Prospera y me culmina, lo
fortifico con alimentos baladíes, lo cuido, lo acaricio, impermeable a los
sentidos me percibo humano; en ocasiones exagera, me trasvasa y me transporta,
se levanta pétreo, poderoso, indomesticable y perezoso. Es mi pecado y mi juego; popa, babor y eslora de un antiguo
galeón que cruza tempestades marginales, acaso imaginarias, mares rociados
con sales de desdichas y amenazas. Sus ropajes tientan con suntuosa
brillantez a mi hondo vulnerable, a mi austero conviviente, al híbrido, al
ciego, al ocaso y al perdido, mercader de la angustia con pretexto de verdad, y
tizonas con aristas de heroísmo. En ocasiones lo he repudiado, debo
reconocerlo,...por favor, que no se entere: Fui feliz. Otro monstruo suele
ocupar su lugar, igual de poderoso, incisivo e inquisidor, más doliente, más
verdad... Del amor se trata: engendro ausente de pleamar, ignorante de perezas,
desprovisto de pompa y boato. Disfrutar de sus alas, de su recorrido, vagar en
dirección hacia lo inerme, hacia la suprema libertad de una grácil
derrota. Pero a decir de Plotino: Un amor insatisfecho se transforma en
rabia de modo que la iracundia retorna brillante y tentadora, plagio y soberbia
del endeble que soy... tramoyista de desdichas y amenazas, militante de aciagos
mares rociados con sales de rencor.