El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

jueves, 18 de mayo de 2017

Maestros del Blues. La Petrolera, entrega las escarapelas Javier “Paco” Miró... y una historia de Mayo..




Por Javier "Paco" Miró

Blues de los Perros Azules



Solo una rata más.. 




Así que para la ocasión de la semana de mayo manda Blues Argentino. Y Elegí a esta banda que me gusta mucho: La Petrolera.
La Petrolera se formó en el año 1992 y su única grabación en estudios la realizaron en el año 1995 con su álbum La Petrolera Boogie Band editado por DBN. Como músicos invitados participaron el desparecido saxofonista Emilio Villanueva (Memphis, La Blusera) y el violinista Jorge Pinchesky.
La banda se formó en el barrio Villa del Parque de Buenos Aires, durante una zapada. Uno de los primeros conciertos que realizó La Petrolera fue en el Samovar de Rasputín, mítico lugar del blues y el rock porteño, ubicado en La Boca, a pocos pasos de Caminito. A partir de ahí tocaron en la mayoría de los Pubs y boliches de la Capital y el Gran Buenos Aires. La Petrolera estaba integrada por Marcos Ballanti en la guitarra y la voz, su hermano Memo en el bajo, Claudio Rodríguez en la segunda guitarra y Marcelo Aiello en la batería. Claudio Rodriguez falleció en Abril de 2016.

El Remolcador



Intuiciones de Mayo


Recorro un desordenado promedio de intuiciones escolares, bocetos incompletos con tachaduras y errores cronológicos.
Todos los años evocados y el mismo frío, y el mismo Cabildo y la misma Catedral. La Kodak Fiesta colgando del cuello y un rollo de veinticuatro plagado de fotos movidas e imágenes siniestramente inclinadas y descoloridas que tendrán destino de depósito y olvido en el póstumo ataúd de nuestro cuarto juvenil.
Las palomas de la plaza como juego y distracción, por entonces no eran consideradas plaga, el pánico a los Granaderos por el anual y recurrente fracaso en el intento de robarles la sonrisa. La chaqueta insignia de las grandes ocasiones reemplazaba, al menos durante la excursión, al utilitario y ridículo delantal de blanco y azul cuadriculado. El pantalón gris, largo, de sarga, y una raya delantera que marcaba con esmero la presencia matriarcal. – Chofer, chofer apure ese motor... que en esta cafetera.... – le cantábamos a Roberto, conductor del micro doce, tratando de apurar su lento y seguro transitar por la urbana y siempre congestionada Buenos Aires.
La señora Elsa Perrone de Améndola, maestra de grado, pintada como viejo paredón, nos regalaba su ampuloso y moderno peinado en altos sólo sostenido por un seco y profundo aroma a spray.
Cruzando el barrio de Balvanera repasábamos el nombre de las calles: Belgrano y Moreno hundiéndose en dirección al río. Saavedra, Azcuénaga, Matheu, Paso, Alberti, Larrea y Castelli son transversales a aquellas y en consecuencia paralelas entre sí; algunas llegan a relacionarse con las antes mencionadas, para otras es imposible, ya sea porque mueren antes o son literalmente asesinadas por los extraños caprichos de los diseñadores urbanísticos; sin contar que Rivadavia y su poder de veto se reserva el derecho de modificar el nombre de alguna de ellas.
Y luego, a mitad de la mañana, pasado el horroroso y amargo chocolate de bienvenida, los lúgubres pasillos de los húmedos museos nos muestran esos mismos nombres pero dentro de oscuros lienzos, alejando de plano toda idea o posibilidad de emulación. Oleos tristes, señales lejanas y ausentes, exagerando por sobre el imperio de sus gallardías opacas tonalidades.
Recién entrada la adolescencia pude comprender la importancia de estos tipos que hasta entonces eran gélidas muecas matutinas de doble mano o mano única, no importaba demasiado. Y supe comprender que cuando alguno de ellos debatía, las aguas se agitaban; que cuando escribían, los mediocres escritores temían por sus pertenencias; que tomaban las armas cuando en el horizonte se vislumbraba al enemigo de la Patria y que cuando fusilaban se hacían cargo.
En el extraordinario cuento Las Ménades, del libro Final de Juego, Julio Cortázar pone en boca del relator el siguiente dictamen: “Los aniversarios son las grandes puertas de la estupidez”. Recordando aquellos días me cuesta, desde la inteligencia, contradecir tamaña aseveración... Pero que va... uno resulta ser tan mediocre y vulgar que culmina desestimando la idea del poeta...