El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

jueves, 21 de diciembre de 2017

Maestros del Blues. Meena Cryle y El Espejo Gótico nos propone pensar que Dios es Mujer


Meena Cryle nació en Austria en 1977 en el seno de una familia musical. Sus primeros pasos fueron dentro del género folclórico de su terruño. A los 15 años inició su camino por el blues fundando su primera banda psicodélica. A poco de graduarse desarrolló tareas sociales en la ONG Refugio para Mujeres de Mozambique. En el año 2010 graba su primer LP titulado Try Me, en el 2012 lanza Feel Me y en el 2013 Tell Me. Este año desarrolló y trabajo en concierto titulado Live On Tour


Dios es mujer

Fuente y Derechos:


Dejemos de lado los viejos dioses, algunos de los cuales no ocultaban sunaturaleza femenina, y enfoquémonos en la deidad que la tradición le ha asignado a la civilización occidental: Jehová, Yahvé, o simplemente Dios.


Merlin Stone lo deja claro en su Cuando Dios era Mujer (When God was a Woman), al igual que Raphael Patai en La Diosa hebrea (The Hebrew Goddess), pero ambos olvidan un detalle fundamental sobre el pasado femenino de nuestro Dios; pasado que sólo es comprensible a la luz de sesudas pesquisas lingüísticas.



A lo largo de todo el Antiguo Testamento, y aún más atrás, Dios se manifiesta como una entidad masculina. Cuando no lo hace directamente, hablando de sí mismo en vivos términos altivos, inimaginables en una mujer, se revela mediante símbolos masculinos: columnas de humo, fuego, etc. Sin embargo, detrás de esta aparente afirmación de su naturaleza masculina, Dios deja algunas pistas sobre su pasado, historia que, por otro lado, fue cuidadosamente sepultada por eruditos posteriores, quienes asignaron a la mujer un rol demoníaco, perverso, contrario a la hombría de Dios, y, por lo tanto, contrario a su naturaleza.


El Espíritu Santo, tercera persona del triunvirato politeísta mejor disimulado, acciona, se mueve mediante referencias femeninas. No sólo está presente en el Nuevo Testamento, sino en el Antiguo. Escolásticos de neto corte hereje, por lo tanto, amigos entrañables de este espacio, sostienen que el Espíritu Santo no desciende sobre María como una suerte de semilla cósmica o de extraordinaria inseminación divina, por el contrario, sería la acción del Dios-Mujer sobre una de sus hijas, bendiciendo (no inseminando) el templo sagrado donde todos los hombres, aún los machistas recalcitrantes, se vuelven carne y sangre con la mujer: el útero.



Por supuesto, la presencia de lo femenino en Dios es algo que fue (y será) ocultado por todas las religiones dominantes, recluído a la sección de erratas sagradas. Pero lo cierto es que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento Dios es mencionado numerosas veces bajo la palabra Shaddia, que normalmente se traduce por Padre, cuando en realidad sugiere todo lo contrario. Shaddia alude al acto de amamantar, al vínculo entre la madre que nutre a sus hijos, a la protectora y dadora de vida de sus indefensos lactantes, algo diametralmente opuesto al volátil Dios de los hebreos, y posteriormente, de los cristianos.



Ninguna otra religión fue tan despiadada con las mujeres, odio que llegó a su clímax al negarle al mismo Dios que adora cualquier rasgo femenino, por lo tanto, negándole su omnipotencia.


En lo personal, me gustan las viejas mitologías, justamente porque alaban la mitad femenina del Todo. Negar que el acto de crear es una facultad netamente femenina es abogar por un Dios menor, un infante sideral, descarriado, adolescente, que aún no ha superado el temor a la mujer como dadora de vida y exterminadora. Tal vez por eso abundan las vírgenes y las valkirias, las hadas y las reinas encantadas; las musas y las parcas. Las grandes tragedias giran en torno a ellas. Troya no hubiese caído sin la belleza de la mujer, dirá el machista, pero Odiseo tampoco hubiese querido volver a casa si Penélope estuviese ausente.


Las religiones han ocultado con precisión demoníaca la silueta de la mujer en nuestro Dios ancestral, pero las viejas diosas aún habitan en nuestros cuentos, jirones desarticulados de algo que sobrevive en lo profundo de nosotros, la seguridad íntima, acaso inconfesable, de que el cielo carece de reyes.