“Esto realmente sucedió en un pueblo de
nuestra zona, algunos de los viejos pobladores seguramente lo van a recordar.
No diré donde, pero algunos veteranos lo han de recordar”...
Llegaban
los carnavales, con la importancia que allá por los años ’60, en los pueblos o
pequeñas ciudades desparramados por la Pampa Húmeda, cobraban una importancia
hoy en día increíble.
Con
tiempo la Municipalidad formaba la Comisión que organizaría los Corsos a realizarse
en la avenida principal, que ornamentada “ad hoc” en las cuatro cuadras,
recibiría mascaritas, alguna comparsa, algunos carruajes,“adornados como
villalonga para el corso”, que darían brillo y lucimiento o al menos lo
intentarían, hasta las 12 de la noche, instante en que una bomba de estruendo
daba por terminado el desfile habilitando los juegos con agua, hasta esa hora
estrictamente prohibidos, mas allá de los módicos chorritos perfumados a modo
de rocío que emanaban de los pomos. El papel picado y algunas serpentinas daban
la nota de color.
Otra de
las funciones encomendadas a la Comisión Organizadora era la organización del
Baile Popular, que junto a un par de clubes marcaban la estratificación de
aquella sociedad. Los clubes rivalizaban en contratar las mejores orquestas
disponibles. Típica y Jazz como se estilaba por entonces.
Sociedad
Italiana y Sociedad Española sacaban a relucir sus viejos e inocentes
antagonismo de sus respectivas nacionalidades, y la gente “bien” del pueblo
discernía cual era el mejor “ambiente” para que las niñas lucieran sus galas,
mientras que el pueblo “raso” allá iba, al “baile popular”, no sin antes otear
por los ventanales los salones mas “finolis…”
La
constitución de la Comisión Organizadora no dejaba de traer un complicado juego
diplomático al despacho del Intendente de turno, que debía mantener un delicado
equilibrio, entre descendientes de Italianos y de españoles, y además los
partidos políticos actuantes en el distrito, a lo que había que sumar la
representación de la “gente decente y principal” para que no se generaran más
tensiones de las inevitables.
Aquel
año la Presidencia había recaído en uno de los miembros de una acaudalada
familia del lugar. Propietarios de una herrería, carpintería rural, empresa de
transportes, que muchos años atrás había fundado su difunto padre, y los varios
hermanos (menos uno) habían sabido llevar adelante. Y digo menos uno, ya que el
menor de ellos padecía una demencia por entonces incurable (no se ahora) que
desde muy joven lo había mantenido en internación en un instituto
especializado. De éste, prácticamente no se hablaba, y al parecer su familia
había espaciado sus periódicas visitas ya que en su enajenación no reconocía a
nadie. Solo su madre ya muy anciana atesoraba el recuerdo por aquel, su propio
hijo.
Todo se
desarrollaba con normalidad, había sido una buena cosecha, los silos y galpones
colmados de trigo daban fe. Los trabajadores del campo, finalizado el trabajo,
“arreglaban las cuentas” con sus patrones chacareros, y quien más quien menos
tenía unos pesitos. Por aquel entonces la semana de Carnaval también era una
fiesta para los comerciantes, debido a que
el personal de las chacras aprovechaba para comprar ropa de invierno,
algún guardapolvo para la escuela de los chicos y una cantidad de cosas que
daban vida al comercio, al mismo tiempo creaban una sensación de bienestar
generalizado que coadyuvaba al ánimo de la fiesta.
Como ya
dije, la Presidencia de la Comisión había recaído en el mayor de los miembros
de esta familia, que además era Presidente del Comité de la Unión Cívica
Radical. Partido que por ese entonces Gobernaba el distrito.
El
sábado por la mañana, todo estaba dispuesto, aceitado y ordenado. Seiguiyo
Shimabukuro (el tintorero) y su familia se afanaban planchando los trajes que
esa noche luciría la muchachada “bien”, Saint Pierre el modisto (si, en ese
pueblo había un modisto, uno de sus hijos fue compañero mío de escuela
primaria) con sus costureras repasaba los últimos detalles de los vestidos que
sus clientas lucirían (no en el baile popular por supuesto). Los Hermanos
Gáspari (músicos y peluqueros) entre afeitadas y sacadas de pelusa repasaban
sus partituras, y ensayaban algunas piezas que incorporarían en calidad de
estreno. Ulises Lasa y sus compañeros de “Los Dinámicos” también hacían lo
mismo. Nada parecía alterar esa afiebrada normalidad que precedía a una fiesta
por todos esperada, cuando una llamada telefónica vino a romper todo ese clima.
Desde
Instituto en donde hacía muchos años estaba internado aquel de quien casi nadie
(salvo su madre) recordaba o tenía presente, avisaban sobre su fallecimiento.
El
“Chilo” Arán, que repartía su tiempo en sus dos negocios (carnicería y
funeraria) fue convocado (tampoco había otro), y colgó el delantal dejando la
carnicería a cargo de su dependiente; pasó por su casa, se puso el traje de su
otro trabajo, y rápidamente se hizo cargo de la situación, comunicándose con un
colega de Buenos Aires con quien ya estaba por años conectado para estos
menesteres.
Mientras
el Chilo y su colega se ocupaban de los detalles burocráticos del traslado del
cadáver, la noticia corrió como un reguero de pólvora por todo el pueblo, que
en su mayoría ni siquiera recordaba de quien se trataba y de su lamentable
historia de vida. El Intendente convocó de urgencia a la Comisión organizadora,
que dispuso por unanimidad adherir al duelo, interrumpiendo todos los festejos
del carnaval. La vida pareció suspenderse salvo en los barrios un poco más
alejados donde muchachos y chicas, ajenos a la gravedad de la cuestión,
intercambiaban globazos y baldazos de agua, como preludio de otros juegos que
vendrían mas tarde…
Cerca de
la medianoche, llegado que fue el furgón de traslado a lo del “Chilo”, éste
procedió a colocar el cadáver en el ataúd que la familia había dispuesto para
el velatorio. Ataúd que obviamente correspondía a la importancia de la familia
del fallecido, que hasta bóveda propia tenía en el Cementerio local. Una vez
acondicionado el cadáver, el Chilo, llamó a los hermanos para que dieran su visto
bueno, aconsejando que el velatorio se hiciera a cajón cerrado, dado que habían
transcurrido muchas horas del deceso, y un traslado por ruta en un viaje de
cinco horas en pleno mes de febrero, no habían contribuido en nada a mejorar el
aspecto del occiso. Hacía mucho tiempo que no lo veían, y en un breve
conciliábulo decidieron aceptar el consejo profesional del Chilo, ya que según
ellos mismos lo vieron tan cambiado que no lo hubieran reconocido.
Los dos
floristas del pueblo agotaron rápidamente sus existencias y tuvieron que acudir
a sus colegas de las ciudades vecinas. Nadie quería quedar ausente de aquel
acontecimiento, Coronas, palmas y ramos colmaban la sala velatoria y hasta la
misma vereda exhibía las ofrendas florales que ya no cabían en el local.
El
sepelio se había establecido para el domingo a las 17 horas, con misa de cuerpo
presente como correspondía a una familia decente y principal….
Tiempos
de funeraria de tracción a sangre, carroza con seis caballos, tres
portacoronas, y cuatro coches de duelo, partió el cortejo a la hora dispuesta,
hasta llegar a la puerta de la iglesia, cardinal en donde el párroco aguardaba
flanqueado por cuatro monaguillos.
En ese
momento y a contramano apareció la Estanciera (único vehículo que disponía la
Policía del lugar), conducida por el Comisario, vestido con Uniforme de Gala
(hasta un ratito antes había estado en el velorio), el cual bajó apurado para
reunirse de inmediato en agitado conciliábulo con los hermanos del finado y el
Chilo, éste último encargado de llevar
adelante la ceremonia protocolar. Éste se acercó a la carroza fúnebre y dio
algunas órdenes a sus empleados, que rápidamente pusieron en marcha el cortejo,
pero en lugar de tomar camino al cementerio, volvieron a la funeraria.
¿Qué
había sucedido? En el Instituto donde se produjo el fallecimiento, nadie había
notado que dos internos habían cambiado, vaya uno a saber porqué, sus camas. Y
resultó que el que se suponía muerto, seguía vivo, y al que habían velado con
toda pompa y solemnidad era otro…. Inmediatamente se pusieron en contacto con
la Policía que utilizando sus equipos de radio comunicó la novedad a la
Comisaría local.
Un par
de años después, realmente falleció la persona en cuestión. Demás está decir
que fue sepultado en con la mayor discreción y sin demasiada ceremonia.
¡¡¡¡Carnavales
eran los de antes!!!!
Dedicado
a mis amigos Ana María Blaiotta, Luis Pusineri y Pedrito Iribarne que en todo
caso podrán corroborar mis dichos (o desmentirlos si así lo creen) ya que creo
que todos lo vivieron de cerca.
Antonio
(el Mayolero)