El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

jueves, 1 de agosto de 2019

Maestros del Blues.. la leyenda del Taj Mahal. Nos la cuenta Javier Paco Miró y un Epílogo en medio de 12 compases



Por Javier Paco Miró













Taj Mahal, su verdadero nombre es Henry Saint Clair Fredericks, nació en Nueva York el 17 de mayo de 1942. Si bien es un músico por formación de blues, logró fusionar lo rural del género con el jazz, el reggae, el calypso, el zydeco y la música hawaiana en una sintetizada e infinita melodía propia.  Su padre era un indígena de la zona del oeste de Estados Unidos y su madre era afroamericana, de manera que Taj fue expuesto a múltiples culturas desde su nacimiento.




Durante algún tiempo Mahal desarrolló su pasión hacia la agricultura por encima de la música. A los dieciseis años ya trabajaba en una granja lechera en Palmer, Massachusetts, no lejos de Springfield. A los diecinueve se había convertido en capataz de finca, haciéndose cargo del lugar.


Taj Mahal, su nombre artístico, vino a él en sueños sobre Gandhi, India y la tolerancia social. Lo comenzó a usar entre 1959 y  1961, alrededor del mismo tiempo él comenzó a asistir a la Universidad de Massachusetts. A pesar de haber asistido a una escuela de agricultura profesional, convirtiéndose en un miembro de la organización nacional de FFA, con especialización en ganadería y en Ciencias Veterinarias y Agronomía, Mahal decidió en ese entonces tomar el camino de la música. En la Universidad dirigió una banda de rythm and blues llamada Taj Mahal & la Elektras y, antes de salir para la costa oeste de Estados Unidos, también formaba parte de un dúo con Jessie Lee Kincaid. Grabó su primer disco en 1967 y rápidamente estaba dando shows con los Grateful Dead y Jefferson Airplane.


Fue multi-instrumentista, tocaba la guitarra, el piano, el bajo, el órgano, la mandolina, el chelo, el salterio, el flautín,  la armónica, la kalimba, el vibráfono y el dobro. Siempre se esmeró para componer nuevas músicas combinando formas musicales diversas obteniendo resultando plenos de energía y grácilmente evocativos. Durante un breve período, en 1971, colaboró con la banda de jazz-rock española Om. En la década de 1990, desarrollando su tarea artística de la mano de la grabadora independiente Private records, hizo trabajos colaborativos con Eric Clapton y Etta James. 




En 1997 ganó mejor álbum contemporáneo de Blues en los premios Grammy, seguido de otro Grammy para Shoutin en el año 2000. En el año 2002 apareció el álbum Red Hot y Riot en homenaje al músico nigeriano afrobeat Fela Kuti. El álbum producido Paul Heck fue ampliamente aclamado, y todas las ganancias del expediente fueron donadas a Caridades del SIDA. 



En mayo del 2017 Mahal se asoció con Keb' Mo' para lanzar un álbum TajMo. El trabajo tiene algunas apariciones de Bonnie Raitt, Joe Walsh, Sheila E. y Lizz Wright y tiene seis composiciones originales y cinco covers de artistas y bandas como John Mayer y The Who. En junio de 2017, Mahal apareció en la película documental ganadora del premio The Sessions epopeya americana, dirigida por Bernard MacMahon, grabación "Agua por todas partes" de Charley Patton  en el primer sonido eléctrico de los 1920 el sistema de grabación

"El Taj Mahal es un aventurero musical. Este veterano bluesman americano durante mucho tiempo se ha fascinado por estilos africanos y ha explorado los enlaces con el blues a través de sus grabaciones con Toumani Diabate o energizados colaboraciones con Tinariwen. Ahora ha pasado de Malí a Zanzíbar, un equipo con orquesta más conocido de la isla, y un recordatorio de que hay buena música en África del este también. El Club Musical de la cultura es una intrigante, banda acústica rítmica y señorial. Mezcla de violines con tambores de mano y el oud, el laúd árabe, con la cítara como con el qanun en canciones que están influidos por el árabe y asiático así como africano…”



Epitafio 
de Gustavo Marcelo Sala



Me desperté en la oscuridad de la madrugada a poco que comenzara a sonar el milagroso timbreo del placer. Estabas sobre mí, dándome la espalda, protegiendo y a la vez controlando con tus espléndidas piernas mi sencilla humanidad. Estabas inclinada un poco hacia adelante para lograr tener una perspectiva cardinal del juego que habías diseñado con la ayuda de un espejo que en la cabecera te iba  a mostrar con rudeza la marca de cada gemido en tu rostro. Los dos flancos de luz laterales que le daban aire a la danza formalizaban la masculina rigidez del miembro, el cual era absorbido y liberado por tu libre albedrío y sensualidad. A veces llegabas hasta los límites de mis testículos, los cuales acariciabas levemente, para de inmediato deslizarte hacia arriba de manera recorrer en círculos y con suma delicadeza un glande tan firme como rendido a tu voluntad. De mi parte la perspectiva me exhibía cada uno de los movimientos de un universo en plena rebeldía y su matrimonio con el arte, sexo armónico, poético.  Y avanzabas y te detenías, todo al ritmo del temblor de mis piernas, dilema que tabulabas hasta el paroxismo. Incluso, en cierto momento, pusiste punto muerto, y tal como estabas te retiraste en dirección a mi boca y colocaste tu sexo a su altura de manera que tu boca estableciese con el mío la perfecta simetría erótica. Nada debía secarse, la humedad de nuestros humores y fluidos naturales era el lubricante imprescindible de un motor que solamente funcionaba gracias al ardor de nuestros cuerpos entrelazados. Y otra vez mis piernas temblorosas te indicaron que debías aplacar la expulsión, pero las tuyas, temblorosas, y ahora dominadas por la excitación, te impidieron resolverlo con solvencia arbitraria, mi lengua te estaba robando hasta el último olvido, hasta el último dolor, la última mentira de la que fuiste víctima, la última tristeza… Y no pudiste, y no dejé que retomaras la perspectiva llevando tu desesperación a los límites de la sed, y tuviste sed y me bebiste íntegro e intenso, cálido y reparador…  Me volví a dormir, menos cansado, lagrimeando... porque no estabas…