El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

jueves, 22 de marzo de 2012

SEMANA DE LA MEMORIA - CUENTO - TEMÁTICA  de GÉNERO 


RECURSOS HUMANOS  
Autor Gustavo Marcelo Sala



Recursos Humanos


Carlos Tandel acostumbraba postergar sus proyectos personales a favor de no defraudar la confianza de sus jefes. Con casi veinticinco años de antigüedad en el Banco Nación estaba convencido que para el logro de aquellos objetivos individuales era indispensable cumplir con sus obligaciones mediatas e inmediatas. Por agosto de 1976 no temía por reuniones sorpresivas en el departamento de Recursos Humanos. Se sabía apreciado y valorado, por lo tanto, ese obligado recorrido lejos estaba de inquietarlo. Personalmente se percibía turbado al pensar, mientras aguardaba por el ascensor, que a poco de finalizar el segundo milenio de la era cristiana desconocía sobre textos fundacionales del pensamiento existencial. Russell, Fromm, Sartre, Camus, no estaban dentro de sus lecturas cotidianas, lamentándose de manera sincera por ello. Prefería quemar sus tiempos subterráneos con novelas de sencilla trama y humildes escritos de escasa extensión. La literatura le era de suma utilidad para ocupar vacíos imprevistos, debido a ello en su portafolio acostumbraba a incluir dos o tres textos de variado tenor. Si bien adolecía de título universitario los años le habían otorgado la suficiente idoneidad para manejar con llamativa eficacia la oficina de Riesgo Crediticio. La realidad marcaba que la entidad había crecido con él, en consecuencia su sector lo fue diseñando con propia impronta en la misma medida de su evolución y desarrollo. Lo cierto es que Tandel, hacia fines de los cincuenta, fue el creador de esa dependencia ante el importante flujo de créditos requeridos por nuevos solicitantes integrados al sistema. A pesar de un peronismo derrocado, el orden político de entonces no podía evitar la inercia de inclusión que había quedado como remanente del proyecto industrialista que gobernó al país durante casi diez años. Todavía existía confianza en el sistema económico tanto en los sectores populares, como en el comercio, como en la pequeña y mediana empresa. Hacia fines de aquella década Carlos contaba con jóvenes y entusiastas veintiocho años.


Tiempo atrás había iniciado su aventura migratoria rumbo a la gran ciudad. La familia no lo había acompañado en la tentativa optando por permanecer en Benito Juárez, su pueblo natal. Si bien la vida pueblerina poseía sus encantos en la reposada localidad bonaerense, los incentivos que por entonces presentaba la metrópoli constituían un interesante desafío para el joven. Con su título de bachiller estimaba que tenía amplias posibilidades de obtener un empelo capaz de sostener su existencia y colaborar medianamente con sus padres. A principios de los cincuenta se vivían tiempos de entusiasmo y alegría. Buenos Aires era un imán de mano de obra. La configuración industrialista fundacional del peronismo había permitido que el pleno empleo se desarrolle en su máxima expresión. Obreros, comunes y calificados, oficiales y empleados administrativos estaban inmersos dentro de una fuerte demanda en donde los sindicatos organizados protegían a sus afiliados a través de convenios colectivos acordados entre el gobierno, los trabajadores y la patronal. Al mes de llegar ya estaba dando las primeras pruebas en el Banco. Quince días después formaba parte de la plantilla oficial. Su salario le permitía con solvencia alquilar un departamento de dos ambientes en el barrio de San Cristóbal pudiendo dejar definitivamente la pensión de la calle Cochabamba. Russo, su compañero de oficina, le había salido de garante con su propiedad. Este gesto jamás sería olvidado por Tandel. Con veintidós años había logrado afianzar su cabeza de playa en Buenos aires.
De apocada personalidad y sumamente servicial puso en juego de inmediato un exacerbado sentido de la responsabilidad muy valorado por sus superiores; estos lo tenían en cuenta para toda encomienda que necesitara un alto grado de eficacia y prolijidad. Solía acompañar a su gerente en los obligados cierres de balance más allá que estas tareas se efectuaran durante los asuetos correspondientes a las fiestas de fin de año. Este entrenamiento contable le posibilitó un conocimiento integral de la institución permitiéndole avanzar en la corrección e inclusión de operatorias administrativas más eficientes. Fue así que a mediados de los cincuenta ya estaba a cargo del sector Riesgos Crediticios, dependencia que fue necesario diseñar y crear debido a la elevada tasa de morosidad que presentaba la cartera de préstamos. Básicamente se trataba de analizar e investigar fehacientemente a cada solicitante de forma tal acotar los niveles de incobrabilidad. Para ello le fue otorgada una oficina individual con una colaboradora permanente, Julia; ambos reportarían a sector Préstamos, cuyo supervisor era su amigo y garante Fernando Russo. Por entonces el golpe de estado de 1955 había cambiado ciertas condiciones laborales. Descabezados los sindicatos, determinadas prerrogativas que poseían los trabajadores quedaron relegadas y todo aquel empuje industrialista del gobierno popular siguió navegando con incertidumbre y desmemoria. A pesar del histórico proceso iniciado en 1945 era evidente que el país había truncado su refundación instalando una triste y permanente deriva. Carlos no fue afectado por estos fenómenos políticos, su persona no era tenida en cuenta para asambleas, discusiones o debates; si bien era respetado y apreciado, no era observado como un luchador o cuadro combativo, ni siquiera contestatario. Era un ferviente adherente al Peronismo, pero en su fuero íntimo. Sabía perfectamente quién representaba sus intereses políticos y gracias a qué tipo de ordenamiento social había logrado una rápida prosperidad. Estaba convencido que las políticas del General son las que le habían permitido a él y a la gran masa de los argentinos, hasta ese momento marginada, a participar y protagonizar su propia historia, no sólo desde la formalidad y la dialéctica, sino también desde las estructuras estatales y la economía. Gracias a Eva y a Perón no se sentía un extranjero. Lo cierto es que llevaba dos años pagando un crédito hipotecario por un departamento en la calle Amenábar del barrio porteño de Belgrano, algo impensado cuando los tiempos de la pensión. Además su bonanza le permitía viajar una vez al mes a Benito Juárez para visitar a sus padres y proporcionarles colaboración económica.
Sabía también de la existencia de muchos que aprovechaban esa situación para mostrarse despóticos y dictatoriales, pero estaba convencido que con le tiempo eso iba a ser corregido y pulido por el propio General. Por eso lloró con su caída, solo, en el ámbito de su hogar, lejos de su gente, protagonizando una época que todavía no alcanzaba a interpretar. Se había salvado de los bombardeos gracias a una crónica afección respiratoria que lo tuvo postrado, de modo intermitente, durante aquel invierno del 55. A principios de octubre, cuando se reincorporó al Banco, sintió que nunca hubiera estado allí. Todo era siniestramente novedoso. Su minusválida y desestimada presencia no llamaba la atención, en consecuencia, ese carácter de inexistencia intelectual le otorgaba una campana protectora que lo instalaba al margen de cualquier tipo de revanchismo. Julia y Fernando, en cambio, sufrieron los avatares por estar afiliados al sindicato; ambos fueron despedidos. Un año después, calmados los ánimos, Carlos Tandel logró la reincorporación de sus compañeros bajo su área de conducción conservando sus históricos salarios, no así sus jerarquías. Julia era una hermosa joven que por entonces se acercaba peligrosamente a los treinta años de edad. Había saboreado las hieles del fracaso sentimental por culpa de un Gerente que nunca terminó por divorciarse. Advirtió que el tiempo se disolvió experimentando la cruel estafa de sus sueños y sin haberle solicitado permiso aguardó hasta límites impensados por un noble caballero, precario y jactancioso.
Con Carlos complementaban necesarias soledades en el marco de una amistad sincera y sin complejos. Julia Morán era la única persona que estaba al tanto de las preferencias sexuales de Tandel. Por entonces tal elección de vida se la veía como un padecimiento lindante con la moral, caracterizando al portador de semejante ignominia como un enfermo terminal cuyo destino no podía ser otro que el averno. Ambos coincidían que ante un medio hostil no era propicia la manifestación de particularidades, en consecuencia, ayudarse mutuamente era una suerte de estrategia de supervivencia para no ser discriminados. Julia, en ese momento, soportaba las burlas directas e indirectas de sus pares debido a su estado civil y un fracasado romance. Lo cierto es que acarreaba una aureola de liviandad por haber mantenido una relación con un hombre casado, siendo marginada por mujeres y debiendo tolerar con estoicismo los arrebatos masculinos que conllevaban como único objeto, el obvio. Carlos no percibía su propia condición de modo dramático. Estaba al tanto que no debía manifestar sus sentimientos, quedando sus instancias personales reservadas bajo siete llaves y muy lejos del espacio laboral. Ante riesgos innecesarios soluciones drásticas, solía afirmar. De todas formas cierta ambigüedad circulaba por su piel. De joven había tenido un par de experiencias heterosexuales que lo habían reconfortado por sobremanera; fue en su pueblo, ante circunstancias especiales y con personas muy particulares. Contaba risueñamente que fue su debut y despedida. Mas allá de que otros hombres pudieran ver aquellas vivencias con un dejo de envidia, lo traumático de la cuestión perturbó notablemente sus futuras elecciones. La primera vez que se animó a relatar su historia personal fue doce años después de los acontecimientos y lo hizo gracias a que su auditorio estaba conformado solamente por Julia; sabía que ella comprendería sus silencios, sus aparentes nostalgias y las contradicciones que todavía sobrellevaba.

Todo había comenzado un viernes de febrero por la noche, cuando sus padres decidieron aceptar una postergada invitación de unos amigos a pasar un fin de semana en Necochea, localidad balnearia cercana a Benito Juárez. Sus diecisiete años le permitieron obviar la propuesta con la promesa de permanecer en su casa a la vista y control de sus dos tías. Sin bien ambas vivían vereda por medio insistieron en ocupar el domicilio por razones de mayor comodidad. Eran hermanas de su madre, menores que ella y solteras. Clara contaba con veintiséis años, Victoria veinticuatro. Sus voluptuosas curvas eran muy codiciadas por la muchachada juarense, siendo ambas tan bellas como irresponsables. No se les conocían candidatos oficiales pero los rumores aseveraban que la prole política, algunos pudientes comerciantes y prósperos productores agropecuarios gozaban alternativamente de sus exuberancias a placer. También aseguraban las comadres de la aldea que sus continuas provocaciones habían inducido en más de una ocasión a hechos de sangre durante los últimos bailes del club.
Esa noche de viernes se instalaron dominantes en la casa de su hermana desde temprano. Antes que el matrimonio emprendiera el viaje Clara y Victoria se adueñaron de la finca tomándola casi por asalto. Cuando Carlos regresó del colegio, en donde estaba cursando el último año del bachillerato, no le causó sorpresa tamaña desvergüenza de su parentela, percibía la situación con extraña normalidad.
Cenaron, charlaron banalidades y se fueron a dormir sin mayores instancias de relato. Sólo Victoria les advirtió que a medianoche iba a tener que retirarse debido a un compromiso previamente concertado con el hijo del intendente, apuntando que hasta bien entrada la madrugada no regresaría. Clara le manifestó que no se preocupara y que disfrute la velada, que ella quedaría a cargo con la condición de que a la noche siguiente Victoria devuelva la gentileza. El acuerdo entre ambas fue sellado de palabra poniendo al muchacho como testigo del compromiso. De forma tal y de manera puntual lo último que escuchó Carlos antes de dormirse, en la silenciosa noche juarense, fue el motor de un vehículo que desde la puerta de su casa se alejaba roncamente de la cuadra.
Mientras esto ocurría Clara estaba ya definitivamente instalada en la alcoba principal, con ropas de cama y hojeando su colección de revistas y fotonovelas.
Promediando la madrugada una sensación compleja de asumir desvela a Carlos empapado en sudores e imposiciones físicas inmanejables. En la punta de la cama una silueta femenina, parcialmente desnuda, estaba domando descuidadamente a un miembro desobediente y siniestramente endurecido. El joven prefirió cerrar los ojos y capitular ante lo que sucedía. Su tía Clara masacrando con ansias su tumefacto sexo, enloqueciendo cada poro de su pequeño e inocente cuerpo, increpándolo, jugando con él a voluntad, exigiéndole eyacular, malversando de ese modo su deliberada secreción. Una vez finalizado el rito Clara se recostó a su lado susurrando en oídos del Carlos que lo ocurrido era sólo el preludio de un noche excitante y que ambos eran dueños de ese momento, y que debía guardar la más absoluta reserva porque vivir no era otra cosa que un derrotero de secretos. La tía Clara continuó tiranizando sus contornos durante las siguientes dos horas robándole aquello que el joven ignoraba. El hermoso cuerpo de la muchacha era digno de un virgen homenaje, por lo cual, lo mojó a satisfacción por sus interiores y a discreción por sus exteriores. La mañana los sorprendió ojerosos y distantes ante los ojos de Victoria, desconocidos y cómplices ante los fantasmas de la nocturnidad. Desayunaron con fundamento; un tazón de café con leche, tostadas de pan casero, manteca y dulce de ciruelas fue el velado brindis de un insuperable y confuso encuentro.
El día sábado transcurrió sin mayores sobresaltos. Victoria regresó en tiempo y forma compensando su ausencia con tareas hogareñas. Por la tarde, mientras las hermanas conversaban animadamente sobre chusmeríos corrientes, Carlos se encerró en su cuarto para tratar de afirmar saberes escolares pendientes de repaso. Poco podía hacer a favor de la concentración. Una película entre las sombras se le aparecía interrumpiendo su atención, provocando reiteradas lecturas de los mismos renglones. Su tía Clara, desnuda, seguía estando allí, en la punta de la cama a la espera de una nueva violación. No se animó a conversar del tema con ningún amigo. El rango familiar de la relación provocaría rumores que ensuciarían la notable reputación de sus padres más allá de las conductas de las tías. Todo Benito Juárez sabía las distancias éticas y morales existentes entre los dos grupos del clan. Cenaron, entre comentarios y bromas ajenas, un exquisito guiso de cordero con papas, batatas y zapallo mientras la radio aportaba noticias nacionales cuyas generalidades poco aportaban. Ese murmullo de fondo simulaba una mayor presencia mortal en la vivienda haciendo las veces de inigualable compañía. Minutos después de finalizada la cena Clara besó la frente del adolescente y la mejilla de su hermana retirándose tal cual estaba acordado. De todas formas había intentado empujar a Victoria para que reitere su salida del día anterior y aproveche las variantes de distracción que el sábado ostentaba de modo natural; la realidad marcaba un doble propósito con esa actitud supuestamente generosa: En primer lugar ahorrarse una salida vulgar que contenía para esa noche escasas probabilidades de disfrute y a la vez la onerosa exigencia que le imponía su cuerpo para repetir con su sobrino la experiencia de la noche anterior. Ante la negativa de Victoria se despidió de manera nostalgiosa mirando a los ojos del joven con necesidad y con urgencia, mientras su hermana ya estaba presta lavando los trastos utilizados en la cena. Finalizada la tarea la menor de las hermanas se retiró a descansar llevándose, a la misma alcoba que la noche anterior había ocupado Clara, la radio y un pila de revistas de modas que la dueña de casa tenía acopiadas en la base de la mesa ratona que estaba en uno de los laterales de la habitación que la pareja propietaria utilizaba a modo de estudio. A las diez en punto comenzaba, por Splendid, una emisión de fox trot que la repetidora local tomaba con precisa fidelidad, programa que la muchacha no tenía intención de perderse.
Entrada la madrugada y a poco de finalizar su repaso escolar Carlos comenzó a escuchar extrañas resonancias en el interior de la casa. En primera instancia y ciertamente alterado trató de descifrar de donde provenía el llamativo sonido. Si bien la puerta de su cuarto era vidriada una gruesa cortina perturbaba la visión impidiendo observar con claridad lo que sucedía en el patio interno. La oscuridad no ayudaba por lo que no tuvo otra alternativa que salir de la pieza para corroborar el origen de tan marcado repiqueteo. Carlos no se destacaba por ser un joven valeroso, amante de las aventuras y los enigmas. De todas formas sacó coraje de donde no tenía e inició el rastreo auditivo de la huella que lo condujese a destino cierto. Sus pasos coincidieron en dirección a la habitación en donde Victoria estaba descansando, encarando con suma decisión la empresa. A pocos centímetros de arribar a destino observa que una luz tenue se vislumbra tras los cristales y que al mismo tiempo el sonido se hacía más intenso. No pudo evitar fisgonear hacia el interior de la alcoba observando que la pantalla del único velador prendido soportaba la carga de una tela oscura que profundizaba la opacidad y hacía más lúgubre al ambiente. Sobre la cama logró distinguir a su tía menor totalmente desnuda, disfrutando de su cuerpo, acariciándose con la mano izquierda los senos y sosteniendo en su diestra un elemento indescifrable que le servía como caricia y mimo esperanzador. El rechinar de la cama era el sonido perturbador. La observó durante un rato tras la ventana sin que ella se diera por enterada. La vio sudar y reír, la vio guardar tortuosa prudencia ante la necesidad de gritos y gemidos. Sintió que su sexo se elevaba más allá de su voluntad. Debido a su experiencia de la noche anterior con Clara estimó que Victoria respondería de igual forma ante las urgencias del cuerpo. Había escuchado que su cita del viernes había sido un rotundo fracaso. Si bien el hijo del intendente era uno de sus tantos festejantes sentía por él un afecto sincero que nunca se vio correspondido. El muchacho se comportaba como buen hijo del poder, con la impunidad que marca la condición social.
A sabiendas de lo observado interrumpió la escena con la consecuente sorpresa de Victoria. Su prominencia genital era indisimulable cosa que colocó a la joven en la disyuntiva de liberar sus instintos o reprimir por completo las instancias que el momento ofrecía. La primera opción fue la escogida. Sin mediar palabra iniciaron la sesión que los condujo por distritos ilícitos y lujuriosos. En ese momento ella necesitaba de un hombre ya que el suyo la había defraudado. Carlos se mostró gentil y sumamente dulce, dispuesto a saldar sus apetencias e indicaciones, fue saboreada a placer escandalizando el recinto con gemidos interminables, le urgía ser explorada con vigor adolescente exponiendo todo el repertorio que una mujer experimentada podía ofrecer. Victoria complementó con sus encantos las clases que el joven recibió el día anterior. Al amanecer Clara regresó de su cita encontrando todo en su lugar. Pasó frente al cuarto de Carlos observando que reposaba plácidamente, conservando en su interior femenino deseos de interrumpir esos sueños. Con una mueca vergonzosa continuó camino en dirección a su alcoba luego de un sábado que no quedaría en su memoria. Pasado el mediodía, el domingo despuntó inquisidor y dominante. Carlos prefirió picar algo liviano a modo de almuerzo aceptando la invitación que un compañero le hiciera para estudiar juntos. Se acercaban exámenes fundamentales y definitivos que determinarían la suerte del año lectivo. Física, química y lógica eran sus problemas coyunturales.
De regreso, siendo noche cerrada, sus padres estaban en casa. Lo recibieron con un beso y varias cuestiones que el viaje les deparó. Necochea había colaborado con la pareja para un reencuentro interior varias veces postergado, limando privadamente alguna indiferencia naciente. Carlos nunca dejaría de asociar aquella localidad con sus primeras, secretas y confusas sensaciones. Hasta ingresar al ejército sus próximos años estarían marcados dentro de una esfera de sigilo y alternancia semanal. La relación con sus tías continuó de forma clandestina, coercitiva y vergonzante, en donde escapar no figuraba dentro del vademécum. Carlos era el único que sabía la verdad completa, cada una de las candidatas estimaba que la utilización sexual del joven era ejercida a título personal y sin cronistas indiscretos. Nunca supo Carlos si las hermanas tuvieron la ocasión, con el tiempo, de confesarse la aventura. Lo cierto fue que el ingreso al servicio militar le posibilitó al muchacho evadirse de tan incómoda condición.

Atentamente Julia escuchó la detallada descripción que a modo de relato impersonal Carlos le acababa de realizar. Si bien no se mostraba sorprendida tuvo que disimular ciertas prevenciones que la historia le exigía. Trató de no cuestionar ni preguntar, sólo acompañar, ofrecer sus oídos solidariamente; prefirió que Tandel se explayara a voluntad de forma tal ayudarlo a licenciar la pesada carga que llevaba desde su juventud. El hombre en ningún momento de ufanó de la narración apostando por términos rústicos y groseros; todo lo contrario, se hizo propietario de una dialéctica sencilla y elegante, aún cuando la propia historia imponía cierta procacidad. Resultaba evidente que su primer sexo lo había avergonzado, y no por su forma ni por absurdos pudores, sino por el correlato familiar de sus protagonistas. Generalmente esas cuestiones siempre circulan por las calles del imaginario, de la fantasía; en su caso la cruda verdad mostraba signos de notoria ruindad.
Para finalizar con esta parte del relato Carlos le confesó que jamás volvió a ver a sus tías, más allá de algún cruce casual, y que tal situación fue uno de los factores anexos que motorizó su proceso migratorio. En sus viajes a Benito Juárez se esmeraba por evitarlas sospechando que ellas hacían lo mismo; una vez casadas y con hijos suponía que ambas sentían marcada incomodidad al verlo. Habían sido, hasta ese momento, las únicas mujeres de su vida siendo esta referencia la inevitable pintura que tenía del sexo opuesto. Julia trató de discutirle el punto pero prefirió otro momento para profundizar el debate. No deseaba interrumpirlo con percepciones personales, aceptaba el momento como el adecuado para que Carlos exponga libremente, cuándo y ante qué estímulos comenzó a sentir su preferencia sexual.

Entrado en tema, la narración saltó un par de años hasta los tiempos del servicio militar. Por entonces es donde tuvo su primera experiencia homosexual y el inolvidable aderezo afectivo que gozó aquella relación. El cariño era factor común y coincidencia. De aquel primitivismo heterosexual que lo llenaba de culpa y obscenidad pasó a esta incipiente novedad que de manera mesurada se imponía a fuerza de ternura. Base Belgrano fue su destino de conscripto; la muchachada en pleno vivía esa instancia con acostumbrada resignación y desconsuelo. No había posibilidad de elección ni protesto cuando por decisiones superiores uno debía entregarle graciosamente un año de servicios a personas que jamás volvería a ver y por las cuales ni siquiera ensayaba un mínimo de respeto. Sus tías lo habían entrenado en el marco de las artes del silencio y la esclavitud, no pudiendo ser injusto con ellas, ya que las instancias de placer eran un tanto más ventajosas. Julia notaba que la dualidad y la contradicción seguían formando parte de la crónica.
En medio de tales circunstancias militares, extremas y desoladores, tuvo la oportunidad de frecuentar, durante el período instructivo, a quien fuera su compañero de ruta durante todo el lapso que duró el servicio; Bautista Pinolli natural de General Pico La Pampa. De tímida y remisa personalidad congeniaba perfectamente con Carlos en gustos y disgustos, en consecuencia, la integración entre ambos se manifestó naturalmente. El tiempo compartido dentro de la compañía los transformó en inseparables camaradas de desventuras procurándose el necesario consuelo ante la humillación que sus superiores les provocaban a diario. Ambos preferían aprovechar los francos como dueto en lugar de visitar a sus respectivas familias; los destinos finales de aquellas contadas excepciones variaban según fueran sus intereses. Podía ser Bahía Blanca si algún espectáculo notorio se presentaba o Mar del Plata si la licencia contaba con un par de días anexos. Como conscriptos poseían la ventaja de no tener que afrontar gastos por viáticos, de modo que la distancia del destino sólo poseía significación en relación con el riguroso y puntual regreso. Sierra de la Ventana se presentaba como otra opción, pero lo diminuto de la aldea presagiaba que por fuera del paisaje nada había para hacer. En uno de esos francos largos del invierno decidieron que Mar del Plata era una buena posibilidad de entretenimiento, de modo que sin discusión ni debate emprendieron el viaje apenas otorgado el permiso. Un humilde hospedaje de la Avenida Luro fue el sitio escogido como parador. Si bien habían cobrado la totalidad de los honorarios atrasados la cosa no estaba para lujos. La ciudad los recibió sin los brillos acostumbrados, una bruma muy pesada se confundía con los grises del mar y con la humedad del pavimento; los gabanes transeúntes y el plomizo nubarrón servían como tejado de una persistente garúa que no invitaba a caminar. Coincidían los conscriptos que el servicio meteorológico los había traicionado sin derecho, obligándolos a cercenar sus libertades bajo el ámbito del hospedaje a puro mate y tortas fritas.
Cuando el diálogo agobiaba, alguna lectura adicional y la compañía de la emisora de radio local complementaban el tiempo de espera. Ambos sentían suma comodidad al advertir que las mujeres no eran tema de discusión o controversia, lo cierto es que ni siquiera eran causales de texto ni expediente. Es probable que hayan tomado las prevenciones del caso y que advirtieran la sensibilidad ajena de manera sensorial, la realidad mostraba que optaban por no ofenderse con investigaciones no a lugar. Ellos estaban bien así, no precisaban intrusos, mercaderes y menos aún mujeres. De todas formas la hija del matrimonio propietario del hospedaje resultó jugar un rol fundamental para comenzar a intimar. La joven guardaba extrema sensualidad y notoria belleza, estimulando todo el conjunto con un vocabulario impropio de su edad y una gestualidad sumamente provocativa. Sus diecisiete años disimulaban la vasta experiencia que presumiblemente acopiaba en cuestiones del amor. El clima, aliado del momento, permitió que los tres afinaran conversaciones tan extensas como fraternales. El exterior continuaba insultando con sus grises, creando una atmósfera de inevitable coincidencia entre María y los viajeros, mientras una ciudad encogida y vacía impedía la llegada de nuevos turistas solicitantes de alojamiento. El matrimonio rentista del albergue, aprovechando la coyuntura, decidió efectivizar compras y trámites. Antes de partir colocaron un cartel en la puerta que consignaba un pronto regreso. La posada quedó cerrada para el público; en su interior permanecieron en soledad los tres jóvenes. No pasaron diez minutos cuando la joven se asomó al cuarto de los pasajeros provista de una bata que permitía sospechar su desnudez interior. La pretensión de María era experimentar un trío sexual con dos caballeros jóvenes y dotados, se permitía tales presunciones por la condición de conscriptos de sus ocasionales visitantes. Más allá de su juventud las fantasías que María desarrollaba sobre la temática eran ilimitadas. La sorpresa de Carlos y Bautista fue absoluta en tanto y en cuanto la adolescente, por fuera de su impronta seductora, no había demostrado hasta ese momento ninguna intención de intimar con alguno de ellos. La joven estaba proponiendo un rito de placer desconocido que ambos aceptaron con recato y prevención. Los muchachos aceptaron el convite sabiendo que María podía transformarse en la eficiente herramienta que destrabe sus verdaderos deseos. A poco de iniciada la sesión los jóvenes conscriptos demostraron a las claras que la niña era solamente una excusa necesaria, médium imprescindible que sirvió para la revelación de vetas ocultas, sofocadas y prestas por exhumar anhelos reprimidos. El violento y desmesurado trío se transformó de manera imperceptible en un dueto masculino de premonitoria y artística belleza. María no se mostró defraudada, todo lo contrario. Se propuso extraer de la experiencia aquello placentero y sensual que en si propio exhibía permitiéndose licenciar sus dedos desobedientes hacia un sexo húmedo y ávido de caricias sostenidas. La corriente circuló entre sus piernas a entera satisfacción durante lo que duró la sesión; quiso participar del descubrimiento, de los gestos y sudores, prefirió ser testigo del sufrimiento primitivo conservando para su memoria el sedoso boceto que lucía para su goce y regocijo la omnipresente brutalidad masculina. Entre momento y momento se acercaba a los enroscados cuerpos acariciándolos con ternura, sin las urgencias que la heterosexualidad ostenta; se sentía escultora de una obra viva con brillos transpirantes y lamentos sibaritas. Los amó y los disfruto a la distancia finalizando su rutina increíblemente extasiada, completa y femenina, asumiéndose contenida y respetada, sin necias inhibiciones, concluyendo que sus amantes habían estado a la altura de las circunstancias; una decena de orgasmos hablaban por y de ella. Dejó pasar unos pocos minutos para su recuperación interior,  se acomodó la bata y se retiró prudentemente del recinto entendiendo que el después detentaba exclusiva privacidad. Los jóvenes comprendieron que nada de lo vivido podía ser mejorado con palabras, optando por el silencio y la ausencia a modo de homenaje.

Finalizado el relato, Julia se percató que esos recuerdos no encontraban en Carlos la red de contención necesaria, percibió que aquella experiencia lo había transformado en un ser especial y de dudosa integridad. Evidentemente su elección de vida lo empujaba hacia la soledad y a pesar de estar dispuesto al sacrificio un dejo de tristeza acompañaba cada palabra, cada párrafo de la crónica. Era imposible, por parte del medio, la observancia comprensiva de cuestiones irritantes. Tandel era un caballero en todo sentido; de elegantes modos y con dialéctica ejemplar acotaba cualquier pretensión externa que intente desacreditarlo configurando una imagen ciertamente agradable, modesta y seria. Julia se constituyó entonces en el primer confidente que ingresaba con generosa vocación a su mundo privado.

Ya de madrugada prosperó la idea de continuar la conversación en otro momento; quedaban claros por disfrutar, grises por develar y oscuros por desentrañar. Ambos lograron comprobar que se necesitaban más de lo sospechado. Lo avanzado de la noche y la comodidad de su departamento motivaron que Carlos le propusiera a Julia pernoctar en su domicilio sin la obligación de aceptar el compromiso. Morán aceptó con gusto la invitación más allá de cierta confusión, no tenía razones para rechazar tamaña gentileza. Lo cierto es que lamentablemente nadie esperaba por ella.
La rutina vestía al ámbito bancario con sus linajes cotidianos mientras Tandel continuaba pagado por sexo semanal y Julia se convertía en la sutil amante de contingencias y azares. Los hombres que pasaban por sus vidas eran objeto de olvido y nulidad; de lunes a viernes de nueve a dieciocho administraban intereses de terceros, los sábados y los domingos sobrevivían a sus excusas malversando fondos propios.

A mediados del año 1960 Morán le propone a Tandel un estado de convivencia matrimonial. Esta idea la había elaborado durante varios meses. Una cazuela de mariscos acompañada por un freso espumante francés en el restaurante Loprete del barrio porteño de Monserrat fue el ámbito escogido por la dama para principiar la propuesta.

-         Tengo algo que proponerte Carlos. Un encaje que vengo desmenuzando desde hace un buen tiempo, te ruego dispongas de la mejor forma tus oídos y pienses lo que voy a decir de modo abierto y honesto.
-         Me estás asustando.
-         No es para tanto; la cosa es así: Creo que ambos estamos de cara a un momento en el cual debemos comenzar a considerar nuestro futuro. Somos entrañables amigos, confidentes y legítimamente solidarios, no promovemos absurdos egoísmos y hablamos un mismo idioma.
-         Absolutamente, y eso me hace muy feliz  - afirmó Tandel –
-         Hasta hemos tenido la oportunidad de convivir aunque más no sea de modo ocasional motivados por nuestras propias depresiones, en donde el respeto mutuo hacia la individualidad ajena es moneda corriente.
-         No hay duda al respecto, hasta ahora vamos bien.
-         ¿Te parece una locura de mi parte proponerte que formalicemos nuestra relación de forma tal nos contenga puertas afuera y nos provea de la necesaria compañía que ambos necesitamos? – preguntó la dama –
-          ¿Casarnos?
-         Si Carlos. Creo que ambos tenemos las cosas claras, esa formalidad típicamente burguesa nos será de mucha utilidad tanto en aspectos personales como en el marco laboral.
-         Y económicos – agregó Tandel –
-         Además.
-         Ya que poseemos bienes por separado podemos administrarlos del modo más eficiente en función de la obtención de rentas y demás cuestiones que beneficiarían substancialmente nuestras finanzas domésticas. Vender, alquilar, tener un solo auto. En fin, el panorama se nos abriría de manera impensada, con  amplias posibilidades de progreso – sentenció Carlos –
-         Nuestras imágenes en el Banco cambiarían de manera exponencial y no daríamos lugar a comentarios tendenciosos. Lo único que debemos tener es prudencia y compromiso en cuanto a nuestras privacidades más íntimas, supeditando ciertos placeres a favor del concepto tradicional de familia – aseguró Morán –
-         En resumen, lo que hacen todos; ser hipócritas – aclaró el hombre –
-         Algo así. ¿Qué opinás?
-         Me gustaría que sigamos conversando del tema más en concreto, estimando favores y contras, planificando y presuponiendo avatares a afrontar, confeccionando precisos cálculos sobre cuestiones económicas teniendo en cuenta que la legalidad tiene costos que no se pueden omitir. Te aclaro que la propuesta me sorprendió tanto como me emocionó. Te quiero mucho como para equivocarme, de modo deberíamos pulir todo detalle, la sola idea de un malentendido que lacere nuestra relación me inquieta y me desordena. Aborrecería tener disputas contigo por cuestiones menores.
-         No tengas dudas que también eso juega dentro de mí.
-         ¿Sabés qué Julia? Creo que lo nuestro constituye una bendición, inmerecida tal vez, pero bendición al fin. Lamento que como hombre no pueda satisfacer tu femineidad, cosa que detesto de mí.
-         No debés pensar de ese modo Carlos. Quizá de otra forma, en otro contexto, desde otro lugar, más intelectual o platónico. No me parece que debas castigarte.
-         Nos queremos y es lo que nos tocó, es probable que sólo nos quepa asumir el mandato – sentenció Tandel –
-         Acaso una de tus tías no te había dicho que la vida en un simple derrotero de secretos.


Seis meses después en una ceremonia austera en horas del mediodía y ante autoridades civiles Julia y Carlos contrajeron matrimonio con el padrinazgo de sus amigos Mabel Cortes y Fernando Russo. Algunos compañeros del Banco y conocidos ocasionales asistieron al evento. Un sencillo ágape en el departamento del barrio de Belgrano decoró el suceso, finalizando el festejo, con el retiro de los invitados, vieron la luz las recurrentes y molestas citas referidas a supuestas e infernales noches de bodas y demás lugares comunes que los vulgares suelen vocear presumiendo ostentar suma originalidad. El primer paso se había cumplido, blanqueadas sus intimidades serían portadores de espaldas intachables para una clase media que ya comenzaba a bocetar sus despreciables formalidades. De alguna manera habían hallado la fórmula adecuada para sobrevivir en el marco de una época hostil, carente de apertura intelectual y soberbia en cuanto a la valorización de la libertad individual.

Económicamente la sumatoria de los dos importantes salarios más la conservación de sus inversiones anteriores les proporcionaba un estado de bienestar envidiable. Al hermoso departamento de la calle Amenábar se le adicionaba un automóvil cero kilómetro que renovaban cada dos años, vacaciones anuales en importantes centros turísticos del país y del extranjero y una solvente caja de ahorros en el mismo Banco Nación, completaban esa transformación épica que la pareja supo edificar siendo ejemplo y coincidencia ante la vista de los siempre dispuestos inquisidores de turno. Los viajes a Benito Juárez los realizaban cada tres meses y sobre la base de condiciones excepcionales; algún cumpleaños, las fiestas de fin de año, las pascuas y demás fechas que permitieran combinar tres o cuatro días para desenchufarse de la urbe. Julia no poseía familiares directos por los cuales molestarse, de modo que por su lado no había compromiso alguno que cumplir. Tandel, más allá de haber espaciado sus visitas, cumplía religiosamente desde lo económico con sus padres, hasta el punto que si la urgencia lo exigía no tenía reparos en improvisar un viaje fuera de programa para cumplir con su compromiso.

Los años fueron pasando sin mayores sobresaltos, incluso ambos habían sido beneficiados con sendos nombramientos. Por cuestiones reglamentarias internas el Banco dispuso separar al matrimonio derivando a Julia hacia el sector Bienes y Servicios en carácter de supervisora de compras. De modo que la década del sesenta circuló con los avatares de los adelantos científicos, tecnológicos y sociales. El feminismo y la sexualidad conformaban líneas de debate y discusión, mientras la democracia se mostraba irrespetada por una sociedad que prefería dirimir sus dilemas por la fuerza del autoritarismo. Ajenos a tales controversias sus vidas transitaban por encima de modas oportunistas y convencionalismos importados; habían sabido, con esfuerzo y sacrificio interior construir un acuerdo mágico y perdurable. Todavía mantenían el departamento de Julia; allí recurrían ante la ocasional alternativa sexual. El sexo pago de Carlos le garantizaba ausencia de todo compromiso afectivo con el proveedor. Morán no necesitaba de dicha inversión, su sola belleza alcanzaba para la obtención de candidatos, esperanzada que algún día cualquiera Tandel despierte de su letargo masculino y la arrebate en plena ducha. Transitando la cuarta década de sus vidas habían afirmado un sentimiento generoso y ausente de egoísmos; no existían crisis maritales debido a una relación edificada desde la omisión de lo vulgar y lo formalmente aceptado.

Las veces que Julia intentaba lograr de Carlos una erección, éste se mostraba gentil y emocionado por los esfuerzos de su amada. En cierta ocasión alguna sospecha de respuesta motivó a la dama y a sus entusiasmos potenciando sus talentos a favor de la estimulación. Tratando de no agredirlo sostuvo con suma prevención, delicadeza y ternura el miembro de Tandel durante largo tiempo. El tenso músculo transmitió indudables muestras de vivacidad disimulando la pereza que había manifestado hasta entonces. Carlos, a pedido de Julia, se permitió licenciar a sus ojos y disfrutar desde el placer sin distinción de género, observando que su antagonista era solamente un cuerpo que necesita de él. Lo cierto es que el hombre no se vio sometido a sus juveniles visiones del pasado, entendió que su amante era su amor y que su amor no era genérico, era personal y exclusivo. En ese mismo instante de sensualidad asumió que amaba a Julia por encima de su condición y que la naturaleza sexual jugaba dentro de él como un nefasto inciso limitante que le censuraba disfrutar. Dejó de lado los absurdos requisitos, permitiéndose festejar con el cuerpo, olvidando para siempre la terquedad impuesta por el maltrato. En el breve lapso que demoró su sorpresiva erección, se aceptó fronterizo y cobarde por un pasado que no supo desafiar, que lo sojuzgó y que le propuso tan solo una ladina escapatoria. Entendió también que esforzarse por corresponder a una persona que nos ama era una tarea de enorme nobleza y que Julia se merecía con creces ese acto de belleza. Felices, se transformaron, con el tiempo, en seres incondicionalmente sexuales, sin limitaciones, generosos y egoístas a la vez. Húmedos y sonrientes durmieron hasta el anochecer. A la siguiente semana la inmobiliaria Bienes Raíces Cabildo tenía el departamento de Julia para la venta.

En Agosto de 1976 el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación, a instancias de una orden recibida por el Poder Ejecutivo Nacional, convocó a Carlos Tandel para una importante reunión. Un informe detallado de los servicios de inteligencia motivó la decisión  inmediata de licenciar al matrimonio. El extenso documento mencionaba la histórica simpatía peronista del matrimonio, la afiliación concreta de Julia Morán y el despido que había sufrido a fines de 1955. El informe adjuntaba un inciso sobre los rasgos inmorales de Carlos Tandel debido a su ambivalencia sexual, aclarando que si bien estaba legalmente casado existían testimonios irrefutables y fehacientes sobre su particular ambigüedad. El detenido a disposición del poder ejecutivo nacional, Bautista Pinolli, integrante de la célula subversiva ERP La Pampa confirmó la indagatoria. De modo que se recomendaba despedir al matrimonio con la correspondiente liquidación de haberes como lo marcaba la ley. La conducta de la pareja altera las normas morales de nuestra sociedad occidental y cristiana finalizó el sumario.
Mas allá de lo extraño e injusto de la resolución los Tandel se tomaron su tiempo para analizar la medida. No eran momentos de absurdos protestos ni de entusiastas rebeliones, prefirieron la calma y el sosiego a la espera de aire fresco. De todas formas acreditaban la suficiente solvencia económica para continuar proyectándose por fuera del Banco. Con importantes ahorros, acrecentados exponencialmente por las respectivas indemnizaciones estaban en condiciones de afrontar un sinfín proyectos independientes en cualquier lugar del país. La realidad les marcaba que ni siquiera tenían la necesidad de descapitalizarse vendiendo bienes.


Una Buenos Aires sitiada había borroneado su mueca de belleza transformándola en un nubarrón impredecible y penosamente estimulante.
Tal planificación no pudo llevarse a cabo. En octubre de ese mismo año un grupo de tareas de la Marina ingresó al domicilio del matrimonio Tandel, estando en condición de desaparecidos desde ese día.
Al no haber deudos cercanos nadie reparó en sus ausencias de modo inmediato. La titularidad de sus pertenencias cambió abruptamente de nombre a favor de una sociedad anónima de origen desconocido; el trámite fue rápido y escueto. Desde lo económico el matrimonio Tandel se presentaba como un botín muy preciado.
Un mes después los padres de Carlos, al no tener noticias de su hijo y de su nuera viajaron a Buenos Aires para obtener información. El anciano matrimonio solicitó audiencia en el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación. El Gerente de dicha dependencia les confirmó que tanto su hijo como su nuera estaban a disposición del poder ejecutivo por actos de subversión y acciones reñidas con la moral. Sus respectivos legajos habían sido solicitados en septiembre de ese mismo año por personal militar de los servicios de inteligencia del Estado.

La versión que la institución poseía era que Carlos Tandel vivía una situación de indefinición sexual y que Julia Morán era su pantalla, actuando ambos, desde la clandestinidad, como cuadros activos de un grupo guerrillero que respondía a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, célula que había sido desactivada por completo. El gestor a cargo les recomendó que por mayor información se dirigieran al Ministerio del Interior. Varios meses después y ante la ausencia de respuestas oficiales regresaron a Benito Juárez con sus manos vacías, años acumulados y en medio de mutuos reproches por supuestos errores cometidos en la formación de su hijo.
Indicios no confirmados suponen que los cónyuges fueron unas de las tantas víctimas de los vuelos de la muerte. Ninguna organización de Derechos Humanos posee en sus archivos reclamo alguno por la aparición con vida del matrimonio conformado por Julia Morán y Carlos Tandel. La titularidad de la unidad “A” del tercer piso ubicado en la calle Amenábar en su cruce con Olazábal continúa bajo la administración del mismo grupo inversor de origen desconocido.





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