(Un
cuento de catangos)
Ya
casi entrando el verano, la cuadrilla de catangos se afanaba en sus trabajos de
mantenimiento de las vías, ajustar bulones de los rieles, cambiar clavos y
tirafondos, pala y pico limpiando las zanjas de descarga del agua de lluvia, trabajos pesados a pleno sol, que llegando al
mediodía ya se hacía agobiante. El sudor manchaba los sacos azules, y los
sombreros de paja mas o menos protegían las cabezas.
A
pocos metros de allí el capataz había dispuesto las zorras a la par, y el cocinero
levantado la lona que haría de carpa para que al momento de la comida los
protegiera del sol vertical, creando una módica ilusión de estar algo mas
frescos.
Muy
cerca del lugar, uno de los tantos arroyitos que surcan nuestras pampas. Aguas
limpias que corrían mansamente, y unos cuantos sauces daban una buena sombra,
en la cual unos cuatro o cinco crotos habían instalado su ranchada.
Uno
de los catangos, el mas joven, cada tanto echaba una ojeada a los crotos que
miraban pasar la vida como pasaban las aguas del arroyo. Mansamente.
Un
par de cueros de nutria se oreaban colgados de la rama de un sauce, mientras
que las nutrias se iban asando al fueguito.
El
catango joven los miraba sudoroso, y pensaba “Taaa, que linda la vida de croto”
De
pronto, el cocinero de la cuadrilla llamó a comer. El catango joven decidió ir
a lavarse un poco al arroyo, y bajando el terraplén se dirigió al agua fresca.
Una vez que se hubo refrescado, inició una conversación con los crotos que
estaban allí a la sombra de los sauces. Hombres curtidos, sin edad calculable,
por su aspecto, podrían tener 40 años, tanto como 70.
“Buen
día”,
“Buen
día”, la respuesta a coro.
“¿Hace
mucho que andan por acá?” preguntó el joven catango (pregunta ociosa si las hay
a un grupo de hombres para quienes el paso del tiempo hacía mucho que había
dejado de tener sentido)
“Y,
no se” dijo uno, “yo hace como tres o cuatro días que llegué, pero ellos ya
estaban”.
“Yo
los estaba viendo” dijo el joven catango, “Y pensaba, debe ser linda la vida de
croto”, agregó.
“Ajá”
fue el único comentario. Insistió “porque es linda la vida de croto, ¿no?”, y
siguió diciendo, “no se si no largo a la mierda el ferrocarril y me largo yo
también a crotear”.
El
croto que parecía mas viejo y estaba asando las nutrias, que hasta entonces
parecía no haber reparado en su presencia, levantó la vista de las brasitas, y
le dijo: “Mire muchacho, pa’ que le voy a mentir, la vida de croto es linda, no
hay horario, no hay obligación, naides lo manda. El invierno se pone mas bravo,
pero siempre se encuentra una chacra donde por cortar leña y hacer algún otro
trabajito, se puede dormir en el galpón. Se vive, ¿vio?”
Al
catango joven le brillaban los ojos de entusiasmo, y el croto viejo siguió:
“Pero hay una cosa que tiene que saber de entrada, pa’ que no lo sorprenda; se
coje muy de vez en cuando”.
Cuento escuchado a mi querido amigo
Alberto Sierra, que no me puede desmentir, ya que hace unos meses se fue a
reunir con Marx y Engels.