El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

martes, 31 de mayo de 2016

EL ALTA - Cuento breve -






La cirugía no había sido dificultosa. El ayuno al que fue sometido durante las setenta y dos horas posteriores a la operación no modificó su estado de ánimo. Más que dolor, alguna molestia interrumpía de a ratos la lectura de la obra poética de Paco Urondo.
Ernesto era un apasionado lector de poesía. Había tomado la precaución de acopiar unos cuantos volúmenes del género. En su repisa, lindera al lecho hospitalario, descansaban ejemplares de Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, Horacio Ferrer y Homero Manzi. A modo de pisapapeles, la bala calibre treinta y ocho que le habían extraído trabajaba a favor de contener una buena cantidad de señaladores.  No era de aquellos que solían comenzar y terminar con un texto; prefería confiar en su temple emocional y libre albedrío. No esperaba ni recibía visitas, de modo que descartaba de plano cualquier tipo de incómoda interrupción.
El imperceptible sonido de su pequeña radio era suficiente contacto con el mundo exterior combinando el dial de la FM clásica con las audiciones de tango y folklore de Radio Nacional. Descansaba su oído al gusto selectivo de Héctor Larrea y de Antonio Carrizo; por las noches Alejandro Dolina era su doliente compañía en la oscuridad de su morada.
Los médicos de guardia, conforme iban rotando, daban el visto bueno a medida que el proceso evolutivo se desarrollaba. Sin terciar explicaciones visaban la carpeta y se retiraban, tratando de ahorrar todo tipo de comentario. Las enfermeras, un poco más atentas, solían intercambiar algunas palabras que el paciente procuraba no escuchar.
El alta debía ser autorizada por su médico cirujano. Sólo este investía entidad para tal encomienda; de todas formas ningún profesional hubiera comprometido su firma sin la anuencia del galeno en jefe.
Hacía ocho años que el perdigón estaba recluido a centímetros de su corazón. Aquel frustrado intento de suicidio lo había sentenciado a vivir con el valor agregado de un plomo en estado puro. A corta distancia, algunos calibres pierden efectividad porque no llegan a su velocidad final, esa que determina certezas universales e inútiles respuestas. En los años posteriores dedicó sus tiempos libres al estudio de la situación. Maravillado y desilusionado a la vez, trataba de analizar lo acontecido desde lo sensible y lo científico. No sospechaba del destino; cuestiones de las cuales descreía, tampoco el evento lo catapultó hacia visiones metafísicas de fatigosa índole.
La decisión tomada por Alejandra era causal suficiente para su infortunio, y ese casquillo encerrado en el cuerpo, muy cerca de sus entrañas, daba siniestro cobijo al recuerdo.
Durante un tiempo sintió la necesidad de mantenerlo en su interior. Una parte de ella reposaba junto a él. Sentía su compañía a través del molesto pinchazo mañanero que de modo irreversible amanecía sin solución de continuidad. No era la forma de olvidarla; no había forma de olvidarla.
Al mediodía de su quinto día de internación, el Médico Cirujano en Jefe Doctor Luis Alberto Montserrat le firmó el alta correspondiente. Recibió la noticia del Clínico de guardia Doctor Julián Ahumada. De inmediato, preparó su equipaje. Acomodó prolijamente sus libros, colocó la pequeña radio dentro del estuche diseñado para tales efectos y completó su bolso con las prendas y atavíos personales.
De la mesa de luz, tomó la munición recientemente extirpada en la intervención quirúrgica; le sacó brillo con la pequeña franela que utilizaba para el aseo de sus gafas y la volvió a colocar dentro del revólver calibre treinta y ocho que permanecía oculto en el bolsillo interno de la maleta. Un nuevo intento lo estaba aguardando. Con el alta en la mano, rezaba por no fallar.

Autor: Gustavo Marcelo Sala

3er Premio Concurso Internacional Verano 2016

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