El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

lunes, 16 de noviembre de 2015

Aquellos heroicos colectiveros - Cuento - Autor: Antonio Diez “El Mayolero”







de Antonio Diez "El Mayolero"



 (¡Volantealo hermano, volantealo!)        

No siempre las líneas ferroviarias coincidían con la realidad de los pobladores de las zonas que recorrían. En mis pagos sureros, por ejemplo, existían localidades de importancia cuya comunicación con la cabecera del Partido era muy poco práctica por vía ferroviaria.
Tal el caso de Orense, San Francisco de Bellocq y Copetonas ubicadas sobre la vieja “línea de la costa” (Ramal Defferrari-Dorrego) con Tres Arroyos. En el Partido de González Chaves era el caso de De la Garma y Juan E. Barra con la cabecera.
Así heroicos emprendedores del transporte de pasajeros vieron lo que hoy se llamaría “el nicho del mercado” y tomando la tradición de las viejas galeras, (algunos de ellos sucesores directos de los galeristas) iniciaron el transporte de pasajeros entre las localidades y las cabeceras.
Todas ellas tenían una característica común; salían de la localidad por la mañana temprano, hacia la cabecera de distrito, y regresaban por la tarde, sobre el fin del horario comercial.
Los caminos: de tierra y gracias. (Estoy hablando de las décadas de los ’30 y 40 del siglo pasado). En verano polvaderas, en invierno barriales y pantanos.
Los vehículos, camiones originariamente, carrozados y con algunos asientos, generalmente ya baqueteados en servicios urbanos en las grandes ciudades, trajinaban esos caminos.
“La Primera Dorreguense” a Copetonas y Oriente, “Funes y Lencinas” a Orense (luego Yanacone), “La Victoria” y “Detroit” a San Francisco y Claromecó, “Fucile” y luego “La Estrella del Sud” a San Mayol, Ochandio y San Cayetano, y la que será sujeto de estos recuerdos “Corradini Hermanos” desde De La Garma a González Chaves.
A los inconvenientes ya citados de los caminos, y los trajinados colectivos, en épocas de la 2ª Guerra Mundial se sumó la escasez (o directamente inexistencia) de neumáticos y repuestos. Lo de los repuestos más o menos se iba piloteando con el ingenio y la creatividad de los mecánicos de pueblo, pero los neumáticos eran un insumo crítico.
También aquí el ingenio y la creatividad hicieron su aporte, con el recauchutado, pero tenía una limitante que era el propio casco del neumático, que entonces era de telas de algodón. Finalmente el casco comenzaba a ceder hacia algún lado, y se producía el reventón. Aquí el ingenio de los gomeros desarrolló el “manchón” que era un refuerzo que se colocaba entre la cámara y el neumático cubriendo la parte dañada. Soluciones de emergencia que permitían cubrir el servicio diario entre cabeceras.
Para facilitar el manejo en los caminos de tierra, y el ocasional barro, se usaban con ruedas traseras simples, llevando las duales como auxiliares en soportes ad-hoc sobre el paragolpes trasero.
Sobre el techo de la unidad, un emparrillado hacía de portaequipajes, y al mismo tiempo llevaba alguna otra rueda armada por si acaso.
Los Hermanos Corradini eran dos, conocidos por “El casado” y “El Soltero”. El soltero era el chofer y el casado el guarda, que viajaba parado en el escalón.
El casado era el encargado de hacer el reparto de paquetes y comisiones. Sus conocimientos de manejo eran bastante precarios, pero se las arreglaba.
Una mañana, haciendo el reparto, en una conversación de gomería escuchó un par de camioneros que comentaban un reventón de un neumático delantero…. “¿Y no volcaste?” dijo uno, y el otro contestó “¡¡¡¡Nooo!!! “¡Gracias que lo volantíe lo pude tener!”. El Casado paró la oreja, y mentalmente tomó nota. “En caso de reventar una goma, hay que volantearlo….”
Fines de diciembre; calor agobiante, a las 5 de la tarde salían para De la Garma. Nada de viento, pocos días antes había llovido, y al centro del camino los huellones, ya secos daban testimonio del tráfico entre el barro, pero ya se podía circular por la orilla donde estaba más parejo. El colectivo, un baqueteado Chevrolet 1934 iba con pasaje completo, inclusive varios pasajeros parados, marchaba a su velocidad de crucero (35 Kph). Sol en contra, tierra suelta, el soltero lo llevaba como podía, cuando de pronto se sintió un estallido. El casado recordó lo aprendido e inmediatamente gritó “¡Una goma!”, “¡Volantealo hermano Volantealo!”. El otro sin analizar mucho la pertinencia del consejo, sacó el pie del acelerador, y comenzó a volantear…..
De pronto, en esos volanteos, mordió el huellón seco, y ahí sí que se armó. El chevrolecito como en cámara lenta se fue inclinando y volcó.
Mujeres que gritaban, chicos que lloraban, un verdadero pandemónium, hasta que fueron evacuando la unidad. Afortunadamente nadie resultó herido, y con la ayuda de los hombres del pasaje pusieron el colectivo nuevamente sobre sus ruedas.
Entonces se dispusieron a reemplazar el neumático reventado, pero para su sorpresa, se encontraron con las cuatro ruedas en orden. ¿Qué había sucedido? Una de las auxiliares, la más deteriorada, que estaba sobre el techo y ahora yacía cerca del alambrado, floja de manchones y con el calor que había elevado la presión, había reventado solita nomás….
Años después vendría el asfalto, y con el asfalto las empresas más grandes fueron desplazando a aquellos heroicos colectiveros que hicieron historia, a veces risueña pero que abrieron los caminos al transporte de pasajeros en lugares donde realmente el servicio se necesitaba.

Antonio (El Mayolero)



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