El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 12 de mayo de 2017

Historias de Antonio Diez, El Mayolero.. hoy "El hombre que se murió dos veces"...




“Esto realmente sucedió en un pueblo de nuestra zona, algunos de los viejos pobladores seguramente lo van a recordar. No diré donde, pero algunos veteranos lo han de recordar”...

Llegaban los carnavales, con la importancia que allá por los años ’60, en los pueblos o pequeñas ciudades desparramados por la Pampa Húmeda, cobraban una importancia hoy en día increíble.
Con tiempo la Municipalidad formaba la Comisión que organizaría los Corsos a realizarse en la avenida principal, que ornamentada “ad hoc” en las cuatro cuadras, recibiría mascaritas, alguna comparsa, algunos carruajes,“adornados como villalonga para el corso”, que darían brillo y lucimiento o al menos lo intentarían, hasta las 12 de la noche, instante en que una bomba de estruendo daba por terminado el desfile habilitando los juegos con agua, hasta esa hora estrictamente prohibidos, mas allá de los módicos chorritos perfumados a modo de rocío que emanaban de los pomos. El papel picado y algunas serpentinas daban la nota de color.
Otra de las funciones encomendadas a la Comisión Organizadora era la organización del Baile Popular, que junto a un par de clubes marcaban la estratificación de aquella sociedad. Los clubes rivalizaban en contratar las mejores orquestas disponibles. Típica y Jazz como se estilaba por entonces.
Sociedad Italiana y Sociedad Española sacaban a relucir sus viejos e inocentes antagonismo de sus respectivas nacionalidades, y la gente “bien” del pueblo discernía cual era el mejor “ambiente” para que las niñas lucieran sus galas, mientras que el pueblo “raso” allá iba, al “baile popular”, no sin antes otear por los ventanales los salones mas “finolis…”
La constitución de la Comisión Organizadora no dejaba de traer un complicado juego diplomático al despacho del Intendente de turno, que debía mantener un delicado equilibrio, entre descendientes de Italianos y de españoles, y además los partidos políticos actuantes en el distrito, a lo que había que sumar la representación de la “gente decente y principal” para que no se generaran más tensiones de las inevitables.
Aquel año la Presidencia había recaído en uno de los miembros de una acaudalada familia del lugar. Propietarios de una herrería, carpintería rural, empresa de transportes, que muchos años atrás había fundado su difunto padre, y los varios hermanos (menos uno) habían sabido llevar adelante. Y digo menos uno, ya que el menor de ellos padecía una demencia por entonces incurable (no se ahora) que desde muy joven lo había mantenido en internación en un instituto especializado. De éste, prácticamente no se hablaba, y al parecer su familia había espaciado sus periódicas visitas ya que en su enajenación no reconocía a nadie. Solo su madre ya muy anciana atesoraba el recuerdo por aquel, su propio hijo.
Todo se desarrollaba con normalidad, había sido una buena cosecha, los silos y galpones colmados de trigo daban fe. Los trabajadores del campo, finalizado el trabajo, “arreglaban las cuentas” con sus patrones chacareros, y quien más quien menos tenía unos pesitos. Por aquel entonces la semana de Carnaval también era una fiesta para los comerciantes, debido a que  el personal de las chacras aprovechaba para comprar ropa de invierno, algún guardapolvo para la escuela de los chicos y una cantidad de cosas que daban vida al comercio, al mismo tiempo creaban una sensación de bienestar generalizado que coadyuvaba al ánimo de la fiesta.
Como ya dije, la Presidencia de la Comisión había recaído en el mayor de los miembros de esta familia, que además era Presidente del Comité de la Unión Cívica Radical. Partido que por ese entonces Gobernaba el distrito.
El sábado por la mañana, todo estaba dispuesto, aceitado y ordenado. Seiguiyo Shimabukuro (el tintorero) y su familia se afanaban planchando los trajes que esa noche luciría la muchachada “bien”, Saint Pierre el modisto (si, en ese pueblo había un modisto, uno de sus hijos fue compañero mío de escuela primaria) con sus costureras repasaba los últimos detalles de los vestidos que sus clientas lucirían (no en el baile popular por supuesto). Los Hermanos Gáspari (músicos y peluqueros) entre afeitadas y sacadas de pelusa repasaban sus partituras, y ensayaban algunas piezas que incorporarían en calidad de estreno. Ulises Lasa y sus compañeros de “Los Dinámicos” también hacían lo mismo. Nada parecía alterar esa afiebrada normalidad que precedía a una fiesta por todos esperada, cuando una llamada telefónica vino a romper todo ese clima.
Desde Instituto en donde hacía muchos años estaba internado aquel de quien casi nadie (salvo su madre) recordaba o tenía presente, avisaban sobre su fallecimiento.
El “Chilo” Arán, que repartía su tiempo en sus dos negocios (carnicería y funeraria) fue convocado (tampoco había otro), y colgó el delantal dejando la carnicería a cargo de su dependiente; pasó por su casa, se puso el traje de su otro trabajo, y rápidamente se hizo cargo de la situación, comunicándose con un colega de Buenos Aires con quien ya estaba por años conectado para estos menesteres.
Mientras el Chilo y su colega se ocupaban de los detalles burocráticos del traslado del cadáver, la noticia corrió como un reguero de pólvora por todo el pueblo, que en su mayoría ni siquiera recordaba de quien se trataba y de su lamentable historia de vida. El Intendente convocó de urgencia a la Comisión organizadora, que dispuso por unanimidad adherir al duelo, interrumpiendo todos los festejos del carnaval. La vida pareció suspenderse salvo en los barrios un poco más alejados donde muchachos y chicas, ajenos a la gravedad de la cuestión, intercambiaban globazos y baldazos de agua, como preludio de otros juegos que vendrían mas tarde…
Cerca de la medianoche, llegado que fue el furgón de traslado a lo del “Chilo”, éste procedió a colocar el cadáver en el ataúd que la familia había dispuesto para el velatorio. Ataúd que obviamente correspondía a la importancia de la familia del fallecido, que hasta bóveda propia tenía en el Cementerio local. Una vez acondicionado el cadáver, el Chilo, llamó a los hermanos para que dieran su visto bueno, aconsejando que el velatorio se hiciera a cajón cerrado, dado que habían transcurrido muchas horas del deceso, y un traslado por ruta en un viaje de cinco horas en pleno mes de febrero, no habían contribuido en nada a mejorar el aspecto del occiso. Hacía mucho tiempo que no lo veían, y en un breve conciliábulo decidieron aceptar el consejo profesional del Chilo, ya que según ellos mismos lo vieron tan cambiado que no lo hubieran reconocido.
Los dos floristas del pueblo agotaron rápidamente sus existencias y tuvieron que acudir a sus colegas de las ciudades vecinas. Nadie quería quedar ausente de aquel acontecimiento, Coronas, palmas y ramos colmaban la sala velatoria y hasta la misma vereda exhibía las ofrendas florales que ya no cabían en el local.
El sepelio se había establecido para el domingo a las 17 horas, con misa de cuerpo presente como correspondía a una familia decente y principal….
Tiempos de funeraria de tracción a sangre, carroza con seis caballos, tres portacoronas, y cuatro coches de duelo, partió el cortejo a la hora dispuesta, hasta llegar a la puerta de la iglesia, cardinal en donde el párroco aguardaba flanqueado por cuatro monaguillos.
En ese momento y a contramano apareció la Estanciera (único vehículo que disponía la Policía del lugar), conducida por el Comisario, vestido con Uniforme de Gala (hasta un ratito antes había estado en el velorio), el cual bajó apurado para reunirse de inmediato en agitado conciliábulo con los hermanos del finado y el Chilo, éste último encargado  de llevar adelante la ceremonia protocolar. Éste se acercó a la carroza fúnebre y dio algunas órdenes a sus empleados, que rápidamente pusieron en marcha el cortejo, pero en lugar de tomar camino al cementerio, volvieron a la funeraria.
¿Qué había sucedido? En el Instituto donde se produjo el fallecimiento, nadie había notado que dos internos habían cambiado, vaya uno a saber porqué, sus camas. Y resultó que el que se suponía muerto, seguía vivo, y al que habían velado con toda pompa y solemnidad era otro…. Inmediatamente se pusieron en contacto con la Policía que utilizando sus equipos de radio comunicó la novedad a la Comisaría local.
Un par de años después, realmente falleció la persona en cuestión. Demás está decir que fue sepultado en con la mayor discreción y sin demasiada ceremonia.
¡¡¡¡Carnavales eran los de antes!!!!

Dedicado a mis amigos Ana María Blaiotta, Luis Pusineri y Pedrito Iribarne que en todo caso podrán corroborar mis dichos (o desmentirlos si así lo creen) ya que creo que todos lo vivieron de cerca.


Antonio (el Mayolero)