El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

jueves, 22 de agosto de 2019

Maestros del Blues… John Mayer y un poético Traficante que festeja 10 años de lecturas y mimos...



Su nombre completo es John Clayton Mayer y nació en Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos, el 16 de octubre de 1977. Cantante, músico, compositor y productor discográfico estadounidense, cursó sus estudios en el Berklee College of Music de Boston antes de mudarse a Atlanta, Georgia, en 1997, donde refinó sus conocimientos musicales y comenzó a conseguir atención mediática y cierto seguimiento. Sus dos primeros álbumes de estudio, Room for Squares y Heavier Things, tuvieron bastante éxito comercial, ambos consiguiendo ser certificados multiplatino. Su canción "Your Body Is a Wonderland", le hizo ganar un premio Grammy en 2013 en la categoría de mejor interpretación vocal op masculina.


Comenzó su carrera tocando rock gospel acústico, acercándose poco a poco hacia el género del blues, llegando a colaborar en 2005 con artistas como B. B. King, Buddy Guy y Eric Clapton y formando el John Mayer Trio. La influencia del blues es patente en su álbum Continuum, lanzado en septiembre de 2006. Ganó el premio Grammy en la categoría de mejor álbum vocal pop por Continuum y mejor interpretación vocal pop masculina por "Waiting on the World to Change" en la gala número 49 de los premios Grammy de 2007. Su último disco,The Search for Everything, se lanzó en 2017

Fuente


Traficante

·       Un relato muy sugestivo en lo personal, como autor y escritor vocacional, está cumpliendo su décimo aniversario. Traficante ha tenido un recorrido impensado cuando por entonces fue bocetado a mano alzada y sin corrección una mañana cualquiera en la vieja y modesta ferretería olvidada de la calle Agustín Rago de El Perdido, Estación  José A. Guisasola. Hoy no solo forma parte del libro de cuentos breves El Sendero de los Extremos Sucios, sino que además ha logrado ser convocado tanto en Antologías nacionales como internacionales, en sitios literarios hispanoparlantes ubicados en dispares latitudes y de haber obtenido el placer en distintos certámenes con menciones y halagos inmerecidos. No es uno de mis relatos preferidos, acaso por eso es que deseo expresarle mi afecto y mi lealtad incondicional



Deseoso de olvidar, recordaba; ansioso por recordar, olvidaba. Pensó en Borges, en Funes y su intangible calvario mnemónico. Pensó también en la pócima del olvido y en el estupendo relato del Ángel Gris. Ambos textos le fueron acercados por un viejo amigo argentino, escritor exiliado en tiempos de la dictadura de los años setenta. Vencido, buscando un salvoconducto, estimó prudente traficar el significado de los verbos. Así Charles J. Samuels se indujo a no tener compasiones de modo crear una nueva codificación, un nuevo lenguaje en donde toda evidencia debía desaparecer, en donde la revisión era motivo y clave universal. Londres abandonó definitivamente su tinte de ciudad niebla, tanto Estambul como Praga comenzaron a minar sus ancestrales atractivos, París cegó sus luces imprevistamente y Roma abandonó su bronce de doncella vaticana. Al mismo tiempo esas taxativas definiciones eran inmediatamente olvidadas dando paso al recuerdo de lo que nunca fueron. Para Samuels la realidad era tan sólo una percepción fraudulenta compuesta por cientos de chantajes que decidieron coexistir para no agredirse; porque el asunto es perdurar utilitariamente. La necesidad era desarrollar un nuevo relato, un nuevo motivo que merezca ser enterrado. Entonces apareció en llamas una ciudad todavía no creada, moría en un baldío de La Habana una bella mujer todavía no nacida y el aire no contaminaba porque se había encontrado el modo de conservarlo impune a través de un sistema de purificación asimétrica. El mundo real era reiteradamente evocado por el olvido. La obra de Samuels no encontró seguidores ni entusiastas; decenas de editores se abstuvieron de publicar sus manuscritos y los pocos que accedieron a los bocetos preliminares desecharon sus conceptos a pesar de reconocer una fina y atildada prosa.
Charles se suicidó en Edimburgo, su ciudad natal, arrojándose al cauce principal del Walter of Leite, el uno de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve al cumplirse el cincuenta aniversario de la invasión nazi a Polonia. Amaba Varsovia; lo laceraba aquel reflejo sepia y en ruinas. Sus contados confesores afirmaron que el amor de su vida aún caminaba por los despojos de aquella ciudad; se sospecha que el imborrable recuerdo de aquella invasión encontró plena justificación para dejar de especular. La evocación y la memoria vencieron el espíritu traficante de Charles J. Samuels, tanto es así, que los espectros de Robert the Bruce y de Walter Scott fueron los únicos privilegiados en asistir a sus exequias. En definitiva, dejar de ser escocés no era cuestión a traficar.