El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

sábado, 19 de mayo de 2012


Ángel
Una Historia de Inmigrantes
 Novela (Primera Parte)
(Obra publicada en dos entregas)


Prólogo


Doce historias encadenadas pueden transformarse imperceptiblemente en una novela con vínculos de integración aparente admitiendo una sensación de continuidad tácita, casi artificial. El Ángel hace referencia a un proceso migratorio en donde cada personaje va construyendo sus propios y exclusivos agobios, mimetizando fantasmales ausencias con ilusorias bienvenidas. Amores truncos y aledaños acompañan una suerte de solidaridad extrema, no siempre bien entendida. Hechos reales recrean mecanismos literarios ficticios y viceversa, los límites quedan difusos y lo relativo juega un papel trascendental. La epopeya de una madre con sus hijos y el fanatismo de un absurdo idealista contraponen de manera indeseable un recorrido plagado de despedidas. El pasado protagoniza, imponiéndose al presente, determinado incertidumbres y culpas compartidas. Víctimas y victimarios coquetean con el destino prometiéndose permanentes soledades, quedando presos de sus errores, aguardando aires favorables que nunca podrán disfrutar por un sapiente determinismo preestablecido. Esa extraña sensación de transcurrir a favor de seguridades inexistentes nacidas bajo el imperio del dolor y la resignación. El Ángel promete un recorrido probable y apacible. Es una historia común y como tal disfruta de egoísmos legítimos e ilegítimos, contraindicaciones y leves desacuerdos...

I - Valentín

Entre las toscas se esconden pisadas y despedidas

Reposaba Valentín, demorado como mediador, tratando de habituarse a los signos de su vida: el desencuentro, la despedida y la memoria. Sus lágrimas se acercaban temerariamente hacia historias repetidas y recurrentes en donde la ausencia pintaba un fresco demasiado real y necesario como para omitirlo. Un eterno recorrido de sinsabores sellaba en su paladar sensaciones plagadas de inanimadas prevenciones, máculas y ánimas aparentes, que aunque lo incomodaban, las sentía tan merecidas como ineludibles. El vapor Alfonso XII se alejaba lentamente, de modo que la imagen impresa en la retina quedaría por siempre y como condición imprescindible de supervivencia. El ronco ruido de metales triturados iba perdiendo identidad diluyéndose entre la bruma y los rumores cercanos y lejanos. Nombres extraños y recuerdos que ya no le pertenecían son lo que le restaba conservar de aquello que pudo haber sido una vida sin mayores sobresaltos. El navío continuaba alejándose del puerto de Vigo, el viento le volaba la bufanda, las manos ya no soportaban la intemperie solicitando autoritariamente un par de bolsillos reparadores. De manera pausada la figura de la nave transformaba el horizonte mientras Valentín, en tierra firme, pretendía que la sorpresa le obsequie un instante a la esperanza. Muy a pesar y en su interior preservaba un exacerbado sentimiento pesimista, demonio que supo construir en el letargo de sus propios insomnios. Pausadamente y a desgano, el crucero abría las aguas calando una aureola de óxido e inseguridad. En su panza cientos de desconfiados ojos se escrutaban entre sí, en la guarda de algún guiño cómplice a modo de conformidad debido a la decisión tomada. El hombre imaginaba a Concepción acurrucando entre sus faldas a Esperanza, a Constantino y a Ángel, meciéndose a ritmo de la marea y sombreados por la impiedad de un adiós irreparable y acostumbrado.
Por 1890 el terruño de Robledo de Losada no era lugar halagüeño para el desarrollo de una familia que pretendía para sí algo de certeza y dignidad; el simple anhelo de ver crecer a los hijos con decoro, compartiendo la afectividad de un desayuno caliente mientras los leños del incipiente encendido acordaban acompañar las sombras de un farol que obsecuentemente se encaprichaba en pos de estimular las invernales noches sin estrellas, noches de neblina y espera. Perteneciente al municipio de Enciendo, Robledo de Losada se alza modestamente en medio de la comarca serrana bautizada como La Cabrera, a unos mil metros sobre el nivel del mar y en las márgenes de la Provincia de Castilla y León cercano al límite norte lusitano. Calles angostas acompañan un desprolijo entoscado que durante el crudo invierno de altura se torna intransitable e impiadoso. Precarias construcciones lastimadas por la pobreza reinante exhiben aberturas ajadas por prepotencia climática; artística marginal y heridas de antaño en los metales. Diez manzanas desaliñadas y un tanto hastiadas de soportar en sus espaldas el peso de baúles completos de mansos abandonos. El laboreo de subsistencia se desarrolla de la mano de la crianza de la oveja y de la cabra, siendo el cultivo de verduras un complemento estacional. La dieta se manifiesta en observancia con los importantes cambios climáticos que durante el año va sufriendo la provincia. Toda la actividad administrativa y de servicios se encuentra instalada en Enciendo, cabecera distante a unos diez kilómetros de huella y en ascenso; situación por la cual obliga llevar a cabo determinados quehaceres en épocas favorables para el tránsito de carretas o simplemente caminando. Las inscripciones de los recién nacidos, los enlaces y los trámites de defunción se efectúan cuando las circunstancias lo permiten. La ausencia de entidades educativas promueve la actividad de vecinos que solidariamente se transforman en educadores vocacionales asistiendo a los pequeños en el aprendizaje de las primeras letras. Por entonces los índices de analfabetismo eran elevados debido a que los padres priorizaban las labores de subsistencia familiar por sobre la necesidad de una instrucción elemental. El médico-boticario visitaba Robledo de Losada semanalmente, siempre y cuando las condiciones del camino dieran su aprobación, siendo los métodos de cura tan ancestrales como inciertos. La realidad marcaba que cuando el Doctor Espinosa lograba arribar al poblado lo estaban esperando de tres a cuatro certificados de defunción para rubricar y otras tantas actas que redactar. Los fallecimientos en los procesos de partos eran tan usuales como la peste. Cualquier enfriamiento o fiebre era suficiente razón como para convocar los servicios del padre Bernabé, quién más allá de su fe pseudomilagrera poseía básicos conocimientos médicos para casos sencillos. Haciéndole honor al paisaje el verano mostraba una cara extremadamente hostil. El factor agua y su escasez era la variable de ajuste para la crianza del ovino; el caprino, algo más rústico, sufre bastante menos esta instancia, aunque en ambos casos la tasa de mortalidad se revelaba importante debido a los decesos provocados por la falta mencionada y la voracidad de los predadores que asolaban los alrededores de la villa durante esa época del año. Por aquellos sitios y en aquel entonces ni se sospechaba la existencia de la revolución industrial que la sociedad urbana venía experimentando. El sistema de intercambio era tan primitivo como la valuación de las materias primas; el momento y la necesidad eran los factores determinantes siendo el almacenamiento de los productos manufacturados un misterio indescifrable. La geografía marcaba un orden en donde la pobreza era el actor principal del drama. Resignación, silencio y renunciamiento concurrían y se vestían de gala cuando en días de fiestas patronales el pueblo reunía voluntades para agradecerle a los santos el favor de la existencia.

Cansado de solicitar milagros Valentín consideró que su amada Concepción y sus tres hijos no merecían ese presente. Su historia personal era inevitable y estaba ligada a Robledo de Losada. En el cementerio local descansaban los restos de quien fuera su primera esposa Natalia Quiroga, fallecida al momento de nacer su hijo Rafael. También descansaban los restos de Rafael, muerto en combate siendo aún adolescente en cumplimiento del servicio de milicia obligatoria durante las guerras que por aquellos años la corona española libraba en Cuba. En la escollera de ese mismo puerto de Vigo lo vio sonreír por última vez, y vio alejarse el barco que de inmediato comenzó a confundirse con el horizonte, y la bufanda volaba  a la par que el viento hacía lo suyo mientras la frías manos solicitaban también un par de bolsillos reparadores. Demasiadas similitudes como para no tenerlas en cuenta. El alma de Valentín fue necesariamente invadida por el odio a la resignación. Un médico ausente y la ambición imperialista de la corona fueron los causantes de sus más dolorosas pérdidas. Jamás le perdonó al sistema dominante  haberse apropiado de la vida de sus afectos y juró ante sus tumbas luchar para tratar de poner las cosas en su debido lugar. No tenía demasiado claro cómo cumplir con su promesa, se percibía acotado, limitado desde lo intelectual, de todas formas, por sobre las dudas, descansaban sus viejas heridas y convicciones. Por esos años se comenzaban a vislumbrar en el horizonte español los conflictos que décadas después desembocarían en una de las más dolorosas sangrías. Por un lado la digna distribución de la riqueza, popular, libre y democrática, por el otro su antagonista, los fervientes devotos de los privilegios sanguíneos. Los partidarios de la corona poseían como brazo armado a las oficiales fuerzas de seguridad mientras que los incipientes insurrectos incluían entre sus filas a los desclasados, a los marginales, a modo de fuerza de choque. Aquí Libertarios y Anarquistas compartían con diferencias ideológicas teorías foquistas y modos de organización tratando de tomar como propios los paradigmas de los Comuneros de París, intentando no reiterar los errores que motivaron el fracaso del primer boceto popular y revolucionario europeo. Sus análisis partían de la necesidad en desactivar todo el orden establecido por las capas dominantes de forma tal aniquilar el sistema de privilegios reinante apuntando a la libre determinación individual y colectiva fuera de toda institución estatal, monárquica, clerical o militar. Valentín estimó entonces que había llegado el momento oportuno para comenzar a cumplir el juramento. Su primera tarea fue desempolvar el antiguo Colt que le había regalado su padre el día que cumplió dieciocho años. Más antes de comenzar debía preservar la suerte de Concepción y la de sus pequeños hijos. En el marco de dolorosas conversaciones acordaron no lastimarse, y por sobre todo entenderse. Comulgaban con la idea que Robledo de Losada los estaba expulsando sin el menor de los reparos. La aldea no portaba signos de piedad y que, en oportunidades, la desesperación juega con cartas marcadas sin otorgarnos la menor chance de elección. Exilio voluntario para Concepción y los pequeños, clandestinidad para Valentín. No importaba demasiado el destino del viaje. Ambos coincidían que cualquier sitio era mejor que La Cabrera para que Esperanza, Ángel y Constantino vieran plasmada una vida decente, alejados de crepúsculos riesgosos, vida no eximida de sufrimientos, por cierto, pero con la posibilidad de decidir sobre su presente y su futuro. De todas formas la idea de partir hacia un destino con alguna certeza contaba con mayor consideración por parte de la pareja. Aún teniendo en cuenta que trasladarse constituyera toda una aventura. Ya conocían, a través de distintas fuentes, las peripecias de los procesos migratorio. Concepción contaba con información cierta acerca de una localidad de la tan mentada y promocionada Pampa Argentina llamada Micaela Cascallares y que estaba distante quinientos kilómetros al sur del puerto de Buenos Aires. Allí se habían radicado, décadas atrás, familiares paternos de la dama desarrollando un emprendimiento rural con resultados más que interesantes. Tanto Valentín como Concepción sospechaban que insertarse en el ámbito de la parentela aseguraba no formar parte del caudal de mano de obra barata que la realidad marcaba para la mayoría de los desplazados europeos. Crianza de ganado equino, actividad de laboreo agrícola intensivo y determinadas pautas de seguridad fueron razones de peso para armonizar el inicio del proceso migratorio que tendría a Concepción y al pequeño Ángel como protagonistas exclusivos de una aventura imposible de bosquejar. La bufanda seguía cacheteando su rostro a la par que el viento le provocaba un persistente ardor en los ojos. La escollera y la dársena se habían vaciado de familiares y burócratas, la nave seguía su rumbo establecido aparentando quietud llevando en su panza el corazón de Valentín. Oteó por última vez el descolorido horizonte, se levantó las solapas del saco, acomodó con disimulo el arma y partió en dirección a Robledo de Losada en donde lo estaban aguardando el Cura Bernabé y quince libertarios tan clandestinos y desesperados como él. De inmediato la ausencia comenzó a caminar a su diestra, tal cual le ocurriera cuando las muertes de Natalia y de Rafael. Durante el trayecto hasta la aldea su carro fue visitado por trazas fantasmales, asumiendo que hasta el último día debería soportar estoicamente y sin menosprecio tales compañías. Consideró que ya había pasado el peor de los momentos. Sus afectos más sensibles estaban a salvo de un mandato que gozaba de exclusiva propiedad. En más de una ocasión estuvo tentado en partir junto a su familia temiendo por futuros reproches y por el abandono que hacía de sus obligaciones como padre. Se pensó un tanto adolescente, se preguntó en más de una ocasión si tales luchas valían la pena, por fin decidió claudicar procurando no desatender la historia: sus muertos no merecían ser ignorados. Le fue inevitable el hallazgo de contradicciones imaginando persecuciones y rendiciones de cuentas por parte de una conciencia perturbadora e insolente. Lloró más de lo deseado; ese persistente sabor a final que le sedujo el paladar apenas el barco zarpó. Robledo de Losada no era un buen lugar, pero en soledad era insostenible. El dolor y la pobreza no dejaban ver que la desesperanza era cualidad innata desde los tiempos feudales. Sólo el no morir resultaba un consuelo, aspirando que la ruta al cementerio no tribute como premio y paseo obligatorio. Ningún habitante de La Cabrera amaba aquel lugar, lo padecían; sospechaban que la vida era solamente permanecer el tiempo que a uno le toque en suerte y que nada se podía hacer para modificar esa lógica. Toda rebeldía era innecesaria, inútil y por demás incómoda. Las ruedas del carro seguían girando lastimosamente, como no deseando llegar a la oscuridad de un pueblo sin vida y tan desconsolado como él. No le extrañó ser hostigado por una fuerte sensación de arrepentimiento, supuso que era algo con lo cual tendría que lidiar hasta el final de su tiempo.

II  - El Barco

Nuevo principio. Anuncio de un nuevo y triste final

Comenzó a bajar con marcada dificultad las angostas escaleras del Alfonso XII rumbo al sector previamente asignado, la esperaban dos niveles de descenso con el anexo del peso que Constantino le proponía a su brazo izquierdo. Delante de ella Esperanza y Ángel se repartían los bultos permitidos. El resto del equipaje, claramente identificado, iba a descansar a la bodega que correspondía a cada uno de los sectores. Todo muy organizado a pesar de la suciedad y el apuro por no llegar a ningún lado, murmullos y gritos en todas direcciones le impedían detenerse a meditar sobre la reciente circunstancia vivida. No pudo dedicarle el tiempo deseado a los ojos de Valentín, tampoco dramatizó la despedida aún sabiendo que el reencuentro quedaría en manos de imponderables vedados a sus dominios. Intentó no imaginar nada relacionado con el devenir, asumiendo la empresa como de extrema exigencia, como una prueba adicional que debían sortear para merecerse el destino. El año de Constantino no presentaba mayores obstáculos; mantenerlo abrigado, aseado y bien alimentado eran las módicas reivindicaciones del pequeño, tareas que Concepción mantenía al alcance de la mano y de su pecho. El porte y la estampa de madre, firme y segura, competía en desventaja con la exoticidad arábiga de su rostro y una figura que lejos estaba de acusar el paso del tiempo. Se percató de ello en la segunda noche de viaje cuando descubrió que era fisgoneada por uno de los ocasionales camaradas de periplo conforme el brillo de la parafina encendida le iluminaba el seno del cual el niño estaba prendido. Manejó el momento con tino y sin escándalo, fingiendo ignorar, envolviendo su pecho con una matilla que tenía a mano. El comedido reiteraba la escena a diario creyéndose impune en pos de una nueva redención expiatoria, distante y cruel. Concepción mantuvo las expectativas de su circunstante exclusivo hasta el día del arribo. El joven la amó y la odió. Por un lado la dama veneraba a su marido, al mismo tiempo apreciaba ser deseada. Fue su único entretenimiento durante la travesía; aguardar cada noche por el intruso que a prudente retiro la codiciaba sin eufemismos, mojándose la mano hasta el hallazgo de un reparador vació.
El compartimiento de viaje reunía una doscientas personas sin distinción de género, idioma o raza. Mayoritariamente rodeada por españoles de Galicia permanecía cautelosa y atenta a todo movimiento que se desarrollaba a su alrededor, procurando estudiar las costumbres vecinas de modo no ser sorprendida en su buena fe. El ámbito de su apartamento compartido estaba en el segundo subsuelo con respecto a la explanada de la nave. Caños que hacían las veces de columnas y paredes firmemente remachadas en un pesado tono gris daban lugar a un lúgubre paisaje solamente interrumpido por cuatro claraboyas equidistantes que en la nocturnidad permitían espiar las pocas estrellas que daban testimonio a la travesía.
Esperanza y Ángel, de once y ocho años respectivamente, correteaban sus momentos con otros chicos que invariablemente sostenían en sus miradas historias reiteradas, endebles y miserables. Sólo jugaban y eso en sí mismo era toda una proeza.
De acuerdo a un orden establecido, a modo de reglamento, cada uno de estos ámbitos tenía horarios rotativos para salir al puente principal. Concepción aprovechaba poco y nada ésta suerte de permiso debido a sus temores con respecto a la fortuna que podían correr sus pertenencias. Sabía, por recomendación de Valentín, que en dichos viajes sobraban pendencieros que guardaban deudas con la ley y que justamente esa era la razón fundamental del éxodo. Para algunos más que un proceso migratorio el derrotero servía de una simple huida por obligaciones que jamás hallarían respuestas. No era de extrañar que dichas prácticas continuaran a bordo, por lo que tomar los recaudos del caso constituía rutina obligatoria. Almuerzo y cena acercaban instantes de caos y descontrol. El barco concentraba cada dos salones una cocina equipada con características de aseo relativo. En ella, un peculiar menú sería responsable de la ración diaria; el recurrente ragú o guiso de extraña combinación culinaria olorizaba el crucero durante todo el día dejando impregnado de aromas indeseables a ropas, mantas y frazadas. Convivir entre las nauseas se transformó en una insensible costumbre. Cada uno debía acudir con sus enseres personales a la cocina por la porción asignada, la misma estaba dentro del precio abonado por cruzar el océano. Las colas en pos del alimento eran interminables debido a que, como todo el mundo sabe, el ser humano suele alimentarse más o menos a la misma hora. Esperanza y Ángel eran los encargados de la comisión quedando Concepción en el salón de peregrinos al cuidado de Constantino. El predio contaba con dos filas separadas de bancos de madera dispuestos de modo transversal permitiendo determinar tres pasillos de un metro de ancho. Tanto a los lados como en el centro esos pasillos daban la posibilidad de ir y venir según las necesidades del pasajero. Los bancos estaban enfrentados de a dos lo que propiciaba una mínima integración entre los viajeros. La prioridad para ocupar esta comodidad la tenían las mujeres y los ancianos; el piso de madera tarugada era de uso múltiple y solía servir de cama para los hombres y jóvenes mayores que no contaban con disponibilidad de mobiliario. Cada banco tenía capacidad para cuatro cuerpos relativamente cómodos por lo que Concepción y los pequeños ocupaban uno de ellos de modo exclusivo. Todo era proporcional al precio del pasaje. Era un crucero de pobres y como tal nadie esperaba un servicio armónico a las necesidades. Sus usuarios estaban bien acostumbrados a la resignación y a la orfandad. Como el viaje se desarrolló mayormente en épocas primaverales no sufrieron demasiados avatares climáticos. Valentín planificó la travesía en esas fechas a propósito de acotar lo impredecible de la variable teniendo en cuenta además el cruce por el trópico y el arribo al hemisferio sur. Sabía de la rigurosidad de la meteorología marítima de ahí su determinación al respecto. De todas formas varios calentadores de aceite estaban estratégicamente distribuidos aguardando por la posible inclemencia del frío. El baño determinó toda una estrategia para el clan. El orden era esencial en este rubro sobre todo cuando el turno del aseo diario le tocaba a Concepción. La planificación le imponía a Esperanza los cuidados del pequeño Constantino mientras que Ángel debía encargarse de la vigilia de los enseres y equipajes. Por ningún concepto debían dejar de cumplir con las pautas establecidas: expandir sus humanidades sobre el banco y esperar el regreso de mamá. Cada sector tenía a disponibilidad dos cuartos de baño determinados por sexo. El de damas contaba con ocho tinajas de dos litros de agua tibia, cubas que eran substituidas regularmente. Además, contra uno de los laterales, se alzaba una construcción de concreto empotrada que hacía las veces de mesada. La zona de los sanitarios propiamente dicha se hallaba compartimentada pero sin puertas. Sólo una fina cortina daba cierta sensación de privacidad. El sistema de depósito y limpieza funcionaba de manera tal que la totalidad de las deposiciones tenían como destino el mar. Durante el día la luz era garantizada por dos claraboyas cercanas al techo; en la noche, un pequeño farol hacia su trabajo. El aseo profundo del cuarto de baño se realizaba a diario y en horas del mediodía aprovechando el momento del almuerzo de los pasajeros. Estaba claro que las damas y el pequeño Constantino tenían bastante suerte en este punto con respecto a Ángel. El baño de caballeros era un simple salón con una canaleta por la que corría agua en forma permanente que deponía hacia el exterior debido a un suave declive diseñado para tales efectos. Los temores propios de la edad se acrecentaban ante la magnitud del espectáculo y la rusticidad que el escenario presentaba. En ocasiones trataba de resistir sus necesidades naturales con el fin de evitar tan desagradable empresa.
El Alfonso XII era un antiguo vapor de la armada española devenido a crucero de pasajeros. Sus básicas modificaciones disimulaban una estructura más acorde para avezados marineros que para el transporte público. De todas formas su deriva era ciertamente parsimoniosa y en su interior no se registraban movimientos azarosos. Los días pasaban sin sobresaltos ni mayores estímulos. El ámbito ya los había convencido que por el momento nada iba a cambiar sustancialmente, estaban preparados para afrontar las cuarenta jornadas con las defensas altas y suma serenidad. El noveno amanecer encontró fondeado al Alfonso XII en el puerto de La Palmas. Dicho lugar estaba enclavado en al Isla Gran Canaria, una de las que componía el archipiélago del mismo nombre y que pertenecía a la corona española para sorpresa y desconocimiento de gran parte de los migrantes. Geográficamente se halla en medio del Océano Atlántico y a la altura de latitudes africanas, más precisamente en las cercanías de Marruecos. Esta pausa tenía como objetivo tareas de mantenimiento del vapor, aprovisionamiento de alimentos y aseo general de la nave. Dichos trabajos duraban aproximadamente entre seis y ocho horas, por lo tanto, los pasajeros tenían la libertad de utilizar ese tiempo para distracción y caminatas dentro de la periferia portuaria. La posibilidad de cambiar el menú era todo un acontecimiento. El muelle presentaba varios puestos de colaciones y bebidas regionales: Hogazas de pan saborizado, tartas con vegetales y quesos fundidos de elaboración casera permitían descubrir los placeres de la singularidad; la sorpresa notificaba su presencia desafiando a los sentidos haciéndolo de manera convincente y taxativa. La suavidad del Jerez Amontillado y la dulzura del Madeira complementaban las exquisitas preparaciones de las artesanas y su cocina. Ellas proporcionaban con suma cordialidad y decoro, tras sus impecables delantales blancos, un ejemplo de riqueza, austeridad y nostalgia bien habida. Mientras Esperanza y Ángel correteaban, entre bocado y bocado, Concepción escogió apostarse frente a la escollera observando el océano, o a Valentín. Constantino, cómplice, eligió dormir el momento, bien arropado en su cesta personal, como entendiendo que mamá y papá querían estas solos por última vez. Sin secuencias relevantes y finalizadas las tareas de rutina se llamó por altavoz para retomar la travesía.


III - Libertarios y Anarquistas

Soy de los que van tras los fallidos pasos de mis aciertos


A su regreso Valentín descubrió un Robledo de Losada más vacante de lo habitual. Sus calles embarradas, sus ventanas cerradas y sus frentes derruidos eran la triste postal cotidiana que por usanza no inquietaba. Cristo, el perro de la villa, declinaba sus orejas demandando comida; se llevará solamente una caricia que agradecerá bajando la mirada, como entendiendo lo inoportuno del petitorio, acompañando a prudente distancia la soledad del dimitente, siendo capaz de compadecerse por el dolor ajeno a pesar de su peculiar infortunio. Por el momento el hombre decidió no decidir. Prefirió dejar pasar unos días, de forma tal encontrar reposo para su maltratado y deshilachado espíritu. Tapió la puerta de la casa disponiéndose a vivir su luto con el propósito de refundarse y seguir en forma pausada con una vida repleta de recuerdos aparentes e imágenes desordenadas. Arrojó su silenciosa orfandad entre las sábanas deshechas, cerró los ojos tratando de no ser traicionado por su memoria, se durmió fantaseando con la muerte.

La insistencia del Cura Bernabé provocó que Valentín despertara de su letargo. Hacía tres días que no salía de su encierro. Las marcas de la deserción dibujaban el rostro de Concepción en cada gesto y ante cada palabra no dicha.

-         ¿Quién es?
-         Bernabé
-         ¿Es necesario?
-         ¡Por Dios hombre! si no fuera necesario no hubiese venido
-         Aguárdame un instante

En ese breve lapso de tiempo trató de disimular algunas de sus miserias; ordenó someramente sus alrededores para dar una imagen un tanto más discreta y mesurada. Esas pequeñas dosis de orgullo y soberbia que portaba le impedían mostrarse frágil y cercano a la clemencia, muy a pesar que un tono de voz ronca y nocturna delataba de manera dominante su estado de ausencia y agonía.

-         ¿Qué estás esperando Valentín?
-         Nada.
-         Si es así, no entiendo tu regreso a Robledo
-         Lo lamento Bernabé, no tengo ganas de seguir con el tema
-         Como quieras, pero es tiempo de mirar el espejo
-         ¿Para qué?
-         Para que comiences a merecer el sacrificio de tu familia honrando promesas y juramentos. Para que retorne el hombre analítico que conocí, inteligencia fascinada por un Dios al que le hacen decir cualquier cosa cuando se llama a silencio
-         Te suplico no me digas nada de lo que ya sé Bernabé; dame una razón que no conozca. Aunque parezca egoísta y desmedido necesito saber la razón por la cual estoy obligado a entender todo como si tal cosa, como si la vida fuera una simple sucesión de incidentes inevitables y sabios
-         Como quieras. Pero es mi obligación advertirte sobre la existencia de preguntas que adolecen de respuestas y a la vez sobre la porfía de respuestas a preguntas que nadie hizo. Así es el mundo, un tanto caótico y sin el brillo deseado. Supongo que la idea sigue siendo tratar de cambiarlo.
-         ¿Un vino?
-         Venga. Siempre merece la pena compartirlo con un poco de melancolía
-         Salud Bernabé, por vos
-         Salud Valentín, por tu vuelta
-         ¿Estás pronto a partir para Enciendo? – recordó Valentín -
-         Sí – respondió Bernabé -, justamente hoy vienen los delegados de Astorga para organizar las acciones a implementar en La Cabrera. Supongo que nos asignarán tareas conforme nuestra preparación y capacidad operativa
-         ¿Alguna conjetura?
-         Sinceramente ninguna. Pero no podemos albergar demasiadas expectativas; somos un grupo embrionario, sin experiencia y de escaso número

Valentín le alcanzó la gorra a Bernabé para luego estrecharlo en un fraternal abrazo; éste sin mediar palabra innecesaria subió a su carro y partió con destino a Enciendo.

El grupo de La Cabrera estaba conformado por labradores de rústico nivel intelectual, sabedores de los dramas por imposición empírica y profundamente convencidos falsamente que la vida es necesario merecerla. Alternaban ateos y creyentes sin que esto se manifieste como tema de conflicto. La realidad marcaba que cada integrante sostenía sus ideas evitando las susceptibles diferencias existentes. Todos conocían que el Cura Bernabé jamás empuñaría un arma; su importancia en el grupo se centralizaba, por un lado, en temas logísticos por un lado y de asistencia médica por el otro. Los asuntos de la fe, las manejaba según requerimiento, aunque siempre trataba de iniciar al conjunto por los caminos del señor. Esta intención la desarrollaba sin menosprecio de aquel agnóstico o ateo que estuviera profundamente compenetrado con preceptos anarquistas. Dejando de lado a los dos líderes naturales del grupo, quince personas participaban activamente de la partida: doce varones y tres mujeres. Cercano a los cincuenta Valentín era el más veterano y de algún modo el guía, aunque estos clanes definían sus actividades a través de democráticas asambleas en donde la opinión de cada integrante era escuchada y sometida a plebiscito. Esta disposición de concilio permanente provocaba que dichas reuniones se prolongaran más de lo debido so pretexto de la exigencia del necesario debate; la temática abordada podía transitar desde el análisis de un párrafo del Manifiesto hasta la minuta del almuerzo. El resto no superaba los cuarenta años de edad, incluido el propio Bernabé, por caso las tres muchachas no llegaban a los treinta. Este componente no presentaba ningún tipo de disputa visible, las mujeres sostenían un fuerte compromiso con la causa, estaban seguras de sus ideas y se presentaban serias en cuanto a sus afectos. Las dos más jóvenes, Luisa y Carmela, conformaban pareja estable con dos de sus compañeros mientras que la restante, María de los Ángeles Puenzo, había enviudado prontamente.
El sitio de reunión estaba alejado de Robledo de Losada. La aspiración era no favorecer represalias por parte de las autoridades hacia la vecindad tratando de mantener absoluta mesura y discreción operativa. Para ello se escogió una capilla abandonada construida durante la época de la inquisición situada en las afueras de Iruela, aldea vecina de apenas dos cuadrículas. La presencia del Padre Bernabé simulaba una simple velada de fieles por lo tanto tales coloquios no presentaban sospechas, ni para el común de la gente, ni para los funcionarios. Iruela era una pequeña aldea de La Cabrera distante cinco kilómetros de Robledo y con una población estable de veinte habitantes. Ubicada a la vera del sendero principal disponía de un emplazamiento estratégico debido a su altura y una orografía completa de peñascos, cuevas y vías de escape.
A su regreso de Enciendo, Bernabé convocó reunión en la capilla. El objeto de la misma tenía como intención informar sobre lo acontecido en el cónclave con los enviados de Astorga y las instrucciones recibidas. Obviamente las mismas iban a estar sujetas a examen y votación. El reconocimiento del grupo por parte de los Libertarios del Comité Central los enorgulleció. La promesa de un correo permanente para conocer sobre necesidades y estado de situación los colmó de alegría. Los libros, publicaciones y gacetillas traídas por Bernabé los introdujo en un ámbito de pertenencia que hasta el momento jamás habían experimentado. Estaban oficialmente incluidos en la utopía revolucionaria que en breve estaría operando en España a favor de la instauración de una República democrática, solidaria y sin privilegios. El ambiente festivo se veía empañado por la ausencia de Valentín. Bernabé era el más dañado por la situación, lo sentía como un fracaso propio; no haber podido encontrar el modo adecuado para que el camarada, el compañero de la vida, interprete que el vació de un afecto ante una situación límite resulta siempre irremplazable. A la media hora de comenzada la reunión tres golpes estallaron en la puerta de la capilla. Una voz ronca, masculina y veterana pregunta firmemente ¿Se encuentra el Cura Bernabé para dar presta confesión? El conjunto redobló su emoción, la poesía había regresado para instalarse definitivamente en el espíritu revolucionario del grupo. Ese grito contraseña fue la carta de presentación de Valentín. Desde el interior, el Cura Bernabé respondió con euforia: - Esta capilla siempre está a disposición de los fieles que buscan alivio y penitencia –


IV  - De Buenos Aires a Cascallares

Tuvo que partir sabiendo con certeza su no regreso

Las jornadas que sucedieron al aprovisionamiento en el puerto de Las Palmas no exhibieron alternativas de interés. Alguna charla circunstancial de Concepción con compañeros de viaje sobre las causas de la travesía, similitudes genealógicas y anécdotas de los chiquilines conformaban la temática preferida de los interlocutores. Quizás el detalle más significativo haya sido la actividad que desplegó el pequeño Ángel. Aquello que comenzara como un simple juego con un pasajero un poco mayor que él lo dejaría marcado como un avanzado aprendiz y futuro aficionado con habilidades extraordinarias. Amadeo Wurtz, de doce años, se constituyó con el correr de los días en su inseparable compañero de aventuras. Hijo de alemanes del Volga había nacido en Galicia debido a que sus padres tuvieron que emigrar de su tierra natal por razones políticas. Por cierto que las causas del viaje eran similares: Procurar un lugar en el mundo que les depare instancias de una vida mejor. Su destino era la localidad de Coronel Suárez, comarca ubicada en el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires. Allí los “Rusos”, como se los llamaba despectivamente organizaron una próspera colonia de inmigrantes cuyo desarrollo resultaba tentador para todos los desplazados de la Europa central. A instancias de Amadeo, Ángel se formó en el complejo arte de la manipulación de la baraja. El Rusito era sumamente diestro para el embuste y la trampa por motivación paterna, no sólo para competir palmo a palmo contra un rival sino también para ejecutar trucos y maniobras que dejaban asombrado a todo un auditorio. El pequeño Ángel no fue la excepción. El aprendizaje durante las largas jornadas fue intensivo y eficaz. La consecuente práctica resultante habilitó al pequeño de ocho años para mezclar, repartir, ocultar y exhibir la carta que quisiera en el momento menos esperado dejando a su madre y a su hermana azoradas por tales destrezas. Esta iniciación fue sumamente reveladora para Ángel. Muchos años después sabría desempolvar y usufructuar tales capacidades debido a urgencias particulares.
El amanecer del veintisiete de Mayo sorprende al vapor Alfonso XII ingresando al estuario del Río de la Plata. Por estas latitudes el otoño va pintando sus últimos embrujos siendo el venidero invierno quién recibirá a la familia con toda su pereza y determinación. Algunas horas más tarde se dejaron intuir las primeras sombras de la ciudad de Buenos Aires. El puente principal de la nave se descubrió colmado de curiosos en procura de una postal irrepetible. Expectativa y cierto nerviosismo invadió a Concepción, curiosidad y sorpresa rindieron culto en el espíritu de Ángel y Esperanza. Ante el anuncio del pronto arribo y las correspondientes instrucciones a seguir debido al ordenamiento que iba a tener el desembarco, la totalidad del salón se alistó para soportar la empresa sin mayores sobresaltos. El bullicio se entremezclaba, las conversaciones cercanas y lejanas confundían a los desprevenidos interlocutores que se revelaban excitados y proclives a reacciones apuradas y caóticas. La explanada del puerto se mostraba indiferente. La ciudad protegía sus egoísmos de forma obscena, como acostumbrada a que miles de penitentes declinasen por sus angostas escaleras obligados a agradecer su imponente existencia. Por entonces la soberbia del nativo ya desplegaba probada reputación. La recomendación, comunicada por medio de altavoces, era que los grupos se mantuvieran alineados en filas ordenadas para no complicar la distribución del equipaje debido a que las omisiones no solían tener honesto destino. Cada conglomerado debía ubicarse frente a la bodega indicada. El empedrado húmedo y la presencia de la oxidada mole flotante conformaban un escenario demasiado hostil para esos desprevenidos ojos leoneses que de manera pendular, oscilaban entre la prevenida sorpresa y un temeroso desencanto. Cumplidas todas las advertencias Concepción y los pequeños se reunieron con sus pertenencias ideando, inmediatamente, la estrategia precisa para afrontar los complejos trámites migratorios. Un emisario de la familia fue enviado desde Cascallares para colaborar con la prole recién llegada. Virgilio Mendía se presentó ante Concepción y sus hijos con las inevitables dudas que este tipo de encuentros incluye. Fue guiado por semejanzas, intuiciones y la precaria información de poseía: Una mujer sola con tres hijos de los cuales uno de ellos era un bebé no son datos a menospreciar para afrontar una búsqueda a ciegas. Luego de algunos fallos dio con la estirpe indicada. Mendía, de cuarenta años de edad, era el capataz y hombre de confianza en la finca La Leonesa, propiedad de los tíos paternos de Concepción. Una vez corroborada la identidad y efectuadas las presentaciones pertinentes, el hombre le solicitó a la dama que le entregara toda la documentación para realizar los trámites de ingreso. Tal solicitud fue respetada sin mediar dudas ni preguntas. Como eficiente capataz Mendía trataba, en la medida de sus posibilidades, estar un paso adelante de los requerimientos de sus patrones. Lo perseguía una suerte de determinismo histórico. Su padre lo había adiestrado en el oficio desde niño. Mariano Mendía había servido durante más de cincuenta años en una de las Estancias propiedad de la familia Anchorena, a escasas leguas de Azul. Haciendo honor a su experiencia Virgilio procuró facilitar el proceso burocrático poniendo en juego toda su sabiduría en la materia. Rápidamente obtuvo la aprobación y el sellado de la documentación; una carta recomendación del propio Senador Antonino Cambaceres del Partido Autonomista Nacional le ahorraron inútiles dilaciones. De regreso le comunicó a Concepción que todo estaba conforme a lo planificado, le entregó los documentos y las actas originales, solicitándole encarecidamente que no se moviera de la explanada debido a que iría por el coche para cargar el equipaje, partir prontamente rumbo a la Estación y abordar el Ferrocarril del Sur con destino a Tres Arroyos; allí los estarían aguardando con otro coche para completar las cinco leguas de distancia que separaban dicha ciudad con La Leonesa, en las afueras de Cascallares. Cumpliendo con cada detalle, el capataz se acercó con un carro de cuatro ruedas y mediano porte tirado por dos caballos un tanto agobiados y dispuestos a ser licenciados. Al estar techado permitía cargar el equipaje en la parte superior asumiendo su cabina el específico rol de cómodo transporte de pasajeros. El  conductor, instalado en el sector delantero superior del vehículo cumplimentaba tareas de changador si el cliente lo demandaba. El precio por esta asistencia adicional era negociable. Este tipo de transporte contaba con limitada oferta en función del requerimiento urbano por lo que Mendía, advertido sobre la problemática, contrató el servicio con la debida anticipación, abonando las compensaciones exigidas por dicha exclusividad. Atento y teniendo todo bajo riguroso control, Virgilio le comunicó a Concepción que cuando ella lo creyera conveniente se comenzaría a cargar el equipaje; a todo esto y en medio de las idas y vueltas el capataz ya se había encargado de cancelar en las oficinas de la Empresas del Atlántico, propietaria del vapor Alfonso XII, el saldo de la travesía en moneda nacional. El recibo que oficiaba de libre deuda había quedado bajo su poder. Una vez instalados en el vehículo comenzó un derrotero que cruzaría el centro comercial de Buenos Aires casi en su totalidad. La zona portuaria se levantaba en los dominios del Retiro, al norte de la ciudad, mientras que la Estación del ferrocarril se erigía en el ámbito de la barriada de Barracas distante legua y media hacia el sur. Partieron del puerto no sin antes previa presentación ante las autoridades de la Armada de los permisos correspondientes para la libre circulación. El mismo consignaba los datos personales de los colonos, al asentamiento final, las cartas de recomendación y el libre deuda de la empresa naviera. Este último documento fue rápidamente entregado por Virgilio a los comisionados solicitantes ante una sorprendida y desmemoriada Concepción. La duración del trayecto por la Capital no fue lo suficientemente extenso para rogarle al capataz disculpas por el involuntario descuido. El caballero se comportó como tal minimizando la cuestión tantas veces como la dama lo propuso, conminándola serenamente  a que lo tome como un simple detalle de bienvenida. El suave desplazamiento del coche por las estrechas vías de la ciudad fue una experiencia conmovedora para la familia. Acostumbrados a la rigurosa geografía de La Cabrera el recorrido fue un auténtico paseo plagado de descubrimientos y preguntas. Mendía había diseñado, junto con el chofer, un itinerario en donde la belleza y el placer decretaban instancias de asombro, activando de manera concreta sensaciones nuevas y curiosidades extremas. Concepción, Esperanza y Ángel fueron desbordados por el escenario. Virgilio estimaba haber ganado la batalla; percibía que había conquistado el corazón y la confianza de aquellos intrusos que de manera absoluta invadieron su vida desde esa misma mañana y hasta el fin de sus días. Cierta modernidad se mezclaba con un paisaje colonial. Empedrado y barro alternaban en la medida que los caballos avanzaban. Plazas, parques, personas, vestimentas, oficios callejeros, todo era cuestión de saber observar; poner los sentidos al servicio de la curiosidad era la única obligación para poder disfrutar el momento. Las risas y las preguntas abundaban a la par que Virgilio desplegaba su artística de guía procurando palabras precisas y silencios adecuados. Conocía Buenos Aires a la perfección debido a que era el gestor encargado de todas las cuestiones comerciales y administrativas de La Leonesa. Dios y los negocios atendían en el puerto de modo que visitaba la gran capital dos o tres veces al año permaneciendo en ella no menos de una semana por viaje. Promediando el recorrido el inoportuno Constantino exigió alimento. De inmediato Concepción recordó al incauto fisgón del Alfonso XII que plagado de mal gusto le hacía rememorar su austera gracilidad. La dama, injustamente, asoció al capataz con el intruso. Nuevamente el caballero respondió como tal y atento a la situación le propuso al pequeño Ángel que lo acompañara, bien abrigado, a sentarse junto al chofer. Con la anuencia de su madre Virgilio hizo detener el coche y subió junto con el pequeño al sector de comandos prometiéndole a Esperanza el próximo turno. Alegre y culpable por su desconfianza Concepción siguió disfrutando de la travesía urbana cumpliendo su rol de madre en absoluta intimidad. La Estación Barracas los recibió sin mayor expresividad. Galpones abiertos, un par de formaciones vacías y escaso movimiento era el paisaje que proponía la terminal ferroviaria. El cochero colaboró con el capataz para el traslado del equipaje; luego éste se dirigió al sector de información para ratificar hora de partida y adquirir los respectivos pasajes. Cumplimentada la tarea y con sus cuatro boletos con destino a Tres Arroyos le propuso a la dama instalarse en uno de los asientos de la sala de viajeros ya que tenían para un buen rato de espera hasta el llamado definitivo que indique el momento de ascender a la formación. Dieciocho horas los separaban del destino final, tiempo suficiente para seguir reconociéndose, para continuar con la pesquisa iniciada desde el mismo instante del encuentro, prolongando diálogos y enterrar para siempre absurdas desconfianzas.
Un sorprendente paisaje inicial se transformó en monotonía en la medida que las ventanillas pintaban frescos homogéneos. Los ojos de Concepción comenzaron a dejar el afuera y su uniformidad para concentrase en Virgilio y sus historias en La Leonesa. Los diálogos se encaminaban dentro del marco familiar y las rutinas de la hacienda. Estas conversaciones sólo fueron interrumpidas ante el arribo del tren a cada estación pueblerina o parada ocasional. Si bien la tecnología era novedosa, por razones desconocidas, la máquina y sus tres vagones debían detenerse periódicamente para revisión general. Los niños alternaban el hastío con juegos y siestas. El desorden horario que el viaje les propuso a sus vidas provocó que la alimentación fuera problemática y caótica. La formación contaba con servicio de comedor y todo estaba a cargo de Virgilio. Concepción se mostraba avergonzada ante la situación. Para su tranquilidad el capataz le informó oportunamente que tal conducta se debía a expresas instrucciones de sus tíos, en consecuencia no debía preocuparse por el tema. Hasta para mentir Mendía era un caballero. Durante las dieciocho horas que duró el viaje ambos se adueñaron de sus silencios y trataron de no insistir ante el descubrimiento de alguna incomodidad. Durante la nocturnidad Virgilio se mantuvo en vela cuando la familia aprovechó para descansar. Tres Arroyos los recibió pasado el mediodía de la jornada posterior al arribo del vapor. Certezas inapelables y señales imprecisas fueron la resultante de ese inesperado comienzo luego de tamaña odisea.
El carretón que estaba aguardando en la estación y que los trasladó a La Leonesa lo reconocieron más familiar. Similar a los vistos y utilizados en Robledo de Losada se desplazaba rudamente por la huella bamboleando aquellos enseres que no tenían la debida sujeción. Álvarez, mano derecha del capataz y conductor de carro se mostraba a primera vista imperturbable y un tanto rocoso. Ignoraba la familia recién llegada que el “gallego” sordomudo iba a ser trascendente para los futuros descubrimientos del pequeño Ángel. No existía, leguas a la redonda, persona de mayor confianza para Virgilio.
La tranquera de ingreso, típica de estos establecimientos, anunciaba La Leonesa con un elegante bajorrelieve tallado en madera. Un par de hileras de pinos laterales se besaban en altura protegiendo un angosto sendero acolchado con las hojas secas de un otoño que recitaba sus últimas rimas. Unas cuantas curvas ocultaban la posibilidad de visualizar el casco principal, el silencio era interrumpido por el trinar de calandrias, tijeretas y benteveos, especies que eran prontamente señaladas por Valentín a poco de ser divisados por los visitantes. Tras las sendas barreras de tupida vegetación se alzaba una llanura prolija y aparentemente intocable. El rumor del ocaso dejaba traslucir por entre los árboles la presencia de una esfera incandescente que les daba la bienvenida a la par que se despedía solo hasta el día siguiente. Los mil metros del sendero fueron un examen para los sentidos; una suerte de ensayo que serviría para poder valorar con fundamento la obra maestra de todos los días. Más allá las farolas y un entoscado preciso anunciaban la llegada al casco central. Cuatro poderosos ovejeros flanqueaban al corriente carretón moviendo a velocidad sus colas en signo de suma felicidad por la llegada de Virgilio y su mayoral, Álvarez.
La casona, de razonables dimensiones distinguía un suave color amarillo en sus paredes exteriores albergando galerías y glorietas perfumadas por lilas y madreselvas prolijamente cultivadas. La estética del jardín central, frente a la puerta de entrada, parecía sometida por mano artesana, bancos de madera lustrada, ordenados y equidistantes invitaban a la espera de un reencuentro. Fernanda y Juan José aparecieron de inmediato al escuchar el andar de las pezuñas de los caballos y los ladridos de los perros. La recepción fue cálida y emotiva. Agradecieron a Virgilio por el éxito de la empresa licenciándolo por un par de jornadas a modo de reconocimiento. Con las disculpas del caso desestimó la propuesta argumentando que deseaba encargarse personalmente de todo aquello que tuviera que ver con el alojamiento y comodidad de los recién llegados. La seriedad de la solicitud provocó que el matrimonio no tuviera más remedio que acatar con agrado el pedido del capataz. Ante la conformidad de los tíos Concepción se sintió más tranquila y menos intrusa. Virgilio continuaba estando cerca.

La Leonesa

Distante ciento diez leguas al sur de la ciudad de Buenos Aires se levanta la pujante población de Tres Arroyos. Dicho nombre deriva a que la misma se erige en medio de una pequeña cuenca hídrica atravesada por tres finos brazos de vertientes muy cercanos entre sí. Enclavada en el sudoeste de la llanura bonaerense reserva el privilegio de poseer suelos tan aptos para el pastoreo del ganado como para el desarrollo de la agricultura intensiva. No presenta inviernos sumamente crudos. La temperatura media de esta época oscila en los diez grados pudiendo aparecer algún veranillo mentiroso que dure cuatro o cinco días. Alternan heladas con lluvias suficientes lo que promueve una extraordinaria riqueza orográfica. Con características de planicie su topografía guarda sedosas lomadas hacia el oeste y amplias superficies cubiertas por vegetación de altura. Gran variedad de especies arborícolas conforman apegados montes que simulan ser tupidos bosques en donde pinos, álamos y eucaliptos encuentran el placer por compartir las caricias de un verano clemente y ciertamente sensual. La media climática de la temporada estival no pasa de los veintiocho grados pudiendo llegar hasta los cuarenta durante el día. Las noches imponen brisas sureñas que permiten descansar sin mayores sobresaltos. Es un típico conglomerado nacido a instancias del corrimiento de la frontera con el indio. Las sucesivas e incontables campañas dejaron librados territorios, a posteriori, nunca bien distribuidos. Generalmente los militares en tales comisiones se repartían con un alto grado de albedrío enormes extensiones de campo. Cierta falta de previsión y planificación adecuada por parte de las autoridades permitieron que familias de abolengo adquieran estas extensiones de campo a precio vil. Los Anchorena, los Rosas y los Martínez de Hoz fueron de los primeros clanes que impusieron distribución a fuerza del poder de la riqueza. Aquellos pocos entusiastas que pudieron conservar sus campos fueron vendiendo en la medida que la oferta iba apareciendo a caballo del negocio de los bienes raices. El inevitable ordenamiento catastral promovió el método indispensable para que estas operaciones puedan llevarse a cabo con algo de transparencia. Hacia 1860 y muy cerca de la ciudad cabecera, el matrimonio conformado por Fernanda González y Juan José Villamayor adquiere un predio propiedad del Coronel Mariano Dueñas y Torrealba distante cinco leguas al sudoeste de Tres Arroyos. La pareja había arribado a Buenos aires a principios de la década anterior expulsados por la cruel hambruna que vestía por entonces a la península Ibérica. Muy jóvenes y portando la totalidad de sus ahorros montaron su proceso migratorio radicándose, en primera instancia, en el paraje de San José de Flores ubicado a dos leguas al oeste de Buenos Aires. Allí desarrollaron una incipiente casa de pensión que les permitió establecer una cabecera financiera nada despreciable. El crecimiento económico del matrimonio se desarrolló sin prisas pero sin pausas a pesar de las constantes luchas fratricidas que sufría el país desde la segunda década del siglo. El emprendimiento multiplicó su valuación no sólo por el excelente servicio que brindaba, además el propio desarrollo urbano potenció el valor nominal del predio. Tal oportunidad les resultó muy propicia para reiniciar su camino en busca del lugar definitivo. La vecindad con los deudos del Coronel les posibilitó cerrar la operación sin mayores sobresaltos. El militar había fallecido en la batalla de Caseros a principios de los cincuenta y ninguno de sus hijos estaba interesado por la vida rural. Las condiciones de compra fueron muy favorables debido a esa razón. Veinticinco años después el establecimiento ganadero La Leonesa contaba con quinientos ochenta hectáreas y más de setecientas cabezas de ganado entre vacunos y equinos. Como pioneros y cofundadores de la población Micaela Cascallares supieron integrarse sin mayores dificultades dentro de una ecléctica comunidad compuesta por gringos, daneses, alemanes y gallegos. De inmediato comenzaron a fundirse en el ámbito de instituciones intermedias a favor de la incipiente comunidad organizada. Las sociedades de fomento iniciaron su proceso de desarrollo y comenzaron a tomar decisiones; en más de una ocasión configuraban órganos de consulta gubernamental a nivel distrital.
El casco principal de la estancia poseía una amplitud notable. Todos sus salones daban al exterior. Ventanales y puertas con postigos orientaban a la galería que rodeaba a la casona. La madera trabajada con suma delicadeza y buen gusto en aberturas y mobiliario otorgaban a cada ambiente la calidez propia de la sencillez y el recato. Cuatro dormitorios bien dispuestos servían para la recepción de los usuales visitantes que acompañaban al matrimonio cuando las fiestas patronales, o en oportunidad de eventos organizados por los mismos propietarios. La cocina, convenientemente equipada, poseía la comodidad imprescindible en cuanto a superficie y variedad de enseres. Un sistema de calefacción a leña disponiendo de varios hogares completaba la confortabilidad del predio. El personal contratado disponía de un digno establecimiento privado distante cincuenta metros del casco principal. Un único salón con veinte camas, cocina y calefacción servían de cobijo para el baquiano y el jornalero. La condición impuesta, a modo de contrato tácito, era preservar el aseo y el orden. El capataz estaba a cargo del personal y debía velar por el cumplimiento de las pautas establecidas.
El matrimonio tuvo la suerte de contar con una base existente al momento de la compra. El Coronel Dueñas había iniciado un precario y modesto establecimiento ganadero que la pareja se encargó de refundar; con el tiempo la revalorización de la actividad equina en la zona los encontró lo suficientemente preparados para aceptar el reto que la evolución de la actividad les proponía. La adquisición de trescientas hectáreas dentro de la primera década los obligó a replantarse el proyecto. Para ello debían contar con ayuda permanente y confiable. Alguien con la suficiente capacidad y sabiduría en la materia, además de ser honesto, diligente y astuto para los negocios de campo. Su búsqueda encontró prontamente respuesta positiva. El joven baquiano Virgilio Mendía arribaría a La Leonesa a fines de la década del sesenta recomendado por el propietario del almacén de ramos generales “Los Inmigrantes” de Tres Arroyos, en donde el matrimonio solía abastecerse. Íbero Castillo, dueño de la despensa de abarrotes, le ofreció empleo al joven a sabiendas del fallecimiento de su padre. Hasta ese momento ambos desempeñaban funciones en la estancia La Hermandad de la localidad de Azul, propiedad de una de las ramas genealógicas de los Anchorena. Con el deceso de Mariano Mendía la posición del muchacho quedó sumamente debilitada; no se lo tomaba en cuenta ni se lo observaba como probo en la materia por lo que al poco tiempo fue despedido. Don Íbero, al verlo sin empleo y un tanto desencantado, le ofreció el puesto de ayudante y aprendiz, aún sabiendo que más temprano que tarde partiría rumbo a su verdadera vocación. El joven Mendía, de quince años, mostraba suma destreza y disponibilidad para el trabajo, modestia y gran voluntad para el aprendizaje. El almacén era además su casa ya que pernoctaba en un apartado a modo de dormitorio que estaba ubicado tras la tienda. En medio de una de las tantas conversaciones ocasionales entre Castillo y Villamayor, surge como tema la problemática que estaba sufriendo la operatividad de La Leonesa y la necesidad de contar urgentemente con un avezado caporal de campo debido a que les era imposible manejar en soledad el establecimiento luego de las importantes inversiones realizadas. Lo cierto es que se les había escapado de las manos el control de los negocios y estaban perdiendo cabezas por robos, pestes y predadores. Sin bien la compraventa de animales andaba muy bien, el alto grado de descontrol existente menguaba sus rentas y en consecuencia complicaban las obligaciones a pagar. Sin dudarlo Íbero le propuso a Villamayor que cuente con Virgilio para tales menesteres recomendándole que lo hiciera por iniciativa propia escindiéndolo a él como gestor del encuentro. Sospechaba que tal modo encontraría más dispuesto al joven en lugar de verse inmerso en una suerte de recomendación. Mendía, a pesar de su edad, exhibía un incipiente orgullo a favor de logros propios. Los quince años de Virgilio fueron un llamado de atención para Juan José por lo que insistió en tener una conversación personal antes de hacerle la formal convocatoria. De inmediato idearon el modo para que el encuentro se realizara lo más naturalmente posible; para ello Castillo dispuso que el muchacho acompañe a Juan José hasta La Leonesa para ayudarlo con la carga y descarga de los abarrotes adquiridos. Las cinco leguas del carro serían la excusa necesaria para plasmar el objetivo deseado. Antes de llegar a la estancia, Villamayor ya tenía la decisión tomada, sólo restaba la opinión de Fernanda. El matrimonio no dejaba ninguna decisión librada al azar. Ambos tomaban arte y parte en el asunto, en consecuencia, el mutuo acuerdo era condición indispensable para evitar futuros arrepentimientos. Solían asumir que los aciertos y los errores iban y venían, que no tenían nombre propio ni identidad conocida en el ámbito de La Leonesa.
Fernanda González vio en los ojos del joven lo suficiente como para no necesitar examinarlo. La facultad de la dama para leer a las personas complementaba certeramente a Juan José en cuanto al descubrimiento de la capacidad operativa del candidato. Digamos que la pareja determinaba sus colaboradores desde dos aspectos: el profesional los dominaba el caballero, el humano lo analizada la dama. Raramente erraban en el diagnóstico. Una vez terminada la tarea encomendada Fernanda invitó a los caballeros con mates y panecillos. Virgilio agradeció pero rechazó el convite gentilmente debido a sus obligaciones laborales. Dicha actitud dio por finalizado el ensayo, no necesitaban seguir buscando. Al otro día, sin falta, el matrimonio volvió a la tienda “Los Inmigrantes” para conversar con quién pasado un lustro de aprendizaje sería su capataz y absoluto hombre de confianza.
Pocos años transcurrieron para que Virgilio evidencie un perfecto conocimiento del negocio ganadero, más allá de las habilidades operativas heredadas de Mariano. Durante ese tiempo también había incorporado un alto grado de instrucción de la mano de Fernanda, en consecuencia no sólo mostraba don de mando sino además una importante solvencia intelectual. A pesar de su juventud la totalidad de la dotación de jornaleros lo respetaba debido a que no sólo era un eximio baquiano, agregaba a su persona seriedad y buen trato. Lo real es que supo formar una tropa de colaboradores fieles, comprometidos con la estancia y sus intereses. Era duro con quién ejercía abuso de confianza y amigo para quién necesitaba una mano solidaria. No gesticulaba ni alzaba la voz, acostumbrando a compartir con la muchachada la mayoría de los momentos. Tales conductas eran muy bien recibidas por los trabajadores que penaban y mucho cuando alguno de ellos, por cuestiones personales, debía partir definitivamente.
Virgilio Mendía se constituyó con el tiempo en el alma de La Leonesa. No sólo colaboró con Juan José en el orden del establecimiento, además le agregó al matrimonio esa instancia que la vida les negara con suma indiferencia. Hacia fines de 1891 el matrimonio había recibido correspondencia desde Robledo de Losada. Su sobrina Concepción González arribaría en breve acompañada de sus tres pequeños hijos. Era tarea y responsabilidad de Virgilio poner a La Leonesa a la altura de las circunstancias


V  - La Cárcel.

No me busques, ya estoy demasiado desencontrado

El Cura Bernabé pidió a la concurrencia un momento de silencio para poder leer las instrucciones recibidas desde el comando de Astorga. Las mismas habían arribado en un sobre lacrado y remitidas por la misma regional dos meses después de la primera reunión en la que estuvo el propio Cura representando a la seccional La Cabrera de Robledo. Un clima de embriaguez circulaba por el salón principal de la capilla. Valentín dispuso, previa consulta a sus compañeros, que uno de los integrantes del grupo guarde vigilia exterior por si algún imprudente comedido mostraba demasiada curiosidad. María de los Ángeles Puenzo asumió la orden sin mucho entusiasmo aun sabiendo la magnitud de la misma.

Compañeros:
El momento de demostrar nuestras convicciones y nuestro coraje ha llegado. Cada grupo formado a escala regional tendrá tareas de suma responsabilidad e importancia. Las mismas fueron diagramadas sobre la base de una estrategia cuidadosamente evaluada por la totalidad de los cuadros libertarios especialistas en la materia. Sabemos que las operaciones asignadas serán aceptadas con beneplácito e inteligencia debido a que conforman el complejo entramado que sin lugar a dudas nos llevará al éxito de nuestra empresa. La información de los comandos regionales ha sido de un valor trascendental para determinar nuestra estrategia revolucionaria, de forma tal invitamos a nuestros compañeros a comprender que todo rol es necesario e imprescindible para llevar a buen puerto nuestra nave. Ninguna misión debe considerarse menor, la existencia de la misma y la exigencia para su eficaz cumplimiento hablan por sí de su relevancia. La Central de Trabajadores Libertarios de Astorga determinó para vuestro grupo las siguientes acciones a llevar a cabo.

1-      La organización y armado de una imprenta con el consecuente aprendizaje del oficio. La misma actuará en la confección y distribución de volantes y gacetillas que servirán de propaganda y notificación tanto interna como externa. Esta imprenta será responsable de tener informada a toda la Provincia sobre lo actuado por nuestra organización, vigilando, mediante este medio, que el espíritu combativo emergente encuentre a nuestras defensas altas y dispuestas para seguir con la lucha a favor de los ideales que nos unen.

2-      Las acciones armadas propiamente dichas se efectivizarán, en esta primera etapa, en los sectores urbanos. Las razones de la mencionada táctica radica en la necesidad de cubrir aquellos conglomerados en donde encontramos mayor número de compañeros expoliados. En consecuencia, la posibilidad de absorber adherentes es mayor. Por ello vuestro grupo será responsable, siempre dentro de la misma zona de influencia, de la logística adecuada para cumplimentar dichos objetivos: Tanto el montaje de un campo de entrenamiento como la construcción de una sala de primeros auxilios serán relevantes para plasmar nuestra intencionalidad. Además deberán articular una suerte de pañol donde se almacenarán armas, municiones, pólvora, pertrechos y demás elementos para su guarda y distribución. Vuestra responsabilidad será que la región permanezca siempre equipada en este rubro. Los primeros envíos les estarán llegando la semana entrante.

3-      Disponer en forma permanente de un servicio de correspondencia con la Central de Trabajadores Libertarios de Astorga a través de un compañero debidamente acreditado e informado. El agente será de vital trascendencia para la coordinación de las fases que se llevarán a cabo.

Por ahora es todo lo que hay para informar. La victoria nos espera siempre y cuando nuestras convicciones se mantengan firmes e irrenunciables. La lucha es conciencia y coincidencia de objetivos. Adelante Compañeros.
                                                                           

                                  C.T.L. de Astorga


Un silencio ausente se apropió de la capilla. Miradas desconcertadas resumían la pesadez del momento al mismo tiempo que una ambigua sensación de frustración e incapacidad los descubría efímeros y un tanto endebles. Cuando el Cura terminó de leer el instructivo con las órdenes la insatisfacción fue el común denominador. No era necesario debatir nada sobre lo escuchado. Durante meses el grupo La Cabrera de Robledo de Losada se había preparado con el fin de entrar en acción para tratar de cambiar el determinismo histórico de atraso y olvido que sumergía a la región y en consecuencia a sus vidas. De la lectura se desprendía que las mismas jerarquías libertarias otorgaban entidad secundaria a tanta convicción contenida. El “Puta Madre” que Valentín exteriorizó como estallido minutos después tuvo eco y coincidencia. Mientras el Cura Bernabé llamaba a ensayar un análisis, el resto de la partida insurgente deambulaba por la mugrienta capilla en la búsqueda de argumentos sólidos y confiables que permitiesen entender el comunicado oficial. No hallaban consuelo. En menos de una hora, de acuerdo a lo que ellos interpretaban, se habían transformado en burócratas inactivos lejos de los centros de acción y que toda la preparación había sido subestimada por los ideólogos del movimiento republicano. Nadie detenía su atención en pensar más allá de sus ambiciones personales a favor de asumir un riesgo que consideraban necesario e imprescindible. Valentín, muy alterado, argumentaba que el trato recibido era idéntico al comportamiento que las autoridades estatales tenían reservado para la zona. Privaba un sentimiento de exclusión que no estaba dispuesto a soportar de parte de aquellos que se decían pares en sufrimientos y redenciones. Bernabé insistía en profundizar el análisis del texto. Tuvo que levantar su voz para ser escuchado.

-         Camaradas, releamos las instrucciones, estudiando punto por punto lo ordenado. Que nos otorguen específicas funciones logísticas no implica desatender las acciones que impacten en nuestra zona de influencia. Por lo menos nada dice al respecto. Pensemos en voz alta camaradas, por un instante. Es lógico que la lucha urbana sea el punto de partida para iniciar un proceso prerrevolucionario, todos leímos a Marx y a nuestros más notables pensadores libertarios, sin ir tan lejos recordemos a los Comuneros de Paris. El movimiento necesita miles de entusiastas, muchos más de los que podemos proveer desde aquí. No es menos cierto que la situación en La Cabrera es desesperante y que convivimos con la muerte y con la ausencia, pero en mi opinión considero que la mejor manera de enfrentar a las autoridades reales es enfocándonos en aquellos centros urbanos en donde nuestras acciones alcancen notoriedad y simpatías.
-         ¿Y mientras tanto? – replicó Valentín
-         Mientras tanto propongo hagamos obedientemente lo que se nos ordenó. Dejemos pasar un tiempo y veamos como se desarrollan los acontecimientos. Tal vez en ese lapso hallemos en nuestras instrucciones las razones que, por ahora, no apreciamos con la debida claridad. Propongo un cuatro intermedio de una hora para pensar la idea con la sensatez que la cuestión amerita y luego votar la moción.
-         De acuerdo Bernabé – aprobó Valentín – pero con la siguiente salvedad: Planteo como alternativa organizar nuestra lucha local de manera independiente fuera del ámbito de la Central aprovechando el armamento que nos envíen con destino al pañol. Paralelamente que cumplimos con nuestras órdenes podemos anexar las acciones concretas de carácter insurreccional, esto nos dará prestigio y esa simpatía de la que tanto habla nuestro Cura.
-         Me parece un error – interrumpió Bernabé -. Con ese tipo de maniobras vamos a poner en riesgo la ubicación del arsenal, la imprenta y la unidad sanitaria; de ese modo no sólo estaríamos incumpliendo con la organización sino además ese riesgo se trasladaría a toda la población de Robledo de Losada.
-         Es probable – continuó Valentín – pero no nos sentiríamos tan inservibles.
-         Vale decir que tus necesidades de considerarte útil son más importantes que el destino de nuestras convicciones y el futuro de los compañeros – señaló el Cura –
-         Bueno Bernabé, basta de ideología barata. Tomemos ese cuarto intermedio y votemos – sentenció el líder –

Terminado el debate Valentín abrió el portón de la capilla con el objeto de dar un paseo y meditar sobre la propuesta que vehementemente expuso. María de los Ángeles Puenzo continuaba en los alrededores haciendo la vigilia encomendada. Al verlo salir la mujer se acercó al hombre para solicitarle información sobre lo acontecido ya que su tarea le había impedido escuchar lo debatido en el cónclave.

-         ¿No deberías escuchar ambas propuestas antes de decidir? – advirtió Valentín en plena caminata -
-         Me alcanza con saber su opinión sobre el tema Valentín – respondió María de los Ángeles –
-         Eso me compromete en demasía. No me parece mal equivocarse, del error se aprende. Lo que no me perdonaría es arrastrar a alguien con mis desatinos e imprudencias. Prefiero con honestidad y objetividad comunicarte lo conversado y que decidas en consonancia sobre la base de tus convicciones.
-         Como usted diga Valentín, lo escucho.

El entrecano caballero caminaba por el sendero explicando lo debatido y las entrelíneas de las propuestas. Procuró no identificarse con ninguna de forma tal la mujer escogiese según dicte su propio convencimiento. La voluptuosa gitana gozaba de un esplendor que bien disimulaba su viudez. Hacía tiempo que su cuerpo no era visitado por el desenfreno de la pasión. Sus noches, plagadas en transpiración, lograban cierta calma cuando cedía a la autosatisfacción. El hombre que la escoltaba la conmovía plenamente. Un silencio de admiración acompañaba la palabra del líder. Seguramente hubiera preferido que ese momento apunte hacia lo prohibido y la lujuria. Poco le importaban la lucha de clases y las putas reivindicaciones sociales; en ese instante, solamente, aspiraba a que ese hombre la tomase entre sus brazos y dispusiera de ella hasta el hartazgo.
Pasada la hora y con la totalidad de los integrantes del grupo en el interior de la capilla se acomodaron para iniciar el plebiscito sin mayores debates ni demoras. Se desarrollaron para ello ambas propuestas con la debida aclaración sobre méritos y deméritos de cada una. La sugerencia de Bernabé obtuvo ocho sufragios mientras que la de Valentín otro tanto. María de los Ángeles se abstuvo de modo tener certezas  absolutas sobre los deseos de su anhelado caballero. Sin definición, el Cura propuso un cuarto intermedio de treinta minutos para meditar sobre lo ocurrido y volver a votar. Transcurrido ese tiempo y ante la necesidad de definición Puenzo sufragó segura y convencida por la propuesta de Valentín. El resultado final se tomó sin mayores objeciones y se acordó notificar a la Central cuáles iban a ser los pasos a seguir por el grupo de Robledo. Razones éticas no permitían comportarse de otra manera. Bernabé fue asignado para la misión. Su espíritu democrático y solidario aceptó la comisión más allá del error que, persuadido, consideraba se estaba cometiendo. Para ello se estipuló la preparación de un documento que se entregaría en mano a las autoridades de la Central Astorga. Cuidando el tenor de la misiva y revisados sus términos se la colocó en un sobre lacrado asignado para tales efectos. Bernabé partió a la mañana siguiente.
Luego de su regreso la calma se mantuvo durante un tiempo. Sin novedades transcurrían los días del grupo. Debates y charlas sobre hipotéticas acciones eran lo usual y cotidiano. La lectura de manifiestos y el análisis de los últimos acontecimientos entretenían esa suerte de espera interminable. Les llamó la atención la falta de comunicación y noticias por parte de la Central. Consideraron que los cuadros más importantes de la organización todavía estarían meditando y deliberando sobre la decisión del grupo, sea para reconsiderar su rol dentro del plan insurgente o en su defecto para ratificar las instrucciones originales.
La mañana del siete de junio sorprende a Robledo de Losada sitiada por la Guardia Real y la Policía regional. Previamente, en la madrugada de ese mismo día, la capilla de Iruela había sido destruida por completo y posteriormente quemada. Las fuerzas oficiales habían recibido información anónima sobre el grupo subversivo y sus continuas actividades herejes. Valentín, Bernabé y el resto del grupo fueron detenidos y encarcelados sin derecho a comunicación con el exterior.


VI – Leer y Escribir

Guarda tus sueños en aquellos cajones que no estorben

                                                                                       20 de Junio de 1892

Amado Valentín
                       Extrañarte es tarea cotidiana. Tanto los niños como yo aguardamos que el tiempo subsane esta instancia de separación y volvamos a gozarnos y a sufrirnos mutuamente. Amo en demasía tus demandas y tus ruegos. No ser testigo de tus silencios y secretos incomodan cada uno de mis días. Mi cuerpo vocea entre sollozos los aromas de tus ausentes inmensidades sintiéndose breve y consternado. Aprendí a amarte desde el día en que Natalia me conminara, en su lecho de temores, a cuidarte y protegerte. Su muerte fue una tremenda pérdida para los dos. Vos como su viudo, yo como su amiga de toda la vida. Espero haber respondido a sus expectativas. Aunque te confieso, me hubiera gustado ser más eficiente y que Rafael siga estando con nosotros impidiendo en la medida de mis posibilidades que el destino le jugara la absurda carta que el ejercito le impuso con absurda impunidad y descarado despotismo. Es muy difícil para nosotros disfrutar del presente con tu ausencia. Te puedo asegurar que estos paisajes merecen la pena, que el duro trabajo es compensado con creces y que el trato recibido por los tíos y su gente es conmovedor. Fernanda y Juan José se pusieron a mi disposición ante todo requerimiento velando diariamente por nuestra comodidad y satisfacción. Mis tareas en los quehaceres domésticos no conllevan mayores complicaciones ni exigencias. Consideran que la prioridad la tiene Constantino. Los tíos malcrían al niño como si fueran sus auténticos abuelos. La realidad marca que así lo sienten. Esperanza no sólo colabora con las tareas de la casa, además procura aprender a tejer y bordar de la mano de Fernanda, toda una docente en la materia. Ya utiliza técnicas de modista y hasta se confeccionó su primera falda, siempre supervisada por la tía. Ángel es el más inquieto de los representantes de La Cabrera. Sus actividades se desarrollan en el campo de la mano del capataz Virgilio y su mayoral Álvarez. Es la compañía permanente de ambos. Ha aprendido a montar y tiene animal propio. Virgilio le obsequió un malacara (así se denominan por aquí a los caballos que tienen una banda clara en su rostro) un tanto maduro, animal muy seguro para dar esos primeros pasos; con él comenzó a desandar los secretos para arrear ganado. Suele salir a cazar y a pescar con Álvarez, que es sordomudo; es increíble como ambos han llegado a entenderse. Cuando los días no son favorables, Ángel se entretiene practicando su nueva destreza. El manejo que posee de la baraja causa admiración en los tíos y demás concurrentes a sus actos. Te cuento que esto lo aprendió de un joven con el cual compartió la mayoría del tiempo durante el viaje en el vapor. Ya estamos pensando con Fernanda sobre la educación de los dos mayores, tema del que por cierto espero tu opinión. Los centros de aprendizaje de las primeras letras están algo alejados. Si bien el capataz se ofreció iniciarlos en la instrucción básica, la realidad impone que sus actividades cotidianas absorben la totalidad de su tiempo. Voy a tomar el tema personalmente procurando prepararlos dentro de lo elemental hasta que inauguren la escuela de Cascallares. El pueblo está a media legua de distancia de La Leonesa, por lo tanto no será demasiado sacrificio para los niños viajar en forma diaria. En lo personal estoy muy bien. El viaje fue mejor de lo que suponía; vas a poder comprobarlo cuando vengas. Las tareas diarias y la ocupación de madre me hacen olvidar un poco lo que estamos viviendo como pareja, de todas formas, tu presencia me es inexcusable para que esta renuncia tenga signos de validez. Esperamos ansiosos tu respuesta con todas las novedades que tengas para contarnos. Lo que más me interesa saber es cómo te trata la soledad. Siempre admiré tu fuerza de voluntad para afrontar los desafíos que la vida nos regala con total impunidad. Con el amor de siempre, Concepción.

Cuando cerró el sobre sintió que el frío del invierno de estas latitudes le había invadido el corazón y las palabras. Si bien no utilizaba asiduamente la correspondencia como instrumento nunca antes le había costado tanto escribir una carta. Cada renglón era una búsqueda constante de contornos dialécticos y sinónimos que no lastimen a un alma ciertamente castigada. Cómo expresar que su vida había dado un giro maravilloso, cómo explicarle que por primera vez estaba gozando de sus propios distritos y que lejos de él y de su historia, la familia había encontrado lo que tanto ansiaba. De alguna manera esa era la intención y búsqueda del proceso migratorio, pero no podía ser tan cruel detallando aspectos en donde la felicidad era la resultante habitual desde el momento que pisara tierras bonaerenses. Aspiró que Valentín, entrelíneas, supiera leer lo que ella no se animaba a escribir.

                                                              15 de Septiembre de 1892

Querida Concepción:
                               Aunque no lo creas hace dos días que recibí tu carta. Pasaron cosas de las cuales te enterarás a medida que vayas leyendo y que justifican plenamente la demora en la que estamos inmersos. En primer lugar amo y sufro que me extrañen. La dualidad radica en saberme querido y necesario, pero a la vez estimo que añorar adosa un sentimiento de dolor cercano al desencanto y la nostalgia, signos que veo en cada renglón de tu misiva. Por lo que a mí respecta confío en tu criterio y en tus decisiones en lo referido a la educación de Esperanza y Ángel. Me alegra, por sobremanera, la evolución y la rápida adaptación que tuvieron ante la novedosa y complicada experiencia. Te ruego hagas extensivo a los tíos mi agradecimiento por su inestimable apoyo y solidaridad. Íntimamente ardo con tu ausencia. Eres mi esposa, la madre de mis hijos, pero ante todo, mi piel. Esa misma que supo extraer lo mejor de mí y que al mismo tiempo supo disimular lo peor que lamentablemente llevo dentro. Sé que hasta ahora fuiste digna corresponsal de los deseos de Natalia; que el pasado no te atormente. Ella debe estar aprobando cada uno de tus actos. Te cuento, en otro orden de cosas, que mi hábitat actual no es el más apropiado. No estoy en casa; esa es una de la razones de la demora que antes comentaba. Comparto una pequeña y oscura celda con Bernabé en la penitenciaría de Astorga. El viejo Anzarda, desde Robledo, me alcanzó tu carta; la encontró de casualidad, una de las puntas asomaba bajo la puerta. Sabiendo lo que me había sucedido y luego de leer el remitente se atrevió a enviármela por una persona de su entera confianza. No estamos seguros de lo que ocurrió; solo te puedo decir que la Guardia Real llegó una mañana a La Cabrera y barrió con todo vestigio sospechoso. Desde hace tres meses estamos aquí, matando el tiempo, evaluando situaciones e hipótesis. Lo cierto es que nada sabemos del resto del grupo. Para tu tranquilidad no tenemos información acerca de vejaciones, apremios, torturas o fusilamientos, por lo que consideramos que el resto de nuestra gente puede llegar a estar en otra dependencia o directamente en su propio domicilio. No existe, hasta el momento, causa presentada que nos acuse de algún delito. Se nos informó que estamos a disposición de la Corona por intento de insurrección en contra de su Majestad. Esta suerte de letargo nos confunde y nos intranquiliza al mismo tiempo. Nos tratan con relativo respeto y la comida es buena, cosa que redobla nuestras sospechas. Bernabé estima que nos delato la misma Central. Entiende como supuesto que la idea de la organización fue darnos una lección por desatender las órdenes que nos habían dado y a la vez entretener a las autoridades gubernamentales con un grupo que no presentaba riesgo alguno para el Estado. De esta manera nuestro querido Cura no deja de hacerme responsable por lo acontecido. Nobleza obliga confesar que fui yo el ideólogo de la torpe y fracasada consiga. Por fuera de esto me cuesta creer que los Libertarios utilicen la delación como método de disciplinamiento. Esto me huele a traición interna. En mi opinión alguien dentro de nuestro grupo actuó como informante por razones que desconozco. Sostengo la idea porque no existe explicación alguna para entender cómo las fuerzas del orden llegaron a la capilla de Iruela. Nuestro punto de reunión era desconocido hasta para la misma Central de Astorga. Te pido no le cuentes a nadie por lo que estoy pasando y menos aún a los niños. Convenimos que nos haríamos cargo individualmente de los riesgos que pudieran tener nuestras decisiones y ésta circunstancia estaba dentro de las lógicas probabilidades. No nos podemos engañar, en la previa sabíamos que el camino de nuestras reivindicaciones sociales era de peligroso tránsito. Los amo más que a mi propia vida. Valentín.


Concepción leyó la carta como si fuesen renglones de una ficción, o lo que es peor, como si fueran muescas de una historia antigua, ajena y lejana. Supo de inmediato que Valentín leyó debidamente las entrelíneas de la suya. En ningún momento le hablaba de reencuentro, en ningún espacio mencionaba las palabras viajar o volver. No había indicio que marque con certeza que seguían siendo pareja más allá de la promesa a Natalia y el respeto que ambos se tenían. No existía duda que se amaban. Pero Valentín seguía muy enamorado de sus espectros del pasado y Concepción había encontrado, por fin, su lugar en el mundo. Ambos continuaban honrando el acuerdo estipulado.


VII – Libertad Vigilada

Vida... sos un mesurado promedio de sinsabores

-         Te compadezco Bernabé
-         No me quedan demasiadas alternativas Valentín. Abjuro o nos quedamos de por vida
-         ¿Abdicar convicciones a favor de la libertad? Resulta curioso el dilema. La libertad de no ser libre
-         Bueno, en este caso es nuestra libertad – afirmó el Cura -
-         Tal vez por eso siento que el dolor se duplica
-         Si fuera solamente dolor sabríamos que el tiempo, tarde o temprano, se encargará de él. Esto es otra cosa. Es lo de Pedro y su triple negación para sobrevivir
-         Quizás por eso llegó a ser Pedro. Y lo pienso como agnóstico Bernabé. Dios quiso que así sea como parte de un plan muy elaborado. Ante la instancia de tener que entregar a su hijo para redención de los pecados, alguien tenía que quedar entre los mortales para continuar la tarea – sentenció Valentín –
-         Me sorprenden tus conjeturas. Cualquiera te imaginaría un teólogo romano
-         Lo miro desde afuera y razonando, sin la pasión fundamentalista
-         ¿Me estás llamando necio?
-         En absoluto – contestó indignado Valentín –
-         ¿Entonces?
-         Sos mi amigo Bernabé. Amo lo que amas porque lo amas, aunque haya cosas que no entienda
-         Gracias Valentín
-         Volvamos al principio Bernabé. ¿Qué vas a hacer?
-         Por favor, no me jodas, hombre

A las diez de la mañana del veinticinco de noviembre la ronca voz del guardia les comunica que en una hora quedarían en libertad, exhortándolos a preparar sus pertenencias y esmerarse, desde la pulcritud, debido a que tendrían previamente una reunión con el Alcalde del establecimiento. Se miraron sin decir palabra. Aceptaron las órdenes sin optimismo y con los recaudos del caso. Pasada la hora dos carceleros los escoltaron hasta la oficina de Primo Molina Cuervo, encargado de la Penitenciaría de Astorga.

-         Por favor caballeros, tomen asiento – la sugerencia partió del Secretario del Alcalde –
-         Muchas gracias – contestaron a coro –
-         En minutos vendrá el Señor Molina Cuervo acompañado del Juez Mantilla

La oficina no parecía una dependencia correccional. Estaba decorada con delicadeza y pintada en colores claros. Los obligatorios cuadros de su majestad y toda su familia quedaban un tanto opacados por la luz natural que entraba desde el exterior. Los dos ventanales que orientaban al este aprovechaban el sol de la mañana invadiendo aquel espacio a despecho de los que sucedía en su interior.

-         Buenos días señores. Soy el Capitán Molina Cuervo, Alcalde del Instituto y el caballero es el Doctor Julio Tirso de Mantilla, Juez que atiende en la causa. A continuación mi secretario les leerá las condiciones de su libertad y los pasos que deberán cumplimentar...

Estando presentes en este acto el Señor Valentín González, natural de Robledo de Losada, Municipio de Enciendo, Provincia de Castilla y león, de cuarenta y nueve años de edad, de profesión agricultor, estado civil casado y el Señor Bernabé Villazán natural de Quintanilla, Municipio de Truchas, Provincia de Castilla y León, de treinta y dos años de edad, profesión artesano, estado civil soltero, se hace lectura de la resolución número cuarenta y uno con cédula Real avalada por Su Majestad con el cargo de Supremo Tribunal. En ella se expresa que los señores antes mencionados han cumplimentado su período de detención conforme a la violación de las normas por las cuales fueron sujetos a reclusión. Los cargos por los que fueron sometidos a pena se encuentran en suspenso de exención definitiva debido a determinadas pautas que los nombrados deberán acatar durante los próximos cinco años y a partir desde el mismo instante de emigrar de esta Real institución. En los documentos que se adjuntan consta la nómina de obligaciones a cumplir debiendo ser presentados a solicitud de cualquier autoridad Real que lo requiera en tiempo y forma. Con la anuencia de S. M. expedimos a los consignados el rango de Liberad Condicional establecido dentro del marco de la ley vigente.
                                                               Doctor Julio Tirso de Mantilla
                                      Capitán Primo Molina Cuervo

-         Pasemos en limpio vuestra situación señores – irrumpió el Alcalde -. Como verán a partir de este momento quedan a disposición de S. M. y cualquier autoridad que lo represente durante un lapso de cinco años. Deberán fijar domicilio estable dentro del municipio de Enciendo y quedarán sumidos a revisión de sus obligaciones de acuerdo al régimen de libertad condicional. Los cargos de intento de insurrección quedan sujetos a vuestra conducta futura. El señor Bernabé Villazán, debido a su expresa renuncia a los votos sacerdotales tiene terminantemente prohibido desarrollar funciones que tengan relación con nuestro culto oficial. No podrá leer misa ni emitir ninguno de los santos sacramentos. Esta resolución no impide que desarrolle tareas en un marco secular no oficial. Hablo de labores solidarias o de colaboración con entidades religiosas o laicas. Tanto el señor González como el señor Villazán tienen vedado salir de los límites del Municipio salvo permiso dado para tales efectos por la autoridad al frente del destacamento citado. Les entrego una copia de cada acta adjuntando el anexo con las obligaciones a cumplir, de forma tal, las tengan en vuestro poder para presentar ante quien lo solicite. Estoy a vuestra disposición para esclarecer las dudas que tengan. Los escucho – finalizó Molina Cuervo –
-         Con su debido permiso nos gustaría hacerles algunas consultas  - solicitó Valentín –
-         Desde luego, adelante
-         Señor Juez, Señor Alcalde, apelando a la honorabilidad de sus personas y de los cargos que dignamente representan, nos preocupa desconocer los causales de la acusación y cuáles son las motivaciones para que nunca se nos haya solicitado testimonio de defensa – cuestionó Bernabé –
-         No quiero ser reiterativo pero el intento de insurrección contra el orden Real es un cargo que por sí incluye un delito. Vuestra conducta ha sido probada mediante testigos de absoluta credibilidad. El defensor oficial, al ver la autenticidad de las pruebas y la contundencia de los testimonios, no consideró oportuno vuestro descargo y manejó directamente la causa dentro de los ámbitos jurídicos oficiales. Supongo que habrá considerado que un posible alegato podría llegar a complicar la sentencia definitiva, que por cierto y dicho sea de paso no es tan severa. Tengan en cuenta que apenas estuvieron cinco meses detenidos en una dependencia respetable y emigran en libertasd condicional sin excesivas exigencias individuales – aclaró el Juez –
-         Libertad vigilada – sentenció Bernabé –
-         Bueno, dependerá de ustedes y su comportamiento – insistió Molina Cuervo -. Mis queridos anarquistas... la documentación encontrada en la capilla y el arma hallada en uno de los domicilios son factores que no se pueden soslayar
-         ¿Podemos saber la identidad de los testigos? – consultó Valentín –
-         De ninguna manera – afirmó el Juez -, considero que al llegar a Robledo de Losada podrán hallar las claves de lo acontecido con suma facilidad.
-         ¿Se les ofrece algo más señores? – consultó el Alcalde –
-         No por ahora y gracias por su deferencia, buenos días

Las puertas del penal se abrieron de par en par. El cielo estaba muy claro. El fresco del otoño traslucía una leve brisa que no lastimaba. Faltaba poco menos de un mes para la llegada del vehemente invierno. No fue necesario levantarse las solapas. El clima se comportó con la piedad que el momento requería.

-         ¿Qué te viene a la cabeza Bernabé?
-         Por ahora no pienso en nada. Sólo quiero llegar al pueblo y buscar un lugar para vivir. Recordemos que mi hogar fue quemado por gracia de Su Majestad
-         Mi casa es tuya hombre
-         ¿Qué paradoja? Juntos, bajo el mismo techo, un agnóstico que habla de Dios y un ex Cura devenido en artesano. Necesito pensarlo
-         Como quieras. Pero me gustaría que me contestes antes de llegar a Robledo
-         ¿Debés postergar alguna otra oferta que yo desconozca?
-          Siempre igual Bernabé. Tu cinismo me irrita

El viaje desde Astorga hasta Enciendo encontró facilidades inesperadas. El Juez Mantilla mismo los llevó debido a que tenía que cerrar administrativamente algunos asuntos pendientes en ese municipio. Cuando salió del Penal los vio conversando a metros de la puerta y se ofreció para llevarlos en su vehículo. El favor incluyó como paradoja escolta oficial. El cómodo carricoche era provisto por la corona a funcionarios de jerarquía para ejercer eficientemente sus tareas. La actitud solidaria del Juez no los sorprendió demasiado. Siempre mostró ser una persona cordial y amena. Su ideología era la ley vigente. Más allá de esta suerte de confianza el trayecto no mostró diálogos profundos. Las prevenciones superaban largamente a los ex convictos. Luego, la obligada caminata desde Enciendo hasta Robledo de Losada les otorgó la posibilidad de conversar privadamente sobre lo acontecido. Sin escuchas ni fisgones podían desmenuzar la situación vivida, hacer un resumen de sucesos y relacionar a cada actor con el objeto de llegar a pesquisas que revelen la identidad de los traidores. Los esperaban dos horas de hipótesis y supuestos, desacuerdos y coincidencias, insultos y redenciones. En primer lugar debían asumir una postura de incertidumbre. No sabían como los recibiría Robledo de Losada. Desconocían la suerte de sus compañeros y a la vez se mostraban extrañados por la ausencia de visitas a la Penitenciaría. El Juez, durante el viaje, les notificó que era falso su estado de incomunicación y que en oportunidades ciertos funcionarios tomaban decisiones no acordes con sus responsabilidades, además el letrado les confirmó extraoficialmente que los restantes componentes de la célula insurgente sufrieron apenas un apercibimiento Real con pena de excarcelación. A medida que avanzaba la travesía la idea de Valentín iba tomando forma, cuerpo y certeza. Ambos estimaban como altamente probable que el delator convivía con ellos dentro del grupo. Fueron quemando kilómetros analizando causas, historias personales y motivaciones de cada componente. Sólo debían esperar llegar a Robledo y ver el comportamiento de cada compañero para confirmar sus sospechas. Valentín y Bernabé, sin mencionarlo, ya intuían la identidad del traidor. Un acordado y prudente silencio dio por finalizado el tema. A poco de arribar al pueblo Villazán aceptó la propuesta de su amigo por lo que antes de llegar al hogar pasaron por el destacamento policial para presentar la documentación oficial e informar su locación.

VIII – Primeros Pasos

Desencontrarte, fue lo mejor de lo peor que me ocurrió

El final de la primavera le regalaba a Concepción dos estímulos con aroma a novedad. Por un lado vivirían sus primeras fiestas navideñas estivales. Algo impensado hasta hace muy poco tiempo. Siempre sus festejos fueron sinónimo de frío y nieve, eran motivo de encierro y cuidados intensivos, procurar mantenerse a temperatura era lucha cotidiana en la hostil geografía castellana. El recuerdo de Valentín y su dignidad como jefe de familia acopiando leños en plena nocturnidad, permitiendo de ese modo disfrutar de la pobre reunión, con espacios vacíos y viento, manos al borde del congelamiento y una mesa a la que le sobraba demasiada superficie. Por otro lado y al mismo tiempo, la dama estaba recibiendo la sorpresa de los primeros pasos de Constantino a instancias de Virgilio. Con paciente sensibilidad el capataz logró, en un muy breve lapso de tiempo, que el pequeño derrotase sus comodidades y se lance, en forma valerosa, a caminar por los senderos de la Estancia apropiándose de sus atenciones y descubriendo el mundo que con sumo afecto lo había recibido entre sus brazos. La carta de Valentín no melló la estructura de Concepción muy a pesar que la sumergió en un estado de profunda tristeza. Coincidiendo con el razonamiento de su marido, no había que desestimar lo bueno que la vida nos proponía, más allá de tener que sobrellevar secretos y dolores ocultos. El estado de preocupación por su esposo finalizaba cuando entendía que estaba impedida para ocuparse del asunto, y que en eso se basaba el éxito de la empresa: Continuar adelante a pesar de las posibles derrotas. Sabía que los convenios acordados con Valentín eran irreversibles, que se debían mantener con firmeza, que guardaban la impronta de la convicción y la pensada lectura del mañana. Su lugar en el mundo no incluía al libertario y eso lo terminó de entender cuando los primeros pasos de Constantino se transformaron en seguras caminatas de la mano de Virgilio. Se juró obligarse a reconocer que debía merecer el sacrificio de su marido y que semejante deserción lo hacía digno de una lealtad absoluta, aunque esa misma lealtad le imponga la condición de desatenderse como mujer. No tuvo más remedio que conversar el tema con su tía. Se sentía ahogada y egoísta, desagradecida e injusta. La dueña de casa siempre mantuvo prudente distancia al respecto. Dejó que Concepción afirme sus nostalgias y confíe en ella como si fuera su madre. Fernanda esperó que el tiempo acomodase los sentidos y procuró estar a la altura de las circunstancias para cuando su sobrina la necesitase. Por experiencia de vida sabía que tarde o temprano iba a ser tenida en cuenta. Era tan mujer como ella, y la llanura estaba demasiado despoblada como para despreciar semejante oportunidad. El ámbito de La Leonesa le otorgaba a Concepción seguridades que nunca tuvo. Se expresaba con soltura,  sabedora que su palabra era escuchada. Sus tíos, siempre dispuestos y atentos, la colmaban de encomiendas que la hacían sentir útil e importante para el establecimiento ganadero. No la sorprendió en absoluto que una tarde soleada de Enero, Fernanda la invitara a tomar un té con tortas caseras bajo la galería principal aprovechando que Ángel y Esperanza estaban cabalgando junto a Virgilio y Juan José mientras Constantino dormía su siesta de todos los días. La tarde era sumamente agradable. No era una jornada de agobiante calor. La lluvia del día anterior había apaciguado los humores de la tierra. El polvillo en suspensión, incómodo y prepotente, resolvió descansar por un rato permitiendo disfrutar de la merienda al aire libre. Curiosamente la mantelería dispuesta por la dueña de casa guardaba tonos acordes con las lilas que decoraban la galería, bordados del mismo color resaltaban en el tapete central y en las servilletas. La deslumbrante elegancia y un refinado buen gusto mejoraban la reunión. La escena se completaba con una bandeja de plata y utensilios dignos de comensales distinguidos. Tanto el té como las tortas no invitaban a conversar. La mano culinaria de la anfitriona era inigualable.

-         Concepción, puedo preguntarte cómo te sentís
-         Desde luego Fernanda, para usted no tengo secretos
-         ¿Eso quiere decir que los hay?
-         No son secretos. Son historias que necesitan su momento para ser narradas porque deben recorrer instancias de análisis y elaboración
-         Supongo que también requieren de un interlocutor válido
-         La vida de uno no es una simple anécdota que sirva para entretener a un improvisado auditorio
-         Espero que no me veas como tal
-         Ni lo piense. Las musas se han puesto de acuerdo, no aprovechar su afecto y sabiduría sería todo un despropósito
-         Te escucho entonces
-         Mire que es largo y algo triste
-         Se percibe en tus ojos

El relato de la historia conmovió extremadamente a Fernanda. Con la lectura de la carta que Valentín le enviara a Concepción sufrió los avatares de la emoción y un profundo desconsuelo. Estaba frente a una verdadera epopeya. Protagonistas que formaban parte de una abdicación compartida en pos de sus hijos y a favor de sus convicciones e ideales. La lealtad como resultante a pesar de la vergüenza que significaba pretender bajar de rango y ser un poco más humanos: débiles, minusválidos, efímeros. La necesidad de reprender a un cuerpo que pide riesgo y satisfacción, que añora caricias, besos y sudores de extraña identidad. Poemas mal heridos y ardores contenidos por separados continentes, demostrando la ilegitimidad de la salvación propia a costa del sufrimiento ajeno.

-         Perdóneme Tía, pero resulta muy difícil contener las lágrimas
-         También es costoso para mí, hijita. Aunque no lo veas es una historia de valentías de la cual deberías tomar nota y sentir verdadero orgullo por vivirla como protagonista junto a Valentín. Cómo me gustaría conocerlo
-         Tal ves algún día
-         ¿Lo creer o lo deseas?
-         No Tía, solamente lo deseo. Hace rato que aprendí lo estúpido que suele ser el optimismo
-         ¿Y Virgilio? Reparé como se miran
-         Es una persona encantadora. Me siento realmente protegida cuando está presente. Puedo confiarle a mis hijos sin ninguna prevención. Su trato agradable y dispuesto me sedujo desde el día en que lo conocí. A veces pienso que es una estrategia que me dedica con exclusividad. Pero lo que más lo enaltece es que su cordialidad y corrección es con todas las personas. Por lo que estimo desconoce eso de la especulación y la hipocresía
-         Tu diagnóstico personal lo pinta tal cual es. Dios lo cruzó en nuestro camino poco tiempo después que su padre Mariano falleciera en un accidente en una de las Estancias de los Anchorena. Virgilio era un adolescente aún. Se sintió incómodo, pidió sus cuentas, montó su bayo y partió rumbo a Tres Arroyos. Allí un tendero amigo nuestro lo contrató hasta que nos lo presentó sabedor de las necesidades en La Leonesa. Juan José no dudó. La soledad y el desamparo formaban parte del equipaje del joven. De inmediato lo invitó a que conociera las instalaciones del establecimiento; desde ese día nos regala y bendice con su presencia y amistad
-         Y se hicieron cargo de él
-         No exactamente. Pasado el tiempo tu tío y yo debemos admitir que él se hizo cargo de nosotros. Esta Estancia es lo que es gracias a su inteligencia. Sus colaboradores, desde el “Gallego” Álvarez hasta el último de los jornaleros, los escogió personalmente. Estamos rodeados y cuidados por gente baquiana, honorable y de palabra. Supongo que las fiestas de fin de año no te habrán pasado desapercibidas al respeto. Todas esas personas que estuvieron presentes sienten a La Leonesa como su hogar y a Virgilio como su referente
-         ¿Y ustedes?
-         Creo entender que nos ven como una institución. Viejos inmigrantes solitarios que apostaron a la fe, al esfuerzo y a la nobleza de la gente que pisa y siente esta tierra
-         Tía, no me diga que me está vendiendo a Virgilio
-         ¿Crees que lo necesita? Pienso que hace rato lo compraste
-         ¿Y Valentín?
-         Te propongo el siguiente juego. Troquemos a los protagonistas de tus sueños. Cambiemos por un instante sus identidades, coloquemos a Virgilio en lugar de Valentín y viceversa
-         No puedo hacer eso. Mi esposo corre con desventaja. El ámbito y las circunstancias no cuentan a su favor
-         Es probable que tengas razón. Sería tramposo usar esa táctica de convencimiento. Comparar afectos es compararse a sí mismo. Uno cambia demasiado con el tiempo siendo imposible que la justicia protagonice la escena
-         ¿Se puede amar a dos hombres al mismo tiempo?
-         Si te pasa es que se puede mi niña. No es necesario que un tercero, en este caso yo, te lo confirme. Estoy convencida que estos temas los acomoda el tiempo, aunque a veces ese transcurrir sea tortuoso y sufrido
-         Gracias Tía...