Una Historia de Inmigrantes
Novela (Primera Parte)
(Obra
publicada en dos entregas)
Prólogo
Doce historias encadenadas pueden
transformarse imperceptiblemente en una novela con vínculos de integración
aparente admitiendo una sensación de continuidad tácita, casi artificial. El
Ángel hace referencia a un proceso migratorio en donde cada personaje va
construyendo sus propios y exclusivos agobios, mimetizando fantasmales
ausencias con ilusorias bienvenidas. Amores truncos y aledaños acompañan una suerte
de solidaridad extrema, no siempre bien entendida. Hechos reales recrean
mecanismos literarios ficticios y viceversa, los límites quedan difusos y lo
relativo juega un papel trascendental. La epopeya de una madre con sus hijos y
el fanatismo de un absurdo idealista contraponen de manera indeseable un
recorrido plagado de despedidas. El pasado protagoniza, imponiéndose al
presente, determinado incertidumbres y culpas compartidas. Víctimas y
victimarios coquetean con el destino prometiéndose permanentes soledades,
quedando presos de sus errores, aguardando aires favorables que nunca podrán
disfrutar por un sapiente determinismo preestablecido. Esa extraña sensación de
transcurrir a favor de seguridades inexistentes nacidas bajo el imperio del
dolor y la resignación. El Ángel promete un recorrido probable y apacible. Es
una historia común y como tal disfruta de egoísmos legítimos e ilegítimos,
contraindicaciones y leves desacuerdos...
I - Valentín
Entre las toscas se esconden pisadas y despedidas
Reposaba Valentín, demorado como
mediador, tratando de habituarse a los signos de su vida: el desencuentro, la
despedida y la memoria. Sus lágrimas se acercaban temerariamente hacia
historias repetidas y recurrentes en donde la ausencia pintaba un fresco
demasiado real y necesario como para omitirlo. Un eterno recorrido de
sinsabores sellaba en su paladar sensaciones plagadas de inanimadas
prevenciones, máculas y ánimas aparentes, que aunque lo incomodaban, las sentía
tan merecidas como ineludibles. El vapor Alfonso XII se alejaba lentamente, de
modo que la imagen impresa en la retina quedaría por siempre y como condición
imprescindible de supervivencia. El ronco ruido de metales triturados iba
perdiendo identidad diluyéndose entre la bruma y los rumores cercanos y lejanos.
Nombres extraños y recuerdos que ya no le pertenecían son lo que le restaba
conservar de aquello que pudo haber sido una vida sin mayores sobresaltos. El
navío continuaba alejándose del puerto de Vigo, el viento le volaba la bufanda,
las manos ya no soportaban la intemperie solicitando autoritariamente un par de
bolsillos reparadores. De manera pausada la figura de la nave transformaba el
horizonte mientras Valentín, en tierra firme, pretendía que la sorpresa le
obsequie un instante a la esperanza. Muy a pesar y en su interior preservaba un
exacerbado sentimiento pesimista, demonio que supo construir en el letargo de
sus propios insomnios. Pausadamente y a desgano, el crucero abría las aguas
calando una aureola de óxido e inseguridad. En su panza cientos de desconfiados
ojos se escrutaban entre sí, en la guarda de algún guiño cómplice a modo de
conformidad debido a la decisión tomada. El hombre imaginaba a Concepción
acurrucando entre sus faldas a Esperanza, a Constantino y a Ángel, meciéndose a
ritmo de la marea y sombreados por la impiedad de un adiós irreparable y
acostumbrado.
Por 1890 el terruño de Robledo de Losada
no era lugar halagüeño para el desarrollo de una familia que pretendía para sí
algo de certeza y dignidad; el simple anhelo de ver crecer a los hijos con
decoro, compartiendo la afectividad de un desayuno caliente mientras los leños
del incipiente encendido acordaban acompañar las sombras de un farol que
obsecuentemente se encaprichaba en pos de estimular las invernales noches sin
estrellas, noches de neblina y espera. Perteneciente al municipio de Enciendo,
Robledo de Losada se alza modestamente en medio de la comarca serrana bautizada
como La Cabrera, a unos mil metros sobre el nivel del mar y en las márgenes de
la Provincia de Castilla y León cercano al límite norte lusitano. Calles
angostas acompañan un desprolijo entoscado que durante el crudo invierno de
altura se torna intransitable e impiadoso. Precarias construcciones lastimadas
por la pobreza reinante exhiben aberturas ajadas por prepotencia climática;
artística marginal y heridas de antaño en los metales. Diez manzanas
desaliñadas y un tanto hastiadas de soportar en sus espaldas el peso de baúles
completos de mansos abandonos. El laboreo de subsistencia se desarrolla de la
mano de la crianza de la oveja y de la cabra, siendo el cultivo de verduras un
complemento estacional. La dieta se manifiesta en observancia con los
importantes cambios climáticos que durante el año va sufriendo la provincia.
Toda la actividad administrativa y de servicios se encuentra instalada en
Enciendo, cabecera distante a unos diez kilómetros de huella y en ascenso;
situación por la cual obliga llevar a cabo determinados quehaceres en épocas
favorables para el tránsito de carretas o simplemente caminando. Las
inscripciones de los recién nacidos, los enlaces y los trámites de defunción se
efectúan cuando las circunstancias lo permiten. La ausencia de entidades
educativas promueve la actividad de vecinos que solidariamente se transforman
en educadores vocacionales asistiendo a los pequeños en el aprendizaje de las
primeras letras. Por entonces los índices de analfabetismo eran elevados debido
a que los padres priorizaban las labores de subsistencia familiar por sobre la
necesidad de una instrucción elemental. El médico-boticario visitaba Robledo de
Losada semanalmente, siempre y cuando las condiciones del camino dieran su
aprobación, siendo los métodos de cura tan ancestrales como inciertos. La
realidad marcaba que cuando el Doctor Espinosa lograba arribar al poblado lo
estaban esperando de tres a cuatro certificados de defunción para rubricar y
otras tantas actas que redactar. Los fallecimientos en los procesos de partos
eran tan usuales como la peste. Cualquier enfriamiento o fiebre era suficiente
razón como para convocar los servicios del padre Bernabé, quién más allá de su
fe pseudomilagrera poseía básicos conocimientos médicos para casos sencillos.
Haciéndole honor al paisaje el verano mostraba una cara extremadamente hostil.
El factor agua y su escasez era la variable de ajuste para la crianza del
ovino; el caprino, algo más rústico, sufre bastante menos esta instancia,
aunque en ambos casos la tasa de mortalidad se revelaba importante debido a los
decesos provocados por la falta mencionada y la voracidad de los predadores que
asolaban los alrededores de la villa durante esa época del año. Por aquellos
sitios y en aquel entonces ni se sospechaba la existencia de la revolución
industrial que la sociedad urbana venía experimentando. El sistema de
intercambio era tan primitivo como la valuación de las materias primas; el
momento y la necesidad eran los factores determinantes siendo el almacenamiento
de los productos manufacturados un misterio indescifrable. La geografía marcaba
un orden en donde la pobreza era el actor principal del drama. Resignación,
silencio y renunciamiento concurrían y se vestían de gala cuando en días de
fiestas patronales el pueblo reunía voluntades para agradecerle a los santos el
favor de la existencia.
Cansado de solicitar milagros Valentín
consideró que su amada Concepción y sus tres hijos no merecían ese presente. Su
historia personal era inevitable y estaba ligada a Robledo de Losada. En el
cementerio local descansaban los restos de quien fuera su primera esposa
Natalia Quiroga, fallecida al momento de nacer su hijo Rafael. También
descansaban los restos de Rafael, muerto en combate siendo aún adolescente en
cumplimiento del servicio de milicia obligatoria durante las guerras que por
aquellos años la corona española libraba en Cuba. En la escollera de ese mismo
puerto de Vigo lo vio sonreír por última vez, y vio alejarse el barco que de
inmediato comenzó a confundirse con el horizonte, y la bufanda volaba a la par que el viento hacía lo suyo mientras
la frías manos solicitaban también un par de bolsillos reparadores. Demasiadas
similitudes como para no tenerlas en cuenta. El alma de Valentín fue
necesariamente invadida por el odio a la resignación. Un médico ausente y la
ambición imperialista de la corona fueron los causantes de sus más dolorosas
pérdidas. Jamás le perdonó al sistema dominante
haberse apropiado de la vida de sus afectos y juró ante sus tumbas
luchar para tratar de poner las cosas en su debido lugar. No tenía demasiado
claro cómo cumplir con su promesa, se percibía acotado, limitado desde lo
intelectual, de todas formas, por sobre las dudas, descansaban sus viejas
heridas y convicciones. Por esos años se comenzaban a vislumbrar en el
horizonte español los conflictos que décadas después desembocarían en una de
las más dolorosas sangrías. Por un lado la digna distribución de la riqueza,
popular, libre y democrática, por el otro su antagonista, los fervientes
devotos de los privilegios sanguíneos. Los partidarios de la corona poseían
como brazo armado a las oficiales fuerzas de seguridad mientras que los
incipientes insurrectos incluían entre sus filas a los desclasados, a los
marginales, a modo de fuerza de choque. Aquí Libertarios y Anarquistas
compartían con diferencias ideológicas teorías foquistas y modos de organización
tratando de tomar como propios los paradigmas de los Comuneros de París,
intentando no reiterar los errores que motivaron el fracaso del primer boceto
popular y revolucionario europeo. Sus análisis partían de la necesidad en
desactivar todo el orden establecido por las capas dominantes de forma tal
aniquilar el sistema de privilegios reinante apuntando a la libre determinación
individual y colectiva fuera de toda institución estatal, monárquica, clerical
o militar. Valentín estimó entonces que había llegado
el momento oportuno para comenzar a cumplir el juramento. Su primera tarea fue
desempolvar el antiguo Colt que le había regalado su padre el día que cumplió
dieciocho años. Más antes de comenzar debía preservar la suerte de Concepción y
la de sus pequeños hijos. En el marco de dolorosas conversaciones acordaron no
lastimarse, y por sobre todo entenderse. Comulgaban con la idea que Robledo de
Losada los estaba expulsando sin el menor de los reparos. La aldea no portaba signos
de piedad y que, en oportunidades, la desesperación juega con cartas marcadas
sin otorgarnos la menor chance de elección. Exilio voluntario para Concepción y
los pequeños, clandestinidad para Valentín. No importaba demasiado el destino
del viaje. Ambos coincidían que cualquier sitio era mejor que La Cabrera para
que Esperanza, Ángel y Constantino vieran plasmada una vida decente, alejados
de crepúsculos riesgosos, vida no eximida de sufrimientos, por cierto, pero con
la posibilidad de decidir sobre su presente y su futuro. De todas formas la
idea de partir hacia un destino con alguna certeza contaba con mayor
consideración por parte de la pareja. Aún teniendo en cuenta que trasladarse
constituyera toda una aventura. Ya conocían, a través de distintas fuentes, las
peripecias de los procesos migratorio. Concepción contaba con información
cierta acerca de una localidad de la tan mentada y promocionada Pampa Argentina
llamada Micaela Cascallares y que estaba distante quinientos kilómetros al sur
del puerto de Buenos Aires. Allí se habían radicado, décadas atrás, familiares
paternos de la dama desarrollando un emprendimiento rural con resultados más
que interesantes. Tanto Valentín como Concepción sospechaban que insertarse en
el ámbito de la parentela aseguraba no formar parte del caudal de mano de obra
barata que la realidad marcaba para la mayoría de los desplazados europeos.
Crianza de ganado equino, actividad de laboreo agrícola intensivo y
determinadas pautas de seguridad fueron razones de peso para armonizar el
inicio del proceso migratorio que tendría a Concepción y al pequeño Ángel como
protagonistas exclusivos de una aventura imposible de bosquejar. La bufanda
seguía cacheteando su rostro a la par que el viento le provocaba un persistente
ardor en los ojos. La escollera y la dársena se habían vaciado de familiares y
burócratas, la nave seguía su rumbo establecido aparentando quietud llevando en
su panza el corazón de Valentín. Oteó por última vez el descolorido horizonte,
se levantó las solapas del saco, acomodó con disimulo el arma y partió en
dirección a Robledo de Losada en donde lo estaban aguardando el Cura Bernabé y
quince libertarios tan clandestinos y desesperados como él. De inmediato la
ausencia comenzó a caminar a su diestra, tal cual le ocurriera cuando las muertes de Natalia y de Rafael. Durante el trayecto hasta la aldea su carro fue
visitado por trazas fantasmales, asumiendo que hasta el último día debería
soportar estoicamente y sin menosprecio tales compañías. Consideró que ya había
pasado el peor de los momentos. Sus afectos más sensibles estaban a salvo de un
mandato que gozaba de exclusiva propiedad. En más de una ocasión estuvo tentado
en partir junto a su familia temiendo por futuros reproches y por el abandono
que hacía de sus obligaciones como padre. Se pensó un tanto adolescente, se
preguntó en más de una ocasión si tales luchas valían la pena, por fin decidió
claudicar procurando no desatender la historia: sus muertos no merecían ser
ignorados. Le fue inevitable el hallazgo de contradicciones imaginando
persecuciones y rendiciones de cuentas por parte de una conciencia perturbadora
e insolente. Lloró más de lo deseado; ese persistente sabor a final que le
sedujo el paladar apenas el barco zarpó. Robledo de Losada no era un buen
lugar, pero en soledad era insostenible. El dolor y la pobreza no dejaban ver
que la desesperanza era cualidad innata desde los tiempos feudales. Sólo el no
morir resultaba un consuelo, aspirando que la ruta al cementerio no tribute
como premio y paseo obligatorio. Ningún habitante de La Cabrera amaba aquel
lugar, lo padecían; sospechaban que la vida era solamente permanecer el tiempo
que a uno le toque en suerte y que nada se podía hacer para modificar esa
lógica. Toda rebeldía era innecesaria, inútil y por demás incómoda. Las ruedas
del carro seguían girando lastimosamente, como no deseando llegar a la
oscuridad de un pueblo sin vida y tan desconsolado como él. No le extrañó ser
hostigado por una fuerte sensación de arrepentimiento, supuso que era algo con
lo cual tendría que lidiar hasta el final de su tiempo.
II - El Barco
Nuevo principio. Anuncio de un nuevo y triste final
Comenzó a bajar con marcada dificultad
las angostas escaleras del Alfonso XII rumbo al sector previamente asignado, la
esperaban dos niveles de descenso con el anexo del peso que Constantino le
proponía a su brazo izquierdo. Delante de ella Esperanza y Ángel se repartían
los bultos permitidos. El resto del equipaje, claramente identificado, iba a
descansar a la bodega que correspondía a cada uno de los sectores. Todo muy
organizado a pesar de la suciedad y el apuro por no llegar a ningún lado,
murmullos y gritos en todas direcciones le impedían detenerse a meditar sobre
la reciente circunstancia vivida. No pudo dedicarle el tiempo deseado a los
ojos de Valentín, tampoco dramatizó la despedida aún sabiendo que el
reencuentro quedaría en manos de imponderables vedados a sus dominios. Intentó
no imaginar nada relacionado con el devenir, asumiendo la empresa como de
extrema exigencia, como una prueba adicional que debían sortear para merecerse
el destino. El año de Constantino no presentaba mayores obstáculos; mantenerlo
abrigado, aseado y bien alimentado eran las módicas reivindicaciones del
pequeño, tareas que Concepción mantenía al alcance de la mano y de su pecho. El
porte y la estampa de madre, firme y segura, competía en desventaja con la
exoticidad arábiga de su rostro y una figura que lejos estaba de acusar el paso
del tiempo. Se percató de ello en la segunda noche de viaje cuando descubrió
que era fisgoneada por uno de los ocasionales camaradas de periplo conforme el
brillo de la parafina encendida le iluminaba el seno del cual el niño estaba
prendido. Manejó el momento con tino y sin escándalo, fingiendo ignorar,
envolviendo su pecho con una matilla que tenía a mano. El comedido reiteraba la
escena a diario creyéndose impune en pos de una nueva redención expiatoria,
distante y cruel. Concepción mantuvo las expectativas de su circunstante
exclusivo hasta el día del arribo. El joven la amó y la odió. Por un lado la
dama veneraba a su marido, al mismo tiempo apreciaba ser deseada. Fue su único
entretenimiento durante la travesía; aguardar cada noche por el intruso que a
prudente retiro la codiciaba sin eufemismos, mojándose la mano hasta el
hallazgo de un reparador vació.
El compartimiento de viaje reunía una
doscientas personas sin distinción de género, idioma o raza. Mayoritariamente
rodeada por españoles de Galicia permanecía cautelosa y atenta a todo
movimiento que se desarrollaba a su alrededor, procurando estudiar las costumbres
vecinas de modo no ser sorprendida en su buena fe. El ámbito de su apartamento
compartido estaba en el segundo subsuelo con respecto a la explanada de la
nave. Caños que hacían las veces de columnas y paredes firmemente remachadas en
un pesado tono gris daban lugar a un lúgubre paisaje solamente interrumpido por
cuatro claraboyas equidistantes que en la nocturnidad permitían espiar las
pocas estrellas que daban testimonio a la travesía.
Esperanza y Ángel, de once y ocho años
respectivamente, correteaban sus momentos con otros chicos que invariablemente
sostenían en sus miradas historias reiteradas, endebles y miserables. Sólo
jugaban y eso en sí mismo era toda una proeza.
De acuerdo a un orden establecido, a modo
de reglamento, cada uno de estos ámbitos tenía horarios rotativos para salir al
puente principal. Concepción aprovechaba poco y nada ésta suerte de permiso
debido a sus temores con respecto a la fortuna que podían correr sus
pertenencias. Sabía, por recomendación de Valentín, que en dichos viajes
sobraban pendencieros que guardaban deudas con la ley y que justamente esa era
la razón fundamental del éxodo. Para algunos más que un proceso migratorio el
derrotero servía de una simple huida por obligaciones que jamás hallarían
respuestas. No era de extrañar que dichas prácticas continuaran a bordo, por lo
que tomar los recaudos del caso constituía rutina obligatoria. Almuerzo y cena
acercaban instantes de caos y descontrol. El barco concentraba cada dos salones
una cocina equipada con características de aseo relativo. En ella, un peculiar
menú sería responsable de la ración diaria; el recurrente ragú o guiso de
extraña combinación culinaria olorizaba el crucero durante todo el día dejando
impregnado de aromas indeseables a ropas, mantas y frazadas. Convivir entre las
nauseas se transformó en una insensible costumbre. Cada uno debía acudir con
sus enseres personales a la cocina por la porción asignada, la misma estaba
dentro del precio abonado por cruzar el océano. Las colas en pos del alimento
eran interminables debido a que, como todo el mundo sabe, el ser humano suele
alimentarse más o menos a la misma hora. Esperanza y Ángel eran los encargados
de la comisión quedando Concepción en el salón de peregrinos al cuidado de
Constantino. El predio contaba con dos filas separadas de bancos de madera
dispuestos de modo transversal permitiendo determinar tres pasillos de un metro
de ancho. Tanto a los lados como en el centro esos pasillos daban la
posibilidad de ir y venir según las necesidades del pasajero. Los bancos
estaban enfrentados de a dos lo que propiciaba una mínima integración entre los
viajeros. La prioridad para ocupar esta comodidad la tenían las mujeres y los
ancianos; el piso de madera tarugada era de uso múltiple y solía servir de cama
para los hombres y jóvenes mayores que no contaban con disponibilidad de
mobiliario. Cada banco tenía capacidad para cuatro cuerpos relativamente
cómodos por lo que Concepción y los pequeños ocupaban uno de ellos de modo
exclusivo. Todo era proporcional al precio del pasaje. Era un crucero de pobres
y como tal nadie esperaba un servicio armónico a las necesidades. Sus usuarios
estaban bien acostumbrados a la resignación y a la orfandad. Como el viaje se
desarrolló mayormente en épocas primaverales no sufrieron demasiados avatares
climáticos. Valentín planificó la travesía en esas fechas a propósito de acotar
lo impredecible de la variable teniendo en cuenta además el cruce por el
trópico y el arribo al hemisferio sur. Sabía de la rigurosidad de la
meteorología marítima de ahí su determinación al respecto. De todas formas
varios calentadores de aceite estaban estratégicamente distribuidos aguardando
por la posible inclemencia del frío. El baño determinó toda una estrategia para
el clan. El orden era esencial en este rubro sobre todo cuando el turno del
aseo diario le tocaba a Concepción. La planificación le imponía a Esperanza los
cuidados del pequeño Constantino mientras que Ángel debía encargarse de la
vigilia de los enseres y equipajes. Por ningún concepto debían dejar de cumplir
con las pautas establecidas: expandir sus humanidades sobre el banco y esperar
el regreso de mamá. Cada sector tenía a disponibilidad dos cuartos de baño
determinados por sexo. El de damas contaba con ocho tinajas de dos litros de
agua tibia, cubas que eran substituidas regularmente. Además, contra uno de los
laterales, se alzaba una construcción de concreto empotrada que hacía las veces
de mesada. La zona de los sanitarios propiamente dicha se hallaba
compartimentada pero sin puertas. Sólo una fina cortina daba cierta sensación
de privacidad. El sistema de depósito y limpieza funcionaba de manera tal que
la totalidad de las deposiciones tenían como destino el mar. Durante el día la
luz era garantizada por dos claraboyas cercanas al techo; en la noche, un
pequeño farol hacia su trabajo. El aseo profundo del cuarto de baño se
realizaba a diario y en horas del mediodía aprovechando el momento del almuerzo
de los pasajeros. Estaba claro que las damas y el pequeño Constantino tenían
bastante suerte en este punto con respecto a Ángel. El baño de caballeros era
un simple salón con una canaleta por la que corría agua en forma permanente que
deponía hacia el exterior debido a un suave declive diseñado para tales
efectos. Los temores propios de la edad se acrecentaban ante la magnitud del
espectáculo y la rusticidad que el escenario presentaba. En ocasiones trataba
de resistir sus necesidades naturales con el fin de evitar tan desagradable
empresa.
El Alfonso XII era un antiguo vapor de la
armada española devenido a crucero de pasajeros. Sus básicas modificaciones
disimulaban una estructura más acorde para avezados marineros que para el
transporte público. De todas formas su deriva era ciertamente
parsimoniosa y en su interior no se registraban movimientos azarosos. Los días
pasaban sin sobresaltos ni mayores estímulos. El ámbito ya los había convencido
que por el momento nada iba a cambiar sustancialmente, estaban preparados para
afrontar las cuarenta jornadas con las defensas altas y suma serenidad. El
noveno amanecer encontró fondeado al Alfonso XII en el puerto de La Palmas.
Dicho lugar estaba enclavado en al Isla Gran Canaria, una de las que componía el
archipiélago del mismo nombre y que pertenecía a la corona española para
sorpresa y desconocimiento de gran parte de los migrantes. Geográficamente se
halla en medio del Océano Atlántico y a la altura de latitudes africanas, más
precisamente en las cercanías de Marruecos. Esta pausa tenía como objetivo
tareas de mantenimiento del vapor, aprovisionamiento de alimentos y aseo
general de la nave. Dichos trabajos duraban aproximadamente entre seis y ocho
horas, por lo tanto, los pasajeros tenían la libertad de utilizar ese tiempo
para distracción y caminatas dentro de la periferia portuaria. La posibilidad
de cambiar el menú era todo un acontecimiento. El muelle presentaba varios
puestos de colaciones y bebidas regionales: Hogazas de pan saborizado, tartas
con vegetales y quesos fundidos de elaboración casera permitían descubrir los
placeres de la singularidad; la sorpresa notificaba su presencia desafiando a los
sentidos haciéndolo de manera convincente y taxativa. La suavidad del Jerez Amontillado y
la dulzura del Madeira complementaban las exquisitas preparaciones de las
artesanas y su cocina. Ellas proporcionaban con suma cordialidad y decoro, tras
sus impecables delantales blancos, un ejemplo de riqueza, austeridad y
nostalgia bien habida. Mientras Esperanza y Ángel correteaban, entre bocado y
bocado, Concepción escogió apostarse frente a la escollera observando el océano,
o a Valentín. Constantino, cómplice, eligió dormir el momento, bien arropado en
su cesta personal, como entendiendo que mamá y papá querían estas solos por
última vez. Sin secuencias relevantes y finalizadas las tareas de rutina se
llamó por altavoz para retomar la travesía.
III - Libertarios y Anarquistas
Soy de los que van tras los fallidos pasos de mis aciertos
A su regreso Valentín descubrió un Robledo
de Losada más vacante de lo habitual. Sus calles embarradas, sus ventanas
cerradas y sus frentes derruidos eran la triste postal cotidiana que por usanza
no inquietaba. Cristo, el perro de la villa, declinaba sus orejas demandando
comida; se llevará solamente una caricia que agradecerá bajando la mirada, como
entendiendo lo inoportuno del petitorio, acompañando a prudente distancia la
soledad del dimitente, siendo capaz de compadecerse por el dolor ajeno a pesar
de su peculiar infortunio. Por el momento el hombre decidió no decidir.
Prefirió dejar pasar unos días, de forma tal encontrar reposo para su
maltratado y deshilachado espíritu. Tapió la puerta de la casa disponiéndose a
vivir su luto con el propósito de refundarse y seguir en forma pausada con una
vida repleta de recuerdos aparentes e imágenes desordenadas. Arrojó su
silenciosa orfandad entre las sábanas deshechas, cerró los ojos tratando de no
ser traicionado por su memoria, se durmió fantaseando con la muerte.
La insistencia del Cura Bernabé provocó
que Valentín despertara de su letargo. Hacía tres días que no salía de su
encierro. Las marcas de la deserción dibujaban el rostro de Concepción en cada
gesto y ante cada palabra no dicha.
-
¿Quién es?
-
Bernabé
-
¿Es necesario?
-
¡Por Dios hombre! si no fuera
necesario no hubiese venido
-
Aguárdame un instante
En ese breve lapso de tiempo trató de disimular
algunas de sus miserias; ordenó someramente sus alrededores para dar una imagen
un tanto más discreta y mesurada. Esas pequeñas dosis de orgullo y soberbia que
portaba le impedían mostrarse frágil y cercano a la clemencia, muy a pesar que un
tono de voz ronca y nocturna delataba de manera dominante su estado de ausencia
y agonía.
-
¿Qué estás esperando Valentín?
-
Nada.
-
Si es así, no entiendo tu
regreso a Robledo
-
Lo lamento Bernabé, no tengo
ganas de seguir con el tema
-
Como quieras, pero es tiempo de
mirar el espejo
-
¿Para qué?
-
Para que comiences a merecer el
sacrificio de tu familia honrando promesas y juramentos. Para que retorne el
hombre analítico que conocí, inteligencia fascinada por un Dios al que le hacen
decir cualquier cosa cuando se llama a silencio
-
Te suplico no me digas nada de
lo que ya sé Bernabé; dame una razón que no conozca. Aunque parezca egoísta y
desmedido necesito saber la razón por la cual estoy obligado a entender todo
como si tal cosa, como si la vida fuera una simple sucesión de incidentes
inevitables y sabios
-
Como quieras. Pero es mi
obligación advertirte sobre la existencia de preguntas que adolecen de
respuestas y a la vez sobre la porfía de respuestas a preguntas que nadie hizo.
Así es el mundo, un tanto caótico y sin el brillo deseado. Supongo que la idea
sigue siendo tratar de cambiarlo.
-
¿Un vino?
-
Venga. Siempre merece la pena
compartirlo con un poco de melancolía
-
Salud Bernabé, por vos
-
Salud Valentín, por tu vuelta
-
¿Estás pronto a partir para
Enciendo? – recordó Valentín -
-
Sí – respondió Bernabé -,
justamente hoy vienen los delegados de Astorga para organizar las acciones a
implementar en La Cabrera. Supongo que nos asignarán tareas conforme nuestra
preparación y capacidad operativa
-
¿Alguna conjetura?
-
Sinceramente ninguna. Pero no
podemos albergar demasiadas expectativas; somos un grupo embrionario, sin
experiencia y de escaso número
Valentín le alcanzó la gorra a Bernabé
para luego estrecharlo en un fraternal abrazo; éste sin mediar palabra
innecesaria subió a su carro y partió con destino a Enciendo.
El grupo de La Cabrera estaba conformado
por labradores de rústico nivel intelectual, sabedores de los dramas por
imposición empírica y profundamente convencidos falsamente que la vida es
necesario merecerla. Alternaban ateos y creyentes sin que esto se manifieste
como tema de conflicto. La realidad marcaba que cada integrante sostenía sus
ideas evitando las susceptibles diferencias existentes. Todos conocían que el
Cura Bernabé jamás empuñaría un arma; su importancia en el grupo se
centralizaba, por un lado, en temas logísticos por un lado y de asistencia médica por el
otro. Los asuntos de la fe, las manejaba según requerimiento, aunque siempre
trataba de iniciar al conjunto por los caminos del señor. Esta intención la
desarrollaba sin menosprecio de aquel agnóstico o ateo que estuviera profundamente
compenetrado con preceptos anarquistas. Dejando de lado a los dos líderes
naturales del grupo, quince personas participaban activamente de la partida:
doce varones y tres mujeres. Cercano a los cincuenta Valentín era el más
veterano y de algún modo el guía, aunque estos clanes definían sus actividades
a través de democráticas asambleas en donde la opinión de cada integrante era
escuchada y sometida a plebiscito. Esta disposición de concilio permanente provocaba
que dichas reuniones se prolongaran más de lo debido so pretexto de la exigencia
del necesario debate; la temática abordada podía transitar desde el análisis de
un párrafo del Manifiesto hasta la minuta del almuerzo. El resto no superaba
los cuarenta años de edad, incluido el propio Bernabé, por caso las tres
muchachas no llegaban a los treinta. Este componente no presentaba ningún tipo
de disputa visible, las mujeres sostenían un fuerte compromiso con la causa,
estaban seguras de sus ideas y se presentaban serias en cuanto a sus afectos.
Las dos más jóvenes, Luisa y Carmela, conformaban pareja estable con dos de sus
compañeros mientras que la restante, María de los Ángeles Puenzo, había
enviudado prontamente.
El sitio de reunión estaba alejado de Robledo
de Losada. La aspiración era no favorecer represalias por parte de las
autoridades hacia la vecindad tratando de mantener absoluta mesura y discreción
operativa. Para ello se escogió una capilla abandonada construida durante la
época de la inquisición situada en las afueras de Iruela, aldea vecina de apenas dos cuadrículas. La presencia del
Padre Bernabé simulaba una simple velada de fieles por lo tanto tales coloquios
no presentaban sospechas, ni para el común de la gente, ni para los funcionarios. Iruela
era una pequeña aldea de La Cabrera distante cinco kilómetros de Robledo y con
una población estable de veinte habitantes. Ubicada a la vera del sendero
principal disponía de un emplazamiento estratégico debido a su altura y una
orografía completa de peñascos, cuevas y vías de escape.
A su regreso de Enciendo, Bernabé convocó
reunión en la capilla. El objeto de la misma tenía como intención informar
sobre lo acontecido en el cónclave con los enviados de Astorga y las
instrucciones recibidas. Obviamente las mismas iban a estar sujetas a examen y
votación. El reconocimiento del grupo por parte de los Libertarios del Comité
Central los enorgulleció. La promesa de un correo permanente para conocer sobre
necesidades y estado de situación los colmó de alegría. Los libros,
publicaciones y gacetillas traídas por Bernabé los introdujo en un ámbito de
pertenencia que hasta el momento jamás habían experimentado. Estaban
oficialmente incluidos en la utopía revolucionaria que en breve estaría
operando en España a favor de la instauración de una República democrática,
solidaria y sin privilegios. El ambiente festivo se veía empañado por la
ausencia de Valentín. Bernabé era el más dañado por la situación, lo sentía
como un fracaso propio; no haber podido encontrar el modo adecuado para que el
camarada, el compañero de la vida, interprete que el vació de un afecto ante
una situación límite resulta siempre irremplazable. A la media hora de
comenzada la reunión tres golpes estallaron en la puerta de la capilla. Una voz
ronca, masculina y veterana pregunta firmemente ¿Se encuentra el Cura
Bernabé para dar presta confesión? El conjunto redobló su emoción, la
poesía había regresado para instalarse definitivamente en el espíritu
revolucionario del grupo. Ese grito contraseña fue la carta de presentación de
Valentín. Desde el interior, el Cura Bernabé respondió con euforia: - Esta
capilla siempre está a disposición de los fieles que buscan alivio y penitencia
–
IV - De Buenos Aires a
Cascallares
Tuvo que partir sabiendo con certeza su no regreso
Las jornadas que sucedieron al aprovisionamiento
en el puerto de Las Palmas no exhibieron alternativas de interés. Alguna charla
circunstancial de Concepción con compañeros de viaje sobre las causas de la
travesía, similitudes genealógicas y anécdotas de los chiquilines conformaban
la temática preferida de los interlocutores. Quizás el detalle más
significativo haya sido la actividad que desplegó el pequeño Ángel. Aquello que
comenzara como un simple juego con un pasajero un poco mayor que él lo dejaría
marcado como un avanzado aprendiz y futuro aficionado con habilidades
extraordinarias. Amadeo Wurtz, de doce años, se constituyó con el correr de los
días en su inseparable compañero de aventuras. Hijo de alemanes del Volga había
nacido en Galicia debido a que sus padres tuvieron que emigrar de su tierra
natal por razones políticas. Por cierto que las causas del viaje eran
similares: Procurar un lugar en el mundo que les depare instancias de una vida
mejor. Su destino era la localidad de Coronel Suárez, comarca ubicada en el
sudoeste de la Provincia de Buenos Aires. Allí los “Rusos”, como se los llamaba
despectivamente organizaron una próspera colonia de inmigrantes cuyo desarrollo
resultaba tentador para todos los desplazados de la Europa central. A
instancias de Amadeo, Ángel se formó en el complejo arte de la manipulación de
la baraja. El Rusito era sumamente diestro para el embuste y la trampa por
motivación paterna, no sólo para competir palmo a palmo contra un rival sino
también para ejecutar trucos y maniobras que dejaban asombrado a todo un
auditorio. El pequeño Ángel no fue la excepción. El aprendizaje durante las
largas jornadas fue intensivo y eficaz. La consecuente práctica resultante
habilitó al pequeño de ocho años para mezclar, repartir, ocultar y exhibir la
carta que quisiera en el momento menos esperado dejando a su madre y a su
hermana azoradas por tales destrezas. Esta iniciación fue sumamente reveladora
para Ángel. Muchos años después sabría desempolvar y usufructuar tales
capacidades debido a urgencias particulares.
El amanecer del veintisiete de Mayo
sorprende al vapor Alfonso XII ingresando al estuario del Río de la Plata. Por
estas latitudes el otoño va pintando sus últimos embrujos siendo el venidero
invierno quién recibirá a la familia con toda su pereza y determinación.
Algunas horas más tarde se dejaron intuir las primeras sombras de la ciudad de
Buenos Aires. El puente principal de la nave se descubrió colmado de curiosos
en procura de una postal irrepetible. Expectativa y cierto nerviosismo invadió
a Concepción, curiosidad y sorpresa rindieron culto en el espíritu de Ángel y
Esperanza. Ante el anuncio del pronto arribo y las correspondientes
instrucciones a seguir debido al ordenamiento que iba a tener el desembarco, la
totalidad del salón se alistó para soportar la empresa sin mayores sobresaltos.
El bullicio se entremezclaba, las conversaciones cercanas y lejanas confundían
a los desprevenidos interlocutores que se revelaban excitados y proclives a
reacciones apuradas y caóticas. La explanada del puerto se mostraba indiferente.
La ciudad protegía sus egoísmos de forma obscena, como acostumbrada a que miles
de penitentes declinasen por sus angostas escaleras obligados a agradecer su
imponente existencia. Por entonces la soberbia del nativo ya desplegaba probada
reputación. La recomendación, comunicada por medio de altavoces, era que los
grupos se mantuvieran alineados en filas ordenadas para no complicar la
distribución del equipaje debido a que las omisiones no solían tener honesto destino.
Cada conglomerado debía ubicarse frente a la bodega indicada. El empedrado
húmedo y la presencia de la oxidada mole flotante conformaban un escenario
demasiado hostil para esos desprevenidos ojos leoneses que de manera pendular,
oscilaban entre la prevenida sorpresa y un temeroso desencanto. Cumplidas todas
las advertencias Concepción y los pequeños se reunieron con sus pertenencias
ideando, inmediatamente, la estrategia precisa para afrontar los complejos
trámites migratorios. Un emisario de la familia fue enviado desde Cascallares
para colaborar con la prole recién llegada. Virgilio Mendía se presentó ante
Concepción y sus hijos con las inevitables dudas que este tipo de encuentros
incluye. Fue guiado por semejanzas, intuiciones y la precaria información de
poseía: Una mujer sola con tres hijos de los cuales uno de ellos era un bebé no
son datos a menospreciar para afrontar una búsqueda a ciegas. Luego de algunos
fallos dio con la estirpe indicada. Mendía, de cuarenta años de edad, era el
capataz y hombre de confianza en la finca La Leonesa, propiedad de los tíos
paternos de Concepción. Una vez corroborada la identidad y efectuadas las
presentaciones pertinentes, el hombre le solicitó a la dama que le entregara
toda la documentación para realizar los trámites de ingreso. Tal solicitud fue
respetada sin mediar dudas ni preguntas. Como eficiente capataz Mendía trataba,
en la medida de sus posibilidades, estar un paso adelante de los requerimientos
de sus patrones. Lo perseguía una suerte de determinismo histórico. Su padre lo
había adiestrado en el oficio desde niño. Mariano Mendía había servido durante
más de cincuenta años en una de las Estancias propiedad de la familia
Anchorena, a escasas leguas de Azul. Haciendo honor a su experiencia Virgilio
procuró facilitar el proceso burocrático poniendo en juego toda su sabiduría en
la materia. Rápidamente obtuvo la aprobación y el sellado de la documentación;
una carta recomendación del propio Senador Antonino Cambaceres del Partido Autonomista Nacional le ahorraron inútiles dilaciones. De regreso le comunicó a Concepción que todo
estaba conforme a lo planificado, le entregó los documentos y las actas
originales, solicitándole encarecidamente que no se moviera de la explanada
debido a que iría por el coche para cargar el equipaje, partir prontamente
rumbo a la Estación y abordar el Ferrocarril del Sur con destino a Tres
Arroyos; allí los estarían aguardando con otro coche para completar las cinco
leguas de distancia que separaban dicha ciudad con La Leonesa, en las afueras
de Cascallares. Cumpliendo con cada detalle, el capataz se acercó con un carro
de cuatro ruedas y mediano porte tirado por dos caballos un tanto agobiados y
dispuestos a ser licenciados. Al estar techado permitía cargar el equipaje en
la parte superior asumiendo su cabina el específico rol de cómodo transporte de pasajeros. El conductor, instalado en
el sector delantero superior del vehículo cumplimentaba tareas de changador si
el cliente lo demandaba. El precio por esta asistencia adicional era
negociable. Este tipo de transporte contaba con limitada oferta en función del
requerimiento urbano por lo que Mendía, advertido sobre la problemática,
contrató el servicio con la debida anticipación, abonando las compensaciones
exigidas por dicha exclusividad. Atento y teniendo todo bajo riguroso control,
Virgilio le comunicó a Concepción que cuando ella lo creyera conveniente se
comenzaría a cargar el equipaje; a todo esto y en medio de las idas y vueltas
el capataz ya se había encargado de cancelar en las oficinas de la Empresas del
Atlántico, propietaria del vapor Alfonso XII, el saldo de la travesía en moneda
nacional. El recibo que oficiaba de libre deuda había quedado bajo su poder.
Una vez instalados en el vehículo comenzó un derrotero que cruzaría el centro
comercial de Buenos Aires casi en su totalidad. La zona portuaria se levantaba
en los dominios del Retiro, al norte de la ciudad, mientras que la Estación del
ferrocarril se erigía en el ámbito de la barriada de Barracas distante legua y media hacia el sur. Partieron del puerto no sin antes previa presentación ante las
autoridades de la Armada de los permisos correspondientes para la libre
circulación. El mismo consignaba los datos personales de los colonos, al
asentamiento final, las cartas de recomendación y el libre deuda de la empresa
naviera. Este último documento fue rápidamente entregado por Virgilio a los
comisionados solicitantes ante una sorprendida y desmemoriada Concepción. La
duración del trayecto por la Capital no fue lo suficientemente extenso para
rogarle al capataz disculpas por el involuntario descuido. El caballero se
comportó como tal minimizando la cuestión tantas veces como la dama lo propuso,
conminándola serenamente a que lo tome
como un simple detalle de bienvenida. El suave desplazamiento del coche por las
estrechas vías de la ciudad fue una experiencia conmovedora para la familia.
Acostumbrados a la rigurosa geografía de La Cabrera el recorrido fue un
auténtico paseo plagado de descubrimientos y preguntas. Mendía había diseñado,
junto con el chofer, un itinerario en donde la belleza y el placer decretaban
instancias de asombro, activando de manera concreta sensaciones nuevas y
curiosidades extremas. Concepción, Esperanza y Ángel fueron desbordados por el
escenario. Virgilio estimaba haber ganado la batalla; percibía que había
conquistado el corazón y la confianza de aquellos intrusos que de manera
absoluta invadieron su vida desde esa misma mañana y hasta el fin de sus días.
Cierta modernidad se mezclaba con un paisaje colonial. Empedrado y barro
alternaban en la medida que los caballos avanzaban. Plazas, parques, personas,
vestimentas, oficios callejeros, todo era cuestión de saber observar; poner los
sentidos al servicio de la curiosidad era la única obligación para poder
disfrutar el momento. Las risas y las preguntas abundaban a la par que Virgilio
desplegaba su artística de guía procurando palabras precisas y silencios
adecuados. Conocía Buenos Aires a la perfección debido a que era el gestor
encargado de todas las cuestiones comerciales y administrativas de La Leonesa.
Dios y los negocios atendían en el puerto de modo que visitaba la gran capital
dos o tres veces al año permaneciendo en ella no menos de una semana por viaje.
Promediando el recorrido el inoportuno Constantino exigió alimento. De
inmediato Concepción recordó al incauto fisgón del Alfonso XII que plagado de
mal gusto le hacía rememorar su austera gracilidad. La dama, injustamente,
asoció al capataz con el intruso. Nuevamente el caballero respondió como tal y
atento a la situación le propuso al pequeño Ángel que lo acompañara, bien
abrigado, a sentarse junto al chofer. Con la anuencia de su madre Virgilio hizo
detener el coche y subió junto con el pequeño al sector de comandos
prometiéndole a Esperanza el próximo turno. Alegre y culpable por su
desconfianza Concepción siguió disfrutando de la travesía urbana cumpliendo su
rol de madre en absoluta intimidad. La Estación Barracas los recibió sin mayor
expresividad. Galpones abiertos, un par de formaciones vacías y escaso
movimiento era el paisaje que proponía la terminal ferroviaria. El cochero
colaboró con el capataz para el traslado del equipaje; luego éste se dirigió al
sector de información para ratificar hora de partida y adquirir los respectivos
pasajes. Cumplimentada la tarea y con sus cuatro boletos con destino a Tres
Arroyos le propuso a la dama instalarse en uno de los asientos de la sala de
viajeros ya que tenían para un buen rato de espera hasta el llamado definitivo
que indique el momento de ascender a la formación. Dieciocho horas los
separaban del destino final, tiempo suficiente para seguir reconociéndose, para
continuar con la pesquisa iniciada desde el mismo instante del encuentro,
prolongando diálogos y enterrar para siempre absurdas desconfianzas.
Un sorprendente paisaje inicial se
transformó en monotonía en la medida que las ventanillas pintaban frescos
homogéneos. Los ojos de Concepción comenzaron a dejar el afuera y su
uniformidad para concentrase en Virgilio y sus historias en La Leonesa. Los
diálogos se encaminaban dentro del marco familiar y las rutinas de la hacienda.
Estas conversaciones sólo fueron interrumpidas ante el arribo del tren a cada
estación pueblerina o parada ocasional. Si bien la tecnología era novedosa, por
razones desconocidas, la máquina y sus tres vagones debían detenerse
periódicamente para revisión general. Los niños alternaban el hastío con juegos
y siestas. El desorden horario que el viaje les propuso a sus vidas provocó que
la alimentación fuera problemática y caótica. La formación contaba con servicio
de comedor y todo estaba a cargo de Virgilio. Concepción se mostraba
avergonzada ante la situación. Para su tranquilidad el capataz le informó
oportunamente que tal conducta se debía a expresas instrucciones de sus tíos,
en consecuencia no debía preocuparse por el tema. Hasta para mentir Mendía era
un caballero. Durante las dieciocho horas que duró el viaje ambos se adueñaron
de sus silencios y trataron de no insistir ante el descubrimiento de alguna
incomodidad. Durante la nocturnidad Virgilio se mantuvo en vela cuando la
familia aprovechó para descansar. Tres Arroyos los recibió pasado el mediodía
de la jornada posterior al arribo del vapor. Certezas inapelables y señales
imprecisas fueron la resultante de ese inesperado comienzo luego de tamaña
odisea.
El carretón que estaba aguardando en la
estación y que los trasladó a La Leonesa lo reconocieron más familiar. Similar
a los vistos y utilizados en Robledo de Losada se desplazaba rudamente por la
huella bamboleando aquellos enseres que no tenían la debida sujeción. Álvarez,
mano derecha del capataz y conductor de carro se mostraba a primera vista
imperturbable y un tanto rocoso. Ignoraba la familia recién llegada que el
“gallego” sordomudo iba a ser trascendente para los futuros descubrimientos del
pequeño Ángel. No existía, leguas a la redonda, persona de mayor confianza para
Virgilio.
La tranquera de ingreso, típica de estos
establecimientos, anunciaba La Leonesa con un elegante bajorrelieve tallado en
madera. Un par de hileras de pinos laterales se besaban en altura protegiendo
un angosto sendero acolchado con las hojas secas de un otoño que recitaba sus
últimas rimas. Unas cuantas curvas ocultaban la posibilidad de visualizar el
casco principal, el silencio era interrumpido por el trinar de calandrias,
tijeretas y benteveos, especies que eran prontamente señaladas por Valentín a
poco de ser divisados por los visitantes. Tras las sendas barreras de tupida
vegetación se alzaba una llanura prolija y aparentemente intocable. El rumor
del ocaso dejaba traslucir por entre los árboles la presencia de una esfera
incandescente que les daba la bienvenida a la par que se despedía solo hasta el día siguiente. Los mil metros del sendero fueron un examen para los sentidos; una suerte
de ensayo que serviría para poder valorar con fundamento la obra maestra de
todos los días. Más allá las farolas y un entoscado preciso anunciaban la
llegada al casco central. Cuatro poderosos ovejeros flanqueaban al corriente
carretón moviendo a velocidad sus colas en signo de suma felicidad por la
llegada de Virgilio y su mayoral, Álvarez.
La casona, de razonables dimensiones
distinguía un suave color amarillo en sus paredes exteriores albergando
galerías y glorietas perfumadas por lilas y madreselvas prolijamente
cultivadas. La estética del jardín central, frente a la puerta de entrada, parecía
sometida por mano artesana, bancos de madera lustrada, ordenados y
equidistantes invitaban a la espera de un reencuentro. Fernanda y Juan José
aparecieron de inmediato al escuchar el andar de las pezuñas de los caballos y los ladridos
de los perros. La recepción fue cálida y emotiva. Agradecieron a Virgilio por
el éxito de la empresa licenciándolo por un par de jornadas a modo de
reconocimiento. Con las disculpas del caso desestimó la propuesta argumentando
que deseaba encargarse personalmente de todo aquello que tuviera que ver con el
alojamiento y comodidad de los recién llegados. La seriedad de la
solicitud provocó que el matrimonio no tuviera más remedio que acatar con agrado el pedido del
capataz. Ante la conformidad de los tíos Concepción se sintió más tranquila y
menos intrusa. Virgilio continuaba estando cerca.
La Leonesa
Distante ciento diez leguas al sur de
la ciudad de Buenos Aires se levanta la pujante población de Tres Arroyos.
Dicho nombre deriva a que la misma se erige en medio de una pequeña cuenca
hídrica atravesada por tres finos brazos de vertientes muy cercanos entre sí.
Enclavada en el sudoeste de la llanura bonaerense reserva el privilegio de
poseer suelos tan aptos para el pastoreo del ganado como para el desarrollo de
la agricultura intensiva. No presenta inviernos sumamente crudos. La
temperatura media de esta época oscila en los diez grados pudiendo aparecer
algún veranillo mentiroso que dure cuatro o cinco días. Alternan heladas con
lluvias suficientes lo que promueve una extraordinaria riqueza orográfica. Con
características de planicie su topografía guarda sedosas lomadas hacia el oeste
y amplias superficies cubiertas por vegetación de altura. Gran variedad de
especies arborícolas conforman apegados montes que simulan ser tupidos bosques
en donde pinos, álamos y eucaliptos encuentran el placer por compartir las
caricias de un verano clemente y ciertamente sensual. La media climática de la
temporada estival no pasa de los veintiocho grados pudiendo llegar hasta los
cuarenta durante el día. Las noches imponen brisas sureñas que permiten
descansar sin mayores sobresaltos. Es un típico conglomerado nacido a
instancias del corrimiento de la frontera con el indio. Las sucesivas e
incontables campañas dejaron librados territorios, a posteriori, nunca bien distribuidos.
Generalmente los militares en tales comisiones se repartían con un alto grado
de albedrío enormes extensiones de campo. Cierta falta de previsión y
planificación adecuada por parte de las autoridades permitieron que familias de
abolengo adquieran estas extensiones de campo a precio vil. Los Anchorena, los
Rosas y los Martínez de Hoz fueron de los primeros clanes que impusieron
distribución a fuerza del poder de la riqueza. Aquellos pocos entusiastas que
pudieron conservar sus campos fueron vendiendo en la medida que la oferta iba
apareciendo a caballo del negocio de los bienes raices. El inevitable ordenamiento
catastral promovió el método indispensable para que estas operaciones puedan
llevarse a cabo con algo de transparencia. Hacia 1860 y muy cerca de la ciudad
cabecera, el matrimonio conformado por Fernanda González y Juan José Villamayor
adquiere un predio propiedad del Coronel Mariano Dueñas y Torrealba distante
cinco leguas al sudoeste de Tres Arroyos. La pareja había arribado a Buenos
aires a principios de la década anterior expulsados por la cruel hambruna que
vestía por entonces a la península Ibérica. Muy jóvenes y portando la
totalidad de sus ahorros montaron su proceso migratorio radicándose, en primera
instancia, en el paraje de San José de Flores ubicado a dos leguas al oeste de
Buenos Aires. Allí desarrollaron una incipiente casa de pensión que les
permitió establecer una cabecera financiera nada despreciable. El crecimiento
económico del matrimonio se desarrolló sin prisas pero sin pausas a pesar de
las constantes luchas fratricidas que sufría el país desde la segunda década
del siglo. El emprendimiento multiplicó su valuación no sólo por el excelente
servicio que brindaba, además el propio desarrollo urbano potenció el valor
nominal del predio. Tal oportunidad les resultó muy propicia para reiniciar su
camino en busca del lugar definitivo. La vecindad con los deudos del Coronel
les posibilitó cerrar la operación sin mayores sobresaltos. El militar había
fallecido en la batalla de Caseros a principios de los cincuenta y ninguno de
sus hijos estaba interesado por la vida rural. Las condiciones de compra fueron
muy favorables debido a esa razón. Veinticinco años después el establecimiento
ganadero La Leonesa contaba con quinientos ochenta hectáreas y más de
setecientas cabezas de ganado entre vacunos y equinos. Como pioneros y
cofundadores de la población Micaela Cascallares supieron integrarse sin
mayores dificultades dentro de una ecléctica comunidad compuesta por gringos,
daneses, alemanes y gallegos. De inmediato comenzaron a fundirse en el ámbito
de instituciones intermedias a favor de la incipiente comunidad organizada. Las
sociedades de fomento iniciaron su proceso de desarrollo y comenzaron a tomar
decisiones; en más de una ocasión configuraban órganos de consulta
gubernamental a nivel distrital.
El casco principal de la estancia
poseía una amplitud notable. Todos sus salones daban al exterior. Ventanales y
puertas con postigos orientaban a la galería que rodeaba a la casona. La madera
trabajada con suma delicadeza y buen gusto en aberturas y mobiliario otorgaban
a cada ambiente la calidez propia de la sencillez y el recato. Cuatro
dormitorios bien dispuestos servían para la recepción de los usuales visitantes
que acompañaban al matrimonio cuando las fiestas patronales, o en oportunidad de
eventos organizados por los mismos propietarios. La cocina, convenientemente
equipada, poseía la comodidad imprescindible en cuanto a superficie y variedad
de enseres. Un sistema de calefacción a leña disponiendo de varios hogares
completaba la confortabilidad del predio. El personal contratado disponía de un
digno establecimiento privado distante cincuenta metros del casco principal. Un
único salón con veinte camas, cocina y calefacción servían de cobijo para el
baquiano y el jornalero. La condición impuesta, a modo de contrato tácito, era
preservar el aseo y el orden. El capataz estaba a cargo del personal y debía
velar por el cumplimiento de las pautas establecidas.
El matrimonio tuvo la suerte de contar
con una base existente al momento de la compra. El Coronel Dueñas había
iniciado un precario y modesto establecimiento ganadero que la pareja se
encargó de refundar; con el tiempo la revalorización de la actividad equina en
la zona los encontró lo suficientemente preparados para aceptar el reto que la
evolución de la actividad les proponía. La adquisición de trescientas hectáreas
dentro de la primera década los obligó a replantarse el proyecto. Para ello
debían contar con ayuda permanente y confiable. Alguien con la suficiente
capacidad y sabiduría en la materia, además de ser honesto, diligente y astuto
para los negocios de campo. Su búsqueda encontró prontamente respuesta
positiva. El joven baquiano Virgilio Mendía arribaría a La Leonesa a fines de
la década del sesenta recomendado por el propietario del almacén de ramos generales “Los
Inmigrantes” de Tres Arroyos, en donde el matrimonio solía abastecerse. Íbero
Castillo, dueño de la despensa de abarrotes, le ofreció empleo al joven a
sabiendas del fallecimiento de su padre. Hasta ese momento ambos desempeñaban
funciones en la estancia La Hermandad de la localidad de Azul, propiedad de una
de las ramas genealógicas de los Anchorena. Con el deceso de Mariano Mendía la
posición del muchacho quedó sumamente debilitada; no se lo tomaba en cuenta ni
se lo observaba como probo en la materia por lo que al poco tiempo fue
despedido. Don Íbero, al verlo sin empleo y un tanto desencantado, le ofreció
el puesto de ayudante y aprendiz, aún sabiendo que más temprano que tarde partiría
rumbo a su verdadera vocación. El joven Mendía, de quince años, mostraba suma
destreza y disponibilidad para el trabajo, modestia y gran voluntad para el
aprendizaje. El almacén era además su casa ya que pernoctaba en un apartado a
modo de dormitorio que estaba ubicado tras la tienda. En medio de una de las
tantas conversaciones ocasionales entre Castillo y Villamayor, surge como tema
la problemática que estaba sufriendo la operatividad de La Leonesa y la
necesidad de contar urgentemente con un avezado caporal de campo debido a que
les era imposible manejar en soledad el establecimiento luego de las
importantes inversiones realizadas. Lo cierto es que se les había escapado de
las manos el control de los negocios y estaban perdiendo cabezas por robos, pestes
y predadores. Sin bien la compraventa de animales andaba muy bien, el alto grado
de descontrol existente menguaba sus rentas y en consecuencia complicaban las
obligaciones a pagar. Sin dudarlo Íbero le propuso a Villamayor que cuente con
Virgilio para tales menesteres recomendándole que lo hiciera por iniciativa
propia escindiéndolo a él como gestor del encuentro. Sospechaba que tal modo
encontraría más dispuesto al joven en lugar de verse inmerso en una suerte de
recomendación. Mendía, a pesar de su edad, exhibía un incipiente orgullo a
favor de logros propios. Los quince años de Virgilio fueron un llamado de
atención para Juan José por lo que insistió en tener una conversación personal
antes de hacerle la formal convocatoria. De inmediato idearon el modo para que
el encuentro se realizara lo más naturalmente posible; para ello Castillo
dispuso que el muchacho acompañe a Juan José hasta La Leonesa para ayudarlo con
la carga y descarga de los abarrotes adquiridos. Las cinco leguas del carro
serían la excusa necesaria para plasmar el objetivo deseado. Antes de llegar a
la estancia, Villamayor ya tenía la decisión tomada, sólo restaba la opinión de
Fernanda. El matrimonio no dejaba ninguna decisión librada al azar. Ambos
tomaban arte y parte en el asunto, en consecuencia, el mutuo acuerdo era
condición indispensable para evitar futuros arrepentimientos. Solían asumir que
los aciertos y los errores iban y venían, que no tenían nombre propio ni
identidad conocida en el ámbito de La Leonesa.
Fernanda González vio en los ojos del
joven lo suficiente como para no necesitar examinarlo. La facultad de la dama
para leer a las personas complementaba certeramente a Juan José en cuanto al
descubrimiento de la capacidad operativa del candidato. Digamos que la pareja determinaba
sus colaboradores desde dos aspectos: el profesional los dominaba el caballero,
el humano lo analizada la dama. Raramente erraban en el diagnóstico. Una vez
terminada la tarea encomendada Fernanda invitó a los caballeros con mates y
panecillos. Virgilio agradeció pero rechazó el convite gentilmente debido a sus
obligaciones laborales. Dicha actitud dio por finalizado el ensayo, no
necesitaban seguir buscando. Al otro día, sin falta, el matrimonio volvió a la
tienda “Los Inmigrantes” para conversar con quién pasado un lustro de aprendizaje sería su
capataz y absoluto hombre de confianza.
Pocos años transcurrieron para que
Virgilio evidencie un perfecto conocimiento del negocio ganadero, más allá de
las habilidades operativas heredadas de Mariano. Durante ese tiempo también
había incorporado un alto grado de instrucción de la mano de Fernanda, en
consecuencia no sólo mostraba don de mando sino además una importante solvencia
intelectual. A pesar de su juventud la totalidad de la dotación de jornaleros
lo respetaba debido a que no sólo era un eximio baquiano, agregaba a su persona
seriedad y buen trato. Lo real es que supo formar una tropa de colaboradores
fieles, comprometidos con la estancia y sus intereses. Era duro con quién
ejercía abuso de confianza y amigo para quién necesitaba una mano solidaria. No
gesticulaba ni alzaba la voz, acostumbrando a compartir con la muchachada la
mayoría de los momentos. Tales conductas eran muy bien recibidas por los
trabajadores que penaban y mucho cuando alguno de ellos, por cuestiones
personales, debía partir definitivamente.
Virgilio Mendía se constituyó con el
tiempo en el alma de La Leonesa. No sólo colaboró con Juan José en el orden del
establecimiento, además le agregó al matrimonio esa instancia que la vida les
negara con suma indiferencia. Hacia fines de 1891 el matrimonio había recibido
correspondencia desde Robledo de Losada. Su sobrina Concepción González
arribaría en breve acompañada de sus tres pequeños hijos. Era tarea y
responsabilidad de Virgilio poner a La Leonesa a la altura de las
circunstancias
V - La Cárcel.
No me busques, ya estoy demasiado desencontrado
El Cura Bernabé pidió a la concurrencia
un momento de silencio para poder leer las instrucciones recibidas desde el
comando de Astorga. Las mismas habían arribado en un sobre lacrado y remitidas
por la misma regional dos meses después de la primera reunión en la que estuvo
el propio Cura representando a la seccional La Cabrera de Robledo. Un clima de
embriaguez circulaba por el salón principal de la capilla. Valentín dispuso,
previa consulta a sus compañeros, que uno de los integrantes del grupo guarde
vigilia exterior por si algún imprudente comedido mostraba demasiada
curiosidad. María de los Ángeles Puenzo asumió la orden sin mucho entusiasmo
aun sabiendo la magnitud de la misma.
Compañeros:
El momento de demostrar nuestras
convicciones y nuestro coraje ha llegado. Cada grupo formado a escala regional
tendrá tareas de suma responsabilidad e importancia. Las mismas fueron
diagramadas sobre la base de una estrategia cuidadosamente evaluada por la
totalidad de los cuadros libertarios especialistas en la materia. Sabemos que
las operaciones asignadas serán aceptadas con beneplácito e inteligencia debido
a que conforman el complejo entramado que sin lugar a dudas nos llevará al
éxito de nuestra empresa. La información de los comandos regionales ha sido de
un valor trascendental para determinar nuestra estrategia revolucionaria, de
forma tal invitamos a nuestros compañeros a comprender que todo rol es necesario
e imprescindible para llevar a buen puerto nuestra nave. Ninguna misión debe
considerarse menor, la existencia de la misma y la exigencia para su eficaz
cumplimiento hablan por sí de su relevancia. La Central de Trabajadores
Libertarios de Astorga determinó para vuestro grupo las siguientes acciones a
llevar a cabo.
1-
La organización y
armado de una imprenta con el consecuente aprendizaje del oficio. La misma
actuará en la confección y distribución de volantes y gacetillas que servirán
de propaganda y notificación tanto interna como externa. Esta
imprenta será responsable de tener informada a toda la Provincia sobre lo
actuado por nuestra organización, vigilando, mediante este medio, que el
espíritu combativo emergente encuentre a nuestras defensas altas y dispuestas
para seguir con la lucha a favor de los ideales que nos unen.
2-
Las acciones
armadas propiamente dichas se efectivizarán, en esta primera etapa, en los
sectores urbanos. Las razones de la mencionada táctica radica en la necesidad
de cubrir aquellos conglomerados en donde encontramos mayor número de
compañeros expoliados. En consecuencia, la posibilidad de absorber adherentes
es mayor. Por ello vuestro grupo será responsable, siempre dentro de la misma
zona de influencia, de la logística adecuada para cumplimentar dichos
objetivos: Tanto el montaje de un campo de entrenamiento como la construcción
de una sala de primeros auxilios serán relevantes para plasmar nuestra
intencionalidad. Además deberán articular una suerte de pañol donde se
almacenarán armas, municiones, pólvora, pertrechos y demás elementos para su
guarda y distribución. Vuestra responsabilidad será que la región permanezca
siempre equipada en este rubro. Los primeros envíos les estarán llegando la
semana entrante.
3-
Disponer en forma
permanente de un servicio de correspondencia con la Central de Trabajadores
Libertarios de Astorga a través de un compañero debidamente acreditado e
informado. El agente será de vital trascendencia para la coordinación de las
fases que se llevarán a cabo.
Por ahora es todo lo que hay para
informar. La victoria nos espera siempre y cuando nuestras convicciones se
mantengan firmes e irrenunciables. La lucha es conciencia y coincidencia de
objetivos. Adelante Compañeros.
C.T.L. de Astorga
Un silencio ausente se apropió de la
capilla. Miradas desconcertadas resumían la pesadez del momento al mismo tiempo
que una ambigua sensación de frustración e incapacidad los descubría efímeros y
un tanto endebles. Cuando el Cura terminó de leer el instructivo con las
órdenes la insatisfacción fue el común denominador. No era necesario debatir
nada sobre lo escuchado. Durante meses el grupo La Cabrera de Robledo de Losada
se había preparado con el fin de entrar en acción para tratar de cambiar el
determinismo histórico de atraso y olvido que sumergía a la región y en
consecuencia a sus vidas. De la lectura se desprendía que las mismas jerarquías libertarias
otorgaban entidad secundaria a tanta convicción contenida. El “Puta Madre”
que Valentín exteriorizó como estallido minutos después tuvo eco y
coincidencia. Mientras el Cura Bernabé llamaba a ensayar un análisis, el resto
de la partida insurgente deambulaba por la mugrienta capilla en la búsqueda de
argumentos sólidos y confiables que permitiesen entender el comunicado oficial.
No hallaban consuelo. En menos de una hora, de acuerdo a lo que ellos
interpretaban, se habían transformado en burócratas inactivos lejos de los
centros de acción y que toda la preparación había sido subestimada por los
ideólogos del movimiento republicano. Nadie detenía su atención en pensar más
allá de sus ambiciones personales a favor de asumir un riesgo que consideraban
necesario e imprescindible. Valentín, muy alterado, argumentaba que el trato
recibido era idéntico al comportamiento que las autoridades estatales tenían
reservado para la zona. Privaba un sentimiento de exclusión que no estaba
dispuesto a soportar de parte de aquellos que se decían pares en sufrimientos y
redenciones. Bernabé insistía en profundizar el análisis del texto. Tuvo que
levantar su voz para ser escuchado.
-
Camaradas, releamos las
instrucciones, estudiando punto por punto lo ordenado. Que nos otorguen
específicas funciones logísticas no implica desatender las acciones que
impacten en nuestra zona de influencia. Por lo menos nada dice al respecto.
Pensemos en voz alta camaradas, por un instante. Es lógico que la lucha urbana
sea el punto de partida para iniciar un proceso prerrevolucionario, todos leímos
a Marx y a nuestros más notables pensadores libertarios, sin ir tan lejos
recordemos a los Comuneros de Paris. El movimiento necesita miles de
entusiastas, muchos más de los que podemos proveer desde aquí. No es menos
cierto que la situación en La Cabrera es desesperante y que convivimos con la
muerte y con la ausencia, pero en mi opinión considero que la mejor manera de
enfrentar a las autoridades reales es enfocándonos en aquellos centros urbanos
en donde nuestras acciones alcancen notoriedad y simpatías.
-
¿Y mientras tanto? – replicó
Valentín
-
Mientras tanto propongo hagamos
obedientemente lo que se nos ordenó. Dejemos pasar un tiempo y veamos como se
desarrollan los acontecimientos. Tal vez en ese lapso hallemos en nuestras instrucciones las
razones que, por ahora, no apreciamos con la debida claridad. Propongo un
cuatro intermedio de una hora para pensar la idea con la sensatez que la
cuestión amerita y luego votar la moción.
-
De acuerdo Bernabé – aprobó
Valentín – pero con la siguiente salvedad: Planteo como alternativa organizar
nuestra lucha local de manera independiente fuera del ámbito de la Central
aprovechando el armamento que nos envíen con destino al pañol. Paralelamente
que cumplimos con nuestras órdenes podemos anexar las acciones concretas de
carácter insurreccional, esto nos dará prestigio y esa simpatía de la que tanto
habla nuestro Cura.
-
Me parece un error –
interrumpió Bernabé -. Con ese tipo de maniobras vamos a poner en riesgo la
ubicación del arsenal, la imprenta y la unidad sanitaria; de ese modo no sólo
estaríamos incumpliendo con la organización sino además ese riesgo se trasladaría a toda la población de
Robledo de Losada.
-
Es probable – continuó Valentín
– pero no nos sentiríamos tan inservibles.
-
Vale decir que tus necesidades
de considerarte útil son más importantes que el destino de nuestras
convicciones y el futuro de los compañeros – señaló el Cura –
-
Bueno Bernabé, basta de
ideología barata. Tomemos ese cuarto intermedio y votemos – sentenció el líder
–
Terminado el debate Valentín abrió el
portón de la capilla con el objeto de dar un paseo y meditar sobre la propuesta
que vehementemente expuso. María de los Ángeles Puenzo continuaba en los
alrededores haciendo la vigilia encomendada. Al verlo salir la mujer se acercó
al hombre para solicitarle información sobre lo acontecido ya que su tarea le
había impedido escuchar lo debatido en el cónclave.
-
¿No deberías escuchar ambas
propuestas antes de decidir? – advirtió Valentín en plena caminata -
-
Me alcanza con saber su opinión
sobre el tema Valentín – respondió María de los Ángeles –
-
Eso me compromete en demasía.
No me parece mal equivocarse, del error se aprende. Lo que no me perdonaría es
arrastrar a alguien con mis desatinos e imprudencias. Prefiero con honestidad y
objetividad comunicarte lo conversado y que decidas en consonancia sobre la base de tus
convicciones.
-
Como usted diga Valentín, lo escucho.
El entrecano caballero caminaba por el
sendero explicando lo debatido y las entrelíneas de las propuestas. Procuró no
identificarse con ninguna de forma tal la mujer escogiese según dicte su
propio convencimiento. La voluptuosa gitana gozaba de un esplendor que bien
disimulaba su viudez. Hacía tiempo que su cuerpo no era visitado por el
desenfreno de la pasión. Sus noches, plagadas en transpiración, lograban cierta
calma cuando cedía a la autosatisfacción. El hombre que la escoltaba la
conmovía plenamente. Un silencio de admiración acompañaba la palabra del líder.
Seguramente hubiera preferido que ese momento apunte hacia lo prohibido y la
lujuria. Poco le importaban la lucha de clases y las putas reivindicaciones
sociales; en ese instante, solamente, aspiraba a que ese hombre la tomase entre
sus brazos y dispusiera de ella hasta el hartazgo.
Pasada la hora y con la totalidad de los
integrantes del grupo en el interior de la capilla se acomodaron para iniciar
el plebiscito sin mayores debates ni demoras. Se desarrollaron para ello ambas
propuestas con la debida aclaración
sobre méritos y deméritos de cada una. La sugerencia de Bernabé obtuvo ocho sufragios
mientras que la de Valentín otro tanto. María de los Ángeles se abstuvo de modo
tener certezas absolutas sobre los
deseos de su anhelado caballero. Sin definición, el Cura propuso un cuarto
intermedio de treinta minutos para meditar sobre lo ocurrido y volver a votar.
Transcurrido ese tiempo y ante la necesidad de definición Puenzo sufragó segura
y convencida por la propuesta de Valentín. El resultado final se tomó sin
mayores objeciones y se acordó notificar a la Central cuáles iban a ser los
pasos a seguir por el grupo de Robledo. Razones éticas no permitían comportarse
de otra manera. Bernabé fue asignado para la misión. Su espíritu democrático y
solidario aceptó la comisión más allá del error que, persuadido, consideraba se
estaba cometiendo. Para ello se estipuló la preparación de un documento que se
entregaría en mano a las autoridades de la Central Astorga. Cuidando el tenor de la misiva
y revisados sus términos se la colocó en un sobre lacrado asignado para tales
efectos. Bernabé partió a la mañana siguiente.
Luego de su regreso la calma se mantuvo
durante un tiempo. Sin novedades transcurrían los días del grupo. Debates y
charlas sobre hipotéticas acciones eran lo usual y cotidiano. La lectura de
manifiestos y el análisis de los últimos acontecimientos entretenían esa suerte
de espera interminable. Les llamó la atención la falta de comunicación y
noticias por parte de la Central. Consideraron que los cuadros más importantes
de la organización todavía estarían meditando y deliberando sobre la decisión
del grupo, sea para reconsiderar su rol dentro del plan insurgente o en su
defecto para ratificar las instrucciones originales.
La mañana del siete de junio sorprende a
Robledo de Losada sitiada por la Guardia Real y la Policía regional.
Previamente, en la madrugada de ese mismo día, la capilla de Iruela había sido
destruida por completo y posteriormente quemada. Las fuerzas oficiales habían
recibido información anónima sobre el grupo subversivo y sus continuas
actividades herejes. Valentín, Bernabé y el resto del grupo fueron detenidos y
encarcelados sin derecho a comunicación con el exterior.
VI – Leer y Escribir
Guarda tus sueños en aquellos cajones que no estorben
20 de Junio de 1892
Amado Valentín
Extrañarte es
tarea cotidiana. Tanto los niños como yo aguardamos que el tiempo subsane esta
instancia de separación y volvamos a gozarnos y a sufrirnos mutuamente. Amo en
demasía tus demandas y tus ruegos. No ser testigo de tus silencios y secretos
incomodan cada uno de mis días. Mi cuerpo vocea entre sollozos los aromas de
tus ausentes inmensidades sintiéndose breve y consternado. Aprendí a amarte
desde el día en que Natalia me conminara, en su lecho de temores, a cuidarte y
protegerte. Su muerte fue una tremenda pérdida para los dos. Vos como su viudo,
yo como su amiga de toda la vida. Espero haber respondido a sus expectativas.
Aunque te confieso, me hubiera gustado ser más eficiente y que Rafael siga
estando con nosotros impidiendo en la medida de mis posibilidades que el
destino le jugara la absurda carta que el ejercito le impuso con absurda
impunidad y descarado despotismo. Es muy difícil para nosotros disfrutar del
presente con tu ausencia. Te puedo asegurar que estos paisajes merecen la pena,
que el duro trabajo es compensado con creces y que el trato recibido por los
tíos y su gente es conmovedor. Fernanda y Juan José se pusieron a mi
disposición ante todo requerimiento velando diariamente por nuestra comodidad y
satisfacción. Mis tareas en los quehaceres domésticos no conllevan mayores
complicaciones ni exigencias. Consideran que la prioridad la tiene Constantino.
Los tíos malcrían al niño como si fueran sus auténticos abuelos. La realidad
marca que así lo sienten. Esperanza no sólo colabora con las tareas de la casa,
además procura aprender a tejer y bordar de la mano de Fernanda, toda una
docente en la materia. Ya utiliza técnicas de modista y hasta se confeccionó su
primera falda, siempre supervisada por la tía. Ángel es el más inquieto de los
representantes de La Cabrera. Sus actividades se desarrollan en el campo de la
mano del capataz Virgilio y su mayoral Álvarez. Es la compañía permanente de
ambos. Ha aprendido a montar y tiene animal propio. Virgilio le obsequió un
malacara (así se denominan por aquí a los caballos que tienen una banda clara
en su rostro) un tanto maduro, animal muy seguro para dar esos primeros pasos; con él
comenzó a desandar los secretos para arrear ganado. Suele salir a cazar y a
pescar con Álvarez, que es sordomudo; es increíble como ambos han llegado a
entenderse. Cuando los días no son favorables, Ángel se entretiene practicando
su nueva destreza. El manejo que posee de la baraja causa admiración en los
tíos y demás concurrentes a sus actos. Te cuento que esto lo aprendió de un
joven con el cual compartió la mayoría del tiempo durante el viaje en el vapor.
Ya estamos pensando con Fernanda sobre la educación de los dos mayores, tema
del que por cierto espero tu opinión. Los centros de aprendizaje de las
primeras letras están algo alejados. Si bien el capataz se ofreció iniciarlos
en la instrucción básica, la realidad impone que sus actividades cotidianas
absorben la totalidad de su tiempo. Voy a tomar el tema personalmente
procurando prepararlos dentro de lo elemental hasta que inauguren la escuela de
Cascallares. El pueblo está a media legua de distancia de La Leonesa, por lo
tanto no será demasiado sacrificio para los niños viajar en forma diaria. En lo
personal estoy muy bien. El viaje fue mejor de lo que suponía; vas a poder
comprobarlo cuando vengas. Las tareas diarias y la ocupación de madre me hacen
olvidar un poco lo que estamos viviendo como pareja, de todas formas, tu
presencia me es inexcusable para que esta renuncia tenga signos de validez.
Esperamos ansiosos tu respuesta con todas las novedades que tengas para
contarnos. Lo que más me interesa saber es cómo te trata la soledad. Siempre
admiré tu fuerza de voluntad para afrontar los desafíos que la vida nos regala con total impunidad. Con el
amor de siempre, Concepción.
Cuando cerró el sobre sintió que el frío
del invierno de estas latitudes le había invadido el corazón y las palabras. Si
bien no utilizaba asiduamente la correspondencia como instrumento nunca antes
le había costado tanto escribir una carta. Cada renglón era una búsqueda constante
de contornos dialécticos y sinónimos que no lastimen a un alma ciertamente
castigada. Cómo expresar que su vida había dado un giro maravilloso, cómo
explicarle que por primera vez estaba gozando de sus propios distritos y que
lejos de él y de su historia, la familia había encontrado lo que tanto ansiaba. De
alguna manera esa era la intención y búsqueda del proceso migratorio, pero no
podía ser tan cruel detallando aspectos en donde la felicidad era la resultante
habitual desde el momento que pisara tierras bonaerenses. Aspiró que Valentín,
entrelíneas, supiera leer lo que ella no se animaba a escribir.
15 de Septiembre de 1892
Querida Concepción:
Aunque no lo
creas hace dos días que recibí tu carta. Pasaron cosas de las cuales te
enterarás a medida que vayas leyendo y que justifican plenamente la demora en
la que estamos inmersos. En primer lugar amo y sufro que me extrañen. La
dualidad radica en saberme querido y necesario, pero a la vez estimo que añorar
adosa un sentimiento de dolor cercano al desencanto y la nostalgia, signos que
veo en cada renglón de tu misiva. Por lo que a mí respecta confío en tu
criterio y en tus decisiones en lo referido a la educación de Esperanza y
Ángel. Me alegra, por sobremanera, la evolución y la rápida adaptación que
tuvieron ante la novedosa y complicada experiencia. Te ruego hagas extensivo a
los tíos mi agradecimiento por su inestimable apoyo y solidaridad. Íntimamente
ardo con tu ausencia. Eres mi esposa, la madre de mis hijos, pero ante todo, mi piel. Esa misma que supo extraer lo mejor de mí y que al mismo tiempo
supo disimular lo peor que lamentablemente llevo dentro. Sé que hasta ahora
fuiste digna corresponsal de los deseos de Natalia; que el pasado no te
atormente. Ella debe estar aprobando cada uno de tus actos. Te cuento, en otro
orden de cosas, que mi hábitat actual no es el más apropiado. No estoy en casa;
esa es una de la razones de la demora que antes comentaba. Comparto una pequeña
y oscura celda con Bernabé en la penitenciaría de Astorga. El viejo Anzarda,
desde Robledo, me alcanzó tu carta; la encontró de casualidad, una de las
puntas asomaba bajo la puerta. Sabiendo lo que me había sucedido y luego de leer
el remitente se atrevió a enviármela por una persona de su entera confianza. No
estamos seguros de lo que ocurrió; solo te puedo decir que la Guardia Real llegó
una mañana a La Cabrera y barrió con todo vestigio sospechoso. Desde hace tres
meses estamos aquí, matando el tiempo, evaluando situaciones e hipótesis. Lo
cierto es que nada sabemos del resto del grupo. Para tu tranquilidad no tenemos
información acerca de vejaciones, apremios, torturas o fusilamientos, por lo
que consideramos que el resto de nuestra gente puede llegar a estar en otra
dependencia o directamente en su propio domicilio. No existe, hasta el momento,
causa presentada que nos acuse de algún delito. Se nos informó que estamos a
disposición de la Corona por intento de insurrección en contra de su Majestad.
Esta suerte de letargo nos confunde y nos intranquiliza al mismo tiempo. Nos
tratan con relativo respeto y la comida es buena, cosa que redobla nuestras
sospechas. Bernabé estima que nos delato la misma Central. Entiende como
supuesto que la idea de la organización fue darnos una lección por desatender
las órdenes que nos habían dado y a la vez entretener a las autoridades
gubernamentales con un grupo que no presentaba riesgo alguno para el Estado. De
esta manera nuestro querido Cura no deja de hacerme responsable por lo acontecido. Nobleza
obliga confesar que fui yo el ideólogo de la torpe y fracasada consiga. Por
fuera de esto me cuesta creer que los Libertarios utilicen la delación como
método de disciplinamiento. Esto me huele a traición interna. En mi opinión
alguien dentro de nuestro grupo actuó como informante por razones que
desconozco. Sostengo la idea porque no existe explicación alguna para entender
cómo las fuerzas del orden llegaron a la capilla de Iruela. Nuestro punto de
reunión era desconocido hasta para la misma Central de Astorga. Te pido no le
cuentes a nadie por lo que estoy pasando y menos aún a los niños. Convenimos
que nos haríamos cargo individualmente de los riesgos que pudieran tener
nuestras decisiones y ésta circunstancia estaba dentro de las lógicas
probabilidades. No nos podemos engañar, en la previa sabíamos que el camino de
nuestras reivindicaciones sociales era de peligroso tránsito. Los amo más que a
mi propia vida. Valentín.
Concepción leyó la carta como si fuesen
renglones de una ficción, o lo que es peor, como si fueran muescas de una
historia antigua, ajena y lejana. Supo de inmediato que Valentín leyó
debidamente las entrelíneas de la suya. En ningún momento le hablaba de
reencuentro, en ningún espacio mencionaba las palabras viajar o volver. No
había indicio que marque con certeza que seguían siendo pareja más allá de la
promesa a Natalia y el respeto que ambos se tenían. No existía duda que se
amaban. Pero Valentín seguía muy enamorado de sus espectros del pasado y Concepción
había encontrado, por fin, su lugar en el mundo. Ambos continuaban honrando el
acuerdo estipulado.
VII – Libertad Vigilada
Vida... sos un mesurado promedio de sinsabores
-
Te compadezco Bernabé
-
No me quedan demasiadas
alternativas Valentín. Abjuro o nos quedamos de por vida
- ¿Abdicar
convicciones a favor de la libertad? Resulta curioso el dilema. La libertad de
no ser libre
-
Bueno, en este caso es nuestra
libertad – afirmó el Cura -
-
Tal vez por eso siento que el
dolor se duplica
-
Si fuera solamente dolor
sabríamos que el tiempo, tarde o temprano, se encargará de él. Esto es otra
cosa. Es lo de Pedro y su triple negación para sobrevivir
-
Quizás por eso llegó a ser
Pedro. Y lo pienso como agnóstico Bernabé. Dios quiso que así sea como parte de
un plan muy elaborado. Ante la instancia de tener que entregar a su hijo para
redención de los pecados, alguien tenía que quedar entre los mortales para
continuar la tarea – sentenció Valentín –
-
Me sorprenden tus conjeturas.
Cualquiera te imaginaría un teólogo romano
-
Lo miro desde afuera y
razonando, sin la pasión fundamentalista
-
¿Me estás llamando necio?
-
En absoluto – contestó
indignado Valentín –
-
¿Entonces?
-
Sos mi amigo Bernabé. Amo lo
que amas porque lo amas, aunque haya cosas que no entienda
-
Gracias Valentín
-
Volvamos al principio Bernabé.
¿Qué vas a hacer?
-
Por favor, no me jodas, hombre
A las diez de la mañana del veinticinco
de noviembre la ronca voz del guardia les comunica que en una hora quedarían en
libertad, exhortándolos a preparar sus pertenencias y esmerarse, desde la
pulcritud, debido a que tendrían previamente una reunión con el Alcalde del
establecimiento. Se miraron sin decir palabra. Aceptaron las órdenes sin
optimismo y con los recaudos del caso. Pasada la hora dos carceleros los
escoltaron hasta la oficina de Primo Molina Cuervo, encargado de la
Penitenciaría de Astorga.
-
Por favor caballeros, tomen
asiento – la sugerencia partió del Secretario del Alcalde –
-
Muchas gracias – contestaron a
coro –
-
En minutos vendrá el Señor
Molina Cuervo acompañado del Juez Mantilla
La oficina no parecía una dependencia
correccional. Estaba decorada con delicadeza y pintada en colores claros. Los
obligatorios cuadros de su majestad y toda su familia quedaban un tanto
opacados por la luz natural que entraba desde el exterior. Los dos ventanales
que orientaban al este aprovechaban el sol de la mañana invadiendo aquel
espacio a despecho de los que sucedía en su interior.
-
Buenos días señores. Soy el
Capitán Molina Cuervo, Alcalde del Instituto y el caballero es el Doctor Julio
Tirso de Mantilla, Juez que atiende en la causa. A continuación mi secretario
les leerá las condiciones de su libertad y los pasos que deberán
cumplimentar...
Estando presentes en este acto el
Señor Valentín González, natural de Robledo de Losada, Municipio de Enciendo,
Provincia de Castilla y león, de cuarenta y nueve años de edad, de profesión
agricultor, estado civil casado y el Señor Bernabé Villazán natural de
Quintanilla, Municipio de Truchas, Provincia de Castilla y León, de treinta y
dos años de edad, profesión artesano, estado civil soltero, se hace lectura de
la resolución número cuarenta y uno con cédula Real avalada por Su Majestad con el
cargo de Supremo Tribunal. En ella se expresa que los señores antes mencionados
han cumplimentado su período de detención conforme a la violación de las normas
por las cuales fueron sujetos a reclusión. Los cargos por los que fueron
sometidos a pena se encuentran en suspenso de exención definitiva debido a
determinadas pautas que los nombrados deberán acatar durante los próximos cinco
años y a partir desde el mismo instante de emigrar de esta Real institución. En
los documentos que se adjuntan consta la nómina de obligaciones a cumplir
debiendo ser presentados a solicitud de cualquier autoridad Real que lo
requiera en tiempo y forma. Con la anuencia de S. M. expedimos a los
consignados el rango de Liberad Condicional establecido dentro del marco de la
ley vigente.
Doctor Julio Tirso de Mantilla
Capitán Primo Molina Cuervo
-
Pasemos en limpio vuestra
situación señores – irrumpió el Alcalde -. Como verán a partir de este momento
quedan a disposición de S. M. y cualquier autoridad que lo represente durante
un lapso de cinco años. Deberán fijar domicilio estable dentro del municipio de
Enciendo y quedarán sumidos a revisión de sus obligaciones de acuerdo al
régimen de libertad condicional. Los cargos de intento de insurrección quedan
sujetos a vuestra conducta futura. El señor Bernabé Villazán, debido a su
expresa renuncia a los votos sacerdotales tiene terminantemente prohibido
desarrollar funciones que tengan relación con nuestro culto oficial. No podrá
leer misa ni emitir ninguno de los santos sacramentos. Esta resolución no
impide que desarrolle tareas en un marco secular no oficial. Hablo de labores
solidarias o de colaboración con entidades religiosas o laicas. Tanto el señor
González como el señor Villazán tienen vedado salir de los límites del
Municipio salvo permiso dado para tales efectos por la autoridad al
frente del destacamento citado. Les entrego una copia de cada acta adjuntando
el anexo con las obligaciones a cumplir, de forma tal, las tengan en vuestro
poder para presentar ante quien lo solicite. Estoy a vuestra disposición para
esclarecer las dudas que tengan. Los escucho – finalizó Molina Cuervo –
-
Con su debido permiso nos
gustaría hacerles algunas consultas -
solicitó Valentín –
-
Desde luego, adelante
-
Señor Juez, Señor Alcalde,
apelando a la honorabilidad de sus personas y de los cargos que dignamente
representan, nos preocupa desconocer los causales de la acusación y cuáles son
las motivaciones para que nunca se nos haya solicitado testimonio de defensa –
cuestionó Bernabé –
-
No quiero ser reiterativo pero
el intento de insurrección contra el orden Real es un cargo que por sí incluye
un delito. Vuestra conducta ha sido probada mediante testigos de absoluta
credibilidad. El defensor oficial, al ver la autenticidad de las pruebas y la
contundencia de los testimonios, no consideró oportuno vuestro descargo y
manejó directamente la causa dentro de los ámbitos jurídicos oficiales. Supongo
que habrá considerado que un posible alegato podría llegar a complicar la
sentencia definitiva, que por cierto y dicho sea de paso no es tan severa.
Tengan en cuenta que apenas estuvieron cinco meses detenidos en una dependencia
respetable y emigran en libertasd condicional sin excesivas exigencias
individuales – aclaró el Juez –
-
Libertad vigilada – sentenció
Bernabé –
-
Bueno, dependerá de ustedes y
su comportamiento – insistió Molina Cuervo -. Mis queridos anarquistas... la
documentación encontrada en la capilla y el arma hallada en uno de los
domicilios son factores que no se pueden soslayar
-
¿Podemos saber la identidad de
los testigos? – consultó Valentín –
-
De ninguna manera – afirmó el
Juez -, considero que al llegar a Robledo de Losada podrán hallar las claves de
lo acontecido con suma facilidad.
-
¿Se les ofrece algo más
señores? – consultó el Alcalde –
-
No por ahora y gracias por su
deferencia, buenos días
Las puertas del penal se abrieron de par
en par. El cielo estaba muy claro. El fresco del otoño traslucía una leve brisa
que no lastimaba. Faltaba poco menos de un mes para la llegada del vehemente
invierno. No fue necesario levantarse las solapas. El clima se comportó con la
piedad que el momento requería.
-
¿Qué te viene a la cabeza
Bernabé?
-
Por ahora no pienso en nada.
Sólo quiero llegar al pueblo y buscar un lugar para vivir. Recordemos que mi
hogar fue quemado por gracia de Su Majestad
-
Mi casa es tuya hombre
-
¿Qué paradoja? Juntos, bajo el
mismo techo, un agnóstico que habla de Dios y un ex Cura devenido en artesano.
Necesito pensarlo
-
Como quieras. Pero me gustaría
que me contestes antes de llegar a Robledo
-
¿Debés postergar alguna otra
oferta que yo desconozca?
-
Siempre igual Bernabé. Tu cinismo me irrita
El viaje desde Astorga hasta Enciendo
encontró facilidades inesperadas. El Juez Mantilla mismo los llevó debido a que
tenía que cerrar administrativamente algunos asuntos pendientes en ese
municipio. Cuando salió del Penal los vio conversando a metros de la puerta y
se ofreció para llevarlos en su vehículo. El favor incluyó como paradoja escolta oficial. El cómodo carricoche era provisto por la corona a funcionarios
de jerarquía para ejercer eficientemente sus tareas. La actitud solidaria del
Juez no los sorprendió demasiado. Siempre mostró ser una persona cordial y
amena. Su ideología era la ley vigente. Más allá de esta suerte de confianza el
trayecto no mostró diálogos profundos. Las prevenciones superaban largamente a
los ex convictos. Luego, la obligada caminata desde Enciendo hasta Robledo de
Losada les otorgó la posibilidad de conversar privadamente sobre lo acontecido.
Sin escuchas ni fisgones podían desmenuzar la situación vivida, hacer un
resumen de sucesos y relacionar a cada actor con el objeto de llegar a
pesquisas que revelen la identidad de los traidores. Los esperaban dos horas de
hipótesis y supuestos, desacuerdos y coincidencias, insultos y redenciones. En
primer lugar debían asumir una postura de incertidumbre. No sabían como los
recibiría Robledo de Losada. Desconocían la suerte de sus compañeros y a la vez
se mostraban extrañados por la ausencia de visitas a la Penitenciaría. El Juez,
durante el viaje, les notificó que era falso su estado de incomunicación y que
en oportunidades ciertos funcionarios tomaban decisiones no acordes con sus
responsabilidades, además el letrado les confirmó extraoficialmente que los
restantes componentes de la célula insurgente sufrieron apenas un
apercibimiento Real con pena de excarcelación. A medida que avanzaba la
travesía la idea de Valentín iba tomando forma, cuerpo y certeza. Ambos
estimaban como altamente probable que el delator convivía con ellos dentro del
grupo. Fueron quemando kilómetros analizando causas, historias personales y
motivaciones de cada componente. Sólo debían esperar llegar a Robledo y ver el
comportamiento de cada compañero para confirmar sus sospechas. Valentín y
Bernabé, sin mencionarlo, ya intuían la identidad del traidor. Un acordado y
prudente silencio dio por finalizado el tema. A poco de arribar al pueblo
Villazán aceptó la propuesta de su amigo por lo que antes de llegar al hogar pasaron
por el destacamento policial para presentar la documentación oficial e informar
su locación.
VIII – Primeros Pasos
Desencontrarte, fue lo mejor de lo peor que me ocurrió
El final de la primavera le regalaba a
Concepción dos estímulos con aroma a novedad. Por un lado vivirían sus primeras
fiestas navideñas estivales. Algo impensado hasta hace muy poco tiempo. Siempre
sus festejos fueron sinónimo de frío y nieve, eran motivo de encierro y
cuidados intensivos, procurar mantenerse a temperatura era lucha cotidiana en
la hostil geografía castellana. El recuerdo de Valentín y su dignidad como jefe
de familia acopiando leños en plena nocturnidad, permitiendo de ese modo
disfrutar de la pobre reunión, con espacios vacíos y viento, manos al borde del
congelamiento y una mesa a la que le sobraba demasiada superficie. Por otro
lado y al mismo tiempo, la dama estaba recibiendo la sorpresa de los primeros
pasos de Constantino a instancias de Virgilio. Con paciente sensibilidad el
capataz logró, en un muy breve lapso de tiempo, que el pequeño derrotase sus
comodidades y se lance, en forma valerosa, a caminar por los senderos de la
Estancia apropiándose de sus atenciones y descubriendo el mundo que con sumo
afecto lo había recibido entre sus brazos. La carta de Valentín no melló la
estructura de Concepción muy a pesar que la sumergió en un estado de profunda
tristeza. Coincidiendo con el razonamiento de su marido, no había que
desestimar lo bueno que la vida nos proponía, más allá de tener que sobrellevar
secretos y dolores ocultos. El estado de preocupación por su esposo finalizaba
cuando entendía que estaba impedida para ocuparse del asunto, y que en eso se
basaba el éxito de la empresa: Continuar adelante a pesar de las posibles
derrotas. Sabía que los convenios acordados con Valentín eran irreversibles,
que se debían mantener con firmeza, que guardaban la impronta de la convicción
y la pensada lectura del mañana. Su lugar en el mundo no incluía al libertario
y eso lo terminó de entender cuando los primeros pasos de Constantino se
transformaron en seguras caminatas de la mano de Virgilio. Se juró obligarse a
reconocer que debía merecer el sacrificio de su marido y que semejante
deserción lo hacía digno de una lealtad absoluta, aunque esa misma lealtad le
imponga la condición de desatenderse como mujer. No tuvo más remedio que
conversar el tema con su tía. Se sentía ahogada y egoísta,
desagradecida e injusta. La dueña de casa siempre mantuvo prudente distancia al
respecto. Dejó que Concepción afirme sus nostalgias y confíe en ella como si
fuera su madre. Fernanda esperó que el tiempo acomodase los sentidos y procuró
estar a la altura de las circunstancias para cuando su sobrina la necesitase.
Por experiencia de vida sabía que tarde o temprano iba a ser tenida en cuenta.
Era tan mujer como ella, y la llanura estaba demasiado despoblada como para
despreciar semejante oportunidad. El ámbito de La Leonesa le otorgaba a
Concepción seguridades que nunca tuvo. Se expresaba con soltura, sabedora que su palabra era escuchada. Sus
tíos, siempre dispuestos y atentos, la colmaban de encomiendas que la hacían
sentir útil e importante para el establecimiento ganadero. No la sorprendió en
absoluto que una tarde soleada de Enero, Fernanda la invitara a tomar un té con
tortas caseras bajo la galería principal aprovechando que Ángel y Esperanza
estaban cabalgando junto a Virgilio y Juan José mientras Constantino dormía su
siesta de todos los días. La tarde era sumamente agradable. No era una jornada
de agobiante calor. La lluvia del día anterior había apaciguado los humores de
la tierra. El polvillo en suspensión, incómodo y prepotente, resolvió descansar
por un rato permitiendo disfrutar de la merienda al aire libre. Curiosamente la
mantelería dispuesta por la dueña de casa guardaba tonos acordes con las lilas
que decoraban la galería, bordados del mismo color resaltaban en el tapete
central y en las servilletas. La deslumbrante elegancia y un refinado buen gusto
mejoraban la reunión. La escena se completaba con una bandeja de plata y utensilios
dignos de comensales distinguidos. Tanto el té como las tortas no invitaban a
conversar. La mano culinaria de la anfitriona era inigualable.
-
Concepción, puedo preguntarte
cómo te sentís
-
Desde luego Fernanda, para
usted no tengo secretos
-
¿Eso quiere decir que los hay?
-
No son secretos. Son historias
que necesitan su momento para ser narradas porque deben recorrer instancias de
análisis y elaboración
-
Supongo que también requieren
de un interlocutor válido
-
La vida de uno no es una simple
anécdota que sirva para entretener a un improvisado auditorio
-
Espero que no me veas como tal
-
Ni lo piense. Las musas se han
puesto de acuerdo, no aprovechar su afecto y sabiduría sería todo un
despropósito
-
Te escucho entonces
-
Mire que es largo y algo triste
-
Se percibe en tus ojos
El relato de la historia conmovió
extremadamente a Fernanda. Con la lectura de la carta que Valentín le enviara a
Concepción sufrió los avatares de la emoción y un profundo desconsuelo. Estaba
frente a una verdadera epopeya. Protagonistas que formaban parte de una
abdicación compartida en pos de sus hijos y a favor de sus convicciones e
ideales. La lealtad como resultante a pesar de la vergüenza que significaba
pretender bajar de rango y ser un poco más humanos: débiles, minusválidos,
efímeros. La necesidad de reprender a un cuerpo que pide riesgo y satisfacción,
que añora caricias, besos y sudores de extraña identidad. Poemas mal heridos y
ardores contenidos por separados continentes, demostrando la ilegitimidad de la
salvación propia a costa del sufrimiento ajeno.
-
Perdóneme Tía, pero resulta muy
difícil contener las lágrimas
-
También es costoso para mí,
hijita. Aunque no lo veas es una historia de valentías de la cual deberías
tomar nota y sentir verdadero orgullo por vivirla como protagonista junto a
Valentín. Cómo me gustaría conocerlo
-
Tal ves algún día
-
¿Lo creer o lo deseas?
-
No Tía, solamente lo deseo.
Hace rato que aprendí lo estúpido que suele ser el optimismo
-
¿Y Virgilio? Reparé como se
miran
-
Es una persona encantadora. Me
siento realmente protegida cuando está presente. Puedo confiarle a mis hijos
sin ninguna prevención. Su trato agradable y dispuesto me sedujo desde el día
en que lo conocí. A veces pienso que es una estrategia que me dedica con
exclusividad. Pero lo que más lo enaltece es que su cordialidad y corrección es
con todas las personas. Por lo que estimo desconoce eso de la especulación y la
hipocresía
-
Tu diagnóstico personal lo
pinta tal cual es. Dios lo cruzó en nuestro camino poco tiempo después que su
padre Mariano falleciera en un accidente en una de las Estancias de los
Anchorena. Virgilio era un adolescente aún. Se sintió incómodo, pidió sus
cuentas, montó su bayo y partió rumbo a Tres Arroyos. Allí un tendero amigo
nuestro lo contrató hasta que nos lo presentó sabedor de las necesidades en La
Leonesa. Juan José no dudó. La soledad y el desamparo formaban parte del
equipaje del joven. De inmediato lo invitó a que conociera las instalaciones
del establecimiento; desde ese día nos regala y bendice con su presencia y
amistad
-
Y se hicieron cargo de él
-
No exactamente. Pasado el
tiempo tu tío y yo debemos admitir que él se hizo cargo de nosotros. Esta
Estancia es lo que es gracias a su inteligencia. Sus colaboradores, desde el
“Gallego” Álvarez hasta el último de los jornaleros, los escogió personalmente.
Estamos rodeados y cuidados por gente baquiana, honorable y de palabra. Supongo
que las fiestas de fin de año no te habrán pasado desapercibidas al respeto.
Todas esas personas que estuvieron presentes sienten a La Leonesa como su hogar
y a Virgilio como su referente
-
¿Y ustedes?
-
Creo entender que nos ven como
una institución. Viejos inmigrantes solitarios que apostaron a la fe, al
esfuerzo y a la nobleza de la gente que pisa y siente esta tierra
-
Tía, no me diga que me está
vendiendo a Virgilio
-
¿Crees que lo necesita? Pienso
que hace rato lo compraste
-
¿Y Valentín?
-
Te propongo el siguiente juego.
Troquemos a los protagonistas de tus sueños. Cambiemos por un instante sus
identidades, coloquemos a Virgilio en lugar de Valentín y viceversa
-
No puedo hacer eso. Mi esposo
corre con desventaja. El ámbito y las circunstancias no cuentan a su favor
-
Es probable que tengas razón.
Sería tramposo usar esa táctica de convencimiento. Comparar afectos es
compararse a sí mismo. Uno cambia demasiado con el tiempo siendo imposible que
la justicia protagonice la escena
-
¿Se puede amar a dos hombres al
mismo tiempo?
-
Si te pasa es que se puede mi
niña. No es necesario que un tercero, en este caso yo, te lo confirme. Estoy
convencida que estos temas los acomoda el tiempo, aunque a veces ese
transcurrir sea tortuoso y sufrido
-
Gracias Tía...
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