Viajo desde lo
banal hacia lo importante para que lo importante me enseñe las claridades de lo
banal. No hay modo de imputar a la banalidad sin conocer el camino de la
complejidad. Mi objetivo es ser banal, racionalmente banal para no perderme detalle alguno de ella. Para eso preciso conocer acabadamente cada meandro, cada
recoveco, conocer la banalidad de lo banal es una tarea fatigosa que requiere
de concentración, atención y cierta dosis de necedad. No alcanza con los
sentidos, embusteros por excelencia, no alcanza con los estados de ánimo,
fantasmas poco creativos a la hora de vivir la banalidad. No hay que confundir la banalidad con la
frivolidad, son dos categorías distintas. La banalidad requiere ser pensada
debido a que expresa algo que pretende exponerse como de nula importancia. Para
arribar a esa conclusión entonces es necesario pensarla. En cambio la
frivolidad no se piensa ya que se manifiesta superficial y sin peso específico.
La banalidad posee
perversiones y malevolencias pensadas, ignorancias predeterminadas, mejor dicho
sabidurías escondidas, ecuaciones y figuras que bien explican su razón de ser,
su contenido y su continente. No es inocente a pesar de su morigerado disfraz,
se trata de un enemigo extremadamente poderoso, eficaz en sus estrategias,
difícil de vencer con armas nobles. La banalidad arropa con sus mantos en invierno
y refresca con sus frutas en verano, de allí su éxito en el campo de lo
cotidiano. Si bien en el mundo de las ciencias duras tiene algunas dificultades,
sabe perfectamente que el científico no lo es durante toda la jornada,
justamente para capturar esos espacios diseña mundos paralelos pensados para
momentos no pensantes. No hay manera de conocer el poder de la banalidad sino
mimetizándose dentro de su razón pura. Y esa razón pura no está elaborada ni
edificada por circuitos banales, todo lo
contrario, si bien abogan fervorosamente por el sentido común, este inciso está
cimentado doctamente desde un propósito dominante: dejar sin razón pura al sentido
inteligente. Y esto lo hacen atribuyéndole sospechosas incomodidades, extremando
sus agobios, exponiendo a la sencillez como la mayor virtud.
La banalidad, en
nuestra contemporaneidad, ha logrado victorias épicas dentro de la filosofía,
la religión, la historia, la antropología, la sociología y la política, y no
por sus valentías o gallardías. Las ciencias humanísticas han cedido ante la
opinión y la interpretación de modo que se han transformado en materias
discutibles en donde todo está sujeto a comicio, incluso las probanzas
taxativas, ergo incluso la memoria como valor. La banalidad necesita del
individuo banal, SER que con el correr del tiempo ha sido domesticado a favor
de un exitoso proyecto de banalización global, paradigma imprescindible para
que la conciencia social y colectiva no tenga nunca jamás la oportunidad de
exhibir su humanista razón pura... (Gustavo Marcelo sala)