El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

martes, 14 de abril de 2020

Maestros del Blues. Gilbert Scott-Heron, … La Revolución no será Televisada, escribió el poeta… por Javier Paco Miró




Por Javier Paco Miró

Hay gente que excede una sola vida, que parecería haberse clonado para poder abarcar tan inmenso territorio, en este caso literatura, poesía, música, militancia, revolución, dentro de la música se movió en territorios amplios del blues, jazz, soul con delicado equilibrio, buen gusto, y de paso ser uno de los pioneros del rap. Se llamaba Gilberto, le decían Gil, pero de gil no tenía un pelo.

Gilbert Scott-Heron, (ChicagoEstados Unidos1 de abril de 1949 – Nueva York, Estados Unidos, 27 de mayo de 2011) fue un poeta y músico, principalmente conocido a finales de la década de los´60 y principio de los años´70 por sus actuaciones de poesía cantada y hablada, relacionadas con los activistas afroamericanos. Fue famoso por su poema-canción: The Revolution Will Not Be Televised.


Nació en ChicagoIllinois, pero pasó su infancia en Tennessee y más tarde se mudó al Bronx, donde cursó sus estudios secundarios. Tras estudiar por un año en la Lincoln University en Pensilvania, se mudó a Londres para probar nuevos horizontes en donde publicó su primera novela, The Vulture, que fue bien recibida. Empezó su carrera musical en 1970 con el LP Small Talk at 125th and Lenox. El álbum incluía diatribas agresivas contra los medios corporativos manejados por los blancos, la superficialidad de la televisión y el consumismo, y la ignorancia de la clase media de los Estados Unidos sobre los problemas de las ciudades del interior en canciones tales como Whitey on the Moon.

La banda Mexicana Molotov hizo un cover de su canción The Revolution Will Not Be Televised.

A pesar de sacar algunos álbumes, su éxito más grande llegó en 1978 con la canción «The Bottle». Scott-Heron es a menudo visto como uno de los padres fundadores del rap. Murió el 27 de mayo de 2011. Aún no se han revelado las causas de su deceso. En el momento de su muerte, se supo que era VIH-positivo.







La revolución no será televisada




No te po­drás que­dar en ca­sa, her­mano.
No po­drás co­nec­tar­la, en­cen­der­la y apa­gar­la.
No po­drás per­der­te en la he­roí­na y eva­dir­te,
ni eva­dir­te por una cer­ve­za du­ran­te los anun­cios,
por­que la re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da.

La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da
La re­vo­lu­ción no te se­rá traí­da por Xerox
en cua­tro par­tes sin in­te­rrup­cio­nes de anun­cios.
La re­vo­lu­ción no te mos­tra­rá imá­ge­nes de Nixon
so­plan­do una cor­ne­ta
y en­ca­be­zan­do una de­man­da con­tra John Mitchell,
el General Abrams y Spiro Agnew con tal de co­mer
mor­ci­llas con­fis­ca­das a un san­tua­rio de Harlem.




La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da
La re­vo­lu­ción no te se­rá traí­da por la
Schaefer Award Theatre, ni por las es­tre­llas
Natalie Woods y Steve Mcqueen o Bullwinkle y Julia.

La re­vo­lu­ción no trae­rá a tu bo­ca sex ap­peal.
La re­vo­lu­ción no te des­ha­rá los nu­dos.
La re­vo­lu­ción no te ha­rá ver­te ca­si tres ki­los más del­ga­do,
por­que la re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da, her­mano.

No ha­brá fo­tos tu­yas y de Willie May
em­pu­jan­do ese ca­rri­to de la com­pra ca­lle aba­jo
hu­yen­do deses­pe­ra­da­men­te
o in­ten­tan­do co­lo­car esa te­le­vi­sión a co­lor
en una am­bu­lan­cia ro­ba­da.
NBC no po­drá pre­de­cir el ga­na­dor a las 8:32
o in­for­mar des­de 29 dis­tri­tos.

La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da.
No ha­brá imá­ge­nes de los cer­dos aba­tien­do
a sus her­ma­nos en la re­pe­ti­ción de la ju­ga­da.
No ha­brá imá­ge­nes de los cer­dos aba­tien­do
a sus her­ma­nos en la re­pe­ti­ción de la ju­ga­da.

No ha­brá fo­tos de Whitney Young
sien­do arras­tra­do más allá de Harlem
en un tren con un nue­vo pro­ce­so de mar­ca­do.
No ha­brá cá­ma­ra len­ta o na­tu­ra­le­za muer­ta de Roy Wilkins
pa­sean­do por Watts en un li­be­ra­dor mono
ro­jo, ver­de y ne­gro que ha­bía es­ta­do guar­dan­do
es­pe­ran­do la opor­tu­ni­dad idó­nea.




Green Acres, The Beverly Hillbillies y Hooterville Junction
ya no se­rán tan jo­di­da­men­te re­le­van­tes,
y a las mu­je­res no les im­por­ta­rá
si Dick fue al grano con Jane en Search for Tomorrow
por­que los ne­gros es­ta­rán en las ca­lles
en bus­ca de un día más bri­llan­te.

La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da.
No ha­brá lo más des­ta­ca­do en las no­ti­cias de las on­ce
y no ha­brá imá­ge­nes de pe­lu­das mu­je­res li­be­ra­cio­nis­tas ar­ma­das
y Jackie Onassis so­nán­do­se la na­riz.
La can­ción prin­ci­pal no se­rá es­cri­ta por Jim Webb o Francis Scott Key,
ni can­ta­da por Glen Campbell, Tom Jones, Johnny Cash,
Englebert Humperdunk, o los Rare Earth.

La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da.
La re­vo­lu­ción no ten­drá vuel­ta atrás
des­pués de un men­sa­je so­bre tor­na­dos blan­cos,
 re­lám­pa­gos blan­cos o gen­tes blan­cas.
No ten­drás que preo­cu­par­te por una pa­lo­ma en tu dor­mi­to­rio,
un ti­gre en tu cis­ter­na, o el gi­gan­te en el re­tre­te.
La re­vo­lu­ción no mar­cha­rá me­jor con Coca-Cola.
La re­vo­lu­ción no lu­cha­rá con­tra los gér­me­nes
que pue­den cau­sar mal alien­to.
La re­vo­lu­ción te pon­drá en el asien­to del pi­lo­to.
La re­vo­lu­ción no se­rá te­le­vi­sa­da, no se­rá te­le­vi­sa­da,
no se­rá te­le­vi­sa­da, no se­rá te­le­vi­sa­da.
La re­vo­lu­ción no se­rá re-emitida, her­ma­nos;
la re­vo­lu­ción se­rá en vi­vo.