El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 31 de mayo de 2019

Maestros del Blues.. el británico Larry Miller, y un sublime Abatimiento poético causado por los Dolores del Sueño, de Samuel Taylor Coleridge





Considerado como uno de los mejores guitarristas británicos contemporáneos, Larry Miller ha ganado, a fuerza de talento y creatividad un lugar muy destacado dentro del blues, puesto a la par de músicos de la talla de Rory Gallagher y Gary Moore. Nació en Guilford (Inglaterra) y se crió en un ambiente familiar muy afecto a la música. 







A los siete años ya era dueño de su primer guitarra. Como complemento, durante la adolescencia estudio Violín en The County School of Music durante más de un lustro. Comenzó como músico de sesión y haciendo actuaciones en pequeños bares interpretando covers de Peter Green y Freddie King. En 1991 publicó su primer álbum luego de formar su propia banda. Con este trabajo exhibe su depurada técnica probando los más variados estilos del género colocándolo en la disyuntiva sobre qué camino seguir. En esta época ya es requerido por diferentes músicos y bandas de prestigio para que los acompañe sobre el escenario, algunos de ellos son Eric Clapton, Ian Gillan, Climax Blues Band,,Peter Green, Walter Trout, Gary Moore, Rory Gallagher, etc.









En Agosto del año 2015 Larry sufre un derrame cerebral que lo aleja de la música.. En cierta oportunidad confesó que a poco de recibir su primer guitarra se dio cuenta para qué había venido al planeta. Su amor por la música hizo a su refinamiento a la hora de componer e interpretar, siendo enormemente popular debido a su gran despliegue escénico ... 









Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Abatimiento 

Un sufrimiento sin crisis, vacío, oscuro y lóbrego;
un dolor ahogado, soñoliento, desapasionado,
que no encuentra desahogo ni alivio en palabras, suspiros o lágrimas...
¡Oh, Señora! Con este humor desanimado y descolorido,
y a otros pensamientos incitado por aquel lejano zorzal,
durante todo este largo crepúsculo, tan sereno y perfumado,
he contemplado el cielo del oeste,
y su matiz peculiar de verde amarillento.
Aun lo contemplo,
¡y con qué mirada inexpresiva!
y aquellas finas nubes, lisas y escamadas,
que a las estrellas comunican su paseo,
esas mismas estrellas que se deslizan entre las nubes,
y detrás de ellas, o bien brillantes o apagadas,
pero siempre visibles;
y esa luna creciente, tan fija como en su propio lago celeste,
sin nubes, sin estrellas;
a todas las veo,
tan majestuosamente hermosas,
¡veo qué hermosas son, más no lo siento!





Los dolores del sueño



Allí en mi lecho descansa mi cuerpo,
sitio que nunca fue para la plegaria
de labios temblorosos o rodillas inclinadas;
silenciosamente, en suaves impulsos,
mi espíritu arrebatado compuso,
con humilde fe en mis ojos cerrados,
con reverencial resignación,
ningún deseo concebido,
ningún pensamiento expresado,
sólo un sentido de súplica;
Un sentido sobre toda mi alma
anticipaba mi debilidad, mi blasfemia;
en mí, sobre mí, a mi alrededor, en todas partes
yace la fuerza eterna de la sabiduría.

Pero anoche recé en voz alta,
lleno de angustia y agonía,
surgiendo de la multitud sombría
de formas y pensamientos que me torturan:
Una luz espantosa, los pasos de una hueste,
sentidos de un mal intolerable,
¡Ellos son a quienes desprecio! ¡Sólo a los Fuertes!
¡La sed de venganza, la ilusión de poder,
se desconcierta, y sin embargo sigue quemando!
El Deseo y el Horror se aman misteriosamente
en los salvajes y odiosos objetos fijos.
¡Pasiones fantásticas! ¡Demenciales batallas!
¡Y la vergüenza y el terror sobre todos!
Los hechos se ocultan donde no hay escondites,
donde toda la confusión veló mis interrogantes,
si he sufrido, o cuáles fueron mis pecados:
Para todos parecía culpabilidad, o remordimiento,
pero yo y los demás seguiremos siendo
el miedo que asfixia la vida,
el alma sofocada de vergüenza.

Dos noches han pasado: la noche de la consternación
anticipó un día triste y aturdido.
El sueño, la gran bendición, me pareció
la peor de las calamidades.
La tercera noche, cuando mi propio grito
me arrebató de un sueño diabólico,
superando un sufrimiento extraño y salvaje
lloré como cuando era un niño;
y habiendo sido sometido por las lágrimas
mi angustia lentamente se suavizó,
tales castigos, pensé, se deben
a las profundas manchas del pecado,
por la intemperancia nueva
dentro del insondable infierno,
¡Habremos de ver el horror de sus mansiones,
conocerlas y aborrecerlas, y aún desearlas!
Tales tristezas de algunos hombres se aferran
¿Pero cuáles, cuáles caerán sobre mí?
Ser amado es todo lo que necesito,
y a quien yo ame, será definitivo.

viernes, 24 de mayo de 2019

Maestros del Blues… Steve Hackett









Hoy está invitado uno de los olímpicos de la música contemporánea. Stephen Richard Hackett, nacido en Londres el 12 de febrero de 1950. Mítico guitarrista de Génesis, una de las súper-bandas sinfónicas y progresivas de los setenta. 

De chico la guitarra clásica fue su base musical incorporando de inmediato a su aprendizaje los acordes de Bach y de Lanza. Luego de varias grabaciones aisladas, en 1970, ingresa a Génesis a través de un aviso clasificado. Luego de ocho álbumes decide dejar el grupo en el año 1977. A partir de ese momento su carrera en solitario ha tomado rutas diversas y heterogéneas, incursionando en los más variados géneros, siempre acompañado y acompañando a las figuras más excelsas de cada uno de ellos. 



Más de treinta grabaciones y cientos de presentaciones en todo el planeta hablan de su estrella como artista. Peter Gabriel, David Palmer, Steve Howe, Cris Squire, han sido solo algunos de los que sintieron preferencia por sus talentos a la hora de sus trabajos en estudio. Hackett fue el primero en utilizar las técnicas de  tapping y picking; luego perfeccionada por Eddie Van Halen. En breve estará cumpliendo medio siglo de actividad como músico… Un auténtico maestro, y no solo del blues, sin ninguna duda..




Ámame en tiempo de blues
cadencia y melancolía
que el recuerdo no corrompa
esta informal despedida…
... embriagaremos la noche
con el humo y la penumbra
de pasiones y nostalgias
infamas que nos alumbra.
Ámame en tiempo de blues
armonía y desaliento
que la amnesia no soborne
este culpable tormento…




viernes, 17 de mayo de 2019

Maestros del Blues…. Eric Gales, un poeta de la guitarra… y los acordes poéticos sobre ella de Mario Benedetti




Estamos ante uno de los mejores guitarristas del mundo, a criterio de Bonamassa, el mejor. Sus incursiones musicales no solo se encuentran dentro del blues, género que exhibe con la solvencia y talento de los grandes de todos los tiempos, por caso Hendrix, por caso S. R. Vaughan, Clapton, Vai, o Zappa a la hora de improvisar. Este zurdo cautivador nada por las aguas del hard rock, del metal, de la psicodelia, del funk, del jazz y del reggae con idéntica excelencia. 



Nacido el 29 de octubre de 1974 en Memphis, este niño prodigio de la guitarra, aprendió a tocar a los 4 años,  grabó su primer trabajo a los 16 titulado The Eric Gales Band, ya cuenta con 19 álbumes propios y lleva más de 3 decenas de participaciones especiales en sesiones de los más reconocidos artistas de los géneros citados. Las presentaciones en vivo, sea como primer artista o como invitado resultan de gran convocatoria debido a su carisma escénico.








GUITARRA
de
Mario Benedetti






Ah la guitarra esa mujer en celo
que habla en su canto y muere en su silencio
con tu salud de música nacida
me brindas un placer casi doliente
y eso porque tus cuerdas te dicen lo que digo
y lo que digo es triste de cristal
ah la guitarra esa mujer que llega
con un amor de huésped indefenso
tu mástil o tu puente o tu rasgueo
tu voz quebrada en todos los idiomas
me dejan libre para la alegría
que sube y baja en tu cordaje neutro
ah la guitarra esa mujer sensible
que invade el patrimonio de la noche
mueve las humedades del follaje
y se roza con árboles sonámbulos
ah la mujer esa guitarra erótica
que se exhibe desnuda en la terraza




viernes, 10 de mayo de 2019

HOMER RAPTIS “Cosmopólito”.... Novela corta.. y para acompañar la lectura, un extenso rato del mejor blues










HOMER RAPTIS

“Cosmopólito”





Gustavo Marcelo Sala









Novela


La vida es una tragedia a la que asistimos como espectadores un rato, y luego desempeñamos nuestro papel en ella.
Jonathan Swift



                                   Las verdaderas tragedias no resultan del enfrentamiento entre un derecho y una injusticia. Surgen del choque entre dos derechos..

Georg Wilhelm Friedrich Hegel







Haciendo honor a sus helénicos orígenes bautismales, Homer Raptis se constituyó durante la madrugada de ese primer jueves santo del nuevo siglo, por exclusiva voluntad, en su menor compromiso, acaso y paradójicamente en su irrisorio pretexto. Durante su vida había sido muy generoso consigo mismo, debido a que jamás se había perdonado nada. Cercano a cumplir los 45 años de edad estaba muy enfermo, desde hacía un lustro varios males lo aquejaban turnándose cíclicamente. Pensó en lo complejo que es aceptar despierto esa alucinación por la  cual uno se entera que murió hace rato y allá lejos, leyendo y releyendo sus históricos principios, lecturas que en el presente observaba como magros finales. Se percibía como una suerte de accidente geográfico cuya corta temporalidad no ameritaba que fuera consignada en texto científico alguno.  Exilio, ostracismo, destierro, expatriación, términos familiares, cláusulas que se reflejaban en su espejo interior. Sospechaba que tal vez esa sedimentación corrupta pudiera hacer de él un fósil digno de observación en un futuro extremadamente lejano. Recordó haber leído aquello de la subjetividad médico-poética: “Cuando el poeta va al médico por un chequeo general y le diagnostica un mal no previsto se preocupa, y junto con el profesional procura calma y pone cartas en el asunto. Cuando se le diagnostican dos males no previstos ingresa dentro del campo de la angustia y con la ayuda y el consejo del galeno comienza a evaluar la gravedad de ambos para priorizar tratamientos.
Cuando se le diagnostican tres males complejos no previstos, la angustia queda de lado, ya no desea seguir averiguando e ingresa sin solución de continuidad dentro de una kafkiana encrucijada existencial: Aprovechar lo que le queda para seguir viviendo como poeta  intentando dejar sombra, o invertir ese tiempo, matar al poeta y dedicarse exclusivamente a extender su temporalidad, ya sin el apetito humanista de dejar sombra alguna...”
Pensó en Henry Miller y su cínica aseveración: “Creo que muchos escritores tienen lo que podríamos llamar una naturaleza demoníaca. Siempre están en problemas, ya sabes, y no sólo mientras escriben, sino en todos los aspectos de sus vidas, en el matrimonio, el amor, el negocio, el dinero, todo. Está todo atado, todo es parte de la misma cosa. Es un aspecto de la personalidad creativa. No todas las personalidades creativas lo son de esta manera, pero algunos lo son”. Más tarde soñó que estaba leyendo por cuarta vez el mismo párrafo del libro Ser Escritor del sudamericano Abelardo Castillo, enunciado que rezaba  "Hacer poemas, hacer novelas, siempre fue un oficio secretamente vergonzante. El escritor resolvía el problema imaginando que, por lo menos, era un ser necesario. Una suerte de trabajador marginal o de filósofo marginal, pero, a fin de cuentas, necesario. Hoy sospecha que esta coartada es falsa.
Estamos atravesando por lo que yo llamaría una crisis universal del sentido"...Si hay algo que conspira en contra de la imaginación es la globalidad. Todo se le copia y se le compra al poderoso, al triunfador, al dueño de la fórmula, como si tal cosa, por el hecho de obtener rédito, fuera arte o genialidad. Llegó el momento en el cual su vida tuvo como síntesis aquel instante en el que urgido de un arma para volarse la tapa de los sesos, no la encontró. Así pues decidió marcharse sin dejar rastro, y al unísono, que nada de lo experimentado, amado u odiado, se configurase como atavío y remesa; no necesitaba explicar ni ser explicado... Otro sudamericano, Andrés Rivera, sentenció en La Revolución es un Sueño Eterno, obra que Homer amaba: "¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos? Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia". Me afilio a la verba dura, pensante, honesta y violenta, juraba para sí,... detesto por sobremanera a los timoratos que bajo el paraguas de un hipócrita deber ser social exhiben una verba acuarelizada, infecta de lugares comunes y opaca, en lo profundo y en lo sensible. Justamente lo que le da brillo a la verba es la cicatriz intelectual que deja, es lo que coloca al lector en estado de incomodidad, de madura emoción. Este puede optar por leer tras suntuarios vidrios ahumados o aceptar el riesgoso brillo anfitrión. Homer Raptis tenía otro listado similar de cuestionamientos, pero en su caso, a poco de comenzar a deconstruir la obra, el obituario se asentaba como género literario más allá de su poética voluntad. Su estadía de dos años en la Argentina literaria, la Argentina oculta y admirable,  lo había nutrido mucho y bien en la tarea.
Estaba convencido que no existía ese lugar subjetivo, ideal y seleccionado para morir, como describía al detalle el relato de un amigo titulado Los Frutales y el Feng Shui, aunque en sus fueros íntimos no descartaba la idea de sitios en donde la finitud era tratada afectuosa y calidamente. Dicho de otro modo, uno nunca elige, siempre es escogido, hasta cuando selecciona. Homer Raptis se consideraba un mecano inconcluso, un rompecabezas desarmado a partir de su necrópolis natal, acertijo al cual se le habían perdido demasiadas piezas como para emprender la tarea constructiva y constructora que se había prometido. No era consumidor de simulacros, el camino hacia la felicidad lo reconocía complejo e incierto, por eso asumía comprensible que las mayorías optasen, sin una previa labor erudita, por el atajo del egoísmo. Pero hete aquí la sorpresa, es un atajo espurio, falsario, debido a que no induce hacia el destino anhelado. La trampa cardinal está dada en que solo lo revela al arribo. Y tuvo razón aquel hombre que fue jueves de Chesterton, aunque su misión no era serlo, no podía ser como el resto de los días hábiles incluido el sábado inglés, debía ser domingo, y sobre todo a la hora del crepúsculo.
Homer Raptis, se definía como una promesa, tal cual consignaba el significado etimológico de su nombre, pero una ofrenda con mesura; su ancestral apellido definía y completaba de ese modo un heráldico silogismo. Los griegos de la llanura de Tesalia, originarios de Farsala, agricultores por excelencia, en el caso de los Raptis de legumbres, fortalecían sus vínculos a través del legado de sus nombres, cada quien trataba de honrar los debates y las concordias patronímicas de sus predecesores de modo que a poco de superar la niñez cada joven, más allá del género, poseía un patrimonio intangible que debía atesorar.
Como buen estoico, Homer entendía que todo descontrol de los hechos, los bienes y las pasiones perturbaban la vida y conspiraban en contra de la felicidad. Abrazó el estoicismo luego de haber leído, durante su adolescencia, los doce libros que componen las Meditaciones de Marco Aurelio, escritas entre los años 170 y 180 de nuestra era. Acaso el más sabio y culto emperador romano, cuya doctrina humanística, política, social y económica la fundamentó en ese texto, hoy universal, a partir de las ideas filosóficas del griego Panecio de Rodas, de Crísipo de Solos y por supuesto de Séneca, todos discípulos del maestro Zenón de Citio, creador de la escuela en el siglo III antes de Cristo. Del libro II escogió como máxima de vida la meditación catorce: Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder”. Y del libro cuatro, para el final sucio del sendero, la meditación cinco: “La muerte, como el nacimiento, es un misterio de la naturaleza, combinación de ciertos elementos (y disolución) en ellos mismos. Y en suma, nada se da en ella por lo que uno podría sentir vergüenza, pues no es la muerte contraria a la condición de un ser inteligente ni tampoco a la lógica de su constitución”.
En esa madrugada de ese primer jueves santo del nuevo siglo Homer Raptis decidió que su tiempo vital había finalizado y que era necesario comenzar con el recorrido por el sendero hacia el extremo sucio y final. Desde ya deseaba poner a prueba la finitud lo más sano posible, sin permitirse dejar inciso postergado u olvidado. El cuerpo le tenía que responder de manera estoica, tanto en las vísperas como en la velada en sí propia.

No tengo grandes pretensiones, - escribió sobre la muerte - la ambición es algo que nunca he podido desarrollar, y ahora que soy viejo, o cuando menos así me siento, no me parece acorde laborar en ello. Sueño con que algún día, acaso disperso, distraído, se acerque sorpresivamente y me abrace y se deje abrazar, y cuando el rito de separación se imponga por temporalidad dialogar con la mirada, y decirnos a los ojos y con los ojos todo aquello que no consta en los libros sapienciales ni proféticos, debido a que no existe lenguaje para su descripción. Y que luego, igual de disperso y distraído, se vaya, pero solo hasta la próxima vez, para que este pequeño acto se transforme en hábito, en palabra que no necesita contratos ni juristas, en melodía, en su canción o en mi poema. Cuando me refiero a inhumarme por un tiempo hablo pura y exclusivamente de usted. Porque al amor debo seguir tratándolo de usted. Fue un error de mi parte la osadía de tutearlo y confiar que por fin había logrado besarle la mano. Dejarlo descansar, acaso entender que amar bien también significa abdicar. Me resulta complicada la experiencia. Levantarse a las tres de la madrugada y no permitirle a Morfeo continuar con su rutina. Hay horas que delatan insolvencias. Pero debo continuar con mis otros incisos de la vida, debo seguir buscando almas sensibles y nobles, como la suya, intentar atraerlas y sentirme, aunque sea por un breve lapso, menos solo, tal vez un poco más querido, y eso solamente se logra cuando uno se pone a disposición de la alteridad. Juro que con usted lo intenté y puse el alma, lamento que no me haya alcanzado. Todo esto sabiendo que el inexorable después marcará tintas de abandono, porque así lo desea como anfitrión.



Su destino era la isla Kira Panagia o llamada también Pelagos, ubicada en el Mar Egeo y perteneciente al grupo de las Espóradas septentrionales ubicadas al noreste de la gran isla de Eubea. En ella solo el monasterio atonita Megisti de Lavra, hecho construir por el Emperador de la dinastía macedónica Nicéforo II en el año 963, queda como testigo de los tiempos. Hasta lo que le indicaban su información, que por cierto no era reciente, apenas diez habitantes residen en el pequeño peñón de poco más de veinte kilómetros cuadrados; se trata de dos clanes bien diferenciados y por bula ancestral, antagónicos. Fuera de la población fija se encuentra el único monje que habita en el frontispicio, mercedario itinerante que oficiaba como una suerte de regente del lugar y en ocasiones convocado como mediador, debido a que la isla le fue cedida al Abad por el propio emperador cuando los tiempos de su construcción. Desde luego que no pertenece al circuito turístico del Egeo, incluso la silueta de los cruceros se observa extremadamente lejana desde sus alturas, de hecho es muy probable que la mayoría de los excursionistas de esos lujosos navíos omitan su existencia, sus costas no presentan atractivos de mercado y su escasa altura sobre en nivel del mar, modestos trescientos metros, la exhiben como un simple emergente volcánico. Nadie podía imaginar lo que ocultaba de vulgar y de corriente su modesta vista geología.
La historia exhibe que uno de los clanes eran los Raptis, sangre directa de Homer. Componía la prole su hermano Anker, su cuñada Gredel, Calisto, su sobrino y su prima Hesper; además de Evan, hermano menor de su padre Nicodemus. Su hermano y su tío eran prácticamente contemporáneos debido a los casi veinte años que su extinto padre le llevaba a Evan. Los Raptis vivían en el centro norte de la isla y se dedicaban al cultivo de legumbres para comercializar, haciendo huerta y ganadería de subsistencia. El linaje Katsaros vivía en el sudeste del peñón. La olivicultura artesanal les proveía de todo lo necesario para vivir con solvencia. Por los años setenta, la exquisitez y la cuidada calidad de sus productos convocaban a los propietarios y maestros cocineros de los restaurantes más distinguidos del incipiente circuito turístico del Egeo hasta el punto de acudir con sus propias embarcaciones marinas o hidroaviones para hacerse de los manjares. Incluso en algún caso diseñaban contratos especiales con hoteles a los cuales les cedían la marca. Sus clientes no solo les abonaban con dinero en efectivo sino que además los proveían de acopio alimentario. Los Katsaros componían un clan empresarial de tenor familiar con singular éxito. El patriarca Tyrone y su hermana Zanthe llevaban adelante las decisiones dentro de un ordenamiento sensible y democrático. La esposa de Tyrone, Seema, y la pareja de Zanthe, Lander, entendían que ante el conflicto eran los encargados de ceder y dejar que los hermanos establezcan las pautas de la familia. La bella Livana, hija de Tyrone y Seema completaba en clan Katsaros.
Si bien Homer no había nacido en la isla la sentía como propia, ese lugar en el mundo que nos escoge para morir. Y Livana no era un capítulo en su vida, era la novela, su fundamento artístico. Durante sus años de adolescencia, tiempos de formación, juvenillas y vacaciones, profanaron secretamente todos los maleficios heráldicos en las mismas cavas del monasterio y vaya paradoja, pasión bajo el cuidado y vigilancia del Abad. Una imprevisión que no llegó a vergüenza gracias a las emotivamente dolorosas habilidades médicas del mercedario provocó una traumática separación y el forzado proceso migratorio de Homer hacia Falsala. Se cerraba el candado y con él, la cava, el cofre. Dentro descansarán por siempre las cenizas del poeta, las cenizas de los poemas escritos por el poeta y la llave del cofre. Fue confesión, y secreta voluntad. Fui el encargado de la encomienda y como fiel amante que la amó, cumplo. En este tiempo de descuento que el poeta me obsequió solo hay espacio para encender mi pira. Los sabios dicen que es difícil engañar a un poeta, en todo caso, si estás convencido de haberlo logrado es sólo porque él quiso piadosamente que así lo creas. Habían pasado 25 años, y aunque estaba muy cansado de sí mismo, el amor y el dolor por Livana no habían envejecido, aún la evocación de su juventud iba por su última víspera y su última velada.
Licenciar y a la vez expulsar aquellos eslabones fatigosos que lo encadenaban a Tesalia y a la civilización occidental fue una tarea sin demasiadas complejidades. Cancelar su contrato de alquiler urbano y permutar su auto deportivo escocés, un Volvo P1800, alta gama, de colección, aquel que manejaba el Simón Templar de Roger Moore en la serie El Santo, por una Bénéteau Antares 1995 de 5.8 de eslora, embarcación moderna, segura y ligera fue tal vez lo que le requirió mayores expedientes. Si bien había un rutinario servicio marítimo y aéreo semanal hacia los islotes optó por la manumisión que le otorgaba su propio albedrío. Además se debía a sí mismo despuntar aquella vieja pasión odiséaca de su juventud por la navegación. No poseía mayores atavíos; su moderado patrimonio, fruto de la importante producción literaria desarrollada durante las dos últimas décadas bajo el nombre “Cosmopólito”, seudónimo escogido en honor a la escuela estoica y en defensa de la solidaridad y la igualdad entre los hombres, se hallaba administrado, conservado y disponible a golpe de celular por confiables albaceas y diseminado en las bancas más seguras del continente. No le resultaba fatigoso mantener su anonimato artístico, la soledad resulta una colaboradora natural, de manera que apenas tres profesionales asalariados y relacionados con su actividad conocían la identidad del eximio y reconocido escritor Cosmopólito. Schopenahuer aseguró que la misantropía y el amor a la soledad eran términos intercambiables, cuestión en la que acordaba parcialmente.
Si bien se configuraba como un auténtico enigma para los altos círculos culturales europeos se sentía extremadamente cómodo con el formato, ni las intencionales provocaciones públicas lo motivaban para descubrirse, y minimizaba las calumnias y las injurias a las cuales era sometido, incluso su nacionalidad también se hallaba en reserva. No existía modo para convocarlo a encuentros, eventos, presentaciones o conferencias. Grecia no iba a solucionar  sus dilemas, pobrezas e injusticias por poseer en su grilla uno o dos artistas que lograron vencer al mercado. Detestaba ser funcional a los falsos orgullos de los propagandistas de turno, consideraba que lo único esencial e importante de Cosmopólito, como de cualquier artista, era su obra, y que lo aleatorio era una necesidad de los linderos a favor de sus propios egoísmos, estar cerca de alguien notorio los distinguía por arte de narcisismo. 


Homer Raptis aborrecía esa violación que el mercado del entretenimiento y el consumo placentero habían hecho del Mar Egeo y sus islas, no al punto de esperar un castigo divino, por caso una erupción volcánica devastadora, similar a la sufrida por la civilización Minoica Cretense alrededor del 1600 antes de Cristo en el archipiélago de Santorini con la explosión del volcán ubicado en la Isla de Thera y que produjo la desaparición de una de las culturas más significativas de occidente y con ella el nacimiento de la leyenda platónica de la Atlántida. Acaso una pequeña y oportuna señal del volcán Kolumbo, hermano menor del Thera y el más activo monstruo geotermal del presente, podría llegar a colaborar  buenamente y de modo eficiente para serenar esos apetitos blasfemos de una modernidad que nunca entendió ni se esforzó por ello, para asumir y aceptar que ese punto del planeta debía ser, sin ningún tipo de protesto, el santuario de la civilización, y como tal, lejos deben quedar los pretextos distorsivos cuyo clímax y máxima aspiración es el pasatiempo, modo de vivir que lejos está de sospechar sobre la existencia del orgasmo poético, del exceso artístico, del vicio cultural. Por eso se consideraba forastero del tristemente famoso y exitoso circuito turístico, prefería llegado el caso, compatir esa geografía con ese centenar de rincones aún no violados, desolados o con nativos tan ascetas y penitentes como él. Para Egeo, noveno rey de Atenas, padre de Teseo, esas aguas fueron su sepultura ante la desesperación por la supuesta muerte de su hijo, la modernidad no entiende de mares augustos. 

Partió del puerto de Volos, provincia de Magnesia, Tesalia, ciudad natal del gran compositor griego Vangelis, ubicada en las costas del golfo Pagasético, al pie del Monte Pelíon o Tierra de los Centauros, amarradero distante por más de sesenta kilómetros de su residencia en Farsaza. La Volos moderna es un paraje en donde la montaña, el bosque, las playas y el mar se combinan para dar lugar a un paisaje quimérico. Allí mismo Homer adquirió la embarcación debido a que su propietario e interesado en el Volvo de colección la mantenía amarrada en un anexo lindero al puerto comercial. La ciudad está construida en la fusión sedimentaria entre la antigua Yolcos, patria micénica de Jasón y su puerto Pagasae, y de Demetrias o Dimitriada, urbe fundada por Demetrio Poliorcetes, rey de Macedonia. De Yolcos aún se pueden apreciar los restos del palacio micénico y de Demetrias se observan las ruinas de las murallas, del teatro y de un acueducto romano.


Partió sin avisar de su partida, sin banales y formales despedidas, sabio de su no retorno, solo el olvido exhibió melancolía. Decidió no continuar con el escrito a pesar de que la persistente lluvia lo obligó a un egreso de emergencia debido al sorpresivo alerta emitido radiofónicamente por la prefectura ante un posible “Meltemi” en la zona núcleo del archipiélago Espórada, denominación griega que se le da a los vientos estivales del Egeo, fenómeno de ráfagas fuertes y frescas provenientes del norte, temporales que pueden llegar hasta los setenta kilómetros por hora o cuarenta millas náuticas, promotores de importantes rompientes y olas con espuma. Cuentan los historiadores clásicos que estos violentos céfiros eran muy utilizados por la civilización micénica en tiempos de guerra a la hora de contrarrestar el poderío marítimo del invasor extranjero. De manera que Homer Raptis, para poder reiniciar su travesía, debía aguardar dentro de su navío en puerto, pacientemente, a por tangibles seguridades por parte de la autoridad competente. Las horas pasaban con lentitud mientras su menaje favorito, el cesto de residuos, se iba completando de bollitos en cuyo interior decenas de párrafos inconexos iban bocetando, desordenadamente, acaso, su mejor obra. La gran tarea literaria, de la cual Cosmopólito se sentía ajeno, era pues aparear y articular ese complejo anárquico que por el momento descansaba sin mayores sobresaltos en la semioscuridad de una baulera náutica cuyo contexto permanecía amarrado en su muelle privado en los linderos al puerto comercial de Volos, a la espera de buenas nuevas. De manera que por casi doce horas continuó completando de bollitos el cesto, de importante tamaño por cierto, esperanzado con que alguien, en un futuro no tan lejano, se tome ese trabajo que él consideraba infecundo y baldío, y que al mismo tiempo le agregase al hallazgo su propia artística. Recordó el bello texto de un escritor argentino, ignoto para las masas y el mercado, poeta y prosista con el cual mantuvo un fluido intercambio epistolar por vía cibernética hasta el día en el cual no tuvo más remedio que mortificarlo con una impiadosa crítica que realizó de una novela breve de negro tenor.
Tal vez el día que no esté alguien destape un libro que haya escrito dándome por vivo. Es probable que por un instante vuelva a percibir, amar, resistir; intuirme menos muerto. Por ahora no hay alivio. Distanciado de mis deseos persisto, sólo persisto; deslucido, apagado, vulgar estado de regreso con espacios ilusorios, espectros silentes que abusan de mi espalda, moralmente enamorada de la eternidad y su néctar de finitud.
Tal vez el día que no esté alguien descubra un libro que yo haya escrito dándome por vivo, observando que deseo sin gozar que deseo, como aquellos que con dicha disimulan vivir olvidando discernir.
Juego, le concedo recreo a la tragedia haciendo que vivo, dado que la muerte me es ajena, extranjera de mí y del sitio en que nací, luego de mi primera muerte, primer dolor, llanto fundacional.
De modo que cumplo con todos los requisitos para afrontar la finitud; sigo vivo, respirando simulacros...
El seudónimo era lo único que sabia del hombre, además de su género. Esto es, ambos ostentaban de sí la misma información. Siempre lamentó la dureza con la cual había analizado la obra de ese tal Maciel, nunca antes había sido tan estricto con alguien. Fui lo que detesto, un crítico agrio aderezado de superioridad moral e inmoral, se decía para sí. Tal vez, el afecto impone una cuota de exigencia que el desinterés no logra atesorar. De todas maneras lo sentía injusto. Habiendo tantos escritores mediocres que viven de la literatura y que incluso obtienen premios y obscenos cheques no había necesidad de tamaña muestra de soberbia. Aún esperaba, Homer Raptis, la lejana respuesta a tan dura evaluación técnica, aunque temía que su severa participación hubiera llevado al poeta hacia instancias de un no retorno artístico.

Las seguridades oficiales recibidas por parte de las autoridades portuarias se efectivizaron cerrada la noche de manera que sin otra instancia que pernoctar en la embarcación se dispuso a tratar de descansar lo más serena y relajadamente posible, previa cena liviana, de forma tal amanecer fresco para zarpar apenas el alba permitiese la clara percepción del horizonte. La travesía, siempre cerca de tierra, continental o insular, la tenía planificada para no más de ocho horas pudiendo alcanzar en algunos tramos confiables velocidad crucero, unos quince nudos aproximadamente; su deseo era tratar de arribar lejos de la amenaza crepuscular. Sus mapas, cartas y rutas marítimas las tenía tanto en papel como en sus archivos informáticos. El itinerario era bastante simple para un avezado conocedor de las jornadas náuticas, más allá del tiempo que había transcurrido desde su última experiencia por las Islas Cícladas del norte en su recorrido por Makronisios, Kéa, Citnos para finalizar en Séfiros y emprender el regreso por el golfo Sarónico, expedición que realizara, con navío rentado, a mediados de los noventa en compañía de Babette, su última hazaña amorosa, una joven francesa que para ventura de Homer detestaba la literatura y solo deseaba comer frutos de mar apenas templados, salpimentados moderadamente, y salteados dos minutos con oliva, tomar champagne y tener sexo, en ese orden.

De manera que cruzar el golfo Pagasético desde Volos, directo hacia su desembocadura, el estrecho de Orei, para salir de su protección y luego encauzar hacia el estrecho de Scíathos, bordear por el sur la isla del mismo nombre hasta encontrarse con Escópelos y luego con Alónnisos, no le originarían dificultades extremas, acaso el punto más álgido del recorrido en cuanto a cierta bravura, coordenadas en donde debía apurar sus destrezas debido a una misteriosa y peligrosa corriente marina, era el cruce final por el estrecho de Pelagonissi, prueba cardinal para arribar definitivamente a su destino en el peñón Kira Panagia. No tenía pensado detenerse en ninguno de los islotes, llevaba suficientes viandas y atavíos de subsistencia, pero consideraba que no era recomendable alejarse demasiado de las costas, por más escarpadas que fueran o deshabitadas que estuviesen, de modo que siempre mantendría la nave a tiro de bote salvavidas. No era temeroso de la adversidad marítima, conocía a la perfección como contrarrestar las celadas que Poseidón le dedicaba a quien deseaba escrutar la zona con soberbia, aun así era muy prudente a la hora de invadir los dominios del Egeo, acaso por eso la ruta que acariciaba el sur de las islas fue la vía marítima escogida y de algún modo no se vería tentado en desembarcar en los pequeños, poéticos y atractivos puertos del norte del archipiélago. Sabía de la tentación, que una vez en el lugar, le inspiraría la deshabitada Peristera, pequeño islote al este de Alónnisos; estaba convencido que iba a resultar imposible de evitar por ello estimó prudente no intercalar hojas en su boceto de viaje. De pequeño solía navegar con su precario bote de pescador, desde Kira Panagia, por el poco amigable estrecho de Pelagonissi, hasta esas playas en donde comenzó a poetizar esos infiernos y esos desamparos tan elogiados por sus colegas. Homer Raptis, Cosmopólito, no era un escritor de lectores, era una pluma de escritores. Lo leían, lo admiraban y los amaban sus pares. Incluso había sitios en los más importantes foros culturales en donde se analizaban sus textos, se promovían congresos, selectos eventos se realizaban en todas las latitudes cada vez que una nueva obra aparecía en las  distinguidas librerías de Londres, París, Dublín, Estocolmo, Edimburgo, San Petersburgo y Norwich, siendo estas ciudades consideradas como los siete centros de mayor excelencia literaria en Europa.

El deseo de realizar la travesía en completa soledad se vio abortada por las demandas de Leto, su gata barcina, serena preceptora de sus días como bien declara la etimología griega de su nombre, renga de la pata izquierda, suave durante el ronroneo, sumisa a la hora de amasar afecto. Era el único ser en el planeta por el cual Homer sentía afecto y responsabilidad al mismo tiempo, incisos que la felina se supo ganar desde su sorpresiva aparición en el jardín interno de la pequeña y modesta casa de campo que el escritor posee en las afueras de Farsala, la cual utiliza solo a modo de retiro literario, sitio para su penitente inspiración, o como vísperas de suicidio. Leto, en buena medida, ofició con su presencia para que este último versículo fuera dejado de lado, embeleco que Homer valora y agradece sin solución de continuidad.

Envidio a los que se atreven a cruzar los puentes sin suspicacias, y a los que sufren y gozan pasiones, a los que ante la sangre no quitan la vista del cauce bermellón, propio u ajeno, y se hacen cargo de sanarlo, a los que transpiran deseos, a los que se emborrachan por una ausencia irreversible, a los que se enojan y luchan ante la ignominia, a los que lloran a moco tendido, a los que ríen sin cinismo, a los que se miran al espejo y se siguen preguntando con humilde humanidad de qué se trata la vida, se cuestionaba Homer para sí... Pasado el tiempo mantengo las mismas envidias o anhelos - se respondía a conformidad - solo que al parecer estamos viviendo tiempos en donde estas sentidas y humanas cualidades han pasado de moda y por tanto nadie se permite exponerlas por temor a ser considerado un simple y vulgar epílogo. Hay siestas, que por profundas y prolongadas, solo son explicables, cuando al abrir una ventana, en lugar de observar un crepúsculo percibimos un amanecer. La vida se parece mucho a esas siestas. Y se llega por azar y confusión, cansado de ser monosílabo, de inmediato uno es nomenclado sin consentimiento, lo poco que dice y hace durante ese sendero es tomado en cuenta vagamente o es literalmente ignorado. Mejor entonces levantarse y retirarse por una puerta lateral, cancela marginal que usualmente se desestima o en el mejor de los casos nadie repara debido a que tras ella solo aguarda la pregunta más incómoda.

A todo esto la embarcación comenzó a recortar sus primeros surcos a nudos constantes, Leto ya había decidido el rincón en el cual sus ronroneos armonizarían mejor con el paisaje, Homer oteaba el instrumental observando que ningún detalle escape de la normalidad.

Pasada hora y media de travesía, relato que no tuvo mayores alegatos, excepción hecha por la presencia curiosa de las siempre voraces aves marinas ávidas de los más exquisitos frutos del Egeo, y siguiendo la línea sur de las Espóradas, en las antípodas del circuito turístico, manteniendo una prudencial distancia de cinco kilómetros de sus costas, para el caso de la Isla Scíathos, visualizó en dirección sudeste y con llamativa claridad la existencia de un peñón que no figuraba en su carta marina, documento siempre exacto y detallado, que le había sido suministrado por la propia Prefectura de Volos. Su debilidad de fisgón pudo más que la disciplina a la hora de evaluar el plan previsto para su odisea de manera que no dudo en ningún momento para acercarse al lugar a velocidad muy moderada apenas constató su sencilla accesibilidad. Una playa pequeña de doscientos metros aproximadamente y leve pendiente, propietaria de arenas muy blancas, prologaban una suerte de tupido bosque ordenado cual falange hoplita por sobre una meseta cuya altura no superaba la centena de metros. De acuerdo al perfil divisado a la distancia y por deducción, Homer estaba seguro que ese islote, el cual al parecer no presentaba mayores atractivos para el viajero, no debía tener más de dos kilómetros cuadrados. Aparentemente todo indicaba que se trataba de un pequeño emergente tectónico de Scíathos, igual de verde y fértil, aguas cristalinas, clima templado y suave, con finas y delicadas arenas custodiadas por bosques de pinares y eucaliptos. Más allá de las facilidades de ingreso a la bahía decidió anclar la nave fuera del estuario y arribar a tierra por medio de la embarcación de emergencia. Se trataba de un gomón de pescador para dos personas de sencillo apresto con un liviano y antiguo motor fuera de borda sueco marca Archímedes modelo 50.  Desde luego que Leto sería de la partida. Quince minutos después arribaron sin dificultades que atender a la aparentemente desértica e inhóspita playa. A poco de pisar la isla una joven de aspecto adolescente, de notorios y bellísimos rasgos semitas, en compañía de dos criaturas que no superaban los tres años, todos semidesnudos, se presentaron ante el intruso y su mascota exhibiendo un desconcertante y amigable rictus de bienvenida. Ante las primeras dudas comunicacionales un sentido y apretado abrazo de la dama conmovió el señorío apocado de Raptis, de inmediato el italiano fue el idioma que los hermanó.

-     Estaba convencida que iba a regresar por nosotros. Habernos salvado la vida no podía quedar como una asignatura incompleta, anónima y negligente.  – Un nuevo abrazo acompañado por un estimulante beso en la boca fue el respiro que se permitió la joven antes de continuar con su alegato -  Jamás pude agradecerle tamaño acto de arrojo. Ahora que lo veo de manera consciente, en persona y por primera vez, compruebo que estoy delante de la síntesis que iluminó mi cabeza en el día, y que descansó sobre mi cuerpo en la noche durante estos últimos ocho meses, desde el preciso momento que junto a mis hijos nos despertamos en la vivienda del bosque luego de tan horrenda experiencia. 
-     Cuéntame un poco cómo has sobrevivido – Homer prefirió por el momento no desencantar a la dama, necesitaba saber más, desde sus señas personales, las razones de su aparente naufragio hasta el motivo de la confusión en la cual estaba inmersa y lo tenía a él como su hipotético protagonista -
-     Muy poco le puedo relatar a partir del desmayo que sufrí en alta mar cuando la sobrecargada gondolaza que debía llevarnos desde Latakia hasta las costas de Tesalónica escoró poco después de costear Chipre. Recuerdo que pude poner a los nenes sobre una superficie que flotaba, era un elemento plano que no puedo precisar, logrando con esfuerzo atarme a él para luego perder el conocimiento. Entre delirios vuelvo a observar como usted, en soledad, nos estaba secando, alimentando y luego abrigando dentro de una pequeña y modesta embarcación de madera color verde con detalles en azul, bautizada con el nombre de Leto, al igual que la Diosa cretense. Sucedió que no tenía demasiadas opciones: Rakín, mi marido y padre de mis hijos había muerto en uno de los tantos bombardeos que sufre el norte palestino. No era soldado, era médico. De inmediato tomé mis escasas pertenencias, y decidí emigrar de manera definitiva de aquel infierno intentando darnos una vida. De modo que crucé la frontera aún sin salvoconducto ni permisos, sabía que mis credenciales viajaban conmigo y ningún hombre, bajo esas extremas circunstancias, mostraría recelo alguno en contra de una madre joven, bella, y dispuesta sexualmente para otorgarle una cuota de humanidad a ese submundo propio y ajeno, cercano y lindante, sembrado al unísono de crueldad. Lo que parecía un plan descabellado y enfermizo no resultó tan oneroso. Pude cruzar la frontera, gracias a un Coronel estadounidense muy gentil y caballero, militar que no solo disfrutó durante algunas semanas de mis noches también fue muy atento y cálido con mis hijos. Él mismo, cuando su puesto de mando comenzó a sentir la inercia de la coyuntura, y las obligaciones castrenses crecían exponencialmente, sin necesidad de documentación anexa, nos adicionó escolta militar y vehículo hasta el puerto de Lakatia. Luego, ya en territorio más amigable, pero no por ello menos conflictivo, todo quedaba en mí para conseguir embarcación y emprender el proceso migratorio.
-     Todavía no sé tu nombre ni el de tus hijos – interrumpió Homer tratando de alejarla por unos instantes de tan doloroso relato –
-     Qué le parece si vamos a la casa, como bioquímica y siempre interesada en la salud considero que una ración de alimento a media mañana, un par de horas antes de almuerzo, a base de frutas, aliviana y equilibra la dieta. Puede llamarme Kralice, en turco significa reina. Además, y respondo a su otra pregunta, Namir y Marid, a pesar de lo entretenidos que están con su dócil mascota, ya la están reclamando. Usted conoce la vivienda. Durante todo este tiempo nada he modificado, no suelo tomarme atribuciones que no me competen, sí procuré tenerla aseada y en orden. A pesar de ser modesta y pequeña posee todas las comodidades. Su sistema de acumulación de energía a base de paneles solares en los techos le juro que me impactó. Sabía de esa tecnología, como le dije tengo debilidad profesional por la ciencia, y aunque parezco muy joven ya estoy cercana a los treinta; lo que desconocía por completo era que ya se aplicaba a escala hogareña, lo felicito. Tanto la fuente calórica como la posibilidad de conservar alimentos frescos está asegurada. El resto lo provee la isla, mi estimado Cosmopólito. ¿Así lo debo seguir llamando, verdad?


Trató Raptis de no sorprenderse ante la revelación de su seudónimo. Hacía algunos minutos, si bien se detuvo en el detalle, no le había llamado la atención esa sutil coincidencia lanzada al azar entre los nombres de su gata, actual objeto de entretenimiento de los niños, y el bote bajo su mando al cual la mujer le adjudicó su salvación. Sabía que era vulgar y corriente bautizar a las embarcaciones con nombres mitológicos griegos, de manera que el epígrafe Leto no le disparaba sospecha alguna. Incluso estaba fuertemente arraigada la creencia que por prevención así debía ser de modo evitar la cólera del Egeo. Pero la mención de su seudónimo literario por parte de la joven sí lo instaló en una atmósfera de confusión. Transitando el sendero hacia la casa se detuvo un momento para constatar que su embarcación estaba fondeada y amarrada tal cual la había dejado, y que el gomón de seguridad descansaba pacientemente bajo un tupido Roble de Troya, árbol solitario que extrañamente había crecido lindero a la playa. No perdió demasiado tiempo en la pesquisa, delante, el cuerpo de Kralice se lo impedía. Una suerte de túnica blanca transparente dejaba observar con erótica y bella claridad su piel aceitunada, como verbo versaba la perfecta libertad de sus poéticos y proféticos senos, y como predicado explicitaba la existencia de un diminuto detalle interior oscuro, acaso como síntesis estética, rima inconclusa. Homer, por el momento, oficiaba fuera de toda oración, acaso como sujeto tácito.
Apenas un par de habitaciones conformaban la construcción. Un salón comedor con cocina incluida, un dormitorio y un pequeño baño completaban una superficie cubierta que no superaba los cincuenta metros cuadrados. Piso de baldosones rústicos, gruesas paredes de concreto y un par de aberturas orientadas al norte garantizaban moderación a la hora de templar o refrescar la vivienda. Una pequeña biblioteca doméstica moraba en el salón comedor, en ella descansaba, de forma íntegra, la obra completa publicada hasta el momento por un tal Cosmopólito, único autor residente en el recoleto frontispicio. Kralice solamente dedujo, cuestión normal si hablamos de una persona amante de la ciencia. El navegante arribado no podía ser otro que el Mesías de sus vidas, el propietario de ese rincón que les sirvió como pesebre, el alter ego material y paternal del misterioso y reconocido escritor Cosmopólito. Durante sus ochos meses de ostracismo migrante nadie se había interesado por ellos y por la isla, a pesar de ser fácilmente visada por el ocasional tránsito turístico más allá de no figurar en carta marítima alguna.

-     Más allá de algunas casualidades o causalidades te debo confesar que estoy sumamente desconcertado. Efectivamente, soy la persona que dices, por lo cual me estás obsequiando un extraordinario enigma, soy escritor y mi seudónimo literario es Cosmopólito, pero me puedes llamar Homer, Homer Raptis en mi gracia heráldica, morador recurrente de estas islas durante los veranos adolescentes, más precisamente en una de las más alejadas de la hilera, Kira Panagia. Hacia allí me dirigía luego de casi treinta años de ausencia cuando esta sensual celada sarracena se cruzó por delante de mi carta marítima, a propósito, peñón que debo documentar, no solo para mi gobierno como navegante sino para informar a Prefectura sobre la necesidad de su inclusión.  No son muchas las personas que conocen mi identidad, es decisión personal que así sea, fíjate que ni fotos de mi rostro circulan por las academias, foros, encuentros, conferencias, publicaciones y menos dentro del mercado literario. Para graficar los libros generalmente escojo obras pictóricas que estén relacionadas a la temática. Dalí, Picasso, Degas, Gauguin, Chagall son mis preferidos. Mi gata, vaya señal, se llama Leto, como la barcaza que les salvó la vida, pero te debo confesar que jamás participé en un rescate marino, y menos de refugiados. De manera que me hubiera encantado ser lo que tristemente no soy. Sería muy fácil para mí aceptar el convite y aprovecharme cual siniestro polizón de la situación; sospecho que al compartir tanto tiempo con esos libros y entre esas historias has logrado establecer una relación con ese autor desconocido construyendo un vínculo tan fuerte como necesario. Pero resulta que ese salvador imaginario, única compañía masculina que tuviste durante este lapso, desembarca gracias a un albur indescifrable, y esa admiración y ese deseo comienzan a ser engranajes de un hechizo recíproco en donde ambos comenzamos a experimentar embelecos imposibles de sortear. Es probable Kralice que seas la razón de este viaje, siendo mi objetivo primario un falaz pretexto, acaso te hayas constituido en su irrefutable explicación, en la argumentación y la rima, en el párrafo, en el capítulo, en la novela. Esa isla que vez hacia el noroeste, distante unos treinta kilómetros de aquí es Scíathos, una de las Espóradas más importantes del archipiélago, la más cercana a la Grecia continental, la que posee mayor movimiento turístico y comercial, de manera que si es tu deseo ya mismo partimos hacia allí para que abandonen definitivamente su ostracismo de refugiados y tratar de, como mencionaste hace un rato en la playa, obsequiarse una vida. Sos extremadamente bella e inteligente para ser ignorada, tu formación enciclopedista supera la media europea sin dejar de lado las fabulosas ventajas que otorga la juventud. Es más, mis colaboradores del área legal estarían a tu entera disposición para solucionarles todos y cada uno de los dilemas que un proceso migratorio de carácter compulsivo conlleva. Tu inserción dentro de la sociedad occidental sería inmediata, en lo absoluto traumática, de alguna manera, y te pido disculpas por mi egocentrismo, estaría cumpliendo con ese rol heroico y filantrópico que tu imaginación me otorgó de manera inmerecida, y por añadidura podrías iniciar una búsqueda de tu verdadero Mesías, aquel que posee los merecimientos inescrutables sobre tu suerte y la de tus hijos. Yo estaría oficiando como un vulgar impostor.
-     Qué hubiera hecho de mi vida y la de mis hijos sin sus novelas, sin sus cuentos y poemas. He viajado y amado, he sentido miedo, he experimentado la vergüenza, creí en Dios, y fui agnóstica y también atea, supliqué y me humillé y hasta he tenido sexo cuando algunos párrafos invitaban a la lujuria, y lo he sentido dentro cuando mis ojos se cerraban. Cuando lo vi descender de la embarcación en ningún momento dudé, no podía ser otro. No me pida semejante sacrificio. De ninguna manera estoy dispuesta a cortar el vínculo que me une a usted. Si el precio de reinsertarme socialmente en occidente significa  abandonar aquello que más he amado en mi vida no me deja opción. Prefiero esta suerte de confinamiento anacoreta rodeada de su recuerdo; y cuando los chicos crezcan que ellos decidan su futuro, pero en lo que a mi concierne, si no puedo disfrutar de su presencia, permítame hacerlo de su ausencia. Le propongo que lo piense, Homer. Vaya y cumpla con los objetivos de su viaje, no sin antes despedirse como desea y deseo, yo lo estaré esperando; ahora sí, con la certeza que no es el párrafo complejo y elaborado de una ficción, que no se trata de un espejismo que se transformó en coartada para darle sentido a la vulgar licencia que significa sobrevivir. Si me lleva a esa isla de la que usted habla, aún desde la buena fe que significa mi ventura y la de mis hijos, me estaría devolviendo a las frías aguas del Egeo, y nuevamente necesitaría de su heroica literatura para salvarme y salvar a mis hijos;  descarto por completo que desee la reiteración de tan inhumana odisea.
-     Desde luego, pero me estás otorgando una entidad que no creo merecer, responsabilidad que supera incluso a mis propios deseos.
-     Le propongo que descanse un rato mientras cocino. Puede hacerlo en nuestro dormitorio, le propongo continuar con nuestra conversación luego del almuerzo, aprovechando que los chicos bien disfrutan la hora de la siesta hasta casi el crepúsculo.
-     Te lo agradezco Kralice, más allá de necesitarla y no solo para dormir me consideraría un hereje si llegara a sacrificar tu bella compañía por la mínima rutina que entrega el descanso. Sos el descanso, de manera que prefiero disfrutar a tu lado de esta suerte de tregua que me ofertaste, tal vez concentrados en otros menesteres más vulgares, menos complejos, igual de necesarios.
-     Usted no defrauda nunca, Homer. Ni con sus obras, ni con sus gestos, ni con sus tonos, ni con sus modos y menos con sus decisiones.
-     Deseo detenerme en un inciso muy importante. Debemos contemplar que este sitio tiene su propietario. Tristemente no soy yo, te lo reitero. Rompe a los ojos que esa persona es muy afecta a mi obra literaria, aún a escala de gacetillas y publicaciones dentro de círculos muy cerrados. En cierto modo y aún en contra de tu voluntad, lo estás ocupando de manera forzada. Si la persona que te trajo no es dueña del lugar y sos hallada por las autoridades griegas estarías incluida dentro de un marco de ilegalidad que conspiraría en contra de tu radicación definitiva junto a la de tus hijos. Por el contrario, si él o la propietaria sabe de tu presencia, no estarías cometiendo ninguna contravención ni corres peligro de ser denunciada, pero quedarías expuesta ante los azares mortales que sobre ella recaigan. Por caso, me refiero a una simple sucesión heráldica en caso de fallecer. Temo Kralice que aún no lograste deconstruir y corporizar lo frágil de tu situación, acaso por lo vivido y por haber besado a la muerte en la boca todo te parezca nimio y superable, pero créeme, hay tormentos que bien se le asemejan.
-     Y qué me aconseja hacer o por lo menos cuál sería su sugerencia
-     Algo te adelanté con relación a continuar con el proceso migratorio y el de tus chicos de manera formal. Viajar a Scíathos, y ver qué instancias legales podemos iniciar en la isla. Por el resto, me refiero a comodidades y disponibilidad de bienes, no debes preocuparte, en esas asignaturas serán mis entenados. Te propongo que lo pienses, a mi regreso de Kira Panagia estaré enteramente a tu disposición, dudo que me demore más de un par de días, es una deuda familiar que no puedo soslayar.
-     ¿Y cuándo partiría?
-     Luego de almorzar, si no tienes objeción. Tengo intenciones de hacer noche en la Isla de Alónnisos, más precisamente en el Puerto de Patitiri, pero no deseo arribar allí más allá del crepúsculo, no soy amigo de  navegar en la nocturnidad aún con buen luna. El plan sería zarpar al alba de la mañana siguiente, cruzar el estrecho de Pelagonissi y en un par de horas llegar a Kira Panagia. La idea es regresar lo antes posible, tratar de no pernoctar allí.
-     Nada puedo decirle ante tan firme determinación.
-     No te entiendo. Intuyo cierto disgusto. Si no te parece te ruego que me lo digas. No me gustaría incomodar a la familia. Soy flexible y comprensivo, además nada es irreparable ni urgente.
-     Pensaba que podía regalarnos su compañía hasta mañana por la mañana, y partir descansado con la primera luz de la alborada. Para los chicos sería fantástico una cena familiar.
-     ¿Y para vos?
-     Sería mágico, Homer Raptis, que duerma esta noche conmigo.
*

Apenas despuntó el alba zarpó de la isla; con alguna explicable demora registró sus exactas coordenadas en la carta marítima. Cual cronopio “cortaziano” o ayuda memora, la bautizó con el nombre Kralice. Tomando como base aquella banalidad que asegura sobre lo inconveniente que es regresar a ese lugar en donde se ha sido feliz, alguna vez escribió en Cínica, una de sus novelas más exitosas, texto breve de neto corte erótico, sobre lo desacertado que resulta volver a la cama de aquella mujer que nos había enseñado que la pasión física posee facultades extremadamente complejas, como tales únicas y sumamente bellas, pues la reiteración corrompe e induce a la banalidad. Coincidía con su constantemente evocado Schopenhauer al respecto: “Formar una pareja no es otra cosa que fastidiarse el uno al otro”. Debido a eso dudó unos instantes en apuntar el peñón que acababa de abandonar en su mapa, acaso la mirada inquisidora de Leto lo convenció que es mejor no desafiar los hechizos del Egeo.

La gran y atractiva Isla de Escópelos y sus bellezas naturales pasaron sin mayores atenciones por parte de Homer. Sus fueros aborrecían todo aquel paraíso que, entregado como mercancía, hubiera sido violado por la sombra del mal gusto, acaso por eso prefirió no mirar hacia sus costas recordando que esa hermosa geografía había sido ultrajada por la vulgaridad. Solo pensar que el recoleto y maravilloso monasterio de Agios Ioannis fue utilizado más de una vez como set cinematográfico lo atormentaba. Su mirada continuaba fija en la noche anterior, vivencia que aún le estaba restituyendo imágenes que difícilmente pudiese describir o  ilustrar en términos literarios a pesar de sus particulares talentos. No hallaba adjetivación posible ni palabra justa. Entendió entonces que el idioma, sin excluir ninguno, tiene indignas restricciones a la hora de relatar cuando de revelaciones extremas se trata. Tal vez solo la poesía podía lograrlo. No era justo que ese instante sea mancillado con exageraciones pornográficas ni con obesas y empalagosas metáforas, acaso lo mejor es prescindir de estilar aquello que no se puede ni se debe describir debido a que su dimensión es sensiblemente superior al delirio.  Poco a poco comenzó con la reconstrucción adolescente de Livana y el convento de Kira Panagia, en la misma medida que sumaba millas regresaba a la razón de su viaje y nuevamente a su mortificado discípulo Maciel a través de un breve poema que glosaba con compleja sencillez el indemne y permanente sabor agridulce y contradictorio que portaba desde el mismo momento que zarpara de la isla.

“El amor es el único delito que merece reincidencia,  y digo delito y reafirmo pecado. Su purgatorio, el corazón, no conoce de sentencias, no intuye de aguijones, de condenas transitorias, ni de comas ni de amnesias. Ustible delito del pasajero abreviado es sortilegio cercano, olvido del distante,  alegato lascivo y muerte en un instante.  Relapso, obstinado, apóstata quimérico ausente del después  y presente en su perjurio de ególatra indolente con fueros de preludio; espectro, Dios y padre,  mercedario de lo turbio. Aún así, desnudo, marchito y obsecuente insto formalmente a reincidir, el más bello de los delitos concebidos, cruel dogma con el cual he sido herido me arroja sin rubor hacia su pecho con el arma y el más cruel de los deseos como adicto que imagina delinquir”.

Entrado el crepúsculo fondeó anclas en el pequeño y coqueto Puerto de Patitiri, en la Isla de Alónnisos. Se asumió afortunado al haberle tocado un ocaso náutico poco concurrido, lo que garantizaba que la noche seguramente no iba a sufrir grandes cambios en dicho sentido. Solo algunas pocas embarcaciones de alquiler para pescadores, dos veleros de lujo intermedio y un trasbordador en reparación moraban a la vera de la explanada. Abocar en su canal no había sido para nada complejo de modo que sus talentos en la asignatura no fueron necesarios. Sobresaltada en su sueño debido a cierta maniobra brusca, Leto se desveló comenzando de inmediato a degustar imaginariamente los majares marinos que en breve su Capitán compartiría en popa, bajo el terciopelo turquí del majestuoso firmamento Egeo. La gata estaba sumamente habituada a la generosidad de Homer independientemente de la excelsa calidad de los productos, no existía para ellos menú diferenciado, ambos disfrutaban por igual. Sabía que para el convite  aún debía esperar por la ducha del marino y su posterior atavío de ocasión luego de tan agotadora jornada, más el tiempo que demorase en encontrar un lugar al paso y confiable de manera procurarse de la cena para traerla a la embarcación, de modo pues que continuó con su descanso luego de tan exhaustiva fiscalización coyuntural.
Dos horas después y luego de tan abundante y exquisito banquete compartido se imponía como una suerte de obligación física pernoctar sosegado, calmo, si es posible, sin darle participación a las alucinaciones de almohada, por más placenteras que fueran, espejismos que la nocturnidad nos tiene reservado como embeleco a favor del insomnio. El día por venir sería el más duro y complejo de la travesía con destino a Kira Panagia, de manera que nada era más importante para Raptis que estar en condiciones corporales y mentales óptimas para afrontar y enfrentar el desafío náutico. El recorrido inicial, determinado por la complejidad que proponía la ceñida angostura que separa la isla Alónnisos de su vecina Peristera, requería de todas las atenciones, prudencias y talentos navales. En estos casos las cartas de navegación que entregaban las autoridades en las oficinas de la Prefectura a los turistas, aventureros y deportistas, ostentaban entidad de lazarillo cuando de circuitos desafiantes se trataba. El amanecer encontró a Leto atenta a la labores de Homer, era momento de paciente gregarismo, no debía dejar solo a su capitán, en apenas tres horas y luego de salir de tan escueta garganta, el estrecho de Pelagonissi, extensa rúa marítima abierta que los separaba de su destino, fuente de tragedias y leyendas mitológicas, sería quien determinase la suerte de ambos. Luego que Homer se encargara de adquirir los insumos comestibles necesarios para el periplo, alguna medicina de botiquín y cumplidas las encomiendas y revisiones de marras la nave levó anclas en dirección noreste, por entre los bellos y escarpados acantilados y peñones que ambas islas le ofrecían al viajero, cual severa e inexpugnable guardia pretoriana, asegurando su protección tanto del violento Meltemi como de los inclementes rayos solares. Estimó necesario para su placer reprimir la velocidad de la embarcación al mínimo posible por esa estría marina, fondeando en algunos puntos incluso, aun sabiendo las negativas consecuencias que traerían aparejado el capricho hasta llegar a su final en el Cabo Paliofanaro; ese paisaje solo podía disfrutarse incluyéndose dentro de sus atemporales silencios naturales. Homer Raptis estaba convencido que el riesgo valía la pena, incursión que de ningún modo evitaría a su regreso, acaso en busca de otra perspectiva. A partir del Cabo Paliofarano, punta extrema de la Isla Paristera, solo lo aguardaban las 15 millas, poco menos de 25 kilómetros, que tiene de anchura el estrecho Pelagonissi de su destino, juego de palabras que lo preocupó, “estrecho destino”, “destino estrecho”, metáforas de doble vía muy propias del sedicioso Oráculo de Delfos pero nada convenientes a la hora de navegar por el norte del Egeo. La idea de arribar a Kira Panagia en horas del mediodía aún no había podido ser refutada a pesar de sus aventuradas  melancolías, en poco menos de una hora, a más tardar, la embarcación estaría ingresando a Agios Petros, bahía principesca en azules y aguas transparentes, puerto natural solo vigilado por el monasterio atonita, mirador y horizonte ecuménico cuando su pasión adolescente reclamaba por sosiego.
A poco de ingresar al estrecho la silueta de la pequeña isla se exhibía en el confín, tan cercana en sus recuerdos como distante en su presente. La mañana era extremadamente diáfana, resultaba fatigoso omitir que el rostro niña de Livana comenzaba a signar la travesía y que poco a poco la bella Kralice pasaba a tener solo entidad de accidente geográfico y mojón, cronopio incluido dentro de una carta náutica que comenzaba a bocetar sus prematuros tonos sepia. Notó de inmediato la bravura desafiante de ese paso, cuestión que atendió en el mismo intervalo al observar a Leto descender presurosa, sin su coja arrogancia corriente, hacia la cabina, en la búsqueda de su rincón privado, el de sus fetiches y trastos protectores, por caso su canasta, su cojín y sus llamativos peleles de recreo. El fresco hálito amigo, benévolo compañero de excursión hasta ese instante había abandonado sus lisonjas y mutado hacia el huraño y amenazante viento del norte, el temible Meltemi estival del Egeo. Si bien su mayor crudeza no la desarrolla en la zona del archipiélago de las Espóradas septentrionales, fenómeno que si ocurre en la jurisdicción de las Islas Cícladas, puede llegar a comprometer seriamente al aventurero si no conoce con profundidad las artes de la navegación en condiciones extremas. Si el Meltemi lograra alcanzar una fuerza de siete u ocho en la escala Beaufort, el Capitán no tendría otra alternativa que regresar velozmente a la cercana costa de la Isla Alónnisos, cauto entre acantilados y peñones hasta que calme, seguridades que debían incluir a la embarcación y a Leto. Por el momento, al no exhibirse tan furioso, y acaso porque el servicio meteorológico había descartado de plano la posibilidad de tormentas decidió capear la situación, esto es enfrentarlo por proa, ajustando la potencia del motor para controlar el barco sin tener que soportar fuertes choques contra las olas. Si bien correr el temporal, esto es, tomando la popa como ariete, es la forma más segura, Raptis consideró que las condiciones no justificaban extremar las prevenciones. Inesperadamente, a poco de tener el control completo de la situación y sin que hayan pasado dos minutos reloj ni que mediase una percepción delatora del fenómeno atmosférico, una bruma pesada e intensa cubrió la embarcación y sus linderos dejando solo la posibilidad de obtener información sobre una luz visual de no más de cuatrocientos metros. El sol, muy a pesar de sus momentáneas modestias continuaba prestando su invalorable colaboración sensorial. Homer no se atrevía a imaginar ese panorama en la profundidad de un escenario nocturno. En apenas minutos el Meltemi había menguado en intensidad, por lo que la bruma disfrazó cierto estancamiento a modo de nube baja, envolvente, dudosamente densa, acaso tóxica pensó. Recordó entonces aquel viaje celebrado por el Mar de los Sargazos, travesía realizada en un lujoso crucero so pretexto de entender las razones por las cuales la literatura le había prestado tantas atenciones a los embrujos y hechizos de tan sórdido punto del planeta. Allí no solo pudo comprobar la solemne y poética quietud oceánica de los manglares sino además se sintió más cerca de Verne, de Cortázar y del siniestro Ezra Pound. A los pocos minutos Raptis empezó a experimentar como su cuerpo flaqueaba, insólito síntoma que era acompañado por mareos y una profunda sensación de letargo, su alacridad de marino lo había abandonado, tanto su voluntad como su autonomía perdieron prestigio, hallándose ambas subsumidas a un poder hermético y extremadamente rector. Sus graves congojas físicas regresaron repentinamente a su memoria, era inadmisible no adjuntar los síntomas. Leto no aparecía, imposible, en esas condiciones, llegar hasta sus dominios tutores.
Durante algunos segundos y antes de desvanecerse, un cautivador e irresistible aroma a Jacintos, mediterráneo y alucinante, imposible de no ser inhalado a modo de oxigenación, acaso de purificación vital, tiranizó el material y el aura de lo que hasta algunas horas era una embarcación de lujoso porte bajo hegemonía y albedrío de un experimentado, sabio, pero enfermizo almirante.

Su despertar no fue menos conflictivo. Aturdimiento, entumecimiento, abstracción, fueron los rasgos dominantes de la escena. Un ambiente conocido pero ajeno, una cama familiar con sábanas que aún conservaban sudarios de madrugada. Al pie y rompiendo todo posible espejismo se encontraba Kralice, con apenas una sucinta bata de entrecasa sostenía de manera firme y consentida a Leto quien escogió aguardar por el clarear de su amigo dormitando profundamente, apoyando la cabeza sobre el seno izquierdo de la anfitriona aprovechando el confortable colchón que ésta ofrecía con sus aceitunados y firmes brazos.

-     No alcanzo a comprender que estoy haciendo en tu cama – musitó Homer, tratando de ordenar sus sentidos –
-     Es explicable tu confusión, lo mejor es que por el momento no te esfuerces, te voy a ayudar a disipar ficciones y a discriminar certezas de galimatías – aseguró Kralice -

Galimatías. Hacía muchos años que Raptis no escuchaba ese término en medio de una conversación corriente. De hecho, esas pocas veces que recordaba estaban acotadas en el marco de foros científicos o literarios. Como escritor no se le pasaban por alto las formas y los modos del lenguaje que adoptaban y desarrollaban sus  interlocutores circunstanciales. Consideraba a la forma de expresarse como el principal y más claro documento personal del sujeto.

-     Me resulta imposible – insistió el escritor -  racionalizar los eventos, ordenarlos, en tanto hasta hace minutos estaba en plena lucha franca, a decenas de millas de aquí, contra las intrigas y los rigores de nuestro ilustre y glorificado Egeo. Y digo minutos porque así lo percibe mi consciente.
-     Acaso allí se encuentra el dilema, mi amado poeta – interrumpió la dama –. No siempre las percepciones conscientes guardan directa relación con la realidad. Eres un experto a la hora de describir este fenómeno en tus obras literarias. Y esto aumenta de manera exponencial cuando nosotros intervenimos de forma directa en la vida de los seres humanos que elegimos con sumo detalle y exigencia.
-     ¿Nosotros?
-     Los que habitamos la substancia del Egeo desde que el Egeo es néctar y cualidad. Habida cuenta de lo indebidamente confesado, ya que aún, por mandato divino, no correspondía hacerlo, es necesario que comiences a dominar un nuevo lenguaje para poder cohabitar, lo que para vos será, un nuevo cosmos infinito.
-     Más despacio, Kralice, por favor – rogó Homer –
-     Te pido disculpas, hace mucho que no alternaba con seres humanos. De todas maneras es momento que dejemos de lado a Kralice y le demos lugar a mi real, divina y eterna identidad. Melpómene, la Musa de la Tragedia. Soy yo, por gracia superior quien te ha escogido entre millares de escritores para compartir en el universo infinito la tentación de la inmortalidad física, intelectual y artística. En esta isla no consignada en las cartas marítimas, ausente de los mapas, de los textos, y fuera de la geografía política de la Grecia moderna está instalado el escenario en donde la máxima de las tragedias humanas puede dejar de ser para Homer Raptis un dilema existencial y pasar a transformarse de inmediato y por siempre, pasen mil o dos mil años, en una simple y vulgar narración. 
-     Melpómene, la tragedia y su perturbadora belleza, poéticamente la tercera musa del Parnaso español que inspirara a Francisco de Quevedo y sus treinta y cinco sonetos fúnebres haciendo honor en sus exequias a las celebridades de la historia. Por caso, viene a mi memoria el dedicado al supremo estratega y general Cartaginés Aníbal Barca, cuando ya anciano, desahuciado y en el ostracismo, a poco del suicidio…


Quitemos al romano este cuidado,
y un número a sus muchos prisioneros,
pues me temen, los cónsules severos,
amenaza caduca de su estado.

Impaciente a los términos del hado,
salga la alma que armó tantos guerreros:
no aprenda a servir estos postreros
años, que del afán he reservado.

Pródigo del espíritu y la vida,

desprecio dilatar vejez cansada:
venganza les daré, no triunfo y gloria.

Que es desesperación bien entendida

buscar muerte a la afrenta anticipada:
quede a guardar la vida a la memoria.



-     No sigas por favor. Necesito explicaciones, respuestas, contenidos sobre lo sucedido. Requiero de una mínima lógica, exijo tu piedad al respecto – insistió Homer -
-     Y la vas a tener. Delega voluntariamente ante Melpómene, confía en mí, muy a pesar del relato que tuve la obligación de fantasear, prole incluida, sobre mi desdichado pasado cuando arribaste a la isla. No existe nada en el universo que te ame, admire e idolatre como lo yo hago, la tragedia. La imaginación y el ingenio son mis atributos, y tú te aprovechas de ellos como nadie en el universo.
-     ¿Entonces?
-     Nuestra noche, tu viaje, tus experiencias náuticas y tus dificultades durante la travesía fueron reales, al igual que la ausencia de tus afecciones. En ese sentido la memoria no te engaña, nunca perdiste la razón. Lo que jamás sospechaste es que fui vigilia durante todo el itinerario, y siempre estuve presente ante la menor contingencia que significara peligro. Debido a ello estás aquí, sin haber podido arribar a Kira Panagia, sano y salvo. De todas maneras nada hubiera modificado tu destino debido a que hace años que ese islote se encuentra deshabitado, hoy junto a su monasterio es un simple paisaje más para el turista. Las familias que mencionaste emigraron hace más de un lustro hacia el continente.
-     ¿Y tus hijos?
-     Con la ayuda de nuestro protector Apolo   pude recrear humanamente a dos ardillas marrones que tienen sus madrigueras a la vera del camino sur, no te inquietes, gozan de muy buena salud y absoluta libertad. Son las ventajas que tenemos los Dioses cuando se trata de manipular  para nuestro beneficio las percepciones humanas.
-     Si tenías certezas sobre el desolador presente de Kira Panagia, y que nada de lo buscado lo iba a poder hallar, por qué me dejaste partir. ¿Por qué el viaje como necesidad y sanción?
-     Como necesidad sí, no como sanción. Jamás me atrevería condenar a quien amo, aún si me abandonase. Soy la tragedia, en primera persona del singular, en consecuencia soy la protagonista del dolor y única responsable de la máscara. Fue la herramienta necesaria para que puedas aceptar y asumir de buen modo lo que ahora estás escuchando. Esa situación límite era el camino más harmonioso.
-     ¿Y si desecho la inmortalidad que proponen tu belleza, tu divinidad y tu embrujo? – cuestionó Homer-
-     “Cuéntame Musa la historia del hombre de muchos senderos que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo” -  recitó Melpómene
-     ¿La Odisea es tu respuesta?
-     Te respondo como lo que soy. Una tragedia es la puja entre dos ímpetus tan nobles como inexorables, acaso inocentes, casuales. Lamento cómo se usan mis existenciales dotes artísticas en el lenguaje corriente para fines espurios, pretextos y hasta coartadas políticas. No soy un accidente ni un incidente, sea de tránsito o de ferrocarril, aéreo o naval, tal vez pueda ser un cataclismo, siempre y cuando el mismo responda a cuestiones naturales por fuera de las provocaciones que a diario el hombre le ocasiona al planeta. De manera que no se trata de punciones. Te amo y amo tu obra, y desde la noche de ayer estoy confundida en el orden. Hasta hace algunas horas te conocía solo por la segunda, pero la primera extasió mi deidad, la arrojó al Hades de manera apasionada y excitante. No puedo ni debo, entonces, si tu voluntad es la finitud sin mi compañía, que esto se desdibuje en daño, lo óptimo es el olvido de todo lo vivido. Que nada quede como atisbo de sospecha en tu realidad o en tu imaginario poético. Que no puedas recordar, pero que tampoco puedas conjeturar, y menos poetizar. No habría heridas a sanar en tu espíritu, de las mías se encargaría el tiempo, en su trágica infinitud radica mi riqueza.
-     ¿Y si no deseo olvidar absolutamente nada de lo que descubrí en un peñón inexistente para el mundo de los parámetros, las mediciones y los precios?
-     No hay opción, no florecen los lugares comunes para las complejas y diversas dimensiones, no existen intersecciones cohabitables. Mi tragedia será que no me recuerdes, que jamás puedas asociar mi aroma con tu cuerpo, mis gemidos dejarán de ser melodía, y mis seráficos temblores a segundos del clímax no tendrán la menor posibilidad de ser ponderados como indicios. Tu sexo me desconocerá. Volverás a ser el mismo hombre que despertó una mañana en el puerto de Volos a punto de iniciar su baldía excursión de nostalgias quiméricas, decidirás otro itinerario, mi tragedia no incluye volver a percibir la silueta de tu embarcación, de modo ceder ante la tentación y reiterar infinitamente el ensayo. Serás flema y no sangre, serás el humor griego calmado e indiferente, abandonando la morosidad que posee la esperanza y la valentía. No nos está permitida tamaña vulgaridad, perdería la inmortalidad y con ella, algún día, tú recuerdo. Deseo profundamente que sean tu pasión y tu lucidez las que te ayuden a decidir libremente. Melpómene, la tragedia, te ofrece la inmortalidad en un paraíso bucólico, indoloro y fogoso al mismo tiempo, universalmente épico y siempre jovial, libre de senectud.
-     ¿Si accedo a tan excitante y cautivadora propuesta que le ocurriría a tu don trágico? ¿Qué actitud tomaría Apolo ante tu abrupta mesura, ante tu nueva máscara, acaso de menor intensidad trágica?
-     Comenzás a comprender, Homer.
-     Creo entender que tu divina tragedia infinita es tener el infortunio de encontrarte con la dicha. En este instante extravías de manera instantánea el don por el cual lograste la inmortalidad. Infiero que si me quedo seré la herramienta que Apolo utilizará para tu finitud.
-     Es probable. Pero para qué deseo la inmortalidad si no es para estar a tu lado. Tantas noblezas no pueden, y se me ocurre discernir, que no deben convivir, mi adorado escritor. Divertimento preferido de los Dioses. La pulsión de los quijotismos, de los altruismos, de la alteridad, celadas imposibles de liberar sin el atavío que posee la tristeza eterna. Tú tienes salida de este cruel laberinto que diseñó Apolo. Nosotras nueve somos sus víctimas más deseables tan pronto hallamos en medio de nuestras curiosidades profanas almas sensibles, seductoras, fascinantes, espíritus amables, en el más extremo de sus sentidos, hálitos esporádicos, solo creados para ser amados por las artes y por nosotras.
-     No tengo opción entonces. Luego de tu sufrido alegato debo y deseo partir, no sin antes darle valor a mi prosa de manera  bocetar nuestra tragedia, para que más allá del olvido nada hermoso y divino de lo que deba ser evocado quede exento de memoria. De manera que te insinúo me refugies, corrijo, nos ampares junto a Leto, hasta finalizar la obra, épico y sublime texto que tendrá fecha de comienzo pero sin un final certero en el horizonte.
-     Dilatar el destino es una idea exageradamente brumosa para los Dioses. Generalmente cuando se hastían del recreo humano lo siegan de forma abrupta y el dolor es mayor. Y aquí corres el riesgo de no poder terminar el relato, evento que multiplicaría mi tragedia de manera exponencial.
-     Puede que la obra jamás concluya Melpómene, porque cada hora, cada día, es el comienzo de un nuevo capítulo.
-     ¿La épica sublime que recién mencionabas?
-     De eso se trata el buen amor
-     El buen amor no requiere de litigios -  leí hace algunos años de un lóbrego poeta argentino, recordó Melmópene - , menos aún de juristas y de un lenguaje leguleyo. El buen amor sabe lo que debe hacer, y es allí en donde descansa su magnífica y poética erudición. El buen amor conoce de momentos oportunos e inoportunos, goza cuando descubre que su presencia da sombra, y también goza y se retira, cuando intuye que las sombras de sus rimas ya no refrescan morada alguna. El buen amor no piensa en su bondad, la ejerce con la naturalidad de sus sentidos porque el buen amor no intenta gobernar, solo desea ser gobernado por el amor. El buen amor no mata ni muere, el buen amor no sufre con ira, tal vez se entristece, el buen amor está siempre allí, a disponibilidad de todos y cada uno acaso para que alguien de paso y descuidado lo tome y haga de él una bella y necia metáfora.


*


“Partió sin avisar de su partida, sin banales  y formales despedidas, sabio de su no retorno, solo el olvido exhibió melancolía”. Para poder reiniciar su travesía, debía aguardar dentro de su navío en puerto, pacientemente, a por tangibles seguridades por parte de la autoridad competente. Las horas pasaban con lentitud mientras su menaje favorito, el cesto de residuos, se iba completando de bollitos en cuyo interior decenas de párrafos inconexos iban bocetando, desordenadamente, acaso, su mejor obra. La gran tarea literaria, de la cual Cosmopólito se sentía ajeno, era pues aparear y articular ese complejo anárquico que por el momento descansaba sin mayores sobresaltos en la semioscuridad de una baulera náutica cuyo contexto permanecía amarrado en su muelle privado en los linderos al puerto comercial de Volos, a la espera de buenas nuevas. De manera que por casi doce horas continuó completando de bollitos el cesto, de importante tamaño por cierto, esperanzado con que alguien, en un futuro no tan lejano, se tome ese trabajo que él consideraba infecundo y baldío, y que al mismo tiempo le agregase al hallazgo su propia artística. Su inicial preocupación por la desaparición de Leto se transformó en resignación habida cuenta que entender la naturaleza de la especie es la primera condición para compartir sin culpa ni temor la vida con los felinos. Ellos eligen estar y no estar, de ningún modo son nuestras mascotas, acaso sí nuestras vigilias, nuestras vísperas y predicciones. Aun así y ante tamaña ausencia nada de lo que ocurría le resultaba ajeno. Volos le redundaba demasiado familiar, los aromas y los sabores de las vituallas adquiridas en el puerto le parecieron sumamente amigables y conocidos, hasta el boceto poético que terminó de arrojar en el cesto lo asimiló como pobre y poco original, trillado por su propia pluma. Tenía esa vulgar sensación de haber estado recientemente en ese mismo lugar y bajo esas mismas circunstancias. Más allá de lo frecuente de tal percepción llamó su atención, y de algún modo lo extravió, la fidelidad de lo supuestamente por advertir con el saber preexistente que tenía de ese sitio. Sin dejar de lado la sensación se introdujo en la tarea de diseñar la ruta hacia Kira Panagia. Extendió sus cartas marítimas sobre una amplia mesada de pie que tenía en uno de los laterales de la cabina para tales encomiendas navales y comenzó el estudio pormenorizado evaluando riesgos y seguridades. Tenía las cartas ordenadas y plegadas tal cual se las habían entregado en Prefectura, incluso dentro del mismo sobre plástico. Solo una de ellas le pareció irregularmente doblada, como si la misma ya hubiera sido utilizada, cosa que no recordaba. Al abrirla constató pasmado varias anotaciones con lápiz de carbonilla, casualmente como los que él utiliza alejado de toda innovación, a modo de cronopio “cortaziano” deteniéndose en un punto situado al sudeste de la gran isla Scíathos, rótulo señalado por su propio puño y letra con el nombre de Isla de Kralice. La incomodidad y las conjeturas que se sumaban al relacionar cada uno de estos pequeños indicios sugirieron a Homer sobre la necesidad de indagar las razones por las cuales esas coordenadas con tan misteriosa contraseña habían sido resaltadas de manera acentuada en el mapa. Hasta sus conocimientos, Kralice era un vulgar y corriente nombre femenino de origen turco que significaba reina.
Al alba, medicado de acuerdo a sus usos, exigencias y costumbres,  y luego de echar infructuosamente un último vistazo por los alrededores del puerto en busca del paradero de Leto, partió con destino a la isla que su carta marítima resaltaba con lápiz carbonilla.
Poco menos de hora y media le llevó arribar y luego fondear a doscientos metros de la isla. Su embarcación auxiliar de seguridad, inflable, con un pequeño motor fuera de borda lo acercó hasta la playa sin mayores sobresaltos debido a que el litoral costero se mostraba muy accesible, tanto el oleaje como el rebalaje como las rompientes no se exhibían mortificantes. El peñón parecía inhóspito, virgen del humano, apenas pudo adivinar sobre la fresca y limpia arena algunas huellas dispersas de aves y cangrejos. Se introdujo en el bosque de pinares y eucaliptus que dominaba la escena terrestre siguiendo una senda que imaginó con destino cierto. La ausencia de dificultades para transitarla le hizo pensar que dicho sendero era habitualmente utilizado. No se equivocó, a poco de andar y en medio de un espacio abierto y prolijamente dispuesto divisó una pequeña construcción típicamente mediterránea, muy coqueta, plena de flores y plantas de ornamento, con llamativos elementos de modernidad y confort, un rincón paradisíaco que además gozaba en sus linderos de árboles frutales y vegetales comestibles, hortalizas y arbustos aromáticos. Todos los ventanales estaban abiertos, incluso replegados los cortinados, daba la sensación que sus moradores se hallaban ventilando los ambientes y en pleno proceso de limpieza, de manera que no tuvo la necesidad de valerse de la intrusión, todo se hallaba demasiado a la vista para presentarse como un vulgar fisgón. Por el momento no observaba nada que le pudiera llamar su atención y menos que lo presenciado incluyera algún indicio asociativo  que justificase la mención en la carta náutica. Prefirió entonces volver a la playa y esperar un tiempo prudencial para regresar y comprobar la existencia de moradores, no deseaba ser tomado como un husmeador. A poco de comenzar el regreso por la misma senda una voz femenina cuyo tono lo afilió con su pasado lo fiscalizó de modo imperativo


-     Vas a algún sitio en particular de la isla, mi amado Homer.


La belleza de la joven era cuando menos sublime, imposible poetizar, acaso esas rimas solo podían hallarse en territorios divinos, universales, infinitos. Tamaño impacto estético y artístico solo se vio sometido a la dictadura de la confusión, y no únicamente al escuchar su nombre de pila sino además al ver que Leto ronroneaba grácilmente afirmada sobre los seguros y moros brazos de la dama.

-     Te esperaba dentro de unas horas, por eso me tomaste en plena tarea de aseo. Deseábamos que la casa estuviera a la altura de nuestro reencuentro. Me emociona tu decisión de ayudarme para que mi carga trágica no sea tan gravosa. Ya sé. Estás perplejo y turbado, no quiero potenciar ambas sensaciones de extrema confusión, de manera te recomiendo que permanezcas en soledad por un rato, caminando por la isla, en compañía de Leto, que se apoltrone entre tus brazos, te extrañaba, y que cuando estés en condiciones anímicas e intelectuales regreses por mí para enterarte de todos y cada uno de los cuestionamientos que en este instante laceran tu poético y maravilloso espíritu.
-     No estoy para paseos señorita
-     Comprendo tu ira, me extrañaría que no surja. Ven entonces, te invito a que ingreses a la casa, ponte cómodo, te dejo en esta soledad paradisíaca junto a Leto y con los textos que dé propia pluma redactaste sobre nuestra historia. Vos mismo me exhortaste, antes de partir, para que los conserve como relato probatorio y alegato por si esta situación de ambigüedad se presentaba. He aquí tu mejor y máxima obra, aparearte, igualarte con la tragedia para arribar a la inmortalidad, párrafos sin dolor que no serán conocidos por los mercaderes literarios, ni por los jurados ni por los críticos, solo por nosotros y los Dioses, a los cuales, bueno es saberlo, a partir de ahora, tampoco les importaremos demasiado, tal vez ser ignoradas es el destino trágico de las grandes obras…




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