El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

miércoles, 23 de enero de 2019

Maestros del Blues… Los míticos The Faces y el genial John Milton, música y poesía británica de excepción… notifica Javier “Paco” Miró





Por Javier "Paco" Miró


Tómese una pizca de las bandas y músicos más importantes de la escena inglesa del final de la década de los sesenta. Por caso dos miembros de la banda de Jeff Beck , un futuro Stone, un futuro Who, un ex Free y si le falta condimento agregue en algunas grabaciones al tecladista Keith Emerson. Solo pensar en muchos de ellos compartiendo escenarios, y jam sessions y de cómo unos influenciaban a los otros genera el deseo fuertísimo de haber deambulado por aquellos lugares mágicos. Aquí ocho grabaciones… Parecen muchas, difícil fue elegir entre sus trabajos publicados, más complejo acotar su cantidad…


Faces, conocida también como The Faces, fue una banda de rock británico formada en 1969 de los restos de Small Faces cuando Steve Marriott  dejó  la banda para formar Humble Pie.
Ron Wood (guitarra) y Rod Stewart (voz), ambos procedentes de The Jeff Beck Group, se unieron a los anteriores miembros de Small Faces Ronnie Lane (bajo), Ian McLagan (teclados) y Kenney Jones (batería) para completar la formación. Tocaron juntos al principio de los 70 antes que Stewart iniciara su carrera solista, Jones tocara con The Who en 1978 y Wood se uniera a los Rolling Stones en 1975.

Sus mayores éxitos incluyen «Had Me a Real Good Time», «Stay with Me», «Cindy Incidentally» y «Pool Hll Richard»
Un disco en vivo al año siguiente, Coast to Coast: Overture and Begineers, fue tachado por los críticos como pobremente grabado.

Grabaron unas pocas pistas más para otro disco de estudio pero habían perdido el entusiasmo e hicieron la última grabación a finales de 1974 con You Can Make Me Dance, Sing or Anything, consiguiendo el top 20 en Inglaterra.





John Milton, El Paraíso Perdido – Fragmento –





La potestad suprema le arrojó de cabeza, envuelto en llamas, desde la bóveda etérea, repugnante y ardiendo, cayó en el abismo sin fondo de la perdición, para permanecer allí cargado de cadenas de diamante, en el fuego que castiga; él, que había osado desafiar las armas del Todopoderoso, permaneció tendido revolcándose en el abismo ardiente, junto con su banda infernal, nueve veces el espacio de tiempo que miden el día y la noche entre los mortales, conservando, no obstante, su inmortalidad.



Su sentencia, sin embargo, le tenía reservado mayor despecho, porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo le atormentaba sin tregua. Pasea en torno suyo sus ojos funestos, en que se pintan la consternación y un inmenso dolor, junto a su arraigado orgullo y a su odio inquebrantable. De una sola ojeada y atravesando con su mirada un espacio tan lejano como es dado a la penetración de los ángeles, vio aquel lugar triste, devastado y sombrío; aquel antro horrible y cercado que ardía por todos lados como un gran horno. Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan solo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde ni siquiera penetra la esperanza.