Ángel
Una Historia de Inmigrantes
Novela - (Segunda Parte)
IX – El No Reencuentro
Toda ausencia instala al olvido como aliado
Valentín y Bernabé ingresaron al poblado,
en pleno crepúsculo, por la calle principal. Previamente habían pasado por el
destacamento policial para asentar el domicilio legal y conformar el
instructivo que les entregara el Juez Mantilla. Luego de la usual humillación
que sufrieron en la dependencia por parte del Sargento Romero de Altomare
partieron rumbo al destino consignado.
-
Los voy a estar vigilando
anarquistas de mierda – sentenció el policía –
-
Será un placer y un honor para
ambos – contestó Bernabé - Altomare por supuesto no entendió la ironía del ex
misionero.
Consideraron que hasta el otro día nadie
en el pueblo iba a percatarse de sus presencias. En épocas invernales y a esas
horas las calles se encuentran vacías, las gentes permanecen en sus casa al
abrigo del fuego y prontos a cenar. La puerta de entrada a la vivienda estaba
bien cerrada aunque sin las trabas que por costumbre el matrimonio colocaba
cuando se ausentaba. No le extrañó a Valentín tal cosa. En el pueblo es común
que así sucediese, tranquilamente pudo haber omitido el detalle cuando fue
detenido. Lo que sorprendió su atención fue que el interior de la misma estaba
en perfecta condiciones de orden y aseo. Los enseres acomodados, limpios y
listos para su utilización, las ropas de cama prolijamente dobladas sobre las
camas de los dormitorios, la mesa simétricamente dispuesta en el comedor al
igual que su mobiliario circundante, los vidrios y los espejos ausentes de
hollín, la cocina impecable, los postigos de las ventanas asegurados, los
baúles perfectamente cubiertos y hasta un cajón completo de leña seca para ser
utilizada. Valentín y Bernabé se miraron como intrusos. Medio en broma, medio
en serio el devenido artesano alcanza a sugerir... - Todo indica que aquí vive
alguien -. El dueño de casa lo miró con gesto antipático
-
Temo afirmar que acá se nota
demasiado la mano de una mujer - agregó
el joven –
-
¿Y vos que sabés de eso?
-
Un párroco sabe más de la vida
de lo que la mayoría supone; teniendo en cuenta que ya no lo soy, afirmo mis
conocimientos como artesano
-
¡Joder con eso!
-
No hay nada que hacer Valentín.
El humor no es lo tuyo
-
Es que me molesta mucho que te
hayan obligado a renunciar
-
Lo sé y te lo agradezco. Pero
no tengas cuidado, jamás podrán lograr que renuncie a mi fe. La diferencia es
substancial. Se puede servir al Señor de muchas formas
-
Me alegra tu convicción
Mientras Bernabé distribuía
estratégicamente tanto las lámparas de aceite como los candelabros y Valentín
acercaba leña con el objeto de prender la cocina para apaciguar el frío, se
escuchó el entreabrir de la puerta de entrada. Un abrazo conmovedor los unió a
los tres sin eufemismos ni preguntas. En ese momento, tocarse, sentirse vivos y
presentes era lo único importante. Los muchachos lloraban a la par, mientras
María de los Ángeles Puenzo los contenía contra su pecho acariciándoles la
cabeza, besando alternativamente sus rostros mojados, dándose permiso,
dejándose llevar por flaquezas nunca antes exteriorizadas, lejos de la
ideología y de las demandas obreras.
-
¿Cómo estás, cómo están todos?
– preguntó Valentín –
-
Ustedes son lo importante –
corrigió Puenzo - ¿Qué les ocurrió?
-
Ya tendremos tiempo para eso.
Queremos saber del grupo – insistió González –
-
El grupo se desarmó. Algunos,
luego de lo sucedido, partieron para Astorga a sumarse dentro de las filas de
la Central. Otros se acobardaron y
emigraron a tierras portuguesas. En fin. La única que permaneció en Robledo fui
yo a la espera de novedades. Nunca perdí las esperanzas de que volvieran. Sabíamos
dónde estaban pero no cómo estaban. Desconocíamos de sus suertes debido al
estado de incomunicación en el que se hallaban
Los hombres se miraron con atención. Un
primer indicio había surgido de manera espontánea.
-
En lo personal – continuó la
mujer – me preocupé en mantener vuestras pertenencias en óptimas condiciones de
uso y conservación esperando por la vuelta. Lo suyo Bernabé, me fue imposible.
De la capilla de Iruela nada quedó que no fuera ceniza. Sólo pude recobrar este
pequeño cofre que resultó indemne en el incendio. El trabajo lo comencé hace
dos meses, Valentín, luego de enterarme por parte del viejo Anzarda que
Concepción le había escrito desde Argentina. A partir de ese momento me instalé
en la casa a modo de guardián pretoriano por si alguna novedad se hacía
presente.
Los ex convictos seguían escuchando con
atención las palabras de Puenzo que con su coloquial verborragia continuaba esta suerte de informe confidencial.
-
Se le ve bien Bernabé con tu
nuevo estado civil – afirmó la mujer –
Otro cruce de miradas encontró cobijo en
un punto de la habitación. La sospecha se había transformado en certeza. El
silencio fue el aliado del momento. Ambos coincidieron en ocultar sus
seguridades en pos de mayor información.
-
Por aquí todo sigue más o menos
igual – continuó la muchacha -, lo que al principio simuló ser un pueblo sitiado
con el tiempo se fue aplacando en la medida que las fuerzas de seguridad fueron
disminuyendo en efectivos. En la actualidad ya no queda personal de la Guardia Real. Sólo han reforzado el destacamento policial.
-
Te pregunto ¿Alguna vez se supo
cómo las fuerzas castrenses contaron con información acerca de las tareas de
nuestro grupo? Siempre nos pareció sospechoso que la Capilla haya sido blanco
de incursión teniendo en cuenta que únicamente nosotros manejábamos el dato del
punto de reunión – afirmó Bernabé, para luego agregar - ¿Cómo te enteraste que
tuve que renunciar a los votos?
Los ojos de la viuda hallaron la
incomodidad de una situación por demás provocada. Sus pechos, tocados azarosamente y
deseados por Valentín minutos antes cuando privaban los abrazos y las
emociones, ya no formaban parte del interés del líder. Las traiciones no son
errores y no se las puede medir por los resultados. Más allá que no hubo
víctimas a lamentar se desactivó algo más que un grupo de insurgentes. María de
los Ángeles había asesinado arteramente la fe y la confianza que Valentín y
Bernabé sentían ante cada acción y ante cada gesto emitido por ella. Poco
importaban las razones. Uno es todo lo que hace y algo de lo que piensa y
dice. Lo de la Puenzo hablaba por sí mismo de valores inconsistentes y
maltrechos. Había mentido, había estafado a personas que supuestamente amaba.
-
No tenemos muchos deseos de
escucharte - aseguró Valentín -, si te
queda alguna porción de dignidad puedes ponerla en práctica en este mismo
instante, de lo contrario no tendrás dificultades para encontrar la salida
Media hora le costó a María de los
Ángeles para recomponer su estampa. Un ataque de nervios, en donde se mezclaron
gritos, lágrimas y golpes, sacudió una casa en la que nunca se vivieron
situaciones extremas. Los pedidos de perdón eran lamentos desarticulados que,
por el momento, no hallaban interlocutores interesados.
-
No tengo demasiado para
agregar. La necesidad de ser mujer superó mis propias fidelidades. Siento cada
desatino como una estaca permanente. Algo que me lacera desde el luctuoso día
en el cual la milicia barriera con nuestras ilusiones abrevando de mis ruines
egoísmos. Durante un tiempo me justifiqué tratando de convencerme que la culpa
la tenía usted Valentín. Su rechazo significó algo más que una suerte de
despedida. No fue un simple desacuerdo afectivo. Lo amaba, lo amo. No supo ni
tuvo nunca la intención de valorar todo el sentimiento que me inflamaba de
vergüenza, instancia que hacía sentirme sumergida e impotente. Mi cuerpo dispuesto
deseaba ser utilizado por sus olvidos y amnesias momentáneas. No me importaba
que cerrara sus ojos y me vea Concepción. Sólo necesitaba que me penetre como
dueño, como propietario absoluto de mis gritos y gemidos, que se muestre
cansado, culpable y que luego de bañarme son sus sudores llore abrazado a mi
desnudez. Reitero, la desesperación no pudo superar ese calvario.
El silencio se hizo dueño de un ámbito
que se mostró un poco más atemperado. Bernabé estimó prudente ir a la cocina y
preparar alguna infusión que ayude a calmar el frío y acaricie tibiamente
gargantas ciertamente desgastadas. Sorpresivamente Valentín se levantó de la
silla y abrazó a María de los Ángeles. Besó sus labios levemente y acarició su
cabello. Le pidió que se tranquilizara y que cuando pudiese, continuara con su
relato.
-
Despechada y luego de su
desprecio – siguió Puenzo – aquella tarde me fui de Iruela dispuesta a
destruirlo. Mi intención era que lamente de por vida haberme rechazado. Ebria
de indignación y afectivamente abandonada me dirigí en forma segura al
destacamento policial con el fin de atestiguar sobre la reunión presenciada e
informar las tareas que planeaba el grupo. Romero de Altomare tomó mi
testimonio sin perderse la ocasión de practicar la humillación como método,
mofándose ante cada dolor exhibido. Supongo que luego de esto, el Sargento
notificó a sus superiores para luego planificar la posterior redada. A partir
de ese día se me hizo muy difícil convivir con mis herrumbres. La conciencia
puede más que cualquier otro castigo o prisión. Como si esto fuera poco, el
Sargento utilizó mis miserias para la extorsión. De no aceptar su solicitud de
sexo semanal divulgaría públicamente mi traición. Saberlo vivo me colmó de
fuerzas para no ceder ante dicha expoliación echándolo de mi casa con la fuerza
de su propia arma. Desconozco la razón por la cual nunca llevó a cabo su
amenaza. Se me ocurre que prefirió no abusar de su suerte teniendo a su lado
una persona que lo odiaba y que no tenía nada que perder. Sé que es imposible
recuperar su confianza. Estoy al tanto de vuestras penas por las burlas que el
Oficial me dedicaba oportunamente; por él me enteré de la renuncia de Bernabé
-
¿Tenemos qué saber algo más? –
preguntó Valentín –
-
Creo que no. Nada me he
guardado
-
Bien. Te propongo vayas a
descansar un rato. Inmediatamente con Bernabé nos pondremos a analizar los
sucesos
-
Sé que no estoy en posición de
pedir nada, pero no quiero ir a mi casa
-
Veamos. Las camas de la
habitación de los pequeños están a tu disposición; puedes utilizar cualquiera
de ellas
-
Gracias Valentín
-
Por ahora vete a dormir.
Todavía no hemos terminado contigo – sentenció Villazán –
Cuando se aseguraron que la Puenzo se
había dormido acordaron preparase un caldo reparador en compañía de algunas
rodajas de pan tostado. No tenían sueño. Habían dormido demasiado en prisión.
El silencio los acompañó hasta mediados de la improvisada cena. Un tempranillo
cómplice los invitó a pensar sobre las recientes confesiones.
-
Tengo la sensación que de todo
esto podemos sacar algún beneficio
-
¿Beneficio? No te alcanzo a
entender Bernabé
-
Pensemos por un momento. Las
fuerzas del orden nos suponen desactivados. Nuestros compañeros han emigrado y
su informante, Puenzo, ya no cuenta
-
Sigo sin entender hombre
-
La cosa es así. La soberbia del
poder los transforma en personajes que sospechan tener todo controlado. Pues
que lo sigan pensando entonces. Esa actitud nos va a permitir actuar, siempre
de manera prudente, a favor de nuestras convicciones
-
¿Cómo?
-
Bueno, que eso lo determine la
Central de Trabajadores. Ellos sabrán asignarnos tareas acordes a nuestras
posibilidades. Lo fundamental es enterarlos que seguimos a disposición, con las
limitaciones que nuestra situación presenta
-
Sigue pensando en voz alta
Bernabé, me interesa el enfoque
-
La clave de la operación es
María de los Ángeles actuando como correo
-
¿Y volver a confiar?
-
No le llamo confianza. Es un
simple equilibrio de intereses. No te olvides que ella está segura que durante
los próximos cinco años debes permanecer en Robledo de Losada. La posibilidad
de estar a tu lado se desprende de tal situación. Además guarda para con
nosotros un sentimiento de responsabilidad del que se debe liberar; y eso
requiere mucho esmero de su parte
-
Disculpa Bernabé, pero veo tu
hipótesis como muy especulativa y ciertamente hipócrita. Me parece la mera
utilización de una persona débil. Siento que te has vuelto algo inescrupuloso
-
No Valentín, estás equivocado.
Es justamente darle la oportunidad que recomponga sus afectos y entierre en
forma definitiva la tontera cometida. Hablarle claro es nuestra obligación. Sin
engaños ni bajezas. Hasta creo que se alegraría por estar nuevamente integrada
a la lucha. La elección va a seguir siendo de ella, estando seguro que con el
tiempo los dos volveremos a reconocerla confiable
-
¡Mi querido Bernabé!, eres
tremendamente hábil para retorcer argumentos, evidentemente jamás vas dejar de
ser Cura
-
Te propongo que lo pienses
Valentín. Si bien no tenemos hombres, podemos todavía ser de mucha utilidad
para la organización; aunque más no sea para precisar los movimientos de la
Guardia Real y cosas así
-
Prometo que lo haré. Ahora vayamos
a descansar
Compartieron el dormitorio principal,
estaban acostumbrados a dormir juntos. Ambos sabían que sus espaldas estaban
muy bien protegidas. El aroma del desayuno los despertó casi al mismo tiempo.
Una cerrada oscuridad estimulaba el frío amanecer. Los días en invierno son muy
cortos en La Cabrera. Valentín interrumpió la tarea de Puenzo con un cordial y
sincero saludo. Los ojos de la muchacha todavía conservaban las huellas de
profundo llanto de la víspera. La combinación de tostadas de pan casero, huevos
y café resultó la elección que María vio como propicia para iniciar la jornada.
No se atrevía a mirar a sus comensales; se comportaba como una criada medieval
y no como una compañera de luchas y sufrimiento. Cabeza gacha y siniestramente
oculta entre ropajes oscuros se mostraba demacrada y de mucha mayor edad.
Trataba de pasar inadvertida escondiendo abundancias y encantos, esos mismos
que en alguna oportunidad le habían quitado el sueño hasta al propio Bernabé
cuando sus días de Cura.
-
Por favor Puenzo, deja de joder
con eso y ven a sentarte con nosotros. Tenemos que hablar, acá no hay criadas,
el desayuno está para compartirlo – sentenció Bernabé –
-
Vamos mujer – agregó Valentín
–, somos lo único que sobrevive del grupo de Robledo, hay mucho que debatir y
determinar
La mujer encontró en esas palabras una
redención inesperada. Sus más optimistas sueños no contaban con esa invitación
que acababa de recibir. Algunas lágrimas se presentaron condicionando el
momento. Esta vez la emoción por estar incluida superaba largamente su tristeza
nocturna...
30 de Noviembre de 1892
Amada Concepción:
Las novedades que tengo para contarte
no son las mejores. Sería ilegítimo de mi parte ocultar la realidad y que sigas
esperando por...
X – El No Regreso
Con la pereza de mi desesperación te esperaré
Entrado el mes de Febrero de 1893
Concepción recibió la carta de su esposo. Se dispuso para su lectura sin apuros
buscando el momento y el lugar adecuado. En soledad y bajo una de las galerías
laterales de la Estancia el fresco de un verano en retirada la invitaron a la
apertura del sobre. A priori sentía una suerte de ambigüedad. No sabía con
claridad si deseaba leerla; estaba segura que esperaba buenas nuevas pero a la
vez no quería cruzarse con términos como regreso o reencuentro. Su mundo
construido no incluía a Valentín y eso la hacía pobre y egoísta. Nunca se
permitió pensar que el mismo Valentín podía estar de acuerdo con ella, lo sabía
solidario y auténtico, pero con debilidades humanas, comunes y corrientes. El
miedo se apoderó de ella mientras trataba de abrir la correspondencia. Sus manos
temblorosas le comunicaban que su destino y el de sus hijos iban a depender del
tenor de la misiva, pensó engañarse, simular no haberla recibido. De inmediato
desechó la idea. Valentín no merecía semejante expresión de necedad. Tomó el
cortante, abrió el sobre instalándose en Robledo de Losada por última vez...
El Incendio – Febrero de 1898 -
Por las estrellas, descubro que tu cuerpo todavía es
Sólo las cenizas y una marcado gris
delineaban las sombras del cobertizo principal de La Leonesa. Alguna vez Valentín
le había sugerido no tomar decisiones cuando el corazón estaba siendo sometido
a prueba; sostenía que es mejor aguardar por la calma, de forma tal, eliminar
esas primera presunciones apuradas plagadas de visiones aparentes y ausentes de
toda inspiración y racionalidad. Algo así como correrse del ojo de la tormenta
para apreciar la totalidad del fenómeno, tratando de acotar toda posibilidad de
omisión o error que usualmente propone la sensibilidad. Para Concepción era muy
difícil, en ese contexto, asimilar aquellas enseñanzas; habían pasado algunas
pocas horas desde el entierro de Virgilio. Estaba absolutamente sola y
enfrentada al destrozado cobertizo, seguía sin entender las insistentes muecas
que la vida le reservaba de modo persistente. Mucho tiempo necesitó para salir
victoriosa de la batalla interna que le propusiera ese hombre; convencerse que
había llegado el tiempo de refrescarse con aquellos elixires prometidos por las
musas y que nada podía hacer para evitar lo inevitable, que su lugar en el
mundo venía con el ornato de un nuevo amor, joven, tímido, apocado, cauteloso,
solicitando permisos adecuados y exhibiendo suma caballerosidad. Estaba lista
pata interceder entre sus obligadas prevenciones y sus deseos; habían pasado
sólo algunas horas desde que todo volviera a la normalidad. La llanura
bonaerense mimetizándose con La Cabrera. Especuló para sí que todos los
cementerios guardan idénticos secretos y que ninguno de ellos merecían ser
divulgados. La muerte visita a la vida sin eufemismos, la vida invita a la
muerte y nos engaña. No tenemos en cuenta que tiene la inalterable paciencia de
lo que se reconoce impune. Continuaba turbada y arropada dentro de su luto
sucinto, esperando que por entre los escombros aparezca el muerto, aunque más
no sea para despedirse. Sus hombres no solían entristecerla cuando decidían
marcharse. En tal sentido tanto Valentín como Virgilio fueron condescendientes
con la dama; en ambos casos el carácter irreversible de la cuestión liberaba a
Concepción de la común incriminación o culpa que toda separación ostenta.
Volvía a estar sola por mandato divino, determinación histórica o simplemente
deseo superior. Quiso creer que por entre las cenizas, ciertas sombras la
movilizaban invitándola a compartir la eternidad. Desdeñó la propuesta,
prefiriendo su segura soledad y el cuidado de sus hijos.
Las lluvias Octubre de 1897 habían
delineado un ambiente de moderado optimismo. La seguridad que la caballada iba
a contar con frescos verdeos para su alimentación y que la tierra acopiaba
conveniente humedad como aspirar a una buena cosecha permitió que las navidades
de ese año se vivieran con mesurada euforia. De todas formas tanto Virgilio
como su tropa atendían con llamativo desvelo el asunto debido a que aquellas
precipitaciones habían llegado tardíamente y que su milimetraje no resultaba
suficiente para dejar de pensar en los riesgos adicionales que siempre propone
un largo período de seca. En verano la preocupación principal radicaba en los
posibles focos ígneos provocados por tormentas eléctricas que en alianza con
las altas temperaturas de la temporada y los fuertes vientos del norte podían
dar por tierra con todo el esfuerzo de una vida. En ese sentido para los
hombres de la estancia toda prevención era insuficiente, en consecuencia se
trabajaba permanentemente para acotar los efectos de un posible siniestro. Para
ello se trataba de conservar los alrededores de los cobertizos donde moraban
los animales de estirpe cubiertos con pilas de gruesos bolsones húmedos, de
modo laboren como aislantes del fuego. El ganado rústico y comercial que se
desarrollaba libre en los potreros corría instintivamente sus fronteras en la
búsqueda de pastos tiernos y espejos naturales de agua dulce. De todas formas
los baquianos solían guiar a las manadas para que ningún animal quede librado
al desamparo. A posteriori del incidente serán estas quinientas cabezas las que
se salvarían y darían valor efectivo a La Leonesa como importante
establecimiento ganadero permitiendo su rápida comercialización a favor de los
colonos Pazzarotti. Mirar “el” cielo constituye una rutina muy poco valorada en
el campo; debe ser porque existe la seguridad de su eterna permanencia. Mirar
“al” cielo es una necesidad imperiosa cuando el clima no acompaña. Es “al”,
como sujeto viviente, se transforma en una suerte de súplica imprescindible,
rezo constante a mitos, dioses paganos y demás brujas existentes que aúnen
voluntades a favor de embeber a la tierra con dones sensatos y de ese modo
guarecer a sus frágiles habitantes de peligros y maldiciones.
La madrugada del cinco de febrero
sorprendió a la región con una tormenta de envergadura; poderosos truenos y
constantes refusilos simulaban bienaventuranza. Cada habitante en cada
dormitorio de la finca vivía la situación como una vindicación divina; las
cosas volvían a estar en su lugar. Si bien eran los primeros aprestos, la
lluvia todavía no se hacía presente; el viento acompañaba los sonidos que
presagiaban en próximo bautismo. Desde el ventanal del dormitorio de la tropa
Virgilio observaba con suma atención el desarrollo del fenómeno climático. Amen
de aguardar la llegada de la lluvia sabía que nada podía dejar librado al
albedrío de la naturaleza, estaba todo muy seco para desentenderse. A cien
metros del lugar un imponente rayo se hundió cerca del cobertizo principal; dos
de los álamos que escoltaban al galpón cayeron sobre el techo con sus troncos
encendidos. El haz lumínico provocado por las llamas fue inmediatamente
percibido por el capataz, al instante ordenó a los jornaleros alistarse para la
tarea. Dividió la partida en tres grupos; el primero de ellos tendría que
ocuparse de contener el fuego dentro de límites precisos para que no invadiera
otras dependencias de la finca. Para ello, palas, picos y todo aquello que
sirviera para armar zanjas o taludes serían de utilidad; el segundo grupo debía
tratar de morigerar los efectos del siniestro aislando aquellos focos que no
pudieran extinguirse. El último sería el encargado de espantar a los animales
del cobertizo, soltarlos y arrearlos hacia potreros linderos. Esta tarea debía
poseer suma eficacia de modo evitar que la tropilla enrede sus patas con
alambres o materiales similares. Puso a la cabeza de este grupo al “Gallego”
Álvarez; confiaba ciegamente en la eficiencia del veterano sordomudo en estas
cuestiones. Nadie mejor que él para tratar con la noble fiera. Juan José se
puso al frente del grupo responsable de mantener el fuego dentro de sus
límites, mientras que Virgilio se reservó para sí el comando de la brigada
encargada de apagar el siniestro. Las damas junto con los niños mantuvieron
reparo bajo las galerías delanteras del casco principal. Vale acordar que el
capataz asumió para su destino la tarea de mayor riesgo ya que no contaba con
elementos adecuados; a eso debemos sumar que el viento era ciertamente violento
y la lluvia todavía no se había hecho presente, por lo tanto el vendaval
estimulaba al azote llameante con inusitada ferocidad. A dos horas de desatarse
el cataclismo, la lluvia presente desde hacía un buen rato aflojó los dos
palenques mayores del cobertizo. Como resultante de la acción la viga lateral
cedió y cayó en llamas encima de la humanidad de Mendía. Al instante las ropas
adheridas a la piel comenzaron a arder en medio de sus gritos desesperados y
pedidos de auxilio. Varios intentaron socorrerlo. Antes del inicio de una nueva
tentativa de socorro la viga central también cedió cayendo desde los ocho
metros de altura sobre el cuerpo maltrecho del capataz. Este golpe resultó
letal determinando la suerte de Virgilio. Luego de una breve agonía moriría a metros del tinglado en
los brazos del “Gallego” Álvarez minutos después de que calmara el desastre. La
hoguera nunca llegó a poner en juego el destino de la finca y los animales
quedaron a salvo de una muerte segura. El operativo diseñado por el capataz
había dado muestra de una eficacia absoluta. Sólo había que lamentar la pérdida
del cobertizo, cuya futura inversión era relativamente importante.
Marzo de 1904
Tres
Arroyos – Provincia de Buenos Aires – Argentina
Bernabé descendió en una estación de
ferrocarril sencilla y con señales prolijamente distribuidas. El largo viaje le
permitió descansar a intervalos reparadores. Tres Arroyos por entonces era un
pujante conglomerado de inmigrantes en donde los idiomas y las razas se
mezclaban emulando una suerte de Torre de Babel. Alemanes del Volga, daneses,
gringos, españoles castellanos, gallegos y vascos conformaban junto al
paisanaje criollo un ejercito de sufridos entusiastas; esforzadas almas en
procura de un paraíso inexistente, corridos de una Europa castigada por el
desencuentro, la injusta distribución de la riqueza y las luchas fratricidas.
La máquina llegó puntualmente a pesar de
las quince horas de viaje. Durante el trayecto pudo comprobar las razones de la
fama de ese sitio. Leguas de llanura virgen a la espera de que el hombre inicie
su proceso productivo. Tierras de manso verdeo aguardando por el pastoreo del
ganado. Horizonte, ocaso y amanecer, todo muy previsible, irrespetuosamente
hermoso. Un seductor mimo para los ojos, paisaje de planicie, monte y lomada.
El arribo se produjo siendo noche
cerrada, en consecuencia, Bernabé decidió tomar una habitación en alguna
pensión de las cercanías con el objeto de descansar cómodamente, para luego, al
día siguiente y bien temprano, comenzar con la búsqueda que motivara su
travesía. El guardia de la estación del ferrocarril le recomendó sin dudarlo la
posada de Pura Martínez. Lugar limpio y familiar que acompaña su servicio de
habitación con un desayuno completo en productos caseros elaborados por la
misma dueña. La “Gallega”, así apodada por su origen logroñés, tenía
justificada fama por ser una simpática y cordial anfitriona que desvivía sus
instancias a favor de una buena asistencia para el viajero. Presumía ser la
imagen del pueblo considerando vital la importancia que tenía una primera
impresión. Desde luego que lograba su cometido. El lugar coincidía con la
recomendación del uniformado, mostrándose Pura como una notable docente en el
arte de la cortesía.
-
Buenas noches, perdone la
molestia, acabo de llegar al pueblo en el servicio nocturno y necesito un
cuarto sólo por ésta noche
-
Como no caballero, la posada
está a su disposición. Me puede informar sus datos personales. Le cuento que se
abona por adelantado, en efectivo y con moneda nacional
-
Naturalmente, no tengo
objeciones. Bernabé Villazán, nativo de Quintanilla, municipio de Truchas,
Provincia de Castilla y León. Cuarenta y cinco años de edad, soltero, de
profesión artesano. Aquí le presento mis permisos de circulación
-
Hay muchos leoneses por la zona
– se atrevió a comentar Pura –
-
¿Usted es de Galicia verdad? El
acento es inconfundible
-
Más precisamente de Logroño
-
Últimamente anduve mucho por su
tierra
-
Bueno señor Villazán está todo
en orden. Acompáñeme que lo guío hasta su habitación
-
Será un placer
Pura, más allá de su cordialidad,
ostentaba encantos merecedores de atención. Andaría por los cuarenta,
mostrándose maciza y siniestramente seductora. Mientras la camisa dejaba
entrever el surco de sus exuberancias el cabello era exhibido parcialmente
atado, por lo que algunos mechones le caían en forma tan escueta como bella. Toda una tentación para el solitario viajero. Su buen trato convocaba a la
confusión; no entender con claridad si tal cuestión radicaba por mero interés comercial
o por cualidades personales de uno, era cosa que mantenía el clima expectante y
atento ante cada referencia que indique un exceso de confianza. Primero le
informó la ubicación del baño para acompañarlo luego hasta la habitación. Dejó
que Bernabé ingresara primero, le hizo las recomendaciones básicas con respecto
al comportamiento dentro del inquilinato y se retiró con sonrisa desplegada.
Hacía rato que el artesano misionero había abandonado el voto de castidad por una vida
que le rindiese homenajes a su cuerpo. Y Pura era todo un homenaje.
Cerca de las nueve de la mañana Bernabé
descendió de la planta alta para iniciar el día y comenzar a justificar las
razones de su viaje. Al verlo, Pura lo invitó a desayunar en su compañía en el
comedor principal. La aceptación se produjo al instante de finalizada la frase
mientras la mesa era adornada por la anfitriona con dulces, quesos saborizados,
mantecas y panes tibios; desde el mueble anexo la tetera humeaba una infusión
cuyo aroma era de compleja presunción.
-
Pruébelo con confianza. Es un
té de hierbas típicas de la zona con un aderezo aromitazante de frutos rojos.
Se lo recomiendo, insistió Pura
-
El aroma es envolvente
-
Esa es la intención. Envolver
al pasajero con sensaciones que difícilmente pueda o quiera olvidar
-
Juro que lo logra señora. Es
muy sabroso – sentenció un Villazán absolutamente entregado a los candores de
la dama –
-
Disculpe la curiosidad ¿Cura o
Maestro?. Manos de artesano usted no tiene
-
No debe disculparse. Soy un
exparroco obligado a ser artesano por la autoridad Real. Veo que su capacidad
de observación es tan eficiente como el servicio de hospedaje que propone
-
Un caballero extranjero,
soltero, de mediana edad, excelente presencia y poseedor de un nivel
intelectual superior no es muy frecuente por Tres Arroyos
-
No se asuste Pura. Vengo con
una misión específica. Tal vez usted me pueda ayudar
-
Si está dentro de mis
posibilidades lo haré con mucho gusto. Su solicitud cooperaría para dejar de
lado cierta rutina empalagosa
-
¿Soltera? – preguntó Bernabé –
-
Viuda. Mi marido falleció en el
vapor, durante el viaje
-
Lo siento mucho
-
Gracias. Desde ese día mantengo
firmes mis convicciones con respecto a mi destino y el grado de riesgo que debo
correr, sobre todo en cuestiones personales
Bernabé sintió esas palabras con una
verdadera declaración de principios éticos, en consecuencia, no estimó insistir
sobre asuntos que evidentemente la incomodaban. Se sabía hermosa y deseable, y
sabía también cómo manejar esas dos variables.
-
Si mal no escuché se
autodefinió como un exparroco devenido en artesano obligado por la autoridad Real. ¿Me tomaría por incauta si le pido me aclare su situación legal?
-
No tema. Le advierto que es una
historia que no puede omitir detalles. Contiene elementos de extrema nobleza,
acciones heroicas y maravillosas fidelidades. Pero como toda historia posee
miserias inevitables. Algo de eso tiene que ver con la gestión que debo llevar
a cabo en estas tierras
-
Lo escucho entonces...
El relato duró hasta el mediodía. Por
fortuna ningún intruso asomó para interrumpirlo. Pura ya sentía que formaba
parte de él; supo admirar y odiar a cada personaje a la par que Bernabé trataba
de hacerle comprender la reseña con la natural fragilidad de lo que se
reconoce inevitable. Tal como afirmara Valentín, Bernabé nunca dejará de ser
Cura. La dama logró observar en ese hombre un singular orgullo por la vida que
le tocó en suerte.
-
Me ha emocionado Villazán.
Usted dirá cómo puedo ayudarlo. Me siento en deuda, hace mucho tiempo que nadie
confía en la cortesía de mis silencios
-
Puede ser por culpa de su
belleza – sugirió Bernabé -. Es probable que sus demasiados insten a
prevenciones que requieran de valentía. Y cuando hablo de demasiados, hablo de
una personalidad fuera de todo estereotipo, independiente y muy segura de sí
misma; convengamos que usted tiene una personalidad intimidante
-
¿Me equivoco si lo ubico dentro
de aquellos valerosos que se arriesgan sin tener en cuenta tanta prevención?
-
No lo dude mi señora
-
¿Desea almorzar?
-
Le aboné por una noche
incluyendo desayuno, me parece que si acepto debería, cuando menos,
corresponder con la tarifa establecida
-
Hagamos un trato Villazán.
Almorzamos, y como tarifa me cuenta en qué puedo ayudarlo de manera efectiva
para el éxito de su empresa
-
Tendría duplicada la deuda
-
En absoluto... Su estancia aquí
me está resultando una inesperada bendición
-
Acepto entonces. Pero con una
condición; colaborar en la cocina
El clima del almuerzo fue tan agradable y
sustancioso como la carne de cordero asada. Papas como guarnición y un tinto logroñés
en el interior de una señorial jarra de cristal terminaron por decorar el paladar.
Cualquier incauto los hubiera confundido pareja.
-
Necesito llegar a La Leonesa y
encontrar a Concepción. Como le comenté la finca se dedica, como explotación
principal, a la cría del ganado equino. La propiedad está ubicada en los
alrededores de un pueblo llamado Cascallares y pertenece a un matrimonio mayor,
también de origen castellano. Fernanda González y Juan José Villamayor son sus nombres. Es la única
información que poseo
-
No es poca cosa. Por la zona
estoy casi segura que sólo existen tres establecimientos ganaderos con esas
características y ninguno de ellos tiene ese nombre. Cascallares es una pequeña
población muy cercana de aquí como para no aprovechar e ir uno mismo. ¿Esos
datos que tiene son recientes?
-
Son antecedentes que tiene más
de una década. Por eso me parece que su propuesta de recorrer las fincas
personalmente en busca de información es la más adecuada
-
Me gustaría acompañarlo
Bernabé. Lamentablemente se me hace imposible al no contar con un asistente que
me reemplace. Lo que le puedo ofrecer es lo siguiente: Primero trataré de
conseguirle un mapa con la ubicación exacta de cada estancia. Segundo le cedo
mi tordillo para recorrer la comarca, y tercero se sirva del hospedaje de esta
posada sin cargo hasta que finalice su misión
-
Le agradezco de corazón, pero
me parece un verdadero abuso
-
Deje de lado las prevenciones
de las hablaba Villazán y compórtese como lo que es
-
¿No me deja alternativa?
-
No tiene alternativa
A la mañana siguiente Pura le informó que
ya no había razón para demorar su partida debido a que el danés Rasmussen le
había enviado el mapa prometido, estando el tordillo presto y ensillado en el
palenque. También le había conseguido el nombre de los tres establecimientos a
visitar: Judlandia, La Verbena y El Mirador
-
Gracias por todo. Espero estar
de regreso por la noche
-
Ni se le ocurra otro sitio para
cenar y menos para pernoctar
-
Así será, se lo aseguro
Cuatro leguas separaban a la ciudad de
Tres Arroyos de la finca La Verbena. Hora y media a paso moderado le
alcanzaron para llegar al más cercano de los sitios que debía visitar. Ingresó
al predio saliendo de inmediato a su encuentro el capataz, un tal Mendizábal,
natural de Navarra. Ante la consulta de Bernabé la respuesta del mayoral fue
contundente. La propiedad desde hacía treinta años estaba bajo los dominios de
la familia Ormaechea, vascos franceses domiciliados en Buenos Aires.
-
Tal vez entonces tenga datos
acerca de un establecimiento similar llamado La Leonesa
-
En lo personal desconozco esa
finca mi amigo, tengo sólo cuatro años en la zona, pero si me espera voy a
llamar al administrador para mayores precisiones
De una de las puertas de la casona sale
Mendizábal acompañado de un atildado caballero de impecable estampa y amplia
sonrisa
-
Sea bienvenido a La Verbena, en
qué puedo serle útil señor, me apellido Lazarte
-
Encantado, soy Bernabé
Villazán. Estoy tratando de ubicar el establecimiento ganadero La Leonesa cuyos
propietarios son los Villamayor González, naturales de Castilla y León
-
La Leonesa ya no existe como
tal. La finca fue vendida hace seis años a los Venzinni, una familia de origen
italiano. Actualmente se llama El Mirador. Es gente muy amable, trabajadora y
sabedora de los secretos del negocio. No tenga reparos en acercarse a su
propiedad, ellos deben saber qué pasó con La Leonesa y el destino de su gente.
-
Muchas gracias señor, no lo
molesto más entonces; continúo con mi viaje
-
Si lo desea puede cortar camino por
nuestra propiedad. Desde aquí tiene seis leguas hacia el sur; de lo contrario,
por el camino real, se le alarga demasiado
-
Tomo su convite. Le reitero mi
gratitud
La inmensidad de la llanura y el viento
lo acompañaron hasta llegar a destino. La posibilidad de hallar a Concepción y
a los niños era todo un desafío. No se castigó con absurdas conjeturas, esperó
tener información concreta desestimando cada pensamiento que le aplacase esta
grácil sensación de reencuentro. Prefirió dejarse absorber por el poderoso
ámbito que lo rodeaba. El paisaje y Pura aparecían alternativamente en su
cabeza, sin solución de continuidad. Cerca de llegar a El Mirador se podía
observar a la caballada pastoreando. Centenares de animales con pelo variado y
sorprendente belleza regalaban una postal muy difícil de describir. Los
hermosos animales simulaban moverse de acuerdo a una coreografía preestablecida
conformando secuencias sincronizadas y estéticamente perfectas. Estimaba como
probable que el arte y Dios hayan decidido sacramentar, con sumo recato, contratos
extraoficiales por estas tierras.
-
Buenas tardes, me apellido
Villazán
-
Como está usted, mi nombre es
Mateo Venzinni y soy el propietario del lugar. ¿En qué puedo serle útil?
-
Estoy interesado en ubicar la
finca La Leonesa y a sus propietarios, el matrimonio Villamayor. Soy amigo de
la familia y vengo desde Castilla con recados personales
-
Apéese del tordillo mi amigo,
tiene para largo. Venga que unos mates nos harán de buena y necesaria
compañía...
*
Acodada en el palenque la dueña de la
posada observaba con atención las estrellas que como nunca tapizaban el cielo
tresarroyense. La noche avanzaba clara y mansa. La luna había decidido
marcharse en la busca de otras latitudes, sólo el brillo de lo incierto
iluminaba los temores y deseos de Pura Martínez.
-
No son horas de llegar Villazán
-
Le pido disculpas señora. Me
retuvieron cosas de la misión, además no le quise maltratar al tordillo con
inútiles exigencias y apuros.¿Creyó que no volvería?
-
De ninguna manera; preocupación
nomás. Jaurías de perros, zorros, víboras y demás alimañas son los dueños de la
nocturnidad del monte, sin mencionar los pendencieros que andan por los
senderos en busca de la provocación y el embuste
-
Sabía de los peligros; he
tomado mis recaudos al respecto. Gracias por sus desvelos Señora
-
Venga entre... me tiene que
poner al tanto de lo que pudo averiguar. Mientras me cuenta le doy un golpe de
calor al ragú de verduras que preparé para la cena.¿Qué me cuenta de un Madeira
como aperitivo?
-
Imposible negarme ante
semejante propuesta. Apenas pude tomar unos mates durante el día. Le acomodo el
caballo en el corral y enseguida estoy con usted
La cena transcurrió con la complicidad de
cada encuentro. Miradas francas, palabras adecuadas y una sincera expresividad
gestual propiciaban, para ambos, momentos de indudable satisfacción. La dama
disfrutaba del placer de ese hombre ante cada bocado. Ese hombre sentía la
plenitud de saberse tenido en cuenta por esa dama.
-
Esto está fantástico, señora
-
Me alegra que le guste Bernabé.
¿Cree qué me merezco saber de su misión?
-
Usted merece más que eso
–afirmó el artesano –
-
Siendo así, lo escucho
-
Le cuento que tuve mucha
suerte. No fue necesario recorrer los tres establecimientos. De La Verbena me
enviaron directamente a la finca El Mirador en donde su propietario Mateo
Venzinni me procuró buena cantidad de información y datos certeros sobre
Concepción y los muchachos. Parece que La Leonesa fue vendida en 1898.
Justamente en la actualidad esa finca es El Mirador. Los Venzinni compraron el
establecimiento rebautizándolo. El matrimonio Villamayor, consumada la
operación, regresó a Castilla. Según me comentó, durante el verano de ese año y
luego de una larga sequía se desató una tormenta eléctrica típica de estación
lo que provocó que un rayo cayera sobre el cobertizo principal. Allí estaban
los padrillos y las yeguas más valiosas de la hacienda. De inmediato el galpón
comenzó a llamear provocando, por fortuna, el espante de la caballada. Un
incendio de marcada envergadura se desarrolló tanto en los techos como en los
laterales. El capataz de La Leonesa, un tal Virgilio Mendía, fue la única
víctima del suceso. En su afán por extinguir el fuego se arriesgó más de lo
recomendable, momento en el cual parte de la estructura cayó sobre su humanidad
falleciendo pocos minutos después de aplacarse el siniestro. De acuerdo a lo
que manifestó Venzinni la relación entre el capataz y el matrimonio era
superior a la de un empleado y su empleador. Consideraban a Mendía como el hijo
que la vida no les había regalado. Consternados por la pérdida y por el
desastre económico, la angustia y el desconsuelo se adueñaron de sus voluntades
tomando la drástica decisión de vender y regresar al terruño castellano
-
Disculpe que lo interrumpa. ¿Y
Concepción?
-
Según sus dichos la familia que
vivía en la finca junto con el matrimonio emigró antes de concertarse la venta
definitiva. Me describe a una señora de edad mediana con tres hijos de los
cuales dos eran adolescentes y el restante un pequeño. Me contó que se
marcharon en dirección a un pueblo que se llama El Perdido utilizando como
medio de transporte un carro que le obsequió el matrimonio. Dicha aldea
pertenece al recientemente fundado Partido de Coronel Dorrego situándose quince
leguas hacia el sur por el camino real. Inclusive me aseguró que el ferrocarril
tiene parada allí; se llama Estación José A. Guisasola. Parece que este hombre,
luego de lotear el lugar, fue quién donó puntualmente algunos predios a favor
de la comunidad
-
Me suena ese apellido. Familia
propietaria de campos; vascos de origen. Clan de abolengo y fortuna
-
Como comprenderá Pura, no me
queda otra alternativa que partir lo antes posible - sentenció Villazán –
-
No esperaba menos de usted; es
hombre de palabra
-
Pero en esta oportunidad debo
ser más puntilloso y planificar el viaje con mayor rigurosidad debido a la
distancia
-
Si me lo permite me gustaría
acompañarlo – sugirió la dama sin dejar dudas sobre su decisión –
-
En lo personal será un
verdadero placer. Pero ¿y la pensión?
-
Definitivamente la cierro unos
días. En este momento no existe nada más importante que ayudarlo para el éxito
de su encomienda
-
Es usted encantadora. Me llama
la atención que no haya encontrado compañía que la merezca
-
Ya le dije. Al fallecer mi
esposo un alto grado de exigencia ha construido en mí cimientos que acotan de
manera notable los riesgos personales que estoy dispuesta a desafiar
-
¿Y cómo sabe que no soy un
riesgo?
-
Bernabé. Usted ha sabido
conquistarme como lo que es, un falso artesano – bromeó Pura -. No creo que sea
un riesgo, pero si lo es, estoy dispuesta a tomarlo
-
No sabe la satisfacción que me
causa escuchar sus palabras
El amanecer del día siguiente los
sorprendió desnudos y abrazados en el cuarto de Villazán. Habían licenciado sus
temores; por primera vez en sus vidas no maldecían derrotas del pasado. De
alguna manera y gracias a ellas disfrutaban estar juntos. La preparación del
sulky fue una tarea en conjunto. Ambos meditaron cada elemento a cargar para
evitar tara excesiva. Sobrecargar el tordillo no era recomendable. Si bien el
animal poseía extrema fortaleza no había necesidad de exigirle sacrificios
irrelevantes. En su interior coincidían tomar a esas quince leguas como un
modesto y precario viaje de enlace. A media mañana partieron no sin antes
colocar en la puerta de la casa de huéspedes un cartel que indicaba cierre por
reformas, sin fecha de reapertura. El trayecto se desarrolló a ritmo pausado y
trote regular. Sin prisa pero sin pausas devoraron leguas a la par que las
conversaciones intensificaron la mutua admiración que se tenían. Curiosamente
lo sucedido la noche anterior fue tan hermoso para ambos que no fue necesario
mejorarlo con palabras. Sus miradas daban por sentado la imperiosa exigencia de
repetir cuanto antes la experiencia.
-
Sabes Bernabé, todavía no te he
preguntado de qué se trata la misión que Valentín te encomendó
-
Le tengo que entregar en mano a
Concepción el único legado económico familiar. Se trata del dinero
correspondiente a la venta de la casa de Robledo de Losada. No es mucho, pero
será suficiente para subsanar alguna demanda insatisfecha
-
¿Y luego?
-
Y luego no sé. Desde que te vi
algo me inquieta. A esta altura de los eventos no me lo cuestiono, lisa y
llanamente lo sufro
-
¿Cuántas razones tienes para
volver y cuántas para quedarte?
-
Muchas para volver, una sola
para quedarme. En Robledo de Losada tengo un amigo postrado, enfermo y lejos de
sus afectos. Además le estaría debiendo un informe sobre la situación de su
prole
-
Nada que no podamos resolver en
conjunto mi querido Bernabé
Llegados a El Perdido la pareja consideró
que consultar con el encargado de la estación era el camino más corto para dar
con el paradero de Concepción y sus hijos. No se equivocaron. Ramón Guevara les
señaló con certeza el punto final de la búsqueda. Los doscientos habitantes de
la villa se conocían demasiado como para ignorarse más allá de la existencia de
rencores nunca bien entendidos. Para arribar a la propiedad indicada debieron
conducir el carro haciendo un importante rodeo atentos a que la mencionada
finca se hallaba sobre un lote a trescientos metros en dirección opuesta a la
estación. La casa no presentaba portones ni tranqueras que impidiera el
ingreso. Un amplio espacio vacío dejaba descubrir la construcción ubicada en
los fondos del terreno. En sus laterales, enormes álamos y pinos custodiaban la
vivienda y la protegían de los vientos que suelen asolar la comarca. La rústica
y coqueta residencia tenían insoslayables características leonesas en cuanto a
su orden y distribución. Privaba la modestia y el buen gusto que siempre
demostró Concepción para todas sus pertenencias. Una joven mujer acompañada por un perro de severa traza salió del
interior de la vivienda; era el vivo retrato de Concepción. Bernabé atesoraba
esa imagen desde el mismo momento que partiera de Robledo de Losada. No tenía
dudas, se trataba de Esperanza.
-
Buenas tardes señorita, mi
nombre es Bernabé Villazán y la señora que me acompaña es Pura Martínez. Ambos
venimos desde Tres Arroyos con la intención de dar con el paradero de la señora
Concepción González y su familia
-
Me permite un instante que
llamo a mi madre – alegó la jovencita –
-
Desde luego
Ni los ojos de Concepción, ni los de
Bernabé podían creer semejante visión. Un abrazo interminable hizo del
reencuentro lo único importante del momento. Los minutos pasaban sin mediar
palabra, la emoción interpretaba, de forma dominante, cada sonrisa y cada
lágrima. No había necesidad de tolerarse, sus historias caían como cascada ante
la magia que propone reconocerse vivos y presentes; necesariamente unidos por
los lazos afectivos que superaban largamente las grietas de las distancia.
Sabían ambos que los doce años transcurridos habían dejado huellas y surcos que
no valían la pena resaltar.
-
Esperanza... es Bernabé, el
Cura de Robledo de Losada, – exclamó Concepción dirigiéndose a su hija –
La joven debió esforzar su memoria. Un tanto confundida y desprovista de fuentes de inspiración prefirió abrazarse al
recuerdo de su infancia repasando las hojas de un libro que hacía un buen
tiempo no releía. Todavía murmuraban en su mente ciertos espectros ambulantes
por la geografía de La Cabrera. En contraposición, el viaje en el Alfonso XII,
el paseo por Buenos Aires, Virgilio, La Leonesa, Fernanda, Juan José, El
Gallego Álvarez, la caballada, el incendio, El Perdido, eran vertiginosas fotos
de un pasado que conspiró contra su niñez y adolescencia. Esperanza nunca
indultaría a su madre por tamañas omisiones. La joven dama no se abrazó a su tío adoptivo, el Cura, sino al recuerdo que tenía de él. Se abrazó a determinados juegos y
aventuras, a simples epopeyas infantiles que la fuerza del tiempo las trasformó
en anécdotas de ocasión. No asociaba a la infancia con momentos gratos de su
vida. Al ser la mayor, vivió con mucho sufrimiento la disección afectiva que
significó alejarse de su padre. La relación entre ambos era de una complicidad
superior. No se emocionó al ver a Bernabé, solamente se alegró. Para ella la
vida debía continuar hacia delante. Despedida, separación y olvido eran usuales
resultantes que afectaban a cada persona que amaba.
-
Mi pequeña Esperanza, eres el
retrato de tu madre – afirmó Bernabé –
-
Gracias tío, me alegra mucho
verte.
-
La señora es Pura Martínez. No
sólo es una persona encantadora, sino es quién posibilitó que los encontrara.
Puso a mi disposición todos sus conocimientos y contactos para que la
exploración resultase exitosa. Es de Tres Arroyos. Además les confieso que en
lo personal es todo lo que necesito
-
Me alegra tu cambio Bernabé;
eras un desperdicio como sacerdote. Tenemos mucho por conversar; pero por
favor, pasemos... Vamos Pura, con confianza, estás en tu casa – insistió
Concepción –
En ese mismo instante un par de jinetes
aparcaron sus caballos en la entrada de la finca. Las dos jóvenes siluetas se
acercaron a la entrada ingresando sin mediar permiso ni aviso alguno. Ángel de
veinte y Constantino de trece eran la palpable muestra que Valentín continuaba
vivo por la prepotencia de la sangre. Bernabé abrazó al mayor tal como hiciera con
Esperanza, en oportunidades reiterando emociones, otras veces comportándose
como un anciano plagado de visiones monocordes. Constantino asistía a una obra
de teatro la cual lo mantenía con un protagonismo ciertamente secundario. El
turno era de Ángel, factor convocante de recuerdos. Ambos muchachos presentaban
contexturas pequeñas, aunque estilizadas y fuertes. De inmediato dispusieron las
estrategias a seguir para homenajear a los ilustres visitantes considerando que
un cordero al asador sería óptimo manjar para una cena que nadie quería evitar.
Era palmario que Ángel comandaba el timón de un barco que se hallaba en
excelentes condiciones de uso y conservación. Su palabra era atendida y
asimilada. Poseía, en sus decisiones e impronta, claros rasgos de Valentín pero
a la vez sostenía una versión personal sumamente indescifrable. Era lógico que
así ocurriese sospechó Bernabé. Más de la mitad de su vida la transitó como
criollo y no como pastor en La Cabrera. Esos elementos que no entendía era la
sola mutación de decires y costumbres ajenas, muy propias de los procesos
migratorios. Mientras los muchachos se encargaban de preparar al animal y trabajar
en la consecuente carneada. Pura y Esperanza ordenaban los enseres necesarios
para el ágape. Fue el momento oportuno para que Concepción y Bernabé se
apartaran y conversaran sobre el único tema de interés: Valentín. Optaron por
el comedor como ambiente propicio de charla debido a que los concurrentes iban
a gozar del afuera a propósito de un crepúsculo que invitaba ser disfrutado.
-
Te escucho Bernabé – solicitó
Concepción a modo de súplica –
-
Lo primero es lo primero. Este
paquete te lo envía Valentín. Adjunta en su interior una carta. Si bien sé de
qué se trata prefiero que vos descubras su contenido. Hay elementos que no
pueden escapar del ámbito personal
-
¿Está bien?
-
Está como puede estar. Resumir
una historia de doce años es poco menos que complicado para aquellos que
sostenemos nuestros actos a partir de la buena fe, la ética y el afecto. En
oportunidades conviven contradicciones y debilidades, en otras los paisajes se
completan de inseguridades e incertidumbres. Lo conocés como nadie y sabrás que
mi servicio acaba de terminar. Prefiero que cada uno ocupe su lugar. Hace
muchos años que no intercambian correspondencia, entiendo las razones de
Valentín pero no las tuyas. No me toca juzgar conductas, los amo a los dos y
eso pesa demasiado en estas cuestiones
La velada estuvo deliciosa. Bernabé la
disfrutó cumpliendo con lo encomendado. Únicamente le quedaba pendiente
manifestarle a Pura su decisión de no regresar a La Cabrera...
2 de Febrero de
1904
Querida Concepción:
Espero que la
visita de Bernabé no te incomode. Tengo mis razones para que sea él
personalmente quién...
XI – 1910-1926 El Cementerio
A perpetuidad se construyen nichos cerca del dolor
El fallecimiento de Valentín significó
para Concepción y sus hijos algo más que una noticia esperada. Sabían que su
estado de salud era irreversible, con el agregado de la falta de atención por
parte de las autoridades gubernamentales que prohibieron expresamente toda
atención médica. Sólo María de los Ángeles Puenzo gozaba de permiso para
asistir al enfermo, siempre con resguardo y vigilancia policial. Presenciaron
su deceso y oficiaron como testigos del acto tres ignotos vecinos de Robledo de
Losada. La familia recibió la mala nueva vía Bernabé, quién se había radicado
definitivamente en Tres Arroyos al contraer matrimonio con Pura Martínez en la
primavera de 1908. Mucho tiempo atrás había asumido Concepción que nada tenían
que ver con el terruño natal, que el mismo Valentín era el vivo reaseguro de
una decisión pensada y tomada a favor de una vida que merecía ser vivida con
anhelos y en plenitud entendiendo que la tierra de uno es aquella que nos
brinda posibilidades y deseos de cara al futuro. Valentín González había
decidido preservar a su familia y luchar, a su modo, en contra de la
explotación y la ignominia del humano contra el humano. En la primera de las
empresas obtuvo un éxito absoluto, en la segunda se le fue la vida con más penas
que glorias. No era el momento todavía. La incipiente organización
contestataria quedo desactivada políticamente y sus escasos cuadros fueron
detenidos como si se tratasen de delincuentes comunes. Su movimiento no tuvo
trascendencia, ni siquiera como crónica policial, y menos aún pudo notificar y concientizar sobre las desigualdades
existentes. Valentín nunca desconoció los riesgos tangibles e intangibles, sin
embargo siempre trató de no contagiar sus miedos, aceptándose derrotado, no
permitiéndose arrastrar a ninguno de sus afectos. Tanto él como Concepción les
demostraron a sus hijos que no existe mandato divino para prolongar el fracaso
ajeno en pos de la propia salvación y que en ocasiones lo que se ama y lo que
no se ama se dan expresas facilidades, llegando ambas a simpatizar de modo
tortuoso. De aquí en más quedaba en ellos merecerse tamaña generosidad, poner
en su justo término a Valentín, no como individualidad sino como símbolo de
coraje y renunciamiento, para que el último renglón de la última hoja del
último libro de la historia del viejo González no se vea vulgarmente
sometida por improcedente.
Cada uno de los hijos tomó la muerte de
su padre de manera particular. Concepción no tuvo más remedio que aceptar tales
conductas. La mayoría de edad de los tres hermanos era suficiente razón para
que fuese de esa forma.
Poco después Esperanza contrajo enlace
con un hombre mucho mayor que ella. De alguna manera necesitaba esa suerte de
protección masculina que tanto extrañaba. Con casi treinta años de edad veía a
su soltería como una carga incómoda y pesada. La imagen deteriorada de su madre
fue otro factor que la ayudó en la decisión. A veces pensaba que Concepción se
había secado como mujer por propio e ilegítimo egoísmo y no por amor a su
padre. Estaba convencida que usaba la desdicha a favor de victimizarse y ser
absuelta ante cada equivocación o desatino. Este tipo de pensamiento la
enfrentaba a sus dos hermanos ya que los varones eran muy celosos con respecto
al cuidado y a la historia de su madre. Lo cierto es que Esperanza vivió su
casamiento como una salida de aquel sitio plagado de secretos y censuras. La
futura relación de la joven con su familia no sería la misma desde entonces, el
clan vivió al poco tiempo de la muerte de Virgilio su segunda pérdida
irreversible.
Al mismo tiempo que esto sucedía
Constantino iba tomando una personalidad muy similar a la de su padre. Ser
merecedor de la estirpe paterna lo condujo a obsesiones e ideales heredados.
Supo encausar estas inquietudes mediante su agremiación y trabajo de base dentro
de la Organización de Trabajadores Anarquistas que actuaba en procura de
mejorar las condiciones laborales para arrieros, baquianos y jornaleros en
general. El sistema de explotación existente propiciaba un estado de
indefensión alarmante que el peón de campo sufría de modo esclavizante. Se
indignaba con solo pensar que el propio inmigrante, otrora descalzado de la
hambruna europea era hoy quién explotaba a sus hermanos de lucha. En su sangre
llevaba la rebeldía y un sentido ético que no podía omitir compromisos,
desbordando valentía y un alto grado de irresponsabilidad para con su suerte
personal. Era más generoso con los demás que para consigo y su familia. Ser
digno de su padre y de sus convicciones era la esencia que fundamentaba cada
decisión y cada acción tomada. Había aprendido a cabalgar con solvencia desde
muy pequeño de la mano de Virgilio en La Leonesa. Esto le permitió recorrer
distancias y adentrase en territorios en donde la ebullición social se
manifestaba a través de la lucha obrera organizada. Llegó a participar de las
incipientes experiencias libertarias que se desarrollaron embrionariamente a fines de la segunda década del siglo, en la Patagonia, bajo las órdenes del capataz y
caudillo barraquero José Font, al norte de la provincia de Santa Cruz. Nada se
supo de su destino final. Resultaba probable que haya sido unas de las tantas y
anónimas víctimas de la violenta represión militar que se desarrolló en la
zona. Lo cierto es que nadie pudo prestar testimonio certero sobre su
fallecimiento. Los archivos castrenses de la época no tenían registrado a
ningún joven con ese nombre y características; de todas formas, al ser la
mayoría de los insurgentes inmigrantes, las autoridades nunca mostraron interés
en identificar a los muertos en acción. Varios años después uno de los
dirigentes de la Organización de Trabajadores Anarquistas de la regional Bahía
Blanca, le comentó a Ángel que nada sabían de él pero que varios luchadores
sociales habían podido escapar hacia Chile de la mano del Gallego Soto, emblemático
líder activista que nunca pudo ser hallado, viviendo el resto de su vida en el
marco de clandestinidad, implementando acciones foquistas en las estancias de
la región montañosa junto a un grupo de formidables y arriesgados jinetes
libertarios. Sobre la base de esos tan endebles como auspiciosos datos la
familia jamás consideró el deceso de Constantino como una probabilidad. De
todas formas años más tarde Ángel aceptaría la irreversible suerte del muchacho
colocando una placa recordatoria en el cementerio del pueblo. En muy poco
tiempo la tercera pérdida se había consumado.
Hacia principios de la década del veinte
Concepción y Ángel eran los únicos moradores de una finca que en ningún momento
presumió ser el Eliseo. La última reforma importante la efectuaron cuando
recibieron aquel envió que Bernabé les trajo de parte de Valentín conteniendo
el dinero de la venta de la casa de Robledo. Ese monto lo utilizaron para
mejorar techos y paredes, construir una habitación más, adquirir un carro
“Ruso” con dos caballos percherones y anexar uno de los lotes contiguos. La
idea de Ángel era proyectar una granja para consumo familiar. Dicho proyecto
abortaría en la medida que la familia se fue dispersando y la salud de
Concepción deteriorando. Sin colaboración le era imposible enfrentar la empresa
y mantener, a la vez, una digna condición de vida para su madre. A mediados de
1921 tanto el estado de salud de Concepción como su semblante y su ánimo
comenzaron a presentar un decaimiento generalizado. Ángel podía leer claramente
en los ojos de su madre los pocos deseos que tenía en continuar. Si bien contó
con la eficiente y cordial asistencia del Doctor Domínguez, nada se pudo hacer
para revertir el cuadro. Su voluntad de no vivir era decisión tomada
falleciendo a fines de Octubre de ese mismo año en su propio cuarto. Ángel,
Esperanza, Bernabé y su esposa Pura Martínez acompañaron a la pionera leonesa
hasta su última morada en el cementerio local.
XII – Ángel
Vida... amarte no fue un capítulo, fue la novela
Comenzó a recorrer sus vacíos extramuros
buscando respuestas. Desde pequeño, por imposición y necedad nunca había
detenido sus instancias para preguntar sobre las causas y circunstancias que debieron afrontar sus padres. Tal vez por respeto sobre las decisiones tomadas aquellas
no formaban parte de sus incógnitas existenciales. Ya tenía suficiente edad
para tratar de indagar o entender las razones más allá de la
protección y preservación que el matrimonio siempre había manifestado a favor
de su tranquilidad y la de sus hermanos. Una simple, mesurada y solitaria
recorrida por espejos, baúles y cofres era su velada intención procurando no
ser observado ni cuestionado por los espectros de La Cabrera o intimidado por
las silentes geografías de Cascallares y de El Perdido. Temía que alguien incorpóreo sintiera su
tarea como una violación, un ultraje, y no como lo que realmente era: El
descubrimiento de su propia identidad. Se propuso desandar caminos sin
ultimarse, para ello consideró necesario desempolvar recuerdos siendo relevante
conocer, proveerse de datos, armar una cronología de sucesos y hacer lo que
nunca hizo: preguntar y preguntarse.
Las diferencias afectivas con Esperanza
no lo ayudaban demasiado y la distancia geográfica con Bernabé le impedía
confirmar supuestas certezas. Además era probable que Villazán, en complicidad
con la voluntad de Valentín y Concepción, ocultase datos por demás relevantes.
Encontraba poco creíble e inexplicables determinadas conductas de sus padres.
Por un lado entendía las razones que impedían llevar a cabo los prolongados
viajes, hallando poco menos que ridículo el hecho de la ausencia de un
intercambio epistolar continuo y regular. Entre intrigas y estrategias dejó
pasar algunos días para comenzar con un diseño de pesquisa pensado y elaborado.
Primeramente intentó sistematizar
recuerdos. Su viaje en el vapor Alfonso XII y los trucos de baraja que aprendiera de
un rusito que el tiempo borró su nombre. Se encontró sobre un carricoche
atravesando Buenos Aires al lado de Virgilio y un interminable viaje en tren descubriendo
que las precisiones eran en sí mismas un recorrido de absurdas indefiniciones.
Se propuso violar los tercos silencios de su madre. Recurrir, abrevando de
magros impulsos, a la apertura de cerrojos cancerberos, acopiadores de secretos
que pretendían pernoctar sin la forzosa curiosidad que el momento decretaba. No
tuvo el mínimo reparo en asumir como única opción ingresar a los íntimos y
codiciados distritos de los González, transgrediendo sus misterios, intrusar
una historia de la que tenía derecho a estar informado a pesar de los inútiles
vacíos creados, censores y parcos escudos inanimados. Tal vez Esperanza haya
sentido esas mismas ausencias, de ahí su encono y desidia; se esforzó por
comprenderla, no pudo. La primera carta que halló en el cofre personal de
Concepción lo ubicó en el tiempo buscado...
30 de Noviembre de 1892
Amada Concepción:
Las novedades que
tengo para contarte no son las mejores. Sería ilegítimo de mi parte ocultar la
realidad y que sigas esperando por regresos improbables. Nuestra casa de
Robledo de Losada se ha visto transformada en la celda que la Autoridad Real
dispuso para que junto con Bernabé continuemos cumpliendo con nuestra pena por
el término de los próximos cinco años. No sería justo exigirte que mantengas
lazos afectivos imposibles de disfrutar. En lucha franca contra mi egoísmo no
considero que el amor deba obligarte a repudiarte como mujer. Considero que si
tal cosa sucediera estarías tan presa como yo. Nunca olvidemos que nuestra
intención fue liberar aquello posible de ser liberado, que la derrota de uno no
era razón suficiente para derrumbar los sueños del resto y que los pequeños
tenían el derecho del privilegio. Amada Concepción, cuando los abraces los
estaré abrazando, no lo dudes. Cuando sudes estaré sudando y cuando llores
estaré llorando; amarte no fue un capítulo en mi vida, fue la novela, y como
tal conlleva el principio y el final de toda mi historia. Te amo y me siento
amado, eso me alcanza. Trataré de estar lo mejor que pueda y te prometo
cuidarme, en este aspecto Bernabé ha sido mi columna. Deseo que recobren
sonrisas y momentos y que no se piensen culpables. Quiero que amen como yo los
amo, liberándose de toda carga; tal cual acordamos aquella fría mañana en el
puerto de Vigo. Puede que la vida sea un mesurado promedio de sinsabores, de tu
mano está la posibilidad de que no sea así, por vos y por los niños. Ríndete
homenaje y date la gracia de ser persona, cuerpo, mujer, madre, todo aquello
que me sedujo y enamoró. No te rindas ante los espectros de mi ruina. Vive, de
eso se trata. Con todo el dolor de mi espíritu doy por finalizada esta suerte
de formal despedida, esperando de todo corazón que alguna vez el destino nos
vuelva a convocar. Los ama. Valentín...
Ángel tuvo la necesidad de releer la
carta en más de una ocasión. Era la primera vez que se encontraba frente a la
letra de su padre. Se detuvo en alguna imprecisión ortográfica y ciertos rasgos
desprolijos. La hoja estaba siendo invadida por una marcada pátina sepia y los
pequeños firuletes de la pluma cucharilla confundían puntos y comas falsamente
colocados. Entendió, luego de meditar un rato, que Valentín los estaba
liberando de él y de su infortunio, y la razón por la cual lo hacía era porque
simplemente los amaba. No existía otra mujer y menos aún algún trazo de
desamor, la nobleza era protagonista de sus ruegos, quedando la familia en libertad para decidir en consecuencia.
Trató de ubicarse en aquella época. Sus
nueve años de entonces trocaban creencias y realidades. Necesitó esforzar a su
memoria para descifrar secuencias de aquello que había vivido sobre supuestos
intangibles. La imaginación le jugó un papel crucial para la mimetización de
sucesos. Sus primeras experiencias como jinete de la mano de un Virgilio
agradable y compañero, servicial y siempre vigilante de las necesidades de su
madre. De hecho comenzó su actual destreza como un juego y se fue desarrollando
con el tiempo en la medida que la exigencia se iba incrementando. El capataz
siempre procuró añadirle conceptos para que aquello no quedara en una simple
monta de paseo. No solo le enseñó absolutamente todos los secretos del equino,
además le procuró conocimientos anexos que utilizó en más de una ocasión. Por
ejemplo la capacidad de orientación ante una situación de cabalgata nocturna
con escasa visibilidad por lluvia o niebla, o la ubicación geográfica de napas
ante procesos de sequía. Estos conocimientos fueron esenciales para
transformarse en un eficiente, codiciado y muy bien pago caporal. Siempre bajo
la tutela de Virgilio añadió a estos saberes una monta de excepción que le
permitió, en distintos momentos de su vida, ingresos extras por representar a
distintas cabañas en las carreras cuadreras que se organizaban a propósito de
las fiestas patronales, eventos planificados como simples encuentros del
paisanaje o festivales ecuestres rentados en localidades de la zona. A poco que
fue revisando aventuras y desventuras trató de sobreponerse a los indeseables
estímulos que la memoria le presentaba tratando de posicionarse en la figura de
Virgilio dentro del marco personal. No sólo se detuvo en su particular relación
con el capataz; proyectó además recuerdos del personaje hacia los restantes
integrantes del clan. Recordó los primeros pasos de Constantino; Esperanza
intentando guiar un carro tirado por dos caballos estando Mendía como eficiente
instructor. La tía Fernanda incluyéndolo en toda actividad necesaria para la
finca, siendo participe junto a su ayudante y hombre de confianza Álvarez de
las interminables mateadas que el tío Juan José proponía casi todas las tardes
bajo la glorieta de la casona una vez concluidas las tareas. Indudablemente
Virgilio era el hombre de la casa. Su alejamiento era sinónimo de indefensión.
Logró evocar esa suerte de temor o cobardía que reinaba en La Leonesa cuando
por dos o tres días el capataz debía ausentarse por motivos laborales. No pudo,
a pesar del esfuerzo, relacionarlo con su madre. Apenas lo recordó conversando
con ella en alguna oportunidad y siempre por motivos irrelevantes. Tenía claro
que ambos se trataban con suma cordialidad y afecto, pero no reconoció indicios
que le señalaran una relación más profunda. Cosa comprensible y respetable
teniendo en cuenta la carta que acababa de leer. En esta etapa de la
investigación nada lo hacia suponer tal cosa. Creyó oportuno por ese día dejar
a un lado la incursión. Meditó durante un rato las certezas encontradas y se
fue a descansar conforme con la tarea realizada.
A la mañana siguiente, durante el
desayuno, decidió que debía suspender el compromiso que tenía para esa misma
noche. Dos o tres veces por semana se reunía en el boliche con sus amigos del
pueblo para integrar el rutinario quinteto que mataba sus noches enredándose
entre las barajas. El mus y el tute cabrero eran especialidades proveedoras de
dineros extras. Sabedores de sus habilidades la peonada reunida siempre
encontraba algún entusiasta comedido para desplumar; tahúres empedernidos, siempre forasteros, tipos que
necesitaban de una buena lección que los haga entender de los peligros que
encierra el juego por moneda. Para eso no había mejor habitante que el Gallego
Ángel como predicador. Evidentemente tal excusa les limpiaba la conciencia pues
el competir con ventaja no es de hombre bien nacido. Ángel no apreciaba que lo
llamaran "El Gallego", pero después de un tiempo entendió la imposibilidad de cambiar
esa costumbre. Para el criollo todo español era “Gallego” y todo italiano era
“Tano”, sea calabrés, siciliano o napolitano. El alemán era “Ruso” lo mismo que
el polaco y el judío. Sin embargo el danés era danés; debía ser por la
comodidad de no haber encontrado un apelativo más corto.
En más de una ocasión esos lúdicos
ingresos le aportaron lo suficiente para alivianar necesidades hogareñas. Su
madre detestaba esas prácticas del joven. Un poco para congraciarse con ella y
con él mismo, solía advertir a su casual antagonista que debía dejar el vicio
porque de continuar con tal conducta su camino lo llevaría a la perdición. La
persistencia del convidado daba como resultante hacerlo disfrutar de la peor
noche de su vida. Ángel era implacable en el aleccionamiento. Sus amigos del
boliche siempre encontraban algún desprevenido y vicioso por curar. En
oportunidades esa búsqueda transitaba pagos vecinos. Por respeto a su propia
conciencia y para evitarse reproches futuros se obligaba, en casos extremos, a
darle cobijo al incauto y timado que había caído en desgracia.
Con la decisión tomada de suspender la
partida dispuso lo adecuado para continuar su tarea. Antes se acercó hasta la
casa de su amigo Gabriel García y le comunicó la decisión detallándole sus
razones. Sin ningún tipo de objeción y ante la importancia que revestía su
compromiso personal García lo liberó, dejando la puerta abierta
para una mejor ocasión.
A medida que hallaba referencias escritas
e informaciones concretas estimó sensato ordenar cronológicamente cada dato por
las dudas tener que volver a repasarlo diseñando de ese modo un verdadero
archivo de familia. Entre las pertenencias de su madre había una pequeña cajita
de chapa decorada con motivos primaverales de unos diez centímetros de largo
por seis de ancho por cuatro de alto. Cerraba por medio de una diminuta aldaba
que envolvía tanto la tapa como uno de los laterales. Simulaba ser un adorno sobre la
cómoda. Llamó su atención que el ornato no se pudiese abrir; evidentemente
guardaba algo privado y valioso en su interior. Lo pensó por un rato. Hasta
ahora todo lo hallado estaba al alcance de la mano y no hubo necesidad de
forzar resortes de intimidad. Sentía profunda incomodidad y congoja debido a la
contradicción en la que estaba inmerso; proceder de acuerdo a la voluntad de
sus padres era la antítesis de sus deseos. Se sobrepuso a sus pensamientos ordenando
ansiedades lógicas e ilógicas, manteniendo firmes convicciones a pesar de
saberse observado. Un pequeño cincel y un martillo de carpintero le sirvieron
de instrumental propicio para la oportunidad. Dos toques certeros desarmaron el
cerrojo. La cajita abría hacia atrás producto de una pequeña bisagra soldada en
la parte posterior. En su interior moraban una serie de recortes prolijamente
doblados y amarillentos que dejaban transparentar cursivas y rasgos de marcada
precisión.
Estimada Concepción:
Espero que mi
compañía no la turbe. La intención es mantener prudente distancia respetando
sus nobles sentimientos. Me alcanza intuir su presencia y saberme frágil y
desposeído producto de un afecto continente que se arroga el derecho de
mostrarme muy cercano a la locura. Sé de sus misterios y temores, y también sé
de Valentín y esa gracia que usted llama lealtad. Siento verdadero orgullo que
mi amor dispare a favor de sus visiones. Me reconforta continuar leyendo su
caminar, me conforma reconstruir su cercana gestualidad, me alcanza con que me
consulte para disipar sus dudas. La amo y espero que lo entienda, pero no se
inquiete. Le prometo discreción y mesura. Nadie sabrá de éste capricho y si su
voluntad así lo exige dejará inmediatamente de reinar.
Virgilio Mendía
Agosto 1896
Ángel se vio un tanto confuso luego de
leer la breve misiva. No era descabellado conjeturar que dos personas que
compartían tanto tiempo, generacionalmente equivalentes y libres de corazón no
sintiesen mutua atracción. Además la carta de Valentín de noviembre de 1892
dejaba las cosas claras en ese aspecto. Lo curioso es que el tenor de los demás
recortes era similar. Se estaba gestando una suerte de idilio sufrido y
platónico por parte de capataz. Evidentemente le faltaba la otra versión. Ángel
no era ducho en las artes del amor y el romanticismo, su fuerte era el duro
trabajo de campo, los caballos y la huella, en consecuencia no tuvo más remedio
que acudir a su fiel y joven compañera Juana, impulsado por la emergencia de una
perspectiva femenina del asunto. A pesar de sus diecinueve años de edad la
muchacha poseía una sensibilidad y dulzura extrema en estos temas
complementando en cierta forma la rusticidad que portaba Ángel. La parejita
andaba noviando desde hacía algunos meses. Los casi veinte años de diferencia
entre ambos no mellaban en absoluto la relación. Los padres de la joven vieron
en Ángel un prudente y silencioso trabajador siempre dispuesto a colaborar con
la necesidad del vecino en apuros; hombre solidario y de amplio corazón. Si
bien estaban al tanto de su habilidad como tahúr, también conocían que tal cosa
no formaba parte de un vicio, sino que se trataba de un simple entretenimiento para dispensar, durante un rato, la dureza de la jornada. Pasado el mediodía Ángel fue a buscar
a Juana a su casa para comentarle las trampas de su laberinto teniendo la
necesidad de contar con su sabiduría. La muchacha solicitó los permisos
correspondientes de forma tal sea relevada de los compromisos hogareños
habituales y poder dedicarse en plenitud a los requerimientos de su novio.
Partieron con la promesa de regresar antes del anochecer.
El estar solos en la casa los condujo por
sensaciones de placer. Era la primera vez que compartían en la intimidad de un
recinto momentos de complicidad. Sabían que nadie iba a interrumpir la velada.
Dentro de un marco de búsqueda e incertidumbre se encontraron a sí mismos
complementarios y libres. La lectura de la carta de Virgilio por parte de la
joven no trajo mayores conclusiones. Era necesario ir desglosando cada nota o
recorte de forma tal dar con señales que pudiesen permitir la elaboración de
hipótesis verosímiles. Si bien todas las cartas guardaban idéntico tenor halló
en la última de ellas un sentido de mayor compromiso que llamó su atención.
Querida Concepción:
Sé que escribir
sobre lo sucedido no es de caballero. Pero me resulta inevitable relatar
sensaciones imposibles de ocultar. No quiero que tales espectros queden como
anécdotas de jornada. De alguna manera el recuerdo de su piel entre mis manos
me ha transportando por senderos soñados y deseados. No quiero obligarla a
renunciar fidelidades, siempre estaré esperando por su libertad. Esa misma que
desahogó placer en la víspera y nos regaló una noche diseñada por artistas. No
deseo avergonzarla. He sido muy feliz y es importante que lo sepa.
Virgilio Mendía
Enero 1898
-
¿Qué recuerdas del incendio en
La Leonesa? – preguntó Juana –
-
Cronológicamente – comenzó su
relato Ángel – recuerdo que las fiestas de fin de año del noventa y siete
fueron fantásticas. Tal vez la mejores de aquellos años. Mi madre estaba
pasando por un tiempo de absoluta felicidad y se mostraba extremadamente bella.
Se arreglaba más allá de la existencia de algún evento social o visita
inesperada. Hasta parecía más joven. Por esta época Esperanza ya se mostraba
iracunda con respecto a mamá. Mis quince años no captaban demasiado. Por un
lado veía a Concepción rozagante y plena, y por el otro a mi hermana
terriblemente irascible. Luego, a principios de Febrero, vino el incendio del
cobertizo, la tragedia de Virgilio al intentar extinguirlo y la posterior
mudanza. Ahora que me sitúo en aquel entonces creo poder afirmar que mi madre
había decidido emigrar de La Leonesa antes del siniestro. Recuerdo que en Enero
me había tramitado ante un ganadero de la zona, un tal Guiña, un permiso para
la utilización de su marca para poder trasladar ganado dentro del marco de la
ley. ¿Qué sentido tiene tal cosa si podía utilizar la marca de La Leonesa?. Se
desprende que tenía intención de independizarse económicamente de la finca de
los tíos
-
Concretamente tu madre pudo
haber priorizado su relación con Esperanza antes que formalizar con Virgilio.
No creo que a la edad de tu hermana determinadas cosas se le escaparan. Es
probable que haya sentido que Concepción estaba traicionando a Valentín
-
No lo sé Juana. Paremos un
momento. Vos ya estás dando por sentado que Mamá y Virgilio mantenían una relación oculta
-
Oculta para ustedes tal vez, no
para el resto de los habitantes de la finca. Y es probable que eso causara el
enfado de Esperanza. La falta de diálogo y la ausencia de confianza, pretender
continuar mostrándose víctima de la soledad y el desamparo cuando en realidad
muy lejos estaba de padecer tales desdichas
-
Habría que preguntarle a
Esperanza – sentenció Ángel –
-
Problema no menor – afirmó
Juana -. ¿Puedo intentarlo?
-
Hace muchos años que no nos
sentimos hermanos. Me afilio a creer que aquello contribuyó para que así sea.
Lo más triste es que yo no estaba al tanto de nada; sólo trabajaba y traía lo
indispensable para poder vivir dignamente. De hecho esta casa, así como la vez,
es consecuencia de mi trabajo y la herencia de papá. Ignoraba que mientras
acarreaba caballos por la llanura dos de mis más caros afectos se mostraban
adversarios y sin memoria; menos mal que Valentín nunca fue testigo de semejante
absurdo
-
Ocurre, y nadie puede
interferir en esos temas, no hay mediación posible. Ya sos mayor para entender
que una familia guarda secretos y miserias comunes. ¿Lo intento entonces?
-
No por ahora Juana
Por un rato los custodió el silencio.
Ángel y Juana no resistieron el momento. Fueron obligados a desatender los
recortes y las cartas, se tomaron de la mano y pasaron al dormitorio sin
necesidad que medie palabra. Todo estaba saliendo como lo habían fantaseado.
Descansaron hasta el anochecer. El acatar lo prometido les iba a permitir
disfrutar de su intimidad cuando lo dispongan, respetando sus emociones sin
intermediarios. Era hora de cumplir y acompañar a Juana a su casa. Ángel debía
continuar con su tarea. De regreso comenzó a experimentar una sensación dual e
incómoda. No estaba acostumbrado a confesar debilidades y flaquezas. Prefirió
entonces ordenar la data y repasar el archivo diseñado. Sintió que la
investigación debía incluir a Juana como colaboradora indispensable. Su
presencia lo protegía de juicios equivocados, interpretaciones erróneas y
absurdas condenas. Tardó un mes en retomar su labor. Contratado por una cabaña
de Indio Rico tuvo que ausentarse de El Perdido durante tres semanas. Esperaba
a su regreso reencontrarse con su historia, y principalmente con Juana.
Arribó a la villa a fines de noviembre
del veintidós. Sabía que se acercaban fechas muy caras para él y su soledad. Lo
primero que hizo fue pasar por la casa de su novia y avisar de su regreso.
Antes de apearse del oscuro la muchacha ya estaba saliendo a su encuentro.
Ambos deseaban someterse a los distritos obscenos y privados del cuarto de Ángel.
Fue demasiado tiempo sin hablarse, sin tocarse ni sudarse. Con los conformes y
necesarios permisos por parte de los padres de Juana partieron caminando rumbo
a la finca del Gallego arreando al oscuro, concediéndole momentos para que
disfrute de los primaverales y frescos verdeos. Listas las atenciones para con
el potrillo ingresaron a la vivienda poniéndose de inmediato a las órdenes de
sus placeres. La asociación entre ambos era precisa y milimétrica. No había
acción exagerada ni omisión que provoque desencantos. Hasta los silencios
tomaban nota en el momento justo.
-
Veo que antes de partir
ordenaste todo el material – aseveró Juana –
-
Es la única forma de saber
desde dónde tengo que reanudar
-
Ángel, vamos a dar por sentado
las certezas que tenemos y luego seguimos
-
De acuerdo, lo dejo en tus
manos
-
Veamos. Sabemos las razones por
las cuales emigraron y sabemos que tus padres tomaron la decisión en forma
consensuada. Estamos seguros que Valentín quedó preso de las luchas libertarias
y que eso le cercenó cualquier posibilidad de viaje y reencuentro. Reafirma
mediante la carta de noviembre de 1892 que la separación es irreversible
liberando a tu madre de toda culpa en función de su propia paz interior.
Sabemos que Virgilio la amaba y que ella, a pesar de sus miedos, le
correspondía con prevenciones. Convengamos que el fallecimiento de Virgilio
termina con cualquier especulación o hipótesis por elaborar
-
Hasta aquí todo claro – aseguró
Ángel –
-
En cierta oportunidad me
comentaste que hace unos años Bernabé Villazán anduvo por el pueblo con Pura Martínez, su actual esposa
-
Fue precisamente en 1904.
Bernabé le trajo a mi madre un paquete que contenía el dinero correspondiente a
la venta de la casa que teníamos en Robledo de Losada. Recuerdo que tuve que
viajar a Bahía Blanca para cambiarlo por moneda nacional. Con ese monto hicimos
las últimas reformas
-
Estoy segura que ese envío no
pudo haber venido guacho. Alguna nota o carta de Valentín debió haber incluido
la misión de Bernabé
-
¿En qué se basa tu afirmación?
-
Simple. Tu padre era una
persona muy formal y correcta. Además le debía una explicación a tu madre por
esa venta. Considero que la existencia de la misiva se impone por obvias
razones. Supongo que tampoco iba a dejar la oportunidad de mostrarles su afecto
-
A buscar entonces
Dos días de ardua tarea llevaron a dar
con las sospechas de Juana. La carta estaba dentro de una fina cartera de mano,
atesorada en el interior de un vestido azul. Ambos colgaban de la misma percha,
tras la ropa pesada de abrigo, en esa parte húmeda del ropero que nunca se abre. Más
que oculta parecía olvidada, instalada en los andenes de un infierno, escoltada
y a salvo de los insolentes intrusos buscadores de verdades extranjeras,
curiosos por alimentarse con desdichas privadas.
Febrero
de 1904
Querida Concepción
Espero que la
visita de Bernabé no te incomode. Tengo mis razones para que sea él
personalmente quién te acerque el recado. Les envío el monto total de la venta
de la casa de Robledo. Económicamente es lo único que tengo para ofrecerles.
Ustedes sabrán como aprovecharlo a favor de sus deseos y necesidades.
Desconozco sobre cuestiones de cambio y equivalencias entre las monedas. Ojalá
resulte suficiente para permitirles cierta tranquilidad de cara al futuro. Mi
intención no es comenzar un intercambio epistolar luego de doce años; lo que
tendría para relatar no es agradable ni guarda visos de interés. Se corresponde
a realidades ajenas. Por aquí la revuelta nunca llegó a ser, fue aplastada
antes de comenzar. Solo ha quedado alguna esperanza de organización urbana, a
mí entender ciertamente timorata. El Partido tuvo la altruista decisión de
comprarme la propiedad la cual usufructuaré hasta el fin de mis días. Esto lo
hizo como compensación a mi fidelidad y esfuerzo por la causa revolucionaria.
En la actualidad, y luego de haber estado nuevamente preso, me hallo en Robledo
de Losada recibiendo una subvención de la Autoridad Real, de la cual vivo,
debido a que me encuentro discapacitado producto de los apremios y torturas
recibidas en prisión. Un abogado, simpatizante libertario, consiguió probar el
maltrato ante el tribunal de Astorga. Si bien no hubo sentencia para los
responsables se logró esta modesta compensación económica apenas útil para la
subsistencia. Mi incapacidad radica específicamente en la inutilización total
del brazo derecho y la pérdida de la visión del ojo izquierdo además de
contusiones varias. De hecho un parche bastante grosero da fe de la cuestión.
El auxilio de Bernabé y de María de los Ángeles Puenzo fue fundamental para mi
recuperación. Guardo para con ellos un sentimiento de gratitud que supera toda
amistad. Creo que por el momento la lucha ha finalizado. Por lo menos durante
un tiempo habrá calma, y el orden establecido por el poder monárquico no
recibirá lecciones que deba apuntar. Supongo que los procesos migratorios
aumentarán su volumen por las persecuciones y hallarás muchas familias de
compatriotas por aquellas tierras en la búsqueda de un digno lugar para vivir.
Particularmente la Autoridad Real me ha confinado a vivir del modo detallado
sin darme la posibilidad de exilio. Sé que tu lugar en el mundo no me incluye y
es lógico que así sea. Espero que la vida les obsequie la porción de felicidad
que se merecen y que lamentablemente no les pude proveer. Sigo sediento de tu
presencia. Imagino a los muchachos creciendo sanos y de provecho. Es probable
que de corazón estime como valedero eso que alguna vez me dijera Bernabé: “En
ocasiones hay luchas que no valen la pena sostener porque no hay interlocutores
interesados para cambiar aquello que se encuentra desordenado”. Pude entonces
errar el diagnóstico y haber vivido equivocado; me queda la tranquilidad de no
haberlos arrastrado por senderos plagados de fallos y desaciertos. Aunque no
sé, a esta altura me cuesta asumir el compromiso de una lectura de la realidad
con más inteligencia que pasión, intentando comprender al voluntarismo como una
equivocación, por más que uno se esmere en no profanar las vidas de quienes
ama. Te pido perdón por tú soledad y la de los muchachos. Sé que es tarde, a
doce años de haber tomado decisiones engañosas no importa demasiado cualquier
declamación penitente... Los ama Valentín
Cuando Juana terminó la lectura de la
carta, Ángel se quedó en silencio. Supuso que había llegado el final de un ciclo
que incluía desaciertos e incertidumbres. No se animaba a juzgar. De alguna
manera, sus padres, tuvieron que vivir situaciones límite en donde las posibilidades
de resolución eran complejas e inseguras. Prefirió afiliarse a la idea que
propone encontrar en cada persona su mejor obra, su mejor intención, su mejor
pensamiento. No quiso castigar a su padre por haber elegido la soledad de su
familia en pos de una lucha inconsistente con valores efímeros y un tanto
adolescentes. Quiso comprender sus pérdidas procurando valorar su ética; esa
que nos permite pensar que las convicciones van más allá de los resultados
finales. Cualquier fulano pelea lides con certeza de victoria. Muy pocos son
los que se acercan cuando la derrota deambula por los arrabales. Por suerte
pudo derribar esa visión heroica que tenía de su padre. Ángel necesitaba un
ejemplo común en donde errores y aciertos conformen el manual de aprendizaje que
todo hijo necesita. No dejaba de sentir un mesurado orgullo, pero este no
alcanzaba a compensar las ausencias inmerecidas y los suburbios de su madre. Y
es allí en donde Ángel encontró sus más desdichadas y severas injusticias. La
tardía valoración por el esfuerzo de Concepción para que sus hijos crezcan
sanos, fuertes y probos. Entendió que la tarea más complicada de la empresa no
lo tuvo a Valentín como protagonista. Esa tarea incluyó el renunciamiento de su
madre a su propio derecho de ser mujer, su forma de amar era esa, con nobleza
hizo lo que pudo o lo que supo. Poco importa; lo único trascendente es que lo hizo
muy bien.
Juana y el Gallego Ángel se abrazaron
satisfechos. No habría necesidad futura de recurrir al pasado para explicar lo
inexplicable. En su caso procuraron no prometerse absurdas perfecciones.
Caminar juntos el tiempo que les toque fue el sencillo paradigma elegido. En la
panza de Juana ya se comenzaba a palpitar las señales de un nuevo y hermoso devenir.
En ocasiones don Ángel se preguntó si
había acompañado con honra y decoro la historia de sus padres. Cuando Juana
percibía que el diálogo direccionaba rutas hacia los fantasmas de La Cabrera,
el Alfonso XII o La Leonesa prefería ayudarlo a descubrir respuestas en el
ámbito de su hogar y de sus hijos. A esta altura de la vida estaba segura que
al viejo le hubiera gustado compartir con Esperanza y con Constantino puntos de
vista, acuerdos y discusiones. Supo entonces entender que las personas
responden de distinta manera ante los mismos estímulos. Lo que para él fue una
epopeya maravillosa y digna de vanidad bien entendida, para su hermana fue una
nefasta historia en donde la tristeza y el abandono se mezclaban sin
contemplación, suponiendo que tal vez para Constantino, esta gesta fue tan solo
sinónimo de continuidad sanguínea a favor de las luchas humanas por la
dignidad. Varias veces estuvo tentado de viajar hacia el sur para tratar de
ubicar el paradero de su hermano revolucionario. Las prevenciones lógicas por
dejar a su compañera con los niños lo impidieron. Cierta aspiración de que el
pequeño idealista regrese se fue diluyendo con el paso del tiempo. Como también
se fue disipando su anhelo de que Esperanza revea esa suerte de intolerante
exigencia perfeccionista que tenía para con sus padres y de ese modo
reconstruir su relación como hermanos. En decenas de ocasiones intentó
acercamientos por medio de Juana o amigos comunes; el fracaso era denominador
común ante cada intento. En lo personal admitía ser un típico y rústico hombre
de campo, amigo de sus silencios, con limitaciones y modestas lógicas, pero
también sentía un elevado orgullo por su alto grado de compromiso ético para
con él y con su familia. La urgente necesidad de dar un buen ejemplo era el
esquemático modo de docencia que ostentaba, sosteniendo que cualquier acción
superaba por sobremanera todo tipo de discurso más allá que este incluyera una
buena intención. De este modo y haciendo honor a tal premisa jamás dejó como
legado de vida o enseñanza digna de orgullo para sus hijos sus habilidades de
tahúr. Estimaba que sí por necesidad había tenido que recorrer atajos para
solidificar una estructura económica que permitiera afrontar una vida digna
para su familia, dicha acción quedaría absolutamente injustificada si se
continuaba con tal conducta luego de haber logrado el objetivo deseado.
Nunca se sintió culpable por no anhelar
cruzar el Atlántico y visitar la tierra que lo viera nacer, y más después de la
guerra civil con el triunfo del fascismo. Afirmaba ser feliz, pues había encontrado
su borrador más antiguo, su primera copia. Este razonamiento lo tomó de un
poema de su joven y entrañable amigo Roberto, hijo del jefe de la Estación
Guisasola y según Ángel, el más destacado hombre de letras que diera Coronel
Dorrego a la patria. Amaba su Poesía Vertical. Ni Hugo, ni Darío, ni Tofolo, ni
Simeón, estaban en desacuerdo con tal afirmación, aunque todos coincidían en
agregar como señera y fundacional la figura del eximio payador libertario Luis
Acosta García.
Pensaba que la tierra de uno es aquella
que brinda momentos que valen la pena disfrutar, es aquel lugar que sabe
adueñarse de nuestras mejores obras e instancias y es aquella que siempre tiene
algo más para proponernos como convite y regocijo. Sabía perdonarse lo que no
podía evitar, sin perjuicio de admitir un enorme sentido de la responsabilidad.
En política supo entender al Peronismo aunque el General le llegara tarde a su
vida. Por suerte nunca se enteró de la traición de sus herederos políticos.
Jamás le perdonó al “Peludo” la matanza de obreros inmigrantes en la Patagonia
y en los talleres Vasena. Solía afirmar que Além, el cordobés Illia y su
camarada Juan Maciel, asesinado en la plaza de Dorrego en el treinta y siete,
fueron los únicos radicales con mayúsculas; el resto eran conservadores
mimetizados. Aún recordaba aquellas épicas jornadas de Septiembre, sus días de
convicto y torturas acompañado por decenas de luchadores populares que osaron
oponerse al fraude conservador.
Visitar la tumba de Valentín, saber la
suerte de Constantino y conocer a sus sobrinos fueron algunos pendientes que se
llevó al cementerio una mañana de Marzo de 1976 a los noventa y dos años.
Mientras el viejo se moría la erráticas mayorías estaban muy ocupadas vivando
una nueva y anhelada dictadura militar que llegaba a poner orden e higiene ante
tanto libertario y socialista suelto. Juana, como siempre, continuaba estando a
su lado.
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