doctrinarios que tiene la literatura; es responsable, cuidadoso con el lenguaje, respetuoso de su riqueza, incluso hasta exagera su misión docente a la hora de incluir términos bastardeados o directamente ignorados, ha retomado elementos barrocos de bella y singular estructura, y ha desafiado a la posmodernidad del lenguaje llano desarrollando prosa poética. Cada uno de los que estamos aquí valoramos su gallardía. Plutarco justamente destacó el rol educativo de su prosa y su poesía, Demetrio y Horacio pusieron énfasis en su estilo. Tristemente todos coincidimos con Dante, Petrarca y Bocaccio y su ausencia de encanto. Sus relatos quedan sepultados bajo el denso cielo que en ocasiones nos propone el idioma cuando este ostenta brillo propio y no se coloca en función de la historia. El encanto de la literatura pasea por esa delgada línea de doble mano en donde el lenguaje, la historia, el autor y el lector circulan sin cargas ni culpas, sin temores ni prevenciones. Por eso mi estimado Becerra, en esta oportunidad, queda postergado su ingreso a los hemisferios de la inmortalidad, acaso en poco tiempo podamos reconsiderar esta decisión si usted colabora escuchando con fina sintonía, llevando a la praxis artística, lo que acabamos de detallar. Ha sido un enorme placer tenerlo entre nosotros.

Inmediatamente, luego de la breve exposición, el cuerpo colegiado de notables se retiró de la sala de manera silenciosa. Casi todos palmearon la espalda de Becerra, quien no lo hizo, fue debido a la distancia en la que se hallaba, sintetizando la omisión con un cordial saludo lejano. Quedó solo en el foro, esperando que Isa le indique los pasos a seguir.

-Parece que les he fallado – se disculpó Becerra -, uno termina entendiendo entonces que más allá de las lisonjas de ocasión el fracaso tiene explicaciones que tal vez no se encuentran en los caminos de la contemporaneidad.
-De alguna manera era lo que usted esperaba y me atrevo a decir lo que deseaba – aseguró el dueño de casa -. Por tanto no lo lamento, su despedida no me resultará culposa, no me entristeceré como en otros casos sucedió. Tal vez sienta dolor por Mercedes y su monumental nobleza, pero no por usted y sus prejuicios, y sus timoratas percepciones con relación a la eternidad. El consejo literario le alivió un dilema que usted no estaba dispuesto a resolver, encrucijada que debía, pero no quería solucionar. Presiento de todos modos que algo debían sospechar, su falta de respuesta aguzó todos nuestros sentidos al respecto. Vaya, viva como la vulgaridad terrenal suscribe y determina, sea mercancía, tenga precio y no valor, creo que el Consejo fue demasiado piadoso con usted y su cobardía. Se marchará de aquí como arribó, en la limusina, con el mismo chofer, son sus restauradas maletas repletas de errores y horrores, corrijo, más pesada aún, y su pequeña cartera de aciertos. Se llevará algo material de aquí, dos objetos, ambos son obras artesanales únicas de las cuales jamás recordará las razones de su disfrute, al igual que nunca recordará la experiencia celestial vivida. Desprenda el cerrojo de la caja en el auto luego de haber ingresado a los paisajes urbanos, no antes, y después, si lo desea descanse, nuestro chofer sabe qué es lo que debe hacer, confío, mi estimado, que en breve nos estaremos volviendo a ver.



Al caos usual del despertar urbano de comienzo semanal una noticia estremecía al mundo de la cultura porteña. El notable y popular escritor Santiago Becerra fue hallado muerto el día sábado, en horas del crepúsculo, en uno de los bancos de descanso ubicados en el paseo del Rosedal, lindero a los lagos de Palermo. Según las fuentes oficiales el deceso se habría originado debido a un paro cardiorrespiratorio no traumático, provocado por la ingesta de tetrodotoxina, acaso por su velocidad, y en su justa medida, el más eficiente y menos doloroso de los venenos.
De acuerdo a las fuentes, tanto la documentación como las tarjetas personales y el dinero se hallaban en su poder, por lo tanto se descarta el móvil de robo, incluso toma fuerza la versión que no poseía un rictus cadavérico cuando fue hallado por un deportista que hace del lugar su ámbito de entrenamiento. Esta persona, de identidad reservada por la justicia, fue la que llamó al 911. Solo se halló entre sus manos una aldaba tallada, pieza artística antiquísima y el libro de cuentos inédito, de artesanal edición, titulado La Sugerencia cuya autora fue su difunta esposa Mercedes Alamilla. Tanto en la aldaba como en las esquinas superiores de las hojas del libro había cantidades abundantes de la toxina mencionada, lugar estratégico para que el propio lector consuma dosis letales de la toxina sin percibirlo a medida que avanza en la lectura de la obra, por tanto la figura del homicidio se ha transformado con las horas en la pesquisa cardinal de los investigadores.



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Señuelo

Fingía ser uno de esos individuos que seleccionaba atravesar senderos poco transitados, acaso protegidos por la penumbra de la melancolía, ajenos al vértigo y a los encandilamientos de los mercaderes de la modernidad. No deseaba la soledad ni la veía como un ideal de vida, sin embrago el precio y el rigor de sus elecciones lo habían investido de orfandad. Prefería los amaneceres en los cuales la luna, so pretexto astral, se demoraba en retirarse, al igual que aquellos crepúsculos en donde la luna, bajo la misma excusa, no se atrevía a invadirlo. No era un hombre vulgar, y menos especial, tal vez ambas cuestiones lo mortificaban. 
Tocaba la guitarra y cantaba, escribía poesía. Si de poesía hablamos, pensaba, diremos que un poema nace de la mano del poeta y vive en el alma del lector. Solo un poema se recibe como tal cuando logra ingresar dentro de esa íntima e intangible soledad. Oficiar como un acompañante silencioso, memoria obligada, re-lectura quizás, necesaria necedad. 
En ocasiones maridaba ambas actividades y componía, todo lo hacía bastante bien pero eso no le alcanzaba para ser considerado artista y menos docente, de manera que atender diariamente el área administrativa de la inmobiliaria de su lejano primo segundo Ramiro, ubicada en el barrio porteño de Boedo, constituía el ingreso necesario para conservar ese modesto y culposo rictus burgués siglo XXI de mediano bienestar, ciudadano inconcluso, boceto que no tenía pensado resignar. Natural lector de los clásicos universales de la lírica poseía una selecta biblioteca del género, es probable una de las más completas que he conocido. Su pequeño pero coqueto departamento situado en el barrio de Floresta presentaba dos cómodos ambientes, cocina comedor y dormitorio con baño en suite, las comodidades incluían una pequeña dependencia ubicada en una suerte de altillo que comunicaba a la terraza exclusiva; emplazado dentro de un complejo funcional de arquitectura colonial, muy original para la barriada, construcción típica de ciudad balnearia durante la década de los sesenta. Viviendas de planta asentadas alrededor de un amplio patio central sobre un lote de diecisiete metros frente por treinta y cinco de fondo cuyo ingreso común era cubierto por una maciza y alta reja de estilo. Una galería techada alrededor de la plazoleta se comportaba como vaso comunicante o pasillo de circulación. Bancos de recreo, esculturas, juegos infantiles, fuentes, cercos prolijamente recortados, espacios verdes, plantas de mediana traza que no conspiraban ni abusaban de su sombra eran los habitantes de ese afuera imprescindible y comunitario. Apenas trece unidades, componían el predio, cuatro por lado, tres en el contra-frente y dos en el frente. La idea del constructor se vio inspirada en el complejo Casas Colectivas del Barrio Parque Los Andes ubicado en Chacarita, proyecto diseñado por el arquitecto Bereterbide en 1928 y que aún cuenta con importante demanda inmobiliaria.
Hace tres meses que no lo he vuelto a ver, más precisamente, cinco semanas después de haberse hallado en el Rosedal el cadáver del escritor Santiago Becerra. Claudio tenía toda la obra completa del autor, era fanático de sus historias pero sobre todo de su estilo barroco, de su prosa poética, de su pluma arcaica, según propia definición. Si bien teníamos una relación de vecindad muy poco profunda, motorizada solo por la casualidad en algún comercio barrial, lo advertí muy comunicativo y entusiasmado cuando hace, más o menos, un año me comentó que había logrado encontrarse con Becerra en uno de los viejos billares que aún sobrevivían en los alrededores de San Juan y Boedo, típicos bares en donde los taxistas eran los clientes dominantes, entablando allí, de manera regular, todos los viernes por la noche, una suerte de relación amistosa cuyo basamento fueron las carambolas, las bandas, Manzi y Discepolín. A pesar de la diferencia etaria no me equivoco al afirmar que existía entre ellos una simbiosis paternal, simétrica, nunca confesada, debido a que ambos sostenían dicha carencia, uno en cada plano. Durante aquellos lúgubres días, el asesinato de Becerra, nunca esclarecido, lo había colocado dentro de un ámbito de oscurantismo y aislamiento muy intenso, un hondo abismo el cual me venció sin demasiadas dificultades cuando intenté ensayar una suerte de rescate. Apliqué mis modestos saberes de la vida sobre la materia, conocimientos  ligados mucho más al instinto que a la ciencia: Acompañar, escuchar, estar atento a cada palabra, a su intensidad, a sus silencios. No interrumpir cuando se lograba cierto éxito comunicacional, evitar ser vulgar a la hora de la distracción y la banalidad, presentarse discreto, módico, incluso no insistir ante la negativa. Hace poco más de un mes tuve la oportunidad de conocer a Déborah, novia de Claudio.
Un sábado por la tarde coincidimos en la puerta del complejo colectivo de Floresta; apenas observé que presionaba con insistencia el botón del portero eléctrico que determinaba el número de la casa de Claudio, no hice más que presentarme para tratar de lograr intercambio de información y de ese modo colaborar con la búsqueda. Déborah era una jovencita que apenas había salido de la adolescencia, por tanto traté de cuidar mis modos para no asustarla. La diferencia de edad, aun siendo jóvenes, se siente bastante. A nosotros nos estaba abandonando una segunda década que Déborah apenas comenzaba a transitar.
De todas maneas no fue en lo absoluto fatigosa la conversación, debido a que la joven exhibía una madurez ajena a su franja etaria y esto se observaba a la hora de su construcción dialéctica, de su complejidad natural y al ser una firme enemiga del sentido común, sus gustos e inclinaciones artísticas, incluso, estaban muy alejados de lo corriente para la edad.
Era escultora al mismo tiempo que estudiaba en Bellas Artes la Tecnicatura en Gestión Cultural, además era militante de base dentro de la agrupación La Cámpora dando talleres de su especialidad artística, dos veces por semana, a chicos vulnerables. Era un alma muy sensible, creativa e ideologizada, en lo absoluto temerosa, agnóstica, ejerciendo el pensamiento crítico en cada asignatura, empezado por ella, su principal materia. Lo llamativo es que Claudio nunca me había hablado de ella, y ella nunca había oído hablar de mí, un tal Fermín. Razón por la cual el intercambio de números telefónicos se realizó con total naturalidad, sin especulaciones ni previsiones. Eso sí, ambos coincidimos, por boca del propio Claudio, sobre un tipo llamado Isa. De él desconocíamos si se trataba de un apodo, un nombre o un apellido, lo cierto es que Claudio nos había hablado a los dos, in extenso, sobre el hombre y sus bondades espirituales. Durante las últimas semanas estuvo muy compenetrado en lecturas referidas a la muerte como un quiebre y no como un final, y que la posibilidad de trascenderla estaba dada en decisiones individuales terrenales y que en nada se relacionaba con dogma alguno sino con certidumbres probadas, y por él mismo corroboradas. Un pequeño y coqueto bar del barrio de Flores, emplazado en la esquina de Avenida Rivadavia y Boyacá fue el lugar de encuentro…
-Te confieso que muy poco es lo que supe de Isa –aclaró como prólogo Déborah–y siempre fue mediante el tamiz de Claudio. Según me reveló se trataba de un muchacho algo mayor que él, poco más de treinta años, sin familiares ni prole, muy culto sobre la artes universales, la historia, la filosofía, el mundo de los credos. Dialécticamente embriagador y con un lenguaje casi poético, construido con sumo equilibrio y destreza. Según su visión cualquier refutación quedaba destruida antes de ser puesta a consideración. Elegante, señorial, celoso, suspicaz.

-Isa es el Cristo profeta del Islam y mensajero de Dios en Israel – interrumpió Fermín -. Es el Cristo no crucificado que ascendió a los cielos en vida, sin la pasión y su calvario. Es el Cristo hombre a la espera de actuar en el juicio final, el que se detuvo en Cachemira, según los ahmadíes, para vivir allí hasta su muerte por vejez. ¿Ves alguna relación?

-Lo sabía. Pero a fuerza de ser sincera la mayoría de  nuestros nombres provienen de escritos religiosos o ancestrales, de manera que no me pareció interesante indagar por ese lado - refutó Déborah –. Además estamos cercados por una innumerable cantidad de cultos y su marketing, verdaderas organizaciones delictivas cuyas únicas diferencias radican en los nombres de los titulares de las cuentas a donde va a descansar el diezmo de los incautos, de manera que pasé por alto ese detalle. Aunque reconozco que no es usual ese nombre aún no sabemos si se trata de un apodo o forma parte de una suerte de embuste. Se hace indefectible que podamos ingresar a su casa, aunque sea por la fuerza pública mediante una denuncia formal en la comisaría, para que ellos procedan. A pesar de que fuimos bastante íntimos, yo no le daría el rango de novios, acaso cómplices de nuestros deseos, nunca me dio las llaves de su casa, ni la de la entrada al complejo de manera evitarse tener que molestarse para abrirme, Creo que era bastante celoso de su intimidad. Nos veíamos regularmente, pero cuatro días, sin interrupciones, cada mes. Disfrutábamos mucho de esos momentos, eran muy intensos en todos los aspectos. Claudio diseñaba en su trabajo estrategias laborales compensatorias para que podamos gozar de un fin de semana largo mensual. Éramos fanáticos del turismo gourmet de modo que escogíamos lugares en donde la cocina autóctona era el fundamento y razón de ser del paraje, más allá de sus bellezas geográficas. Claudio consideraba a la comida como un arte que comprometía a todos los sentidos. Así fuimos a pequeños puertos pesqueros del río Paraná y de la costa atlántica, visitamos bellas estancias accesibles solo por caminos de huella, a posadas perdidas entre lagos y sierras, a cabañas, bodegas y fincas olivícolas, fue una época maravillosa. Con la aparición de Isa esas excursiones se fueron espaciando tanto como nuestros encuentros, hasta que me dejó de llamar y responder a mis llamados. Lo cierto es que me quedó pendiente el más difícil de los besos, el último. No puedo decir que lo amé, Fermín, tan solo te diré que con él era feliz, si eso es el amor, pues que sea, aunque yo no creo que el amor sea solamente ser feliz – finalizó la joven -.

-Ahora que lo mencionás – interrumpió Fermín – concuerdo contigo en el ostensible cambio de comportamiento de Claudio al momento de comenzar a frecuentar a Isa. No solo nuestras charlas en su casa se fueron espaciando sino que además las mismas giraban en torno a la muerte prematura y la redención virtuosa que ella propone, lo cierto es que en algún momento pensé que estaba siendo víctima de un lavado de cabeza muy propio de las sectas o religiones pentecostales que mencionabas. Aunque te soy sincero, nunca me alarmé, primero porque no eran buenos tiempos para tener controversias producto de su dolor por el asesinato de Becerra y segundo porque realmente confiaba en su capacidad analítica y en su formación critica. Estoy de acuerdo, no podemos dejar pasar más tiempo, mañana mismo voy a la seccional que corresponde al barrio para hacer la denuncia de su desaparición, espero que me den entidad ya que soy apenas un amigo, acaso deba llamar a su primo Ramiro.

-No te molestés, Fermín – aseguró Déborah -, lo llamé apenas comencé a preocuparme por su ausencia, hace mes y medio más o menos. Este hombre me respondió de muy mal modo, de manera desinteresada, sin algún signo de lazo fraternal, con la expresa aclaración le informara a Claudio, el día que lo encontrase, que estaba despedido de la inmobiliaria, y que jamás se le ocurriera volver debido a que le había dejado pendientes la confección de dos boletos de compraventa, cinco actualizaciones de contratos de alquiler por renovación y tres tasaciones. Me gustaría acompañarte, además como novia creo que sumo bastante de modo lograr tener la entidad necesaria, y nos tomen seriamente.

-Bárbaro. Lo que debemos hacer ahora es averiguar, por el domicilio, cuál es la seccional que corresponde – advirtió Fermín –.

-Dame cinco minutos que si hay buena señal la averiguo por internet desde el celular – respondió rápidamente la joven –.

Durante ese tiempo Fermín no tuvo más remedio que rendirse ante la exótica belleza de la jovencita, toda resistencia por el recuerdo de su amigo fue inútil. Déborah seducía con la sola sospecha de su cercanía, ante ella no había modo de no gozar, de alguna manera lo convenció a Fermín, inconscientemente, que la vida en ocasiones nos besa en la boca y toma con nosotros un café, como canta Serrat. Su cadencia y léxico al conversar, la delicadeza del tono, su gestualidad en tanto rictus y sonrisas como a la hora de expresarse por medio del lenguaje corporal. El metro sesenta y cinco delineaba una figura virtuosa con incisos imposibles de disimular y mucho más se potenciaba el fresco ante la informalidad juvenil de su atuendo, detalle que se correspondía con un cabello con rubios y velados reflejos, sujeto apenas con una banda elástica rosa, y un par de mechones que le caían por los costados para darle mayor relevancia al desprolijo flequillo de su frente. Se encandiló a primera vista, se enamoró por convencimiento, fue conquistado sin oponer rebeldía.

-Ya la tengo, Fermín – irrumpió Déborah sacando de concentración al joven que hipnotizado no dejaba de admirar su belleza con marcada timidez -, es la seccional 43, Chivilcoy al 400, está a la vuelta de plaza Vélez  Sarsfield, la que está ubicada en Avellaneda y Bahía Blanca, frente a la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, a tres cuadras de la estación Floresta del ferrocarril Sarmiento. ¿Te ubicás?

-Conozco la zona – respondió Fermín, sin dejar de detenerse en la puntillosa referencia religiosa que con sumo detalle explicitó la joven a pesar de su confesado agnosticismo -. Qué te parece si nos encontramos mañana en la plaza, a las diez en la esquina de Chivilcoy y Avellaneda. De todas maneras ante cualquier imposibilidad tenemos como avisarnos. No te olvides del documento porque seguramente lo van a solicitar.

-Quedamos así entonces. Te tengo que dejar, quiero aprovechar lo que queda de la tarde y terminar algunos trabajos prácticos que me quedaron pendientes – explicó Déborah –.

-Andá tranquila, no pierdas tiempo, yo me encargo de la cuenta, me quedo un ratito más – garantizó Fermín –.

-¿Alguien a esperar?  -ironizó la joven – .

-No. Hace rato que no espero ni me esperan.

-Gracias por el café y nos vemos mañana.

-Hasta mañana…

Cuarenta minutos de espera, tres cigarrillos, fue la paciencia que invirtió el joven hasta que por fin se decidió en marcar el número telefónico de Déborah. Sin suerte en el primer intento, igual resultado en el segundo, optó por darle y darse tiempo, fumar otro cigarrillo, para luego volver a intentarlo. Terminado el esperanzador trámite misma suerte, mismo resultado, un vacío contestador aseguraba que nadie había del otro lado de la línea. Fermín escogió entonces sentarse en el asiento de la plaza que más cerca estaba del punto de encuentro, resignado, sin deseos de pasar un mal rato en la seccional, estimo que lo mejor era dejar que las cosas sucedan por fuera de su voluntad. Al cumplirse la hora  estaba decidido y regresar a su domicilio cuando un hombre de unos treinta años, de elegante traza, barba prolija, tez trigueña y finos linajes oscuros se acomodó a su lado, dejando apenas medio metro de distancia.

-Buenos días, es usted Fermín – inquirió el desconocido.

-Efectivamente. ¿Con quién tengo el gusto? – respondió el muchacho –.

-Luego hablaremos de mí. Por ahora le debo informar que Déborah no podrá asistir a su cita. Disculpe mi impuntualidad, sucede que no conozco esta zona, me extravié – explicó el  hombre –.

-No comprendo por qué no me llamó - manifestó exaltado Fermín -, por lo menos para avisarme que usted vendría en su lugar a ofrecer las disculpas del caso.

-Es que tal vez usted no posea la capacidad suficiente para considerar que no hay nada que disculpar.

-No comprendo.

-Déborah no pudo asistir debido a que sucedió lo inevitable, una irrecusable propuesta que le realicé, oferta que no pudo ni supo rechazar por lo tentadora, algo similar a lo que le ofrecí a Claudio meses atrás – relató el anónimo -. Me solicitó encarecidamente que la disculpe, que se quedara tranquilo y en paz con su conciencia porque todo se había solucionado, de modo que no es necesario hacer la denuncia. En la tarde-noche de ayer Claudio logró comunicarse con ella, la invitó a su casa, y allí estaba yo como huésped, para darle luz a lo que Déborah presagiaba muy oscuro.

-Su nombre es Isa, infiero – interrumpió Fermín –.

-En efecto, veo que Claudio le habló de mí.

-Lo hizo sin dar demasiados detalles. De todas maneras debo asumir que es necesario olvidarme tanto de Claudio como de Déborah.

-Si usted no se hubiera enamorado de ella, acaso estaría aquí, en mi lugar. No podía permitirlo. Claudio no merecía verlos amantes y dichosos. Era su novia y usted su amigo.

-¿Y dónde están? – preguntó Fermín –.

-No es momento que lo sepa, no está preparado para tan compleja y majestuosa información, tal vez con los años, no sé sabe. En la coyuntura la finitud no está en su agenda de preocupaciones de manera que no le agregaré fatigosas encomiendas a una vida que a partir de este instante tendrá que sostener con más preguntas y acertijos que respuestas y disfrutes. Claudio me ordenó le dejara las llaves de la propiedad de la cual le legó su usufructo, no su propiedad, acaso aún confía en la aparición de deudos o prole, en el cajón derecho del escritorio hallará una cartera de mano con ocho mil dólares estadounidenses derivados de ahorros personales y la venta de su auto, me informó que confiara en sus decisiones y que sabrá cuidar bien de sus esfuerzos terrenales.

-¿Los volveré a ver?

-¿A quién?

-A ellos y a usted.

-Es joven aún, de usted depende…



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Artificio

-Eso fue hace cuatro años aproximadamente, Doctor. Me mudé a la casa en la cual vivo cuando mi amigo Claudio Lázaro decidió emigrar junto a su novia Déborah, o cuando menos quiero entender que así fue. Pasado el tiempo nunca me quedó claro. Lo cierto es que me dejó las llaves de sus pertenecías a través de un intermediario y desde ese momento las estoy resguardando, digamos que usufructo una suerte de comodato. Desde luego que los bienes monetarios legados ya se han gastado en cuestiones impositivas y de mantenimiento. Vivo de mi salario sumado al alquiler que recibo de mi propio departamento, ubicado a pocas cuadras del lugar. Siento estar viviendo la experiencia de Trelkovsky, el personaje protagónico de El Inquilino de Polansky, incluso algunos hábitos que me fueron propios durante años han dejado paso a costumbres muy marcadas de Claudio.

-¿Podría especificar? – interrumpió el psicólogo -

-Por caso el cambio en ciertas marcas de comestibles, el gusto musical por el blues, fumar un habano cubano por las noches para acompañar momentos de lectura, abocarme por desentrañar la obra completa de Santiago Becerra y su esposa Mercedes, los actuales intereses temáticos por cosas que años atrás no me hubieran motivado curiosidad. En fin, una lista de placeres y riesgos que ignoraba por completo o, en el mejor de los casos, desechaba con marcado prejuicio. No deseo invocar a cuestiones metafísicas en su concepción especulativa pero me siento gratamente invadido por las novedades. Por caso, el viernes pasado concurrí como observador, ahora se le llama perfilador, al billar de Boedo en el cual solían encontrarse Becerra y Claudio. Y lo hice como mero curioso, de hecho y a pesar de seducirme mucho la disciplina y ser un respetable jugador no atiné a solicitarle al mozo la apertura de ninguna de las tantas mesas que estaban disponibles. Preferí en su lugar, cigarro mediante en la puerta, escrutarlo sobre Claudio, con prevenciones, desconocía si aún se acordaba de él.

-Prosiga, me interesa mucho cómo asumió y luego elaboró la información recibida – aseguró el Dr. Vincent para luego preguntar - ¿pudo dar con alguien que lo conociera?

-  Aún no, pero no pierdo las esperanzas. Apenas fui una sola vez al billar. La próxima reservaré una mesa para comenzar a socializar. Sé que mis destrezas a tres bandas colaborarán para lograr atención.

En efecto, Fermín era un eximio cultor de la especialidad a tres bandas, acaso la más compleja de las variantes billaristas populares, y esto quedó plasmado de inmediato al viernes siguiente ante la pronta admiración de los parroquianos que compartían con el foráneo el salón de principiantes. Su primera línea de veinticinco carambolas la completó en apenas cuatro tandas y veinte minutos, la segunda en dos tandas de doce, y la tercera la hizo de comienzo a fin sin yerros, y en ocho minutos. Tal conmoción provocó la aglomeración de una gran cantidad de espectadores a la vera de la mesa que consumían bebidas al mismo ritmo y entusiasmo con el cual cobraba el cajero del lugar, cuestión que automáticamente liberó a Fermín de su adición individual, al fin de cuentas esa noche el joven se había constituido como la atracción del salón. Lo que el forastero desconocía es que tras bambalinas, en una oficina contigua a la barra, el nuevo propietario del lugar lo estaba observando con atención. Antes de retirarse y luego de las palmadas y cortesías del auditorio, el mozo le solicitó de manera muy respetuosa que acepte de buen agrado, a propuesta del dueño, la propiedad del casillero número 47 sin costo alguno, módulo que fuera utilizado, hasta su desaparición por Claudio Lázaro, otro eximió artista del billar que engalanó los salones del lugar. Dentro de él se hallaban sus tacos italianos llamados de cinco quillas, fabricados en grafito, cónicos, con un largo de virola de media pulgada, ideal para carambola, personalizados con sus iniciales grabadas en la zona de la culata, obviamente de caucho, una caja de tizas españolas y dos juegos de bolas inglesas a estrenar.

-A qué se debe tamaña distinción – preguntó Fermín,  azorado por el halago, ocultando la amistad que tuvo con Claudio -

-Por fuera de lo que yo piense o admire solo cumplo órdenes de mi patrón – respondió el mozo -. Él tuvo la posibilidad de verlo actuar desde sus oficinas a través de sus cámaras de seguridad y creo que quedó gratamente conmovido con su performance. Por lo menos eso es lo que me manifestó por línea privada.

-Y cómo se llama su patrón – inquirió Fermín – .

-Me llamo Isa, Fermín, - la gruesa y joven voz se corporizó pausadamente tras los cortinados azules que separaba el salón de maestros de los baños -, nos conocimos hace algunos años en la esquina de la plaza Vélez Sarsfield de Floresta, espero me recuerdes, nuestro encuentro fue con motivo de averiguar sobre la desaparición justamente de Claudio y su novia Déborah.

-Cómo no recordarlo si es motivo de mi terapia – respondió Fermín –

-Como escribió Píndaro, no aspires a una vida inmortal, pero agota el campo de lo posible. Y aquí estoy delante tuyo, como herramienta de eso posible – sentenció Isa, el cual vestía un muy elegante ambo azul insondable, levemente brillante, dándole relevancia a una camisa blanco tiza, abierta hasta la mitad de su pecho, cuyo breve cuello intermediaba entre la tradición y aquel simulacro bautizado en los ochenta como Mao. Sus zapatos de estilo italiano, también en azul nocturno, le daban esbeltez a la caída de un pantalón que exhibía la perfección de un corte personalizado - .

-No comprendo – se mostró sorprendido Fermín –.

-Tanto Claudio como Déborah están en donde ellos decidieron estar, solo fui el puente que les ayudó en su iniciativa – comenzó con su relato Isa -. Tu dilema psicológico es terrenal y tiene que ver con tus egoísmos, ansiedades, interrogantes, no con la suerte de la que ambos jóvenes hoy disfrutan teniendo incluso vecindad, no solamente onírica, con Santiago y su esposa Mercedes. Hablo de la inmortalidad mí estimado Fermín, y el brillo que le otorga a la juventud, y viceversa, cuestión que no es gratuita y que es necesario ganarse, no pagando en metálico, por el contrario, sino portando valores muy alejados del precio, tal vez inadvertidos por él mismo candidato. Incluso tengo especial inclinación por aquellos jóvenes totalmente ignorados, y en algún caso, destratados por su contemporaneidad. Por caso, sin Claudio no podía haber llegado a Déborah, por ventura Santiago me abrió la puerta. Desde luego que me refiero a lograr de manera rápida ganarme sus confianzas, es decir, evitar tener que sobrellevar la fatigosa roca de la incertidumbre y el recelo. Digamos, trato de recorrer los caminos más amigables.

-Entiendo lo de Santiago y su esposa, hablamos de dos talentos literarios, entiendo lo de Claudio como nexo, aunque lo observo especulativo, si me lo permite ruin, pero no me cierra su interés por Déborah y por mí – refutó Fermín –.

-Cuando nos despedimos de aquella plaza usted me preguntó si los volvería a ver, incluso extendió su curiosidad hacia mi persona – interrumpió Isa –

-Lo recuerdo. Es más, usted me respondió que aún era joven, que dependía de mí.

-Pues bien, su búsqueda tuvo premio. Le aclaro que Déborah, en el presente, es considerada como un mojón inextinguible de las artes plásticas, específicamente dentro las academias de escultura. Sus escasas cinco obras, producto de su pronta desaparición, son motivo de revisión y análisis, en algunos claustros son asignaturas en sí mismas. El Museo de Bellas Artes las tiene en exposición, resguardadas en un pequeño y muy luminoso apartado exclusivo, el cual lleva su nombre, bajo las más estrictas normas de seguridad. Lo invito a que uno de estos días se regale un paseo por tan recoleto lugar de Buenos Aires, acaso cuando visite ese salón sentirá un íntimo orgullo por haberla conocido personalmente. Además, y a pesar que su fallecimiento fue relativamente reciente, varios centros culturales de las barriadas de la ciudad llevan su nombre, más allá de una notable artista su figura emerge como un ícono de místico tenor en vastos sectores populares, una suerte de mártir, una heroína.

-Le puedo preguntar cómo resolvió cada caso- inquirió Fermín –

-Usualmente tratamos que el elegido opte por los modos y el momento, en algunas ocasiones el devenir juega sus cartas, en otras circunstancias nos vemos obligados a determinar. De todos modos no olvide que Somnis imago mortis, esto es, el sueño es la imagen de la muerte. Cualquier cosa que hagas contempla la muerte, detalló acertadamente Séneca, para luego agregar, es más cruel tenerle miedo a la muerte que morir, planteados los términos lamento disentir con Umberto Eco cuando en el Nombre de la Rosa metaforiza “La muerte es el descanso del viajero, el fin de todos los trabajos”. Ciertamente, en nuestro caso, y por el carácter prematuro del suceso no existe cansancio de vida ni fatiga laboral alguna, incluso, y a favor de su consulta, existen un par de manuales sobre el arte del buen morir titulados Ars Moriendi, escritos en la primera mitad del siglo XV, en ellos se detallan protocolos y concejos para llegar de buen modo a ese recodo de la vida. Lo sufrido por Mercedes fue una fatalidad, lo cierto es que debieron haber pasado algunos años para el desenlace terrenal, incluso habíamos contemplado el crecimiento del bebé, nada pudimos hacer cuando la enfermedad hizo estragos, tratamos de mitigar su dolor lo máximo posible, justamente a través del trance, del sueño, aproximarla al episodio de modo fantasioso, cual si fuera una ficción. Si tuvimos muchas dificultades con Santiago. No por él, sino por las circunstancias. Bueno es admitir que somos falibles. Becerra aún no había cumplido con las prerrogativas mínimas para acceder a la inmortalidad, de hecho el cónclave de eruditos en su asignatura lo había objetado, por lo cual me tomé algunas atribuciones que me son propias dejándole a nuestro gestor órdenes precisas de cómo actuar. En ambos casos no pudieron elegir sus decesos, en su lugar fui yo, Isa, el Cristo profeta del Islam, quien tomó la decisión. Claudio fue acaso el menos traumático ya que solo ofició como pretexto, fue una personalidad muy poco interesante, banal, un burgués, un mercader siglo XXI que difícilmente hubiera entendido la profundidad del dilema, vivió para su ego, y su ego nos fue cardinal a la hora de acercarnos a Déborah. Una vulgar sobredosis de anfetaminas voluntaria mezclada con Ron alcanzó como puente para finalizar con su empobrecida y decadente existencia. No tenía familia que reclamara sus ruinas, ni materiales ni espirituales. Solo se mantuvieron interesados en él Déborah y vos. De la niña hablamos hace unos minutos, solo me resta decirte que ella misma eligió el modo de emigrar hacia el Parnaso. Y lo hizo en silencio, en su pequeño apartamento, adormecida; un casual escape de gas natural provisto por el horno de su cocina le proporcionó, primero el necesario letargo y luego la ausencia de oxígeno. Para cuando la vecindad se percató del viciado y alarmante hedor y la dotación de bomberos pudo ingresar a la vivienda nuestra encantadora artista yacía sin vida terrenal, en su cama, desnuda, poética. Se habló de un suicidio inducido por causas emotivas extremas ante la pérdida de Claudio, se habló de un descuido hogareño, hasta se soslayó la idea de violencia de género producto de algún amante no correspondido.

-Pero mi estimado, usted y yo sabemos que en lo personal no poseo talentos ni cualidades que merezcan tal distinción universal. Soy mucho más parecido a Claudio en ese sentido, acaso única y secretamente me esté considerando un puente necesario hacia otros intereses, hacia otras personas, cosa de la cual dudo debido a que no conozco notables y casi todas mis relaciones ni rozan la media de la vara dejada por Claudio, a pesar de la mención que hizo de sus banalidades posmodernas, análisis que comparto, sin hablar de Déborah,  desde luego.  – irrumpió Fermín -.

-Acaso su talento radique en saberse decoroso, modesto, para nada soberbio, cualidades extrañas para el individuo moderno, propietario de un trato que hace a la comodidad del otro. Yo siento placer con su compañía, de hecho le iba a proponer que compartamos un rato del juego, en el salón privado, apenas una línea a tres bandas, al observarlo me sedujeron sus talentos por cierto, para que la conversación tenga matices en donde el elemento lúdico, valga la redundancia, juegue sus azares.

-Por supuesto, será un placer – aceptó con marcado entusiasmo Fermín – es la única actividad que me propone holgazana creatividad. Tal vez abuse de la situación y en el transcurso de la partida lo aproveche como confesor, pero no en el rol de mercedario o sacerdote, menos como delator, acaso me valga de mis talentos para lograr interesarlo sobre ciertos naufragios, infortunios que tristemente no se esfuerzan por liberarme, y en algún caso no permito licenciar.

-Desde luego, sospecho que el billar se conversa más allá que posea interludios de estudio y análisis – inquirió con prudencia Isa  -.

-No se equivoca en tanto momento lúdico, cuando la cuestión pasa por la disputa el silencio solo se compara al que concurre en una partida de ajedrez, ni le cuento cuando de competencia oficial se trata.

-Lo invito entonces que pase al privado, mi estimado Fermín. No dudo que el ambiente será de su agrado y comodidad.



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La Partida

Una vez ingresado al salón, escoltado por Isa, Fermín no tuvo más opción que detenerse ante el armónico encanto del recinto. Cada detalle ornamental, cada instancia de funcionalidad y el orden de sus luminarias atendían a una lógica que combinaba de manera precisa la libertad para disfrutar del juego y el abrigo quijote que obsequiaba el ambiente. De amplia mensura ubicaba a la mesa de billar francés como centralidad, mobiliario de fina estirpe cuyo centro de gravedad se hallaba de acuerdo a las estrictas normas internacionales. Por encima del paño, a una altura segura y prudencial, dos elegantes candeleros compuestos por una docena de bombillas leds cada uno, completaban, con suma exquisitez, las exigencias visuales que requería la disciplina. La pintura de las paredes guardaba sincronía. La gama del beige era la que predominaba solo interrumpida por un tono albo tanto en gargantas, óvolos grecorromanos y molduras. Se trataba de un espacio ajeno al exterior, extranjero dentro de su propio ámbito, incluso la insonoridad y hasta la acústica le daban un aspecto de estudio de grabación. En uno de los laterales, dentro de una vidriera diseñada para tales efectos, se hallaban alineados los tacos que utilizaron los más importantes billaristas de la especialidad carambola a tres bandas de todos los tiempos. Desde el belga Raymond Ceulemans, el estadounidense Hoppe, el sueco Blomdahl, el turco Sayginer, el italiano Zanetti, pasando por el español Dany Sánchez, el cubano Alfredo de Oro, y hasta nuestros notables, el tres arróyense, campeón mundial, Leopoldo Cabrera y por supuesto Oswaldo Berardi y Enrique Navarra. Eran sin lugar a dudas piezas de colección. En un aparador antiguo, de impecable traza, decimonónico, con puertas vitraux incoloras y herrajes de bronce en sus cuatro laterales, descansaban varios juegos de bolas nomencladas y un detalle preciso que daban cuenta de sus históricas partidas, así también, como resabios, moraban restos de tizas que había quedado como recuerdo de esas interminables jornadas de inspiración y ciencia a tres bandas.

-Que música de fondo te gustaría para acompañar la partida – preguntó Isa -, tenemos la posibilidad que elijas a placer. Un ordenador personal, banda ancha y un par de amplificadores nos ofrecerán vital hospitalidad. Vos determinás el género. Confío en tu refinada excelencia.

-Blues – respondió sin titubeos Fermín –.

-Excelente. Algún maestro en especial del género o puede ser un compilado de páginas memorables.

-Prefiero esto último – aseguró el invitado -  sobre todo dentro de los sitios Romantic y Relaxing Blues; existen en la red compilados formidables de hasta cinco horas de grabación con los artistas más destacados del género. Incluso hay un espacio titulado Whisky-Blues que presenta alrededor de doce trabajos de hora y media cada uno.

-A propósito ¿Un trago? Lo que gustes, bajo la barra está ubicado el frigobar, – invitó Isa –atrás las copas.

-Una cerveza, quizás.

A continuación del salón y tras un cortinado rústico se hallaba el baño toilette, de amplias medidas, con botiquín, toallero descartable, grillas para desodorizar en varias fragancias y ventilación exterior. El conjunto le obsequiaba al visitante suma pulcritud y distinción. Sobre la barra del salón tabacos varios estaban a disposición del huésped fumador, cigarrillos nacionales e importados, rubios y negros, los afamados habanos cubanos, Montecristo, Partagás y Cohiba en sus cajas originales de presentación, a continuación elegantemente dispuesto se encontraba acopiado tabaco para pipa, el danés Mc Baren, el sueco Borkun Riff, el británico Dunhill, el irlandés Peterson lucían sus europeo prestigios en la materia. Entre medio y como separadores oficiaban ceniceros de hierro fundido de variados formatos y varios encendedores carusitas dispersos. Los primeros acordes de Midnight Blues en la guitarra de Sonny White determinaron el comienzo de la contienda. Previamente escogieron los tacos. Isa invitó a Fermín para que lo hiciera en primer lugar. El anfitrión deslizó hacia la izquierda la vitrina que protegía el aparador, conminando al visitante que con plena libertad escoja su taco fetiche. Fermín no dudó, fue directo hacia el apartado en donde se encontraba la pieza del oriundo de Manzanillo, actual Granma, Cuba, el maestro Alfredo de Oro, considerado uno de los cuatro mejores billaristas de todos los tiempos. Por su lado Isa, escogió el taco de William Hoppe, ganador de medio centenar de torneos mundiales entre 1906 y 1952. Ambos jugadores optaron por el formato a distancia dejando de lado la fórmula internacional de los cinco sets a quince carambolas, de manera que la partida sería al mejor de cincuenta aciertos, o, de acuerdo al antiquísimo ábaco tanteador que colgaba de la pared, a dos líneas de veinticinco. El derecho de apertura lo tendría aquel que acercase con la mayor precisión posible su bola jugadora a la banda opuesta tomando como trayectoria el largo de la mesa, dicho intento cabía hacerlo tanto en línea recta como con inclinación, incluso era posible la utilización de las bandas laterales. Dilucidado el pleito sería Isa quien comenzaría con su serie debido a que su bola jugadora quedó sellada a la banda.

-Te incomoda que tengamos un espectador del juego – le consultó Isa al invitado -.

-En lo absoluto – aseguró Fermín –.

-Dale, venite, que aún no comenzamos el juego, te esperamos – manifestó Isa telefónicamente apenas recibiera el visto bueno de Fermín –. En solo un par de minutos y luego de los saludos arrancamos.

-Me parece bien.

El estupor se hizo feudo del joven al momento que la invitada sellara con energía el picaporte de una disimulada puerta lateral. Déborah, sonriente, caminaba hacia él con la firme decisión de estrecharlo en un abrazo tan fraternal como sentido. Isa había realizado su movida magistral, la mejor, la más lúcida y lucida carambola antes de comenzar el juego, mientras, a modo de entrenamiento, perfilaba sus efectos apuntando hacia los diamantes que toda mesa de billar profesional tiene en sus tangentes como referencia espacial.
En el momento Fermín transitó la instancia impostando cierta naturalidad, siempre en términos relativos desde luego. Sabía que mostrarse frágil ante Isa era tan perjudicial como exhibirse indiferente. Ambas conductas iban a despertar señales que sin dudas su oponente circunstancial en el juego aprovecharía, deteniéndose seguramente en párrafos existenciales mucho más relevantes de lo que son algunas simples precisiones billaristas. Se mostró muy feliz desde luego, pero sin indagar, escogió el silencio, la abrazó con cariño y le acarició el cabello, hasta algunas lágrimas mimaron sus mejillas al notar que la emoción era recíproca.

-Qué te parece Fermín si comenzamos– propuso Isa –.

-Cuando gustes.

Poco menos de una hora duró el encuentro. Con una tanda de doce y otra de dieciocho carambolas, Isa dejó sin asunto a Fermín, el cual pudo interponerse y dar batalla hidalgamente con una brillante serie de veinte en tanto su calidad artística, circunstancia que por un momento lo puso al frente en la contienda, brillante seguidilla que para su infortunio no alcanzó.
Mientras tanto los talentos de Trout, Earl, Bonamassa, Taylor, Meniketti, Tucker, Petrucci, Satriani, Vai, Lee, continuaban amplificando y purificando su reparadora faena ambiental con acordes celestiales. El Montecristo número 4, habano de selección, resultaba un bálsamo halagador, al igual que lagenerosa medida del coñac francés Hennessy X.O, acaso entre los tres mejores destilados del planeta.

-Lo felicito, excelente partida, sinceramente me sorprendieron sus destrezas – reconoció Fermín -, hace años que no veo tan virtuoso artista de la tres bandas.

-Imposible no serlo con semejante maestro – respondió Isa -. Durante tu concurrencia semanal a nuestro centro no he apartado la vista cuando decidías cumplir con el pedido del auditorio para que los maravilles con algunas de tus fantasías.

-De todos modos quiero aclararle que mi grado de concentración no ha sido el adecuado. No deseo menoscabar su legítimo y sobresaliente triunfo pero hay que considerar las circunstancias atenuantes – aclaró Fermín –.

-No sería honesto si no lo hiciera. Reconozco que la presencia de Déborah te corrió el eje. Te pido disculpas, fue adrede, es parte de un buen competidor saber sobreponerse ante la adversidad de sus debilidades y laberintos internos. Allí se jugaba la partida existencial, mi estimado Fermín, ni en la excelencia de la mesa, ni en las calidades de los tacos, ni en la armonía de la música, ni en el bouquet del tabaco, ni en el glamour de los destilados – confesó Isa –. Me voy a retirar por un rato, debo cerrar los distintos salones de la confitería, y licenciar a mis colaboradores, he abusado demasiado de sus fidelidades; los mozos, el maestro pizzero, la encargada de la caja, la muchachada de la limpieza, en fin, además deseo que conversen, me parece que tienen pendientes que aclarar y nada mejor que la privacidad para llegar a las más profundas sinceridades.



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Despedida

-En ocasiones sospecho que existen personas que al proyectar su vida terrenal no logran descifrar e incluir la esencia genial de su existencia. Se van del mundo sin enterarse de sus absolutos talentos. Acaso el propio vértigo de la modernidad no permite tal lectura, y así fabulosos intelectos y bonhomías van quedando en el camino tapados por sus debilidades y  por las banalidades de la época. Desde luego que esto no es privativo de la contemporaneidad, pero creo que se intensifica aún debido a que justamente la oferta de banalidades se ha potenciado tanto como el individualismo – sentenció Déborah –.

-Estoy muy perturbado – interrumpió Fermín -. Verte luego de tanto tiempo y comprobar que tu aroma sigue estando vivo es algo que no puedo asimilar con naturalidad. Estaba presente tu recuerdo y esas pocas horas compartidas cuando Claudio era un pretexto, cuando vos eras mi texto y yo tan solo un aforismo.

-Entonces no me equivoco –acometió Déborah -. Ha pasado el tiempo y lo seguís dejando pasar sin detectar que ese tiempo terrenal es una posibilidad cierta de creativa genialidad, no solo desde la originalidad sino también para mejorar lo preexistente.

-Debo inferir que tras tus palabras existe cierto interés para que de manera particular piense en ellas a modo de decisión. No hay manera de entenderlas en otro contexto. Sospecho que me estás mostrando un camino y que en él habitan una multiplicidad de indicaciones, correcciones, advertencias y sugerencias – refutó Fermín -.

-En este ámbito lúdico, generoso a los sentidos, pero que en su síntesis real se advierte como un recinto de expiación, un perímetro de tránsito eventual, acaso un purgatorio informal, es el lugar en donde debés asumir y hacerte responsable de las razones por las cuales has obtenido el beneficio de la vida, gracia que no vislumbro sepas por el momento leer, y menos tener la capacidad de ponderar y pensar –dedujo con severidad Déborah -.

-Comprendo entonces que estoy en instancias de tránsito, en una suerte de limbo y que vos, cual pródiga, actúas como mi específica conductora hacia el laberinto del guión et emmatura mors, la muerte temprana, la vida que no ha llegado a corromperse ni a pervertirse, tragedia en donde Isa es el amo y señor de todas las voluntades. Te confieso que no me gusta en lo que te han convertido. Atando cabos he investigado y leído algo sobre el tema debido a ciertas similitudes que hallé en algunas desapariciones cercanas. Comunes denominadores que hacen a una lógica que realmente me asquea por lo egoísta y por lo siniestra. Me tiene muy sin cuidado que sean fuerzas superiores las que administren esta intriga, creo que explotar las debilidades humanas para imponerles condiciones de manera subrepticia y apoderarse de lo único que tienen tangible, real, doloroso y disfrutable, me parece de una perversión absoluta. Uno estaba convencido, o cuando menos creía, que tales cuestiones solo se daban dentro de las obras de la antigüedad griega, licencias monstruosas que hasta eran condonadas por lo creativas. Nuestro Isa no escapa demasiado a esas definiciones y vos estás jugando como inciso de la tragedia, para eso, con pretextos universales e infinitos, te quitaron tu ser vital, tu ser cognoscible, tu ser sexual, tu ser curioso, tu ser creativo, tu ser equivocado, falible, improcedente, polémico. Nada de lo que te diga perforará el prisma de superioridad moral que te acordona, la emoción te ha sido extirpada. Isa se llevó a Mercedes con una hija en su vientre a la cual se le impidió la oportunidad de llorar, a Santiago luego de haber vivido un calvario de treinta años en medio de la soledad y el dolor, a Claudio sin saber el porqué de la cosa, a vos como instrumento de codicia, y ahora me quiere a mí, vaya a saber el motivo de su capricho. Hace pocos minutos afirmaste que existen personas que al proyectar su vida terrenal no logran descifrar e incluir la esencia genial de su existencia, pues menos lo podrán hacer si el plan es arrancar esa posibilidad de manera temprana. Alguien malicioso en extremo nos privó de vos cuando recién habías cumplido los veinte años, pero lo más importante es que a vos se te privó de ser vos, incluso de dejar de ser eso que fuiste hasta los veinte años. ¿Vale tanto la inmortalidad a tal punto de morir por ella, de dejar de ser por ella? ¿Importa una inmortalidad no construida por uno mismo, sino por el capricho de una conjetura? Profecía que nos impidió leer nuevos textos de Santiago y de Mercedes, presagio que nos privó de decenas de tus esculturas, oráculo que nos robó la mágica compañía de Claudio a la hora de relatar historias, arte que solo él desarrollaba en las reuniones ocasionales con enorme entusiasmo y refinado histrionismo. Una cosa es el deceso inevitable, un accidente, una enfermedad, un incidente, otra muy distinta acordar ser decomisado para perdurar eternamente, hasta si me lo permitís existe algo de soberbia en la actitud, creer que somos merecedores, por apología divina de un ser tan atrayente como sospechoso, que la humanidad nos recuerde hasta el fin de los tiempos. No quiero ser injusto y trazar una analogía desmedida pero tal actitud intensa me recuerda al fanatismo de los pastores pentecostales a la hora de reclutar fieles, en donde decirle a cada uno lo que ese candidato débil y sin reservas anímicas espera escuchar es la base del fraude intelectual. Te pido que disculpes mi sinceridad, tal vez me consideres inflexible y hasta hereje. Mi amor por vos se transformó en dolorosa pasión pues se ha incrementado con tu ausencia y no tenerte a mi lado hace que no pueda exonerar al sino que lo hizo posible. Deseaba tener una vida contigo, no un dogma, no me interesaba en lo absoluto ver pasar la historia cual serie televisiva. No tiene sentido ser testigo bajo las condiciones de una ausencia sin espera.

-Reconozco que la subliminal oferta que propone  no temerle a muerte es muy tentadora – interrumpió con tristeza Déborah -. Quitar al dolor de la escena es una carta muy fuerte con la cual juega Isa. Las mayorías le tememos a la muerte por el sufrimiento y por esa supuesta nada existencial. En su invitación elimina los dos dilemas.

-Pero te robó lo único e indivisible que tenías, la vida. Ya lo escribió el propio Becerra en su libro de cuentos, la muerte es uno de los extremos sucios del sendero, y así debe ser para que ese sendero valga la pena ser recorrido. Si la muerte duele es porque disfrutaste del sendero, si no daña es porque ese camino nunca debió haberse recorrido. La muerte le da sentido a la vida, no es un trámite, es una síntesis, una ponencia sobre vos.

-Por un momento ambos estamos compartiendo un espacio en donde los límites entre la finitud y la inmortalidad son difusos, no me equivoco si afirmo que no existen, por eso Fermín, nos podemos comunicar, tocar y abrazar, y si lo deseáramos hasta tendríamos la amnistía para hacer el amor, épica a la cual Isa no se opondría, en estas intersecciones celestiales, dentro de los diagramas de Venn universales, se habilitan cortesías de todo tenor. Es un estado de espera dosificado dentro de una habitación en donde existen dos puertas, una de ellas te lleva a la necedad terrenal, lugar que sé perfectamente te incomoda y te rebela, pero que a la vez te estimula, y que más allá de tu esfuerzo nunca podrás cambiar, cuestión de la que estás persuadido, mejor dicho, los años vividos y los fracasos te han persuadido. Es cierto, es la vida por definición propia, es la existencia sin eufemismos, es la búsqueda de la felicidad y del conocimiento, es la curiosidad, la duda, el placer, la imaginación, la dicha y el dolor, muchas contradicciones excitantes y emotivas como para dejarlas abandonadas en la borra del café. Te comprendo tal cual lo harían Claudio, Santiago y Mercedes, o Kafka, o Camus, o Federico García Lorca, debido a que cada uno de nosotros pasó por la misma situación. Fuiste tema de debate antes de que yo ingresara al recinto, y te adelanto, no hubo unanimidad de criterios, hay algunos de ellos que están absolutamente arrepentidos del dictamen que tomaron ante Isa, por caso Camus considera que se traicionó habiendo minimizando el valor y la fuerza interior de los afectos, cuestión que durante algún tiempo lo tuvo mortificado, placer terrenal emotivo que por no tenerlo añora con marcada nostalgia. Y luego está la puerta por la cual ingresé, entrada intrusa por cierto, cruce que te conduce a un laberinto de insospechadas e interminables lecturas humanistas, acaso el lugar en donde descansan todas las respuestas, sean estas direccionadas hacía preguntas tanto válidas como aquellas mal realizadas, incluso destinadas a preguntas que no eran tales, innecesarias y caprichosas, producto de un imaginario legado desde los tiempos de la creación. Tópicos como la justicia, la decencia, el deber, la política, la violencia, el miedo, el amor, la belleza, la inspiración, el placer, las artes, la muerte, son deconstruidos y reconstruidos para volverlos a descontruir a medida que el comportamiento humano va corriendo sus límites de acuerdo a sus comodidades, tratando de justificarlas a partir de disfraces tan banales como módicos. Por ejemplo, al término cambio se le ha otorgado entidad de sustantivo y hasta de adjetivo, se le ha mimetizado su estatus de verbo, de acción, el cual tiene incidencia solamente en tanto su intención final, su por qué, su razón. La humanidad no cambia, reformula sus simulacros para justificarse y perdonar sus propias ignominias, sus crímenes y sus vilezas. El género humano se acerca más a ese psicópata que siempre soñó ser, ha salido del closet, ha perdido la vergüenza de creerse Dios.

-El apocalipsis – interrumpió Fermín -. Dejar de temerle a Dios aun en la devoción y en la virtud, pero intentando ocupar su lugar, haciéndole decir cosas que nunca dijo, simplemente porque está en silencio. Como aseguró Freud, triunfará el instinto de la muerte y la humanidad será aniquilada. Algunos piensan que esta profecía es solo una metáfora. El ser es el abismo aseguró Heidegger en su versión apocalíptica.

-Isa vino a salvarnos – advirtió Déborah –.

-Temo que Isa, el Jesús Profeta del Islam, le está demostrando a Dios lo inútil e infame que fue su pasión, su calvario, y se lo está señalando con cada uno que huye de la vida persuadido camino a la eternidad. Deshabita al mundo de los mejores y la humanidad, al igual que entonces, sigue sin atender el mensaje. Es un drenaje por goteo, eficaz por lo imperceptible, nadie hoy es capaz de discutirle el halo de justicia que tendría un epílogo apocalíptico.

-Me debo retirar, Fermín – interrumpió Déborah -. Tengo precisas instrucciones. Hacer lo que esté a mi alcance para que comprendas y estimes el rol que te reserva la eternidad. Me quedaría horas conversando contigo, pero hace años que este no es mi lugar, a pesar de las intersecciones espaciales y licencias temporales. Fue hermoso volver a verte, te esperamos, y hablo en plural, porque antes de venir nos diputamos con Claudio el anhelo de abrazarte.

Déborah abandonó el salón disfrutando del mismo sigilo con el cual había ingresado, y lo hizo por esa indefinida puerta que orillaba en uno de los laterales más oscuros, acaso atravesando la pared, tal vez desapareciendo de modo fantasmal, cual mal sueño. En ese momento Fermín se percató que los compases del blues nunca lo dejaron de acompañar, siempre habían estado allí a la espera de su regreso y atención, la seductora armónica de la bella Indiara Sfair le advertía, en ese instante, que estar vivo seguía siendo una hermosa e indescifrable aventura y que esa cuestión del vencimiento estaba por verse. Antes de irse tomó de la barra dos Montecristo número cuatro y un Cohiba Espléndido, auténtico desde luego, los dos primeros se los guardó en el bolsillo de la camisa para una mejor oportunidad dándole lumbre al habano preferido de Fidel con uno de los encendedores carusita disponibles en el mostrador, tras lo cual se sirvió una generosa medida del vino La Mascota, cepa Cabernet Sauvignon que fuera elegido el mejor vino del mundo hacía un par de años en el Vinalies Internationales de París. Minutos después tomó uno de los tacos que había en el escaparte, en esta ocasión sin detenerse en la identidad de su propietario con la intención de jugar algunas fantasías hasta el primer desliz. En soledad y luego de una hora estaba jugando la mejor partida de su vida, llevaba más de cinco decenas de aciertos fantasiosos, cada uno de ellos superaba al anterior en cuanto al grado de dificultad y elegancia. Del habano solo quedaba el aroma sobre el paño y del vino apenas la borra como testigo en el fondo de la botella. Se dio cuenta que era momento de marcharse muy a pesar de la euforia personal por su éxito lúdico, su estancia allí se estaba haciendo interminable  y autoritaria, como si una fuerza superior le impidiese partir. En efecto, al poner atención en la culata del taco observó que Isa era el nombre grabado en un fino dorado cursivo apenas legible. Nuevamente había caído en la trampa. No era su habilidad como billarista la que estaba determinando su prolongada estancia, era el sortilegio de una deidad, su capricho. Dos aciertos más preanunciaron su inmediata partida, la siguiente jugada la haría cambiado de taco, escogió el de su amigo Claudio Lázaro, y de paso se  guardó en comodato uno de los encendedores para disfrutar de los habanos durante el largo trayecto hasta su casa. Tiró la última fantasía, se dio media vuelta camino hacia la puerta principal dejando a sus espaldas las bolas rodando caóticas sobre el paño. Nunca se enterará de manera fehaciente del yerro, aunque no necesitaba la confirmación.
El salón de profesionales ya estaba totalmente a oscuras, al igual que el recinto amateur, solo la lejana luz de la calle brindaba algo de visibilidad para poder caminar sin tropezar, a esa hora de la madrugada nadie moraba en los salones de billar ni en el sector confitería. El blues continuaba sonando de fondo a modo de despedida, esta vez era la descarnada voz de Eunice Waymon, más conocida como Nina Simone. Ya en la vereda, de cara a una Avenida Boedo vacía, cerró la puerta del local quedando clausurada de manera hermética, no se necesitaban mayores seguridades, prendió uno de los Montecristo, dejando el encendedor dentro del buzón correspondiente. Tomó la decisión de caminar unos metros hasta la Avenida Independencia y orientarse hacia el oeste, sospechaba que era la manera menos compleja y más segura de llegar hasta los dominios de Floresta, y de paso ver la posibilidad de que un anómalo taxi nocturno lo condujera hasta su casa. Eran las tres y media de la madrugada de un sábado, las líneas de colectivos hacía años que no prestaban servicios a esas horas y sabía perfectamente que los taxis ya no “giraban” como cantaba el tango, todo se manejaba vía radio llamada, y Fermín lejos estaba de esos asuntos, su celular moraba en su casa sin carga ni crédito. De hecho los dos que pasaron lo ignoraron como si no existiera.
Ya sobre Independencia y habiendo caminado varias cuadras, casi en su cruce con Avenida de La Plata es sorprendido por las luces de una ambulancia que se hallaba flanqueada por tres patrulleros. El encandilar de los destellos azules y rojos de unos y otros hacía imposible, una vez llegado al lugar, no curiosear sobre el suceso. La ausencia de civiles facilitó la indiscreción, además notó que su presencia no llamaba la atención ni era tenida en cuenta por lo que se inmiscuyó entre los peritos sin complicación alguna. Un cuerpo masculino tendido boca abajo yacía si dar señales de vida, los galenos habían dado por terminada su tarea y estaban junto a los oficiales esperando por el cuerpo forense de la Policía Federal para que realice las encomiendas periciales necesarias a cuenta de la futura causa judicial. Según lo que Fermín pudo escuchar del oficial al que llamaban Garmendia, una camioneta que venía por la Avenida Independencia dobló inesperadamente, a gran velocidad y sin guiño de giro hacia Avenida de La Plata en dirección Rivadavia golpeando fuertemente con el espejo lateral el rostro de la víctima al momento que éste estaba cruzando por la línea peatonal en dirección oeste. Estiman que el traumatismo provocó la espontánea pérdida de conocimiento originando una pesada caída sobre el pavimento y el consecuente golpe de su cabeza originando el fallecimiento instantáneo del joven. De acuerdo a lo que Fermín pudo escuchar vía los intercomunicadores de la policía, la camioneta de gran porte logró ser identificada más allá del intento de fuga, habiendo sido hallada a diez cuadras del lugar, más precisamente en la esquina de Lezica y Pringles, abierta, con las llaves colocadas y la luces encendidas. Nada se sabía de su conductor o supuestos acompañantes. A Fermín le seguía llamando la atención esa libertad de movimiento que tenía dentro del perímetro prefijado, no contaba a la vista de los idóneos y auxiliares, de todos modos trataba de posicionarse en sitios en donde no entorpeciera el trabajo. Se lamentó de no haber conservado el encendedor carusita, el último habano Montecristo era una necesaria compañía. La identidad de la víctima aún la ignorada debido a que el cadáver fue preservado con vallas, lonas y protecciones hasta la llegada del cuerpo médico forense. Pasados unos minutos la ambulancia del departamento judicial arribó al lugar estacionando de culata al siniestro. En ese instante Fermín aprovechó para acercarse un pocos más de modo lograr mayor información. Luego de los saludos y las presentaciones correspondientes los peritos comenzaron a dialogar entre sí.

-La identidad del occiso está confirmada – comenzó su informe el oficial Garmendia -. Se trata de Fermín Marchetti, treinta y seis años, argentino, soltero, proveedor de servicios free lance. Muy poco tenemos sobre él más allá de que está domiciliado en el barrio de Floresta.

Los peritos judiciales abrieron las protecciones y allí Fermín pudo constatar para su sorpresa que se trataba de su cuerpo el que estaba descansado sobre el pavimento de Avenida de La Plata, sangrando de su boca y con el cuello roto, incluso podía observar con detalle el relieve que exhibía en el bolsillo de su camisa el grosor del habano cubano.
No había dudas de su mortuorio estatus, podría dar fe a través de una suerte de auto-reconocimiento, acaso por eso no llamaba la atención de nadie teniendo absoluta libertad de tránsito, tal vez esas eran las razones por las cuales los taxis no se detenían ante su voceado, era probable entonces que su real muerte se haya dado dentro de aquel salón de San Juan y Boedo, cuando estaba jugando contra sí mismo su mejor partida, disfrutando de la música, del mejor tabaco, y de los máximos elixires. Se quedó unos minutos aguardando para ver partir sus despojos, tal vez a modo de íntimo responso, sin tener en claro qué sería del devenir. Vio que su exánime materia era elevada a la parte trasera de la ambulancia por dos colaboradores, uno de ellos era Santiago, el otro Claudio, los cuales mediaban como camilleros bajo la atenta supervisión de Déborah, la enfermera a cargo. Isa, el Cristo hombre, Profeta del Islam, era el conductor del vehículo oficial, quien gentilmente, antes de arrancar, se bajó de la cabina dirigiéndose en dirección a Fermín depositando dentro del bolsillo de la camisa un encendedor carusita para que prendiera el último tabaco terrenal, acaso el más complejo de disfrutar, a cuenta de su pronta devolución…


Fin

























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